Jesús Reyna. S/T, Técnica mixta
Resumen
Se expone la relación originaria entre el psicoanálisis, la literatura, la religión y el mito, y cómo esto presupone un nuevo fundamento antropológico narrativo. Se muestran algunas de estas relaciones, y la posibilidad de cambiar lo humano si se cambian las premisas fundamentales de la narración. El relato hilvana y deshilvana la protoestructura de la analítica existenciaria. Contar es desplegar el ser ahí como acontecer discursivo. La trama de la existencia urde el sentido de nuestra condición limítrofe.
Palabras clave: Psicoanálisis, Literatura, religión, mito fundamento antropológico.
Abstract
The original relationship between psychoanalysis, literature, religion and myth is exposed, and how this presupposes a new narrative anthropological foundation. Some of these relationships are shown, and the possibility of changing the human if the fundamental premises of the narrative are changed. The story weaves and unweaves the protostructure of existential analytics. To tell is to display being there as a discursive happening. The fabric of existence weaves the meaning of our borderline condition.
Keywords: Psychoanalysis, Literature, religion, myth, anthropological foundation.
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¿Qué se puede decir que no se haya dicho ya de esta relación por demás incestuosa? El psicoanálisis siendo una disciplina relativamente reciente, guarda un parentesco algo indefinible con la literatura.
En los últimos años, algunos autores han sentido que el psicoanálisis le ha dado voz a algo que la literatura apenas dejaba hablar, a veces sólo balbucear. Pero que no queda del todo claro, si esta voz es pertinente, si es bueno o correcto dejar hablar a eso que está ahí habitando en el obscuro cimiento del ser. Eso que Stevenson deja salir encarnado en Mr. Hyde, y que Dostoievski plasma de una manera un poco desestructurada en su segunda novela de título El Doble. ¿En qué medida es mejor dejar que eso se mantenga en silencio? ¿En qué medida profanar los secretos de la hondura psíquica es conveniente? Preguntas sin respuesta última. En todo caso contar es devenir sujeto humano.
El psicoanálisis como cualquier ciencia, se alimenta del fruto prohibido del conocimiento y en aras del saber justifica cualquier acción. Pero la literatura es mucho más antigua, quizá podríamos decir más sabia, pues no ha querido dejar salir del todo, a eso que aparentemente contiene la botella.
Faulkner sospechaba que el psicoanálisis no era más que ese querer dar voz a las musas, a esa fuerza que desde Homero late incesantemente detrás de cada escritor, y que la modernidad mucho antes que Freud había nombrado inconsciente.[1] Por su parte, Schopenhauer cree que ese inconsciente es una forma de la voluntad de la vida, de esa fuerza que oscuramente avanza inclemente, ciega a los suplicios individuales y que todo lo aplasta a su pazo. Esa fuerza según Schopenhauer es quien realmente gobierna a los hombres, una fuerza instintiva que conduce su actuar, es propiamente pulsión, y particularmente llamada inconsciente. Es quien resuelve nuestras acciones, ya que la humanidad no es sino un títere de esta entidad primitiva, la única que quizá realmente existe, y ante la cual, el sujeto es solamente una ilusión.
Si lo vemos con detenimiento, este es quizá el tema centrar de las religiones y de mucha de la literatura, incluso del psicoanálisis. Es la lucha por gobernar, o sublevar esa parte instintiva animal o demoniaca, según sea el marco de percepción desde donde se sitúe el intérprete. Es la lucha por la libertad y el autogobierno. Es la lucha por ser en contra de eso que todo lo devora, y cuya consecuencia negativa es la tragedia propia del sufrimiento inherente a la existencia. Sin embargo, los escritores convocan a estas musas, cual frágil melodía que acude para tomar la palabra, y escriben sobre ellos, escriben sobre el cuerpo de los artistas, inscriben su verdad escindida, su verdad ancestral de eterna caja musical, que los hace andar sin saber por qué, que los juega.
Ya Platón en el diálogo del Ion, deja en claro que los poetas son entes superiores, pues son los encargados de dejarse decir, de encarnar la belleza en este mundo, de permitir que las musas, esas entidades supra humanas se expresen a través de los hombres. El hombre siempre ha sido un ser limítrofe, se ubica en los intersticios entre la razón y su desmesura.[2]
Pero los hombres no pueden ser canal de la voz divina sin sufrir o pagar un precio, y la consecuencia de prestarse a esta intensidad es la de fundirse con ella, no por nada Hölderlin, el poeta del lenguaje, el poeta de las musas pierde finalmente su individualidad y es poseído constantemente por estas fuerzas superpoéticas o antipoéticas que engendran estrellas danzarinas. Así, a través de él, estas fuerzas devienen no sólo en poesía, sino en realidad, en mundo. Hölderlin dirá que el lenguaje es el más peligroso de los bienes, porque con el lenguaje construimos el mundo, y si es cierto el dicho wittgensteniano de que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo, el poeta es aquel que ensancha los límites del ser, quien de alguna manera puede hacer que el mundo devenga en nuevo, en experiencia insondable, en metáfora aterradora, en caricia nocturna.[3]
Por ello los poetas son los más peligrosos de los hombres y recordemos que Ulises es el personaje que ha logrado escuchar el canto de las sirenas, esa melodía que pierde a los hombres y que ha sobrevivido, para después poder poner en palabras su aventura. El trabajo del psicoanalista en alguna medida se parece a este estado, pues está expuesto a ese canto ancestral, a ese lamento que pide clemencia, comprensión, debe escuchar sin oír, sabe que no puede ser embelesado por el canto de las sirenas, pues tiene su misión, debe escuchar en lo profundo del lenguaje, escuchar eso que no se pronuncia. Es el juego de las escondidillas, pues el paciente va a hablar de algo que no nombra, y sin embargo sus palabras giran cual satélites alrededor de este astro oscuro, que constituye el núcleo de sus problemas, el momento fundante de su subjetividad.
El literato y el psicoanalista son partes de un extraño correlato, ya que ambos han hecho de la escucha una técnica, una manera de ser dentro del mundo, su ser es un canal que engendra bizarras fuerzas insondables. Su trabajo es traer a la palabra a esas bestias que habitan en las profundidades de lo humano. Reiteremos la pregunta ¿En qué medida eso es conveniente?
El poeta tiene su intuición, su espera, su caminar errante, su estar al acecho, mientras que el psicoanalista tiene su epistemología, sus seminarios y su constante estar expuesto a la palabra del Otro. Ambos están en la vocación del escucha, en la empresa de oír una melodía sin voz que trasmite una verdad escindida. Sin advertirlo, una tercera figura se alza en el horizonte de este camino, pues mucho antes de ellos están las pitonisas, estas mujeres que son entrenadas para escuchar el mensaje de los dioses, para entrar en éxtasis al exponerse a los gases volcánicos, y que poco a poco cumplen su destino al quedar completamente locas. Así tanto el psicoanálisis como la literatura son caminos peligrosos, pues están expuestos a ese Otro que todo lo contiene, que todo lo revela. A ese Otro que no está en algún lugar, sino que es precisamente el lugar.
No obstante, preguntemos con Nietzsche ¿Cuánta verdad soporta un hombre, ¿cuánta verdad osa un espíritu?,[4] El psicoanalista está expuesto a la palabra del Otro, está expuesto a su sufrimiento y patologías, y recordemos que el sufrimiento es una forma narrativa y como tal, es un virus contagioso, una manera de hablar, que no sólo se aprende, sino que se enseña. El psicoanalista debe tener cuidado de no viciar sus modos narrativos con ese tono condescendiente de quien sufre y se ve atrapado en las circunstancias, que el mismo ha creado para cumplir su destino. No por nada es siempre edípico.
Así el sufrimiento es siempre el mismo, con variaciones apenas perceptibles, pero que repite la fórmula de la falta. Me hace falta amor, dinero, cariño un título, una pierna, un amigo, etc., Las variaciones parecen infinitas, aunque los hombres finitos ponen el punto a esta interminable lista que en verdad no es tan extensa como se antoja. Así las narraciones tienen un núcleo, un eje, que podría caracterizarse como la falta o el sufrimiento. Pues son estos los detonantes de la existencia ilusoria de los sujetos. El sujeto narrativo no es más que una narración armada para dar expresión al principio de la vida misma, a eso que los antiguos llamarían dioses, los filósofos modernos inconsciente, Schopenhauer como Voluntad de la vida,[5] Nietzsche como voluntad de potencia[6], etc…
Ante este principio ancestral, no tenemos más que la disposición de escucha, pero no del Otro necesariamente sufriente, sino del Otro creativo, su melodía es mucho más elaborada, más creativa, pues esta voz abre y construye mundos, ciudades, personajes y situaciones, no me extrañaría que el demiurgo tuviese dotes de novelista, que el gran organizador de la realidad, haya puesto justo después de las leyes naturales las leyes lingüísticas. Si la realidad material está regida por las leyes físicas, la realidad psíquica lo está por las leyes gramaticales. Esto ya lo había advertido los estructuralistas quienes mencionan la ya famosa frase de Por mi habla la estructura, que recuerda a la no menos famosa de Por mi habla el lenguaje. Pero que en resumidas cuentas y para lo que nos importa, podría traducirse en que hay ahí algo que nos habla, que nos trasciende, que nos vive, estas fuerzas ancestrales han sido nombradas y tratadas de diferentes maneras. Eduard von Hartmann se enfrenta con esta fuerza desde la perspectiva schopenhaueriana y publica su famoso libro, Filosofía del inconsciente en 1869, obra de tanto éxito y renombre, que permitió vivir de sus regalías al autor,[7] y que sin embargo resulta hoy en día sospechoso su desconocimiento. Nietzsche describió el libro de Hartmann como una filosofía de la ironía inconsciente.
Poco a poco el psicoanálisis se convirtió en algo tan atractivo como lo es la vida secreta de las pitonisas, los cotilleos de los éforos y sacerdotes, que expone las indecencias sexuales de una comunidad envilecida a fuerza de hipocresías, que tiene ceñida al cuello como una orca la moral victoriana de la época. ¿Quién podría resistirse a hurgar en las confesiones morbosas de una sociedad? Imposible imaginar mejor novela que la historia del psicoanálisis, no por nada, P Sloterdijk, escribe su libro, El árbol mágico, donde juega con la supuesta vida novelada de Freud y su reinvención del psicoanálisis, todo adaptado a otra época.[8]
El psicoanálisis es el escenario que al igual que la hoja en blanco, se presta para la elaboración de la más compleja poesía. Hablar y hablar sin saber que decir, hablar hasta que advirtamos que no somos nosotros quien hablamos, sino que somos hablados, jugados, seducidos por esa fuerza que lo único que pretende es seguir existiendo y para lo cual ha puesto la trampa de la sexualidad como su manera reproductiva. Por ello el sujeto en su condición de bestia, no es más que una manera un simple instrumento de reproducción de estos principios o fuerzas que lo trascienden. Además, tiene el defecto de darle la voz a cualquiera. ¿Quién podría resistirse a contar sus dramas en el tono grandioso que permite la novela? O acaso somos algo más que personajes de una novela que cuando se enfrenta a la desestructura recurre cual sufriente al lugar donde puede redescubrirse, reinventarse, narrarse nuevamente, hablar para sí mismo, para ver si así logra por fin creer en sus mentiras, en esos parches que le permitan soportar su miserable existencia de apátrida, de arrojado del paraíso, lejos del seno materno y con la cruz a cuestas de su destino. Por eso el escritor abre la página con singular alegría, ya que es la puerta de escape, la válvula que libera la presión de la existencia, y eso mismo sucede en la poesía.
El psicoanalista no solamente sabe de este poder seductor que causa el dar la palabra, el fingir que se escucha, que se interesa por el otro. Pero además sabe más. Sabe que no sabe, que no puede quedarse en ese lugar del sujeto supuesto saber, hay que moverse y dejar o permitir que el sujeto sufriente se reescriba. Que hable cual personaje que ha llegado al nudo conflictivo de su drama.
Para que descubra que no es muy distinto a ese personaje de Unamuno, quien, en su novela de Niebla, hace hablar a Augusto Pérez su protagonista, y va a reclamarle a su autor la desdicha en que lo ha metido, va y habla con el escritor para negociar las posibilidades de su existencia y lo único que encuentra es la inclemente voluntad de un sujeto aterrador que lo condena a muerte, una muerte atroz por glotonería. Así Unamuno escribe el fin de su personaje, y Augusto Pérez esa noche come y come sin poder parar, hasta que revienta.[9]
Pero el sujeto-personaje no puede hacer otra cosa, sino es narrarse de una manera igualmente inmisericorde, no puede tenerse piedad ni paciencia, pues su subjetividad estorba con el gran plan de la voluntad de la vida. Con la gran novela o narrativa que lo trasciende que lo contiene. Cioran nos pregunta: ¿Quién podría resistirse a tener un destino nefasto, a narrar su destino en ese tono grandilocuente que tiene la literatura?[10]
El psicoanálisis tiene la seducción de la hoja en blanco, pues invita al protagonismo, sin saber que es una trampa, una espada de dos filos, pues el paciente que en principio se creía víctima de las circunstancias, va descubriendo que él es el causante de sus heridas, que es él, el desastre en la vida de los demás, la anomalía cósmica que perturba el sacro reposo de la nada. Pero ahí no acaba la historia, pues si se engancha, puede ir un paso más allá, y descubrir que esta irresponsabilidad se convirtió en responsabilidad, y finalmente lo libera, al mostrar su inexistencia. Un paso más adelante descubre que no es él el origen de la acción, la fuente de sus desgracias o dichas, sino que es simplemente un peón más en el inmenso tablero de las noches y los días, una ficha que cae como consecuencia del movimiento predeterminado de las otras fichas. Quizá el final de la historia se vislumbre en el entendimiento de la inexistencia de la primera persona, en la comprensión de que no somos, sino que son estas fuerzas las que juegan y se manifiestan generando la ilusión de lo que somos, la ilusión de nuestra existencia.
Sucede entonces la disolución del yo, de ese yo imaginario e hipostasiado, y el paciente entiende que no existe, que no es quien escribe. Así sucede ese momento que J. Gaarder menciona en El mundo de Sofía cuando Sofía advierte y entiende, y por ello asimila, que no es ella la que decide, la que existe, sino que es simplemente un personaje de esta fuerza que tiene el escritor para narrar su vida.[11]
Somos lo que somos, esa es nuestra realidad tautológica, verdad de Perogrullo que no extiende el significado y que sin embargo se niega a ser palabra efímera. Así, poco a poco cada personaje va descubriendo que no es él quien teje la trama, y que todo análisis es reescribir su novela, ya que el eje del análisis es la construcción de la subjetividad. Construcción narrativa de lo que somos, eso que Foucault llamaba la invención del Sí, rebautizada como hermenéutica de Ipse por Ricoeur, o la hermenéutica de la subjetividad, y no es otra cosa que el intento por tomar sobre nuestras manos la responsabilidad de la dirección de nuestra vida, la invención de nosotros mismos a través de la escritura o de la palabra –según el propio Ricoeur.[12]
Algunos otros han considerado al padre del psicoanálisis como el gran mitómano del siglo, o el gran narrador, o hacedor de novelas, y me gustaría llamar la atención sobre este punto, pues no es negarle la objetividad que tanto peleaba para que su trabajo fuera reconocido como científico, sino otorgarle las cualidades estilísticas, que le son propias. Sabemos que Joyce había leído a Freud con atento interés, pues lo consideraba como un gran novelista. Así trató no sólo de incorporar algunas de sus ideas, sino de imitar su estilo, y no es el único que considera la obra de Freud como una gran narrativa. Varios de sus pacientes han levantado la voz, por la forma novelada en que Freud narra lo que ellos consideran que nunca fue de ese modo. Dejando en claro en varios de sus escritos, que es una cuestión de estilo la que en mascara la realidad y la convierte en ese evento literario que genera una atracción irresistible.
Sabemos también que el psicoanálisis tiene su base en grandes pensadores obsesionados por el estilo. Por un lado, Nietzsche, de quien Freud decía que no le gustaba leerlo, porque después lo andaba repitiendo, y Dostoievski quien fue clara influencia y lectura recurrente. Además de Schopenhauer, a quien en un inicio Freud citaba y reconocía, pero con el tiempo se fue haciendo una referencia tan molesta, debido a que era a Schopenhauer a quien concedían ser el verdadero creador del psicoanálisis, hasta que ya harto de eso, Freud termina por negar su influencia. Sin embargo, en todo esto hay una correlación, debido a que la literatura, el mito y el psicoanálisis avanzan sobre esta zona oscura que es la fuente de inspiración de los artistas. Avanza sobre la escucha paciente del artista, sobre ese dejarse decir del poeta.
Aunque, la literatura Beat, en vez de la escucha paciente prefería hostigar a las musas, a través de los estupefacientes. En ella, la tradicional espera y preparación para dejarse escribir, es suplantada por el vértigo profano y los estupefacientes de recreo. Así es como los Beatniks permiten salir esa vos primitiva acelerada por el uso de ciertas sustancias, que los llena del vitalismo con el que están impregnadas sus obras.
Pero regresemos al supuesto origen de esto, Las tragedias griegas, que fueron la base y el sustrato del psicoanálisis, le confirieron un carácter eminentemente literario, al grado de que nos surge la pregunta ¿Por qué Freud no tomó su inspiración de las comedias?, porque narrar la vida como un constante sufrimiento, como algo determinado que simplemente corre violentamente hacia su desenlace. Por qué en vez de seguir a pie juntillas la ruta de Schopenhauer. Por qué no cambió como lo hizo Nietzsche y optó por la trasmutación de los valores fundamentales de la existencia. Así el sufriente tendría posibilidades de ir más allá de las determinaciones socioculturales, si acaso eso es posible, y hacerse cargo de sí mismo como narración. La única respuesta es que la cuestión es anterior, anterior incluso al sujeto y es la base de la tragedia e incluso de la religión misma. Pues no somos consecuencia de una religión del sufrimiento, que nos dice que estamos aquí para pagar una culpa, y que esto es un valle de lágrimas. Sino que incluso estas religiones se han construido como formas interpretativas de una realidad más primordial. Que nos condena a no poder imaginar una existencia diferente, menos sufriente. El sujeto narrativo es consecuencia de este dolor inherente a la vida, que parte del deseo como detonante de su existencia. El sujeto es un sujeto sufriente, pues es un sujeto deseante. Veámoslo en el seno de la literatura, la religión o los mitos, la trama se desencadena por un deseo y los protagonistas están condenados a peregrinar en pos del cumplimiento de ese deseo. Desde la Epopeya de Gilgamesh, que es quizá el texto más antiguo que conocemos, donde podemos ver que Gilgamesh, está obsesionado con la vida eterna, y este deseo es el detonante de su dolor, y móvil de sus tragedias, hasta la actual literatura, donde el deseo y la falta, siguen siendo el eje alrededor del cual orbita la vida misma.
Conclusiones
Por eso podemos establecer que tanto la religión, el psicoanálisis, el mito y la literatura, tienen un parentesco muy similar, la raíz profunda de lo humano, su estar afincado en el tiempo y en consecuencia en la finitud. El estar construidos como formas explicativas de la existencia, de la condición humana como consecuencia de sus limitantes interpretativas. El sujeto es el resultado de estas formas explicativas, y en esa medida, si es consciente de esto, tiene el poder de autogenerarse. La frase que dice que; da más miedo el que la existencia tenga un sentido, a que no lo tenga, se refiere a que en esa medida se quita la posibilidad auto poética de los humanos, y si la vida tiene un sentido como lo es el sufrimiento, en esa medida los hombres dejarían de ser hombres pues perderían la posibilidad de auto inventarse, y de generar esos miles de sentidos que le permiten soportar la existencia. Ser es acontecer como narración y contar es devenir sujeto de sentido creador.
Bibliografía
- Platón, Diálogos, España, Gredos, 2010.
- Nietzsche, Friedrich, Ecce Homo, Madridm Alianza, 1984.
- Schopenhauer, Arthur, Sobre la voluntad en la naturaleza, Madrid, Alianza, 1970.
- Nietzsche, Friedrich, La voluntad de poderío, Madrid, EDAF, 1981.
- Hartmann, Eduard, Filosofía del inconsciente, Madrid, Alianza, 2022.
- Heidegger, Martin, Hölderlin y la esencia de la poesía, Madrid, Anthropos, 1994.
- Sloterdijk, Peter, El árbol mágico, Barcelona, Seix Barral, 1986.
- Unamuno, Miguel, Obras Completas 1966-1971, Madrid, Escelier, 1971.
- Cioran, Emil, Soledad y destino. 1931-1934, España, Hermida, 2021.
- Gaarder, Jostein, El mundo de Sofía, Madrid, Siruela, 2023.
- Ricoeur, Paul, Sí mismo como otro, México, Siglo XXI, 1996.
Notas
[1] Literatura y psicoanálisis son dos formas privilegiadas de recrear la finitud humana, Faulkner y Freud, cada uno a su manera explora una condición abisal.
[2] Platón, Diálogos, ed., cit., p. 77.
[3] Martin Heidegger, Hölderlin y la esencia de la poesía, ed., cit., p.55.
[4] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, ed., cit., p. 17.
[5] Arthur Schopenhauer, Sobre la voluntad en la naturaleza, ed., cit., p. 77.
[6] Friedrich Nietzsche, La voluntad de poderío, ed., cit., p. 110.
[7] Eduard Hartmann, Filosofía del inconsciente, ed., cit., p. 13.
[8] Peter Sloterdijk, El árbol mágico, ed., cit., p. 17.
[9] Miguel de Unamuno, Obras Completas 1966-1971, ed., cit., p. 135.
[10] Emil Cioran, Soledad y destino. 1931-1934, ed., cit., p. 25.
[11] Jostein Gaarder, El mundo de Sofía, ed., cit., p. 427.
[12] Paul Ricoeur, Sí mismo como otro, ed., cit., p. 14.