Resumen
Dentro de la filosofía, la figura del “loco” o la enfermedad mental ha sido recurrente como referente para ejemplificar como metáfora de una vida sabia, tal como ocurre con el Elogio de la Locura de Erasmo. El avance de la psicología como una disciplina que aspira a ser una ciencia plenamente reconocida lleva más adelante esta función de la locura la filosofía. Presentamos dos visiones que toman las figuras del Narciso y el esquizofrénico como puntales de un diagnóstico e interpretación de la cultura, se trata de Christopher Lasch, y por otra Gilles Deleuze y Félix Guattari. Estas dos perspectivas, concluimos establecen una nueva relación entre la psicología y la filosofía al tomar la locura o las conductas patológicas como ejes de una reflexión sobre quienes somos y como respondemos a nuestras creaciones culturales en el mundo contemporáneo. Sin romantizarla, se busca repensar la locura como potencia de desajuste. El presente ensayo introduce planteamientos seminales sobre una cuestión de larga data y cuya problematización queda sugerida.
Palabras clave
Filosofía, psicología, enfermedad, mente, cultura, capitalismo.
Abstract
Within philosophy, the figure of the “madman” or mental illness has been recurrent as a reference to exemplify as a metaphor for a wise life, as occurs with Erasmus’ Praise of Folly. The advancement of psychology as a discipline that aspires to be a fully recognized science takes this function of philosophy further forward. We present two visions that take the figures of Narcissus and the schizophrenic as pillars of a diagnosis and interpretation of culture, these are Christopher Lasch, and on the other Gilles Deleuze and Félix Guattari. These two perspectives, we conclude, establish a new relationship between psychology and philosophy by taking madness or pathological behaviors as axes of a reflection on who we are and how we respond to our cultural creations in the contemporary world. Without romanticizing it, we seek to rethink madness as a power of imbalance. This essay introduces seminal approaches on a long-standing issue whose problematization is suggested.
Keywords: Philosophy, psychology, illness, mind, culture, capitalism.
- Lasch, Deleuze y Guattari: los procedimientos del análisis cultural en el final del siglo XX
Dentro de las críticas al capitalismo y sus secuelas de desigualdad, opresión y destrucción del cuerpo social que el siglo XX ha desplegado como un virus, se encuentra la obra de Christopher Lasch (1932-1994) historiador, sociólogo y filósofo estadounidense, misma que desarrolla en un ámbito de una profunda transformación de la cultura en su país, así como en el occidente triunfador de la posguerra de 1945. Una figura intelectual que tuvo un peso enorme en el ámbito universitario norteamericano, particularmente en sus ácidas críticas al sistema “americano” de vida, incluidos sus valores puritanos y bélicos, así como a la revolución del amor en los sesenta como a sus consecuencias egocéntricas en la década siguiente, y los ochenta. Se trata de un intelectual forjado en la academia norteamericana que proporciona una clave para comprender lo que sucedería en el siglo XXI, siendo con ello un profeta su futuro inmediato al igual que Gilles Deleuze y también de Félix Guattari; se trata de tres pensadores claves para comprender la modernidad capitalista y sus derivas. La comprensión del presente echa raíces en un pasado complejo polivalente y la reinvención de futuros posibles.[1]
El proyecto de Lasch, al igual que el de los citados autores franceses, será efectuar una deconstrucción de un proyecto de dominación cultural, cuyo trasfondo es sin duda el capitalismo. Esto suena demasiado para un norteamericano que proviene del “establishment” universitario de la potencia mundial. Sin duda son muchos los que han elegido volverse contra los Estados Unidos y su sistema de dominación desde sus entrañas, sea el caso de Thoreau, Ezra Pound o Hemingway, en todo caso la actividad creativa en todos ellos es producto de la aparición de una conciencia que utiliza tanto el análisis lógico como la imaginación artística para apuntar a la denuncia de la injusticia y la explotación de humanos y la naturaleza. Algunos como Pound, son efectivamente fascistas en sus convicciones pero, igualmente ácidos y certeros en sus diagnósticos sobre una civilización basada en la opresión, estos últimos sin duda quedan fuera de la familia a la cual pertenece Lasch, aquella de los intelectuales norteamericanos conscientes de una necesaria intervención de las energías reflexivas en favor de la creación de una democracia justa. La obra de Lasch se inscribe en la deriva del pensamiento de la izquierda americana.
Una obra como la de Lasch no necesita justificación, aunque si una explicación, puesto que es ciudadano de un país que ha declarado su modo de vida como sagrado y superior al de otras culturas. El nacionalismo de los estadounidenses en el siglo XX es acompañado de una industria de difusión y propaganda sin igual en el mundo, la cual es conocida como Hollywood. Tal vez a su nivel se encuentre la maquinaria publicitaria de Goebbels en la Segunda Guerra Mundial, que tan eficazmente trabajo para el régimen nazi. La cultura estadounidense, con su sistema político democrático desarrolla en su seno una insatisfacción que ataca principalmente este Ethos con una virulencia inusitada, incluso para los mismos norteamericanos debió parecer alarmante que sus jóvenes denunciarán y protestarán contra un modo de vida que fabricaba insatisfacción como resentimiento, sin hablar por supuesto de la reproducción de actitudes racistas y autoritarias. Está demás mencionar la abundante literatura, tanto de ficción como de análisis, que se produjo en Estados Unidos en la posguerra, y durante las décadas posteriores a la misma. Lasch participa de la crítica radical contra el individualismo moderno y posmoderno que se ha entronizado como pauta cultural hegemónica en el mundo entero.
Tenemos en Lasch un procedimiento para abordar este problema que se basa en la psicología de masas, una descripción del mundo de vida desde la mirada de la gran sociedad estadounidense y el mundo vital que se desarrolla en sus urbes tanto como en los hogares. Al igual que Deleuze y Guattari en el Anti Edipo[2], es un desmontaje que toma como ariete de batalla una figura tomada del psicoanálisis, al menos en su formulación freudiana clásica: el narciso. El narciso y el esquizofrénico, el primero en Lasch y el segundo en Deleuze y Guattari, son procedimientos para un diagnóstico de la cultura. La filosofía en su pasado pre moderno y moderno había acudido a la metáfora literaria y mitológica, como Platón con su República, o bien Giordano Bruno con las constelaciones estelares, o bien acudido a la figura divina como referente para establecer una crítica del mundo secular, como buena parte de la filosofía medieval, o incluso un moderno como Descartes. El procedimiento utilizado se compone principalmente de un análisis de las consecuencias del accionar de las figuras en cuestión: Narciso o esquizofrénico, las cuales habría que problematizar a partir de las características emergentes y su relación con el capitalismo contemporáneo. Sin duda la escritura más fluida y densa de Deleuze y Guattari es más frontal además de contar con la precisión rigurosa en su presentación de la teoría psicoanalítica de la experiencia de Guattari, no por ello se disminuye la precisión y profundidad de Lasch en cuanto al análisis que efectúa sobre el Narciso y el narcisismo como una conducta social. De esta manera, encontramos gracias a la psicología de masas una aproximación crítica al problema plateando por la cultura contemporánea donde la dominación económica ha brincado por así decirlo hacia un ámbito filogenético así como también a la disolución de las formas de convivencia humana conocidas.
Para tener más claridad sobre los procedimientos enunciados me centraré de una manera más extensa en los argumentos y crítica de Lash, quien en su obra La cultural del narcisismo, expone con un estilo ensayístico, el origen y empoderamiento de eso que podríamos llamar un zeigeist de la década de los setenta en Estados Unidos, desnudando las operaciones que se efectúan para trasladar el espíritu corrosivo, sarcástico y potencialmente peligroso de la contra cultura, y por supuesto de la expansión de los ideales comunistas, a una ideología de relajación y nihilismo consumista que habrá sublimar todas esas fuerzas subversivas. El individualismo egocéntrico dejó de ser una patología personal para convertirse en una forma de socialización y construcción identitaria en el seno de una economía capitalista altamente competitiva, apolítica y fragmentada en sus vínculos sociales.
- El narciso como referente y origen de un ethos cultural
Para Lasch es claro que la figura del Narciso acuñada a la luz del psicoanálisis freudiano es incapaz de dar cuenta de la importancia que esta figura tiene para el análisis social. La figura del Narciso tal como se nos presenta a través de autores como Erich Fromm, o bien Shirley Sugerman, olvidan que no solo se trata de egoísmo o vanidad, sino que ser Narciso tal como el mismo Sigmund Freud (1856-1939) descubrió, se trata de una agresividad que toma la forma de una dependencia de otros, o bien una insatisfacción infinita, o también de impulsos agresivos que se reprimen[3] La distancia que Lasch toma respecto a los psicoanalistas se encuentra justificada en su punto de vista por la necesidad de recuperar el análisis social en la cuestión psicológica del individuo, ya que la condición narcisista no se encuentra solamente recluida en el ello[4] según Freud, sino también presente en el super yo y el yo, es decir, es transversal de alguna manera y es por ello concluye Lasch que se encuentra ligada a lo social de una manera evidente. Para Lasch es necesario voltear la vista hacia lo social debido a que existe un patrón cultural nuevo que favorece la aparición de la personalidad del Narciso, la impulsa y le da forma, lo cual se aviene con una serie de conductas que apuntan hacia ciertos rasgos que favorecen el temor y la distorsión de las relaciones humanas.
Lasch afirma, refiriéndose a los psicoanalistas: “No consiguen penetrar en ninguno de los rasgos de carácter asociados con el narcisismo patológico, los cuales, en modalidades, aparecen con profusión en el diario vivir de nuestra época: esa dependencia de calidez vicaria que otros nos brindan, mezclada con el temor a la dependencia, esa sensación de vacío interior, esa ira sin límites y reprimida y esos antojos orales insatisfechos,”[5] dado que el narcisismo no es una cuestión subjetiva ni mucho menos personal sino es una producción institucional sociopolítica. Estos, además de lo ya señalado, de la aparición de conductas, que hoy día, entrado ya del siglo XXI, vemos normalizadas en los medios de comunicación y redes digitales: “Se privan así (los psicoanalistas) de cualquier base sobre la cual establecer una conexión entre el tipo de personalidad narcisista y cientos patrones característicos de la cultura contemporánea, como el miedo intenso a la vejez y la muerte, una percepción alterada del tiempo, la fascinación por los famosos, el temor a la competencia, la mengua del espíritu lúdico, las relaciones deterioradas entre hombres y mujeres.”[6] Sin una lectura del ámbito social quedamos desprotegidos para pensar la producción de subjetividades que también son resultado del quehacer sociopolítico e histórico.
Amén de otras características que la aparición de las redes sociales han de traer, Lasch no se equívoca en su caracterización de las conductas narcisistas de nuestro tiempo, aún y con cuarenta años de distancia, avanzamos sin duda a este modelo de cultura extendido por el Occidente y que demuestra la arrolladora influencia de los Estados Unidos en la conformación de una cultura planetaria sostenida sin duda por el capitalismo aún vigente como sistema económico predominante en la humanidad. El juicio de Lasch sobre la escuela psicoanalítica es duro, puesto que califica a esta centralidad del egoísmo en la definición del Narciso como incapaz, puesto que como se ha señalado no es el egoísmo el problema, sino que apunta hacia la agresividad o violencia que algunos individuos manejan de una manera particular. Por ende, si el diagnóstico clínico resulta limitado, así también su pronóstico y cura, en este sentido la perspectiva der Lasch, guardadas las múltiples diferencias, tiene un parangón importante con Deleuze y Guattari en su crítica al psicoanálisis hegemónico como dispositivo de alienación, domesticación e integración al orden imperante.
Si bien Lasch describe dos tipos de narcisismo, uno primario y otro secundario, donde la nota principal es la renuencia del individuo a la aceptación de la perdida del objeto gratificante que es su madre, con el consecuente manejo de la frustración a través del manejo de imágenes omnipotentes que lo defienden de esa perdida, tenemos finalmente una personalidad que se ha erigido como defensa ante una perdida. Es finalmente la creación del narcisismo. Aquí Lasch se revela como un crítico y a la vez un continuador del freudismo, punto donde también podemos establecer una diferencia de procedimiento con Deleuze y Guattari, o bien una diferencia en el “tono” con el se manejan hacia el psicoanálisis, pues por su parte, los autores franceses son ácidamente críticos hacia las teorías de Freud así como las consecuencias que tiene su difusión y práctica en la cultura. Para Lasch no se trata tanto de propugnar un anti-psicoanálisis si ello es viable, sino antes bien, corregir o desviar la potencia del psicoanálisis hacia lo que él piensa es un mal papel que el terapeuta ha jugado en la sociedad norteamericana de su tiempo, puesto que como señala, el movimiento del “Self” devino como una práctica de los adinerados, como un refugio para su malestar psicológico, donde el diván vino a ser un lujo. Sin embargo, y acudiendo a las críticas hacia este movimiento que convirtió el psicoanálisis en un producto muy caro, entre ellas menciona a Edwin Schur, Jim Hougan, Tom Wolfe, entre otros, que señalan precisamente que mientras los ricos se encuentran centrados en su Yo, de una manera narcisista, el mundo continua en sus luchas de clases y la lucha por la supervivencia. Ello es así –reconoce Lasch– pero sin duda es una crítica que debe tomar en cuenta que los ricos no escapan a los conflictos que emanan de su entorno social, y si bien la terapia psicológica puede ser un opiacio, no podrán escapar a la revuelta social, la violencia y la desesperación que existe en las calles. Porque si bien esta lucha por la autorrealización personal o del Self, dice Lasch es verdadera, no es menos real que lo social se refleja en la mente de las personas: “El mundo real se refracta en las experiencias familiares y personales, que tiñen la forma en que las percibimos. Las experiencias de vacío interior, soledad e inautenticidad no son de ningún modo irreales ni, para el caso, carecen de contenido social; tampoco surgen exclusivamente de “las condiciones de vida de las clases media y alta”. Surgen de las condiciones beligerantes que permean el conjunto de la sociedad, de los peligros que nos circundan y de una perdida de confianza en el futuro”[7].
De esta manera el psicoanálisis, por ende, la terapia psicológica, se han dejado seducir por un individualismo, además de perder relación con la sociedad. En este engaño han caído incluso los críticos de la terapia centrada en el Self y similares, que creen que es solo un asunto de señalar que el tratamiento psicológico es privilegio de los ricos, mismo que los separa de la pobreza, sino que los ricos tienen su propio “infierno” dentro sus casas, no muy diferente al que viven sus vecinos pobres. En todo caso para los fines explicativos de Lasch, el movimiento terapéutico, hablando principalmente de los países desarrollados a finales del siglo XX, se convierte en un escape ficticio que redunda en la generación de un tipo de sensibilidad que tiene como característica principal el desarrollo del yo y su ampliación a otros ámbitos, tales como la esfera pública o bien las relaciones interpersonales. La terapia se ha convertido en una burbuja protectora de nuestro estamento social intocable, por ende, está muy lejos de propiciar cambios subjetivos y objetivos en las personas y en la sociedad.
Una de las características relevantes en la radiografía del narcisismo que nos presenta Lash, aparte de su expresión en la sensibilidad terapéutica, es aquella que habla de una perdida de la vinculación social. Punto este último que nos parece esencial para encontrar una vinculación entre los procedimientos entre el historiador Lasch y sus contemporáneos franceses, Deleuze y Guattari, vinculo que por otra parte, conviene desarrollar en vista de que son proyectos paralelos aunque si bien la motivación de los autores galos se aviene con la revolución de llamado “mayo francés” de 1968 y Lasch esta ubicado algo más tarde, dentro de la evolución del movimiento contra cultural de ese mismo año en Estados Unidos y sus consecuencias sociales. Además, conviene también mencionar que existe un interés muy evidente en autor norteamericano por ubicar su obra como ligada a un interés histórico, aún y cuando navega en las aguas profundas de la psicología y la teoría de la cultura, su perspectiva ahonda en aspectos del narcisismo que incluyen el lado social y cultural del mismo sin demeritar la dimensión histórica. Por lo demás, volviendo al tema de la vinculación social, nos es preciso saltar algunas de las características del Narciso y el narcisismo que atañen directamente a una cuestión de especialización médica o bien patológica como puede ser por ejemplo la dificultad de los psicólogos y psiquiatras para detectar sus síntomas o bien su presencia en un individuo determinado.[8] Donde la observación sobre este cambio en la exterioridad de la patología del Narciso es principalmente el traslado de la sintomática neurótica a trastornos del carácter, cambio que Lasch atribuye claramente a la influencia social. Narcisismo e individualismo hedonista posesivo son dos caras de una misma moneda social de despolitización, fragmentación social y pérdida de sentido comunitario y de justicia social.
El problema de la vinculación social aparece en la forma de algunas conductas que el historiador estadounidense señala enfáticamente: la primera de ellas es el carácter abiertamente competitivo o bien orientado hacia el ensalzamiento del ego antes que favorecer a sus vecinos, comunidad o nación, esto se traduce en una conducta que busca no producir en términos sociales o políticos, sino antes bien se trata ante todo dice Lasch, de un tipo de personalidad que no tiene lealtades de tipo que podríamos señalar como “virtudes sociales” o bien un tipo de conducta que en otras palabras llamaríamos sacrificio. Para muchos historiadores, este valor, el sacrificio o bien la lealtad, son motores de los nacionalismos y del desarrollo de las identidades nacionales en el siglo XIX y buena parte del siglo XX, lo cual no conviene y no es nuestra intención revisar en este momento, pero si señalamos su importancia como un elemento de contraste con lo que Lasch presenta como una conducta dominada por un carácter que precisamente evita el sacrificio y la lealtad para favorecer el provecho personal. Por su parte Charles Taylor, establece que existe dentro del proceso de secularización contemporáneo, una conducta que se decanta por el abandono de los lazos con la sociedad y la construcción de un futuro ideal, puesto que son valores que corresponden a una promesa que pierde su reputación como fundamento o referente total para las acciones de los individuos. Así entonces Taylor va a tomar como ejemplo de lo anterior el proceso cultural que se sigue en E.U. y el norte de Europa que al devenir sociedades donde el elemento religioso declina hasta casi desaparecer, tiene como contra parte la aparición de un individualismo y la busca de una autenticidad expresada en formas artísticas o bien modas que buscan colmar este deseo de autenticidad, proceso que Taylor describe como “antiguo” y que viene por lo menos en la década de los cincuenta en Estados Unidos.[9] Desde la contemporaneidad, muchas de las críticas al individualismo se decantan en una adscripción a la derecha y un supuesto “retorno” a valores tradicionales; siendo caldo de cultivo para movimientos reaccionarios en todo el mundo.
Para el pensador canadiense se trata de repensar la libertad y creatividad humana desde la diversidad y pluralidad de ideas, permeado por la crítica contracultural de la década los sesenta y movimiento de mayo del 68 francés. Sin embargo, esta revolución lleva a lugares muy diferentes a los que se planteaba en sus planes iniciales, o bien alejados de la utopía que se planteaba en un primer término, dice al respecto Taylor: “Tal vez todo el mundo reconozca ahora el carácter utópico de los ideales de mayo de 1968. En cierto sentido, sucedió así en ese momento; los “sesentayochistas” carecían por completo de la férrea determinación política de Lenin y los bolcheviques. De hecho, el movimiento nació en parte como una crítica al partido comunista francés. En ese sentido, tenía las manos limpias. Pero el utopismo tiene sus costes. En la medida en que los objetivos de la expresión integral del yo, la liberación sensual, las relaciones de igualdad y los vínculos sociales no se pueden hacer realidad conjuntamente de manera fácil -y parece que, en el mejor de los casos solo puedan darse juntas con dificultad y temporalmente en comunidades pequeñas -la tentativa de alumbrarlas comportará sacrificar algunos elementos del conjunto en beneficio de otros.”[10] En estas palabras se contiene la grandeza y la tragedia de una revolución que sabemos, concordamos con Taylor, se dirigió hacia un callejón sin salida, donde al final se topó con la dura realidad del individualismo, la falta de convicciones, el egoísmo en último término, que agota a la contracultura estadounidense y europea. Lo que tendremos al final, sabemos es el nacimiento de múltiples subculturas, que son precisamente donde podemos enganchar los planteamientos de Taylor con los de Lasch, todo ello en el marco de una gran transformación cultural de Occidente. Dichas subculturas, dicho sea de paso, siguen presentes en el siglo XXI potenciadas en sus alcances y manifestaciones artísticas, tanto como en sus manifestaciones de individualismo por las redes sociales. No hace falta nombrar todo el espectro de conductas con sus respectivos desarrollos e impacto social, todo lo cual está ampliamente estudiado por autores como Gilles Lipovestky quien señala como una característica principal de dichas subculturas o bien conductas sociales su carácter de efímeras, emanadas de la crisis de la modernidad.[11] Sin embargo, las intenciones de Lasch, tanto como de Taylor, son otras respecto a la naturaleza de una revolución que perdió el rumbo y se convirtió en una lucha por el empoderamiento del yo. El primero desde el punto de vista de la historia y la psicología de masas y en cuanto al segundo a la perdida del piso de la religión.
Volviendo de nuevo a la visión del Narciso, es preciso también señalar otra característica que Lasch presenta como influencias sociales que construyen el tipo de personalidad en cuestión. La primera de ellas es la organización burocrática, que promueve no una lealtad a la empresa o bien a la sociedad, sino antes bien fomenta la competitividad y la carencia de vínculos afectivos en la organización, impulsando, por lo contrario, una exaltación del líder como centro de atención y el logro de sus metas personales como una prioridad.[12] La segunda, se refiere a lo que Lasch llama “la reproducción mecánica de la cultura” se trata de la producción industrial de imágenes que rodean al individuo de las poblaciones urbanas, principalmente, aunque si bien, la capacidad de la tecnología para llegar a los ámbitos más recónditos de nuestro planeta es más que clara; ambas influencias se tornan omnipresentes en la cultura contemporánea, y baste decir que de los finales del siglo XX a nuestros días, la segunda década del siglo XXI, ambos factores se han reforzado con la llegada de las redes sociales y los medios digitales. Para Lasch es claro que la cultura del narcisismo responde un modelo de vida que se fundamenta en una economía que exige competitividad en un grado cada vez mayor así como las exigencias de innovación que reclaman una figura como el Narciso para llevar adelante las metas, obviamente de producción y generación de riqueza, que el capitalismo requiere. Bajo la jungla de competencia desmedida, la lucha agónica por la supremacía conlleva la adquisición y afirmación de valores contradictorios entre sí que ponen al sujeto al borde del colapso mental.
El factor de la producción de imágenes requiere sin duda un análisis profundo dada sus características como producción. Así, el elemento maquinal de las imágenes es vertiginoso: “La vida se presenta como una sucesión de imágenes o señales electrónicas, de impresiones grabadas y reproducidas mediante fotografías, películas, televisión y sofisticados sistemas de grabación. La vida moderna está tan mediatizada por imágenes electrónicas, que no podemos evitar reaccionar ante los demás como si sus actos -y los nuestros- estuvieran siendo grabados y simultáneamente transmitidos a un auditorio invisible, o fueran almacenados para un escrutinio detallado en alguna instancia posterior.”[13] Como una escalofriante profecía del futuro, pues Lasch escribe La cultura del narcisismo, en 1979, dibuja casi con exactitud los años por venir, y con ello el control sobre individuo a través de las imágenes. Aunque si bien no se trata solo de la vigilancia, o bien sobre la invasión de nuestra intimidad, sino antes bien, de la vorágine de producción de imágenes, se trata de una naturaleza semiótica cargada de imágenes que invaden nuestras pupilas y nuestras mentes. Incluso diríamos con Maurizio Lazzarato, se trata de una atmosfera, por así decirlo compuesta de imágenes, que actúan como señales que dirigen nuestra atención hacia el consumo.[14] Sin embargo, esta atmosfera, o abundancia de imágenes guarda una trampa, ya que los mensajes, invitaciones u ofertas dirigidas a crear deseo son limitadas o tienen un destinatario.[15] La cultura massmediática guarda una extraña promesa, siempre paradójica, de comunidad y de comunicación abortadas por el encierro solipsista de un sujeto atomizado.
Podríamos señalar más efectos y condiciones de esta influencia social sobre el Narciso, pero conviene ahora ir centrando nuestra atención en los aspectos que tanto como Lasch y Deleuze y Guattari por su parte aportan para esclarecer como es la que la cultura es en nuestro tiempo dominada por la psicosis y la angustia, derivadas en gran parte por una realidad económica y geopolítica guiada por eso que llamamos capitalismo. Angustia y psicosis se revelan como patologías crecientes en una sociedad fragmentada y socialmente derrotada. Ya Guattari había advertido sobre los micro-fascismos en las sociedades capitalistas que se han ido conformando debido al impacto social e íntimo-subjetivo de una mega-maquinaria que genera subjetivaciones alienantes, falocéntricas, represivas y autoritarias. La superioridad del micro-fascismo contemporáneo, desterritorrializado, flexible y dúctil, reside en que se introduce en todos los poros sociales y en la vida humana en su conjunto de forma cuasi-orgánica y tiende a domesticar e introyectar la auto-alienación como pauta de subjetivación-socialización. Con ello:
Los dispositivos institucionales miniaturizados de los regímenes capitalistas actuales conllevan la retroalimentación de políticas micro-fascistas que se despliegan en todos los niveles de la existencia humana y configuran formas de reapropación muy sutil capaz de sortear los antiguos sistemas de encarcelamiento represivos. Esta dimensión social y política de la neurosis ha sido, hasta ahora, completamente desconocida, o al menos sistemáticamente evitada por los psiquiatras y psicoanalistas.[16]
Según Guattari, la clínica actual tiende a reducirse y a recluirse en la reproducción de formas instituidas de subjetivación hegemónica estandarizada. Bajo una creciente despolitización, fragmentación social y pérdida de sentido, el sujeto se enfrenta a un mundo cada vez más adverso y desfavorable para cualquier proyecto de realización colectiva y comunitaria. La tendencia actual micro-fascista conlleva una fuerte patologización de los vínculos y una pérdida de un mundo objetivo compartido.
- Narcisismo y esquizofrenia, la salud mental como objeto del pensar filosófico
De alguna manera, la cuestión de la salud mental o la carencia están ya en la reflexión filosófica desde sus inicios y en historia. Baste mencionar la “idiocia” griega, que no se refiere precisamente a enfermedad mental, sino a un tipo de carácter y conducta apáticos o desinteresados en la vida pública. Sin embargo, el idiota diríamos nosotros, es visto negativamente por Sócrates y Platón, pues condenan el alejamiento de la Polis, así también por la locura dice el segundo nos dada la purificación y la comprensión de las ideas. Por su parte, Erasmo de Rotterdam, en su Elogio de la locura, establece que la locura es sabiduría de la vida frente a la artificialidad erudita. Igualmente Kant, quien utiliza el saber psicológico de su tiempo para analizar caracteres, temperamentos, anomalías o lo que podría llamarse patologías para darles un sentido filosófico.
Por otra parte, tanto en la aproximación narcisista como de la esquizofrenia, lo que tenemos es la llegada de la psicología de las masas como perspectiva que nos permite una entrada a la relación entre cultura e individuo, o bien entre la sociedad y el alma, si queremos utilizar otros términos. Si bien la psicología establece sus métodos y conceptos de una manera totalmente independiente, especialmente después de Freud con el psicoanálisis, nos encontramos frente a interrogantes que requieren la convergencia de la ciencia psicológica, así como de la reflexión filosófica. Sin duda la psicología, o antes que nada la psiquiatría, ha reclamado una clara delimitación entre ambos campos. Siendo esta última la postura de autores como Thomas Szasz, crítico en su tiempo, términos como “alteración mental” utilizada por psiquiatras y psicoanalistas, y con el cual se quería señalar una condición que era necesario atender de forma clínica u hospitalaria. Para Szasz es un equívoco que deriva en la creación de los “locos” de una manera un tanto artificiosa, puesto que no se tienen evidencias físicas que hablen de una enfermedad en el sentido médico, así entonces señala el autor mencionado:
Pero alteración de la mente no tiene relevancia desde el estricto punto de vista médico o psiquicoquimico. El hecho de que la paresia sea una enfermedad del cerebro no podría haberse establecido nunca estudiando el pensamiento de un paralítico. ¿Por qué entonces estudiar el de un esquizofrénico? No creo que sea para probar que este enfermo eso ya había sido establecido por la autoridad psiquiátrica cuyo poder, que ni el paciente ni el ego pueden igualar, ningún colega se atrevería a poner en duda. El pensamiento del esquizofrénico es por lo tanto, anatomizado y patologizado para crear una ciencia de la psicopatología, y luego del psicoanálisis y de la psicodinámica, todas ellas, a su vez, sirven para legitimar al loco como paciente médico (psiquiátrico), y al doctor de locos como el curador médico (psiquiátrico).[17]
A fin de cuentas, la postura de Szasz es una que plantea que la designación de loco y médico psiquiátrico responde más bien a una intención política, o hasta ideológica, antes que a una realidad de salud real. Thomas Szasz, quien nació en Hungría, pero que desarrollo buena parte de su trabajo en E.U. saluda el movimiento anti-psiquiátrico que eclosionará antes de Lasch, Deleuze y Guattari. En tal contexto, habría que ubicar el movimiento global de la antipsiquiatría como una contra-ofensiva al sistema mundo capitalista y las formas medicalizadas y estandarizadas de producción de subjetividad y de vida saludable. Habría que profundizar en la crítica de la razón psiquiátrica, pero también en la analítica terapéutica normativa, que incluso alcanza a cierto psicoanálisis en sus efectos psicosociales. En general, las instituciones médicas se presentan como formas de producción de subjetividad acordes con el sistema mundo capitalista.
Los puntos de vista de Szasz, así como de otros autores relacionados con el campo de la medicina y la psiquiatría apuntan a la necesidad de plantear la relación con el ser humano y sus creaciones, en este caso un sistema económico llamado necro-capitalismo, capitalismo de muerte, y su nueva creación: el mundo digital y de las redes sociales, desde una perspectiva no medicalizada o signada por la intervención violenta, o peor aún la (auto)reclusión. El mundo contemporáneo ha devenido un campo de concentración y un panóptico naturalizado por el propio sujeto. Asistimos a una creciente patologización y medicalización de las subjetividades, todo esto acorde con el sistema de producción capitalista actual.
Al respecto, las dos figuras apuntadas aquí, el Narciso y el esquizofrénico revelan aspectos diferentes, pero complementarios de una realidad que nos afecta y nos invita a una reflexión que esté guiada por la crítica a un sistema económico que tanto favorece un individualismo maniático diríamos aquí, perdido en una autocomplacencia, marcado por el consumo y un hedonismo excesivo, a este individualismo correspondería el narciso sin duda. Por otra parte, el esquizofrénico, que es la respuesta a una cultura dominada por el Edipo, según Deleuze y Guattari[18] donde naturaleza y hombre se fusionan, convirtiéndose en una sola realidad que sale de los dictados de la edipización. ¿Son el esquizofrénico y el Narciso enfermedades mentales o son la respuesta a un mundo que hemos creado y ya no nos responde, además de amenazar nuestras existencias? Nos parece que estamos ante dos tipos de análisis (el de C. Lasch como el de Deleuze-Guattari) que es preciso continuar, y donde la colaboración entre la psicología y la filosofía es fundamental para aclarar que al igual que señala Szasz, no estamos ante enfermos, sino antes otras maneras de pensar que requieren, en el caso del Narciso, despejar de temores y ánimos de autodestrucción, así como de ánimos de destrucción del otro; en el caso del esquizofrénico, de resaltar como una forma productora deseante que debe evitar los productos cancerosos o fascistas. Ante la crisis del psicoanálisis y otras formas de intervención clínica, Félix Guattari había abogado por reinventar la clínica desde la autocreación social como esquizoanálisis:
El esquizoanálisis, antes que seguir el sentido de las modelizaciones reduccionistas, que simplifican el complejo, trabajará para su complejización, para su enriquecimiento procesual, para la toma de consistencia de sus líneas virtuales de bifurcación y diferenciación; en síntesis, para su heterogeneidad ontológica… El esquizoanálisis no consistirá, evidentemente, en remedar al esquizofrénico, sino en franquear como él las barreras del sinsentido que vedan el acceso a los focos de subjetivación asignificantes, única manera de poner en movimiento los sistemas de modelización petrificados. Semejante proceder terapéutico tendrá el objetivo de ampliar todo lo posible la gama de los medios ofrecidos a la recomposición de los Territorios corporales, biológicos, psíquicos y sociales del paciente.[19]
Se trataría de repensar y efectuar otro inconsciente, un inconsciente creador, productor, plástico, cósmico, germinativo que pueda abrir líneas de fuga y devenires con las fuerzas y poderes de la inmanencia. Asimismo, en las antípodas de la subjetividad narcisista egoísta, habría que promover otras formas de subjetivación descentradas, solidarias, marginales, insurgentes, anticapitalistas.
Conclusiones
En la sociedad actual, las perspectivas de diagnóstico y análisis de la cultura y las diversas formas de producción de subjetividades se confronta con la crisis del sistema mundo capitalista en estado terminal. Las diversas estrategias de salud y de patologización emergen como poderosas tenazas de dominación/subjetivación/estandarización. El orden social se va conformando como una configuración semiocapitalista que tiende a la neutralización y exclusión de todo desorden y anomalía, al tiempo, en que la propia lógica del capital trasnacional colapsa y produce millones de desplazados, alienados, precarizados. Por desgracia, los saberes hegemónicos, lejos de aportar soluciones y alternativas, no hacen sino radicalizar las diversas formas de exclusión y control social. De ahí la importancia de generar alternativas reales frente a la debacle civilizatoria en ciernes, por tanto, la recuperación crítica de autores como Lasch, Deleuze, Guattari, Szasz, Lazzarato y otros nos permite atisbar otras posibilidades para concebirnos nosotros y los otros. La apertura de la alteridad en el seno de la inmanencia permite otros encuentros creadores, pero también implica cambiar por completo las nociones de salud, enfermedad, subjetividad humana y mundo.
Bibliografía
- Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, El Anti Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Paidós, Barcelona, 2004.
- Guattari, Félix, Caomosis, Manantial, Buenos Aires, 1996.
- Guattari, Félix, Lignes de fuite, Pour un autre monde de possibles, Èditions de l’Aube, Paris, 2011.
- Ibarra, Jorge Ignacio, Semiótica del No, Capítulo 1, Comunicación Científica, México, 2022.
- Lasch, Christopher, La cultura del narcisismo, Andrés Bello, 1999.
- Lazzarato, Maurizio, Biopolítica, estrategias de gestión y agenciamientos de creación, Fundación Universidad Central IESCO. Edición electrónica. Colombia, 2007.
- Lipovestky, Gilles, La moda y lo efímero, Anagrama, Barcelona, 2006.
- Szasz, Thomas. Esquizofrenia, el símbolo sagrado de la psiquiatría, Coyoacán, México.
- Taylor, Charles, La era secular tomo II, Gedisa, Barcelona.
Notas
[1] Aquí más que seguir sus ideas y teorías buscamos proseguir su espíritu creador, crítico e inquisitivo.
[2] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, ed. cit.
[3] Christopher Lasch, La cultura del narcisismo, ed. cit., p. 54-55.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Ibidem. Infra.
[7] Ibid.
[8] Ibid.
[9] Charles Taylor, La era secular tomo II, ed. cit., pp. 282-283.
[10] Ibid.
[11] Gilles Lipovestky, La moda y lo efímero, ed. cit.
[12] Lasch, op. cit., pp. 68-70.
[13] Ibid.
[14] Maurizio Lazzarato, Biopolítica, estrategias de gestión y agenciamientos de creación, ed. cit.
[15] Cfr. Jorge Ignacio Ibarra, Semiótica del No, Capítulo 1, ed. cit., p. 38.
[16] Félix Guattari, Lignes de fuite, Pour un autre monde de possibles, ed. cit., pp. 175-176.
[17] Thomas Szasz, Esquizofrenia, el símbolo sagrado de la psiquiatría, ed. cit., p. 23.
[18] Deleuze, G. y Guattari, F. ed. cit., p. 11.
[19] Félix Guattari, Caomosis, ed. cit., pp.78-87.