El desbordamiento: la explotación animal y las próximas pandemias

UNSPLASH.COM, NATALIE NG, BUTCHER’S SHOP, SHEK KIP MEI MARKET, HONG KONG, AUGUST 2016

 

Resumen

Desde la década de 1970, la denuncia de la violencia en contra de los animales ha llevado a un cuestionamiento ético: la causa animal se transformó en lucha política. Sin embargo, nunca las sociedades han explotado, torturado y matado a los animales tanto como hoy. En el contexto de la actual pandemia por el SARS-CoV-2 debida a una zoonosis, sostenemos que es la crueldad de un modelo económico y cultural el que está comprometido ante la crítica filosófica. Es un modelo que supone dinámicas de valoración de la vida de seres vivos, de su trato en vida y en el proceso de ser muertos, así como la autovaloración del ser humano en su relación con los ecosistemas y la vida a costa de otros seres.

Palabras clave: COVID-19, ecología, violencia, animales, zooética, desbordamiento.

 

Abstract

Since the 1970s, the critique of violence against non-human animals has led to deep ethical questionings: the “animal cause” became a political struggle. However, never have societies exploited, tortured, mutilated and slaughtered animals as much as they do now. In the context of the current SARS-CoV-2 pandemic, due to a zoonosis, we claim that the responsibility and the cruelty of the current economic and cultural model are to be analyzed philosophically. Indeed, such a model presupposes dynamics of valuation of other species’ lives, of how they are treated while they are alive and how they are killed, as well as the privileging of human beings in their relationship with ecosystems and life itself, at the expense of other living beings.

Keywords: COVID-19, ecology, violence, animals, zooethics, spillover.

 

Frédéric Neyrat, en su libro Biopolitique des catastrophes [Biopolítica de las catástrofes], publicado en el 2008, explicaba que los gobiernos, los medios de comunicación y de salud, tan absorbidos en el manejo inmediato de las emergencias, nunca ponen en cuestión sus causas sociales, económicas, culturales y antropológicas.[1] El filósofo francés analiza que, a pesar de su carácter sorprendente, o a pesar de su carácter de evento, la catástrofe implica procesos ya en marcha antes de que se manifieste la emergencia. Como lo señala Frédéric Neyrat, una catástrofe siempre sale de alguna parte, siempre ha sido preparada, y siempre tiene una historia. ¿Pero qué criterios analíticos nos permitirían evitar estas catástrofes?

 

Una posible manera de proceder en este sentido se encuentra, quizás, en la idea que toda vida está interconectada, que la violencia hacia los demás animales tiene repercusiones graves sobre las propias vidas humanas. Que el maltrato de la vida animal desborda hacia la propia muerte humana.

 

Como lo vamos a ver, existe una correlación entre la pandemia de COVID-19 —y las pandemias en general— y la explotación animal y ambiental. En efecto, esta es la era geológica, llamada el Antropoceno, que define la capacidad técnica y tecnológica del ser humano de transformar el sistema terrestre.[2] Lo cual implica que la responsabilidad humana en la crisis pandémica es grande. De tanto invadir el hábitat natural de los animales salvajes, el ser humano termina frecuentando especies de las cuales no se acercaría en el orden natural de las cosas. Los agentes patógenos de un virus están en continua búsqueda de huéspedes y, debido a la nueva proximidad entre humanos y animales salvajes, terminan cruzando la barrera inter-especie. Es importante pensar esta pandemia como consecuencia de la racionalidad de uso, explotación y expolio de un modelo cultural y económico capitalista: un modelo profundamente ciego a los límites del planeta, a los límites de la ética, absurdamente ciego a cualquier límite. Es toda nuestra civilización, como bien lo dice el filósofo francés Jean-Luc Nancy, la que está ahora puesta en duda con esta pandemia.[3]

 

De tal manera, sería perjudicial pensar que esa pandemia es un hecho aislado, en vez de entenderla como un fenómeno estructural implicando elementos bioculturales, bioéticos, sanitarios, sociopolíticos, económicos, ecológicos y éticos. Sin embargo, pocos son los gobiernos preparados para entender esa crisis en toda su amplitud. Las estrategias de contención de la pandemia se concentran tanto en la emergencia, que se olvidan las causas estructurales que llevan a que un patógeno termine siendo un fenómeno global.

 

Esa situación de enfermedad global nos invita a cuestionar nuestra relación con el medio ambiente, y más específicamente, con los animales no-humanos que comparten nuestro planeta. Mientras Pekín prohíbe el consumo de animales salvajes,[4] mientras los contornos del mundo pospandemia de la “nueva normalidad” se están dibujando, una pregunta emerge: ¿el COVID-19 modificará nuestra relación con los animales no-humanos y con el medio ambiente?

 

Un inquietante desbordamiento

 

En un artículo de The Guardian del 28 de Marzo de 2020 titulado “Is Factory Farming to Blame for Coronavirus?”,[5] se le da la palabra al biólogo estadounidense Robert G. Wallace, cuyas conclusiones son claras: existe una conexión entre el virus y nuestra relación con la ecología. El artículo designa claramente la ganadería industrial como principal culpable de la pandemia de COVID-19.[6] Wallace ya había publicado esas conclusiones en 2016, en un libro titulado Big Farms Make Big Flu (“Las macrogranjas producen macrogripes”), destacando por ejemplo las correlaciones que existen entre las prácticas agrícolas capitalistas industrializadas y la etiología de las epidemias que se han desatado en las últimas décadas.[7]

 

En efecto, las ganaderías industriales se han extendido hacia los espacios naturales, hacia ecosistemas hasta hace poco intocados por la mano humana. Han empujado la presencia humana cada vez más hacia las orillas de la selva, cada vez más hacia el hábitat natural de animales salvajes, potenciales portadores de un virus, como los murciélagos o los pangolines. La densidad y la frecuencia de los contactos humanos con el mundo animal salvaje aumentan al mismo tiempo que se incrementan los riesgos de epidemia.

 

Los animales explotados en las ganaderías ubicadas en lo que hace poco aún era un bosque, ahora entran en contacto estrecho con animales salvajes potencialmente portadores de patógenos. Robert G. Wallace escribe que, desde la década de 1970, la ganadería industrial de “integración vertical” se expandió desde sus orígenes en el sudeste de Estados Unidos al resto del planeta: “[…] nuestro mundo está rodeado de ciudades de millones de aves y cerdos de monocultivo, apretados los unos a los otros, una ecología casi perfecta para la evolución de múltiples cepas de influenza”.[8] El ganado, apretado en condiciones de hacinamiento problemáticas tanto ética como sanitaria, y en contacto permanente con sus carceleros humanos, se transforma entonces en un verdadero laboratorio vivo para el desarrollo de un virus. Tales dimensiones de ganadería, en tales densidades de población animal, deprimen la respuesta inmune de los animales y así facilitan los riesgos de transmisión de enfermedades. El hecho, que cientos de miles de cerdos, vacas y aves sean comprimidos, unos pegados a los otros y en muchos casos sin ver la luz del sol o ni siquiera con buena ventilación, facilita la propagación de un virus.

 

De allí empieza la cadena del contagio. Así, el virus saltó de un animal salvaje a un animal doméstico, por causa de la extensión geográfica generalizada de la industria agroalimentaria y más específicamente de la invasión humana de los bosques primarios. Luego, el virus salta de un animal doméstico contaminado a todo el resto del ganado, todo comprimido en un espacio muy reducido. De la infección del ganado a la infección del ser humano encargado, sólo queda un pequeño paso. Finalmente, en un mundo globalizado, ese último pequeño paso puede darse en la posibilidad del aerotransporte, en cuestión de algunas horas, a cualquier otra parte del planeta.

 

A este pasaje del virus desde su portador no-humano a su primer portador humano se le llama “desbordamiento” del agente patógeno, spillover en inglés.[9] También ocurre en lugares como los “mercados húmedos” en China, en donde se venden animales en lugares muy concurridos, creando así las condiciones perfectas para el salto del virus entre especies no-humanas y el ser humano, especies que nunca estarían en contacto en su hábitat natural.[10] Los modelos agronómicos modernos están facilitando gravemente esta interfaz, este desbordamiento, produciendo así enfermedades pandémicas zoonóticas cada vez más frecuentes, y cada vez más mortales.

 

Una zoonosis es una enfermedad que se transmite de los animales no-humanos a los animales humanos. Los seres humanos no son víctimas inocentes de este desbordamiento de los virus. La interferencia humana con los espacios naturales de los animales salvajes, mediante, entre otras cosas, la expansión geográfica del modelo industrial de agricultura y más específicamente de las ganaderías industriales, lo facilita.

 

Es importante advertir que cada nueva pandemia no es un accidente aislado. La emergencia pandémica está estrechamente relacionada con la producción alimentaria industrial y con la rentabilidad que esa producción implica para las multinacionales agroalimentarias.

 

De la industrialización de los animales a la industrialización de las pandemias

 

En efecto, en el caso del SARS-CoV-2, como en el caso de la gran mayoría de las epidemias,[11] la correlación entre la pandemia y la explotación industrial de los animales es evidente. El COVID-19, y otras epidemias tales como Ébola, el VIH, el MERS, el SARS, la enfermedad de las “vacas locas”, la gripe porcina o la gripe aviar (y tantas más) tienen algo que ver, de una forma u otra, con el maltrato animal; todas son enfermedades zoonóticas.[12]

 

Más allá de los problemas geográficos planteados por las ganaderías industriales que comen espacios naturales, como ya lo hemos mencionado, el mero consumo de carne también está en juego en el desarrollo de esas pandemias. El VIH empezó por el consumo de carne de chimpancé;[13] Ébola, por el consumo de murciélago,[14] la gripe aviar y porcina, tanto como la enfermedad de las “vacas locas” (aunque los únicos locos seamos nosotros, cuando les damos de comer harina de cadáver de vacas a otras vacas…) empezaron en ganaderías industriales dedicadas a la producción de carne;[15] y ahora, el COVID-19, parecería que se lo debemos, en gran parte, a los “mercados húmedos” chinos que comercializan animales de todo tipo, incluso animales salvajes y en peligro de extinción, mantenidos vivos en jaulas minúsculas para poder consumirlos a pedido.[16]

 

Por lo mismo, la explotación de los animales tiene mucho que ver con el desarrollo de esas pandemias. El comercio descontrolado de animales aumenta peligrosamente el riesgo de las enfermedades zoonóticas. No podemos culpar a los chinos, y mucho menos a los murciélagos (en México se llegó hasta salir en las noches a matar murciélagos para proteger a la comunidad…)[17] o a los pangolines por lo que nos está pasando. Como lo dice Christine Johnson, investigadora del Instituto OneHealth de la Escuela de Veterinaria de la Universidad de California Davis: “[…] los humanos estamos impulsando el cruce de virus de animales a humanos. Y hay acciones que debemos tomar en lugar de esperar pasivamente a la próxima pandemia”.[18]

 

En medio de esta pandemia por el SARS-CoV-2 sostenemos que son la responsabilidad y la crueldad de un modelo económico y cultural las que están comprometidas ante la crítica filosófica, puesto que suponen la dinámica de un proceso de valoración de la vida de otros seres vivos, de su trato en vida y en el proceso de ser muertos, así como la autovaloración del ser humano en su relación con los ecosistemas y la propia vida a costa de otros seres no-humanos.

 

Un reporte conjunto de la Organización Mundial de la Salud, de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y de la Organización Mundial de Sanidad Animal del 2004 lo formuló con claridad: el incremento de la demanda en proteína animal es uno de los factores de riesgo más importantes cuando de epidemias se trata.[19] El consumo de animales aumenta significativamente el riesgo de que pandemias así aparezcan.[20] De hecho, cabe señalar que, en el momento en el que estoy escribiendo estas líneas, en Agosto de 2020, acaban de detectar en China, entre las ganaderías industriales de producción de carne de cerdo, una nueva cepa de gripe, “[…] que podría convertirse en la nueva pandemia tras el COVID-19”.[21]

 

La industrialización globalizada de la explotación de los animales implica la industrialización globalizada de la producción de epidemias. Las estrategias de negocio de las corporaciones ganaderas, ciegas a las cuestiones de salud pública, están produciendo pandemias a escala industrial.[22]

 

Problemas de ética animal en tiempos pandémicos

 

En este contexto, cabe preguntarse: ¿nos daremos cuenta que el consumo de carne, más allá de ser solamente un problema de ética personal, más allá de causar la matanza de billones de animales sensibles cada año, también hace correr a toda la humanidad el riesgo de pandemias mortíferas? ¿Tendrá algún impacto sobre nuestro consumo de carne?

 

Una gran mayoría de personas está ahora dispuesta a aceptarlo: nuestro actual sistema de producción de carne tiene implicaciones, no solamente sanitarias sino también ecológicas, ecoéticas. Recordemos la sensibilización social que se ha logrado con los videos que desde hace un par de décadas visibilizan el terror de los animales en el pasillo de muerte de los mataderos, o la situación de las gallinas, amontonadas en minúsculas jaulas, los cuales aportaron la prueba de las violencias extremas que se infligen a los animales no-humanos, hecho ineluctable por la continua y desenfrenada búsqueda del beneficio económico y la satisfacción de consumo de proteína animal en las sociedades complejas avanzadas por la industrialización hoy por hoy.

 

Un paso atrás hacia la historia de la filosofía nos permite atestiguar que matar a un animal es asesinar a uno de nuestros más cercanos parientes.[23] Así, pues, según Cicerón, Pitágoras afirmaba que no solamente existe una comunidad recíproca hacia los dioses, sino que también existe una comunidad recíproca hacia los animales que no poseen el don de la palabra.[24] Es decir que la comunidad es una: el oikeiosis o relación de apropiación, un tema discutido con frecuencia en el mundo antiguo, nos permite desplegar un sentimiento de semejanza, de parentela con los demás vivientes. En este sentido, según Pitágoras, la violencia en contra de los animales, consumirlos, matarlos, no solamente es una injusticia hacia los animales, también hacia nosotros: constituye una violencia hacia una parte de nosotros mismos.[25]

 

En Sobre si es más útil el agua o el fuego, Plutarco, dirigiéndose a Soclarus, abre el diálogo sobre la constatación de la creciente insensibilidad de los humanos hacia las demás especies.[26] Los humanos se hicieron tan insensibles que se han otorgado el derecho de administrar la muerte a cualquier animal, e incluso lo están disfrutando, escribe Plutarco.[27] Según el filósofo e historiador griego, los animales merecen compasión, virtud de una racionalidad comprensiva de sus relaciones y conexiones con la Naturaleza. Ser compasivos, entonces, ante seres que tienen sensaciones, deseos, sentimientos e inteligencia.[28]

 

Plutarco es muestra de una racionalidad filosófica afinada ante el maltrato y muerte de seres no-humanos, intrahistoria en filosofía que denunció la violencia infligida contra animales. ¿En este momento de contingencia por una pandemia ocasionada por la zoonosis no sería pertinente hacer una revisión crítica de dicha intrahistoria?

 

Hoy sabemos que los animales no funcionan como un simple mecanismo, como lo pensó René Descartes en su momento.[29] Los avances de la biología son inequívocos: los animales tienen capacidades sensibles, pueden sentir el dolor.[30] En efecto, los avances científicos, biológicos, etológicos, nos permiten ahora saber que la gran mayoría de los animales no-humanos, al igual que nosotros humanos, tienen un sistema nervioso desarrollado que les permite sentir el dolor. Podríamos suponer que su estatus de seres sensibles, sintientes, hace de los animales objetos de derecho, justifica la existencia de un imperativo moral en respetar sus necesidades etológicas, y que los integremos como parte de una misma comunidad moral.

 

La máquina antropológica

 

Y sin embargo, nuestra época explota, tortura y administra muerte a los animales no-humanos como nunca antes en la historia de la humanidad. Como lo escribe Robert Wallace, los Estados Unidos pasaron de producir 300 millones de pollos en 1929 a la producción de 6 billones de pollos en 1992.[31] Según el reporte de 2015 del USDA (el Departamento de Agricultura de Estados Unidos), el país produjo 8.54 billones de pollos y 99.8 billones de huevos[32] en 2014. Como bien está descrito en la introducción del libro Los filósofos y los animales: “Como en ningún otro momento de la historia los animales han sido convertidos en objeto instrumental y cosificados para el consumo voraz”.[33] ¿Cómo explicar que los descubrimientos científicos de Darwin, o los estudios más recientes en cuanto a los riesgos de la cría y del consumo de carne para la salud pública, no desencadenaron un cambio significativo en nuestras relaciones con los animales no-humanos?

 

Un posible elemento de respuesta a esta pregunta se encuentra en el concepto de la “máquina antropológica” de Giorgio Agamben. La máquina antropológica refiere a la dicotomía, al abismo entre los humanos y los otros animales, en la forma de una entidad operativa: la máquina.[34] Agamben explica que la máquina antropológica opera en nuestro “vínculo ausente” con los animales no-humanos.[35] Según él, este vínculo ausente se puede resolver humanizando al animal o animalizando al humano. Esta máquina antropológica es, nos explica, la fuerza invisible que ha causado y sigue causando la creación del abismo antropozoólogico.[36] El concepto de la máquina antropológica es un diagnóstico a la historia de la ciencia y de la filosofía, a través de las cuales los humanos se han creado en contra del animal.[37]

 

Hemos enfatizado en este artículo que esa máquina antropológica sigue operando. La industria agroalimentaria capitalista, basada en la explotación animal como modo de reproducción social, es en efecto una parte integrante de la máquina antropológica. Se evidenció la relación de causalidad que existe entre la explotación animal industrial y la emergencia de las pandemias. La superproducción de carne implica, como lo hemos señalado, prácticas que desatan riesgos de pandemias mortales, con lo cual ponen en peligro a toda la humanidad, además de provocar graves daños ecológicos y éticos. Aunque solamente fuese por una cuestión de salud humana, debemos ceder al análisis crítico de un sistema industrial de explotación animal que no es viable ni sustentable.

 

En nuestros días, más que nunca, el modelo económico, político y cultural globalizado está comprometido ante la crítica filosófica: se trató en esa colaboración de un modelo que implica dinámicas de un proceso de desvaloración de la vida de otros seres vivos, así como la sobrevaloración del ser humano en su relación con los ecosistemas y la propia vida de los otros animales.

 

Es en esa crisis que deberá pensarse el alcance y la pertinencia que tiene hablar de la cuestión animal. Este contexto representa el momento ideal para replantear nuestra relación con los animales no-humanos. Para poder mantener nuestra salud como seres humanos, para reducir en la medida de lo posible más episodios pandémicos por zoonosis, para proteger a nuestro medio ambiente, pero, sobre todo, para poder construir una sociedad más ética, más justa y más pacífica, es necesario pensar nuestro consumo de carne y productos derivados, de considerar el ritmo y la cantidad de las ganaderías y repensar nuestra relación con el medio ambiente y con la vida.

 

Es de suma importancia refundar la ética y el modelo político en torno a una reflexión sobre lo que es la vida, más allá de la sola vida humana, desglosando el concepto antropocéntrico de vida, y así, por fin, conjugar ecología y existencia humana, vida y existencia humana, dándole así un lugar político y ético central a todos los seres vivos.

 

Bibliografía

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Notas
[1] Neyrat, Frédéric, Biopolitique des catastrophes, ed. cit., p. 26.
[2] Ver Arias, Manuel, El Antropoceno, ed. cit.; o Paul Josef Crutzen, “The Anthropocene”, ed. cit., pp. 17-18.
[3] Nancy, Jean-Luc, « Eccezione Virale », ed. cit.
[4] Lee Meyers, Stephen, “China Vowed to Keep Wildlife Off the Menu, a Tough Promise to Keep”, ed. cit.
[5] Spinney, Laura, “Is Factory Farming to Blame Coronavirus?”, ed. cit.
[6] Ibidem.
[7] Wallace, Robert, Big Farms Make Big Flu, ed. cit., p. 59.
[8] Ibidem, p. 38.
[9] Ver el destacado análisis de Quammen, David, Spillover: Animal Infections and the Next Human Pandemic, ed. cit.
[10]Martins, Alejandra, “Si queremos evitar que los virus se transformen en pandemias debemos cambiar radicalmente nuestros patrones de consumo”, ed. cit.
[11]Ver la exposición detallada del libro de Wallace, Robert, Big Farms Make Big Flu: Dispatches on Infectious Disease, Agribusiness, and the Nature of Science, ed. cit., pp. 58-108.
[12] WHO, FAO, OIE, Joint consultation on emerging zoonotic diseases, ed. cit., pp. 62-63.
[13]  Aghokeng, Avelin, et al., “Extensive survey on the prevalence and genetic diversity of SIVs in primate bushmeat provides insights into risks for potential new cross-species transmissions” ed. cit., p. 386.
[14] Baudel, Hélène, et al., “Understanding Ebola virus and other zoonotic transmission risks through human-bat contacts: Exploratory study on knowledge, attitudes and practices in Southern Cameroon”, ed. cit., p. 288.
[15] Ficken, Guy, et al., “An outbreak of influenza (H1N1) in turkey breeder hens”, ed. cit, p. 370 o también:
Zhou, Senne, et al., “Genetic assortment of avian, swine, and human influenza A viruses in American pigs”, ed. cit., p. 8854.
[16] Singer, Peter, Cavalieri, Paola, “Une opportunité de modifier notre attitude envers les espèces non humaines”, ed. cit.
[17] Castro, Mariel, “Matar murciélagos no va a resolver nada”, ed. cit.
[18] Martins, Alejandra, “Si queremos evitar que los virus se transformen en pandemias debemos cambiar radicalmente nuestros patrones de consumo”, ed. cit.
[19] WHO, FAO, OIE, Joint Consultation on Emerging Zoonotic diseases, ed. cit., p. 40.
[20] Ibidem, p. 41.
[21] Para profundizar respeto a este punto revisar: Sun, Honglei et al., “Prevalent Eurasian avian-like H1N1 swine influenza virus with 2009 pandemic viral genes facilitating human infection”, ed. cit., pp. 17204-17210.
[22] Cabe señalar que lo más irónico en todo esto, no sin cierta tragedia, es que nuestro consumo de animales no-humanos también genera pandemias que nos impide curar. En efecto, un gran porcentaje de la población mundial está desarrollando una peligrosa resistencia a los antibióticos (o “antibiorresistencia”), en gran parte debida al consumo de productos derivados de animales que han recibido muchos tratamientos antibióticos a lo largo de su corta vida. Esta antibiorresistencia representa un peligro mayor para la humanidad.
[23] Ovidio, Metamorfosis, ed. cit., p. 756.
[24] Cicerón, La República, ed. cit., pp. 112-113.
[25] Ibidem, p. 113.
[26] Plutarco, Obras morales y de costumbres, ed. cit., p. 28.
[27] Ibidem, p. 58.
[28] Ibidem, p. 59.
[29]Nos referimos aquí a la famosa teoría cartesiana del “animal-máquina” presentada en Descartes, René, Discours de la Méthode, ed. cit., pp. 164-165. Ver la crítica que le hace Jacques Derrida al antropocentrismo cartesiano en Derrida, Jacques, L’Animal que donc je suis, ed. cit., pp. 46,47 y p. 131. Ver también el artículo de Call, Josep, “Descartes’ Two Errors: Reason and Reflection in the Great Apes”, ed. cit.,  p. 232; o el destacado análisis de Christen, Yves, L’Animal est-il une personne ?, ed. cit., p. 51.
[30]Para más información sobre ese debate, consultar: Harrison, Ruth, Animal Machines: The New Factory Farming Industry, ed. cit.; Walker, Stephen, Animal Thoughts, ed. cit.; Ryder, Richard, Victims of Science: The Use of Animals in Research, ed. cit.; Griffin, Donald, Animal Thinking, ed. cit.; Rutherford, Kenneth, “Assessing pain in animals,” ed. cit.; Dawkins, Marian Stamp, “The science of animal suffering,” ed. cit.; Creegan, Nicola, Animal suffering and the problem of evil, ed. cit.
[31] Wallace, Robert, Big Farms Make Big Flu, ed. cit., pp. 61-62.
[32] National Agricultural Statistics Services USDA, “USDA Poultry Production Data May 2015”, ed. cit., p. 1.
[33] Linares Salgado, Jorge, Flores Farfán, Leticia, Los filósofos y los animales, historia filosófica sobre los animales, ed. cit., p. 7.
[34] Agamben, Giorgio, The Open: Man and Animal, ed. cit., p. 35.
[35] Ibidem, p. 37.
[36] Ibidem, p. 38.
[37] Ibidem, p. 21.