Imagen de Hajek, Olaf. (2012). The Ecology of Disease. New York Times. Sunday Review
Aida Leticia Sifuentes Jaime
Fernando Luna Hernández
Resumen
La relación que por miles de años ha tenido el humano con los animales de otras especies nos ha llevado no sólo a ser espectadores si no actores muy activos en las razones que han dado pie a la aparición de la pandemia actual (y de otras anteriores), situación que nos hace replantearnos la viabilidad de continuar con la misma relación, o cuestionarnos la posibilidad de generar cambios en esta convivencia.
Palabras clave: animales, especismo, pandemias, zoonosis, convivencia, respeto.
Abstract
The relationship that humans have had for thousands of years with animals of other species has led us not only to be spectators but also very active actors in the reasons that have given rise to the appearance of the current pandemic (and previous ones), a situation that makes us rethink the viability of continuing with the same relationship or question the possibility of generating changes in this coexistence.
Keywords: animals, speciesism, pandemic, zoonosis, coexistence, respect.
Introducción
Como animales, nuestras vidas están entrelazadas, dañar a otros es dañarnos a nosotros mismos. Es nuestro deber respetar a los demás animales y dejar de invadir el hábitat de la vida silvestre.
¿Qué novedad podría enseñarnos una pandemia a nosotros y nosotras, ciudadanas del siglo XXI? ¿Qué podríamos decir que no se haya dicho ya? ¿Se podría agregar algo de valor al incesante flujo y reflujo de información que nos llega desde cada punto cardinal? Para satisfacer cualquier curiosidad respecto a la pandemia, bastaría teclear unos segundos para traer a nuestros días un recuento de las pandemias hasta el día de hoy, [1] pero, si contextualizamos, resulta vertiginoso vernos irremediablemente implicados en una pandemia, y más aún, resulta intrigante (ante la imposibilidad de salir de ella) cotejar entre esto que nos pasa (y rebasa), y lo que ha ocurrido en otras pandemias; más aún, dirimir si estas últimas tienen algo que mostrarnos en su distancia temporal.
¿Qué nos dice de nosotros este episodio, a meses de ser llamados a atestiguarlo a la fuerza? ¿Cómo significamos este acorralamiento al que nos sentencia la pandemia? Siendo nosotros herederos de avances tecnológicos, saberes y avances médicos y científicos que la humanidad ha acumulado y perfeccionado hasta hoy, y que, sin embargo, no han podido librarnos de tan imprevisto acorralamiento. Herederos de la misma tecnología que nos muestra la historia de las pandemias.
La tecnología y reservorios de información no parecen despertarnos un interés mayor al que prestamos a la descripción de los síntomas de las enfermedades pandémicas, a lo que podían hacer los patógenos en los cuerpos de los enfermos, las deformidades, los sufrimientos, los escenarios de miseria, lo insuficiente de los recursos para sanar la desgracia; los escenarios y hasta las indumentarias: las imágenes de las pandemias, en pocas palabras.
Es probable que no nos impulse el análisis de las causas de las epidemias, y que nos pasen desapercibidas, y es que no nos motiva un deseo epistemológico, ni una razón científica, sin duda, no todos somos epidemiólogos. Pero no hace falta ser uno para preguntarnos si habrá comunes denominadores que propicien un desastre como el actual, y eso es algo que sí que nos debería importar ¿Qué es lo que provoca que el ser humano contraiga virus o bacterias, enferme y/o muera? ¿Por qué puede contagiar y ser contagiado con relativa facilidad?
Obviamente, no sólo se trata de la susceptibilidad orgánica que le es propia a la especie de enfermar, contagiar y sanar o morir, hablamos de las circunstancias que nos arrastran a enfermar y/o morir más prematura y colectivamente de lo que correspondería al organismo y al colectivo.
Historia de las pandemias
Sin el deseo de filosofar más allá de lo evidente, podemos notar que, en la historia de las epidemias y pandemias, brillan algunas constantes…
a) De 1347 a 1351, la peste bubónica, enfermedad provocada por la bacteria Yersinia pestis, que se alterna entre roedores y pulgas. Las ratas y otros roedores pueden transportar pulgas infectadas. Cuando el huésped muere por la enfermedad las pulgas buscan otro huésped del que alimentarse, encontrándolo en los humanos. [2] Acabó con la vida de unos 200 millones de personas. [3]
b) En 1957, la gripe asiática, producto de la mutación de un virus común en patos silvestres que se cruzó con una cepa que afecta a los humanos. [4] 1.2 millones de personas resultaron fallecidas. Duró un año. [5]
c) Reconocido por primera vez en 1981, el VIH proviene de un virus llamado virus de inmunodeficiencia en simios. [6] Ha acabado con la vida de entre 25 y 35 millones de personas. En la actualidad sigue cobrando vidas humanas. [7]
d) En 1996, la epidemia de las vacas locas, transmitida al hombre al comer partes de animales infectados. [8] Al día de hoy el número de personas diagnosticadas con Creutzfeldt-Jacob (la variante de la enfermedad de las vacas locas en humanos) en todo el mundo asciende a 220 personas, de ellas 173 en el Reino Unido. Según los expertos, hoy la epidemia está controlada, aunque no extinguida del todo. [9]
e) En el 2003, la gripe aviaria o aviar, en su cepa H5N1 (que en 2005 amenazaba con convertirse en pandemia), se contagiaba a los humanos si tenían contacto con heces o secreciones de aves infectadas. [10] Hubo alrededor de 440 víctimas humanas según reportó la World Health Organization en el 2015.
f) En los 2009-2010, la gripe porcina, mejor conocida como AH1N1, cuyo virus podía infectar a los humanos a través de boca, nariz y ojos. Más de 200.000 personas murieron. [11]
g) En 2014-2016, el brote más importante de ébola se introdujo en la población humana como consecuencia de un contacto directo con la sangre, secreciones, órganos u otros líquidos corporales de animales infectados (como monos y murciélagos de la fruta). [12] Provocó más de 11.300 muertes. Este brote tuvo una duración de 2 años. [13]
Zoonosis
¿Qué es lo que comparten estos episodios? Epidemias o pandemias, todos ellos (y los que hayamos dejado sin mencionar) son formas de zoonosis, es decir, enfermedades que los animales transmiten a los humanos. Está bien, digamos que ya sabíamos esos datos, digamos que incluso lo aceptamos sin mayor reserva, pero ¿qué hay de nuevo con eso? Sabemos de sobra que hoy día nos enfrentamos a un virus al que han denominado SARS-CoV-2/COVID-19, misma que fue declarada pandemia por la Organización Mundial de la Salud el 11 de marzo del 2020, y de cuyos efectos aún no podemos asegurar nada, pues sigue en curso.
Como historiadores de la pandemia reciente, podemos agregar que el primer caso de COVID-19 se registró en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, al oeste de Shanghái, en China, donde abundan los mercados húmedos (lugares para el comercio de vida silvestre), y las investigaciones apuntan a que era un murciélago el que transmitió el virus a otro animal intermedio, con toda seguridad un pangolín y que lo transmitió hasta los humanos. Según esa hipótesis, las características genéticas que hacen que el nuevo coronavirus sea tan patógeno para infectar células humanas residían en esos animales antes de saltar a los humanos. [14]
También podríamos agregar y actualizar diariamente el número de “los muertos del Covid”, acorde a sus especificaciones geográficas, estadísticas de los enfermos: enfermos recuperados, de cuántos doctores, enfermeros, pobres, ricos, jóvenes, ancianos, etc., que han sucumbido a esta peste, y también podríamos hablar de narraciones de los y las sobrevivientes y de los que perdieron a alguien por haberse infectado.
Así pues, contamos con datos históricos, epidemiológicos, estadísticos, veterinarios, biológicos, geográficos, y hasta biográficos que, como eco, podríamos repetir cada que se presente la ocasión en la sobremesa o en la publicación de alguien en las redes sociales que recen al respecto. ¿Qué nos puede enseñar esta historia, que no sepamos ya?
Algún dato siempre habrá que nos parezca secundario, irrelevante, como que “conservacionistas y expertos en la salud llevan años alertando contra el comercio de vida silvestre en los mercados chinos y de otras regiones asiáticas, tanto por su impacto en la biodiversidad como por el potencial de propagación de enfermedades…”. [15] En dado caso, quien ha tenido que pagar las consecuencias del desastre, es el resto del mundo, el resto de nosotros, que no comemos murciélagos, perros, gatos o pangolines. Parecía imposible que el aleteo de una mariposa se sintiera a tanta distancia.
Por lo pronto, bien podríamos quedarnos con algo más que la información a medio digerir que aceptamos a cada momento, y el miedo a ser infectado (y que es lo que más nos ocupa, pues los humanos son los únicos que peligran en esta pandemia), pero también podríamos sacar en limpio lo que ya hemos deducido y puesto a la vista: existe un vínculo, una constante, algo que está en el origen de la infección: los animales, tanto los que son humanos, como los que no.
De acuerdo con un artículo escrito por Del Nogal: Cifras ofrecidas por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el 60% de las enfermedades infecciosas de los humanos tiene un origen zoonótico, y ese porcentaje se eleva a 75% si se trata de las llamadas enfermedades emergentes, como el ébola, el VIH, las gripes aviarias, las SARS o el zika.
Como consecuencia de echar a juego información como esta, campesinos peruanos, pobladores de la región de Cajamarca, atacaron a un gran número de murciélagos intentando quemarlos, pues creían que esa era la solución para no contraer el virus… [16] señal de que el común denominador se conoce, tal vez no en su mejor versión (pero sí la más distorsionada), pero llega y tiene consecuencias tangibles. Pero… ¿Por qué atacar a esos animales? ¿Qué podemos deducir de situaciones como esta?
Lo primero que se hace notar es que el vínculo involucra invariablemente a humanos y animales no humanos, y los primeros se han hecho salir limpia y discretamente de la ecuación, para colocarse como víctimas, pero también como jueces.
Otra cosa que seguramente tenemos presente es la forma ventajosa en que el humano se relaciona con las otras especies; siendo que si ven algún beneficio que pueden obtener de ellos, los explotan con el fin de favorecer a la especie humana, pasando por alto intencionalmente la realidad evidente: que tienen la capacidad de actuar en el mundo.
Si estas personas no hubieran percibido el peligro en los murciélagos, bien hubieran continuado la interrelación con ellos, como hasta antes de la pandemia, pero han percibido en estos animales un peligro, los ven como capaces de hacer algo contra los humanos.
A la par de la situación pandémica, se reedita una percepción de los murciélagos, que antaño representaban el miedo causado por un personaje creado por Bram Stoker, que bebía y vivía de la sangre de los aldeanos circundantes a sus aposentos.
De las anteriores anotaciones podemos subrayar que de los animales (y no sólo los murciélagos) se cree que son capaces de hacer cosas, que representan más de lo que es sólo estar allí, y estar allí implica ya un alto mérito, como el de sobrevivir al ataque de los campesinos de antes y los de ahora, y de cualquier otro depredador.
Otro dato por mencionar es que los animales no han venido a chuparnos la sangre, ni a contagiarnos nada, eso sería responsabilizarles de la pandemia, dotarlos del deseo de venganza; un deseo muy humano sería antropomorfizarlos, y eso es muy diferente a aceptar capacidades que sí poseen.
Citando a la periodista y científica Sonia Shah –quién es autora del libro llamado “Pandemia: rastreando contagios, desde el cólera hasta el ébola y más allá- afirma que las personas y los animales salvajes están entrando a un nuevo e íntimo contacto. Esto permite que los microbios que viven en sus cuerpos pasen a los nuestros. […] Los animales y la gente están teniendo nuevos tipos de contacto debido a una variedad de razones, siendo la más grande que esencialmente estamos destruyendo gran parte del hábitat silvestre. [17]
Lo anterior (que es más creíble que la afirmación de que los murciélagos han invadido la civilización, con sus muy humanos sentires, a contagiarnos sus enfermedades, por invadir sus espacios) redundaría en que algo en común en las pandemias es la presencia de los animales, pero, contextualizando, no son ellos los que buscan a los humanos para infectarlos; los animales sí hacen cosas por sí mismos, pero no buscarnos para molestarnos.
Si ponemos atención y cambiamos un poco la perspectiva antropocentrista [18], podemos ver que, efectivamente, los otros animales tienen capacidades de agentividad, es decir, “disponen de una subjetividad con la que pueden establecer relaciones con su medio: los animales son agentes”, [19] protagonistas de sus propias existencias.
En palabras de Sarah McFarland, co-autora del libro Animals and Agency publicado en 2009: Reconocer la agentividad animal es estar conscientes de otros animales como igualmente conscientes, entidades con propósito en el mundo cuyas acciones son experencialmente significativas y son autores activos. Algo como que tu propia acción parecería ser el resultado de tu propia autoría consciente e intencionada. [20]
El antropocentrismo haría del animal un agente de las fantasías y caprichos culturales y personales, un comodín y, biológicamente sería…
Lo opuesto a la agentividad animal, podría ser dicho como genética o determinismo biológico, lo que reduce los comportamientos a atributos como genes o características fisiológicas. Algo como reducir las acciones a instinto. Aunque los animales transgreden las expectativas humanas todo el tiempo. [21]
Entonces, movemos a los animales entre el polo cultural y el biológico, literal y metafóricamente, [22] pero ignoramos todo lo referente al animal en sí. Dejando que los humanos sean “la voz de los animales” (cualquier cosa que eso signifique); dejando la cuestión animal en manos de quien busca sacarles provecho, por mínimo que sea.
¿A dónde vamos con esto? ¿Tiene esto que ver con las pandemias, con esta pandemia? ¿Acaso se busca echar mano de la idea de la maldad inherente a la raza humana (o de la bondad que la raza humana pierde en sociedad)? ¿A encarrilar este discurrir a un llamado a la ética? ¿A la redundancia infinitesimal que nos urge a la consciencia y a la compasión?
La cuestión del comportamiento humano (malvado o no, anacoreta o en medio de una masa) ha de ser asunto de las psicologías y de los psicólogos, y más todavía, habremos de preguntarnos si a estos estudiosos les interesa el problema en el que aquí redundamos, por cómo lo enfocarían y sus pronunciamientos.
¿Encaminar el tema de la epidemia a favor de otros animales? Sin duda, ¿Habría que echarse a un lado en un parteaguas como este, pudiendo hacer (otra vez) la invitación a significar a los animales como sujetos de agentividad? No lo creemos.
¿Se pueden prevenir las enfermedades zoonóticas y las pandemias?
Es bien cierto, si se reconocen las capacidades de agentividad que los animales sí poseen (y no las que les proyectamos desde nuestras fantasías y miedos personales y culturales), esto llevaría a cambiar la forma en que se relaciona el ser humano con las demás especies animales; verlos como agentes implicaría, desde una perspectiva ética, establecer relaciones diferentes, en las que el respeto (tanto por sus vidas como por sus hábitats) estén presentes, anteponiendo un dique a todo lo malo que se le pueda hacer a los animales, pero también se levantaría una preventiva a la zoonosis y a las pandemias.
La anterior es una propuesta a la que se adscriben numerosos investigadores quienes tienen en claro que “El respeto por los ecosistemas y su biodiversidad, la conciencia de nuestra dependencia del resto de los seres vivos y la finitud de los recursos naturales es la única forma de evitar la aparición de nuevas zoonosis que pongan en riesgo la frágil vida de los seres humanos”. [23]
Citando de nuevo a Sonia Shah:
Pienso que es posible prevenir las pandemias simplemente cambiando las condiciones que dan paso a ellas. Podríamos hacer cosas como restaurar el hábitat silvestre para que los microbios que viven en los animales se queden en los animales y no se transmitan a los humanos. Podemos hacer cosas como proteger la salud de los más vulnerables entre nosotros – las personas que viven en barrios marginales, los animales que viven en granjas industriales, puesto que su salud está ahora obviamente muy conectada a la nuestra. [24]
Pero también es cierto que esto ya lo sabemos, o tal vez sólo lo hayamos escuchado más en los meses en esta historia en la que somos co-protagonistas de las pandemias, y sin duda que hemos escuchado hasta el hartazgo sobre la urgencia de revisar nuestras interacciones en favor de las otras especies, porque la historia y la biología nos lo han indicado cada vez. Hemos estado ya allí antes, muchas veces.
Pese a saberlo, pretendemos no saber; lo sabemos cuando reconocemos agentividad en otras especies, de igual manera lo sabemos al negarles algunas de sus capacidades: tanto aquellas que nos son comunes entre especies, cuanto de aquellas capacidades que son privativas de cada especie.
Pretender no saber repercute en el reconocimiento pleno de otros animales como protagonistas de su propia vida (lejos de nuestras jaulas y fuera de nuestro alcance), y les retiene en la manera en que actualmente los vemos, en el cómo se regulan las maneras en que nos comportamos y legislamos respecto a ellos.
Parece pues que no es necesario agregar nada, que no nos es necesario aprender nada, todo lo sabemos, pero parece también que no entendemos nada, al menos nada que no convenga a nuestra especie.
¿Vale la pena insistir? Por supuesto. Apelar a la racionalidad de la especie, o a la guía de la historia no parece ayudar en mucho, hemos sido y somos negligentes hasta con los de nuestra propia especie, con los que no compartimos espacio geográfico, sexo, ideología, edad o color de piel, aunque posean las mismas capacidades, intereses y derechos. Aún hoy toda clase de discriminación y violencia se sostienen con estas diferencias ¿qué nos hace pensar que ceder agentividad a otros animales hará diferencia para ellos?
Tal vez la respuesta ya fue dada: antaño, capacidades, intereses y derechos no eran reconocidos en estos otros humanos, hubo que reconocérseles, con la convicción de otros que se alzaron para lograrlos; hubo necesidad de un nuevo discurso que partiría de la complejidad de las relaciones que hemos establecido con otros humanos, de las obligaciones sociales y políticas que tenemos hacia ellos y ellos con nosotros.
Ignoramos si hay otra forma de hacerlo para con las otras especies, pues, al momento lo hemos logrado para con otros humanos (aunque muchos humanos no se encuentren convencidos ni identificados, ni satisfechos de tales logros).
Hoy en día, incluso, las luchas no han alcanzado sus ideales; hay grupos y organizaciones que continúan luchando por que se hagan respetar los derechos de sectores de la población que siguen siendo discriminados (entre los mismos humanos).
Sean racismo, sexismo o especismo, se tratan de manifestaciones de discriminación, de injusticia, y que en teoría y práctica exigen cambios y revoluciones en favor de los y las afectadas, cambios que comienzan haciéndolos notar (aunque parezca no tener sentido para quienes se aferran a costumbres y tradiciones), seguidos de una lucha constante por el reconocimiento de la necesidad del cambio, hasta llegar a leyes que los amparen (nuevas formas de convivencia entre nosotros), para, por último, en una lucha que parece interminable, abogar por que esas leyes se apliquen y se respeten. Un camino que, si bien, no es ni corto, ni fácil de transitar, es el más ético, y bien que se lo debemos a los demás animales.
Mientras averiguamos si es el mejor camino, sólo tenemos esta forma de hacerlo: visibilizando y cuestionando al antropocentrismo, pues hemos podido reconocer que, biológicamente, compartimos intereses y capacidades; y pandémicamente compartimos nexos en los que habrá que colocarnos, reconocernos, aceptarnos y actuar en consecuencia ética.
¿Por qué no ser partícipes de una historia diferente? Ya vimos, al inicio de estas líneas, un recuento de algunas pandemias y sus efectos; muchos se preguntarán con temor cuál será la próxima… (Aún sin ver el fin de ésta en la que estamos inmersos) ¿Qué tal si hacemos que el siguiente brote que se extienda a lo largo de todo el mundo no sea una enfermedad, sino una ola preventiva?
¿Cómo? Una propuesta es que, del mismo modo en que se han validado derechos que corresponden a luchas antropocéntricas (como los movimientos sociales contra el racismo, contra la discriminación por género, contra la discriminación por clase social, contra la discriminación por el origen étnico, entre otros), comencemos una lucha en la que vayamos sembrando la semilla del respeto hacia los demás animales y del reconocimiento de sus capacidades (y por tanto de la necesidad de un cambio inminente respecto a nuestra forma de convivir con ellos), a través del activismo, en consideraciones empáticas que se encarguen de contagiar este principio.
Otra propuesta es, hacer cambios en nuestros hábitos alimenticios (rescatando la posibilidad inminente de cuestionarnos qué o a quiénes ponemos en nuestros platos). Estudios recientes [25] demuestran que una dieta basada en plantas reduce las probabilidades de contraer infección de moderada a grave por COVID-19, en comparación con otros patrones dietéticos. La razón es que las dietas a base de plantas son ricas en nutrientes, vitaminas y minerales que disminuyen el riesgo de infecciones respiratorias, como el resfriado común y la neumonía además de tener funciones importantes en la producción de anticuerpos, la proliferación de linfocitos y la reducción del estrés oxidativo, generando un sistema inmunológico saludable.
Según el virólogo Robert Webster en su Teoría del corral, afirma que: Los virus de pandemias humanas reclutan parte de sus genes de los virus de la gripe que afectan a las aves domésticas. Aves de las que se alimenta a una inmensa cantidad de personas y de las que generalmente se desconoce el origen de su producción, misma que incluye una gran lista de maltratos que tienen como resultado problemas de visión, infecciones bacterianas en los huesos, vértebras rotas, parálisis, hemorragias internas, anemia, tendones rotos, las patas y cuellos torcidos, enfermedades respiratorias y sistemas inmunitarios debilitados, situaciones que no están para nada lejos de relacionarse con los humanos, tal como lo dio a conocer el periodista Scott Bronstein quien escribió para el Atlanta Journal-Constitution sobre la inspección avícola, en la que se menciona que millones de pollos rezumando pus amarillo, manchados por heces verdes, contaminados por bacterias dañinas o afectados por infecciones pulmonares o cardiacas, tumores cancerígenos o problemas de piel, pasan el control para ser vendidos a los consumidores. Con lo anterior, podemos reiterar el claro ejemplo de cómo se relacionan las granjas industriales con la proliferación de enfermedades; tal como se sitúa el origen de la gripe porcina causada por el H1N1, en una granja porcina del estado de Carolina del Norte. [26]
Sabemos que el origen de las más grandes pandemias es zoonótico, sabemos que, si seguimos explotando la vida silvestre, explotando la vida de animales domésticos hacinados en granjas industrializadas y destruyendo los ecosistemas, podemos esperar un flujo constante de las enfermedades que pasan de los animales a los seres humanos, en los años por venir. [27] Así pues, sabemos también que, poner un alto a esta destrucción de ecosistemas y explotación de la vida silvestre y doméstica, es lo que podemos hacer para evitar futuras pandemias.
Tal vez en un futuro, en lugar de seguir atemorizándonos y alarmándonos con la desoladora historia de las pandemias, podremos escuchar que: en 2020 y 2021, una avalancha de información respecto a la forma de convivencia entre los humanos y los animales de otras especies motivó al cambio en el comportamiento de los primeros para dar lugar a relaciones más éticas para con los segundos. ¿No es esto acaso algo más deseable? Es lo que está en nuestras posibilidades, impulsar esa transformación. Y ya que como especie hemos perjudicado a los demás animales, es también nuestro deber, si no revertir, al menos interrumpir este daño.
Referencias
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Notas
[1] Entendiéndolas como brotes epidémicos que se extienden a varios continentes.
[2] Rentokil, “Enfermedades transmitidas por roedores”, ed. cit.
[3] Nicholas LePan, “Visualizing the History of Pandemics”, ed. cit.
[4] BBC News Mundo, “La gripe en el último siglo”, ed. cit.
[5] Nicholas LePan, “Visualizing the History of Pandemics”, ed. cit.
[6] BBC News Mundo, “5 graves epidemias causadas por virus que saltaron de animales a humanos”, ed. cit.
[7] Nicholas LePan, “Visualizing the History of Pandemics”, ed. cit.
[8] BBC News Mundo, “5 graves epidemias causadas por virus que saltaron de animales a humanos”, ed. cit.
[9] RTVE.es Agencias, “El mal de las ‘vacas locas’, una enfermedad muerta 10 años después”, ed. cit.
[10] FAO, “Influenza aviar”, ed. cit.
[11] Nicholas LePan, “Visualizing the History of Pandemics”, ed. cit.
[12] OMS, “Enfermedad por el virus del ébola”, ed. cit.
[13] Nicholas LePan, “Visualizing the History of Pandemics”, ed. cit.
[14] Manuel Peinado, “Murciélagos y pangolines: el coronavirus es una zoonosis, no un producto de laboratorio”, ed. cit.
[15] Ismael Arana, “Los mercados chinos, una cuna para toda clase de virus”, ed. cit.,
[16] El Universal, “Incendian murciélagos por temor al Covid-19”, ed. cit.
[17] Talya Meyers, “The Coronavirus in Context: A Q&A with Sonia Shah, Author of ‘Pandemic’. Direct Relief”, ed. cit.
[18] Supone al ser humano como el centro de todas las cosas y, por lo tanto, defiende que sus intereses son los más importantes.
[19] Patrick Llored, “Conferencia magistral: ¿Qué puede la ética animal frente a la violencia? Problemas, retos y propuestas”, ed. cit.
[20] Sarah E., McFarland, “Defining Animal Agency with Sarah E. McFarland”, ed. cit.
[21] Ibidem.
[22] De ser el objeto de nuestras tradiciones y costumbres, a seres cuyas acciones reducimos a instinto.
[23] Del Nogal, “Zoonosis, cuando los animales enferman al ser humano”, ed. cit.
[24] Talks at Google, “Pandemic: Tracking Contagions, from Cholera to Ebola and Beyond, Sonia Shah”, ed. cit.
[25] Hyunju Kim, et al., “Plant-based diets, pescatarian diets and COVID-19 severity: a population-based case-control study in six countries”, ed. cit., p. 1.
[26] Jonathan Safran Foer, Comer animales, ed. cit., p. 244.
[27] Noticias ONU, “Sólo si se respetan la vida silvestre y los ecosistemas se podrán evitar futuras pandemias”, ed. cit.