El sonido del sentido: la tensión de la escucha

Resumen

En el marco del homenaje luctuoso de Jean-Luc Nancy efectuado en la Universidad Autónoma de Querétaro, se expusieron conceptos fundamentales de su filosofía que abrían el diálogo y tensaban el sentido. Este escrito forma parte de las ponencias presentadas en tal evento donde resultaba esencial su exposición de forma oral, pues consiste propiamente en la tensión que produce la voz acompañada de sentido. La tensión de la escucha es la posibilidad del silencio para convertirnos en cuerpos sonoros. Estar a la escucha es el antecedente necesario a la comprensión, como la voz que precede a la palabra.

Palabras clave: Jean-Luc Nancy, filosofía, escucha, tensión, voz, sentido.

 

Abstract

This text belongs to a series of lectures written as a tribute for Jean-Luc-Nancy’s death anniversary which took place in Universidad Autónoma de Querétaro, where main concepts of his philosophy where exposed to open the dialogue and to tighten the meaning. In this lecture, it was important to read it out loud, in order to show the tension that produces the voice full of meaning. The listening tension opens the possibility to became sonorous bodies. Listening is a necessary condition for understanding, like the voice that precedes the word.

Keywords: Jean-Luc Nancy, philosophy, listen, tension, voice, meaning.

 

En su libro “A la escucha” Jean-Luc Nancy pregunta que, de igual manera que hay ser-arrojado-a-la-nada, ¿Cómo es un ser-a-la-escucha? ¿Un ser tendido al otro? Está tendido porque tiene una tensión que lo inclina, que lo atraviesa hacia quien habla. Varios animales no humanos al escuchar tensan sus orejas para prestar atención, Jean-Luc Nancy señala este hecho natural en los conejos y otros semejantes, donde se ve que la oreja toma la dirección de donde procede el sonido. Estar a la escucha también es un estar en la sospecha, desde la incertidumbre y lo oculto, privado de la vista de quien habla y que no rompe la palabra ni la confesión, como la labor del psicoanalista o el sacerdote.

 

No requieren ser vistos para que quien hable comprenda que están tendidos, vueltos a sus palabras, que les a-tienden. No basta con oír, cuando se pide atención, se pide que atiendan al sentido de sus palabras, que se les entienda. La solicitud común que se repite como un “atiéndeme”, es una exhortación para direccionarlos a nuestras palabras puesto que observamos que no les hace sentido lo que decimos, que no se tensan hacia ese sentido. Nuestra voz debe estar acompañada de discurso para tensar la atención del otro, de lo contrario, seríamos insensatos, los desprovistos de sentido[1], que exclaman y murmuran en oscuridad, puesto que: “la voz es la cara sonora del habla, mientras que el discurso, o el sentido, forma su cara espiritual”.[2] En “El peso de un pensamiento”, Jean-Luc Nancy hace pasar a varios pensadores a expresarse con su propia voz, “Tiene que oír la voz de cada uno. No es la misma. Cada uno se explica de manera diferente, con su voz propia. ¿Acaso ignora que las huellas vocales son más singulares, más imposibles de confundir que las huellas digitales, que son ya muy particulares en cada uno?”[3] La voz es en principio diferencia. De modo que no sólo se direcciona el sentido de lo dicho, sino su diferencia. Para la palabra con sentido se requiere, entonces, una voz clara y distinta. No hay tensión de auriculares, pero una señal del escucha es la sospecha, el acecho que se hace desde el silencio. Quien escucha está en silencio ante la expectativa y porque ya está en predisposición, han hecho sentido las primeras palabras. Como la voz que precede al lenguaje, estar a la escucha precede al sentido. La voz se encuentra en el desierto del cuerpo antes de que tenga palabra y sentido. El silencioso desierto de posibilidades en que puede escucharse esa voz. “La voz es la precesión del lenguaje, es la inminencia del lenguaje en el desierto en el que el alma está todavía sola”.[4]

 

Quien escucha ofrece el silencio como hospitalidad, para permitirse resonar con las palabras de quien habla. El silencio no es privación, es apertura de posibilidad de posibilidades, estar a la escucha es estar abierto a la posibilidad de comprender, por tanto, el silencio es la posibilitación a la apertura de posibilidades. Es necesaria una distancia con sentido, una tensión, para hacer posible el resonar. Una distancia que permita distinguirnos del otro, una distancia sensata para escuchar y no ensordecernos pero que nos permita ampliar lo que se nos dice. El silencio es la posibilidad de ser cuerpos sonoros, ecolocalizadores de los otros a quienes hacemos retornar o ubicarse a partir de regresarles en una forma amplificada las palabras que ofrendan, que apenas pronuncian con sospecha. Esto es también para nosotros mismos cuando nos hablamos para escucharnos, pronunciarnos en voz alta parece ampliar la decisión con la cual hablamos, nos convencemos, nos hacemos sentido, nos hacemos sentir lo comprendido.

 

Estar a la escucha es estar abierto a la posibilidad de comprender. “Si ´entender´ es comprender el sentido, escuchar es estar tendido hacia un sentido posible y, en consecuencia, no inmediatamente accesible”.[5] No es inmediatamente accesible porque es reflexiva, el sentido y el sonido son remisión, re-suenan. “Sonar es vibrar en sí mismo o por sí mismo: para el cuerpo sonoro, no es sólo emitir un sonido, sino extenderse, trasladarse y resolverse efectivamente en vibraciones que, a la vez, lo relacionan consigo y lo ponen fuera de sí”.[6] El registro sonoro es con mayor propiedad la manifestación de la reflexión, la comprensión es la reflexibilidad de lo dicho tomando sentido, que va a su tiempo, que va entonado. A diferencia de la imagen que resulta simultánea, inmóvil y con caras ocultas, lo audible es más contemporáneo.[7] Es un sonido de su tiempo.

 

¿Qué se distiende para ser tensado luego? ¿Qué se nos distiende cuando estamos tendidos a la escucha? Como un arco o una lira, si es una distención del alma, es entonces un tiempo. La psique es extensa, señalaba Freud y recuperaba Nancy, Derrida dedicaba un tratado sobre el espacio, el peri-psique, del alma, que no puede ser franqueado. El alma como una extensión intocable. “¿Puede imaginarse una extensión que no se toca? Imaginar no es pensar. Imaginar no es conocer, ciertamente, pero no se trata para nada de una nada de pensamiento o de conocimiento. ¿Puede uno, si ustedes lo prefieren, figurarse una extensión intocable?”[8] Pero ¿por qué es extensión? Por que no puede estar dirigida, no se le puede dirigir a la Psique a la cual hace alusión Derrida, está después de la muerte, más allá de la palabra. “No una analizante y tampoco una amante, sino casi una yacente, a la caída del sol: «Psique está extendida a la sombra de un nogal, mientras el día declina»”.[9] Se mantienen a su alrededor, Eros y quienes la velan, nada existe propiamente sin la dirección del que habla. No se le dirige la palabra, esa extensión no puede ser tensada con la palabra, no como la muestra Derrida, esta psique está expuesta como en un velorio y alrededor de ella, con un saber tan exacto y cruel, quienes la velan se mantienen a distancia. Una distancia que no tiene sentido, que no tensa, que no tiene voz, no se le dirige la palabra al cadáver expuesto del alma. Este espacio, ese alrededor indefinible parece sustraer los sonidos, este alrededor es un campo de imaginarios. Es por ello, pura extensión. Nancy señala, por su parte, que el sonido es coextensivo, se expande en cuanto se vuelve eco: “El sentido es, en primer lugar, el rebote del sonido, un rebote coextensivo a todo el pliegue/despliegue de la presencia y del presente que hace o abre lo sensible como tal”.[10] La co-existencia del sonido a partir de ser co-extensión, una tensión compartida al estar timbrados mutuamente, al hacerse resonar con sentido. La pura extensión no puede ser tensada y no puede, por ello, ser coextensiva.

 

A la psique extensa no se le toca mientras se le contempla. La tensión de la voz es relegada a la contemplación de la vista. Se asemeja en esto a la canción de “La bella y el metro”, canción en la cual se centran Nancy y Moreno Romo en “El sentido y la distancia”, pero con la diferencia de que la bella devuelve la mirada, la bella ve que la miran como dice uno de esos versos: “La bella se deja mirar mientras mira la nada que pasa por la ventanilla”. Nos cuestionamos por la tensión de la bella y psique, en su similitud, no pueden ser interpeladas, se ha relegado a un intervención visual bordeada por limites imaginarios. Lo que resulta relevante, es que se escriba una canción para hacer existir a la bella, para dirigirse a ella, un canción con voz y palabra, no se ha contentado con la vista, sabe que para interpelarla no basta la mirada, ha recurrido a la tensión de su voz, a dirigirse sí mismo de tal forma.

 

Sólo cuando alguien nos habla sabemos que existimos. La mirada no tiene ese poder. La mirada atraviesa y se pierde en la lejanía, sobre el cuerpo mirado. Ni la mirada, ni el tacto, pueden verdaderamente estar dirigidos a alguien. Yo te miraba, te tocaba, no era nada, no existías, era preciso que te hablara. Era preciso que yo hablara para hablarte, y para que tú existieras.[11]

 

La Psique de Derrida es una extensión intocable, la bella es contemplada en los vaivenes de los vagones, están relegadas bajo la mirada y, por tanto, no se les dirige palabra, no se les habla y no existen. No hay reflexibilidad, no hay eco que nos hace retornar la existencia del otro, no son cuerpos sonoros vibrantes a los cuales se les pueda conmover con la voz. Toda voz es un temblor. Y todo tiembla cuando tiembla la voz. El temblor particular es el que concede el tono, es estar timbrado, “[…] que es tono del alma expandido por el cuerpo, dándoles existencia por su derramamiento”.[12] El timbre es la posibilidad de resonancia, de un tono del alma compartido. El timbre de la escucha es compartido, es un eco del sujeto que se propaga en los otros cuerpos sonoros, un cuerpo escuchante que al escuchar también suena.[13] Para timbrar a los otros hemos de dirigirles nuestro sentido de sujetos. “Mi voz es ante todo lo que me eyecta al mundo”.[14] La eyección es también un tensar, un lanzamiento con dirección, al lanzar la voz con sentido que se vuelve lenguaje, direccionamos y arrojamos nuestra existencia. Los oídos nos vuelven cavernas sonoras que hacen eco del timbre, la nota, el temblor específico y distinto, de los otros cuerpos sonoros.

 

En contraposición de esa psique extensa e intocable, Nancy expone una psique que se derrama de la abertura de la voz, un tono que se expande por el cuerpo-desierto, que hace posible el llamado y la existencia por resonancia con el otro. El alma tiembla a un ritmo. “La llama, lo cual quiere decir solamente que la hace temblar, que la conmueve. Es el alma quien conmueve al otro en el alma. Eso es, una voz”.[15] Estar cimbrado es un estar timbrado por la ausencia, la repetición de un eco que ya no tiene presencia, porque uno nunca esta, precisamente como dice Nancy, libre de otro. Repetimos los patrones, los ritmos anímicos del ausente.

 

Quien dice, dicta, da su tono para el discurso, en la reuniones donde se pretende la objetividad se muestran, aún bajo está pretendida ausencia del sujeto, la voz que no puede ser más que sujeto, hasta ser incluso, persona. En las reuniones, cada pronunciamiento insta en un principio a lanzar y escuchar el eco del sentido. Permea todavía la cita rescatada en la introducción al “Pensamiento finito” donde se alude al inicio de la narración. Un relato que comienza con las personas reuniéndose entorno de alguno que regresaba de una reflexión y se colocaba en un lugar sobresaliente, ya fuera en un montículo o un tronco alcanzado por un rayo, e iniciaba la narración que daba sustento a la tradición, que hacía genealogía del presente, esa narración compartida era la que daba pauta a que esos reunidos se identificarán como hermanos; compartían la asamblea y compartían la palabra. El sentido de su conjunto era compartido. El relato los hace hermanos en la palabra y en el sentido.

 

Esas reuniones de un tiempo mítico estaban tensadas para darle sentido a las acciones fundantes que los hacían encontrarse, compartir o luchar. Antes de que Occidente se inclinará por la vista como el más importante proveedor de información, debido a la imprenta y la perspectiva en la pintura, el oído tenía una función crucial. Se ha preferido la mirada, sobre cualquier otro sentido, en la distancia física. Lo importante de una comunidad y la tribu era escuchado, no visto, era narrado. Incluso se hace alusión a la marca sonora, “[…] y se refiere al sonido de una comunidad que es único o que posee cualidades que hacen que la gente de esa comunidad lo tenga en cuenta o lo perciba de una manera especial”.[16] Nuestra incapacidad de hacer narración conjunta parece también surgir de no poder reconocer esas marcas sonoras debido a un ruido amplificado, sonidos sin sentido, y como cuerpos sonoros, recreamos el paisaje sonoro. Este paisaje consiste en lo escuchado, no en lo visto, no en marcas visibles y lugares, sino transitorias.
“La onomatopeya es un espejo del paisaje sonoro”.[17] En ese tiempo mítico, dónde las palabras no eran lo que son ahora, más que transmisión eran recreación de sonidos, el estilo vocal humano era apasionado, expresaba la lengua como un canto o como música, la persona no pretendía atenuar su voz, sino alzarla para recrear con propiedad las intempestivas olas o imitar cigarras. “El oído es una manera de tacto a distancia, y lo íntimo deviene social cada vez que la gente se reúne para escuchar algo”.[18] Quien hablaba en este concilio alrededor del fuego, por deber o porque retornaba de una reflexión perdida, hablaba recreando el sentido del paisaje sonoro que le rodeaba y le habitaba.

 

Para Murray la sociedad que maneja con torpeza los sonidos, que no aprende con propiedad a estar en silencio, a dimensionar el desierto-cuerpo para callar, el paisaje sonoro pasa a representar poca fidelidad y volver difícil lo social, en principio, por la imposibilidad de las personas para escucharse. La interferencia hace difícil la tensión y la direccionalidad del sentido. “La cloaca sonora tiene mayores probabilidades de darse cuando una sociedad canjea los oídos por los ojos”[19]. En la introducción a El pensamiento finito, Moreno Romo hacía referencia al grafocentrismo que parece imperar en todas las aulas, la apresurada toma de notas que parece privar a los oyentes de ser escuchas, de hacer sentido de la escucha en la reflexibilidad. Dentro del grafocentrismo, estar a la escucha es ofrecer otra manera de comprender el discurso, de ser timbrados de forma más profunda.

 

Para concluir dejando la cuestión abierta, se habrá hecho notar que he eludido un asunto fundamental, que, en sus propiedades, los cuerpos sonoros también pueden ser musicales. La dimensión musical del cuerpo. No sólo se congrega para escuchar o para hablar, también para cantar, un canto que no está dirigido y que curiosamente es para todo escucha, que no tensa, sino que envuelve y tiende a la danza. El envolvimiento del canto; ya se sabe que una narración es más convincente cuando va al ritmo del corazón. No resulta trivial, Catherine Ellis, por ejemplo, descubrió que el ritmo de los tambores en la música aborigen australiana coincidía con el latido normal del corazón humano.[20] Los corazones han sido los primeros metrónomos en la historia de la música. Se olvida que, como las cuerdas vocales, el corazón también tiene cuerdas, que en la angustia se encogen y en el regocijo se dilatan, que ante la zozobra se rompen; como un instrumento vital que se vuelve maltrecho. Recordemos el propio trasplante de corazón que tuvo Nancy, estuvo tensado de manera más radical por el ritmo y el timbre del otro.

 

No sólo el corazón, sino todo el cuerpo es una aparente columna hueca, como lo compara Nancy, sobre la cual se tensa la piel y la boca, apertura que relanza la resonancia de sí mismo y del mundo. “Entonces, esa piel tensa sobre su propia caverna sonora, ese vientre que se escucha y se extravía en sí mismo al escuchar el mundo y extraviarse en él en todos los sentidos, no son una ´figura´ para el timbre ritmado, sino su propia apariencia, mi cuerpo golpeado por su sentido de cuerpo, lo que antaño se llamaba su alma”[21]. Se tensa la voz como se tensa la piel, cuando el cuerpo sonoro es un cuerpo musical, cuando es puro sentido y no palabra. Resulta contundente Nancy al afirmar que la música es el sentido menos lenguaje, pero es parco a más aclaración, en ello lo he seguido en esta ocasión. No nos hemos explorado, no nos hemos acercado a nosotros mismos como instrumentos sonoros, ya no sólo cuerpo, como la caverna que emite y devuelve los ecos de mundo y los propio internos, sino de ser tocados en un timbre buscado, necesario y acoplado, el que podría ser un principio de armonización.

 

Bibliografía

  1. Derrida, Jacques, El tocar, Jean-Luc Nancy, Amorrortu, Buenos Aires, 2011.
  2. Moreno Romos, Juan Carlos & Nancy, Jean-Luc, “El sentido y la distancia”, Open Insight, 4(5):, 2013, enero, pp. 183-211.
  3. Murray Schafer, Raymond, El paisaje sonoro y la afinación del mundo, Intermedio, Barcelona, 2013.
  4. Nancy, Jean-Luc, A la escucha, Amorrortu, Buenos Aires, 2007a.
    ______________, El peso de un pensamiento, Ellago Ediciones, España, 2007b.
  5. ______________, Pensamiento finito, Anthropos Editorial, Barcelona, 2002.
  6. Vásquez Rocca, Adolfo, “Las metáforas del cuerpo en la filosofía de Jean-Luc Nancy: nueva carne, cuerpo sin órganos y escatología de la enfermedad”, Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas. 18(2), 2008, Servicio de Publicaciones, Universidad Complutense de Madrid, pp. 323-333.

 

Notas
[1] Jean-Luc, Nancy, Pensamiento finito, Anthropos Editorial, Barcelona, 2002, p. 6.
[2] Jean-Luc, Nancy, El peso de un pensamiento, Ellago Ediciones, España, 2007b, p. 31.
[3] Ibidem, p. 33.
[4] Ibidem, p. 42.
[5] Jean-Luc, Nancy, A la escucha, Amorrortu, Buenos Aires, 2007a, p. 18.
[6] Ibidem, pp. 21-22.
[7] Ibidem, pp. 37-38.
[8] Jacques, Derrida, El tocar, Jean-Luc Nancy, Amorrortu, Buenos Aires, 2011, p. 37.
[9] Ibidem, p. 35.
[10] Jean-Luc, Nancy, Op. cit., 2007a, pp. 61-62.
[11] Jean-Luc, Nancy, Op. cit., 2007b, pp. 123- 124.
[12] Ibidem, p. 42.
[13] Jean-Luc, Nancy, Op. cit., 2007a, p. 82.
[14] Jean-Luc, Nancy, Op. cit., 2007b, p. 36.
[15] Ibidem, p. 43.
[16] Raymond, Murray Schafer, El paisaje sonoro y la afinación del mundo, Intermedio, Barcelona, 2013, p. 13.
[17] Ibidem, p. 68.
[18] Ibidem, p. 30.
[19] Ibidem, p. 325.
[20] Ibidem, p. 312.
[21] Jean-Luc, Nancy,  Op. cit., 2007a, p. 88.

Leave a Reply