Educación e Instrucción de las tropas, II parte, «Palabras» según Mikhael Ivanovitch por Loukhiane Carlovitch

IMAGEN TOMADA DE YUMPU

Trad. Ignacio Pereyra[1]

Una tropa se forma, se orienta, se mueve como algunas imágenes de su jefe. Una tropa se aventura, da, y se pierde, conformemente a ciertas imágenes comunes a toda la masa.

Finalmente, todo el arte del comandar es haber organizado la desigualdad fatal que hace falta que alguien se atribuya. Ella es una composición del tiempo, de los números, del terreno, de las armas, de los sentimientos. Los dos miembros de la lucha se producen de esos términos; y, si hay algunos cuyos valores sean iguales, aquellos se destruyen.

Vistos desde un cierto punto, dos armadas, atadas por el objetivo, constituyen una sola cosa; que se deforma, y va de un ser inicial a uno final, por una serie de movimientos interiores. Desde ese punto, la victoria, la derrota, han perdido su significación.

En el origen de ese sistema, todos los individuos que están presentan una vacilación general; y, cualquiera sea la esperanza, dos ideas contrarias comparten el fondo común de cada uno. Al final, esa mezcla o esa duda, en principio uniformemente distribuida sobre el campo, se convierte en dos certezas; cada una tiñendo un partido entero.

Diría aquí que no veo del tema más que las ideas, las figuras, los razonamientos, o las construcciones que se emplea. Admitido esto, uno no encuentra otras dificultades que aquellas que están en todos lados, y en todos lados son las mismas.

En la guerra, con falta de símbolos, uno estaría obligado, para ser claro, de matar hasta el último de los otros. Toda batalla, entonces, está llena de convenciones.

El conjunto de las ideas militares es ordenada por una de entre ellas que está fijada y que es la idea del Enemigo. Este es el No-Yo de una armada. A un hombre de guerra, esta idea le viene constantemente, y critica todos sus minutos simplemente porque ella regresa. Dejo al lector el problema muy general de buscar lo que se convierte el pensar continuo del individuo cuando alguna condición invariable se impone y por un retorno incesante se encuentra en todas las asociaciones posibles, alterándolas una por una; mientras ella no se altera… Si el pensamiento modificado del género es aquel de un hombre de guerra, esto quiere decir que el olvido de la condición impuesta será muy rudamente castigado.

En las cabezas donde este Enemigo imaginario existe, existe algo más o menos definido. Una armada en campaña, en un país duro, aislado, tiene un horizonte enemigo. Se conoce más o menos al adversario, su fuerza, su posición, su velocidad, su proyecto, y la idea que el mismo se hace de ustedes. La imagen es tanto menos peligrosa en la medida en que ella está más determinada, y ella puede deteriorar menos, con su vaguedad, la lógica o las ensoñaciones de sus sujetos.

Percibo en el instante que sería posible –entre otros ensayos- expresar, la serie de acontecimientos de una guerra, por los cambios de la única idea del enemigo en uno de los testigos, a lo largo de la duración de las operaciones. Construyendo cada uno de los términos de la serie, se tendría una representación incompleta, pero excesivamente simple de la serie de hechos, y se figuraría, por la variación de especie de cantidad homogénea, los estados de un ser vinculado a la totalidad de los acontecimientos. No digo que sería necesario hacerla, digo que puede ser interesante concebirla.

Sale de todo esto que la gran dificultad, en la preparación para la guerra, es justamente imaginarse al Enemigo desde los tiempos de paz. Hace falta regresar sin cesar a esta idea que fija y dirige todo acto militar, y que empalidece en las guarniciones. Se trata, entonces, de jugar una partida sin pareja, lo que es extremadamente difícil; de buscarse una falta, que se acaba de intentar no cometer; de ponerse metódicamente en lo peor. Hace falta también temer de no temer lo suficiente; finalmente, esta es una objeción continua que fuerza al espíritu a preverse, a responderse, y, -lo más arduo- a invertir bruscamente el sentido de todo su trabajo, porque debe saltar de un lado, con su entera aplicación, al otro.

Hace falta aprender a temer bastante a las salvas blancas y las cargas deben ser detenidas rápidamente.

Tal necesidad es en el fondo el principio de la educación de las tropas. En esos «reglamentos» especiales, pequeños libros azules que se lanza al salir de los cuarteles para olvidar que se los sabe de memoria, está recogida más de la verdadera mecánica psicológica que en las mejores novelas. Porque en las novelas se da todo; y los libros llamados teóricos se mantienen en lo vago, o en la excepción que es lo vago. Citaré, entre todos esos reglamentos, la asombrosa «Instrucción sobre el tiro» hecha para conducir a todas las clases de individuos hasta la disciplina particular que es su objetivo. Solamente hace falta leer reconstituyendo todo lo que ella supone; y sin pensar que ella aburre en alguna parte a los jóvenes muy instruidos.

Añado en este sentido, que la dificultad de conocer y de desplazar al «soldado» ha sido ridículamente exagerada. Nada es más elemental, ni mejor conocido que la psicología útil del soldado, cualquiera esta sea. No existe, quizás, una sola batalla, en la historia, donde este elemento –la moral del soldado- haya jugado, EN TANTO QUE DESCONOCIDO, un rol cualquiera.

Aquí comienza el libro del cual debería haberles hablado. Más allá de los especialistas, podrá hacer reflexionar a aquellos que deje indiferentes el tema de sus reflexiones.

 

Notas

[1] Este texto apareció como reseña del libro “Éducation et Instruction des troupes, II partie, « Paroles » selon Mikhael Ivanovitch par Loukhiane Carlovitch” en las páginas 1446-1448 del libro Oeuvres II publicado en Paris durante el año 1966 por Gallimard.