La esencia de todo crea y destruye sus propias
objetivaciones —se crea y se destruye en ellas—
en un interminable ciclo de generación y muerte,
ciclo cuya constante repetición es la eterna huida
de la voluntad respecto a su propia falta de fundamento.
Crescenciano Grave
La obra de Crescenciano Grave está atravesada por un hilo invisible, que en su tensión hace audible —en un efecto de resonancia— la idea que lo inquieta y anima: comprender la filosofía como una puesta escena del pensamiento trágico. El autor se sitúa ahí en donde acontece el naufragio del pensamiento, en sus rastros y fragmentos escucha en la oscuridad de las profundidades abismales, audición de la que surge una escritura del desastre. En ese silencio, Crescenciano a escuchado a Nietzsche, Schelling y Benjamin; esta vez, en La Voluntad y su sombra nos sorprende de nuevo con una interpretación minuciosa, profunda, epidérmica de Schopenhauer. Sin embargo, el ensayo no parte —como es común— de El mundo como voluntad y representación, sino que emprende una deriva por las obras aforísticas, fragmentos, lecciones y cartas; en estas obras escritas al margen del faro solar, escucha la profundidad, en cada fragmento que como un fractal repite reverberando el pensamiento único del filósofo alemán. Grave Tirado recrea en la escritura fragmentaria el gesto de ruptura frente a la metafísica que acontece en el pensamiento de Schopenhauer: la ruptura del centro tonal para abrir el oído a la “pantonalidad”. Así, la escritura del libro está compuesta por una serie de ensayos, que a la vez propone una deriva por los capítulos tomados a manera de fragmentos; en ellos, Grave re-interpreta los temas y descubre los elementos fundamentales y originales de la filosofía del Schopenhauer: la vuelta a lo sensible que supone una filosofía del cuerpo, no sólo en su aspecto fisiológico, sino como una filosofía del deseo, del inconsciente, de la paradoja, de la inmanencia y, por supuesto, de la tragedia.
Para el filósofo mexicano, en el pensamiento de Schopenhauer se vuelve a plantear la pregunta ¿Qué es la filosofía? La que a su vez indaga por ¿Cuál es la tarea del filósofo? La respuesta del filósofo de Fráncfort es: conocer la esencia única del mundo, la verdad como autoconocimiento de la voluntad, de ahí su carácter trágico. En este sentido, Crescenciano Grave apunta: “Testificando que este autoconocimiento de la voluntad nunca es absoluto, Schopenhauer se aferra a esta verdad y la explora hasta abismarse en su propio desfondamiento: la voluntad es el fondo en el que, al descender y profundizar en sus insondables oscuridades, más vacío de nada se oculta”.[1]
El problema que enfrenta el filósofo es cómo devenir en sujeto puro del conocer, en el entendido de que la esencia del mundo se sustrae a toda forma de representación. De esta manera, Schopenhauer continúa la línea de pensamiento trazada por Kant; pero a diferencia de éste, se pregunta por la posibilidad de conocer la “cosa en sí”, que como sabemos para Kant es incognoscible, ya que el conocimiento sólo es de los fenómenos, aquello que aparece o es dado a la sensibilidad pura —las intuiciones del espacio y el tiempo— para ser expuesto en conceptos. En un viraje de pensamiento, Schopenhauer voltea no hacia los fenómenos, sino a escuchar el interior del sujeto en donde palpita la oscuridad de la voluntad, misma que se expresa en todo lo que es.
El pensamiento único y fundamental de Schopenhauer es que en el mundo no hay nada que no sea representación o voluntad. En la representación el mundo se manifiesta claramente desde y para la iluminación inteligible que, como lámpara, proyecta el sujeto y, como un espejo, él mismo refleja. En cambio, el hallazgo de la voluntad en nosotros mismos y el pensamiento reflexivo que supone como esencia de todo, implica una labor de interpretación cuyo propio recorrido coherente le mostrará la posibilidad de señalar simbólicamente su esencia y, a la vez, la imposibilidad de despejar por completo la incógnita esencia del mundo.[2]
El carácter trágico de la intuición schopenhaueriana radica en que la voluntad nunca es objeto de la representación, aunque por momentos se refleje como en un espejo en la conciencia del sujeto puro del conocer, pero ese reflejo es la nada, potencia ciega, una certeza de la sensación. Así, de acuerdo a la interpretación de Grave, hay un desplazamiento de la concepción de la experiencia epistemológica kantiana en donde hay una oposición sujeto/objeto, ideal/real, para devolver la intuición a la experiencia del cuerpo: la sensación.
“Para vislumbrar eso que es pero que no sabemos qué es, Schopenhauer reduce la distancia entre lo representado y el representante penetrando en aquello que sirve de mediación para el conocimiento de la exterioridad objetiva: el cuerpo.”[3]
Podemos decir que Schopenhauer inaugura una lógica de la sensación “a-racional”. El cuerpo es una caja de resonancia de la voluntad que opera como un intercesor entre lo real-ideal, entre lo interior-exterior. Así, la conciencia de que nuestro ser en sí es voluntad no es una abstracción, sino un sentimiento encarnado, la autoconciencia es la experiencia del deseo, la coincidencia entre la voluntad y la conciencia. En términos de Schelling, se trata de la intuición intelectual que es una intuición ontológica. Grave Tirado apunta que la cosa en sí kantiana, que es completamente desconocida, para Schopenhauer será lo más cercano a cada uno de nosotros y que, sin embargo, paradójicamente, al ser la condición de posibilidad de la razón es también su límite y su abismo.
“La autoconciencia del sujeto no es la conciencia reflejada en sí misma; la existencia corpórea es absolutamente sujetada a su voluntad y, desde su reunión con lo heterogéneo de sí, puede interpretar a la voluntad como esencia de las cosas que aparecen en su intelecto intuitivo”.[4]
Para nuestro autor, la pregunta será, una vez más, ¿cómo es que el filósofo puede liberarse de su voluntad y devenir en sujeto puro del conocer? El filósofo aparece entonces como un ser excepcional capaz de liberarse de la servidumbre de la voluntad para detenerse en la contemplación, siendo esta una cualidad del genio; que para Schopenhauer, a diferencia de Kant, no solo es genio artístico sino también filosófico. En este sentido, la filosofía y el arte aparecen como formas de liberación de la servidumbre de la voluntad de vivir, aunque sea sólo por instantes.
“El genio artístico y filosófico pone el mínimo necesario de su voluntad al servicio de su voluntad; él dispone de la plenitud de su fuerza intelectiva en función de la tarea de captar y reflejar el mundo en su mayor y mejor objetividad: todas sus energías se concentran en crear la obra que sirva de espejo del mundo”.[5]
Conforme a la interpretación de Grave, el filósofo y el artista geniales realizan actos de creación no desde su voluntad, sino en la negación de la misma; la creación, como apuntaba Schelling, se da en la tensión entre lo consciente y lo no-consciente. En este mismo sentido, para Schopenhauer la creación genial surge de la expresión de una fuerza inconsciente. Las representaciones filosóficas, es decir, los conceptos, se dan fuera del principio de razón ya que la filosofía —al igual que el arte— es representación de las ideas y no de las cosas singulares o fenómenos; esto es, de la fuerza oculta detrás de todos los fenómenos: la physis. De modo que:
El carácter trágico de la metafísica adquiere en Schopenhauer un rasgo propio: partiendo de la peculiar identidad y diferencia —estar separados juntos— entre el sujeto cognoscente empírico y el sujeto volitivo, la metafísica se despliega, no encabalgando demostraciones, sino a través de visiones que, atravesando el principio de razón suficiente, reflexionan lo que en verdad es tras sus infinitas manifestaciones. El sujeto de estas visiones experimenta su relativa transformación en el sujeto puro del conocimiento, en el cual, lo que se concibe y reflexiona es el ser íntimo en su totalidad.[6]
La intuición intelectual es un acto de “videncia extática”, correlativa a la intuición estética. Grave Tirado nos recuerda que la metafísica hay que entenderla como lo que se oculta detrás de la physis, la raíz de la vida indestructible. La voluntad en la naturaleza es el movimiento eterno de repetición y variación, pantonalidad que se expresa en todos los niveles de lo que es, la voluntad es natura naturans el fundamento infundado de la natura naturata. Idea que revela al pensamiento de Schopenhauer —al igual que al de Spinoza o al de Schelling— como una filosofía de la inmanencia.
II
La voluntad de vivir es análoga al cáncer:
proliferación de individuos cuya abundancia
no significa sino muerte.
Crescenciano Grave
En los ensayos que componen La voluntad y su sombra, una parte central es la re-interpretación del lugar del arte en la obra de Schopenhauer, para quien la experiencia estética es la reunión de placer y conocimiento; conocimiento intuitivo que, a diferencia del conocimiento epistemológico, es el conocimiento de las ideas. Así, en el arte acontece el conocimiento más profundo de la esencia del mundo. La ciencia conoce los fenómenos y, por su parte, el arte conoce las ideas, las cuáles son objetivaciones inmediatas de la voluntad que las obras de arte hacen sensibles, quizá por eso Kant pensó la obra del genio como exposición de ideas estéticas. Aunque Schopenhauer insistirá en que su concepción de las ideas está inspirada en Platón, entendiendo las ideas como formas eternas. En este sentido, si las representaciones artísticas son inmediatas es porque representan las ideas, mismas que están fuera del principio de razón, la causalidad, el espacio y el tiempo. En el arte se da una intuición particular, la intuición contemplativa misma que supone la disolución entre el sujeto y el objeto. “En el instante de la intuición contemplativa acontece el tránsito excepcional del aparecer y el conocer múltiple y temporal al ser y al conocer único y eterno”.[7]
Así, el sujeto puro del conocer acontece en la contemplación estética, que es la contemplación de las ideas, misma en la que se revela que, en el fondo, sujeto y objeto son lo mismo. En este sentido, de acuerdo con Crescenciano Grave, para Schopenhauer el fin del arte es el conocimiento de las ideas, mismas que se presentan en la intuición contemplativa como la materia que se configura y expresa en la obra de arte, la obra de arte tiene como fin la comunicación de las ideas. Sin embargo, no todas las artes poseen la misma potencia expresiva; así será en la tragedia, en la que la voluntad alcanza la forma más alta de conocimiento.
“La tragedia es la culminación del arte: ella nos conduce a una hondonada existencial en donde, desde el profundo sentimiento de lo sublime, contemplamos la esencia única del mundo coincidiendo con su total ausencia —completa anulación— en nosotros”.[8]
La disonancia interna de la voluntad, el impulso ciego, se vuelve contra sí mismo en la conciencia anulando la voluntad de vivir, hundiéndose en la nada. De modo que, si la conciencia es la forma más elevada de objetivación de la voluntad, es en ella donde se abre la pregunta por el sentido de la existencia y, con ella, la dimensión ética, en donde el impulso ciego que se expresa en todas las objetivaciones de la voluntad se hace consciente como querer.
“Tanto en su reproducción cotidiana, como en sus confirmaciones extremas, la vida humana es, para Schopenhauer, una calamidad que, en la conciencia sobre sí misma, trasluce que, tras sus interminables afanes y batallas, sólo subsiste un mundo desolado cuyo vacío proviene de la condena a la que se somete su misma esencia.”[9]
El carácter eterno de la voluntad se expresa en la repetición incesante del ciclo nacimiento-muerte. Todo está sometido al tiempo, es decir, a la desaparición. Lo que se repite eternamente es la voluntad de vivir como actividad, impulso ciego inmanente al mundo. Así, el mundo no es producto de la creación de una inteligencia superior, sino que la inteligencia es un producto tardío del impulso ciego inconsciente. En este punto, nos parece importante preguntar al autor sobre la relación de esta idea con el pensamiento de Schelling, para quien somos producto de un querer anterior a la conciencia, un presentimiento.
La existencia humana es insignificante, en tanto cada uno no es más que una nota dentro de una música que se repite eternamente. Insignificancia que oscila entre la necesidad, el dolor, la satisfacción y el tedio. “La existencia humana es un extravío insignificante dentro de un universo que la arrastra hasta desvanecerse en el fondo de sus corrientes oscuras”.[10]
Dicha insignificancia radica en la finitud y el sometimiento al querer, sin embargo, hay existencias excepcionales como la del sabio y el santo. Si, por un momento, en el arte se alcanza la intuición contemplativa y, con ella, la disolución de la individuación —la que podemos entender como el sentimiento de potencia de la Voluntad, experiencia extática como límite de la sensibilidad, de la aisthesis, en donde se repite el acto de creación originaria y, con ello, la liberación de la servidumbre del querer—; por el contrario, en la experiencia ascética se da una negación extrema de la voluntad de vivir como resignación. “El ascetismo es la clave de bóveda de la filosofía de Schopenhauer porque revela a la libertad de la voluntad como no-querer el mundo.”[11]
El carácter trágico de la filosofía consiste en que ella sólo puede señalar el tránsito hacia la nada que supone la experiencia nihilista del asceta, los conceptos son ecos distorsionados de la supresión de la voluntad, sin ser ellos mismos una negación de la voluntad de vivir, la nada es pues el límite del pensamiento: el silencio.
“Desde el silencio que le impone la experiencia de la nada, no se deriva el fracaso de la filosofía sino su sombría victoria de lo que la metafísica ha pensado como el fondo impetuoso y ciego de la voluntad”.[12]
Los conceptos son gestos trágicos, balbuceos que intentan hacer audible e inteligible la esencia del mundo. Así, el ensayo tanto filosófico como musical supone un ejercicio de silencio, un borrarse para dejar escuchar. De esta forma, Crescenciano Grave encuentra en el ensayo una superación creadora del sufrimiento en donde —al igual que en el arte y, sobre todo, en la música— acontece el silencio como negación de la voluntad de vivir, pero a la vez como afirmación de la Voluntad; quizá este no querer sea regresar a lo anterior, al silencio y a la quietud de la voluntad que nada quiere como potencia del absoluto: vibración originaria, indiferencia entre Voluntad y Música. Grave Tirado nos recuerda que para escuchar la profundidad abismal del pensamiento que resuena en todo lo que es, creando un efecto de pantonalidad, hay que guardar silencio.
Notas
[1] Grave, Crescenciano, La voluntad y su sombra. Un ensayo sobre Schopenhauer, Cuadernos del Seminario “Modernidad: Versiones y dimensiones”, #18, UNAM, México, 2022, p. 20.
[2] C. Grave, op. cit., p. 30.
[3] Ibid., p. 37.
[4] Ibid., p. 48.
[5] Ibid., p. 53.
[6] Ibid., p. 69.
[7] Ibid., p. 98.
[8] Ibid., p. 127.
[9] Ibid., p. 139.
[10] Ibid., p. 173.
[11] Ibid., p. 201.
[12] Ibid., p. 208.