FOTOGRAFÍA TOMADA POR DIDIER A. MENDEZ CAMACHO
Resumen
En el texto se piensa la situación de Pandemia en la que nos encontramos a partir de categorías propias de la filosofía aristotélica, heideggeriana y derridiana.
Palabras clave: covid-19, manos, tacto, proximidad, lejanía, miedo.
Abstract
In this text, the Pandemic situation is seen through different categories and lenses such as those of aristotelic, heideggerian and derridian philosophies.
Keywords: covid-19, hands, touch, proximity, distance, fear.
I
¿Ante qué estamos?
Inquietante amenaza de lo más elemental y necesario: la proximidad.
Se dirá que existen muchas formas de cercanía, pero la que logramos a través del tacto es la más simple, quizá la más indispensable. Es precisamente ésta la que ahora está en peligro, peor aún: es el peligro. Las manos que posibilitan de manera inminente nuestro contacto con lo otro y con los otros, se vuelven de pronto símbolo de amenaza. Las cosas que nos rodean y constituyen nuestro mundo, aquellas que forman parte de nuestra cotidianidad inadvertida, se transforman en fuente de riesgo: la taza y el vaso, el lápiz y el papel, la computadora y el teléfono, el suelo que caminamos y la puerta que abrimos. También la mano del otro y el abrazo: el contacto de piel con piel. Nuestras manos se convierten en expresión de contagio e infección.
Ahora, en este tiempo de desasosiego, quizá nunca habíamos estado todos tan terriblemente conectados y al mismo tiempo tan lejos. Quizá nunca habíamos experimentado tan de cerca la paradoja de la cercanía y la distancia que supone el mundo globalizado. Estado de guerra, —ya calificado así por los países más ricos, los que a lo largo de la historia se han encargado de suscitarla—, me pregunto si el mundo se habría experimentado tan globalmente si este fenómeno hubiera surgido en las zonas más pobres de América Latina o de África.
II
Sí, las manos, el tacto, rasgo humano, demasiado humano está en jaque. ¿Será porque finalmente el hombre, como tantas especies, está en peligro de extinción? No solo en el sentido de su muerte fáctica, sino en el sentido simbólico de seguir pensándose como tal, esto es, como ser humano.
Aristóteles veía en las manos el instrumento de instrumentos, que al igual que el alma, es de alguna manera todas las cosas.[1] Y corrigiendo a Anaxágoras señalaba que “[…] no por tener manos es el hombre el más inteligente, sino por ser el más inteligente de los animales tiene manos”.[2] Por eso “[…] su mano (y no sus manos como advertirá Derrida en Heidegger) se convierte en garra, pinza, cuerno y también lanza, espada y cualquier otra herramienta pues es todo esto por poder coger y sostenerlo todo”.[3]
Heidegger define el “pensar como una actividad de las manos”, se refiere al verdadero pensar, que puede compararse con algo así como construir un armario y que en cualquier caso ha de situarse en el ámbito de la mano de obra.[4] “La mano de obra —dice Heidegger—, es mucho más rica de lo que habitualmente nos parece. La mano no solo agarra y apresa, no solo presiona y empuja. Mas allá de esto, la mano entrega y recibe, y no se reduce a hacerlo con cosas, sino que se da a sí misma a otros y se recibe de otros. La mano sostiene. La mano lleva. La mano diseña, y diseña seguramente porque el hombre es un signo”.[5]
Derrida piensa lo pensado por Heidegger desde otro lugar, minuciosamente, paso a paso. El carácter singular de lo pensado por Heidegger, esto es, la mano y no las manos, y seguramente de Aristóteles también, se debe a esa necesidad de la filosofía de llevar el pensamiento hacia la unidad, hacia lo más simple. Y, sin embargo: “Si hay un pensamiento de la mano o una mano del pensamiento, como Heidegger da a pensar, no es del orden de la captura conceptual. Pertenece más bien a la esencia del don, de una donación que daría, si es posible, sin tomar nada. Si la mano es también, nadie lo puede negar, un órgano de prensión (Greiforgan), aquello no es su esencia, ésta no es la esencia de la mano en el ser del hombre”.[6] La esencia de la mano, de las manos, es el don, no obstante, dice Derrida: “[…] nada es menos seguro que la distinción entre dar y tomar”.[7]
La mano del hombre es así pensada desde el pensamiento, y éste desde la palabra o el lenguaje, ciertamente el hombre solo piensa en tanto que habla, y no a la inversa, contra lo que suele pensarse.[8] Si del lenguaje surge el pensamiento y si pensar es un trabajo de la mano, entonces la palabra escrita, en particular la manuscritura (Handschrift), deviene ese gesto de la mano que muestra – e inscribe la palabra para la mirada.[9]
III
El hombre tiene una tendencia esencial a la cercanía,[10] busca proximidad, a las manos pertenece la posibilidad de acercar, des-alejar lo que se encuentra lejos. Las cosas que componen nuestro entorno cotidiano y permiten la familiaridad de nuestro mundo tienen el carácter de estar a la mano. ¿En qué estamos ahora que nos obliga a la separación y a la distancia? A caer en cuenta de todo aquello que por ventura solemos olvidar, condición indispensable de la acción y de la vida, poniendo así a prueba la conciencia más feliz.
De golpe nos vemos forzados a considerar lo que cotidianamente no está presente. El mundo se convierte en estado de cosas que amenaza y las manos herramienta de la trasmisión de este peligro. Quien cae en cuenta, a conciencia, de lo que sucede, de lo que está en juego, se ve al borde de la locura, pero quien lo niega ya ha caído en ella. Cadena infinita de cosas que ahora tienen otro sentido, que repelen y dificultan la cotidianidad. Repetición obsesiva, poco creativa: limpiar, lavar cualquier vestigio de contaminación imposible de localizar con precisión. Batalla estéril porque ya todo, por el simple hecho de ser, está contaminado. La enfermedad, la muerte y la pobreza provocada por la riqueza voraz son solo sus símbolos. La urgencia del mundo contraría el pensamiento, pero fuerza a pensar y pensar insistentemente. Una vez leí en Murakami que uno de sus personajes le decía al otro algo así: pensar mucho, obsesivamente, es igual a no pensar.
FOTOGRAFIA TOMADA POR DIDIER A. MENDEZ CAMACHO
IV
El imperativo: guardarse, aislarse, pero estar conectados, alerta. Resulta agotadora tanta extrañeza, tanto alejamiento y tanta explicación e información. “Estar”, simplemente “estar”, obligados a ello y no poder estarlo, porque hay que recordar, tener presente la amenaza: cuidarse. Extraña forma de cuidado en la que toda proximidad de piel y cercanía está impedida. Extranjería radical: para el ser humano es imposible ser sin tocar.
Inquietante es la escalada de la técnica haciéndose cargo de ella misma. Hemos llegado hasta aquí, a este nivel sobrecogedor de conexión mundial, gracias al desarrollo de las ciencias y la tecnología, pero es también gracias a éste que ahora la distancia se convierte en una necesidad impuesta. Entonces, ¿qué es lo propio del desarrollo?, ¿posibilitar cercanía o provocar distancia? Dispositivos por doquier se multiplican para recobrar la proximidad perdida, pero de esta misma multiplicación ha surgido la posibilidad del contagio. Parecería haber una suerte de perversión en todo esto: de la misma fuente ha surgido la enfermedad y surgirá la cura, pero es imposible dejar de preguntarse ¿y después? La escalada del progreso y el desarrollo no puede detenerse, —no debe— hacerlo.
V
Lo invisible se vuelve parte de lo cotidiano y acecha. Los días y las horas pierden su secuencia normal. El mundo, de pronto, tiene otra cara. Al definir el miedo Heidegger sigue a Aristóteles y lo describe como un estado de ánimo que se caracteriza por estar frente a algo que amenaza desde una zona determinada. Lo perturbador del miedo, y por eso en este temple de ánimo uno pierde la cabeza, es que eso que amenaza puede acercarse o no.[11] Esta posibilidad del miedo nos coloca en la incertidumbre. Y si bien, Heidegger distingue miedo y angustia, parecería que ahora, de golpe, el primero se transforma en la segunda, porque no podemos huir hacia las cosas y perdernos entre ellas —como sucede en el miedo—, no podemos (no debemos) asirnos a nada (¿o a algo?).
Según Heidegger del miedo es propia la confusión, no así en la angustia, cuyo objeto, difícil de definir y de localizar, nos pone de golpe en la perplejidad.[12] También el susto —el espanto dice Heidegger—, tiene este carácter de sorpresa. Al contrario que en el miedo, en el que todavía hay mucho que decir, la angustia y el espanto nos abordan y nos dejan sin palabras. [13] Es raro que ocurran,[14] porque cualquier indicio de su aparición es rápidamente atendido y acallado con infinidad de respuestas. Pero quizá, esa perplejidad sea en cierta medida necesaria. También ésta es propia del asombro, y quizá ahora es pertinente recordar que, del asombro,[15] ese que se produce ante lo más pequeño, han brotado las preguntas esenciales y con ellas la filosofía.
Bibliografía
- Aristóteles, De Anima, tr. Tomás Calvo, Madrid, Gredos, 1978.
- Aristóteles, Partes de los animales, tr. Elvira Jiménez y Almudena Alonso, Madrid, Gredos, 2000.
- Derrida, Jacques, La mano de Heidegger (Geschlecht II), tr. Marcela Rivera Hutinel,
- Heidegger, Martin, Ser y tiempo, tr. Jorge Eduardo Rivera, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2002.
- __________, ¿Qué es metafísica?, Arturo Leyte y Helena Cortés, Madrid, Alianza, 2003.
- __________, Preguntas fundamentales de la filosofía, tr. Ángel Xolocotzi, Granada, Comares Editorial, 2008
- __________, ¿Qué significa pensar?, Raúl Gabás, Madrid, Trotta, 2008.
Notas
[1] Aristóteles, De Anima, 429 a 21-24, 432 a 1-6.
[2] Aristóteles, Partes de los animales, 687 a 10-15.
[3] Ibidem, p. 217.
[4] Heidegger, ¿Qué significa pensar?, ed., cit., p. 78.
[5] Ibidem, p. 78-79
[6] Derrida, La mano de Heidegger, ed., cit., pp. 18-19.
[7] Ibidem, p. 22.
[8] Ibidem, p. 21.
[9] Ibidem, p. 26.
[10] Heidegger, Ser y tiempo, ed., cit., p. 131. En adelante ST.
[11] Cfr. ST, pp. 164-165.
[12] Cfr. Ibídem, p. 208-211.
[13] Cfr. Heidegger, Preguntas fundamentales de la filosofía, ed., cit., pp. 178-180. En adelante PFF.
[14] Cfr. Heidegger, ¿Qué es metafísica?, ed., cit., p. 33-35.
[15] Cfr. PFF, pp. 154-159.
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