Cruor. La crueldad y la crudeza de Jean-Luc Nancy

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Portada del libro. Diseño de Álvaro Reyero Pita. Tomada de la página oficial de Publicaciones De Conatus: https://deconatus.com/libros/cruor-la-crueldad-y-la-crudeza/

 

 

El último libro de uno de los pensadores más complejos, potentes y profundos en su reflexión aparece coincidentemente poco antes de su muerte, como un texto que cierra una vida y una obra. Cruor[1] es traducido al español por Cristina Rodríguez Marciel y Jordi Massó Castilla, y publicado por el sello editorial De Conatus, 20 años después de la primera parte de Corpus;[2] que a comentario de los traductores encaja como la continuación de este último. Sin embargo, también es posible encontrar una conexión de ideas con otras obras como La comunidad deobrada,[3] La ciudad a lo lejos[4] o El sentido del mundo.[5] En general, pese a que poco se ha dicho sobre si el pensamiento de Nancy puede entenderse como un sistema, lo cierto es que muchas de sus ideas se aglutinan en un solo estilo filosófico a lo largo de su amplia obra. Y es en Cruor donde posiblemente se ven terminadas.

 

El tema que más le preocupaba a Nancy –y que se puede notar en toda su obra– es el asunto del sentido. Como muchos pensadores del siglo XX, se ocupaba de aquello que dotaba de sentido al mundo. Se preguntaba ¿qué sentido tiene este?, y en consecuencia, sobre el sentido que tiene para nosotros sus habitantes. No obstante, la diferencia clave para Nancy era una búsqueda del sentido desde las cosas mismas, no desde el Ser, Dios o cualquier otra forma de metafísica, sino desde una ontología de las cosas, que podríamos identificar como una ontología del cuerpo. He aquí la conexión conceptual entre el cuerpo y el sentido que aparece tanto en Corpus como en el reciente Crour. El cuerpo es lo que somos, el principio físico, espacial y material de nuestra existencia. Unidad de carne, huesos y fluidos, pero también, el principio de relación con las cosas, los otros cuerpos, los vivos y los muertos, los animales y las plantas. Al mismo tiempo, somos cuerpos atravesados por la simbología del lenguaje, cuerpos hablados, mentados y cualificados; valorados o despreciados desde los cuales se proyectan formas de ser. El autor encuentra en el cuerpo un principio ontológico desde el cual orbitan los elementos que componen y hacen compleja la vida; un principio de relación de lo que somos: el cuerpo propio en relación con los otros cuerpos.

 

Cruor culmina una ontología que comenzaba con el cuerpo y para ello realiza una categorización análoga sobre el sentido entre la vida (con su muerte) y la sangre. Para Nancy, la sangre tiene dos sentidos; el primero es el de la crudeza, como lo indica la propia palabra latina cruor, que hace referencia a lo crudo, lo no cocido, lo natural o silvestre, aquello que se siente a pelo o a flor de piel.[6] Y en específico, al referirse a la sangre, también significa sangre derramada, sangre fría, la sangre que no mantiene la vida y que, por el contrario, la quita. A decir de Nancy:

 

El sacrificio concentra el sufrimiento sobre el torturado; de este modo, simultáneamente, es excluido por su sangre derramada, y es reintegrado por la absorción de esa misma sangre en el cuerpo de los demás. Por el contrario, la crueldad extiende sin medida un sufrimiento que solo quiere hacer sufrir.[7]

 

El sufrimiento por el sufrimiento mismo, sin sentido. Mientras el sufrimiento y la tortura beben la sangre sacrificada, la crudeza muestra que se derrama inútilmente.

 

La diferencia con esta concepción, está en la idea de la sangre caliente: la sanguis latina, que corre y circula dentro del cuerpo.[8] Al contrario de la cruor, esta sanguis otorga un sentido sagrado a la vida. Tiene que ver con la sangre que se sacrifica y que sirve para que otros puedan continuar su vida. Bajo esta dimensión, la vida, la muerte y también el mundo tienen sentido. Habitamos un mundo porque todo a nuestro alrededor tiene dirección, orientación y significado. Entonces el mundo como la sangre parecen tener sentido. Como se puede notar, la relación que existe entre la sangre y la vida adquiere, en su dimensión de sanguis, un sentido para cada cosa que se realiza. En un mundo con sentido todo acto significa algo, ya sea reflejado en el arte, en Dios, el Ser, el Capitalismo, entre otras.

 

Consideramos que ya se ha dicho bastante sobre la sanguis. Buena parte de la historia occidental, desde la religión, el mito, hasta las ideologías políticas actuales, han dedicado sus letras a dotar de sentido al mundo. Pero, ¿qué ocurre cuando se pierde el sentido? Un mundo sin metafísica es análogamente, para decirlo con Adela Cortina, como una Ética sin moral,[9] sin principios ni valores. Un mundo que ya no parece mundo, sino todo lo contrario, un (in)mundo. Que expone la crudeza de los actos que muchas veces fueron legitimados o glorificados por las ideologías: guerras, masacres, empobrecimiento, explotación y otras formas de violencia. Actos que a los ojos de un mundo sin sentido aparecen como crueles, fríos y crudos. De ahí que la expresión a sangre fría indique un acto sin piedad, sin escrúpulos, con desprecio y sin la mínima importancia ontológica hacia las víctimas. En tal marco conceptual, acciones como el sacrificio y la tortura pueden ser justificados. Pero en nuestra época, vaciada de sentido, solo queda la crudeza de los actos.

 

Aunque no todo lo crudo es, por eso, cruel. Nancy muestra que las cosas a flor de piel, con el cuerpo expuesto sin más, también tienen un sentido en sí mismo. De ahí que hablemos de una ontología más que de una metafísica; justamente porque las ideologías que la sostenían se han caído. Porque hablar de las cosas de manera cruda y fría también permite apreciarlas en su justa medida: el cuerpo al desnudo (no por ello vulnerable), la naturaleza expuesta (no por ello explotable), la animalidad con sus pulsiones e instintos (no por eso pudorosa). Sesgos en el cuerpo que afloran cuando se caen los prejuicios y juicios axiológicos que no dejan ver que las cosas por sí mismas, desde su propia corporalidad, ya tienen un sentido.[10]

 

Por su parte, esta diferenciación con lo crudo está tanto en el cuerpo como en el lenguaje.

 

El cuerpo hablante es el cuerpo que puede dirigir –tanto a sí mismo como al otro– esta mismidad alterada. Y es, precisamente, el lenguaje el que la altera: pues al decir, ‘yo’, yo te sustituyo por mí mismo en el insustituible lugar desde el que hablo.[11]

 

Lo cual se nota en la última parte del texto, cuando Nancy vuelve una y otra vez sobre Freud, no como psicoanalista sino como filósofo, quien nos muestra que habitamos un cuerpo con pulsiones constantes. Un cuerpo de pulsiones simbolizadas, cargadas por el estímulo del lenguaje y los signos del mundo. Por eso hay palabras que hieren, expresiones que somatizan y hay experiencias que dejan traumas y marcas en el cuerpo. El pensador francés también nos recuerda que, como occidentales, hemos puesto mayor atención a las cosas y objetos que deseamos que en el deseo en sí mismo. De ahí que, por un lado, nunca dejamos de desear cosas, y por otro, nos olvidamos de sentir el deseo en sí.

 

El texto cierra muy bien con una reflexión en tono nostálgico sobre la falta de sentido y, por lo tanto, de mundo. Recuerda la muerte del padre en tono freudiano, y la caída de los grandes mitos[12] que trae consigo una generación de odio y una hegemonía del fracaso. Finalmente, regresamos con Nancy, como en el siglo XX, a un axioma ontológico sobre el cual se fundamenta su filosofía de la comunidad: ser-con y cuerpo carnado, llevado más allá de toda mediación metafísica. Por eso: “Cada uno, cada una, emerge del mismo fondo que todos, y este fondo es solidario de todo lo viviente, que es a su vez solidario del cosmos, de lo que existe y del hecho de que todo eso exista”.[13]

 

En suma, Cruor es un texto profundo de una filosofía como la que ya pocos se atreven a hacer. Una filosofía que aún pregunta por el sentido. Pero, sobre todo, una filosofía que acompaña a pensar mientras se lee. Nos cuestiona que la verdad, la historia y todo lo que se puede escribir parecen no tener mayor repercusión en un mundo en el que ya nada tiene sentido. Empero, Cruor clausura de manera magistral una obra y una vida y, por otro lado, abre un camino para pensar el nihilismo de nuestro tiempo.

 

 

Bibliografía

 

  1. Cortina, A. Ética sin moral, Madrid, Tecnos, 2000.
  2. Nancy, J-L. Cruor. La crueldad y la crudeza, Trad. Cristina Rodriguez Marciel y Jordi Massó Castilla, De Conatus publicaciones, Madrid, 2023.
  3. Nancy, J-L. Corpus, Arena, Madrid, 2003.
  4. Nancy, J-L. El sentido del mundo, La marca, Buenos Aires, 2003.
  5. Nancy, J-L. La ciudad a lo lejos, Manantial, Buenos Aires, 2013.
  6. Nancy, J-L. La comunidad desobrada, Arena, Madrid, 2001.

 

 

Notas

 

  1. Nancy, J-L. Cruor. La crueldad y la crudeza, 2023.
  2. Nancy, J-L. Corpus, 2003.
  3. Nancy, J-L. La comunidad desobrada, 2001.
  4. Nancy, J-L. La ciudad a lo lejos, 2013.
  5. Nancy, J-L. El sentido del mundo, 2003.
  6. Nancy, J-L. Cruor. La crueldad y la crudeza, p. 42.
  7. Ibídem, p. 89.
  8. Ibídem, p. 25.
  9. Cortina, A. Ética sin moral, Madrid, Tecnos, 2000.
  10. Nancy, J-L. Cruor. La crueldad y la crudeza, p. 44.
  11. Ibídem, p. 92.
  12. Ibídem, p. 130.
  13. Ibídem, p. 143.