Cioran, el vértigo de la ironía

MICHEL BASQUIAT, “IRONY OF A NEGRO POLICEMAN” (1981)

                                                                                                                                                                    

Resumen

El irónico con una conciencia lúcida y lúdica transgrede, irrumpe y revienta; por medio del cuestionamiento y del caos pone al otro y a sí mismo en el borde, en el límite. La ironía produce vértigo, la ironía provoca al cuerpo y el cuerpo a la ironía. El ironista no da respuestas, todo lo contrario, cada cuestionamiento se gasifica y expande en una atmósfera vital en donde se recrea la libertad para que el sujeto se haga cargo de sí mismo mediante una confrontación constante con los otros.

Palabras clave: ironía, vértigo, Cioran, cuerpo, verdad.

 

Abstract

The ironic with a lucid and playful conscience transgresses, breaks in and explodes; Through questioning and chaos he puts the other and himself on the edge, on the limit. Irony produces vertigo, irony provokes the body and the body irony. The ironist does not give answers, on the contrary, each questioning gasifies and expands in a vital atmosphere where freedom is recreated for the subject to take charge of himself through constant confrontation with others.

Keywords: irony, vertigo, Cioran, body, truth.

 

Cuando lo hemos negado todo frenéticamente y hemos aniquilado radicalmente las formas de existencia, cuando un exceso de negatividad ha acabado por liquidarlo todo, ¿a quién atacar, sino a nosotros mismos? ¿De quién reírse y a quién compadecer? Cuando el mundo entero se ha derrumbado ante nosotros, nosotros también nos derrumbamos irremediablemente. La infinitud de la ironía anula todos los contenidos de la vida […] la única ironía digna de ese nombre es la que sustituye a una lágrima o a un espasmo, por no decir a una risa sarcástica o criminal.

Emil Cioran

 

La ironía es un recurso del pensamiento que transgrede todo formalismo del lenguaje y la experiencia, unas veces envileciendo y otras tantas vitalizando al espíritu. Es una afección que provoca rencor o risa, creadora de múltiples sentidos. Puede presentarse también como un tropo que, a manera de metáfora, metonimia o sinécdoque, irrumpe en los mortificados espacios y tiempos que los agrios y retorcidos burócratas, con solemne gesticulación, pretenden administrar. El vértigo de la ironía irrumpe y revienta todo tiempo y espacio burocratizado, por eso el irónico dice “mi misión consiste en matar el tiempo y la de éste es matarme a mí. Entre asesinos nos llevamos de perlas”.[1] Un burócrata o un abogado irónico, si eso es posible, diría “[…] no hago nada, es cierto. Pero veo pasar las horas -lo cual vale más que tratar de llenarlas-“.[2]

 

La ironía quiere que no exista persona más vulnerable, más susceptible, menos dispuesta a reconocer sus defectos, que el maldiciente. Bastaría citarle la mínima parte de lo que se dice sobre él para que pierda el control, se desate y se ahogue en su bilis, y en el vértigo provocado por la ironía.[3]

 

El vértigo provoca mareos, sensación de que todo el entorno da vueltas o se mueve, inestabilidad o pérdida del equilibrio, náuseas y vómitos. Los episodios vertiginosos pueden desaparecer por algún tiempo, pero luego vuelven a aparecer, sin previo aviso. La ironía produce vértigo, porque

 

Al principio [quizás] se comprende, después se empieza a girar, luego es un torbellino incluso, sin pavor, y uno piensa que va a hundirse y, efectivamente, se hunde. No es, sin embargo, un verdadero hundimiento, ¡sería hermoso! Volvemos a la superficie, respiramos, comprendemos de nuevo, nos sorprende ver que parece decir algo y entender lo que está diciendo; después empieza otra vez el vértigo y sobreviene el hundimiento total… Pretende ser profundo y lo parece. Pero en cuanto uno se recupera, se da cuenta de que sólo es oscuro, y que el intervalo entre la verdadera profundidad y la profundidad buscada es tan importante como la que existe entre una revelación y una manía.[4]

 

La ironía provoca al cuerpo, produce sensaciones o, quizás, más bien al contrario, el cuerpo y sus sensaciones son quienes incitan a la ironía. Porque, aunque “[…] nos olvidamos del cuerpo, el cuerpo no nos olvida. ¡Maldita memoria de los órganos!”.[5]  Al irónico le basta un guiño, un ademán, una mueca, un resbalón o un simple sonido emitido por el cuerpo, para desarmar al más tieso, orgulloso y engreído de los individuos. Porque, “[…] cualquiera que posea [o, mejor dicho, sea] un cuerpo tiene derecho al título de [condenado]. Si, además, está aquejado de un <<alma>>, no hay [maldición] a la que no pueda aspirar”.[6]

 

Cuerpo e ironía se provocan mutuamente, es un doble acontecer del pensamiento, un ritmo sincopado que suprime cierto modo de ser de las cosas y las personas, que anula, invierte o complementa la existencia. Así Cioran dice: “Cuando mi cuerpo me falla, me pregunto cómo luchar, con semejante carroña, contra el abandono de los órganos”.[7]  Sin duda, cuando el cuerpo falla sufrimos y mientras no sufrimos [decimos con orgullo nietzscheano que] vivimos en la falsedad. Pero cuando empezamos a sufrir, sólo entramos en la verdad para echar de menos lo falso.[8]  De esta manera “[…] la idea del Eterno Retorno sólo puede captarla plenamente quien padece enfermedades crónicas, por tanto recurrentes, y tiene así la ventaja de ir de recaída en recaída, con toda la reflexión filosófica que ello implica”.[9]  Por eso Cioran dice en una carta a Savater “Mi estado de salud, afortunadamente malo, es en gran parte responsable de la dirección, del color, de mis pensamientos”.[10]

 

El ironista ofrece siempre una cuerda para recuperar al ironizado, procura no reventar la situación, sino que tensando la elasticidad de la circunstancia la lleva hasta su límite sólo para desnudar sus sentidos y prefigurar otros. Quien ironiza asume que él mismo puede ser su propio objeto, él mismo pone en riesgo su propio límite. “La auto-ironía es, en efecto, una expresión de la desesperación: habiendo perdido el mundo, nos perdemos a nosotros mismos”[11].  El ironista impugna las esperanzas, las ilusiones, las creencias, propias y ajenas.

 

El ironista no da respuestas, todo lo contrario, cada cuestionamiento se gasifica y expande en una atmósfera vital en donde se recrea la libertad para que el sujeto se haga cargo de sí mismo mediante una confrontación constante con los otros. El ironista no aconseja, no dice verdad ni mentira, sólo disloca los sentidos petrificados por una gramática formal y remite a una multiplicidad de referentes. El ironista es amante del caos, reniega del orden, de la regla y de la norma aunque no deja de reconocerse en ellas pero sólo con la intención de provocarlas, de alterarlas, de mostrarles su inmunda, rígida y pesada inmediatez. Por ejemplo, dice Cioran

Los aztecas tenían razón en creer que había que apaciguar a los dioses, ofrecerles a diario sangre humana para impedir que el universo se viniera abajo, que regresara al caos. Desde hace tiempo ya no creemos en los dioses ni les ofrecemos sacrificios. Y, no obstante, el mundo sigue ahí. Sin duda. Sólo que no tenemos la suerte de saber por qué no se desbarata en el acto.[12]

El ironista hace de la provocación creativa y distorsionada una forma de existencia.

 

Resulta claro que no es lo mismo el ironista que el sarcástico, estos últimos, personajes que abundan cada vez más en este mundo, son aquellos que con elocuencia adelantan la burla para luego, con cierta gracia, huir tras bambalinas a fin de eludir la crítica a su persona. El ironista no abandona el escenario, soporta con una sutil sonrisa la reacción, muchas veces desconcertada, de quienes lo rodean. El sarcástico, con un falso manto de ironía, habla desde un pedestal, incapaz de arriesgar el pellejo ni un céntimo, debido, quizás, a la imposibilidad de aceptar las propias debilidades y dolencias de su vida. El irónico conversa, a nivel del piso, arriesga su propia carne y sangre, ilusiones y esperanzas, creencias y seguridades, aceptando en cada palabra su propia decadencia.

 

Se trata de una doble conciencia: lúcida y lúdica, que en un primer instante se fija a la experiencia, crédula, analítica, seria y confiada del mundo, siempre como conciencia afirmativa de algo. En un segundo momento, la conciencia irónica es esa alegre mueca descreída e interrogativa que ya no busca sincronizar la sensibilidad con la razón sino recrear el mundo en los confines de su experiencia. Lúcido y lúdico; las palabras del ironista atraen fantasmas, espectros y figuras condenadas al olvido por una legalidad insípida y arraigada en la pesadumbre de las costumbres. Aunque no todo en la ironía es del orden de la conciencia, también en su no conciencia la ironía se realiza, ya que nos revela aquello que ni nosotros mismos sabíamos que ignorábamos y que a la vez ignorábamos que sabíamos. Por eso “[…] ante una tumba se imponen las palabras juego, impostura, broma, sueño. Imposible pensar que la existencia sea un fenómeno serio. Certeza de un engaño desde el principio. En la base, se debería escribir en el dintel de los cementerios: <<Nada es trágico. Todo es irreal>>”.[13]  Porque ¿Qué sería de nuestras tragedias si un insecto nos presentara las suyas? Aunque, Cioran ante una gran exposición de insectos, en el momento de entrar, da media vuelta y dice: ¡no estaba yo para admiraciones![14]

 

Al igual que la violencia, la ironía es una partera, sólo que en este caso no de revoluciones sino de pensamientos dislocados, fuera de lugar, amenazantes del orden. La ironía teje finamente enredos que permiten librarnos de un mundo insignificante, aburrido y banal. Por eso, “si antaño, frente a un muerto me preguntaba: <<¿De qué le sirvió nacer?>>, hoy me pregunto lo mismo ante cualquiera que esté vivo”.[15]  Quizás la ironía más universal es aquella que, por más que nos engañemos, nos hace reconocer que la vida, que el mundo, no tienen ningún sentido en sí mismo y que a pesar de todo, hacemos como si: “A pesar de que la vida me resulta un suplicio, no puedo renunciar a ella, dado que no creo en lo absoluto de los valores por los que debería sacrificarme. Si he de ser sincero, debo decir que no sé por qué vivo, ni por qué no dejo de vivir. La clave se halla, probablemente, en la irracionalidad de la vida, la cual hace que ésta perdure sin razón”.[16]

 

La ironía es el rompimiento del sentido ordinario, es una dislocación no sólo del pensamiento, sino también de la entonación que da “otro” sentido a las frases de la vida. Entonación que ofrece las marcas o advierte el “verdadero” sentido de la frase irónica. Por lo tanto, la ironía sólo es para quien tiene la posibilidad de des-entonar, de des-afinar en la construcción armónica, melódica y rítmica del tedio que puede resultar lo cotidiano. Así como la ironía desentona y desafina para construir la tensa armonía y melodía, “[…] el vértigo […] aspira a la forma [al equilibro] de la misma manera que el caos posee virtualidades cósmicas”.[17]

 

El ironista que simula su ignorancia se arriesga a la Odisea de su vida. En cada acto o frase irónica abandona la seguridad del puerto y con la modestia de un rey se arroja al conocido y fantástico viaje del no-saber, a la irradiante oscuridad de la genial ignorancia. El saber del ironista, el evidente disfraz del no-saber, es sabiduría descarnada, el saber que es inconmensurable a la filosofía, por eso:

 

Nada más exasperante que la ironía sin falla, sin descanso, que no le deja a uno tiempo para respirar, y menos para reflexionar, la ironía que, en vez de pasar desapercibida, de ser ocasional, es masiva, es automática, y está en las antípodas de su naturaleza esencialmente delicada. Tal es, en todo caso, el uso que de ella hace el alemán, el ser que, por haber meditado tanto sobre ella, es el menos capaz de practicarla.[18]

 

La ironía derrumba la solemne seguridad, incomoda el tedio del quehacer cotidiano, desnuda aquellos cuerpos yertos tan comunes y corrientes en nuestra sociedad. El ironista constantemente amenaza lúdicamente el rigor, porque cuanto más sólida, inalterable y rigurosa es la vida mayor es su riesgo, momentos fértiles para la ironía, quien sólo con un sutil toque quiebra el concreto y lo concreto. El irónico sólo tiene elección de verdades irrespirables porque, “[…] únicamente las verdades que no permiten vivir merecen el nombre de verdades”.[19]  Por eso sus preguntas y respuestas son:

 

 […] ¿el sufrimiento? -estéril y limitado; ¿el entusiasmo? -impuro; ¿la vida? -racional; ¿la desesperación? -menor y parcial; ¿la eternidad? -una palabra vacía; ¿la experiencia de la nada? -una ilusión; ¿la fatalidad? -una broma […] El problema es que nunca he llorado, pues mis lágrimas se han transformado en pensamientos tan amargos como ellas.[20]

 

El irónico se ríe de la búsqueda por la verdad y de la seriedad de la reflexión. Porque sabe que “[…] si las olas se pusiesen a reflexionar, creerían que avanzan, que tienen una meta, que progresan, que obran en bien del Mar, y no se privarían de elaborar una filosofía tan necia como su celo”.[21] Esta conocida condición tan nuestra es risa ahogada, es llanto contenido, es silencio reprimido, es nada inhibida. El ironista es un Sísifo alegre, que hace del insoportable aburrimiento de “la vida” su campo de juego, sabe que de la ausencia de esfuerzo nace el brío y que gracias a la energía el descanso es posible. La roca es nuestra aletargada vida, el ascenso y descenso son interminables, el último aliento en la cima antes de mirar el impúdico fardo en la planicie es eterno. De esta conocida circunstancia llora y ríe el ironista porque la lucha y la pena por llegar a las cumbres basta para llenar el corazón del irónico. ¿Acaso no es para llorar de risa, dar todo, darse todo para colmarse de nada, llenarse de tanta sabia vitalidad para ahogarse en la ignorancia de la muerte, colmarse de tanto para ahogarse por nada? Sócrates el mayeuta debió gozar su doliente infertilidad.

 

La ironía sonríe frente a las anheladas ideas de justicia y derecho, ya que ambas nacieron de una generosa violencia que hace de la ley un valor universal que aplica para todos sin distinción, como diría Anatole France “la ley prohíbe de igual manera a ricos y pobres el pernoctar bajo puentes”. El rostro risueño del ironista dice ante la aplicación de la ley ¿qué importancia tiene? aún y con el cuerpo angustiado por la injusticia de sus actos. La balanza de la justicia es desequilibrada por el vértigo de la ironía, por eso la ironía nunca es justa ni pretende justicia. La ironía también sonríe ante la libertad que no es otra cosa que la conciencia de necesidad del vacío, una conciencia irónica que es irreverente que impugna lo asombroso, lo original, lo sagrado y que alegra o hace llorar a los rostros demasiado solemnes. Como una orquesta de gitanos en medio de una misa oficiada por cardenales.

 

La ironía sabe que sólo debería importunar a alguien para anunciarle un cataclismo de su propia existencia o para hacerle un cumplido capaz de darle vértigo. El vértigo que produce la ironía es el vértigo que constituye toda ironía:

 

La vida crea la plenitud y la vacuidad, la exuberancia y la depresión; ¿qué somos nosotros ante el vértigo que nos consume hasta el absurdo? Siento que la vida se resquebraja en mí a causa de un exceso de intensidad, pero también de desequilibrio, como si tratase de una explosión incontrolable capaz de hacer estallar irremediablemente al propio individuo […] Quienes viven sin preocuparse por lo esencial se hallan salvados desde el principio; pero ¿tienen algo que salvar ellos, que no conocen el mínimo peligro [el mínimo mareo y la mínima náusea]?.[22]

 

Cioran confiesa a Savater[23]  que es un poco filósofo, en la medida en que, a favor de sus achaques, se ha atareado en avanzar siempre hacia un más alto grado de inseguridad y peligro. Y Savater dice que Cioran dista mucho de ceder a la tentación de la metafísica, yo agregaría de la filosofía, que, frente a ella, elige la sencillez y el humor, la ironía, lo azaroso, lo venial o, en resumidas cuentas: la literatura. No podemos negar que Cioran desgarra el pensamiento al mismo tiempo que repara y anima las palabras. Así, Cioran, como el alegre Sísifo, desde las cimas del desesperado saber sonríe a la piedra que está al pie de la montaña. Leer a Cioran es colocarse en el vértigo de la ironía, es asumir la vaciedad que inunda todo instante vital. Por eso, tal vez el vértigo de la ironía en Cioran lo coloca entre filosofía y literatura.

 

Bibliografía

  1. Cioran Emil. En las cimas de la desesperación, Tusquets, Barcelona, 2009.
  2. Desgarradura, Tusquets, Barcelona, 2004.
  3. Del inconveniente de haber nacido Quality EPUB V0.27, 2011.
  4. Savater, Fernando, Todo mi Cioran, Ariel, Barcelona, 2018.

Notas
[1] Cioran, Emil. Desgarradura, ed. cit., p. 106.
[2] Cioran, Emil. Del inconveniente de haber nacido. ed. cit., p. 3.                           
[3] Ibid., pos. 863, p. 57.
[4] Ibid., pos 760, p. 50.
[5] Cioran, Emil. Desgarradura, ed. cit., p. 18.
[6] Cioran, Emil. Del inconveniente de haber nacido. ed. cit., p. 111.
[7] Ibid. pos.1496, p. 98.
[8] Cioran, Emil. Desgarradura, ed. cit., p. 160.
[9] Ibid., p. 91
[10] Savater, Fernando, Todo mi Cioran, ed. cit., p. 15.
[11] Cioran Emil. En las cimas de la desesperación, ed. cit., p. 157.
[12] Cioran, Emil. Del inconveniente de haber nacido. ed. cit., p. 98.
[13] Ibid., pos.893, p. 59.
[14] Cioran, Emil. Desgarradura, ed. cit., p. 154.
[15] Cioran, Emil. Del inconveniente de haber nacido. ed. cit., p. 14.
[16] Cioran Emil. En las cimas de la desesperación, ed. cit., p. 63.
[17] Ibid., p. 154.
[18] Cioran Emil. Del inconveniente de haber nacido. ed. cit., p. 58.
[19] Cioran, Emil. Desgarradura.. ed. cit., p. 20.
[20] Cioran, Emil. En las cimas de la desesperación. ed. cit., p. 64.
[21] Cioran, Emil. Desgarradura.. ed. cit., p. 140.
[22] Cioran, Emil. En las cimas de la desesperación. ed. cit., p. 21.
[23] Cf. Savater, Fernando, Todo mi Cioran, ed. cit.