Marcel Proust: Pulidor de anteojos

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Marcel Proust: Pulidor de anteojos

Resumen 

La propuesta del presente texto es hacer énfasis sobre la postura de Marcel Proust en lo referente a su labor como escritor, postura que se puede rastrear en diversos textos y que es desarrollada filosófica y poéticamente en: En busca del tiempo perdido. Labor que al final de la novela es revelada y que muestra cómo es que él, creador de metáforas infinitas, de vividos personajes que resisten todas las reducciones psicológicas, tuvo siempre claro que era lo quería mostrar al lector: una distinta manera de leerse así mismo. El regalo para la humanidad fueron unos cristales de aumento.

Palabras clave: Proust, traducción, mirada, instante, soledad, verdad.

 

Abstract

The proposal of this text is to make emphasize on the position of Marcel Proust in relation to his work as a writer, this position can be traced in several of his texts and is developed philosophically and poetically in his novel: “Search of lost time”. His labor is revealed at the end of the novel and shows us how is that he, creator of infinite metaphors, and vivid characters that resist all psychological reductions. About those ones, he was always be clear because it was what he wanted to show to the reader: a different way of reading him. The gift for humanity was a magnifying glass.

Keywords: Proust, translation, gaze, instant, loneliness, truth.

 

La verdadera vida, la vida al fin descubierta y dilucidada, la única,

por lo tanto, realmente vivida es la literatura;

esa vida que, en cierto sentido,

habita a cada instante en todos los hombres tanto como en el artista.

Marcel Proust

Uno de los mayores logros de Marcel Proust como escritor se da con su novela En busca del tiempo perdido, que es la cumbre de su vocación y lo convierte en uno de los grandes escritores del siglo XX los temas que en ella incluye previamente habían visto la luz en otros textos, como Jean Santeuil, Contra Sainte-Beuve recuerdos de una mañana o Los placeres y los días, finalmente son retomados en su magnum opus en la que supera el contexto de la narración, ya que más que mostrar la dinámica de la sociedad francesa de cierta época y de cierta condición económica, el autor, reduce latitudes y temporalidades, privilegiando las sensaciones, logrando con ello un estudio minucioso de la condición humana. Si bien no ha sido el único, ya que antes que él estuvo Balzac, lo que hace Proust a lo largo de su obra literaria que es tanto ficcional como filosófica, es que comunica esa verdad que no es épocal sino humana y lo hace desde alguno de los múltiples yoes que constituyen a lo que por costumbre se reduce en la figura del yo; de tal manera que cada uno de los cientos de personajes que componen el universo proustiano, alberga a múltiples yoes, sin que ello signifique perder unidad y congruencia. Así, consigue hacer del amor, por ejemplo, un tema casi inefable: «Seguramente no hay en toda la literatura ningún estudio de este desierto de soledad y reproches, que los hombres llaman amor, planteado y desarrollado con tan diabólica falta de escrúpulos»,[1] un meticuloso tratado para lograr dar con la traducción de la que ha estado privado el lector y mediante este recurso le permite ser lector de sí mismo. “Somos conscientes de que nuestra sabiduría empieza donde la del autor termina, y quisiéramos que nos diera respuestas cuando todo lo que puede hacer por nosotros es excitar nuestros deseos. Y esos deseos, él no puede despertárnoslo más que haciéndonos contemplar la suprema belleza que es el último esfuerzo que su arte le ha permitido alcanzar”.[2]

Proust como todo buen escritor fue un gran lector y al igual que Marcel, el narrador de En busca del tiempo perdido en su interminable búsqueda por dar con eso que le daría satisfacción tanto como lector y escritor, no inventó nada, pero lo cambió todo.

¿Hacia dónde es que apunta la mirada proustiana? ¿Qué quiere enfatizar? Es necesario señalar, que para Marcel Proust cualquier cosa-evento se explica a través de otro y la mejor manera de explicarlo es el arte, ya sea la fealdad de un rostro o en el caso del importantísimo encuentro amoroso, en la novela, este es asociado a un melodía, una pintura o una fotografía, de tal manera que es como si lo que describe, lo que se evoca no fuese únicamente eso, sino una exaltación provocada por la imaginación y el arte, solo así es que se explica el amor que Swann profesa a Odette, pero que como advierte el autor tiene fecha de caducidad determinada por la cotidianidad, Swann « […] “se dijo para sí: ¡Cada vez que pienso que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la muerte y he sentido el amor más grande de mi existencia, todo por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo!”».[3] Así es como el autor a lo largo de la novela, dentro de sus grandes digresiones, que terminan no siéndolo, ya que, lo que a simple vista puede parecer un largo e innecesario rodeo es en realidad la sustancia de la visión proustiana, ve una cosa a través de otra, ningún elemento de su narrativa peca de trivial o carece de la luz que le es concedida por la sensibilidad artística. Únicamente quien tenga la posibilidad de hacer del arte su medio de visón les accesible lo terrible como lo sublime.

La novela está plagada de leit-motivs que conforme se van repitiendo a lo largo de la narración adquieren un carácter primordial, llegan a ser inseparables de las personas y de las relaciones, así es como Proust, va construyendo el significado del tiempo, apresando los instantes, si bien es la memoria la que le devuelve parte de su connotación, no es sino la memoria involuntaria, gracias al azar, la que trae de vuelta eso que el olvido olvidó olvidar y pone en marcha la labor de traductor, como ya se apunto un rostro no es solo un rostro. En el caso de lo que la memoria involuntaria regala supera al objeto, el sujeto sale del tiempo cronológico para entrar en el tiempo sagrado «Por lo general, vivimos con nuestro ser reducido a mínimum y la mayoría de nuestras facultades están adormecidas porque descansan en la costumbre, que sabe que hacer y no las necesita».[4] la sacralización del instante es uno de los grandes logros de la novela. El narrador es un sujeto que contempla todo, que prácticamente va a los grandes salones a ver, a comprobar si lo que su exaltada imaginación le ha mostrado es real, baste decir que siempre es decepcionado, el presente es mostrado como desilusionante, por ello resulta casi milagroso que lo devuelto por la memoria involuntaria sea un corte en la cotidianidad y dé paso a un arrebato hacia a la felicidad, que pocas cosas como el arte conceden; superada la sorpresa inicial habrá de indagar meticulosamente cómo es que le pertenece ese sentimiento y de dónde es que viene.

De lo anterior se puede inferir que la búsqueda de verdad siempre presente en la novela está condicionada a ser un evento de traducción, labor que estuvo presente en los inicios de Proust como escritor: tradujo y prologó Sésamos y lirios del crítico de arte John Ruskin, prologo publicado posteriormente como texto independiente con el título Sobre la lectura «El traductor es un escritor de una singular originalidad, precisamente allí donde parece no reivindicar ninguna».[5] Hay obras tanto como verdades que exigen ser traducidas, el resultado es otra obra, otra verdad que la supuesta, que está en íntima relación con la obra o el evento original y gracias a la traducción resulta esclarecedora, lo primordial es dar con el traductor adecuado. En Proust la verdad, especialmente la del amor está detrás de los signos que los amantes van dejando a su paso, quedan establecidos para ser descifrados de tal manera que, lo que posibilita la memoria: el recordar, se convierte en el acto de crear y así la verdad será hija del tiempo y de la imaginación, « […] la verdad nunca es producto de una buena voluntad previa, sino el resultado de una violencia en el pensamiento».[6] y el perpetuo desmenuzar proustiano es lo que le permite dar con la verdad no únicamente amorosa, sino también con otra que es parte de los hilos que atraviesa la novela y son los acaecimientos del niño que deviene en escritor, su verdadera vocación, la que verdaderamente despegará en soledad, «[…] hubiera sido fecundo si me hubiese quedado solo, y me habría evitado así el rodeo de muchos años inútiles por los que aún había de pasar antes de que declarase la vocación invisible de que esta obra es historia».[7]

Para la construcción del universo proustiano, el autor debió de servirse de la visión que únicamente la soledad confiere, durante los largos paseos que son expuestos en En busca del tiempo perdido, el protagonista tiende a separarse del grupo, habla con la naturaleza, con sus amados espinos blancos e intenta capturar lo que ellos le dicen haciendo un gesto con la mano imitando una lupa. Si bien la soledad no siempre fue disfrutable, baste recordar el pasaje del primer tomo, en el que le narrador sufre por la llegada de Swann a la casa familiar, lo que tiene como consecuencia la separación entre él y su madre. En Los placeres y los días narra como el tormento causado por la soledad se convierte en agradable privilegio:

Cuando yo era muy pequeño, a ningún personaje de la historia sagrada me parecía que le había tocado un destino más miserable que el de Noé, debido al diluvio que lo tuvo encerrado en el arca durante cuarenta días. Más tarde estuve a menudo enfermo, y durante largos días también hube de quedarme en el “arca”. Entonces comprendí que nunca pudo ver Noé tan bien el mundo como desde el arca, pese a que estuviera cerrada y a que sobre la tierra reinase la oscuridad.[8]

Disgusto que termina siendo necesario para la creación, más cuando en el caso del autor la muerte es más que un recordatorio de finitud, es una presencia de la que no se separa y que será una especie de incentivo para concluir o por lo menos intentar poner la palabra fin en su última obra, propósito que logra, no así el realizar las interminables correcciones que seguramente hubiesen dejado una obra de mucho mayor volumen. «Los artistas, son como los filósofos […] Tienen a menudo una salud precaria y demasiado frágil, pero no por culpa de sus enfermedades ni de sus neurosis, sino porque han visto en la vida algo demasiado grande para cualquiera, demasiado grande para ellos, y que los ha marcado discretamente con el sello de la muerte».[9]así la muerte es la que acude en auxilio para cumplir con su destino: ser escritor.

Proust como traductor, es intérprete creativo del instante epifánico, detiene el tiempo y lo hace eternidad. «El único viaje verdadero, el único baño de juventud, no será ir hacia nuevos paisajes, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro, de otros cien, ver los cien universos que cada uno de ellos ve, que cada uno de ellos es».[10] la intención de Marcel Proust es multiplicar los lentes con los que los hombres ven, traducir lo que esos cien ojos ven «El deber y trabajo de un escritor son el deber y el trabajo de un traductor».[11] Su labor de traductor de la condición humana toma la forma de lentes de aumento, regalará a la humanidad la posibilidad de leerse, no así de leer al autor en esto fue enfático, separar al hombre de su obra[12] esta es la intención del autor, recuperar las múltiples vistas de un instante, así la obra proustiana que está hecha a partir de múltiples yoes, los que dan esas múltiples miradas que muestran sus ideas estéticas, morales y políticas. Luego de leer a Marcel Proust, la mirada se torna proustiana, se ve con los lentes que él proporcionó y que al avanzar en la lectura se adaptan al lector. De cierta manera Proust practicó el oficio de pulidor de anteojos, que al final otorga los adecuados para cada lector y con ello regresa lo cotidiano transformado en arte.

 

Bibliografía  

  1. Beckett, Samuel, Proust, Tusquets Editores, México, 2013
  2. Blanchot, Maurice, La amistad, Editorial Trotta, Madrid, 2007.
  3. Deleuze, Gilles, Proust y los signos, Editorial Anagrama, Barcelona, 1970.
  4. Deleuze, Gilles y Guattari F., ¿Qué es la filosofía? Editorial anagrama, Barcelona, 2001.
  5. Proust, Marcel, Contra Sainte-Beauve, Recuerdos de una mañana, Tusquets Editores, México, 2013.
  6. ____________, En busca del tiempo perdido 1. Por el camino de Swan, Alianza editorial, Madrid, 2000.
  7. ____________, En busca del tiempo perdido 2.A la sombra de las muchachas en flor, Alianza editorial, Madrid, 2008.
  8. ____________, En busca del tiempo perdido 3.El mundo de los Guermantes, Alianza editorial, Madrid, 2007.
  9. ____________, En busca del tiempo perdido 5.La prisionera, Alianza editorial, Madrid, 2009.
  10. ____________, En busca del tiempo perdido 7El tiempo recobrado, Alianza editorial, Madrid, 2010.
  11. ____________, Los placeres y los días, Valdemar, Madrid, 2006.
  12. ____________, Sobre la lectura, PRE-TEXTOS, España, 2002.

 

Notas

[1] Beckett, Proust, ed. cit., p. 59.
[2] Proust, Sobre la lectura, ed.cit., p. 36.
[3] Proust, En busca del tiempo perdido 1. Por el camino de Swan, ed.cit., p. 459.
[4] Proust, En busca del tiempo perdido 2.A la sombra de las muchachas en flor, ed.cit., p. 283.
[5] Blanchot, La amistad, ed.cit., p. 60.
[6] Deleuze, Proust y los signos, ed.cit., p. 25.
[7] Proust, En busca del tiempo perdido 3. El mundo de los Guermantes, ed.cit., p. 497.
[8] Proust, Los placeres y los días, ed.cit., pp. 48-49.
[9] Deleuze, et al, ¿Qué es la filosofía?, ed.cit., p. 174.
[10] Proust, En busca del tiempo perdido 5. La prisionera, ed.cit., p. 286.
[11] Proust, En busca del tiempo perdido7.El tiempo recobrado, ed.cit., p. 239.
[12] Proust, Contra Sainte-Beauve, Recuerdos de una mañana ed.cit., pp. 105-125.

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