La riqueza de Guichard
Al llegar al hospital entré por la cafetería y encontré al Sr. Guichard con galletas, refresco y torta. Al verme se apenó (porque siempre me pide dinero) se apenó de ser rico hoy, pero a mí me dio muchísimo gusto y lo imagine con sus tesoros, de los que siempre habla, esos tesoros enterrados que esperan su alta, allá en Teapa.
Villahermosa, tabasco a 14 de julio del 2009.
¿Cómo escribir?
¿Cómo escribir lo que me contó Raúl si se trata de la relación con su padre y se trata del sexo?
Oiga, me confiesa Raúl esta mañana. Fíjese que cuento con una especie de aparato que da vuelta, un aparato que sale de mí y entra en el departamento de abajo para traer los ruidos de lo que ahí sucede a mi oreja. Es un sonido transmisor que me permite saber lo que acontece ahí porque oiga ¡eso que se dice me concierne! faltaba más.
—Ayer mi padre no me dejo entrar porque llegué un cuarto de hora antes y debo de estar a las dos. Me dijo que entraría a mi casa hasta la cuatro treinta, y como protesté me cuestionó ¿eres tú el que pone la hora?
Y como sé que no, me fui a caminar, se me ocurrió ir a la colonia de junto por una policía que lo hiciera entrar en razón¸ ya antes había pensado contratar un licenciado, pero creo que eso hubiera sido muy difícil para él, así que me decidí por la policía, pero al llegar a la calle donde estaba vi una fila de mujeres y pensé ¿será que yo he hecho tanto daño? decidí no decirle nada a la mujer policía que además era solo una y me regresé muy enojado, ya pensaría otra cosa.
Tal vez mi padre lo que no me perdona es que una vez haya invitado a una mujer a mi departamento ¡pero lo hice con permiso, mis hermanos lo sabían! Además, mi mamá se murió, ya pagué por eso.
Mi padre me reclama cuando los de abajo hacen cosas peores, los escucho a veces con el aparato como le dije y no se portan bien.
El otro día hasta metieron al perro. ¡Oiga eso a mí se me hace demasiado! porque el perro es un chivo expiatorio como yo, y oiga, con el perro hacían cosas que tienen que ver con el sexo ¡eso es imperdonable!
A veces hacen que el perro me huela el sexo para saber qué hice. Y sí, es cierto que veces juego con el perro de abajo, pero mi obligación es bañar al otro perro con el que me llevo mejor… eso lo hago los domingos porque es mi obligación, no mi placer.
El miedo de Esther
Esther es una mujer triste de 22 años con una belleza extraña que emana de su juventud, de su delgadez, de su indefensión y de su fuerza. Sin embargo, ella dice que es fea, que es una basura como la han considerado sus amantes y sus padres.
Esther no quiere a sus hijos, me lo ha dicho, los intentó matar cuando quiso ahorcarse, quería que se fueran con ella, no iba a dejarlos como su hermana Maya Dolores que dejó a su hija con una tía que la maltrata.
Que extraña liga, que extraña atadura de Esther con el mundo, quiere ser otra, ser libre, ser como los demás dice y para esto tendría que dejar de ser ella, abandonarlo todo, partir.
Cuando Esther tenía dieciocho años se fue a vivir con Valdemar y tuvo con él un hijo, estaba enamorada. Él le había empezado a pegar desde que eran novios y a ella eso no la detuvo, lo quería. A los seis meses cuando estaba embarazada del segundo hijo (que fue niña) Valdemar le dio una patada en el vientre, estaba furioso porque ella pretendía dejarlo y fue por ella a casa de los suegros. Después tuvo una relación con su hermana mayor de la que nació una niña.
Esther no le perdona esto al marido, pero a su hermana sí, siente que el mal lo hacen los hombres que la han encadenado, amarrado, violado, encerrado en un mundo de donde ha intentado salir matándose. La muerte ha sido su opción.
Me cuenta que a los quince días de nacida la operaron y después el padre la medio mató a golpes. Le daba en la herida como queriendo ratificar su destino trágico.
Hace poco el padre intentó violarla, pero la madre la defendió. —Mi padre me odia y creo que yo también, dice Esther.
Valdemar su primer marido y padre de sus hijos la traiciona con la hermana e intenta matarla, luego se une a Rafael que también la amenaza con matar a sus hijos, la amarra y la viola cuando ella no quiere tener sexo. Esther ha intentado matar a sus parejas también, a Valdemar cuando lo encontró con su hermana lo salvo la almohada pues el cuchillo iba al corazón. Después quiso matar Rafael también con un cuchillo cuando estaba dormido, pero los niños estaban despiertos y desistió.
Esther tiene vergüenza de estar loca, de estar aquí. Escucha una voz que le dice que su vida no tiene sentido y le ordena matarse y matar a los niños, la voz del hombre apareció después de que empezó a pelear con su segundo marido Rafael, justo después de intentar matarlo.
La voz fija el momento de su vida en el lugar del asesinato del marido que se convierte en la persecución sonora y le pide exactamente hacer lo mismo que él iba a hacerle, ojo por ojo y diente por diente.
— Ahorita yo estaría en la cárcel, dice Esther —y él muerto, agrego yo. Hacemos un silencio y advierto ahora una gran paz en su rostro como si al ubicar el síntoma ordenase las cosas que dejarían a cada uno en su lugar.
Quisiera irme, agrega, irme de aquí, ser otra. Pienso en la herencia de Esther, el libro de Sandor Marai donde habla de una mujer enamorada y maltratada por el hombre que la engulle, que toma de ella hasta la última gota de sangre, con su anuencia por supuesto. Y pienso también en la mujer de la pasión turca que mata al amante que la traiciona, ante la amenaza de abandonarla para siempre, lo mata para seguirlo teniendo. Esther teme encontrarse a Valdemar en la calle porque ahora es taxista en Villahermosa, teme que él la encuentre, teme que de nuevo suceda el incendio de sus cuerpos.
Villahermosa, tabasco a 4 de septiembre del 2009.
Trascrito el 18 de noviembre del 2009.
Josefina
— Vine porque empecé a escuchar voces otra vez y me trajo mi mamá. Mi marido se fue, me dejó, ahora yo vivo con otro, pero no me halló con él.
— Iba yo a tener ya casi dos años sin tener marido cuando él me empezó a enamorar y bueno pues ya tuvimos relaciones sexuales y fue por mí a la casa de mis papás.
— Yo no lo quiero es grande y gordo, y creo que él tampoco me quiere a mí, cuando le digo que ya me voy dice que como yo quiera, que le da igual que no me va a detener, pero tampoco me va a ayudar a llevar mis cosas como cuando me trajo.
— ¿Y qué le dicen las voces, Josefina?
— Las voces me acusan de estar sola, pero me acompañan, me dicen, ya ves ¿por qué no tuviste un hijo? Y tengo miedo de que, al venir aquí, ellas también me vayan a dejar.
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