Ese extraño señal superviviente: Jean-Luc Nancy

Ese extraño señal superviviente: Jean-Luc Nancy

Trad. Maria Konta

 

Me hubiera gustado hacerle una pregunta a Jean-Luc Nancy.[1] Quería que esta pregunta fuera precisa, profunda, delicada y, por supuesto, como dicen, pertinente. Quería que ella diera en el blanco, pero también que tocara el final. Me hubiera gustado que ella tocara su pensamiento, y así lo tocara, para que él me reconociera, a mi que no me conocía.

 

Mi amigo Valentin Husson, que lo conocía personalmente, me dio su dirección de correo electrónico. Entonces sabía dónde enviar esta simple pregunta. Sin embargo, no lo hice, y ahora es demasiado tarde. Bastaba exponerse, no olvidar que la precisión, la profundidad, la delicadeza o la relevancia, que nunca están aseguradas, no son nada sin dirección. Esa incomodidad en sí misma prolonga una habilidad más vieja y más joven. Bastaba, con dirigirle esta pregunta, de no olvidar a Jean-Luc Nancy. De no olvidar su texto, la textura de este corpus que es su exposición, y que es esta exposición como él misma.

 

Esa pregunta que quería hacerle, ahora y con él, se ha eclipsado.

*

Jean-Luc Nancy está muerto, y eso significa, por supuesto, que ya no podrá contestar, verbalmente, nuestras preguntas, esas preguntas que nosotros, lectores de todo el mundo, nos hubiera gustado hacerle y que nos hubiera gustado escucharlo responder. ¿Pero eso significa que ya no está expuesto? ¿Eso significa que ya no nos habla? ¿Podemos decir en serio que todavía está pensando?[2]

 

No hay consuelo en lo que sugieren tales preguntas. No hacen ninguna señal de resurrección, de alivio de la muerte en ninguna “vida del espíritu”. Simplemente sugieren que la dirección de Jean-Luc Nancy, o su exposición, es a la vez mayor y más joven que él, sin ser nada más que él mismo. Todavía está donde ya no está, y ya no estaba donde estaba. En su nombre, su voz e incluso en el corazón de su cuerpo.

 

¿Qué sobrevive de Jean-Luc Nancy? ¿Cómo sobrevive Jean-Luc Nancy? ¿Qué es, qué fue y cuál será su supervivencia? Y eso, ¿no sería el mismo pensamiento? No el pensamiento como producción ex-nihilo desde la interioridad de un ser vivo racional, sino el pensamiento como dirección y como inscripción de uno mismo en esta dirección, como desbordamiento de la vida sobre sí misma en una alteridad distinta de la muerte.

 

Jean-Luc Nancy está muerto. Puede que esto no signifique que ya no responderá a nuestras preguntas, pero que su respuesta y su responsabilidad son, incluso hoy, más secretas. Secretas, expuestas.[3] Las respuestas que nos envía, tendremos que leerlas; su misma dirección, debemos recibirla; lo cual todos hemos empezado a hacer, desde que abrimos silenciosamente uno de sus libros. Inmediatamente lo reclamamos, y es en nuestra voz, como nuestra voz, que escuchamos la suya.

 

¿Cuál es la voz de esta dirección, de esta exposición? Entonces, ¿qué voz tiene un pensamiento? ¿Qué es la tesitura, cuál es el timbre del “pensamiento”? ¿Qué son los relés y cuáles son los canales de estas direcciones secretas? ¿A través de qué red se transmite este pensamiento? ¿Y qué es lo que aquí nos une o debería vincularnos a Jean-Luc Nancy?

*

“Uno se siente irresistiblemente tentado a protestar que no está permitido que el hombre, y quizás con él la vida y la naturaleza, desaparezcan en el paso al límite de su propio poder. Pero, ¿por qué eso no sería admisible?”

Esta última pregunta nos la dirige el propio Jean-Luc Nancy. Se habló en una de sus últimas conferencias en Oxford. Es audible en Internet y legible en La piel frágil del mundo. Quizás esta pregunta, que aparece en más formas que la anterior, nos permite vislumbrar lo que desaparece o es probable que desaparezca con Jean-Luc Nancy. ¿Cómo es posible que tal pregunta, resistiendo la protesta irresistible que renovaría todo lo que se está realizando hoy, y todo eso, al realizarse, se agota? ¿Cómo se puede solo formular una pregunta así? ¿Qué rectitud en el descentramiento, qué exceso sobre cualquier precepto de proponer un ordenamiento de fines y medios, qué libertad en la fidelidad al acontecimiento se necesita para sólo poder plantearse tal pregunta y medirse frente a tan abismal pensamiento?

 

Sin duda es esta libertad, por no decir esta altura de vista o esta soberanía, la que desaparece un poco más con la muerte de Jean-Luc Nancy, dejando atrás el pensamiento un poco más solo y rodeándolo un poco más. De una extrañeza insondable. Esta libertad es la del pensamiento mismo, que no se somete a ningún fin, que es el medio de la nada, y que en este sentido no es una simple actividad productiva. La protesta irresistible contra la desaparición del hombre, que todavía sabe cómo someter el pensamiento, no puede evitarlo. Porque el pensamiento se desborda, se sostiene en exceso, se expone. En definitiva, más allá de la desaparición. Pero entonces, ¿quién está expuesto de esta manera? ¿Y qué hay en exhibición? ¿Quién sigue pensando más allá de la desaparición y qué piensa? ¿Cómo es esto posible, incluso cuando, en el límite, ya no hay un hombre? ¿E incluso donde, no sólo ya no se da la humanidad del hombre, sino donde su misma posibilidad, por preocupación por su propia existencia, ahora parece negada?

 

Es que, por el contrario, pensar solo es posible allí, en el límite. Allí donde el hombre pasa infinitamente el hombre, por usar esta palabra de Pascal que a Nancy le gustaba citar. Entonces, allí donde el hombre ya no es del todo humano, sino donde indudablemente encuentra los recursos siempre turbulentos de su humanidad ¿Y qué piensa el pensamiento, si no todo, e inmediatamente? Para decirlo con Nancy: “No hay pensamiento que piense menos fresco, y con menos pasión, sino pensar todo, y ahora. No hay placer del pensamiento que pueda disfrutar menos que disfrutar, absolutamente.”[4] El pensamiento es libre porque, lejos de someterse a cualquier cosa que se requiera resolver o iluminar, es más bien el poder de gozar, absolutamente, de un poder del que sólo se puede evaluar los sistemas de medios y fines, cambiar los problemas y “hacer brillar” la luz misma. El pensamiento no piensa para… Más bien, es el poder de existir lo que culmina en el pensamiento, y más bien se deberían evaluar los sistemas y sociedades según permitan una mayor o menor tasa de pensamiento. Porque es midiéndose sin medida contra todo y todo lo que el pensamiento puede entonces, como a cambio, iluminar y resolver, desatar y reconectar, en la demanda infinita del don de sentido y el don de esta exigencia. No pensar para existir, como tampoco sería necesario existir para pensar. Pero existir, de una existencia enviada nada más que a su única efervescencia de ser, es decir inmediatamente a pensar: venir y dejar que venga el sentido, sin presuponer, sin plantear de antemano de dónde viene o hacia dónde va.

 

Pero, ¿qué sucede cuando es la preocupación por el sentido de existencia mismo lo que parece desaparecer o cerrarse, como absorbido por la superinteligencia artificial y la vigilancia planetaria? ¿Es la posibilidad enigmática del pensamiento que desaparece, o el límite sobre el que, pasando su propio poder, se libera para sí la tarea, no menos enigmática, de pensar en absoluto, es decir, de pensar en la elipse del sentido? Jean-Luc Nancy lo escribió así: “Aquí estamos en este límite: el Oeste del Sentido, la distensión de sus centros, libera la tarea de pensar (¿en qué sentido es todavía “pensar”?) nuestras existencias finitas.”[5] ¿Cuál es el sentido de pensar cuando ya no se da la misma preocupación por el sentido? ¿De hecho alguna vez se habrá dado? ¿Sigue siendo necesario, sin fallar y apasionadamente, además, pensar el sentido del pensamiento incluso allí donde el sentido se agota? Acompañar al pensamiento a su sueño, que no es otro que el sueño, la existencia en el sueño y quizás la existencia misma adormecida en un régimen de equivalencia generalizada, en el corazón del logro del nihilismo. Ya no se trata de la altura de la vista, sino de una vista que persiste incluso en la oscuridad, sin arriba ni abajo, sin frente ni atrás. De un pensamiento soñoliento que ve bien, y justo lo que ve, dispuesto libremente como está para dejar entrar la extraña luz de su eclipse:

 

Lo que ve el durmiente es esta cosa eclipsada. Ve el eclipse en sí: no la corona llameante que lo bordea, sino el corazón perfectamente oscuro del eclipse del ser. Ahora bien, esta oscuridad no es una invisibilidad: al contrario, ofrece la plena visibilidad del hecho de que, frente a mí, en este primer plano donde cada figura viene a ser representada, cada color brilla, cada dibujo se traza, no hay más ‘delante’ y que todo se rinde allí equivalente a ‘detrás’ o ‘en ninguna parte’. No hay parte de lo visible, por lo tanto tampoco hay parte de lo invisible. No hay más compartir ni particionar. Todo lo que pueda venir de afuera o escapar de él, todos los supuestos ‘mensajes’ o todos los pensamientos, ya sea del ojo o del oído, de la nariz, de la boca o de la piel, nervios, vísceras, cadenas neurales, músculos y tendones, voluntades o imaginaciones, deseos o sufrimientos, todos los pensamientos sin excepción, no desaparecen, ¡tanto! – pero vienen a jugar libremente, indistintamente distintos, en la extensión de la nada, en la nada de este mundo eclipsado y reunidos hasta el punto de la igualdad latente.[6]

 

Esta suerte de fenomenología de la desaparición del fenómeno que es la Tumba del sueño es también el movimiento de un pensamiento que soporta el sueño de la razón, y que en este aguante experimenta la condición de su posibilidad más intensa:

 

“Aquí, dices, ¿el pensamiento se duerme y da paso a la fantasmagoría?” No lo crea. Si todavía es cierto —de una verdad muy severa— que el sueño de la razón genera monstruos, sin embargo es cierto que también lo es al permitirse estar dispuesto al sueño, al sueño y a la posibilidad. No despertar hasta que el pensamiento lo permita a sí mismo para ser despertado en el último día posible de toda su probidad.[7]

*

¿En qué sentido sigue siendo “pensar”? Si una y otra vez se trata de despejar el camino a la preocupación por el sentido de la existencia,[8] tal ruptura, una vez eclipsado este sentido, supone una pasión por el pensamiento hasta el punto en que este -pensar- inscribe libre el juego y su goce en el devenir-escritura de una dirección y de una existencia singular, hasta el punto en que el pensamiento mismo se hace elipsis o eclipsa en la escritura. Piensa hasta el final, para perder el sentido. O, “deja de pensar, venir y dejar que venga”,[9] sin saber de dónde viene ni hacia dónde va. Y así esbozar, en el hueco de esta “desaparición interminable” que es la vida misma, y ​​como supervivencia de esta vida, un “signo extraño, inquietante, indescifrable”, “signo sin sentido de una complicidad inconsistente pero insistente” como el eclipse de sentido. Algo como un corpus firmado, un nombre que, sin significar nada, lo dice todo a pesar de todo: Jean-Luc Nancy.

Pero sin duda es el momento, para no terminar, de ceder la palabra a Jean-Luc Nancy:

 

El que duerme, en efecto, pone todo su corazón a dormir, y del mismo modo el que se ha ido sin retorno: dedica su corazón a esta insuficiencia cardíaca. No en vano velamos por los moribundos y los muertos: la vigilia abre un ritmo entre los vivos y los que se van, marca su partida como contrapunto a nuestra presencia vigilante. Los vemos irse y los vemos irse, se duermen en nuestros ojos como en nuestros brazos, como en la tumba en cuyo fondo nunca terminarán de desaparecer.

Es esta interminable desaparición, a la que ni el olvido ni el lento desgaste de las tumbas ponen fin, la que conserva en ella la apariencia eterna de cada una a una, no solo la momia o la foto amarillenta, no solo el nombre grabado se vuelve ilegible, ni semejanza con la frente de una ola descendente, ni marca de nacimiento, ni costumbre o forma de hablar, pero finalmente a pesar de todo cada grano, cada gema, cada gota y cada hoja, cada señal centelleante de una estrella o de un átomo, cada polvo, por perfectamente anónimo que sea, no puede evitar esbozar un signo extraño, inquietante, indescifrable, el signo sin sentido de una complicidad inconsistente pero insistente sin otra analogía que la de un sueño común y compartido como indivisible. Como la muerte, el sueño, porque elimina en sí mismo incluso la simplicidad de la presencia, pero como el sueño, la muerte porque lo que elimina todavía lo presenta inmortal al mundo o como el mundo mismo al mundo así velando por sí mismo, vigilante encargado de la vigilia de la única noche.[10]

 

Bibliografía

  1. Derrida, Jacques, Suppléments, éditions Galilée, Paris, 2019
  2. Nancy, Jean-Luc, Tumba de sueño, , Amorrortu, Buenos Aires, 2008

 

Notas

[1] El original intitulado « Ce signe étrange survivant : Jean-Luc Nancy » fue publicado en la revista de ideas de carácter filosófico Un philosophe en el marco del homenaje a Jean-Luc Nancy “Hommage à Jean-Luc Nancy”. Agradezco al editor Jonathan Daudey por darme el permiso de traducirlo.
[2] De un filósofo, decimos, siempre en tiempo presente, que piensa. “Kant piensa que […], mientras Descartes piensa más bien […]”
[3] Jean-Luc Nancy, Tumba de sueño, ed., cit., p. 80, ahí escribe: “La tumba es la intimidad de los muertos tan bien sellada que se expone sin reservas, así como el que duerme se entrega sin riesgo de revelar ningún secreto, excepto este sueño que no es uno».
[4] Jacques Derrida, Suppléments, éditions Galilée, Paris, 2019, p. 18.
[5] Ibidem, p. 34.
[6] Jean-Luc Nancy, Tumba de sueño, ed., cit., p. 50.
[7] Ibid, p. 82.
[8] “En este punto, debemos agregar: definitivamente, y diga lo que se diga al respecto, la filosofía no ha fallado.» Derrida, suppléments, p. 26
[9] Ibíd., p. 29.
[10] Tumba de sueño, p. 81.

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