La indirección de la escritura I

Maurice Blanchot

 

Leslie Hill / Trad. Maria Konta

 

Pero si la decisión de Nancy de imponer un marco teleológico dialéctico al libro de Blanchot parece cuestionable y arbitraria, así también lo son varios de los otros gestos interpretativos que él hace, los cuales culminan de manera similar en una serie de extraordinarias infravaloraciones.[1] En un momento de su regreso a Blanchot en 2014, Nancy resume su argumento describiendo la interpretación de ese último sobre La Maladie de la mort como una especie de reapropiación extrañamente complicitaria del texto de Duras, afirmando que “[u]ltimadamente [en définitive], la escena sexual [en la historia], tal como la imagina Duras y luego reelabora Blanchot, es una escena sujeta de antemano a las condiciones del mito: del todo-abarcador placer sexual femenino y de la toda-abarcadora impotencia masculina (o una homosexualidad toda-abarcante incapaz de satisfacer a una mujer).”[2]

 

Este veredicto sumario, sin embargo, plantea muchas preguntas. En primer lugar, como se vio anteriormente, es sin duda axiomático que cualquier crítico o comentarista aporte al texto que ha elegido glosar o analizar un conjunto de expectativas y suposiciones, prejuicios o preconcepciones propias, con el resultado de que cualquier interpretación podría apenas describirse con justicia como una reelaboración del texto original. Blanchot, por su parte, lo reconoce claramente al no ocultar su proximidad personal y política del pasado con Duras, y es cuando menos sorpresivo que Nancy mismo se sorprenda de que Blanchot trace una conexión, por implícita que sea, entre La maladie de la mort de Duras y los eventos del mayo de 1968, que Blanchot había pasado, por supuesto, en la activa compañía de Duras, Mascolo, Antelme y otros. Aquí, como en otros lugares, Nancy acredita a su lector con poca comprensión. Es cierto que la segunda parte de La Communauté inavouable abre con un preámbulo de media página explicando que Blanchot está insertando “páginas escritas sin otra intención que la de acompañar la lectura de un cuento […] de Marguerite Duras”, al que le sigue un párrafo que comienza: “El mayo del 68 mostró . . .” “El lector ordinario”, afirma Nancy, “no puede saber que estas no son inmediatamente las páginas que se acaban de anunciar.” Pero una audiencia contemporánea atenta se habrá percatado rápidamente de que la evocación retrospectiva de mayo de 1968 de Blanchot, escrita solo quince años después de estos mismos hechos, tenía de hecho todo que ver con la cuestión de la presencia o ausencia de la “comunidad”, que es precisamente el tema principal de su discusión de La Maladie de la mort. Se debe admitir que Nancy tiene razón al señalar que el nombre de Duras no se menciona en absoluto en el transcurso de la descripción que hace Blanchot de los événements, y no se repite durante otras seis páginas-lo que, por parte de Blanchot, es simplemente una forma de indicar que la participación de Duras en el mayo (“este movimiento fraternalmente anónimo e impersonal”, así lo llama él), no muy diferente de la del propio Blanchot, estaba más allá del poder o el prestigio de cualquier nombre del autor imponente.[3]

 

En cualquier caso, no fue nada indiferente, como Nancy omite mencionar, que Blanchot recuerda el mayo en los márgenes de una historia escrita por una mujer, en particular por una que, como muchas de las feministas de principios de la década de 1970, había criticado duramente más de una vez el lenguaje dominado por hombres y en ocasiones el comportamiento misógino de algunos de los protagonistas del mayo. Además, a principios de la década de 1980, todo esto estaba lejos de ser un conocimiento enrarecido, especialmente a raíz de la reciente elección de Mitterrand a la presidencia, que había suscitado un interés renovado, a menudo crítico, en el legado preciso de los acontecimientos del mayo, sobre todo debido a la creciente presencia de varios conocidos ex sesentayochistas en roles influyentes en la prensa dominante o incluso en la misma nueva administración.[4] Y en cuanto a aquellos que eran demasiado jóvenes para haber presenciado los hechos por sí mismos, les bastó leer el periódico izquierdista Libération, recién relanzado, que, en su edición del 28 de enero de 1984, apenas un mes después de que La Communauté inavouable apareciera en librerías, publicó una página entera atribuida por primera vez a Blanchot, con la autoridad de Dionys Mascolo, una selección de algunas de las declaraciones más incisivas emitidas por el Comité d’action Étudiants-Écrivains en su gran periódico mimeográfico Comité, en octubre de 1968.[5]

 

Pero la principal preocupación de Blanchot al presentar La maladie de la mort no era simplemente contextualizar su lectura de la historia invocando esta experiencia compartida del mayo. A diferencia de Nancy, quien, como acabamos de ver, pretende tener una comprensión “última” de la relación entre la narración de Duras y el comentario de Blanchot, el escritor mismo experimentó grandes dolencias para resistir o al menos complicar la noción de que la historia de Duras era reducible a cualquier cosa remotamente “definitiva”. En el curso de La Communauté inavouable, lo hace proponiendo no una, ni dos, sino hasta tres distintas interpretaciones alternativas, aunque estrechamente relacionadas, al texto de Duras.[6] En una primera lectura, sugiere, La Maladie de la mort es una historia relativamente sencilla de dominación masculina. En la medida en que el protagonista masculino de Duras, que solo ha conocido a otros hombres, elige pagar a una mujer (que no es una prostituta) para pasar la noche (o varias noches) con él; lo que se puede pensar que demuestra la historia es simplemente el alcance del poder económico y sexual masculino sin rival en una “sociedad manejada-por-el-Mercado” en la que, escribe Blanchot, “hay comercio entre las personas, pero nunca una verdadera ‘comunidad [une “communauté” véritable],’ nunca una forma para saber que es más que un intercambio de ´buenos´ procedimientos técnicos, ya sean del tipo más extremo imaginable.”

 

Pero lo que también muestra el cuento de Duras, prosigue Blanchot, es cómo los hombres también son víctimas involuntarias de su propio privilegio y quedan atrapados, por así decirlo, dentro de “relaciones de poder en las que quienes pagan o tienen el control son los dominados frustrados por su propio poder, que solo mide su impotencia.”[7] Y vale la pena señalar, agrega Blanchot, que, en lo que respecta al protagonista de Duras, como Nancy en su resumen conspira para pasar por alto, la impotencia aquí no es sinónimo de una incapacidad para desempeñarse sexualmente. Al contrario, Blanchot le recuerda al lector, que el protagonista de Duras “hace todo lo que hay que hacer.” La mujer que ha contratado lo dice, explica Blanchot, “con una concisión irrefutable”, al profesar las palabras (a las que volveré): “Cela est fait”, es decir, ya está, está hecho, terminamos. Pero a medida que se produce el coito, como lo confirma plenamente el texto de Duras,[8] las respuestas de los dos amantes, si así es como pueden describirse correctamente, son bastante diferentes en el sentido de que, a diferencia de su pareja femenina, el protagonista masculino reprime o suprime todo sentimiento, y esto, apunta Blanchot, al menos según esta lectura inicial o preliminar del cuento, es lo que se pone en juego en el título de Duras: “La falta de sentimiento, la falta de amor”, concluye, “esto, pues, es lo que se puede decir que significa la muerte, esta enfermedad mortal con la que uno es injustamente azotado mientras que el otro aparentemente no se ve afectado, a pesar de ser su mensajero y, como tal, no relevado de toda responsabilidad.”[9]

 

Pero si el protagonista masculino se caracteriza por el poder de la muerte, todo lo contrario, sucede con la mujer del cuento. Porque en la medida en que es “la primerísima” para el protagonista masculino y, por tanto, “la primera para todos”, dice Blanchot, está dotada de un estatus “en la imaginación [dans l’imaginaire]” que, otorgándole una cualidad trascendente, “la hace más real de lo que jamás podría ser en la realidad”. Su vulnerabilidad, en otras palabras, puede implicar debilidad o fragilidad, pero lo que habla en su misma ausencia de poder es una otredad radical, como lo atestigua su rostro, escribe Blanchot, citando implícitamente la descripción de Levinas de la trascendencia o la trasdecendencia del Otro, y por la constatación de que, aun cuando se expone al peligro, añade Blanchot, recordando ahora la figura de Madame Edwarda en el relato de Bataille, “no se la puede matar, preservada como está por la prohibición que la hace intocable en su constante desnudez, tanto en lo muy cercano como en lo más lejano, es decir, en la intimidad del afuera inaccesible.”[10]

 

Esta primera lectura claramente tiene mucho que recomendar, sobre todo, como señala Blanchot, su capacidad para dar cuenta de varios aspectos desconcertantes, por no decir prohibitivos, de la densa y, a veces, violenta historia de Duras. De hecho, muchos son los lectores o críticos que se han visto impulsados a abandonar La Maladie de la mort precisamente en este punto, deteniéndose simplemente a preguntar si la historia debe verse como una acusación de la homosocialidad masculina en general o de la homosexualidad masculina en particular o de ambas, y considerar hasta qué punto el texto de Duras podría alinearse —o no— con una u otra corriente del pensamiento feminista contemporáneo. Pero en lo que se refiere a Blanchot, fue precisamente el poder explicativo de esta primera lectura, comprometida como estaba en reducir de lo irreductible, ese fue su rasgo más problemático, y esto fue lo que le impulsó a proponer una segunda lectura. Aquí, continuando con el comentario hecho anteriormente acerca de que la joven de Duras es una mensajera de la enfermedad de la muerte, Blanchot cambió abruptamente el énfasis, argumentando ahora que dado que “’el mal de la muerte’ ya no es responsabilidad exclusiva de aquel —el hombre— que no sabe nada de lo femenino o, aun conociéndolo, no lo sabe”, se sigue que “el mal es también (o principalmente) instigado en la mujer que está allí y que lo decreta por su misma existencia.”[11]

 

En esta perspectiva, la relación entre las dos partes ya no se configura en términos cuasi-hegelianos, como una variación tardía, por así decirlo, de la notoria lógica del amo y el esclavo, por la cual el amo se convierte en esclavo de su propio poder y el esclavo en su indispensable amo (o amante). En cambio, se reformula para reafirmar su ineludible disimetría. Pues mientras la joven de Duras duerme la mayor parte del tiempo que pasa con el hombre, en un estado de relativa pasividad (“una pasividad que es receptividad, ofrecimiento y rendición”, dice Blanchot), entonces es su pareja, por otro lado, que “es más bien la negativa a dormir, quien es la impaciencia inquieta, quien es el insomne que en la tumba mantendría los ojos bien abiertos, esperando el despertar que se le negó”. En esa lectura, entonces, es el empleador de la mujer, no ella misma, quien, en su incesante e insatisfecha búsqueda de amor, muestra más fe, incluso esperanza, que el frágil objeto de sus deseos. En cuyo caso, observa Blanchot, “si las palabras de Pascal son ciertas, se podría argumentar que, de los dos protagonistas, es el amante masculino quién, en su intento de amar, en su búsqueda incesante, es el más digno de-y más cercano a-el absoluto que él encuentra al no encontrarlo.”[12]

 

“Crucial aquí es la afirmación de Blanchot, basada nuevamente en el pensamiento de Levinas, de que la relación entre la pareja ya no está mediada por su contrato, o más bien que el contrato mismo es dejado de lado o neutralizado por una relación sin relación que suspende toda homogeneidad, toda mismidad, todo espacio compartido y todos los deseos convergentes, como para presentar un desafío radical a cualquier ontología fundada en eso que está supuestamente “en común”, lo que significa, por supuesto, cualquier ontología. ¿Cuál es, entonces, pregunta Blanchot, la lección del cuento de Duras, en tanto que tiene una, para su lector? “Que es necesario”, responde, desplegando ahora un vocabulario más asociado a Bataille, para que emerja dentro de la homogeneidad que exige el entendimiento (la afirmación de lo Mismo) lo heterogéneo, ese Otro absoluto con el que, o con lo que, toda relación significa: la no relación, la imposibilidad de que la voluntad, tal vez incluso el deseo, atraviese lo infranqueable, en el súbito (es decir, extratemporal) encuentro clandestino que es abolido con un sentimiento devastador, entonces, pero uno seguro de ser experimentado por parte de quienquiera que este ímpetu destine para el otro privándolo quizás de cualquier “yo”. Un sentimiento devastador, pues, pero que en verdad está más allá de todo sentimiento, sin saber nada del pathos, desbordando la conciencia, rompiendo con todo cuidado de sí mismo y exigiendo sin justificación aquello que elude toda demanda, porque en la demanda que hago no solo está lo que la lía más allá de lo que podría satisfacerla, sino también lo que está más allá de lo que es demandado. Lo que también quiere decir: una intensificación y exceso de vida que no puede contenerse en sí misma y, de ese modo, interrumpe la pretensión de perseverar siempre en el ser, es una exposición a la extrañeza del morir interminable o del “error” sin fin”.[13]

 

Entre la primera y la segunda lectura de Blanchot, entonces, muchas cosas cambian, hasta el punto de que se puede pensar que los dos relatos son incompatibles. Pero de ser así, esto solo serviría para subrayar hasta qué punto el relato de Duras, tal vez como todos los relatos, está atravesado y desgarrado por una alteridad ineliminable, una duplicidad que, separando al texto de sí mismo, es prueba de su no-coincidencia radical consigo mismo, de lo cual podría decirse que el testimonio más revelador es el proporcionado por el título de Duras. Pues la muerte, insiste Blanchot, como hemos visto, es ella misma ya siempre doble, siempre en apuestas consigo misma, es decir, nunca una sino siempre otra, y es este doble estatuto de la muerte lo que une y desune las dos lecturas de La Maladie de la mort enumeradas hasta ahora. “¿De dónde podría venir el sentimiento del amor?” pregunta Blanchot, citando vagamente un pasaje de la conclusión de Duras. Su respuesta también viene a modo de paráfrasis: “de todo… el acercamiento de la muerte.”[14] “Aquí nuevamente”, explica, “está la duplicidad de la muerte”- su estatus como posibilidad e imposibilidad, obstáculo y atractivo, término y ausencia de término, como se refleja en este caso en “la duplicidad del mal de la muerte que se puede pensar que se refiere ahora al fracaso del amor, ahora al puro movimiento del amor, pero en cualquier caso invocando el abismo, esa oscuridad impenetrable descubierta por el vertiginoso vacío de las ´piernas abiertas´ [de la mujer] y cómo evitar pensar una vez más en Madame Edwarda?).”[15]

 

Dos lecturas, pues, cada una de las cuales exige toda la atención, haciendo imposible la elección entre ellas. Ninguna, sin embargo, se presenta como definitiva, sobre todo porque hay al menos una tercera lectura, que Blanchot luego desarrolla. “En cierto sentido”, reconoce, habiendo justamente recurrido a citar una vez más a Bataille, “debe ser obvio que ya no estoy hablando exactamente, como uno lo debe hacer, con el texto de Marguerite Duras.”[16] Esto, por supuesto, no es inusual. Es el lastre inevitable de toda lectura, su ineludible condición de posibilidad e imposibilidad. Comentar cualquier texto es siempre traicionarlo, incluso si un texto como La maladie de la mort exige lo contrario. Pero para “traicionarlo menos”, dice Blanchot, es necesario no retroceder, sino ir hacia adelante, trazar otro camino oblicuo a través de la maraña de malezas de la escritura de Duras. La lectura de Blanchot, entonces, cambia el énfasis una vez más. Anteriormente, la protagonista femenina de la historia se caracterizó, y aún se caracteriza, por su conformidad, su aparente voluntad de celebrar un contrato con el protagonista masculino y observar sus disposiciones. El cumplimiento aquí, sin embargo, argumenta Blanchot, no es simple. Porque también es un gesto de rechazo, uno que se expresa asimismo en la renuencia de la mujer a dar crédito a su empleador con un nombre, reconocer sus lágrimas o aceptar su autojustificación edípica colocándola en la posición de algún sustituto materno idealizado. Las concesiones de la joven, en otras palabras, no hablan de debilidad ni de fuerza, sino de una distancia o exterioridad más radicalmente afirmativa. “Ella es receptiva a todo lo que él le ofrece”, observa Blanchot, “sin dejar de encerrarlo en su clausura de hombre que tiene relaciones solamente con otros hombres, a los que suele referirse como su ´mal´, o como una de las formas de este mal que en sí misma es infinitamente más vasta.”[17]

 

Mientras Blanchot continúa girando el relato de Duras de esta manera y en el interminable afán, como él dice, de “arrancarle su secreto,”[18] es evidente que su propósito no es encontrar en el relato evidencia o prueba de ningún concepto existente, declarable, es decir, normativo o tema de “comunidad.”[19] En el mejor de los casos, es explorar, sin pausa ni finalidad, cómo “la extrañeza de lo que de ninguna manera puede ser común es lo que funda esta comunidad [cette communauté], siempre provisional y siempre ya desierta.”[20] No cualquier comunidad, entonces, sino solo esta comunidad. Porque es una “comunidad” que existe solo en la medida en que se sustrae a toda existencia, apareciendo solo para desaparecer, sin que el segundo de estos términos simplemente niegue y así conserve lo que pudo haber precedido, al menos en el caso de la protagonista femenina de Duras. “Pues, entonces, un día”, informa Blanchot,

 

“… la joven ya no está ahí. Su desaparición llega sin sorpresa, siendo simplemente la exhaustación de una aparición dada solamente en su sueño. Ella ya no está ahí, pero tan discretamente, tan absolutamente, que su ausencia abole su ausencia, de tal manera que ir a buscarla no sirve de nada, del mismo modo que sería imposible reconocerla, y volver a encontrarla, aun con el solo pensamiento de que ella existió solo en la imaginación, nada puede hacer para interrumpir la soledad en la que sus palabras de despedida siguen murmurando indefinidamente: mal de muerte.”[21]

 

La comunidad, entonces, si puede considerarse que existe, es poco más que un rastro frágil, en el mejor de los casos un recuerdo o una promesa, en el peor, una pesadilla o una amenaza, pero en ninguno de los dos casos debe ser tomada como una presencia estable o confiable. Esto explica por qué es tan importante lo que dice Blanchot en respuesta a La maladie de la mort así como lo es aquello que deliberadamente no dice. A principios de la década de 1980, en parte como resultado de su carrera como cineasta durante la mayor parte de la década anterior, Duras había llegado a disfrutar de un nivel significativo de notoriedad pública. Esto fue impulsado, después de mayo, por el creciente interés en varios sectores intelectuales en la relación entre la escritura de las mujeres, el deseo femenino y la política radical, con Duras siendo a menudo una figura central, aunque a veces disputada, en ese debate, no menos importante, por ejemplo, por la figura influyente de Hélène Cixous quien, en una nota a pie de página de su ensayo “Le Rire de la Méduse [La risa de la Medusa]” en 1975, nombró a Duras, junto con Colette y Jean Genet, como las principales exponentes de lo que buscó teorizar en ese momento bajo el título de écriture féminine.[22] Como resultado, a lo largo de esa década, Duras se convirtió en una presencia cada vez más visible en los medios. Todas y cada una de las películas o textos que aparecían iban inmediatamente acompañadas de entrevistas en la prensa de izquierda, donde se invitaba a Duras para explicarse a sí misma y su trabajo, al público.[23] Después de algunas dudas iniciales, Duras rápidamente comenzó a aprovechar la oportunidad para hacer una serie de comentarios aparentemente improvisados, a menudo provocativos y con frecuencia de autopromoción.

 

Quizás lo más controvertido de todo, a raíz de La maladie de la mort, fueron sus comentarios sobre el tema de la homosexualidad masculina. Porque si Duras, por un lado, hubiera tenido la intención de declarar en 1980 a la revista gay Le Gai Pied (no sin irritar al menos a algunos de sus lectores) que el “estado semi-clandestino en el que todavía me encuentro [es decir, como una autora marginada] es naturalmente muy parecida a la de los hombres gay” y que la homosexualidad masculina, en la medida en que era “en sí misma un rechazo”, estaba por lo tanto, a la par de la sexualidad femenina, [24] por lo que, por otro lado, en 1986, incluso cuando seguía compartiendo su vida con un hombre gay, Yann Andréa,[25] había vuelto a un discurso que, al asociar la homosexualidad masculina con la muerte, particularmente en el contexto de la creciente y aún mal entendida epidemia del SIDA, tenía toda la apariencia de la dominante homofobia reaccionaria. Comentando, por ejemplo, su novela de 1986 Yeux bleus cheveux noirs, que presenta a sí misma como una versión revisada y ampliada de La Maladie de la mort, Duras declaró a un periodista que “la muerte está en la homosexualidad, ya que los hombres homosexuales, en general, no se perpetúen en sus hijos, porque no tienen alguno [sic]”. Y a pesar de su admiración por Blanchot, esto también la llevó a increparlo, junto con Peter Handke (que había traducido La maladie de la mort al alemán y en 1985 la convirtió en una película que Duras odiaba), por supuestamente no darse cuenta del tema de la homosexualidad en la historia de 1982.[26]

 

Para 1983, a fuerza de la cobertura mediática de la que se había vuelto objeto, Duras la escritora se había convertido a los ojos de muchos, en su propia crítica, la más locuaz y autoritaria, con el resultado de que la gran mayoría de los comentaristas que escribían en ese momento pensaban que para explicar o desvirtuar las dificultades de la escritura de Duras basta con citar tal o cual afirmación auto-justificante hecha por la escritora a la prensa. En este contexto, la decisión de Blanchot en La Communauté inavouable de ignorar por completo la personalidad pública a menudo autoritaria de Duras y reconocer su implicación autoral o autobiográfica en “el ´escenario´” de La Maladie de la mort no en la medida en que ella pudo haberlo vivido, como asumió la mayoría de los críticos, lo que en todo caso era un punto discutible dado el indecidible desenfoque entre realidad y fantasía, pero solo como “ella lo imaginó”[27] no fue negligente ni accidental, como han asumido algunos críticos. Más bien representó un rechazo de principio a la noción de que la escritura sea reducible a cualquier expresión subjetiva de opinión. Esta había sido la posición de Blanchot durante mucho tiempo, incluso en aquellos ensayos de L’Espace littéraire o de Le Livre à venir en los que tuvo ocasión de recurrir a cartas o diarios de escritores, pero en los que no se trataba de un estado de ánimo subjetivo, sino de “esa experiencia esencialmente arriesgada”, como él lo expresó, usando la palabra en un sentido radicalmente no psicológico, “en la que el arte, la obra, la verdad y la esencia del lenguaje se cuestionan y entran en riesgo”.[28]

 

En cuanto a la controversia sobre el supuesto tratamiento de Duras para la homosexualidad masculina en La maladie de la mort, que no había mencionado en absoluto en el extracto publicado en la edición de primavera de 1983 de Le Nouveau Commerce, Blanchot respondió con términos un tanto desdeñosos en un breve paréntesis cuando La Communauté inavouable apareció más tarde ese año. En esa interjección, Blanchot no estuvo de acuerdo ni en desacuerdo en que la historia de Duras fuera en algún sentido sobre la homosexualidad masculina. Por un lado, recordó acertadamente, que la homosexualidad nunca es nombrada ni identificada como tal en el texto. Pero luego, incluso si de alguna manera estaba implícito, agregó, aparentando en parte contradecirse a sí mismo, la homosexualidad “no es ´el mal de la muerte´, solo la hace aparente, en un modo bastante artificial, ya que es difícil resistirse a avizorar que todos los matices de sentimiento, desde el deseo hasta el amor, son posibles entre personas del mismo sexo o del sexo opuesto.”[29] Por supuesto que esto fue para eludir la cuestión de si la homosexualidad masculina se abordaba específicamente o no en el texto de Duras al afirmar que, en cualquier caso, las cuestiones planteadas por la sexualidad humana con respecto a la cuestión de la “comunidad” estaban en otra parte, es decir, que no tenían nada que ver con la orientación sexual, las preferencias o la elección de objetos en sí mismos, pero todo que ver con la relación sin relación entre una existencia y la otra, un punto que Nancy claramente no logra captar al fusionarlos bajo un solo título generalizante la homosocialidad represiva descrita por Enríquez (después de Freud), el tema de la paideia homosexual en el Simposio de Platón, el tema de la homosexualidad masculina y femenina en Proust, y el tratamiento de la diferencia sexual en Duras, todos temas que son abordados explícitamente por el texto de Blanchot pero que luego utiliza Nancy, en nombre de algo que extrañamente llama corrección política, para postular una homosexualidad enclosetada y no confesa por parte de Blanchot, expresándose en la amistad de este último con Bataille, y supuestamente poniéndolo, con respecto a su amigo, en la posición de ser “un poco como una mujer”, un diagnóstico que él respaldó, ahora en la vena doblemente esencialista, al afirmar que “sin duda solo una mujer es capaz de discernir en Blanchot un impulso femenino hacia Bataille”.[30] Más adelante en el libro, de manera similar, ahora considerando por qué Blanchot en un punto se refiere a “la extrañeza de esa sociedad o asociación antisocial, formada por amigos y parejas, siempre al borde de la disolución”, es bastante improbable que Nancy tome la observación seguramente incontrovertida de Blanchot (es decir, que las amistades y las relaciones sexuales, que por definición son típicamente exclusivas, no siempre duran y son, en ese sentido, siempre frágiles) como un apoyo adicional para “la hipótesis de que Blanchot se feminiza a sí mismo para Bataille”, como si la única forma de dramatizar la supuesta sumisión de Blanchot a Bataille fuera colocarlo en el papel estereotípico de mujer sumisa, y como si las únicas relaciones que valían la pena mencionar en ese momento fueran las homosexuales entre hombres, lo que era apropiado describir en términos heterosexistas tradicionalmente jerárquicos.[31]

 

Por supuesto que era cierto, en lo que concierne a Blanchot, que la escritura, en Duras, como siempre ya en otros lugares, tenía sus secretos, pero estos no eran secretos, insistía, que pudieran determinarse o apropiarse como tales apelando a alguna interpretación clave mítica o dogmática. Algo, en otras palabras, implícito en todo escrito, escapaba necesariamente al alcance de cualquier lector, más aún de un crítico o filósofo encargado de la tarea de subordinar un texto a alguna verdad sistemática o repetible. Esto sin duda explica la propia estrategia de escritura a menudo alusiva y elusiva de Blanchot en La Communauté inavouable en su conjunto, que está marcada y remarcada a cabalidad no solo por su sintaxis a veces tortuosa (y a menudo intraducible), sino también por un recurso persistente a verbos condicionales o modificadores de adverbios condicionales, y un cariño por la semi separación de los presentes participios, sintagmas nominales comprimidos, alternativas indecidibles y calificativos neutralizantes. En otros lugares, como demuestran sus intervenciones políticas, Blanchot es capaz de ser feroz, incluso violentamente directo, y, en sus ensayos sobre temas literarios o de otro tipo, es capaz de sostener durante largas páginas con lúcida claridad y cuidadosos matices, un sofisticado argumento crítico o filosófico. En La Communauté inavouable, sin embargo, en parte para mantener la fe en su título, que tomó prestado, se recordará, de Bataille y Derrida, que lo colocaba en una estricta obligación de prevenir en lo posible todo tematicismo o teoricismo, adopta un lenguaje singularmente oblicuo, algo afín a lo que Edward Said, siguiendo a Adorno, describe como “estilo tardío”: un estilo caracterizado, esto es, por la indirección, extemporaneidad, intransigencia y una resistencia a la asimilación.[32]

 

Cuando, a más de un tercio de su volumen de 2014, Nancy finalmente centró su atención en la segunda parte de La Communauté inavouable, no fue sorprendente que fueran estas distintivas características de la escritura de Blanchot las que optara por enfatizar. Desde el principio, se había dado a sí mismo la doble tarea de leer correctamente el libro de Blanchot en lo que él afirmó que era su primera vez, y para explicar por qué, en su opinión, el libro había resultado hasta ahora recalcitrante al análisis.[33] Una respuesta inicial no tardó en llegar. En primera instancia, argumentó Nancy, fue la impenetrable complejidad de la relación de Blanchot con Bataille la que fue “quizás la razón principal de la fascinación, a menudo inquietante, ejercida por el texto [de Blanchot]- sin la posibilidad de que esta inquietud ya se haya ejercido sobre el propio Blanchot él mismo siendo descartado.”[34] Luego estaba la complejidad de la prosa de Blanchot que, en opinión de Nancy, hacía “tanto necesario como imposible un análisis completo del texto”- pero “necesario,” explicó Nancy, “en el sentido de que uno tendría que examinar el uso de cada palabra, de cada expresión y de todos y cada uno de los detalles en una composición densamente tejida que se perdió de las convenciones estandarizadas de la argumentación.”[35] El “movimiento sutil” de la escritura de Blanchot, su tendencia al “disimulo,” como también lo llama Nancy,[36] fue, en otras palabras, un caso tanto de delicadeza extrema como de ofuscación deliberada.

 

A los ojos de Nancy, no era solo la inteligibilidad del argumento de Blanchot en su conjunto lo que estaba comprometido, sino la claridad de los momentos individuales del texto. Ya he notado la disposición de Nancy a discrepar de la gramática de Blanchot y sus esfuerzos por corregirla. Al pasar a la segunda parte de La Communauté inavouable, tropieza similarmente con el uso del lenguaje del escritor. Cuando Blanchot, por ejemplo, escribiendo en el otoño de 1983, describe La Maladie de la mort, publicada al comienzo del año calendario, como “una narración casi reciente,” Nancy se queja de que en una nota al pie, al hacer referencia al editor de Duras, Blanchot es incapaz de proporcionar una fecha de publicación, como lo requiere la práctica académica, a pesar del hecho de que cualquier crítico de libros, como Blanchot sin duda se consideraba a sí mismo, pensaría rutinariamente que tal información era superflua. Nancy, además, encuentra la expresión “casi reciente” “sorprendente”, por no decir “bizarra,” cuando la intención de Blanchot es, ante todo, recordar al lector que el libro de Duras no era tan reciente como alguna vez lo fue, es decir, cuando el extracto previo a la publicación del ensayo de Blanchot apareció por primera vez en Le Nouveau Commerce a principios de año, pero luego, más pertinentemente, inscribir el cuento de Duras dentro de la historia de su escritura solo en la medida en que la historia misma, al no ser más que la escritura de otra historia, no fue dotada de un poder determinante sobre ella. Como lo expresó Blanchot algunos meses antes, al comentar sus propias historias tempranas en Après Coup, “la historia no tiene la llave del significado, como tampoco el significado, siendo siempre ambiguo —plural— es reducible a su realización histórica, incluso cuando es de lo más trágica o pesada.”[37]

 

Se pueden citar varios otros ejemplos en los que Nancy diagnósticos oscuros respecto a Blanchot cuando es más plausible que en realidad no haya uno. Por ejemplo, critica el uso que hace Blanchot de los términos “retomar” o “volver a”, cuando Blanchot al comienzo de La Communauté inavouable habla de “retomar un pensamiento nunca interrumpido”, o al comienzo del ensayo sobre Duras, donde describe a La Maladie de la mort como “regresarme al pensamiento, perseguido en otra parte, lo que es una inquisición de nuestro mundo”, concluyendo que hay algo aquí, en palabras de Nancy, “que podría pensarse que toca una admisión discreta”,[38] cuando es evidente que Blanchot, por su parte, quizás ve una diferencia, pero no una contradicción, entre su libro de 1983 y su escritura anterior como crítico, novelista o incluso activista político de los años sesenta. Y en una línea similar, cuando Blanchot, glosando La maladie de la mort, caracteriza el mayo de 1968 como algo ocurrido con “la brusquedad de un encuentro feliz”, entonces, para Nancy, ahora disfrazado de un entrometido detective privado, esto no puede sino implicar “que en esta trama de textos se almacena una experiencia real de secrecía conocida por ciertos individuos que tal vez puedan reconocerse en ella.”[39] Y finalmente, en el intento de contextualizar el ensayo de Blanchot, llamando laboriosamente la atención sobre qué, con escasa justificación, llama a sus dos versiones diferentes (es decir, el extracto previo a la publicación de abril y el texto completo de diciembre), Nancy hace la afirmación poco convincente de que Blanchot “regresó a su texto [original] y de alguna manera lo volvió a abordar o redirigir”- aunque, como admite Nancy, “prácticamente sin cambiar nada”- para incorporar (según Nancy) una réplica inicial que descarta la proliferación y el fracaso contemporáneos de las “comunidades” que supuestamente está dirigida específicamente a Nancy y la “vida comunitaria” que este último compartía en ese momento con Lacoue-Labarthe, sus esposas y sus hijos, a quienes estuvo efectivamente dedicada la versión inicial en febrero de 1983 de “La Communauté désœuvrée”. La posibilidad de que esto sea lo que Blanchot tenía en mente es, por supuesto, algo que no se puede descartar, como señala acertadamente Nancy, aunque igualmente, en la ausencia de pruebas convincentes, es una que tampoco se puede confirmar. Para Nancy, por otro lado, plantearlo como algo que él, Nancy, no podía excluir- esto, como él bien sabía, equivalía a declarar, en su opinión, por insinuaciones autogratificantes, que era exactamente el caso.[40]

 

Al sobreactuar, como lo hace, los problemas de comprensión a los que se enfrenta el lector de Blanchot, es difícil evitar la impresión de que Nancy protesta demasiado, y que lo hace para legitimar de antemano su lectura revisionista del libro de Blanchot sobre los motivos, en la lejanía de ser convincentes, de que el propósito de este último al escribirlo, según Nancy, refiriéndose a sí mismo, era “recordar (me) que el desobramiento procedía forzosamente de la obra”.[41] Y así como Nancy desdeña la mayoría de los múltiples contextos que, como hemos visto, inscribe el libro de Blanchot, y en los que él mismo se inscribe, para privilegiar sobre todo su supuesta condición de respuesta ad hominem mistificada y mistificadora a su propio pensamiento de la “comunidad”, así también Nancy encuadra su discusión sobre la respuesta de Blanchot a La Maladie de la mort de manera extraordinariamente reduccionista. Comienza desestimando de plano la evidencia del texto de Duras, afirmando entre paréntesis su deseo de “acortar las cosas e incluso evitar cualquier consideración que pueda ser más estrictamente relevante para un comentario propiamente dicho —o recitación— del récit de Duras” sobre la base tenue de que “la complejidad de registros, de momentos y perspectivas ya es grande, y además deliberadamente elaborado como para descarriar al lector en una manera que presumiblemente sea parte de lo que esencialmente está en juego.”[42] El gesto se puede perdonar a nivel personal, dada la naturaleza desafiante de las tareas involucradas. Pero muchos correctamente lo pensarán como intelectualmente inexcusable, y no sorprende que traiga consigo una serie de pasos en falso predecibles- que solo sirven para desviar al lector de Nancy.

 

En el curso de La Communauté désavouée, entonces, fiel a su palabra, Nancy cita la historia de Duras solo en cuatro ocasiones, y en casi todos los casos (con una excepción) cita fragmentos truncados del texto tomado de esos pasajes en La Communauté inavouée donde el propio Blanchot se basa en el texto de Duras con fines de análisis o comentario.[43] El efecto, claramente calculado como tal por Nancy, es atribuir directamente a Blanchot aspectos, motivos e incluso frases tomadas del texto que este último está leyendo, como si no hubiera diferencia entre un texto leído y uno escrito, entre las palabras de otro y las propias. Cualquier obra para Nancy, al parecer, no solo es inerte en lo idéntico a sí mismo; también es meramente expresivo de las opiniones de su lector, y ya no encarna el espacio de un encuentro entre un lector y un texto. La oblicuidad citacional, las múltiples voces o la estratificación dialógica que es característica de toda la literatura en general, y que algunos, como Blanchot, consideran que es la misma condición de posibilidad de la literatura, se anula y vacía en consecuencia.

 

A continuación, se producen una serie de errores de interpretación extrañamente perversos por parte de Nancy. A menudo es la impaciencia la que reclama la ventaja. En un momento, por ejemplo, mostrando poca simpatía por los escrúpulos de Blanchot como lector, Nancy expresa su irritación por la forma en que La Communauté inavouable considera cuidadosamente una posibilidad, luego otra, en un esfuerzo por comprender la ambigüedad inherente a la forma en que La Maladie de la mort presenta a su protagonista masculino: ¿Es “simplemente”, se pregunta Blanchot, como parece sugerir la historia, que ha evitado el amor para conservar su independencia, o son cosas más “complejas” y hay, a pesar de todo, como también sugiere la historia, una especie de fascinación cautelosa y tácita de su parte por el sexo opuesto? Nancy, sin embargo, ignora el cuestionamiento de Blanchot y, en cambio, se queja de cómo la lectura de Blanchot, como él dice, al “recitar el récit de Duras”, supuestamente “apoya sus ‘afirmaciones […] difícil de reconciliar con cualquier doctrina simple’”- como si la tarea de una narración o su comentario fuera el proporcionar una doctrina como tal. Habiéndose supuestamente modelado a sí mismo en el texto que está explorando, la interpretación de Blanchot, acusa Nancy, no merece ser vista como “simple” ni “compleja”, pero, en la medida en que no produce ningún “concepto” o “idea” de “comunidad,” simplemente como inadecuada, abortiva o a medias, y que no llega a ninguna conclusión filosófica adecuada. De ahí la recapitulación despectiva de Nancy, en la que evidentemente hay más verdad de la que él tal vez se da cuenta: “la comunidad inconfesable no llega a ninguna conclusión, o no más de lo que una conclusión debiera alcanzar por el texto que la expone, exponiéndose a sí misma, y lo hace solo por exponiéndose a y como la historia de una mujer a quien, por quien y como quien el hombre que firma: ´Maurice Blanchot´ también está expuesto.”[44] Los lectores de La Communauté inavouable pueden estar de acuerdo, al menos hasta cierto punto. Pero si es así, ¿no será, como había explicado Blanchot más de treinta años antes, porque no podría haber forzosamente “fin donde reina la finitud”[45] y porque en todo caso era seguramente el destino inevitable, y el azar incalculable, de escribir en el nombre ausente de la “comunidad” para encontrarse siempre expuesto, sin finalidad ni conclusión posible, a la extrañeza y alteridad de la diferencia sexual, tanto en el otro como en uno mismo?

 

El tratamiento de Blanchot de la diferencia sexual en la historia de Duras atrae más comentarios interesados de Nancy. El raro ejemplo en el que Nancy cita un fragmento de La Maladie de la mort que no se encuentra ya en La Communauté inavouable es cuando se refiere a un momento temprano en el texto de Duras donde se dice del —y al— protagonista masculino de la historia (quien es identificado a lo largo como “tú”) que “otra noche distraídamente [par distraction: teniendo sus pensamientos en otra parte] la complaces [vous lui donnez de la jouissance] y ella grita.”[46] Discutiendo en una nota a pie de página la observación de Blanchot de que el protagonista masculino de Duras “tiene relaciones sexuales [s’unit] con una mujer que conoce por casualidad a quien le da el placer que él no comparte [une jouissance qu’il ne partage pas],” comenta Nancy que “Blanchot, sin dejarlo claro, no se refiere aquí al placer ‘distraído’ de una sola vez [la jouissance occasionnelle et ‘distraite’] que Duras menciona primero, sino al placer bastante deliberado y cuidadosamente descrito que la caricia del hombre proporciona a la mujer al menos tres noches antes de la última (si no las últimas tres noches).”[47] Sin embargo, la fuerza de la objeción de Nancy está lejos de ser clara. En primer lugar, se basa en una paráfrasis engañosa del texto de La maladie de la mort, donde claramente es el protagonista masculino el quien está “distraído”, no el placer sexual de su pareja. En segundo lugar, aunque en la presentación de Duras hay una clara diferencia en la intención por parte del hombre y la intensidad por parte de la mujer entre los últimos dos momentos de placer sexual explícito en la mano masturbatoria de su amante, no hay evidencia de que en cualquiera de los casos el placer tomado por uno o dado por el otro (o viceversa) se comparte correctamente (o no), no solo por la imposibilidad de decidir en qué sentido el placer sexual podría experimentarse alguna vez en común, incluso suponiendo que pudiera llegar a ser identificado con confianza, en la medida en que, siendo igualmente sinónimo de sus desvíos, su postergación y su disipación, “es esencialmente aquello que escapa [a todo nombramiento]”[48] —que es precisamente el punto de Blanchot.

 

 

Notas

 

  1. Nota de la traductora: La traducción que presento aquí es la primera mitad del tercer apartado intitulado “La indirección de la escritura” del capítulo 4 “Opiniones disidentes” del libro de Leslie Hill Nancy, Blanchot. A Serious Controversy. Las traducciones de los dos apartados anteriores fueron publicadas en números anteriores de la misma revista. De nuevo, agradezco a Leslie Hill por otorgarme el derecho de traducir el capítulo entero y dosificar la publicación de sus partes.
  2. Nancy, La Communauté désavouée, 148; The Disavowed Community, 69; traducción modificada.
  3. Blanchot, La Communauté inavouable, 51–52, 58; The Unavowable Community, 29, 34; Nancy, La Communauté désavouée, 73; The Disavowed Community, 30.
  4. Para un resumen detallado de la evolución política de algunos de los protagonistas de mayo de 1968 durante los veinte años siguientes a los événements, véase Hervé Hamon y Patrick Rotman, Génération, 2 vols. (París: Seuil, 1987–88).
  5. Véase “Mots de désordre”, Libération, 28 de enero de 1984, 23. Michael Holland traduce la selección de Libération en The Blanchot Reader, 200–205. Para una reimpresión más completa de las contribuciones no firmadas de Blanchot al Comité, véase Lignes 33 (marzo de 1998); Blanchot, Political Writings, 1953–1993, 79–113.
  6. He argumentado esto con más detalle en otro lugar, en mi Radical Indecision: Barthes, Blanchot, Derrida, and the Future of Criticism (Notre Dame, IN: Notre Dame University Press, 2010), 213–32.
  7. Blanchot, La Communauté inavouable, 61; The Unavowable Community, 35–36; traducción modificada.
  8. Véase Duras, Œuvres complètes, III, 1269; The Malady of Death, 51.
  9. Ibid.
  10. Blanchot, La Communauté inavouable, 63; The Unavowable Community, 37; traducción modificada.
  11. Ibid, 65; ibid, 38–39; traducción modificada.
  12. Ibid, 68–69; ibid, 41; traducción modificada.
  13. Ibid, 69; ibid, 41; traduccion modificada. Sobre la “homogeneidad” y lo “heterogéneo” en la obra de Bataille, véase por ejemplo Œuvres complètes, II, 167–202.
  14. Blanchot, La Communauté inavouable, 69; The Unavowable Community, 41; traducción modificada. Compare Duras, Œuvres complètes, III, 1268; The Malady of Death, 49–50
  15. Ibid, 69–70; ibid, 41; traducción modificada.
  16. Ibid, 83; ibid, 50; traducción modificada.
  17. Ibid; ibid; traducción modificada.
  18. Ibid, 81; ibid 49; traducción modificada.
  19. Sobre el uso que hace Blanchot de la palabra “confesable”, confirmando lo que sostuve anteriormente respecto de lo “inconfesable”, véase La Communauté inavouable, 70n1; The Unavowable Community, 59n12, donde se lee que “la mujer [la femme] sabe que el grupo, como repetición de lo Mismo o de lo Similar, es en realidad un anatema para el amor verdadero [l’amour véritable] que solo se sostiene en las diferencias”. El grupo humano corriente, que se confiesa [s’avoue: es decir, se identifica temáticamente] y es por excelencia una fuerza civilizadora, “tiende más o menos a dejar prevalecer lo homogéneo, repetitivo y continuo sobre lo heterogéneo, lo nuevo, y la aceptación de la división.” La mujer es entonces la “intrusa” que trastorna la tranquila continuidad del vínculo social y se niega a reconocer la prohibición. La mujer es entonces inseparable de lo inconfesable”. Esta clara asociación de la “mujer” con la diferencia sexual no está exenta de problemas, aunque se plantee como una ocurrencia tardía, bajo la rúbrica preventiva de lo que Blanchot reconoce que es “una versión un tanto caricaturizada de Freud”, y con la ayuda de un pasaje silenciosamente medio citado, medio parafraseado del estudio sociopsicoanalítico ortodoxo de Enríquez De la horde à l’ État (págs. 120-21). Por otro lado, en la nota a pie de página de Blanchot está implícito un fuerte cuestionamiento de ese republicanismo francés profundamente arraigado, según el cual las diferencias de género y otras diferencias se borran deliberadamente en nombre de un universalismo androcéntrico abstracto al que Blanchot se niega a suscribir. Y lo que su comentario también sirve para enfatizar, tanto en sí mismo como en contra de sí mismo, es hasta qué punto su propio discurso está claramente definido (incluso conscientemente) por un género, prueba, si fuera necesaria, de hasta qué punto cualquier comentarista que se ocupe de la relación entre diferencias sexuales y “comunidad” siempre está implicado personalmente en ese debate.
  20. Blanchot, La Communauté inavowable, 89; The Unavowable Community, 54; traducción modificada; énfasis mío. En La Communauté désavouée, 107; The Disavowed Community, 47, Nancy da mucha importancia al uso que hace Blanchot de la palabra “fonder [fundar]” en este pasaje. Sin embargo, no se da cuenta de la fuerza del deíctico de Blanchot (“esta comunidad”), mientras que Philip Armstrong en su versión inglesa oscurece de manera similar las palabras de Blanchot al traducirlas como “la” –no esta- “comunidad”. En cualquier caso, como Nancy sabe, y lo admite algunas páginas antes (págs. 80-81; 33-34), solo se puede fundar lo que no tiene fundamento, lo que también significa que ningún fundamento puede escapar la amenaza o promesa de la destrucción, su inevitable fracaso, que es aún más cierto cuando, como en este caso, no existe ningún organismo legislativo reconocido o reconocible que autorice, valide o incluso promulgue ese “fundamento” provisional.
  21. Ibid, 70–71; ibid, 42; traducción modificada; énfasis mio.
  22. Véase Hélène Cixous, “Le Rire de la Méduse,” L’Arc 61 (1975): 39–54 (p. 42); “The Laugh of the Medusa,” traducido por Keith Cohen and Paula Cohen, Signs 1, no. 4 (verano 1976): 875–93 (pp. 878–79).
  23. Para una lista completa de las numerosas entrevistas de prensa y medios de Duras, véase Robert Harvey, Bernard Alazet y Hélène Volat, Les Écrits de Marguerite Duras: bibliographie des œuvres et de la critique 1940–2006 (París: IMEC, 2009); para una muestra representativa de entrevistas de varios períodos, véase Duras, Le Dernier des métiers: entretiens 1962-1991, y para una visión general de algunos de los temas principales del autocomentario de Duras, véase Leslie Hill, Marguerite Duras: Apocalyptic Desires, 10– 37
  24. Duras, “The Thing,” entrevista por Rolland Thénu, Le Gai Pied 20 (noviembre 1980): 16.
  25. Andréa (antes Lemée) describe con cierta extensión su relación con Duras en una serie de libros, en particular M.D. (París: Minuit, 1983) y Cet amour-là (París: Pauvert, 1999), y en una entrevista concedida a Michèle Manceaux el octubre de 1982 publicado tras su muerte (en julio de 2014) como Je voudrais parler de Duras (París: Fayard, 2016).
  26. See Duras, “La Littérature est illégale ou elle n’est pas,” entrevista por Gilles Costaz, Le Matin, 14 noviembre 1986, 24–25.
  27. Blanchot, La Communauté inavouable, 80; The Unavowable Community, 48
  28. Blanchot, Le Livre à venir, 240 ; The Book to Come, 197; traducción modificada.
  29. Blanchot, La Communauté inavouable, 84; The Unavowable Community, 51; traducción modificada. Al criticar a Blanchot por supuestamente ignorar el tema de la homosexualidad masculina en La maladie de la mort, Duras pasa por alto estas breves pero señaladas acotaciones, probablemente porque solo había leído el primer extracto de la reseña de Blanchot impresa en Le Nouveau Commerce.
  30. Nancy, La Communauté désavouée, 64; The Disavowed Community, 26; traducción modificada.
  31. Blanchot, La Communauté inavouable, 57; The Unavowable Community, 33; énfasis en el original; y Nancy, La Communauté désavouée, 86; The Disavowed Community, 34; traducciones modificadas.
  32. See Edward Said, On Late Style (London: Bloomsbury, 2006). Esta mención de Adorno sirve también como recordatorio de hasta qué punto los escritos de Blanchot se resisten también a la negatividad dialéctica.
  33. Véase Nancy, La Communauté désavouée, 18; The Disavowed Community, 4
  34. Ibid, 20; ibid, 5; traducción modificada.
  35. Ibid, 39–40; ibid, 14–15; traducción modificada.
  36. Ibid, 49, 120; ibid, 19, 54.
  37. Blanchot, Après coup, 96; Vicious circles, 67; traducción modificada. (Inexplicablemente, la traducción de Paul Auster malinterpreta la primera parte de esta frase como “La historia no retiene el significado”, que dice exactamente lo contrario de lo que Blanchot escribió originalmente.
  38. Nancy, La Communauté désavouée, 63; The Disavowed Community, 25. Para las referencias a Blanchot, véase La Communauté inavouable, 9, 51; The Unavowable Community, 1, 29; traducciones modificadas.
  39. Blanchot, La Communauté inavouable, 52; The Unavowable Community, 29; traducción modificada; Nancy, La Communauté désavouée, 73; The Disavowed Community, 30.
  40. Nancy, La Communauté désavouée, 67–73; The Disavowed Community, 27–30. Para el comentario que Nancy considera una réplica personal, véase Blanchot, La Communauté inavouable, 51; The Unavowable Community, 29. En su reconstrucción de la cronología de La Communauté inavouable, resulta extraño que Nancy no haga referencia a la carta que recibió de Blanchot a mediados de marzo de 1983 (publicada en Lignes en octubre de 2000), con la mención de ese manuscrito italiano sobre Bataille que a Blanchot le habían pedido que leyera. Desafortunadamente, dado que actualmente no se dispone de ningún manuscrito, mecanografiado u otro material de archivo relacionado con el libro, cualquier intento de establecer la cronología exacta de su composición se ve obligado a basarse en conjeturas inteligentes. (Los lectores encontrarán algunas de las pistas relevantes en la cronología que se proporciona al final de este libro).
  41. Ibid, 119; ibid, 53; tranducción modificada. De modo sorprendente, la traducción de Armstrong de la frase en inglés introduce un “nosotros” en ningún lugar presente en el texto original de Nancy.
  42. Ibid, 90-91; ibid, 39; traducción modificada.
  43. Véase ibid, 97, 102, 104n5, 111; ibid, 42, 45, 49, 103n38
  44. Ibid, 91–92; ibid, 39–40; traducción modificada. Para la cita parcial de Blanchot, véase La Communauté inavouable, 90; The Unavowable Community, 55; traducción modificada.
  45. Blanchot, La Communauté inavouable, 38; The Unavowable Community, 20; traducción modificada.
  46. Duras, Œuvres complètes, III, 1257; The Malady of Death, 9; traducción modificada.
  47. Nancy, La Communauté désavouée, 104n5; The Disavowed Community, 103n38; traducción modificada. Para el pasaje de Blanchot, véase La Communauté inavouable, 8; The Unavowable Community, 48; traducción modificada
  48. Blanchot, La Communauté inavouable, 87; The Unavowable Community, 52.