TOMADA DE ASISMED-L
Resumen
El control institucional de la medicina ha adquirido la forma de una pandemia que representa un riesgo para la salud. En este sentido, los circuitos sociales globalizados enfrentan actualmente dos procesos de expansión patogénica: la epidemia de COVID-19, provocada por el SARS-CoV-19, y la epidemia iatrogénica, producida por la medicina misma. A partir de la crítica realizada por Iván Illich a la medicina institucional y cosmopolita, la pregunta por los efectos iatrogénicos de una pandemia reflexiona en torno a las contraproductividades específicas que han sido consecuencia de los procesos médicos y de contención epidemiológica en el nivel clínico, social y cultural durante la actual contingencia por el brote de coronavirus, así como a los modos de in-formación de una sociedad enferma.
Palabras clave: información, iatrogénesis, medicina institucional, contraproductividad.
Abstract
The institutional control over medicine has acquired the shape of a pandemic that represents a health risk. Globalized social circuits face nowadays two processes of pathogenic expansion: the COVID-19 epidemic, caused by SARS-CoV-19, and the iatrogenic epidemic, produced by medicine itself. In an attempt to actualize the critical effort carried out by Ivan Illich towards institutional and cosmopolitan medicine, the search for the iatrogenic effects of a pandemic problematizes the specific contraproductivities caused by medical processes and epidemiological containment in the clinical, social and cultural scopes during the present contingency caused by the outbreak of coronavirus, as well as the ways in which a society is in-formed as sick.
Keywords: information, iatrogenesis, institutional medicine, contraproductivity.
El Apocalipsis ha dejado de ser simplemente una conjetura mitológica y se ha convertido en una contingencia real. En lugar de deberse a la voluntad de Dios o a la culpa del hombre o a las leyes de la naturaleza, Armagedón se ha convertido en una consecuencia posible de la decisión directa del hombre.
Iván Illich
Los virus son medios de información. ¿En qué sentidos (evidentemente plurales) tenemos que entender esta afirmación? Por un lado, los estudios sociológicos y de la comunicación podrían darnos una respuesta al entender a la transmisión masiva de un virus y sus consecuentes efectos patológicos a la luz de sus implicaciones mediáticas y de transmisión de datos; de este modo, el virus tendría un papel como información producida por una serie de intercambios lingüísticos, visuales y semánticos que exclusivamente le darían existencia desde un plano político, cultural o social. Paralelamente, los profesionales de las ciencias, particularmente biológicas y médicas, podrían concebir a los entes víricos como estructuras moleculares que contienen información genética capaz de reproducirse en otros sistemas orgánicos, infectándolos. Así, un virus podría entenderse a su vez como un conjunto de información contenido en una unidad informática mayor.
En [In]formación viral no nos ocuparemos propiamente de poner en crisis ninguna de estas dos concepciones de los virus ―cuyas problemáticas éticas, estéticas y epistemológicas han sido ya ampliamente discutidas― sino de proponer una lectura de estos agentes biológicos como medios de información, estructuración y significación: como medios que in-forman un estado de cosas en constante cambio. Retomando la teoría de la individuación propuesta por Gilbert Simondon, entenderemos a la información como un proceso que transduce y [re]significa a un “sistema en estado de equilibrio metaestable”[1] en alguna(s) de sus múltiples dimensiones.
Numerosos sistemas sociales de diversas épocas han estado profundamente marcados por las catastróficas consecuencias de la transmisión masiva de virus infecciosos. Son ampliamente conocidos los expedientes históricos de las grandes epidemias tales como el brote de gripa española de principios del siglo XX (que se repetiría a escala global casi un siglo después), el MERS en Oriente Medio o el VIH, que ha logrado situarse fuera de límites temporales y geográficos. Actualmente, las sociedades integradas en las dinámicas de intercambio económico y cultural contemporáneas tienen como momento de coyuntura político-social la contingencia sanitaria provocada por el contagio masivo del SARS-CoV-2 (referido en este texto indistintamente como coronavirus) que, en un importante número de casos, ha desembocado en su evolución patogénica al COVID-19 (síndrome respiratorio agudo producido por el mismo agente viral) y, en menor medida, en la muerte.
Esta reflexión sobre los efectos iatrogénicos de una pandemia apuntará a problematizar el modo en que la medicina institucional ha configurado al síndrome respiratorio agudo producido por coronavirus, a la vez que cuestionará las contraproductividades que ha acarreado el diagnóstico, tratamiento y control de la epidemia por SARS-CoV-2 en tres instancias fundamentales: la clínica, la social y la cultural. Paralelamente, el estudio intentará conceptualizar al agente viral como un medio de in-formación que modifica los estados de individuación entre la salud y la enfermedad de los cuerpos.
La reflexión tomará como punto de partida la metodología crítica propuesta por Iván Illich para cuestionar el estatuto y utilidad de la medicina institucionalizada, hegemónica y cosmopolita frente a la enfermedad. A su vez, se servirá transversalmente de la teoría de la individuación propuesta por Gilbert Simondon (sin pretender rigurosidad ni un compromiso ontológico con ella) para conceptualizar a este agente vírico como in-formante de los sistemas de equilibrio estable que representan el cuerpo, el estado y los sistemas de producción contemporáneos. En este sentido, se buscará esclarecer en qué medida la pandemia por coronavirus ha desestabilizado los sistemas sobre los que se afianza nuestra experiencia vital, social y cultural, así como el papel que la medicina cosmopolita ha desempeñado en y frente a estos procesos iatrogénicos de resignificación de la enfermedad y de las sociedades que nos son contemporáneas.
Iatrogenética: invención y eliminación de la enfermedad
Según Iván Illich, el impacto social que ha tenido el control profesional de la medicina “ha alcanzado las proporciones de una epidemia”.[2] De acuerdo con esta lectura, los circuitos culturales contemporáneos, que se encuentran cada vez menos delimitados, son espectadores de dos epidemias que, en paralelo, inhabilitan a la gente.
“Coronavirus” es el nombre convencional con el cual se ha llamado popularmente al padecimiento patológico ocasionado por el SARS-CoV-2. “Iatrogénesis”, por su parte, es el nombre que Illich otorgó a la nueva plaga que diagnosticó en la década de los setentas como causante de las patologías mismas. Para el austríaco, la iatrogénesis no sólo hacía referencia a la facultad meramente epistemológica de creación de categorías patológicas por parte de la medicina, sino a su carácter profundamente patogénico; esto es, a la capacidad de las prácticas médicas y de sus profesionales para crear las enfermedades y para producir sus efectos adversos, que no puede entenderse “[…] a menos que se vea como la manifestación específicamente médica de [su] contraproductividad específica”.[3]
De acuerdo con este planteamiento, la capacidad de creación y supresión de una enfermedad no radicaría tanto en la modificación y saneamiento de estructuras orgánicas o en la regulación de sus funciones y relaciones procesuales; en cambio, la enfermedad y la salud estarían estrechamente relacionadas con las conceptualizaciones patológicas promovidas por los sistemas de producción económicos, por el control sobre los cuerpos y por las necesidades de la medicina como industria al servicio del estado y del mercado.[4] De este modo, las nociones de salud y enfermedad estarían también íntima y necesariamente ligadas a la agencia de los profesionales de la salud y de la industria, a los intereses de los desarrollos científicos y económicos y a la creciente mercantilización de los cuerpos.
Las consecuencias de estos procesos, de acuerdo con esta lectura, se hacen legibles en al menos tres registros: el clínico, el social y el cultural; en palabras de Illich, entenderemos que:
[…] la iatrogénesis es clínica cuando a causa de la asistencia médica se producen dolor, enfermedad y muerte; es social cuando las políticas de salud refuerzan una organización industrial que genera salud enferma; es cultural y simbólica cuando apoyadas médicamente la conducta y las ilusiones restringen la autonomía vital del pueblo minando su competencia para crecer, atenderse uno a otro y envejecer, o cuando la intervención médica incapacita reacciones personales al dolor, la invalidez, el impedimento, la angustia y la muerte.[5]
Nuestro supuesto es que, frente a la actual emergencia sanitaria, resulta fértil preguntarse por estos espectros para generar derivas críticas sobre los modos en que se configura a la enfermedad y su patogenia epidémica, así como las consecuencias que conlleva en los modos de producción de subjetividades mediante la modificación de las prácticas y modos de vida contemporáneos.
Iatrogénesis clínica de una pandemia
Partiremos del supuesto de que el sistema de equilibrio metaestable que es objeto de la clínica médica es, por excelencia, el organismo vivo. Por fines conceptuales podemos entender a éste como una unidad material en equilibrio homeostático consigo misma en relación con su medio, respecto al cual es autónomo y dependiente para su conservación. Por su parte, el agente patológico sería, en un nivel de análisis clínico, el factor detonante de un desequilibro en aquel sistema. El virus, en el caso de la pandemia por SARS-CoV-2, sería el agente primario de desestabilización del sistema orgánico que representa el cuerpo.
Sirviéndonos de una lectura simondoniana, podríamos afirmar que aquel desequilibrio está basado en una “significación que surge de la disparidad”.[6] Para el filósofo, esta diferencia necesariamente se da entre dos o más estados que, en el caso de la práctica clínica, podríamos identificar como los estados de salud y de enfermedad. Una iatrogénesis clínica, entonces, tendría por objeto la distinción entre ambos estados para la conceptualización de un proceso patológico que modifica las estructuras estables en un organismo. El cambio del estado de este (su individuación como cuerpo infectado) es, en el estado de cosas materiales, evidente: la patología resultante por la infección (categorizada como síndrome por parte de los estudios biomédicos) manifiesta como signos y síntomas cuantificables y visibles una alteración en los sistemas normales de oxigenación y equilibrio térmico, provocado por disfunción respiratoria y por reacciones inmunológicas del organismo para desactivar los efectos del agente externo, así como síntomas compartidos con otros padecimientos, como la gripe común.
La medicina sería entonces la práctica patogénica por excelencia, abocada a la creación de la enfermedad y a la caracterización de los procesos de in-formación de los cuerpos respecto a su óptima salud o su estado patológico. En este sentido, Illich afirma que la medicina en tanto institución proclamada en favor de la asistencia de la salud “equivale a [su] negación sistemática”.[7]
Paralelamente, un estudio sobre la iatrogénesis de la enfermedad pandémica requeriría considerar el papel que la medicina institucional tiene respecto a su creación. Dadas estas condiciones, es relevante notar que la interferencia médica sobre el paciente contagiado por coronavirus es, si no nula, al menos limitada. De acuerdo con Illich, el estudio de la evolución de las enfermedades ha demostrado que durante el último siglo los médicos no han influido sobre las epidemias más profundamente que los sacerdotes en tiempos anteriores.[8] En efecto, las indicaciones generales actualmente por parte de los profesionales ante el diagnóstico de coronavirus han significado en la mayoría de los casos el resguardo domiciliar, reposo, dieta equilibrada y, como medida precautoria a nivel epidemiológico, la mínima interacción con otros individuos.
En este sentido, se pueden citar las mismas problemáticas referidas por Illich en torno a los riesgos patogénicos de los que es responsable la medicina, sus instituciones y sus practicantes, que son contrarias a sus principios de protección y prevención de las enfermedades. El inútil tratamiento médico, las lesiones provocadas por sus métodos invasivos y la vulneración del paciente figuran como expedientes de las contraproductividades propiamente generadas por las prácticas de sanación ―o, en ciertos casos, paliativas― que dejan en evidencia la restringida potencia que tiene la medicina como agente frente a las situaciones de emergencia social ocasionadas por epidemias y pandemias. Si bien resulta necesario reconocer la utilidad que los procedimientos médicos tienen en la recuperación de un estado del cuerpo dentro de los rangos de salubridad, es importante resaltar la mínima intervención que la medicina tiene ―excluyendo el diagnóstico en los países médica y económicamente capacitados― en el tratamiento de los cuerpos infectados. Contrariamente, la intervención de los médicos y profesionales de la salud ha sido un importante factor en la transmisión de la enfermedad.[9] Los hospitales como focos de contagio y el creciente número de trabajadores clínicos diagnosticados con la enfermedad son índices de las fallas estructurales en la industria médica institucionalizada, independiente de sus, en muchos casos, loables esfuerzos y propósitos.
IVÁN ILLICH
Desde la clave de lectura de la crítica de Illich, la medicina, en un nivel clínico, crearía a su propia némesis asumiendo su agencia para su control. Sin embargo, su empresa no se encontraría dirigida hacia su curación, siendo esta delegada a la investigación biomédica y biológica y a agentes políticos y sociales tales como el estado y la industria para su contención y tratamiento.
Iatrogénesis social de una pandemia
Los procesos y números de contagio contemplados dentro de la categorización de la propagación de agentes patógenos como anormales no sólo contemplan un proceso de individuación de los cuerpos en un nivel clínico: las epidemias y las pandemias se dan en el registro social.
En un primer momento durante los eventos de propagación epidémica de la enfermedad los cuerpos infectados son modificados por un agente patógeno; en lo inmediato, un proceso de individuación físico se da en los organismos, permeando la normalidad de los estados vitales y psíquicos del individuo. Sin embargo, la enfermedad en tanto diagnóstico de un conjunto de signos y síntomas en el organismo ocurre solamente en el espectro de las sociedades. Como afirma Illich:
Para que los conceptos de “enfermedad” y “salud” pudieran reclamar fondos públicos, tuvieron que hacerse operativos. Fue necesario convertir las dolencias en enfermedades objetivas que infestaran a la humanidad, pudieran transplantarse y cultivarse en el laboratorio y tener cabida en pabellones, archivos, presupuestos y museos. […] El objeto del tratamiento médico la definió una nueva, aunque sumergida, ideología política y adquirió el estatus de una entidad que existía completamente separado tanto del médico como del paciente.[10]
En este sentido los conjuntos sociales se ven sometidos a un proceso de in-formación al situarse dentro del contexto de la propagación masiva del agente infeccioso. Del mismo modo, la enfermedad se [re]configura a partir de las prácticas sociales, implicando una iatrogénesis de la enfermedad que permea negativamente los comportamientos de los cuerpos en sociedad.
En el nivel de la iatrogénesis social, Illich afirma que es la misma práctica médica la que fomenta las dolencias, reforzando la idea de una sociedad enferma. La exacerbación de las medidas higiénicas y sanitarias, la insistencia mediática en el consumo de mercancías médicas y las políticas de exclusión figuran como las estrategias de expropiación de la salud que Illich diagnostica como las contraproductividades médicas en el espectro social y que podemos rastrear en la actual crisis.
La creciente insistencia en las prácticas higiénicas (surgidas principalmente en el contexto de urbanización industrial decimonónica) y de constante supervisión y tratamiento médico (fenómeno propio de los siglos XX y XXI) se hicieron patentes durante la actual contingencia en el papel que desempeñaron los habitantes de los conglomerados urbanos como consumidores de medicina curativa, preventiva, industrial y ambiental.[11] Paralelamente, la medicina institucional, ha adquirido cada vez con mayor fuerza un carácter monopólico. Su producción de conocimientos y prácticas ha estado fuertemente condicionada por los intereses de la industria, que permea a los centros de investigación, universidades y hospitales. En este sentido, la industria médica ha situado como principal interés la creación de métodos y productos rentables dentro de los marcos políticos y económicos que la contienen: “un monopolio radical se alimenta de sí mismo”.[12] Podría interpretarse que el alto nivel de venta de medicamentos “básicos” como paracetamol, algunos antihistamínicos, desinflamatorios y vitamínicos estuvo influenciado por la creciente confianza depositada en los productos farmacológicos, así como por la ventaja de sus efectos placebo frente a los síntomas no causados por un padecimiento viral. A su vez, el desabasto de productos preventivos es evidencia de una fuerte relación producida dentro de las prácticas e imaginarios sociales entre la salud y la higiene. Productos siempre disponibles en venta como alcohol, cloro, desinfectantes e incluso papel sanitario se convirtieron en objetos suntuarios en venta en los circuitos de comercio subalternos ante el desabastecimiento. A este desplazamiento de la salud por parte de los individuos en sociedad hacia la medicina institucional podríamos llamarlo, junto con Illich, un proceso de “expropiación de la salud”.
Contempladas dentro de este proceso de expropiación, las dinámicas de vida en sociedad durante los esquemas de prevención epidemiológicos han sido relegadas bajo el mandato de las autoridades civiles y políticas, influenciadas por las apreciaciones de demógrafos, epidemiólogos y, en alguna medida, de médicos. Las cuarentenas, encierros y aislamientos han significado no sólo una “agresión” directa contra los individuos, sino un impacto sobre el ambiente total en la organización social.[13] Este impacto es rastreable no sólo en los microsistemas sociales como la familia y los círculos inmediatos de desarrollo vital, sino en gran escala como en los sistemas administrativos, burocráticos, estatales y comerciales de los que depende la cotidianidad industrializada.
En el nivel de organización social, la iatrogénesis de la pandemia por coronavirus ha significado una des-in-formación de las estructuras estables representadas por las economías y sistemas políticos. Las devaluaciones de las monedas, endeudamiento, desempleo y caída de las industrias primarias y secundarias han significado la precarización de la vida de diversos circuitos sociales. Incluso las industrias terciarias, dependientes en gran medida de las anteriores, se han visto vulneradas dentro de sus privilegios de clase. Trabajadores y empleados se han visto suspendidos de sus labores, muchas veces sin sueldo, y la vida económica y cultural ha sido notablemente abandonada. Naturalmente, estos síntomas no tienen como causa directa la creación de una enfermedad ni de su caracterización pandémica; sin embargo, la medicina institucional se encuentra inscrita dentro de los factores que han producido tales efectos en las caducas estructuras políticas y económicas que nos sirven de marco.
Dadas estas condiciones para la medicina como industria, no resulta sorprendente la experiencia de una creciente (des)moralización de sus prácticas. Como Illich afirma, “[…] el médico ha abandonado cada vez más su papel de moralista para asumir el de iluminado empresario científico”.[14] El aislamiento social y de los pacientes con una evolución grave de la patología deshumaniza a los afectados al situarlos fuera de los conjuntos afectivos y sociales. En muchos casos, esta deshumanización contempla también la priorización de recursos tecnológicos y materiales en favor de sectores privilegiados, ya sea por edad o situación económica y social, que han provocado pérdidas humanas.[15] Las medidas políticas de contención; mismas que serían diagnosticadas por Giorgio Agamben como inscritas en las políticas del estado de excepción, también limitan la agencia de los individuos.[16] La vigilancia, represión y estigmatización se han vuelto expedientes de lo cotidiano en las urbes. Es por ello que, más allá de su contribución sanitaria para la contención de la pandemia y al compromiso social del bienestar común, valdría la pena preguntarse críticamente por las condiciones de injusticia, precariedad y mercantilización de la vida que han permitido la incertidumbre científica, médica y social en la que las sociedades contemporáneas se ven envueltas.
En estos sentidos, los procesos de individuación se ven afectados por instancias de producción social de los individuos. El individuo es in-formado como desempleado, como mercancía o como enfermo. De algún modo, podríamos afirmar que la sociedad se in-forma como una sociedad enferma.
Iatrogénesis cultural de una pandemia
Para examinar los efectos iatrogénicos en el nivel cultural que ha tenido la actual expansión pandémica de la enfermedad por SARS-CoV-2 resultaría necesario preguntarnos por los límites de los circuitos culturales a los que estamos expuestos. Los medios de comunicación y de transmisión de datos han impuesto una compleja red de relaciones que ha puesto en íntima cercanía a los habitantes del globo. En este sentido resulta evidente un consumo generalizado de bienes culturales y de información mediática que podría suponer una normalidad compartida sobre las dinámicas culturas en las que nos vemos inscritos. Partiendo de este supuesto podemos rastrear importantes modificaciones en las prácticas y espectros culturales que atraviesan transversalmente a los estados, conjuntos sociales y estratos socieconómicos.
Para Illich, la iatrogénesis cultural se produce cuando la empresa médica mina en la gente la voluntad de sufrir la realidad.[17]
Los productos de las medidas de contención y prevención en el espectro de la iatrogénesis cultural son numerosos. Sin embargo, las consecuencias que las “cuarentenas” como medio de regulación de las curvas de contagio para evitar “sufrir la realidad” poseen una relevancia central en los modos de desenvolvimiento cultural actual. Un primer síntoma provocado por las medidas sanitarias podría definirse como un creciente temor a los cuerpos. La instauración de una necesaria barrera social entre los individuos ha provocado un aislamiento físico (y afectivo) entre las personas. La imposición de un metro y medio de separación en las filas de los supermercados, en las reuniones sociales esenciales y en las calles ha promovido, como consecuencia, un temor a la cercanía de los cuerpos mismos. La estigmatización y rechazo de los afectados por cualquier enfermedad respiratoria con síntomas visibles ha generado gestos distintivos de ideologías de odio y discriminación. Asimismo, la incertidumbre ha provocado, sobre todo en los conjuntos densamente poblados, la prevención por medio del aislamiento absoluto o la extrapolación de los parámetros de seguridad en los espacios públicos. Si bien la marca dejada por estas transformaciones en las dinámicas de convivencia no será ponderable sino hasta pasada la emergencia sanitaria, es inevitable reconocer que la [re]significación del cuerpo propio y ajeno ha comenzado un proceso que difícilmente pasará inadvertido en las futuras contingencias y en los planos de vida cotidianos.[18]
En el mismo sentido el cuerpo muerto ha pasado por un proceso de transformación dentro de los códigos culturales globales. La muerte y sus respectivos rituales se han visto reconfigurados ante la imposibilidad de acompañar al enfermo grave durante la enfermedad y desenlace mortal. Tras el deceso, los cadáveres han sido en lo general rápidamente cremados o desechados para evitar ser focos de infección. La experiencia de la muerte se ha vuelto dialéctica: inaccesible y omnipresente. Los procesos de duelo han [re]significado a la muerte y a la pérdida afectiva; por un lado, volviéndose invisibles ante la incapacidad de despedir al cuerpo muerto y, por otro, haciéndose presentes en los medios de comunicación, en las estadísticas difundidas, en los espacios públicos y en los círculos sociales cercanos.
Complementario a estos procesos, las industrias culturales y de producción de mercancías han promovido el consumo y generación masivos y coercitivos de productos culturales. La eficiencia de los individuos es medida en relación con la cantidad de cultura adquirida durante las cuarentenas y en la eficiencia laboral del trabajo desde casa. La exigencia de los empleadores (sobre todo del sector terciario) por producir dada la ventaja del home office ha significado la penetración del trabajo dentro de las esferas de desarrollo vital de los empleados que ha promovido un borramiento de los límites del ocio, el trabajo y la procuración personal. En el mismo sentido museos, editoriales, centros educativos y medios masivos de entretenimiento han forzado la entrada de los productos culturales en las casas por medio de transmisiones televisivas, plataformas de streaming e internet. No obstante las ventajas de estos potenciados mecanismos de distribución (como la promoción del consumo cultural y la tranquilización de las masas por medio del entretenimiento ante el temor por la enfermedad), la violación de la intimidad de los espacios domésticos ha impuesto un orden de consumo inmediato. Sus consecuencias y efectos a largo plazo quedan aún pendientes de manifestación y estudio.
El reporte de números elevados de casos de depresión, ansiedad y aislamiento social voluntario son testimonios de procesos iatrogénicos producidos culturalmente. El rechazo a la “voluntad de sufrir la realidad” como proceso vital ha significado, por tanto, la creación cultural de otros síntomas que afectan los estados vitales, afectivos y sociales de los individuos.
La medicina institucionalizada y cosmopolita ha llegado a ser una grave amenaza para la salud.[19] Sin embargo, resultaría absurdo negar las contribuciones que las prácticas médicas, particularmente clínicas, han tenido en el proceso de curación y procuración de la salud de los afectados por la pandemia por SARS-CoV-2. Asimismo, resultaría obtuso no prestar atención a la indispensable participación de los médicos en la investigación biomédica, clínica y política que ha buscado contrarrestar los efectos del contagio masivo de la enfermedad, así como en la búsqueda de tratamientos eficaces para su distribución global. El practicante médico no es, por sí mismo, el objeto de recepción de la crítica realizada por Illich ni de la extrapolación al momento contemporáneo aquí expuesta.
TOMADA DE QUADRATÍN
Entonces ¿en qué sentido es la medicina una grave amenaza para la salud? Al llevar a cabo una reflexión sobre los procesos iatrogénicos de las patologías y los efectos adversos y contraproducentes en el tratamiento de la enfermedad se ha pretendido evidenciar el carácter primordialmente monopólico, deshumanizante y mercantil de la medicina institucional y cosmopolita. A su vez, se ha buscado visibilizar la fuerte relación que ésta guarda con los sistemas políticos y económicos, así como con las industrias dominantes. Es precisamente este factor el que permite preguntarnos por las condiciones que han posibilitado el surgimiento de las contraproductividades de las prácticas médicas contemporáneas frente a la actual pandemia.
La precarización del trabajo clínico, la falta de materiales sanitarios y la baja inversión económica en investigación biomédica y preventiva son factores que han detonado la crisis e incertidumbre dentro de las mismas instituciones abocadas a la promoción de la salud. Paralelamente, la mercantilización de los cuerpos, la injusticia económica y social, la desigualdad política y la creciente defensa de la propiedad privada por parte del estado son elementos que a lo largo de los circuitos sociales han provocado los síntomas de una ineficiencia en los servicios públicos para la conservación de la salud. Por ello, los procesos iatrogénicos contemporáneos, así como los modos de individuación globales, sólo pueden entenderse en relación con las estructuras políticas, económicas y sociales que las acompañan. Educación sanitaria bien distribuida, arquitectura saludable y maquinaria segura, competencia general en primeros auxilios, acceso igualitario a la educación médica, acompañados de saneamiento, control vectorial e inoculación, serían elementos que, desde la perspectiva de Illich, promoverían una expansión médica en favor de una cultura verdaderamente moderna de la salud.[20]
De acuerdo con el filósofo, Armagedón se ha convertido en una consecuencia posible de la decisión directa del hombre. Para evitar el Apocalipsis ―tanto de los individuos ante la muerte como de las sociedades frente a su extinción― valdría la pena tomar posición frente a los espectros sociales, políticos y económicos que nos enmarcan para generar derivas críticas que nos permitan producir nuevos medios de in-formación.
Bibliografía
- Agamben, Giorgio. “L’invenzione di un’epidemia”. Quodlibet. Recurso disponible en
(https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-l-invenzione-di-un-epidemia), consultado el 30 de marzo de 2020.
- Illich, Iván. “Némesis médica” en Obras Reunidas I. Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2006.
- Simondon, Gilbert. La individuación a la luz de las nociones de forma y de información. Cactus, Buenos Aires, 2015.
Notas
[1] Simondon, Gilbert, La individuación a la luz de las nociones de forma y de información, ed. cit., p. 24.
[2] Illich, Iván, “Némesis médica” en Obras reunidas I, ed. cit., p. 535.
[3] Ibid., p. 539.
[4] Este gesto puede recordar a la lectura sociopolítica del biopoder y la anatomopolítica foucaultiana, así como a la lectura necropolítica de Giorgio Agamben. Sin embargo, el fenómeno no se analiza a la luz de estos planteamientos para medir la potencia crítica de la lectura de Illich respecto a la institución médica.
[5] Op. cit., p. 756.
[6] Simondon, Gilbert, La individuación a la luz de las nociones de forma y de información, ed. cit., p. 24.
[7] Illich, Iván, “Némesis médica” en Obras reunidas I, ed. cit., p. 538.
[8] Op. cit., p. 543.
[9] Los medios masivos de comunicación han reportado en diversas ocasiones los riesgos sanitarios que representan los hospitales para los pacientes y para los “trabajadores de la salud”. De acuerdo con los casos reportados, entre el 10 y 15% de los profesionales médicos en Europa han sido contagiados por el virus. Ver Michael Schwirtz, “Nurses Die, Doctors Fall Sick and Panic Rises on Virus Front Lines”, New York Times, recurso en línea (31 de marzo de 2020) o Raphael Minder y Elian Peltier, “Virus Knocks Thousands of Health Workers Out of Action in Europe”, New York Times, recurso en línea (24 de marzo de 2020).
[10] Op. cit., p. 663.
[11] Op. cit., p. 559.
[12] Op. cit., p. 565.
[13] Op. cit., p. 563.
[14] Op. cit., p. 632.
[15] En México llamó la atención de los medios la muerte de un menor de edad que sucumbió ante una descarga eléctrica provocada por el sistema de bombeo de agua en su domicilio. El menor se había mantenido sin supervisión debido a que su madre había sido diagnosticada con la enfermedad por coronavirus. Casos similares, que no parecen guardar relación con los procedimientos médicos y con las políticas de saneamiento y prevención, sí dejan ver la ineficiencia de las coberturas de protección social debidas, potencialmente, a estructuras de injusticia sociales y económicas. Ver “Muere niño que cuidaba a su madre contagiada de Covid-19”, Excelsior, recurso en línea (05 de abril de 2020).
[16] Agamben, Giorgio, “L’invenzione di un’epidemia”, Quodlibet, recurso en línea (26 de febrero de 2020).
[17] Illich, Iván, “Némesis médica” en Obras reunidas I, ed. cit., p. 636.
[18] Contrario al prematuro diagnóstico realizado por Agamben sobre cuarentenas y resguardos como inminentes anticipos de las políticas de distanciamiento y exclusión. Ver Agamben, Giorgio, “Distanziamiento sociale”, Quodlibet, recurso en línea (06 de abril de 2020).
[19] Illich, Iván, “Némesis médica” en Obras reunidas I, ed. cit., p. 535.
[20] Op. cit., p. 712.
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