Las clases pese a todo: lo ominoso y el cuidado en la escuela

IMAGEN TOMADA DE  “ACTUALIDAD RT”

Resumen

La pandemia por COVID-19 ha reconfigurado muchas de las actividades sociales que se llevaban a cabo de manera cotidiana, dentro de ellas, la educación se ha adaptado para procurar el cumplimiento de sus funciones. Los gobiernos han optado por mantener las clases a pesar de todo, y con esto se dejan de lado algunos de los más profundos problemas sociales como la desigualdad económica. Además, las clases online han representado una develación de algunas funciones que operaban más allá de la inculcación de conocimientos, y que son actividades que mantenían el pleno funcionamiento del mecanismo de enseñanza. La escuela ha sido abierta como una “caja negra” que contenía relaciones dadas por sentadas y que ahora generan un extrañamiento propio de lo que Freud nombra como lo ominoso.

Palabras clave: educación, escuela, cuidado, ominoso,  desigualdad, aprende en casa ll.

 

Abstract

COVID-19 pandemic has reconfigured many of the social activities that occurred a daily basis, within them, education has adapted to ensure the fulfillment of its functions. Governments have chosen to maintain classes despite the situation, and with this some of the deepest social problems such as economic inequality are put aside. In addition, online classes have represented a revelation of some functions that operated beyond the inculcation of knowledge, and which are activities that kept the teaching mechanism fully functioning. The school has been opened as a “black box” that contained relationships taken for granted and that now generate an estrangement typical of what Freud would call the umheimlich.

Keywords: education, school, care, umheimlich, inequality, learn at home ll.

 

El 24 de agosto de 2020, en México se llevó a cabo un inicio de clases sin llanto ni gritos en la entrada de las escuelas de educación básica. No hubo niños cargando mochilas gigantescas y ningún maestro tuvo que hacer el esfuerzo por asociar decenas de rostros nuevos a sus correspondientes nombres. Ante la emergencia sanitaria que produjo el virus SARS-CoV-2 las escuelas cerraron sus puertas, así que toda su comunidad, incluidos alumnos, docentes, personal administrativo y padres de familia tuvieron que encender sus televisores y darle la bienvenida a la nueva normalidad educativa.

 

La Secretaria de Educación Pública decidió que el ciclo escolar tenía que iniciar de alguna manera y la respuesta fue utilizar a las televisoras para transmitir contenido educativo y, sin más, estudiantes y docentes tuvieron que despertarse a mirar la pantalla y “aprender”. La puesta en marcha de “Aprende en Casa II”, como se llamó a la programación para el presente ciclo escolar, pretendía alcanzar de forma masiva a niños y jóvenes de todo el país, sin embargo, lo único que puso de relieve fueron las profundas desigualdades que existen en el ámbito escolar y social en este país. Mientras que para ciertos sectores de la población que atienden escuelas privadas la implementación de una educación a distancia supuso un periodo de adaptación, debido a que contaban ya con los medios para continuar con sus clases online, para la mayoría de la población esto representó complicaciones que van desde la falta de soportes materiales como el celular o la computadora y acceso a internet, hasta la carencia de conocimientos para el uso de herramientas tecnológicas.

 

Para Z, un alumno de una primaria pública, estar en contacto con su maestra y compañeros de escuela implicaba que su madre (quien trabaja vendiendo agua embotellada en los semáforos), tuviera que visitar un supermercado en el que tenía acceso a internet en su celular por unos minutos, los suficientes para enviar la tarea de su hijo y anotar las actividades que tenía que realizar en casa. Por su parte, para S, alumno también de primaria, pero en una escuela privada, la situación sanitaria le permitió pasar un par de meses en su casa de playa, puesto que tenía acceso a internet, contaba con más de un dispositivo electrónico y las actividades escolares eran enteramente en línea, sin depender del contenido y los horarios de “Aprende en Casa II”, pues para su colegio no era necesario dicho programa. Entre la situación de S y Z existe un espectro de miles de estudiantes muy diversos en todo el país que hacen frente a la emergencia sanitaria de diferentes maneras y de acuerdo a las posibilidades que tienen a la mano.

 

Así como se volvieron visibles estas diferencias socioeconómicas que permiten a unos e impiden a otros continuar con la educación tal como se hacía en el ámbito presencial, de igual manera este evento de salud pública podría ser percibido como si algo se destapara o se develara, mostrando una realidad que no es para nada complaciente, aunque lo notable es que no muestra nada nuevo. La cuestión es que el funcionamiento de la educación se daba sin que prestáramos mucha atención a los detalles que hoy añoramos y nos generan una sensación de extrañamiento, ante su acontecer o ante su falta, por ejemplo, el cuidado de los demás y de sí mismo, un elemento que no se toma en cuenta en los programas oficiales, y que, aunque excede el proceso educativo formal, sin duda es necesario para sostenernos dentro de una institución como lo es la escuela.

 

Frente a una contingencia como esta, se vuelve necesario reflexionar sobre la marcha porque, no importando que el mundo se haya colapsado, pese a todo, las clases continúan.

 

La caja negra de la escuela

 

Dentro de la sociedad, la educación es un proceso que cumple funciones que se han ido delimitando, formando prácticas y generando sus espacios. La escuela es uno de los espacios en los que se lleva a cabo la educación y la función de transmitir la cultura y el conocimiento a los miembros más jóvenes de la sociedad (aunque no exclusivamente). Con esto se establece como uno de los pilares sociales de donde se desprende no solo su funcionamiento preestablecido, sino también diversas formas de acción y resistencia política que escapan al diseño inicial. Así como las prisiones y fábricas fueron concebidas por Michel Foucault como espacios disciplinarios, la escuela puede pensarse como una institución diseñada bajo ciertos objetivos normativos y de producción de cierto tipo de subjetividad.[1]

 

A la institución educativa se le atribuyen funciones como la inculcación de valores o formación de ciudadanos, pero, además, en el mismo espacio se llevan a cabo diversos mecanismos como el de preparación de mano de obra, o, su contraparte, la preparación de una élite con mayor poder económico y político para que dentro de una sociedad se perpetúe la reproducción en un sistema económico tan desigual como en el que actualmente vivimos.

 

A pesar de las críticas y reflexiones necesarias que existen sobre el ámbito educativo como un dispositivo en el que se reproducen discursos hegemónicos y en el que la formación de estudiantes tiene un fin utilitarista, adaptando a sus actores a las exigencias del mundo, también sabemos que, como en cualquier maquinaria meticulosamente diseñada, siempre es posible que emerjan características o funciones que no se encontraban planeadas, esto debido a la acumulación de contingencias a la que todo sistema se encuentra sometido. En la situación de emergencia provocada por el arribo de una pandemia, se nos revela que la función de la escuela no puede ser solo la suma de sus partes para “el buen funcionamiento” de la educación, sino que, dentro de los límites de ese espacio físico, la puesta en escena de ciertas prácticas tenía efectos que excedían y se contraponían al objetivo alienante de la educación, por ejemplo, el cuidado de los otros.

 

Cuando en preescolar una maestra en lugar de reprender a un niño por salirse del salón a encontrar cochinillas en la tierra, decide darle lugar a su interés y prestarle una regadera para echar agua a las plantas del jardín y después le pide que cuente a sus compañeros sobre los insectos que vio, lo que hace es salvaguardar algo de la subjetividad del pequeño, o sea, hacer lo imprevisto, eso que parece estorbar o sobrar para la reproducción de individuos útiles al sistema. Al tomarse en cuenta aquello que hace singular a un sujeto, se generan variaciones y se cultiva la posibilidad de fallas en el diseño inicial.

 

La modalidad de clases a distancia ha provocado que la comunidad escolar hoy reconozca que a veces dentro del espacio educativo ocurren situaciones o sucesos decisivos para el sujeto, y esto responde a las prácticas profanas de quienes participan de ella, más que a la impartición de contenidos escolares. Aquello que emerge sin un lugar preestablecido en la educación se queda como un resto, algo que opera y genera cambios, algo que el sistema económico no puede cooptar para generar ganancia y lo deja ahí, a la deriva.

 

El escritor francés Bruno Latour[2] menciona que las cosas funcionan de cierta manera, alcanzando un grado de suficiencia, hasta que se descomponen, hasta que algo evidencia su falta y en ese punto cuando miramos en su interior nos damos cuenta de los mecanismos y demás funciones que siempre han estado ahí, pero de manera velada. Cuando una máquina marcha bien y cumple con los propósitos para los que se le creó, regularmente no nos preguntamos qué es lo que tiene dentro, de qué material está hecha, a qué necesidad inicial respondía o cuál fue el proceso que causó su producción; de manera similar ocurre con los fenómenos sociales, pues hasta que algo muestra un problema nos damos cuenta de que existe una serie de redes y mecanismos que se velaron para nosotros, pero siempre estuvieron presentes y son esos los que sostienen nuestras demandas de funcionamiento.

 

En estos sistemas complejos que son las sociedades modernas, cuanto más extenso e intrincado se vuelve un proceso, su expresión y sus mecanismos de funcionamiento se invisibilizan, volviéndose en algo así como una “caja negra”, es decir, que se vela el proceso y se miran sólo los resultados, con lo que dejamos de ver lo que pasa dentro; sólo consideramos los inputs y los outputs que cada función social demanda y ofrece. Siempre y cuando la maquinaria social ofrezca los resultados prometidos, no hay que preocuparnos por lo que pasa en su interior, es decir, en su cotidianeidad.

 

Siguiendo a Latour, podríamos decir que la escuela en la sociedad moderna había manifestado un comportamiento tal que se “cajanegrizó”[3] como un espacio en el que ingresan individuos y con el paso de los años se espera que éste genere cierto tipo de ciudadanos que se alienen a las lógicas productivas y de consumo normalizadas, sin que se ponga la suficiente atención a los procesos que acontecen dentro de los espacios e interacciones que lo mantienen o cuáles son las condiciones de que el resultado no sea siempre el esperado. De vez en cuando aquello que pasa tras bambalinas provoca disidencias y variables no previstas.

 

En la actual situación sanitaria, las prioridades para la autoridad educativa fueron, en primer lugar, dar continuidad al ciclo escolar, pese a que las condiciones para quienes forman parte de la comunidad educativa (estudiantes, padres de familia y docentes) eran insuficientes para dar respuesta a las demandas de la educación a distancia y, en segundo lugar, seguir con la burocratización del proceso educativo por medio de la acumulación de evidencias graficas que justificaran por un lado la nómina docente y por otro que dieran cuenta de que tanto docentes como alumnos mantenían interacción constante, no importando si dicha interacción estaba a la altura del vínculo y el encuentro que la transmisión de conocimiento requiere.

 

Con lo anterior, se evidencia que la visión que se ha tenido acerca de la educación es la de un proceso que solo necesita de la conexión de quienes participan en ella, como si la migración de lo presencial a lo digital fuese a ser una copia fiel de aquello que acontecía en las aulas. La idea de que la escuela, como lugar de aprendizaje y socialización para niños y jóvenes podría transitar hacia la televisión o las plataformas digitales sin perder nada en el camino es ingenua, pues como proponemos, hay algo que excede la suma de sus partes y es vital que exista, y se nos presenta como un resto del que se pueden generar fallas en el diseño inicial de la educación. Las consecuencias de esta visión reduccionista de lo que pasa en el espacio educativo ha causado malestar en los sujetos, pues, desde que las puertas de los preescolares, primarias, secundarias, preparatorias y universidades cerraron, hemos sido testigos del retorno de aquello familiar y bien conocido, pero en su versión terrorífica, es decir, de lo que Freud llamó lo ominoso.

 

Extrañando las aulas

 

Son las 8:01 a.m. y los niños siguen en casa. Tal vez no hubo que reñir con ellos para que se levantaran y desayunaran, pero ahora hay que pensar cómo le harán tres niños en diferentes niveles educativos y con un solo celular, computadora o televisor en casa para que tomen sus clases y estén al corriente con sus actividades escolares. Las aparentes comodidades de esta nueva manera de llevar a cabo la educación no contempla las carencias y problemas que se generan. Incluso en los sectores más privilegiados de la población en donde cada alumno cuenta con un espacio adecuado, conexión óptima y hasta dos dispositivos digitales para llevar una jornada escolar casi similar a como lo hacía en las aulas, habrá que poner en duda si un niño o joven puede estar más de seis, siete, ocho horas sentado frente al ordenador, prestando atención, participando y aprendiendo: ¿será posible atender las clases de inglés, francés, música, teatro, arte y programación a distancia?

 

Creemos que la decisión de continuar las clases en una modalidad en línea, se tomó teniendo como base la idea reduccionista de educación de la que hablamos en el apartado anterior, puesto que la presunción de que las horas que pasa un estudiante o docente en la escuela podrían tener su equivalente en su versión en línea, es una consideración que no tiene en cuenta los vacíos que hacían soportable el tiempo que pasaban en la escuela. El resultado de esta pobre imitación del espacio escolar, es una sensación de extrañamiento y agobio por parte de sus actores que bien podríamos adjetivar como ominoso.

 

Sigmund Freud define lo ominoso (Unheimlich) como aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace tiempo. Lo ominoso es lo familiar que ha experimentado una represión y retorna desde ella, por ello nos resulta útil para pensar los efectos de la cuarentena en el ámbito escolar. Como dimos cuenta con Latour, las averías en un sistema dejan ver aquellas relaciones que las sostenían y, con Freud, esta revelación puede ser leída como una falla de la represión, por ello un escenario tan cotidiano como la escuela retorna en su faceta ominosa. Además, otra de las características de este término que menciona el pensador austriaco, que retoma a partir de una frase de Schelling, es que lo Unheimlich es algo que, destinado a permanecer oculto, sale a la luz.[4]

 

El funcionamiento de la escuela se había normalizado al grado de que lo que aconteciera dentro de ella era dado por sentado, sus mecanismos internos estaban ocultos para la mayoría de la población, ya sea que pensemos en la reproducción de las prácticas sociales violentas y de segregación, o en los ejercicios del cuidado de los otros. Todo ello acontecía como por arte de magia, lo cual traducido como omnipotencia de pensamiento tiene que ver con una de las variedades de lo siniestro.

 

Existe una diversidad de situaciones que permiten dar cuenta de cómo el repliegue de estudiantes, docentes y familia a sus casas ha traído consigo el retorno de lo reprimido. Pensemos en los estudiantes, y preguntémonos ¿qué es eso íntimo que ha retornado para ellos en su versión angustiante?  Para los jóvenes, tomar clases en casa ha evidenciado algo que muchos expresaban en lo presencial, y es que una de las razones principales que los movía a asistir a la escuela, se trataba de encontrar un espacio y un momento para ver a sus amigas y amigos, o el simple hecho de que no querían estar en sus casas. La mera existencia de un espacio diferente provocaba efectos en la subjetividad. La escuela en su condición de espacio físico permitía que aquello familiar tuviese un lugar propio, “un lugar destinado a permanecer oculto”, los niños podían crear ficciones y hablar acerca de lo que pasaba afuera en otro lugar. En algún salón, previo a la cuarentena, se podía escuchar: “en mi casa vive un dinosaurio verde, pero no lo puedo traer a la escuela porque es muy grande”, como decía una alumna del preescolar. En la situación actual, lo que antes podía ser el inicio de una discusión entre compañeras, hoy se sustituye por la imagen, las voces detrás de los niños, o simplemente no tiene lugar porque el micrófono está apagado y los tiempos deben ser aprovechados al máximo.

 

En educación básica, las clases virtuales nos han permitido presenciar que de manera constante las preguntas de la maestra hacia los niños son contestadas por el adulto que acompaña al niño durante la clase. Los espacios de silencio entre la pregunta y la respuesta son ocupados por la voz adulta que le dice a la niña o niño: “Contesta lo que te pregunta la maestra, eso es un tiburón, dile”. El espeluznante retorno de la palabra del Otro se hace presente en las videollamadas y clases virtuales, la palabra del niño es obstruida en muchas ocasiones por el afán de los padres de que se reconozca en su hijo o hija a alguien que posee los conocimientos necesarios, sin embargo, la transmisión de un saber tiene que ver más con la relación que se establece entre docente y estudiante, así como los efectos de este vínculo en la vida del sujeto.

 

En este mismo sentido, recordamos una clase de primaria en que la docente había asignado la lectura de un cuento en voz alta a V, una niña que tenía pocos meses de haberse sometido a una operación de implante coclear[5] y quien recién comenzaba a escuchar el mundo, esto suponía que ella no hablaba y los sonidos que emitía eran desarticulados. A pesar de la situación, la maestra informó al grupo que V leería su cuento favorito frente a la clase, los niños, contagiados por la voluntad de la maestra para escuchar a su compañera, se dejaron llevar por la algarabía que emitía V sosteniendo su cuento favorito frente al grupo.  Al término de la narración, muchos de los compañeros de V participaron compartiendo lo que habían entendido de la lectura.[6]

 

La anécdota anterior fue una experiencia reveladora, puesto que atestiguamos que el inicio de la lectura no está en enseñar los sonidos correctos de una palabra, sino en abrir un paréntesis en el que el balbuceo infantil se inscriba como algo digno y significativo. Los efectos de la intervención de la maestra no se dejaron esperar, la mayoría de sus alumnos quiso participar en lecturas grupales después de aquella sesión.

 

A partir del repliegue de la escuela a las casas, pudimos presenciar casos en los que la voz de los estudiantes se ve limitada de forma violenta, no que esto sea ajeno al espacio educativo en el que en ocasiones existen situaciones de agresión entre sus actores, pero el siguiente ejemplo da cuenta de que la superposición de escuela y casa trae consigo situaciones muy particulares.

 

Durante las clases presenciales N solía ser una chica sociable, ruidosa y participativa, en varias ocasiones expresó su anhelo de aprender inglés. Cuando comenzó la nueva normalidad, N se conectaba constantemente a las clases de inglés, un día mientras leía una oración en inglés, detrás de ella se escuchó la voz de alguien que se reía y decía: “¡ay güey, ya eres bilingüe!”, N apenada se disculpó con el grupo, apagó su micrófono, su cámara y se desconectó. Después de aquel suceso N no volvió a conectarse a sus clases de inglés, pues dice que no se siente cómoda tomando la clase en casa, la docente sigue recibiendo sus trabajos y tareas vía correo electrónico.

 

Es así que para muchos estudiantes las clases en línea pueden ser ominosas, puesto que lo que retorna es aquello en lo que la escuela había hecho un corte, ya sean las restricciones del grupo familiar o el lugar que se ocupa dentro de él. Sabemos que un solo cambio de aires no transforma por completo a los individuos, pero sí les permite tejer diferentes tipos de vínculos y redes de las que tienen lugar en casa. Los casos de V y de N, nos muestran que el espacio en sí mismo tenía cierta agencia cuando se trataba de dar lugar a la palabra del estudiante.

 

Las interacciones que se daban de forma presencial y que hoy se presentan en lo virtual, manifiestan que en ellas puede tener lugar el cuidado o la ausencia de este, para los estudiantes estar en casa tomando clases representa, por un lado, ciertas comodidades y por otro, la revelación de que esos minutos entre clases para platicar con sus compañeros, el envío furtivo de papelitos y los garabatos en bancas y paredes, son elementos insustituibles puesto que son los remanentes donde ocurre algo más que educación.

 

Mantener el cuidado, pese a todo

 

Como hemos señalado, el cuidado es una parte fundamental para la puesta en marcha del espacio escolar pues permite a los niños y jóvenes ocupar un lugar singular dentro de este, sin embargo, parece no haberse considerado en esta transición. Si las clases deben seguir pese a todo, debemos procurar que el cuidado se mantenga de igual manera por, y para cada uno de quienes conforman las comunidades educativas. Cuando hablamos de cuidado entendemos acciones o relaciones que implican interés por el bienestar de uno mismo o de otros. Para dar cuenta de esta característica podemos atravesar algunas de las experiencias de los docentes como actores primordiales del proceso educativo.

 

Para muchos docentes, las clases virtuales han representado un reto personal y laboral sin precedentes, pues trajeron consigo la obligatoriedad de manejar herramientas tecnológicas y virtuales que antes ni siquiera sabían que existían. Esto nos recuerda que un efecto ominoso se puede presentar cuando se borran los límites entre la fantasía y la realidad, es decir, cuando algo que habíamos tenido por fantástico asume plena operación en la realidad.7 En este caso vemos que el uso de herramientas tecnológicas por parte del magisterio se había pospuesto por años, ya sea porque el presupuesto para la educación nunca ha contemplado instalaciones vanguardistas, o porque existía una especie de creencia que hacía que el uso de las llamadas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs), fuese parte de una ficción que nunca alcanzaría a la educación pública. En las juntas de consejo se suele escuchar a muchos maestros diciendo que nunca se imaginaron teniendo que aprender a utilizar la computadora o el celular en la forma en la que lo hacen ahora.

 

Aquello familiar reprimido también retorna en forma de voz del lado de los docentes, y es que, en las clases virtuales, los docentes se han dado cuenta que la única voz que se escucha, es la propia. Lo que provoca una vivencia familiar y al mismo tiempo extraña en la modalidad en línea, es que la voz del docente ocupa el protagonismo de la clase. Ya en internet encontramos cientos de memes circulando sobre los soliloquios de los docentes o de estos llamando una y otra vez a las voces de sus alumnos. La ausencia de la voz que responde evidencia una falta del cuidado que el docente puede recibir por parte de sus alumnos.

 

Lo anterior ha posibilitado que algunos maestros cuestionen su quehacer docente, mientras que, en la mayoría de los casos, lo que se nos revela es lo extenuante que resulta ocupar por completo el tiempo de clase para verter contenidos. Una de las cosas que más se trataba de contrarrestar en la educación presencial eran los tiempos muertos, pero ahora sabemos que el aprendizaje no puede suceder sin estos. Durante las clases presenciales, probablemente el docente fantaseaba con un botón mágico que hiciera que sus estudiantes guardaran silencio, no obstante, hoy que es posible silenciar a un grupo entero con un solo click nos sorprendemos al descubrir el valor del ruido y las interrupciones en clase.

 

Por su parte, los silencios también formaban parte del paisaje sonoro, ya sea que fueran abiertos por el docente o por los estudiantes, estos a la distancia parecen haber tenido una especie de eco que hoy se contrapone con los silencios en las reuniones virtuales. Hoy como nunca, estos espacios retornan en su forma más siniestra para los docentes, sea porque se dan cuenta de que únicamente su voz los provoca, o porque al aparecer, lo que se tiene enfrente son un montón de cuadritos fijos con una letra en el centro, el reflejo en la pantalla del propio rostro esperando a que una de esas letras parpadee y haga una variación en la sesión, ¿en dónde quedaron los comentarios fuera del tema de clase y las risas sin causa aparente que hacían de cada clase una tonada diferente?  El silencio en clase solo tiene sentido cuando hay un cuerpo que mira y escucha atentamente: que lo sostenga.

 

Como docentes añoramos los minutos en los que nos encontrábamos al compañero de otra asignatura o grado en los pasillos, la rápida conversación con los estudiantes antes de entrar al salón, el tiempo destinado para abrir las ventanas y borrar el pizarrón, la pregunta obligada por el clima o las pláticas espontáneas del día a día. En resumen, nos encontramos suspirando por todos esos tiempos perdidos y prácticas que caían fuera de nuestro papel como vehículos de contenidos y vigilantes de la norma, puesto que con el paso de las sesiones virtuales, hemos caído en cuenta que lo que nos hacía transmitir algo eran las interrupciones, las risas y todo eso que hace que como docente se tengan que inventar formas diferentes de interpelar al otro.

 

La pandemia hizo que, siendo docentes de diferentes escuelas, hoy ocupemos nuestro espacio familiar para simular nuestras aulas. Recientemente, sobre la mesa que pasó de ser comedor a escritorio y pizarrón, sosteníamos una conversación en la que bromeábamos diciendo que somos los maestros quienes amenizamos la comida o la merienda de las familias, pues los niños, generalmente, tampoco tienen un lugar específico para tomar clase. Sus rutinas han cambiado y las actividades que antes tenían un horario, hoy se encuentran solapadas entre ellas: se toma matemáticas mientras se pone la mesa, y música mientras se cuida a los hermanos pequeños, la clase de historia tiene de fondo la novela de la abuela, y educación física es también la hora de jugar con el perro.

 

La consigna para las autoridades educativas tanto como para ciertos lugares de trabajo, ha sido ocupar el tiempo al máximo, rendir lo más que se pueda, con lo que el mandato de la pandemia está fuera de la esfera del cuidado y más bien en la del consumo: el consumo de nuestra libido, tiempo y subjetividad. La posibilidad de hacer las actividades en línea ha significado para muchas empresas y para el sector educativo que el aprovechamiento de los tiempos sea igual al atiborro de actividades y tareas, cerrando así la brecha en las que las fallas brotan, en las que la novedad y la autenticidad acontecen.

 

Y cuando desperté, los niños seguían ahí

 

Por último, es pertinente hablar de los padres de familia como uno de los agentes relevantes en este proceso educativo, pues para ellos los efectos ominosos de la “descajanegrización” de la educación tal vez hayan sido (y sigan siendo), los más angustiantes. El regreso de los hijos a casa de forma inesperada, aunado a las actividades laborales, que también tuvieron que hacerse lugar dentro del hogar, son solo la superficie de todo lo que trajo consigo el cierre indefinido de la escuela como espacio.

 

Para muchas familias, la escuela había sido el lugar al que niños y jóvenes asisten de forma regular por un periodo de tiempo considerable y en el que a la vuelta de algunos años y con la constancia suficiente, salen reproduciendo cierto tipo de prácticas y conocimientos “necesarios” para su vida productiva. De forma caricaturesca y general, digamos que el padre de familia confiaba en que la escuela cumplía con su papel de educar.

La escuela había aceptado el papel otorgado y lo normalizó, al punto en que la diversidad de prácticas que operan tras sus puertas se volvió una especie de secreto. Lo interesante es que el secreto no solo operó hacia afuera, sino también para quienes se encuentran dentro de la escuela. De ahí que, actualmente, la tarea de educar a un niño o joven se haya vuelto tan abrumador, para padres, docentes y para los mismos estudiantes.

 

Los padres de familia, para quienes muchas veces la labor docente se reducía a pararse frente a un grupo y compartir información, han notado, con el desplazamiento de las aulas a la casa, que la educación de un niño o joven implica asumir la responsabilidad de escuchar, esperar y contener al otro. El cuidado es una tarea que implica una responsabilidad hacia los demás y hacia uno mismo, implica un respeto por el espacio y la labor de los demás, lo cual ha sido muy complicado de brindar durante el confinamiento.

 

Nadie estaba preparado para tener un aula o varias dentro de casa, o para modificar rutinas diarias al horario escolar. Durante este periodo hemos tenido estudiantes que toman clase desde sus ordenadores en un cuarto propio y quienes buscan un rincón en el local comercial de sus padres para tomar clase desde su celular. Son estas circunstancias las que nos permiten decir que las familias estaban muy acostumbradas a la ausencia de sus hijos por el tiempo que duraba el horario escolar, por lo que ha resultado difícil e incluso aterrador acoger y asumir la responsabilidad que implica el cuidado de alguien.

 

Además del cuidado, otro elemento que retorna es la considerable confianza o necesidad que implica la existencia de espacios como la escuela. A la par de esto, los docentes también caemos en cuenta de que las aulas permitían establecer una relación de confianza y cuidado con los alumnos, lo cual difícilmente opera en clases virtuales, puesto que los jóvenes y niños no están solos, muchas veces están acompañados de un adulto que en la escuela presencial no estaría a su lado, derivando en inhibiciones tanto de parte de los estudiantes y del docente. La “escuela” se ha convertido en un espacio aún más hipervigilado, burocratizado y fiscalizado por nuevos agentes que no jugaban ese papel hasta ahora.

 

La caja negra ha sido abierta, y uno de los restos que deja para reflexionar es que una clase presencial es difícilmente intercambiable por una virtual, pues no solo era la suma de estudiantes + docente + pizarrón + libros, sino también la suma de los efectos de todo lo que acontecía desde el momento en que todos sus actores se preparaban para ir a encontrarse en el mismo espacio y tiempo.

 

Los padres de familia que solo asistían a la escuela para ejercer su papel de padre o tutor, el día de hoy tratan de sobrevivir a las exigencias de la emergencia sanitaria que lamentablemente no parece considerar que también los cuidadores necesitan espacios para cuidarse a sí mismos. Frente a un virus tan letal, al que todos estamos expuestos a diario, lo último que necesitamos es que el cuidado de los nuestros se muestre como una imposición.

 

Reflexiones finales

 

La emergencia sanitaria tuvo este efecto sobre todos aquellos que participaban del ámbito educativo en un espacio físico, pues como un tejido en el bastidor, lo único que veíamos eran los resultados, y es hasta que volteamos el bordado que miramos las diferentes puntadas que sostienen la imagen exterior. En este punto, valdría la pena preguntarnos qué puntadas y tejidos son los que sostienen un ámbito tantas veces reflexionado como algo en decadencia, pues, como hemos mencionado, a pesar de tener a cuestas la función de preparar a los individuos para la explotación económica, también sabemos que el sistema educativo es sobrepasado en su planeación y que los sujetos inventan formas y acciones para arreglárselas con las contingencias.

 

Con la aparición del virus SARS-CoV-2, la vida de millones de personas ha cambiado radicalmente, y en lo que compete al ámbito escolar en nuestro país, la modalidad en línea parece tener a las comunidades educativas acorraladas con la cantidad de actividades y demandas que pretende. Esto no quiere decir que seamos ingenuos ante las deficiencias que había presentado el sistema educativo en su modo presencial, pues, así como se encontraban condiciones para el cuidado, de igual manera se presentaban cierto tipo de relaciones de poder que permitían diversos tipos de violencia, pero, en este momento, la escuela online se nos presenta como una emergencia y como un enigma con poca claridad.

 

A pesar de todo lo anterior, los actores que participan de la educación se las han arreglado para encontrar ciertos resquicios en donde emerge lo inesperado, por ejemplo, una maestra de secundaria que al ingresar tarde a su clase con un grupo de primer año, encontró a los estudiantes intercambiando números telefónicos y preguntándose cosas como: “¿Y cuál era su juego favorito en la primaria?”, “¿Qué profesor les cae mejor y cuál les cae peor?”, ¿Les gustaría jugar en línea al rato?… aquí nuevamente aparecen momentos que podrían ser percibidos como fallas, puesto que el docente perdió minutos de clase al llegar tarde, pero que se convierten en campo fértil para que los sujetos profanaran las prácticas dadas en la nueva normalidad.

 

Otro ejemplo que no nos gustaría dejar fuera es la intervención de una maestra de preescolar, quien al notar que las mamás de los niños eran las que contestaban por sus hijos, ha optado por iniciar de la siguiente manera sus clases: “La lechuza, la lechuza hace ‘shhhh’, hace ‘shhhh’, todos calladitos como la lechuza que hace ‘shhh’, hace ‘shhh’… listo mamás y papás, vamos a evitar hablar antes o al mismo tiempo que sus niños”. Estas maneras de tomar una postura diferente ante lo ominoso de la situación educativa a distancia es lo que abre la posibilidad de tener otras versiones de este suceso histórico.

 

Los gritos y encuentros en los pasillos, las idas al baño, el saludo matutino, la pérdida de la sudadera, el encuentro con la mejor amiga, el hambre con la que se espera el refrigerio, la ilusión de llegar a casa, la mirada y el apapacho de la maestra, tal vez esta lista no forma parte de lo que se espera propio de la escuela, pero todos esos sucesos son excedentes necesarios para que lo demás suceda y se sostenga. Todo esto que se ha considerado como tiempos muertos, no productivos y perdidos, al menos para fines de producción y consumo; son éstos los restos del diseño inicial donde docentes, estudiantes y familia se encuentran construyendo una lógica paralela a la que supone el modelo oficial.

 

Son esos lapsos de tiempo y esos espacios ahora virtuales, un hueco en el que se puede dar una relación de amistad, una travesura, un gesto que con suerte pueda ser contundente en la vida de los sujetos. Es en estos huecos donde el cuidado puede ocurrir.

 

Bibliografía

  1. Foucault, Michel, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2002.
  2. ______________, “Las mallas del poder”, en Obras esenciales, Barcelona, Paidós, 2010, p.897.
  3. Freud, Sigmund, “Lo ominoso”, en Obras Completas XVII, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2012, pp. 215-251.
  4. Latour, Bruno, “La tecnología es la sociedad hecha para que dure”, en Doménech, Miquel y Tirado Francisco Javier (coomps.), Sociología simétrica, Gedisa Editorial, Barcelona, 1998, pp. 109-142.

 

Notas
[1] Michel Foucault, “Las mallas del poder”, en Obras esenciales, p.897.
[2] Bruno Latour, Sociología simétrica, p. 110.
[3] Ibidem, pp. 118-128
[4] Sigmund Freud, “Lo ominoso”, en Obras Completas XVII, pp. 224-225.
[5] Un implante coclear es un pequeño dispositivo electrónico que ayuda a las personas a escuchar. Se puede utilizar para personas sordas o que tengan muchas dificultades auditivas.
[6] Las anécdotas que compartimos en este texto son solo algunas de las muchas historias que hemos presenciado en nuestra experiencia como docentes en diferentes niveles en Educación Básica y Educación Media Superior, tanto en educación pública como privada.