Un mundo nancyano: un diálogo sobre el se(gui)r animal

XULIO FORMOSO, ILUSTRACIÓN SOBRE “LA PASIÓN SEGÚN G.H.”

Resumen

Este artículo pretende traslucir pensamientos filosóficos de Jean-Luc Nancy, uno de los pensadores más originales de las últimas décadas. Nos interesa orientar sobre un tema que su gran amigo Derrida dejó inconcluso, pero muy fértil en su deconstrucción: los animales (l’ animot); y que en el propio Nancy, aunque no fue su tema nuclear o medular, sí va aproximándose y articulándose —o tocándose— en varias de sus posturas ontológicas. Al filósofo del cuerpo le interesaba seguir la escuela de la diferencia, orientando así su gran legado igualmente a esos cuerpos que también forman parte de sus indicios: los que sienten, sueñan, tiene voz, los que no paran de sentir, los que, justamente, en sus diferencias, hacen nacer el impulso del Gran afuera.

Palabras clave: Deconstrucción, silencio, sueño, metamorfosis, anamorfosis, animot expeause.

 

Abstract

This article aims to explore the notion and thoughts of Jean-Luc Nancy, one of the most original philosophers of recent decades. We are interested in providing guidance on a theme his great friend Jacques Derrida left unfinished, but very fertile in his deconstruction: animals (l’animot); Nancy himself, although it was not his nuclear or core theme, has approached and articulated several of Derrida’s ontological positions. Our corpus philosopher was interested in following Derrida’s deconstruction, or differánce concept, directing his great legacy to those corps that also form part of his “indices sur le corps”:  the ones who feel, dream, have a voice, or the ones who do not stop feeling, those who, precisely, in their differences give birth to the impulse of the Great Outside.

Keywords: Deconstruction, silence, sleep, metamorphosis, anamorphosis, animot expeause.

 

De animales derridianos a nancyanos…               

 

En primer lugar, tejeremos una especie de puente o juego, un affaire en el sentido de la proximidad y del tocar —acaso este tocar “a flor de piel” que proponía Nancy— entre animales derridianos y animales nancyanos; nos interesa seguir en la deconstrucción que pacientemente —o serenamente, más bien, si se piensa en un sentir animal— reproducía las diferencias hasta aparecer enclaves rizomáticos que alimentan el diálogo. ¿Qué clase de diálogo proponemos? Sin duda el mismo que Derrida recupera de Gadamer, y que a su vez teje con ideas propias, pues para él en definitiva debemos proseguir siempre en nuestro propio pensamiento, mismo que debe buscar su interlocutor en todas partes, y en especial si es completamente diferente. En palabras de Derrida: “Quien desee que yo me tome a pecho la deconstrucción e insista en la diferencia, no se encuentra en el final sino en el comienzo de un diálogo”.[1]

 

Es por todos conocida esa amistad infinita entre los dos filósofos del tocar, Jacques Derrida y Jean-Luc Nancy. Nos interesa entonces abrir el diálogo con otro diálogo que tuvo lugar entre el 18 y 19 de enero del 2002, dentro del coloquio Sens en tous sens. Autour des travaux de Jean-Luc Nancy, ahí el instante cardinal llegó con la charla entre los dos grandes filósofos de la Escuela de Estrasburgo. La conversación llevó por título “Responsabilité  -du  sens  á  venir”, se abordaron en ese sentido temas que interesaban a ambos pensadores sobre el devenir filosófico en tanto su responsabilidad, pero es casi al final que de una manera sutil e incluso juguetona, Derrida —ya conocida entonces su apremiante necesidad de seguir en el tema de los animales, tan sólo en 1997 había escrito una conferencia muy larga titulada “El animal autobiográfico”, y para el 2003 habría de publicar su famoso texto “¿Y si el animal respondiese?”— insta a su amigo a replantearse su mundo nancyano:

 

JD: ¿Acaso en tu mundo, ahí, hay animales? Los hay, por supuesto, pero ¿les concedes un lugar esencial?

JLN: No, no, en absoluto. (…) admito que, aunque no les concedo ningún lugar a los animales, sí se lo concedo a los seres vivos y, no obstante, ahí está, en algún lugar de un texto, el árbol que es libre…

JD: Si hay algo vivo, sí, si hay animales…

(…)

JD: Mi interés por los animales se dirige también a los animales humanos. Ves lo que quiero decir…

JLN: Eso ya me tranquiliza algo. Tenía miedo de que, con eso, instaurases una ley según la cual podrías ser cruel conmigo, pero no con tu gato.

(…)

JLN: Me digo en un orden totalmente empírico: “¡uno no puede hacerlo todo, entonces Jacques se ocupa de los animales, muy bien, a cada cual su rebaño y las vacas estarán bien guardadas!”… (risas) Entonces, déjame a los hombres… (risas).

JD: Tú verás… (risas).

(…)

JLN: Sí, pero eso quiere decir, en ese momento, que, entre el hombre y el animal, lo que tú pides debe no ser tanto, fundamentalmente, del orden de una especie de nivelación de la balanza cuanto, ante todo, del orden de un pensamiento de lo que los remite el uno al otro; y vuelvo así a lo que llamaba hace un rato la resonancia. Quizá, detrás -o por delante- de la distinción entre respuesta y reacción, esté la resonancia. Y cuando dices: seguimos todavía en el totemismo, yo diría, en todo caso, que lo que es seguro es que nuestra civilización misma no ha abandonado nunca algo de la resonancia del hombre y del animal. Hay suficientes perros, desde el perro de Ulises, y gatos, hasta los de Baudelaire, etc., para hablar de ello.[2]

 

Claro que Derrida le dedicaría varias y sustanciales líneas al tema de los gatos para hablar de la mirada, la desnudez y ¿la resonancia propuesta por Nancy? Ya lo iremos dilucidando. Pero nos interesaba dejar constancia del que fue, quizá, el comienzo de un diálogo con ese interlocutor diferente, esa especie de unheimlich: encuentro irremplazable, pero a fuerza íntimo; extraño, pero espectral.[3]

 

Hay que decir también que hablar de animales nos remite inmediatamente al concepto del cuerpo en Nancy, ya que “Corpus” (1992) es prácticamente su obra clave sobre un mundus corpus de la naturaleza, donde todas las “pieles se tocan”, pero no es intención de este texto indagar sobre un punto que ya se ha abordado, existe por ejemplo una excelente aproximación en esta línea de Cecilia Corazzin,[4] a nosotros nos interesa por ahora indagar —y si acaso dialogar— en otras concepciones filosóficas.

 

¿Podemos entonces deconstruir la experiencia ontológica, el sentir de los cuerpos e incluso su consustancial democrático que le dan también un sentido diferente a la política en su retrait?

Iremos respondiendo a lo largo de varios trabajos dicho planteamiento. Pero antes queremos jugar con el propio juego de crear palabras-conceptos que tanto Derrida y Nancy hacían a manera de huella lúdica. En el idioma francés, dado que es fonético, ambos juegan con el lenguaje y las palabras, tal es el caso de Sexistence y Expeause de Nancy, el primero que parece ser una danza entre el sexo con la existencia, y en el segundo caso una unión sagrada entre la palabra exposé que significa expuesto, pero con peau que es piel, y que aunque se lee diferente no altera su sentido fonético ya que se pronuncian igual. Sobre esta misma línea Derrida hizo lo suyo con su animot que se pronuncia igual que animaux (animal en plural).

 

Así pues, podemos decir que este texto trata del animot expeause que andamos si (gui) endo, o que tal vez en una fórmula inversa nos sigue a nosotros.

 

El de Nancy, un mundo igual en tanto sueño

 

En el mundo nancyano la imagen o corpus animal está presente en su obra “La tumba del sueño” (2008), un libro que, como su nombre lo indica, dedica al tema de los sueños y lo simbólico; el animal deconstruido, el animot,[5] pudiese ser dentro de la filosofía y la literatura un tema simbólico, es verdad, pero cabe recalcar que es justamente en esta obra en la que Nancy usa la diferencia animal para igualar su mundo que en palabras propias:

 

Todo se iguala a sí mismo y al resto del mundo. Todo se atiene a la equivalencia general en la que un durmiente vale por cualquier otro y todo sueño equivale a todos los otros. (…) Todo el mundo duerme en la igualdad del mismo sueño —todos los seres vivos— (…) Pues los que comparten quienes duermen juntos es, en efecto, el gran sueño igual de la tierra entera. En su conjunción se refracta el conjunto de los durmientes, los animales, las plantas, los ríos, los mares, las arenas, los astros situados en las esferas cristalinas del éter, y el éter mismo que ha adormecido. (…) Nos rodea el gran sueño, la gran noche del mundo, y derivamos irresistiblemente hacia ellos en una expansión infinita.[6]

 

Podría decirse entonces que ¿penetramos el sueño para igualar el mundo y cosmos entero? O bien ¿perpetuamos nuestro ser animal para la conjunción infinita con todo cuerpo —ya sea vivo, orgánico y celeste— que existe en tanto sí para asimilarse? A Nancy le interesa, por supuesto, distinguir al humano del “durmiente”, por ello usa tal término a lo largo de su obra para igualar a los seres en su corporeidad soñolienta y orgánica, porque es justamente en la misma diferencia humana que el aspecto filosófico de Derrida encuentra sentido en el “ser” y “seguir” animal como promesa.

 

Aquí los seres humanos se perciben en tanto durmientes como la llegada a ese ser animal, en tanto amantes como ser íntimo, desde luego nos interesa lo primero para establecer una relación orgánica, pues siguiendo su pensamiento: “Como los animales que hibernan, el durmiente se nutre de sus reservas. En cierto modo, se asimila a sí mismo. Con su propia sustancia, la noche compone también su alimento”.[7] Frente a esto la concepción animal se va profundizando, acaso igualmente de manera orgánica como lo hace el proceso de la simbiosis que sirve para nutrir dos cuerpos diferentes, desplegando con ello una rizomaticidad intensa que a continuación seguiremos explorando en el mundo nancyano.

 

La “morfosis” animal: de Clarice Lispector a Alcione

 

Vamos ahora a seguir el diálogo sobre los animales haciendo conversar a dos personajes: uno literario y uno mitológico, porque como ya lo escribimos con anterioridad al remitirnos a Derrida: el interlocutor está en todas partes.

 

La inconsciencia creadora es también —y, ante todo—: forma. En “La piel frágil del mundo” (2021), Nancy habla de esta fórmula sobre la inconsciencia creadora, que siguiendo con la lógica anterior iguala a los seres, pero que también nos transmuta y transforma:

 

(…) Quisiera hacer que resonara para nosotros, en este momento, algo de aquel resplandor y de aquel silencio: que comprendamos que, en vez de querer detectar y descodificar los mensajes del origen y del fin, debemos acostumbrarnos al silencio y a la oscuridad que están en el corazón de todo estremecimiento y todo surgimiento (…) Es lo que Clarice Lispector denomina con una fórmula impresionante La inconsciencia creadora del mundo. Y es que ni la Realidad, ni Nada, precede o sucede al mundo, pues el espacio-tiempo no se hunde en un espacio-tiempo distinto. Él es único, por muy múltiple que sea y por muy abundantes que sean sus aspectos, y los relatos que de él se hacen. No está, por tanto, fuera: no hay afuera salvo dentro, en lo más íntimo, allí donde aquello surge, allí donde aquello se pliega, se resquebraja, se rompe o se articula.[8]

 

Es justamente a las letras de esta extraordinaria escritora brasileña a quien nos vamos a referir a continuación para ilustrar la cita anterior, no sin antes decir que Nancy pareció impresionado los últimos años con su literatura, ya que regresa a ella y particularmente a su novela “Agua Viva”, para referirse con igual inquietud y belleza en otra de sus últimas obras, “Sexistence” (2021); pero no es Agua Viva la obra que vamos a dilucidar, sino el personaje de “La Pasión según G.H” a través de la propuesta filosófica y animal de Nancy en “Tumba de sueño”.

 

Si una idiomaticidad o huella tiene Clarice Lispector en su literatura, es precisamente ser la escritora del cuerpo, constantemente se definía a ella misma no como a una intelectual, sino como alguien que escribía con el cuerpo mismo. Y es que el cuerpo es la verdadera forma para ella que precede al pensamiento. Pero fue también la escritora que abordó el mundo animal para darle forma a sus personajes, una forma interior más que exterior, o, mejor dicho, tomando ahora la fórmula nancyana: “[…] no hay afuera salvo dentro, en lo más íntimo, allí donde aquello surge, allí donde aquello se pliega, se resquebraja, se rompe o se articula”.

 

El personaje principal de la novela de Clarice es una escritora que un día al encontrar una cucaracha en su ropero la aplasta, la toma entre sus manos, y se la come; después de ese momento de ulterioridad comienza su proceso de “endomorfosis provisoria”, esta que Nancy explica como “Formación interna, pero sin transformación del ser.”, el personaje lo describe así:

 

[…] ¡Qué difícil está resultando saber cómo era yo! No obstante, tengo que hacer al menos el esfuerzo de darme una forma primera para poder entender lo que ha sucedido a perder esa forma. […] Pero, cómo era antes mi silencio, es lo que no sé y jamás he sabido […] Nunca, hasta entonces, se me había ocurrido pensar que un día me encontraría con este silencio. Con la desintegración del silencio.[9]

 

El silencio es en el personaje ese foco dinamitador de la forma diferente que llegará a ser, o que se está gestando, pero que todavía no es, es esta endomorfosis que precede a la metamorfosis, como Nancy señala: “[…] la formación interna o la constitución de una interioridad allí donde el interior, sellado, parecía proyectado por completo en las intenciones y las extensiones de la existencia […] siempre suspendida de los límites de la forma misma, formación de una sustancia amorfa […] cuyo aspecto […] no es otro, precisamente que el de la caída, el hundimiento y la desintegración”.[10]

 

Para Nancy, la forma animal, o ese llegar a ser animal, es la endomorfosis como esa caída o desintegración que precede a la metamorfosis; metamorfosis como muerte del cuerpo mismo, y de nuevo como vida: “Anamorfosis de la verdadera forma”. Tal es el caso del personaje de Clarice que llega a tomar la forma animal como la verdadera, y que Nancy en “Tumba de sueño” lo desarrolla con el mito de Alcione:

 

[…] Morfeo se identifica por tener la aptitud de revestí la forma […] Así, despojado de su plumaje oscuro, puede descender junto al lecho de Alcíone y hacerle reconocer en el sueño a Ceice, su esposo desaparecido. Dormida, Alcíone mueve los brazos para estrechar con ellos a Ceice, pero sólo abraza el aire. Al despertar, corre a la costa y discierne sobre las olas el cuerpo de su amado desaparecido. Se lanza en su búsqueda desde lo alto del malecón, pues le han crecido alas y puede volar. Enlaza con ellos el cuerpo helado y con el pico encuentra y acaricia su boca. Los dioses también transforman entonces a Ceice en pájaro y la pareja recupera sobre las olas su primer amor y el nido suspendido de su himeneo. Tal es Morfeo, tal es la virtud de su beso. Anamorfosis de la verdadera forma, metamorfosis de la vida en muerte y de nuevo en vida.[11]

 

En ambos personajes, el narrado por Lispector y el descrito por Nancy, G.H y Alcíone respectivamente, se llega a esa anamorfosis de la verdadera forma, ese en el ser-seguir animal, pasando a fuerza por un proceso creador desde la inconsciencia y que en palabras de Jean-Luc: “[…] su caída no es una pérdida de conciencia, sino la inmersión consciente de la conciencia en la inconsciencia que ella deja crecer en sí a medida que se hunde en esta”.[12]

 

Nos gustaría enfatizar aquí que el se(gui)r animal comienza con una especie de memoria interior (o acaso un corazón interior) antes de llegar a ser ese animot espeause. Lo precede, pues, lo que es en sí mismo o como dice Nancy: asimilado; tanto el que mira adentro en su silencio como en su sueño, va determinando también su forma de existir, esa caída a ese inconsciente que a menudo se asocia de una manera negativa con los animales, pero que aquí despliega una  inmersión consciente que nos lleva inmediatamente a ligar con el impulso creador; ese impulso creador da formas también desde un interior hasta un exterior: cuerpo ex-puesto o ex-istente; entonces: cuerpo y ser, aquí, dejan esa disociación, no existe tal diferencia o dualidad como sí suele suceder en la creencia que tiene Occidente sobre el Ser Humano, en el mundo animal la dualidad no existe, sino una metamorfosis o transmutación del ser mismo. Seguir al animal hasta asimilarse uno mismo y transmutar, es lo que estamos proponiendo.

 

El “volver” Derrida-Nancy a manera de breve conclusión

 

Este pequeño e introductorio paseo por el pensamiento ontológico de Nancy y el mundo animal que comenzó en la filosofía derridiana, establece un diálogo infinito igualmente rizomático que se seguirá nutriendo en trabajos posteriores, temas tales como la enfermedad, la mirada como desnudez, la voz como resonancia, la escucha como tonalidad, lo común que comienza en los cuerpos, el “pensamiento poético” del animal como tesis derridiana, la cercanía propuesta por Derrida cuando dice: “soy en cuanto estoy cerca del animal”,[13] y de esa cercanía que en Nancy es más bien proximidad para recuperar el presente a través del tacto, el tacto animal pues como propuesta también, y articulando justamente el presente con otro tema que no podemos seguir aplazando más: el de una política animal, una política que también los ponga en el centro en tanto que también son cuerpos.

 

Nos interesaba ahora hacer el análisis en tanto los sueños y el silencio como ese impulso animal que deviene en la morfosis del —o de los— cuerpo (s). Porque, aunque Nancy no se preocupa como Derrida de establecer teorías en torno a los animales, sí se ocupa —aunque sea en la fórmula de la inconsciencia creadora lispectoriana que a él mismo le impresiona— de dejarnos ese diálogo abierto, ese impulso mismo que es animal y nos sigue para que sigamos tocando, en una especie de danza ceremonial —también animal, sobre todo: animal— el presente: ese Gran afuera.

 

Bibliografía                                                                                         

  1. Cozzarin, C. (2013) “De animales nancyanos” [en línea]. IX Jornadas de Investigación en Filosofía, 28 al 30 de agosto de 2013, La Plata, Argentina. En Memoria Académica. http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.2901/ev.2901.pdf. Consultado el 05 de noviembre del 2021.
  2. Derrida, Jacques, El animal que luego estoy si(gui)endo, Editorial Trotta, Madrid, 2008.
  3. Derrida, Jacques. Carneros, Amorrortu editores, Buenas Aires-Madrid, 2003.
  4. Derrida, Jacques; Nancy, Jean-Luc; Responsabilité -du sens à venir, op. cit., pp. 198-200. Traducción al español por C. de Peretti y P. Vidarte en “Diálogo entre Jacques Derrida y Jean-Luc Nancy”, Revista Anthropos, N° 205, Barcelona, Anthropos, 2004, pp. 47-48.
  5. Lispector, Clarice, Agua viva. Siruela Madrid, 2014.
  6. Lispector, Clarice, La pasión según G.H. Siruela, Madrid, 2013.
  7. Nancy, Jean-Luc, 58 indicios sobre el cuerpo. Extensión del alma. Ediciones La Cebra, Madrid, 2008.
  8. Nancy, Jean-Luc, Corpus, Fordham University Express, 2008.
  9. Nancy, Jean-Luc, El sentido del mundo, La marca editora, 2003.
  10. Nancy, Jean-Luc, La frágil piel del mundo, De Conatus, Madrid, 2021.
  11. Nancy, Jean-Luc, Sexistence, Fordham University Express, 2021.
  12. Nancy, Jean-Luc, Tumba de sueño, Amorrortu editores, Buenas Aires-Madrid, 2003.

 

Notas

[1] Jacques Derrida, Carneros, ed., cit., pp.11-12.
[2] Jacques Derrida, Jean-Luc Nancy, “Responsabilité -du sens à venir”, op. cit., pp. 198-200. Versión española, pp. 47-48.
[3] Como lo define el propio Derrida: “Yo llamo a esta experiencia “unheimlich”, en alemán. No tengo equivalente francés para describir este afecto en una sola palabra: en el curso de un encuentro único, y por lo tanto irremplazable, una extrañeza singular se mezcló de manera indisociable con una familiaridad a la vez íntima y desconcertante, por momentos inquietante, vagamente espectral”. Jacques Derrida, Carneros, 2003, pp. 12.
[4] Cecilia Cozarin, “De animales nancyanos”, ed., cit.
[5] Escribe Marie-Louise Mallet sobre Derrida: “La violencia ejercida sobre el animal comienza por lo demás —dice Derrida—, con este pseudo-concepto, <<el animal>, esta palabra utilizada en singular, como si todos los animales desde la lombriz hasta el chimpancé, constituyesen un conjunto homogéneo al que se opondría, radicalmente, <<el hombre>>. Y, a modo de respuesta a esta primera violencia, Derrida se inventa esta otra palabra, <<l’ animot>> [el <<animote>>] que, cuando se pronuncia, deja oír [en francés] el plural, <<animaux>>, en el singular y recuerda la extrema diversidad de animales que <<el animal>> borra. Cfr., Marie-Louise Mallet, ed., cit., p. 10.
[6] Jean-Luc Nancy, Tumba de sueño, ed., cit, pp. 30-32
[7] Ibidem., p. 18.
[8] Jean-Luc Nancy, La frágil piel del mundo, ed., cit.,  pp. 34-35.
[9] Clarice Lispector, La pasión según G.H., ed., cit., pp.21-20
[10] Jean-Luc Nancy, op cit., p. 15.
[11] Ibidem., p. 21.
[12] Ibidem., p. 20
[13] Jacques Derrida, El animal que luego estoy si(gui)endo, ed., cit., p.71

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