Leslie Hill / Trad. Maria Konta
I
Comunidad reconsiderada
La producción de Nancy en la década después de su versión ampliada de La Communauté désœuvrée en 1990 fue notablemente prolífica.[1] Durante ese periodo, completó una serie impresionante de libros importantes, incluidos títulos tales como Une pensée finie (parcialmente traducido como A Finite Thinking) (1990), La Comparution (Compearance) (1990), en coautoría con Jean-Christophe Bailly, Corpus (1992), Le Sens du monde (1993), Les Muses (The Muses) (1994), Être singulier pluriel (Being Singular Plural) (1996) y Hegel: L’Inquiétude du négatif (Hegel: The Restlessness of the Negative) (1997). Otros volúmenes importantes, tanto ensayos individuales como colecciones de ensayos, aparecieron poco después, entre ellos L’Intrus (2000), La Pensée dérobée (2001), cuyos ensayos se incluyen en A Finite Thinking, Visitation (2001), traducido como parte del volumen The Ground of the Image, L’“il y a” du rapport sexuel (“The ´There is´ of Sexual Relation”) (2001) y La Création du monde ou la mondialisation (The Creation of the World, or, Globalization) (2002).
En estos textos, aunque cada vez con menos frecuencia bajo el título explícito de la “comunidad” (una palabra o concepto que en un momento dado parece totalmente dispuesto a descartar),[2] el proyecto de Nancy de una ontología de lo común sigue siendo una de sus preocupaciones más constantes, y una que continuó manifestándose, entre otras, entre principios y mediados de la década de 1990 en el debate en curso con el pensamiento de Bataille, como atestiguan ensayos como “L’Excrit”, “L’Insacrifiable [The Unsacrificeable]”, o “La Pensée dérobée [Concealed Thinking]”, o, más oblicuamente, tales presentaciones como “Peinture dans la grotte [Painting in the Grotto]” en las que, sin mencionarlo por su nombre, Nancy reelaboró aspectos de Lascaux ou la naissance de l’art (Lascaux or the Birth of Art) de Bataille.[3] En comparación, el compromiso de Nancy con Blanchot fue mucho más intermitente o episódico. Con el tiempo, se volvería más persistente, pero, tras el intercambio de mediados de la década de 1980, siguió siendo en gran medida simbólico, como si Nancy fuera muy consciente y al mismo tiempo profundamente desconfiado de la aparente proximidad entre una parte de su propio pensamiento y el de Blanchot, y que por ambas razones, en lo que a él concernía, aún quedaban, por así decirlo, asuntos pendientes. Mientras tanto, la ambivalencia seguía prevaleciendo. Probablemente esto explica por qué Nancy, cada vez que sentía la necesidad o el deseo de situarse en relación con Blanchot, solía hacerlo a través de una referencia pasada o en un epígrafe o una cita a pie de página, con pocos o ningún comentario sustancial o crítica de fondo.[4] En esta medida, sería erróneo sobrestimar la prominencia del nombre de Blanchot en la obra de Nancy de los años ochenta y noventa. De hecho, probablemente no debería ser una sorpresa para los lectores de Nancy que más tarde declarara que, a pesar de la evidencia de textos como Le Discours de la syncope o L’Absolu littéraire, durante mucho tiempo haya sido claramente renuente con respecto a varios aspectos de la escritura de Blanchot, y que se tratara más bien de Derrida y Lacoue-Labarthe, no sin sus propias reservas, según Nancy, que se habían encargado en su momento de ser los principales impulsores de la obra de Blanchot.[5]
En términos generales, esta consideración retrospectiva es difícil de criticar. Por otro lado, no sería difícil mostrar cómo en varios textos de la década de 1990 Nancy se mostró dispuesto a responder, aunque tan solo indirectamente, a cuestiones planteadas en su intercambio con Blanchot. Mientras que este último, por ejemplo, en L’Entretien infini y La Communauté inavouable, había enfatizado la extrema dificultad, por no decir la imposibilidad, de acompañar la escritura de Bataille con un discurso crítico que pudiera reflejarla fiel o adecuadamente, Nancy por su parte, no sin caricaturizar significativamente el punto de vista de Blanchot (que equiparó con una negativa de todo comentario), argumentó ahora a cambio de eso, dado que Bataille se había comprometido con el discurso mediante su propia escritura, su obra necesariamente no solo estaba disponible para comentarios, pero lo exigía explícitamente.[6] Las dos posiciones, por supuesto, no son mutuamente excluyentes. De hecho, en su simetría, incluso podría pensarse que son rigurosamente complementarias. En todo caso, ambas sirvieron para resaltar los desafíos convincentes, sin embargo, exigentes, inseparables del legado intelectual de Bataille. Sin duda, esta fue la razón por la que Nancy también sintió que era esencial volver a la discusión sobre el sacrificio en Bataille, lo que hizo en un largo artículo de 1989 (“L’Insacrifiable”) que, aunque nunca se menciona su nombre, es difícil no verlo como una respuesta a las objeciones de Blanchot a la propia interpretación de Nancy de Acéphale. Por esa razón fue aún más revelador que, cuando Nancy pasó a argumentar que el sacrificio en los tiempos modernos había llegado a un límite con la realización, tras lo cual los campos de exterminio nazis proporcionaron una sombría confirmación, esa “finitud”, como lo expresó, “pensada rigurosamente y pensada de acuerdo con su Ereignis [es decir, lo que Nancy en otro lugar, siguiendo a Heidegger, glosa como evento y apropiación], significa que la existencia no es sacrificable”,[7] debería encontrarse reiterando en su propio lenguaje conceptual, quizás sin darse cuenta, una de las intuiciones clave sugeridas por Blanchot —terminología heideggeriana a un lado— en L’Écriture du désastre una década antes.[8]
De manera similar, cuando en 1986 Nancy escribe que “el amor devela la finitud”, y que “la finitud es el ser de lo infinitamente inapropiable, que no tiene la consistencia de su esencia ni en sí mismo ni en una superación dialéctica de sí mismo”,[9] es igualmente difícil no recordar, de nuevo a pesar de las diferencias significativas en el idioma, la exploración de Blanchot de las aporéticas del amor y del deseo en su discusión sobre Duras en la segunda parte de La Communauté inavouable. En este sentido, es revelador que, cuando Nancy pasa a nombrar algunas de las múltiples astillas o fragmentos del amor (“de una astilla a la siguiente”, escribe, “el amor nunca se parece a sí mismo. Siempre se hace reconocible mientras siendo siempre irreconocible, y no se encuentra en ninguna de sus astillas, o bien está siempre en proceso de no estar en ninguna de ellas”),[10] lo hacía glosando una frase célebre del poeta René Char (que “el poema es el amor realizado del deseo todavía deseo [le poème est l’amour réalisé du désir demeuré désir]”) que Blanchot vio una vez como expresivo de “la suprema paradoja del poema”, y confirmación de que “el deseo es precisamente esta relación con la imposibilidad, la imposibilidad hecha relación, es decir, la separación misma, en su absoluto, que se hace atrayente y toma cuerpo”.[11] Y Nancy, por su parte, también hizo hincapié sobre el amor al reestructurar algunas de los mismas figuras mitológicas como Blanchot en La Communauté inavouable, particularmente las figuras duales de Afrodita Urania y Afrodita Pandemos.[12] Al publicar una versión revisada de este texto de 1990 en 2006, Nancy iría tan lejos como para celebrar con un himno en su nombre las múltiples figuras de Afrodita, sin dejar, sin embargo, lugar a esa tercera Afrodita, “ctónica o inframundana”, homenajeada por La Communauté inavouable, cuya importancia se hará evidente en breve.[13] Y es muy notable también que cuando Nancy, en Les Muses, reconsidera la Fenomenología de Hegel y las Lecciones de estética para abordar la figura de la mujer joven, heredera de las musas, incluso desafiante de cualquier dialéctica —una encarnación de la “interioridad enteramente expuesta”, como la llama Nancy— es una vez más con una cita de Blanchot, ofrecida sin ceremonia ni comentarios en una nota a pie de página, que elige (casi) concluir su exposición.[14]
Por algo, entonces, como lo requería la ocasión, en 1996 y nuevamente en 2001, Nancy rindió un emotivo homenaje a Blanchot, reconociendo, como él mismo dijo, cómo “[con] el riesgo perpetuo y la extrema fragilidad que nos acompaña a ambos, y afirmado como tal, Blanchot y yo habremos sido simpatizantes y compañeros de conversación, y necesariamente así.” “Aunque desorientado al principio”, agregó, “después encontraría en Blanchot la compañía más familiar y extraña de todas, a la vez la más secreta y la más oculta”.[15] Sin embargo, en lugar de ser incitado a explorar más la ficción, la crítica literaria o la escritura fragmentaria de Blanchot, Nancy en ese momento, a juzgar por otro homenaje de marzo de 1998, había comenzado a mostrar un interés creciente en la controversia en torno al pasado político del escritor, que, argumentó, como en el caso de Bataille casi una década y media antes, era inseparable del más allá persistente de una apelación —incluso un renovado atractivo— al mito. “Es esta cuestión del mito”, repitió Nancy, “…que estructura la cuestión del fascismo tanto como hoy la cuestión de otra manera de pensar la comunidad y la historia. Más precisamente: lo que hace toda la diferencia entre estas diferentes formas de pensar es la relación con el mito, y con la idea mítica o mitológica (esto se puede comprobar en el día a día, y una lectura de los textos de Blanchot en secuencia histórica lo verificaría también). Que es también la cuestión de cómo sostener [soutenir] la ausencia de mito; o, dicho de otro modo, cómo lo imaginario puede en adelante dar cuenta de lo simbólico (del vínculo afectivo, o del sentido); o también, con otras palabras: ¿cómo opera [opère] en adelante lo que algunos llaman “subjetivización”, la apropiación de una identidad (y) de su ser-en-común?”[16]
Que la pregunta no haya recibido una respuesta inmediata, por supuesto, no era sorprendente. No obstante, estaba claro, al comenzar el nuevo milenio, que Nancy se había vuelto cada vez más consciente de la necesidad de reexaminar un determinado pasado histórico. “Más que nunca”, dijo en 1996, en un texto de conferencia que aparentemente abordaba las diferencias entre Bataille y Sartre, pero extrañamente afligido por la ausencia del nombre de Blanchot, algunas de cuyas preocupaciones más distintivas, desde la desnudez de la escritura hasta la invisibilidad de la noche, se incorporaron discretamente al análisis de Nancy,
“Más que nunca, quizás —si alguna vez se le puede permitir a alguien utilizar tal expresión— se ha hecho evidente que el retorno incesante de los mismos callejones sin salida y de las mismas preocupaciones (basta mencionar algunas palabras, tales como “ valores”, “ley”, “guerra”, “injusticia”) es precisamente lo que pone al desnudo, con una desnudez que se repite pero tal que cada vez es más desnuda, cada vez más agravada, cómo estamos expuestos a lo imposible, y cómo ese mismo nos da nuestra medida: es decir, nuestra medida como humanos, que es propiamente sin finalidad y no puede ser contenida dentro de ningún horizonte pacificador.”[17]
Al poco tiempo de volver a publicar estas palabras cinco años después, apenas unas semanas después de los atentados de las Torres Gemelas, que pasó a evocar como signo o síntoma de la “guerra civil”,[18] como la llamó, ocupando ahora el profundo hueco en “comunidad”, y separándola violentamente de sí misma, Nancy se encontró en la posición inusual (algunos podrían considerarla inaceptablemente conflictiva) de aceptar prologar una traducción italiana revisada de La Communauté inavouable, actuando así, por así decirlo, en nombre de su autor de ahora noventa y cuatro años, a quien dedicó su delgado volumen de cincuenta páginas, en el que se encargó de expresar profundas reservas sobre la descripción de Blanchot de la “comunidad”.
Que lo hiciera sin releer ni citar ninguno de los textos relevantes de Bataille, de Blanchot o de él mismo, explicando de manera un tanto falsa (y poco convincente) que al hacerlo implicaría “reescribir la historia”, solo reforzó la ambivalente unilateralidad de la ocasión.[19] Y mientras por un lado afirmaba no sentirse “ni capaz ni autorizado”, con respecto a los mediados de los ochentas o al momento de escribir, “para elucidar el secreto que Blanchot designa claramente en su título”, como dijo, esto no le impidió afirmar, en su calidad de portavoz autonombrado, que la mención de Blanchot de “lo inconfesable” apuntaba sin ambigüedades a un secreto profundamente arraigado y culpable. Este fue el meollo de la objeción de Nancy en 2001, el cual, según le dice al lector, se había abstenido de articular o especificar durante casi dos décadas.[20] Fue lo que continuó reafirmando y ampliando diez años más tarde, sin embargo, cuando, ahora otorgando su autoridad a la publicación de la carta de Blanchot de 1984 sobre aspectos de su pasado político, aprovechó una vez más la oportunidad de dotar al texto de Blanchot de un marco interpretativo propio y sustancial. Al hacerlo, Nancy no solo describió de manera juiciosa e informativa las circunstancias que rodearon la redacción de la carta de Blanchot, sino que también, de manera más controvertida, optó por ampliar el debate colocando lo que siguió describiendo como “una controversia seria [un différend: división, disputa, desacuerdo o discrepancia]”[21] entre Blanchot y él mismo sobre el tema de la “comunidad” en el contexto del debate continuo, pero aún preliminar y aun pobremente documentado, sobre la relevancia de las actividades políticas controvertidas de Blanchot en 1930 a su presentación posterior de “la comunidad inconfesable”.
En 2001, y de manera similar en 2011, el diagnóstico de Nancy sobre el pensamiento de Blanchot tenía la forma de una interpretación tensamente doble, incluso auto-contradictoria, de lo que él consideraba la agenda tácita u oculta de La Communauté inavouable. La diferencia irreconciliable era crucial a los ojos de Nancy era, tal y como la veía, entre su propio concepto de “désœuvrement” y la apelación de Blanchot a “lo inconfesable”. “El secreto no confesable”, acusó, en una paráfrasis audaz y polémica del argumento de Blanchot, y una inversión tal vez no intencional de la oposición de Tönnies entre Gemeinschaft y Gesellschaft, tiene sin duda que ver con lo siguiente (aunque no consista en ello): mientras que mi idea era mostrar cómo la “obra” de la comunidad [l’“œuvre” communinautaire: es decir, la obra no como trabajo progresivo, sino como monumento final o opus] era una condena a muerte de la sociedad [la condamnation à mort de la société] y, como corolario, establecer la necesidad de una comunidad [communauté] que se niega a convertirse en obra [faire œuvre], preservando así la esencia de la comunicación infinita (comunicándose a sí mismo un “sentido ausente [sens absent]”, para utilizar el propio término de Blanchot, y la pasión por este au-sentido [ab-sens], o la pasión en la que consiste este au-sentido) — así Blanchot, por su parte, a mi me significó o me señaló lo inconfesable. En aposición, pero también en oposición a lo “desobrado [désœuvrée]” en mi propio título, el adjetivo [de Blanchot] argumenta que debajo del desobramiento [désœuvrement] todavía está la obra [l’œuvre], una obra inconfesable [une œuvre inavouable].[22]
“Lo que es inconfesable [inavouable]”, continuó Nancy, “…no es indecible [indicible]. Por el contrario, lo inconfesable no cesa de hablar o de ser dicho en el silencio íntimo de aquellos que sí podrían, y que sin embargo no pueden confesar. Imagino que Blanchot quería forzar [intimer] ese silencio y lo que dice sobre mi: ordenar mi silencio y hacerlo penetrar en mi intimidad [intimité], como la intimidad misma —la intimidad de una comunicación o de una comunidad, la intimidad del tipo de una obra íntima [œuvre] enterrada más profundamente que cualquier desobramiento [désœuvrement], haciéndolo posible y necesario sin permitir que se disuelva en él. Lo que Blanchot me pedía era que no me contentara con negar la comunidad comunal [la communinauté communielle] sino que pensara más allá de esa negatividad [penser plus avant que cette négativité] en la dirección de un secreto de lo común que no es un secreto común.”[23]
Hay mucho en este resumen de Nancy que un lector de La Communauté inavouable encontraría, muy probablemente, sorprendente. En primer lugar, es cuando menos desconcertante que, en su esfuerzo por traducir lo que está en juego, en su opinión, en el uso de Blanchot del adjetivo “inconfesable”, Nancy en ninguna parte de sus textos publicados o entrevistas, cita, considera, o comenta con algún detalle la glosa explicativa del propio Blanchot, dada en las páginas finales de su libro, en un pasaje que Nancy menciona solo una vez en La Communauté désavouée y solo para después descartarla afirmando que “las líneas que siguen no esclarecen nada [n´éclairent rien].”[24] Sin embargo, lo que queda claro del pasaje, como veremos, es que Blanchot, lejos de proponer un concepto propio, está explorando, ponderando, cuestionando una formulación heredada o tomada de otros, como lo amerita el pensamiento mismo de la “comunidad”. “La comunidad inconfesable”, Blanchot preguntó, “¿eso significa que es algo que no se puede confesar [qu’elle ne s’avoue pas] o que es tal que ninguna confesión lo revela, ya que, cada vez que se hablaba de su forma de ser [sa manière d’être], la impresión era que esto era para captarlo sólo en términos de lo que no era [qu´on n’a saisi d’elle que ce qui la fait exist par défaut]? En ese caso, ¿habría sido mejor no haber dicho nada? ¿Sería mejor, no acentuar indebidamente sus rasgos paradójicos, experimentarlo [la vivre] en lo que lo hace contemporáneo de un pasado que nunca fue posible experimentar [vivre] como tal?”[25]
Con esta evidencia, contrariamente a lo que sugiere Nancy, la “comunidad inconfesable” no es una sustancia secreta o sigilosa o unificada o idéntica a sí misma o inmanente, sino una orden inseparable de las preguntas y cuestionamientos a los que responde, que lleva en sí y fuera de sí, y sigue incitando y afirmando. No es ni antes de las palabras ni más allá de las palabras, entonces, sino inherente al habla y al hablar, como aquello que perpetuamente resiste o excede el nombrar, y, sin coincidir nunca consigo mismo, solo puede ser considerado como una tarea interminable y una promesa infinita, tanto un desafío como una esperanza, en otras palabras, que no pertenece ni al presente ni a la presencia. Y es por eso que, inmediatamente después, Blanchot cita la traducción francesa de Klossowski del famoso axioma de Wittgenstein (“De lo que no se puede hablar, de lo que hay que callar”), cuidando al hacerlo de subrayar el imperativo contenido en la frase (“Ce dont on ne peut parler, il faut le taire”) como prueba, por así decirlo, de que sólo es posible permanecer en silencio —acerca de la “comunidad”— hablándole para siempre, con palabras que pueden venir, si vienen en absoluto, sólo del futuro y del afuera.
Pero si la sordera de Nancy a la glosa de Blanchot sobre la palabra “inconfesable” fue bastante extraña, aún más desconcertante fue su relato de la brecha entre su propia concepción de comunidad y la que atribuye a Blanchot. Porque dos veces, al especificar la naturaleza y el alcance de su desacuerdo, Nancy recurre a términos que no le vienen de otra fuente que del propio Blanchot. Según él mismo admitió, la palabra “désœuvrée” era una cita de Blanchot, aunque claramente, Nancy ahora se sentía con derecho a reclamar personalmente, sobre todo llamando la atención sobre su presencia en su título de 1983, pero que Blanchot, sostuvo, estaba dispuesto de alguna manera a rechazar. Pero esto no fue todo. También en otra parte, especialmente en las páginas iniciales de Le Sens du monde, Nancy cita parte de un fragmento de L’Écriture du désastre en el que Blanchot había utilizado la expresión “sentido ausente [sens absent]”, teniendo el debido cuidado, como él (Blanchot) lo hizo, para distinguirla de cualquier “ausencia de sentido [absence de sens]”, que hubiera corrido el riesgo de convertirla en un reflejo de lo que no era (a saber, la plenitud pleromática de sentido).[26] Al invocar el fragmento de Blanchot como uno de los cuatro epígrafes que se encuentran en el umbral de su libro, Nancy obviamente deseaba otorgar autoridad al proyecto filosófico —una ontología del sentido— en el que se estaba embarcando en ese momento y, con la bendición de Blanchot, por así decirlo, junto a la de Gérard Granel, Nietzsche y Mathieu Bénézet, y darle dirección, ímpetu y legitimidad. Sin embargo, por el contrario, al reciclar en La Communauté affrontée esta referencia anterior al “sentido ausente”, junto con su propia acuñación relacionada de “au-sentido [ab-sens]”, parecía que Nancy, como en el caso de “désœuvrement”, intentaba una vez más poner el vocabulario de Blanchot en contra de su autor, como para implicar que, al pensar en la comunidad inconfesable, Blanchot no había entendido correctamente su propio pensamiento, y que le correspondía a Nancy hacer una corrección adecuada y revelar lo que Blanchot debería haber estado pensando todo el tiempo, un gesto socrático por el cual, curiosamente, el propio Nancy criticaría a Blanchot en 2014, alegando que al utilizar una frase de Nancy como epígrafe para la segunda parte de La Communauté inavouable Blanchot intentaba “poner a un Nancy en contra de otro”.[27]
Pero hay algo más extraño todavía. Es aún más asombrosa es la afirmación de Nancy de que Blanchot en La Communauté inavouable concluye rechazando la negatividad asociada con el suyo, es decir, el concepto de “désœuvrement” de Blanchot, debidamente reapropiado por Nancy (quien, a diferencia de Blanchot, lo subordina a una dialéctica teleológica o, por lo menos, lo trata como una propiedad o atributo negativo perteneciente, por así decirlo, a la obra),[28] en favor de una “œuvre” u obra íntima, tácita y profundamente retraída. Nada, al parecer, podría estar más lejos de la verdad, como lo testifica claramente la oración final del libro. Blanchot, se recordará, acaba de evocar el mandato de que hablar, sobre todo para mantener la condición de lo inconfesable, debe —en cualquier caso, ya lo hace— continuar. “¿Pero con qué tipo de palabras?” pregunta. La pregunta, responde, no es para él mismo como autor, sino para otros, “no para que puedan responderla que para que estén dispuestos a llevarla y tal vez prolongarla”. Y Blanchot luego agrega:
“…De esa manera, sin duda se hará evidente que [esta pregunta] también tiene un sentido político exigente y que no nos permite el lujo de quedarnos al margen del presente que, al abrir nuevos y desconocidos espacios de libertades [des espaces de libertés inconnus (sic)], nos hace también responsables de nuevas relaciones [de rapports nouveaux], siempre amenazadas, siempre esperadas, entre lo que llamamos obra [ce que nous appelons œuvre] y lo que llamamos desobramiento [ce que nous appelons désœuvrement].”[29]
Al leer estas líneas, la primera reacción de Nancy es intervenir silenciosamente para corregir su redacción, un paso que justifica solo cuarenta páginas más adelante, con el argumento de que el adjetivo “inconnus” (“desconocidas”) debe estar en el femenino (es decir, “inconnues”) para concordar con el sustantivo plural “libertés” (“libertades”), o que, por el contrario, el sustantivo “libertés” debería de hecho estar en singular.[30] En otra parte, Nancy, de manera similar, sugiere que la comprensión de la gramática francesa de Blanchot es menos que perfecta, y que la expresión “le refus de ne rien exclure [la negativa de excluir algo]” que Blanchot usa con respeto a mayo de 1968 en La Communauté inavouable es “un ligero lapsus calami”, que debería leerse “le refus de rien exclure”.[31] Pero en cualquier caso, siguiendo el comprobado principio filológico de lectio difficilior potior, tiene más sentido mantener el texto de Blanchot tal y como está impreso. Al preferir “libertés”, es decir, “libertades” en plural, a “liberté”, es decir, “libertad” en el abstracto singular, el punto seguramente sería enfatizar cómo la libertad nunca es, de hecho, única, nunca la única, ni siquiera idéntica a sí misma, sino siempre plural. De manera similar, la expresión “le refus de ne rien exclure”, por idiosincrásica que sea, tiene la notable ventaja de tratar la “negativa” no como un valor negativo, sino como uno afirmativo. Además, como sabrán los estudiantes de mayo de 1968, la fórmula de Blanchot es una cita parcial —con toda probabilidad una auto-cita parcial— del volante mecanografiado que acompañaba a las copias del periódico Comité cuando se distribuyeron a las partes potencialmente interesadas en octubre de 1968. “La clave del Movimiento”, afirmó, “es su exigencia de radicalidad, pero también su pluralidad, su pretensión de no excluir nada [de ne rien exclure] allí donde se trate de excluir todo poder establecido.”[32]
En términos más generales, es difícil ver cómo las palabras finales de Blanchot pueden interpretarse como un respaldo encubierto de esa inmanencia mortal que Nancy en “La Communauté désœuvrée” asocia con el concepto de una “obra” y con la comunidad o comunión como la encarnación de una “œuvre”, en particular cuando Blanchot, a lo largo de La Communauté inavouable, rechaza específica y repetidamente el encanto de cualquier “obra” política o literaria final. Es cierto que al unir las palabras “obra” y “désœuvrement” en su cláusula final, Blanchot enfatiza forzosamente, al menos hasta cierto punto, su interdependencia dialéctica. Esto es solo lógico. Tanto conceptual como etimológicamente, es claro que todo “désœuvrement” implica necesariamente alguna “œuvre”, exactamente de la misma manera que cualquier “œuvre” implica su “désœuvrement”. Ninguno de los términos puede liberarse de esa reciprocidad, razón por la cual, como se mencionó anteriormente, Blanchot, cuyo compromiso con la palabra “désœuvrement” en las décadas de 1950 y 1960 es en cualquier caso menos que total, a menudo la reemplaza en textos posteriores con el término menos explícitamente dialéctico “absence d’œuvre”. Pero esto por su parte no es todo. Pues si, por un lado, la formulación de Blanchot apunta a un futuro político en el que la dialéctica de la obra y del desobramiento, de la lucha y la transformación, tiene un papel indispensable que desempeñar, entonces, por otro lado, deja igualmente claro que es esencial que el futuro de la política no se subordine a la teleología implícita en esa dialéctica. Tiene que haber forzosamente algo más, alguna otra cosa, que, como lo inconfesable, se resiste a nombrar y responde a lo que en el futuro es necesariamente imprevisible. Esto es lo que suscita la mención con rodeos de Blanchot de “lo que llamamos” obra y “lo que llamamos” desobramiento. Porque lo que encuentra expresión en ese desvío verbal no es solo una invitación explícita a todos los demás que comparten el compromiso de Blanchot, incluidos sus interlocutores anónimos, de los cuales Nancy es evidentemente uno, sino también un recordatorio implícito de lo que Blanchot llama lo “neutro”, ese pensar y hablar siempre alternativo que atraviesa todo lenguaje, todo discurso y toda política como condición de posibilidad y promesa perdurable de alteridad, diferencia y reinvención.
En 2001, sin embargo, y en varios textos posteriores, abandonando abruptamente la interpretación de lo inconfesable que había adoptado en 1986, Nancy tomó el debate con Blanchot en una dirección muy diferente, dominada por lo que él vio como un apego persistente de Blanchot al catolicismo y su confianza en el pecado y la confesión, y por su construcción de lo que asumió como la memoria culpable de Blanchot de un pasado político comprometido. Ambas, por supuesto, son áreas de investigación totalmente legítimas que uno podría juzgar con justicia ya que son de una importancia absolutamente crucial para cualquier comprensión de la obra de Blanchot. Pero en lo que respecta a La Communauté inavouable, al privilegiar indirectamente sus propios recuerdos del catecismo católico, aún poderosos, aunque no expresados, las críticas de Nancy tuvieron el desafortunado inconveniente de oscurecer la fuente intertextual más inmediata del título de Blanchot. Porque así como el término “désœuvrée” que encabezaba el artículo de Nancy de 1983 era una cita doble, un ejemplo de Nancy citando a Lacoue-Labarthe/Nancy citando a Blanchot, así también, en un gesto sin duda calculado, incluso de simpatía, estaba la palabra “inavouable”, que, al igual que la expresión “communauté négative”, en primera instancia fue tomada de Bataille, quien usa la palabra en una variedad de contextos, pero más pertinente en lo que respecta al ensayo de Blanchot de 1983, ya que su autor obviamente sabía, en aquel texto de 1946 de su difunto amigo, “A prendre ou à laisser”, que Blanchot cita explícitamente al comienzo de su libro.[33]
En ese texto, escrito poco después del final de la guerra, y dedicado a René Char, que Alain Coulange en Contre toute attente en 1982 reimprimió junto con la “Lettre à René Char sur les incompatibilités de l’écrivain” de Bataille, Bataille había abordado la cuestión de la soberanía en los siguientes términos: “La única parte de mí que es soberana”, afirmó, “es la que está arruinada. Y mi visible ausencia de superioridad, mi estado ruinoso, es la marca de una insubordinación igual a la del cielo estrellado”. “¿Quién no puede saber”, continuó, “que la soberanía de cualquiera de nosotros, análoga en ese sentido también al cielo estrellado, solo puede encontrar expresión en un silencio impotente (el silencio voluntario e inviolable es solo un parloteo ocioso [bavardage])?” Y, en palabras que Blanchot obviamente recordaba, solo unos meses después de leerlas o releerlas por primera vez, Bataille agregó: “la más tonta de las vanidades: el silencio que esconde algo más que lo inconfesable [l´inavouable]”.[34] Por lo que respecta a Bataille, entonces, como habrá advertido Blanchot, lo “inconfesable” era todo menos el síntoma embarazoso de alguna transgresión personal o pública. Correspondía mucho más a una conciencia rigurosa de los límites de todo lenguaje conceptual servil como tal. Y esto era lo que Bataille tenía también en mente cuando en un breve fragmento de su Méthode de méditation (Method of Meditation) de 1947, más tarde incorporado a L’Expérience intérieure bajo la rúbrica en mayúsculas “THE ESSENTIAL IS UNAVOWABLE [L’ESSENTIEL EST INAVOUABLE]”, escribió de manera similar que: “Lo que no es servil [servile] es inconfesable [inavouable]: una razón para reír, para . . . : lo mismo se aplica al éxtasis [l’extase]. Lo que no es útil hay que esconderlo (debajo de una máscara). Un criminal a punto de morir fue el primero en expresar este mandamiento, dirigiéndose a la multitud: ‘Nunca confieses [N’avouez jamais]’”.[35]
Todo esto, sin embargo, no lo era aún todo. Porque Blanchot en 1983 estaba también seguramente consciente del reciente comentario sobre Bataille el cual fue seguramente el más influyente, uno que el propio Nancy había citado en su texto original de 1983, el famoso artículo de Derrida de 1967 “De l´économie restreinte à l´économie générale: Un hegelianisme sans réserve.” En ese ensayo, el cual se encontraba bajo el título “Las dos escrituras”, Derrida había abordado la palabra “inconfesable” con cierta extensión, considerándola emblemática de la relación resbaladiza, arriesgada, pero no obstante exigente, de Bataille con la tradición filosófica en general y con la obra de Hegel en particular. Entrelazando las palabras de Bataille con las suyas, Derrida glosó el pasaje de Méthode de Méditation dado anteriormente en los siguientes términos:
“Pero hay que hablar [il faut parler]. “La insuficiencia de todo discurso. . . por lo menos, hay que decirlo”, para conservar la soberanía, que en cierto modo es también arruinarla, y aún así reservar la posibilidad no de su sentido [sens] sino de su sinsentido [non-sens], y distinguirla, a través de este “comentario” imposible, de toda negatividad. Uno tiene que encontrar una forma de hablar que mantenga el silencio. Lo imposible es una necesidad: decir en el lenguaje —el lenguaje del servilismo— lo que no es servil. “Lo que no es servil es inconfesable [inavouable]…. ¡La idea del silencio (que es lo inaccesible) es desarmante! No puedo hablar de una ausencia de sentido si no es dándole un sentido que no tiene. El silencio se rompe porque he hablado. Siempre alguna lamma sabachtani cierra la historia, y grita nuestra total incapacidad para callar: tengo que dar un sentido a lo que no tiene sentido: ¡el ser se nos da al final como algo imposible!”. Si la palabra silencio, “de todas las palabras”, es “la más perversa o la más poética”, es porque al pretender silenciar el sentido dice sinsentido, se desliza y se borra, no puede sostenerse, pero se enmudece no como el silencio sino como el habla. Este deslizamiento traiciona simultáneamente tanto el discurso como el no discurso. Puede volverse inevitable, pero la soberanía también puede explotarla para traicionar, con rigor, el sentido en el sentido, el discurso en el discurso.”[36]
Al invocar a la “comunidad” “inconfesable”, entonces, como sugiere el análisis de Derrida, Blanchot claramente no estaba revelando, disfrazando o negando lo que Nancy en La Communauté affrontée descarta, bastante apresuradamente, como “un secreto vergonzoso”.[37] Siguiendo a Bataille y Derrida, como seguramente Nancy debería haberse dado cuenta, estaba respondiendo mucho más a su manera, con la ayuda de una comilla doble implícita, a un doble vínculo desafiante y de gran alcance: el de tener que inventar, en respuesta a un futuro que era por definición imprevisto e imprevisible, un vocabulario conceptual adecuado, en el firme conocimiento de que no existía tal vocabulario que no llevara ya la carga alienante de más de dos mil años de tradición (y en la comprensión de que ignorar ese legado era tan malo como suscribirlo en silencio), y con la igualmente fuerte convicción de que aquello a lo que había que responder —que provisionalmente, pero inadecuadamente, podría llamarse “comunidad”, el “futuro”, “política” o “escritura”— era irreductible a toda conceptualidad existente como tal. Así como Bataille, ante un dilema similar, tal como lo demuestra Derrida, ideó la estrategia de recurrir a lo que podría denominarse un lenguaje del silencio, es decir, aquel en el que ciertas cosas no podían ser formuladas sin ser destruidas por la fuerza para poder hablar el silencio de ese lenguaje, y así gesticular, oblicuamente, hacia una experiencia del futuro que no podía encontrar propiamente expresión en ningún lenguaje existente (ni siquiera futuro), por lo que la apelación de Blanchot a lo inconfesable fue también un intento de dejar de lado y silenciar los riesgos, ambigüedades, tentaciones y peligros inseparables del concepto de comunidad como tal, para abordar precisamente, según la lógica ineludible de una aporía, aquello que permanecía obstinadamente irreductible a tal concepto. El resultado, como sugiere Derrida en otra parte, lejos de cualquier creencia mítica en la comunidad, fue más bien un pensamiento de la relación que, al final, a pesar de las apariencias, por el contrario, era radicalmente incompatible con cualquier “concepto” existente o futuro de “comunidad” en absoluto.[38]
Es cierto que Nancy podría defender justificadamente su propio uso de la expresión “communauté désœuvrée” por razones similares. También fue el resultado de un intento de eludir o neutralizar los conceptos existentes de comunidad. Pero entre Blanchot y Nancy había una diferencia importante. Porque mientras que la palabra “inconfesable” llama explícitamente la atención sobre la imposibilidad permanente de cualquier “concepto” idéntico a sí mismo de “comunidad”, del mismo modo el “desobramiento”, como admitió más tarde Nancy, no podía hacer otra cosa que apelar implícitamente a alguna “obra” que, en la memoria o en la esperanza, aún se vislumbraban en el horizonte. Esto, a su vez, también fue un recordatorio de que ningún vocabulario conceptual estaba exento de riesgos. El compromiso y la contaminación eran inevitables. De hecho, desde el mismo comienzo del debate sobre la comunidad, primero en Nancy, luego en Blanchot, luego de nuevo en Nancy, la comunión religiosa y la comunidad política, en su incompatibilidad fundamental, pero compartiendo la herencia cristiana, como gemelos en guerra continuaron oponiéndose la una con la otra. Por eso, según Nancy, sólo deconstruyendo la atracción de la primera había una posibilidad de construir la promesa de la segunda.
Blanchot, por su parte, estaba claramente de acuerdo. En efecto, mantener el término “comunidad” junto al de “inconfesable” era ya lo mismo. Y por lo tanto que la “comunidad” nunca podría ser impedida como resultado de estar obsesionada con la “comunión”. Nancy lo admite en varias ocasiones, y su propio uso ambivalente del término “comunidad” a menudo lo refleja. Porque junto a la esperanza de una buena comunidad, por así decirlo, estaba siempre, inevitablemente, la amenaza de la mala. La posibilidad de la perversión no podía ser eliminada. Como dice Nancy en 1993, en una de las numerosas series de replanteamientos calificados de sus páginas, en las que se describe una alternativa solo para ser rechazada en favor de otra o luego de otra (no esto, no aquello, sino esto…), “… [o] bien, por un lado, en efecto, la comunidad es el compartir de ese mismo espaciamiento según el cual hay singularidades, y este compartir mismo, como tal, no se deja apropiar. O es en su mismo origen y principio y lo es en cuanto ya es un compartir o un espaciamiento. O bien, en cambio, la comunidad es la interioridad en la que el compartir se apropia de su negatividad, se convierte en sujeto que funda y subsuma el compartir en sí mismo, dotándolo así de su propia sustancia.”[39]
Pero ¿cómo separar entonces estos diversos modelos o tipos y explicar su diferencia, lo que también significaba dar cuenta de su similitud? Nancy en 2001 se declaró muy consciente de las dificultades y de la necesidad de asegurarse conceptualmente de que un tipo de comunidad no se convierte en otro. “Por varios lados”, confesó, “Pude ver los peligros que se avecinan como resultado del uso de la palabra “comunidad”: su resonancia incuestionablemente exagerada, hinchada de sustancia e interioridad, sus asociaciones inevitablemente cristianas (en forma de comunidad comunitaria espiritual y fraterna) o más ampliamente religiosas (como en la comunidad judía, la comunidad de oración, la comunidad de creyentes, o “umma”), su uso en defensa de las llamadas “etnias”, todo ello sólo podía poner en guardia. Estaba claro que en ese momento el énfasis puesto en un concepto necesario, pero siempre mal aclarado, al menos iba de la mano con un resurgimiento de las impulsos comunitarios y, a veces, fascistas.”[40]
La respuesta posterior de Nancy a estas dificultades fue al menos doble. Por un lado, reconoció que requería de él un mayor esfuerzo de pensamiento. Como resultado, continuó reelaborando y refinando su propio concepto de “comunidad”, lo que hizo en gran medida, sino es que del todo, abandonando la palabra misma y renovando su propia terminología conceptual para desarrollar con más detalle una ontología de la relación libre de cualquier confianza en el sujeto (u objeto) o la sustancia. El segundo aspecto de la estrategia de Nancy fue más problemático. Porque, así como se dio a sí mismo la tarea o el privilegio de retractarse del concepto o pensamiento de la “comunidad” para llevarlo en una nueva dirección, más capaz de resistir su asimilación a lo que se oponía, así, a la inversa, comenzó ahora por alinear la comunión y la comunidad con lo que él afirmaba ser la posición de Blanchot y la suya propia, diametralmente opuestas. La evidencia para identificar la “comunidad inconfesable” con la “comunión” pseudorreligiosa, como hemos visto, está lejos de ser inmediatamente evidente. Incluso se podría concluir, sin rodeos, que se basa en una incomprensión obtusa y deliberada del texto de Blanchot. Sin embargo, es como si Nancy, para salvaguardar, en su opinión, la primacía del pensamiento de la “comunidad desobrada”, “estar-en-común”, “estar-con” o “estar-juntos” “como tal”, todavía considerara de algún modo necesario, y posible, exorcizar la “comunión” desplazando la responsabilidad de promoverla o consentirla en otra —que al final corría el riesgo no solo de perpetrar una injusticia al tergiversar esa otra, sino también de tener el desafortunado efecto de oscurecer por completo lo que Nancy en una ocasión, como sin duda reconoció Blanchot, tomó por la “solidaridad íntima o incluso complicidad [connivence]”[41] entre los dos pensamientos, entre, es decir, la “transinmanencia” de “comunidad”[42] y la inmanencia de la “comunión”.
En términos concretos, lo que requería el cambio de enfoque de Nancy era que encontrara la manera, a pesar de las indicaciones, por el contrario, de atribuir a Blanchot o, quizás más exactamente, proyectar sobre la figura silenciosa o ausente de Blanchot, una fascinación persistente por la comunión pseudorreligiosa manifiesta, según Nancy, en el catolicismo residual impensado de Blanchot y en la memoria culpable de su política extremista de preguerra. Blanchot pudo haber tenido razón, admitió Nancy, al seguir sospechando de la negatividad de la comunidad “desobrada”,[43] pero si es así, respondió, fue exactamente por las razones equivocadas, en la medida en que lo que tenía prioridad en Blanchot, Nancy ahora afirmó, no fue un desobramiento o un “désœuvrement”, sino una supuesta “obra” mítica en la que dependía el desobramiento, como Nancy, con el beneficio de la retrospectiva de treinta años, finalmente se comprometió a revelar.
Para ello, volvió a La Communauté inavouable, y en 2014 se embarcó por primera vez en una reevaluación de la segunda parte del libro de Blanchot, centrada principalmente, aunque no exclusivamente, en el relato de Duras La maladie de la mort, en el que Nancy ahora profesaba encontrar evidencia persuasiva de la “comunión erótica, cristológica y literaria”, incluso cuando la tarea más explícita del comentario de Blanchot, en lo que respecta a su autor, era responder a la imposibilidad de la “comunión”, y, en esa medida, a la inconfesibilidad de toda “comunidad” “como tal”.
Notas
[1] Nota de la traductora: El texto que presento aquí es la primera parte initulada “Community Revisited” del capítulo 4 “Dissenting Opinions” del libro de Leslie Hill Nancy, Blanchot. A Serious Controversy, (London New York: Rowman & Littlefield, 218), 103-116. Agradezco a Leslie Hill por otorgarme el derecho de publicar su traducción en español.
[2] Véase Jean-Luc Nancy, Le Sens du monde, (Paris: Galilée, 1993), 12; Jean-Luc Nancy, The Sense of the World, traducido por jeffrey S. Librett (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1997), 3. “Aquellos que ceden a la demanda de sentido (que por sí mismo ya parece tener sentido y tranquilizar…)”, observa Nancy, “exigen del mundo que signifique como un lugar de residencia, cobijo, habitación, seguridad, intimidad, comunidad [sic] o subjetividad…. : el significante de un significado propio y presente, el significante de lo propio y presente como tal” (traducción modificada). Sólo unas páginas más adelante, sin embargo, la palabra parece rehabilitada: “Me gustaría, aquí”, dice Nancy, “abrir una exploración del espacio que es común a todos nosotros, que constituye nuestra comunidad [sic]” (20; 9).
[3] Véase Jean-Luc Nancy, Une pensée finie, (Paris : Galilée, 1990), 55–64, 65–106; Jean-Luc Nancy, Les Muses, (Paris : Galilée, 1994), 117–32; Jean-Luc Nancy, La pensée derobée (París: Galilée, 2001), 27–43; Jean-Luc Nancy, A Finite Thinking, editado por Simon Sparks, (Stanford, CA: Stanford University Press, 2003), 31–47, 51–77; Jean-Luc Nancy, The Muses, traducido por Peggy Kamuf, (Stanford, CA: Stanford University Press, 1996), 69–79.
[4] Así ocurría ya en Jean-Luc Nancy, L’Expérience de la liberté, (Paris: Galilée, 1988), 98, 185, Jean-Luc Nancy, The Experience of Freedom, traducido por Bridget McDonald, (Stanford CA: Stanford University Press, 1993), 192n4, 204n4, donde el nombre de Blanchot vuelve a aparecer a propósito de lo impersonal, luego a través del término désœuvrement, que Nancy en su momento continuó mantener. En Une pensée finie, el nombre de Blanchot aparece en varios lugares (pp. 48n1, 56, 63, 64, 151, 215, 329), casi invariablemente de pasada, sin discusión ni análisis sostenidos, y lo mismo en Le Sens du monde, 10, 71, 134n1, 195; The Sense of the World, 1, 43, 188n89, 128; o en Les Muses, 97n1, 156n1; The Muses, 116n11, 118n19.
[5] Véase Jérôme Lèbre, “Entretien avec Jean-Luc Nancy sur La Communauté désavouée”, Cahiers Maurice Blanchot 4 (invierno de 2015/16): 91–104 (p. 92).
[6] Véase Nancy, Une pensée finie, 56.
[7] Nancy, Une pensée finie, 101; A Finite Thinking, 101; traducción modificada.
[8] Véase el libro Leslie Hill, Maurice Blanchot y Fragmentary Writing: A Change of Epoch, (New York: Continuum, 2012), 339–68.
[9] Nancy, Une pensée finie, 249; Jean-Luc Nancy, The Inoperative Community, traducido por Peter Connor, Lina Garbus, Michael Holland, and Simona Sawhney, (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1991), 98; traducción modificada
[10] Ibid, 256; ibid, 102; traducción modificada.
[11] Ibid, 233; ibid, 87. Compare Maurice Blanchot, La Part du feu, (Paris: Gallimard, 1949), 109; Maurice Blanchot, The Work of Fire, traducido por Charlotte Mandell, (Stanford, CA: Stanford University Press, 1995), 104; Maurice Blanchot, L’Entretien infini, (Paris: Gallimard, 1969), 67–68; Maurice Blanchot, The Infinite Conversation, traducido por Susan Hanson, (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1993), 47; traducciones modificadas. Blanchot cita la frase de Char también en Maurice Blanchot, L’Espace littéraire, (Paris: Gallimard, 1955),196; Maurice Blanchot, The Space of Literature, traducido por Ann Smock, (Lincoln: Nebraska University Press, 1982), 187.
[12] Véase Nancy, Une pensée finie, 255; The Inoperative Community, 101.
[13] Véase Jean-Luc Nancy, La Naissance des seins, suivi de Péan pour Aphrodite (Paris: Galilée, 2006); Jean-Luc Nancy, Corpus II: Writings on Sexuality, traducido por Anne O’Byrne (New York: Fordham University Press, 2013), 70–81. Sobre esta “tercera” figura de Afrodita, véase Maurice Blanchot, La Communauté inavouable, (Paris: Minuit, 1983), 77; Maurice Blanchot, The Unavowable Community, traducido por Pierre Joris, New York: Station Hill Press, 1988), 46.
[14] Nancy, Les Muses, 95, 97; The Muses, 54, 116n11.
[15] Jean-Luc Nancy, “Compagnie de Blanchot,” versión revisada, Revue des sciences humaines 253 (1999): 241–43; Jean-Luc Nancy, Multiple Arts: The Muses II, editado by Simon Sparks (Stanford, CA: Stanford University Press, 2006), 82–84.
[16] Jean-Luc Nancy,“A Propos de Blanchot,” L’Œil-de-bœuf, 14–15 (mayo 1998): 55–58 (pp. 57–58); Nancy, Multiple Arts, 87; traducción modificada.
[17] Jean-Luc Nancy, La Pensée dérobée, (Paris: Galilée, 2001), 27; Nancy, A Finite Thinking, 31; traducción modificada.
[18] Jean-Luc Nancy, La Communauté affrontée, (Paris : Galilée, 2001), 11; Jean-Luc Nancy, “The Confronted Community,” traducido por Amanda MacDonald, Postcolonial Studies, 6 no.1 (2003), 23.
[19] Ibid, 35; ibid, 29.
[20] Ibid, 38; ibid, 30.
[21] Jean-Luc Nancy, Maurice Blanchot: Passion politique, (Paris : Galilée, 2011), 17.
[22] Nancy, La Communauté affrontée, 39; “The Confronted Community,” 30–31; traducción modificada; énfasis en el original.
[23] Ibid, 40–41;ibid, 31; énfasis en el original; traducción modificada.
[24] Nancy, La Communauté désavouée, 125; The Disavowed Community, 57; traducción modificada.
[25] Blanchot, La Communauté inavouable, 92; The Unavowable Community, 56; traducción modificada.
[26] Véase Nancy, Le Sens du monde, 10; The Sense of the World, 1. La cita de Nancy es ligeramente incorrecta. Para el texto original, véase Blanchot, L’Écriture du désastre, (Paris: Gallimard, 1980), 71; Maurice Blanchot, The Writing of the Disaster, traducido por Ann Smock, (Lincoln: University of Nebraska Press, 1995), 41 (donde la frase se traduce como “sentido ausente”).
[27] Nancy, La Communauté désavouée, 62; The Disavowed Community, 24; traducción modificada
[28] Ibid, 27; ibid, 8. “El desobramiento”, escribe Nancy, “es aquello por el cual la obra no pertenece ni al orden de lo completo y tampoco de lo incompleto: no le falta nada siendo nada completo”. También más tarde, todavía considerándolo como un vestigio del idealismo romántico, olvidando que el propósito principal de Blanchot era responder a la noción original de Nancy de “communauté désœuvrée”, Nancy insiste tenazmente en malinterpretar el “désœuvrement” en Blanchot como “un acercamiento al desobramiento de la obra” (101; 44).
[29] Blanchot, La Communauté inavouable, 92–93; The Unavowable Community, 56; traducción modificada.
[30] Véase Nancy, La Communauté désavouée, 118, 155n2; The Disavowed Community, 53, 106n27.
[31] Blanchot, La Communauté inavouable, 53; The Unavowable Community, 31; Nancy, La Communauté désavouée, 36n1; The Disavowed Community, 93n14.
[32] Maurice Blanchot y Johannes Hübner, Correspondance: 1963–1973, editada por Eric Hoppenot y Philippe Mesnard (Paris: Kimé, 2014), 84–85.
[33] Véase Blanchot, La Communauté inavouable,13; The Unavowable Community, 3–4.
[34] Georges Bataille, Œuvres complètes, XI, (Paris: Gallimard, 1979-1988), 130; Georges Bataille, The Absence of Myth: Writings on Surrealism, traducido por Michael Richardson, (London : Verso), 96; traducción modificada. Inexplicablemente, la traducción de Michael Richardson de este pasaje sustituye “lo inconfesable” por “vergüenza”, lo que no solo destruye el significado de Bataille, sino que también hace que el recurso posterior de Blanchot al término sea completamente ininteligible. Baste decir que un lector del texto francés no tiene tal excusa.
[35] Bataille, Œuvres complètes, V, 196; Georges Bataille, Inner Experience, traducido por Stuart Kendall, (Albany: State University of New York Press, 2014), 171; traducción modificada; énfasis en el original.
[36] Jacques Derrida, L’Ecriture et la différence, (Paris : Seuil, 1967), 385-86; Jacques Derrida, Writing and Difference, traducido por Alan Bass, (London: Routledge, 1978), 331–32; traducción modificada. Desafortunadamente, Alan Bass, en su traducción de este pasaje, convierte lo “inconfesable” de Bataille, como lo cita Derrida, en “indecible”, lo cual nuevamente oscurece por completo el punto de vista de Blanchot para los lectores anglófonos.
[37] Nancy, La Communauté affrontée, 47; “The Confronted Community,” 33.
[38] See Jacques Derrida, Politiques de l’amitié, (Paris: Galilée, 1994), 330–31; Jacques Derrida, The Politics of Friendship, traducido por George Collins, (London : Verso, 1997), 297.
[39] Nancy, Le Sens du monde, 168; The Sense of the World, 107; traducción modificada.
[40] Nancy, La Communauté affrontée, 42–43; “The Confronted Community,” 31–32; traducción modificada.
[41] Nancy, Le Sens du monde, 169; The Sense of the World, 107; traducción modificada.
[42] Sobre la “transimmanencia” en Nancy (que en realidad no está muy alejada de lo que Blanchot llama “lo neutro”), véanse Le Sens du monde, 91; The Sense of the World, 55.
[43] Véase Nancy, La Communauté désavouée, 119; The Disavowed Community, 53.