Una línea de un poema a veces se siente como droga. Inscritura y rescritura de Osvaldo Lamborghini de Miguel Vega Manrique

Osvaldo Lamborghini, Collages/Libros. Elaborados entre 1981 – 1985. © Elvira Lamborghini i Hanna Muck

 

Resumen

Creando una relación afectiva con el texto Osvaldo Lamborghini de Miguel Vega Manrique, me dispongo a producir en este trabajo una especie de cuaderno-diario de mi existencia donde se mezcla la experiencia propia y la teoría filosófica y literaria. Así, a través de la mezcla de géneros (la reseña, el diario, el cuaderno, la crítica y la crónica de viaje), este trabajo busca establecer la posibilidad de pensar y reflexionar de una inscritura que haga notar que hay una escritura pasional y corporal que inscribe en la palabra un sexo que habla donde por sexo entandamos pasión y deseo y no simplemente sexualidad y/o libido.

Palabras clave: Autoficción, reseña, Osvaldo Lamborghini, teoría literaria, literatura argentina, escritura contemporánea.

Abstract

Generating an affective relationship with Osvaldo Lamborghini’s text written by Miguel Vega Manrique, I would like to deliver in this work a sort of notebook-journal of my existence, where self-experience and philosophical and literary theory are merged. In this way, through the blend of genres (review, journal, notebook, critic, travel chronicle), this work seeks to establish the possibility to think and reflect on an inscripture that highlights the existence of a passional and corporeal writing that inscribes in language a sex that speaks, understanding sex as passion and desire not simply sexuality and/or libido.

Keywords: Autofiction, review, Osvaldo Lamborghini, literary theory, Argentinian literature, contemporary writing.

 

Igual te amo al calor del diálogo

Osvaldo Lamborghini

1

En el 2019 tengo un brote psicótico inducido por el consumo de alcohol, marihuana y alguna otra sustancia en un brownie que me como en medio de una marcha gay en Ciudad de México. Me piro. Y en medio de la fuga del mundo me digo: “déjate caer”. De repente, dicen los que ahí estaban, porque yo ya me había ido, que me puse lasciva y convulsa: cuerpo pasional poseído por la sensación. “¡Prohibido dejar de ser PUTA!”[1] se lee en un collage de Osvaldo Lamborghini. Ni drogada dejé de ser loca puta trola jota. Así supongo eran las fiestas de Dionysos. No obstante, ¿es el sexo que habla simplemente el negocio del deseo? ¿Solo son putas las que venden su cuerpo? Devenir-puta más allá de la economía para encender el deseo y hacer devenir “una escalada en su justa medida de violencia imprescindible para el descarrío”[2] donde perderse, es decir, violentar el YO, deshacerlo, hacerlo quebrarse en la carne dueña de sí. Peligroso, sí, pero necesario. Y no voy a negar que tuve miedo, en algún momento del viaje, de no volver a ser YO y simplemente ser una borradura o una carne que ya ni siquiera siente, porque sentir es siempre percibir, y pirada radicalmente, deshecha en mi propia carne, no se puede hablar ya de una experiencia de descarrío o fuga, sino simplemente de una anulación absoluta. Descarriarse, sí, pero no perderse del todo. Devenir-Y/O.

En ese entonces leía a Schopenhauer, Weil, Zambrano y Eckart. Escribía poesía. Tenía un novio que tenía dos xoloitzcuintlas. Una de ellas se llamaba Hikuri. Cuando murió la perra, murió también todas las vinculaciones con ese exnovio. Con la marchitazión de mi peyotera se acabaron las potencias y las agencias con aquel muchacho que leía a Artaud y que me enseñó que El amor es una droga dura y que la hospitalidad es una virtud que nos obliga a soportar las intensidades y ritmos de un amor que nos quiebra nuestras costumbres y nos transforma, para bien o para mal, en otras personas. Pero quizás en esa relación fue aprendiendo la necesidad de olvidarse de sí, de deshacer el yo, de dejarme tocar por el otro. Claramente, y esto es importante decirlo, yo puedo deshacerme del yo que soy porque nadie depende de él, en un sentido amplio de dependencia, como podría ser el de una enfermedad o una dependencia económica. También poder deshacerse, descarriarse, hundirse sin destruir a los otros en ese paso, sin obligarlos a perderse, es una cuestión ética, prudente.

No obstante, de lo que deseo hablar no es de ese amor, sino de un libro que leí hace poco: Osvaldo Lamborghini de Miguel Vega Manrique y, por extensión, inscribir una serie de ideas sobre la escritura, la droga y la experiencia vital de las agencias pasionales que se mezclan con mi propia historia, pero también con la autoficción como forma de travestir al propio yo. Queda decir que no busco hacer una reseña exacta, una recomendación de lectura, mucho menos una crítica del libro de Vega, así como que lo que aquí cuento no es una narración exacta a la realidad, ni busca serlo en ningún sentido. Creo contundentemente que los libros son máquinas modificables y que la lectura, como piensa Catherine Malabou, es siempre reescritura del texto en tanto que se hace una lectura plástica que saca al sentido del texto fuera de sí en su porvenir[3]; pero a su vez, que la ficción y la narrativa son formas de potencializar la teoría. De ahí que no tiene caso hacer del libro de MVM una especie de objeto para la crítica, sino, más bien, un pivote para una inscritura que inscriba en la palabra su pasión y su singularización temporalizada y afectada siempre por los territorios. Así pues, este texto es también una especie de cuaderno-diario autoficcional de mi viaje por España durante mi intercambio internacional, del mismo modo en que creo que Miguel ficcionalizó su propio viaje a Buenos Aires, en tanto que sospecho que muchos pasajes fueron escritos con la intención de constituir dobles y triples de sí mismo.

 

2

Tal vez debo empezar por lo que no está o está de manera fantasmática: ni Artaud ni Peri-Rossi están citados en el libro de Miguel. Y debido a mi desconocimiento de este autor, ni siquiera puedo tener claro si conoce a todos estos otros autores, no obstante, ¿por qué establecer un diálogo, por ejemplo, con el arte, la droga y la fuga sin hablar de Artaud? Debido a que no sé quién es Miguel, me es difícil conocer sus fuentes y, por tanto, sus canibalismos. Las lecturas profundas dejan de ser citadas en algún momento, pues se inscriben de tal manera en nuestra psique, que pasan ya como palabras propias, del mismo modo que en el caníbal habitan ya sus otros o, mejor dicho, de la misma manera que el caníbal se convierte en sus otros. Hablo de una antropofagia metafísica y no de la que el mundo penaliza. Comerse al otro es dejar que el otro nos devore internamente. Entonces, al leer el libro de MVM la pregunta es radical: ¿qué se está omitiendo en todas estas palabras? ¿Cuáles son esos seres que habitan en su sangre y que no son nombrados, pero que se asoman como fantasmas que solo algunos podrán escuchar? Los de Osvaldo Lamborghini, según el propio MVM, son Borges (el siempre citado Borges casi como un Dios que tiene sus herejes en la Argentina) Dostoievski, Kafka, Quiroga, Girondo, y… Genet.

MVM ni siquiera menciona sus fuentes, como si quisiera decir que se está dejando coger (en mexicano y no en español), por los fantasmas de OL y no los suyos propios. No obstante, si esto es así, ¿podemos hablar de un travestismo-afectivo? Potencia de contagio donde nos vestimos a través de las lecturas de aquellos a quienes leemos, reinterpretándolas y resignificándolas, hablando también un idioma que no es el nuestro o, mejor dicho, que se convierte en propio a medida en que leemos indirectamente (del mismo modo en que toda nuestra querida Facultad de Filosofía y Letras habla de Derrida sin haber leído un libro entero de él). Esta experiencia, por otro lado, me recuerda el efecto indirecto de Hegel en mi vida al leer a Malabou: nada como autodescubrirme hablando de espíritu sin nunca haber acabado esa migrañosa obra que es la obra de Hegel. Así, leer a quien de verdad se ama, es dejarse intoxicar por sus fantasmas, dejarse travestir por los otros que, muchas veces, rechazaríamos si no fuera por esa seducción que nos produce a quien amamos. Es como enamorarse, finalmente, del novio de nuestro amigo simplemente porque nuestro amigo lo presenta siempre tan bien, tan hermoso, que también comenzamos a amarlo. Dejarse enamorar, dejarse caer, dejarse deshacer. Drogarse. Hacerse adicto. Leer. Rescribir. Inscribir. Y de ese mismo modo, habiéndolo leído poco, me descubro adicto a la escritura de Osvaldo Lamborghini por el efecto del libro-cuaderno de MVM.

La droga (material o inmaterial) me hace escribir. Solo intoxicado, angustiado, poseído, escribo. Por droga también entiendo el alcohol y el tabaco, a los cuales soy bastante viciosa (lamentablemente he vuelvo al tabaco después de años sin fumar). En realidad, las otras drogas, no me interesan, a excepción de los ansiolíticos a los cuales estuve enganchado durante una larga temporada a causa del trastorno de ansiedad generalizada. Supongo que la cuestión no es el tipo de sustancia, sino su efecto para devenir-brujo en la escritura: así, cuando consumía ansiolíticos recetados por el psiquiatra, descubrí que hacía poemas más suaves y lentos, de un ritmo donde el pensamiento era de una claridad especifica; en cambio, con el alcohol escribo más frenéticamente. Enamorado, por otro lado, el ritmo cambia y también los temas. Solo a través de ciertas sustancias (entre ellas el libido), puedo inscribir mi cuerpo en la letra. Solo me deshago en la inscritura del cuerpo que se deshace en la escritura potencializada por las drogas. De resto, pánico, parálisis, identidad.

Antonin Artaud dice que los tres días que probó peyote con los Rarámuris (para él, blanco al fin y francés aparte, Tarahumaras) fue feliz y dejó de aburrirse. Yo nunca me drogué para ser feliz, mucho menos para ser poeta y dejar de aburrirme. Dejé el oficio de poesía en el 2022 cuando me rechazaron el único libro que mandé a editorial. Solo sobrio busco la felicidad; drogado todo es fecalidad. Devenir-caca. Escribir con caca, como Salvador Novo. Expulsado de la ciudad letrada, soy un lector ocasional de putos malditos, tipo Jean Genet, del cual me regalaron hace poco El funambulista. Esto me ha llevado a hacer una pequeña colección de escritores, digamos, fuera de la norma; de ahí que compré el de Miguel Vega Manrique.

No obstante, según lo que cuenta, no es puto este escritor. Pero todo el libro está escrito con la pulcritud del pasivo que se hace el enema y finge que siempre ha sido así de limpio naturalmente (dice MVM que jamás corrige lo que escribe). Una escritura que asfixia con su hedor, al mismo tiempo que purifica a su escritor, que lo deja limpio y preparado para utilizar libremente su pasión en una especie de naturaleza conseguida solo por la técnica. Probablemente habrá que pensar que el sexo de las locas es siempre un sexo doble: por un lado, el de la fecalidad, por otro, el de la negación o soslayación de la pulcritud anal. La escritura de Miguel juega en ese doble sentido: haciéndose el no-puto, enmierda a los putos, haciéndose el puto, enmierda a la escritura y la corrompe, redirigiéndose a sí mismo a un más allá de las normas de los géneros literarios y las formas de escritura comunes, inscribiendo una pasión desbordada que traviste el sentido a una fiesta donde escribir es inscribir, marcar, deshacerse, borrarse alcanzando otro cuerpo singular.

¿Podría escribir tan bien un no-puto? ¿Puede ser un adicto no-puto? ¿Qué sexualidad tiene el adicto escritor? De repente, pienso en mi padre, y me vienen esos recuerdos tétricos donde, en el fondo de mi génesis, creo que yo controlo, como lo habrá creído mi padre cuando prometía controlarse en sus borracheras en su juventud. ¿Y controla el padre, la Ley, el devenir de sus hijas locas, adictas, perdidas? ¿Hay Ley real que sea capaz de ordenar el mundo y acabar con el arte de deshacerse rehaciéndose en el travestismo? ¿No es el fondo la Ley un intento racionalista de fingir que existe una especie de naturaleza incorrupta o defendible ante el caos y la destrucción? Probablemente, y esto viene del aprendizaje artístico de personajes como Lamborghini o Perlongher, pero también de una larga tradición de una filosofía crítica contra la identidad y la regularización, hemos creído en la ley por el miedo a un deseo rey, a un deseo que nos haga reventarnos y nos recuerde que el YO no es más que una ficción mental donde muchos deseos (la sexualidad, por ejemplo), pueden deshacer tal ficción.

La ley no es más que la aceptación de la norma, no es otra cosa que replicar sin chistar revelando el terror de perderse. La ley viene siempre como una negación a la pérdida, a la derrota. El policía hace lo que hace porque tiene que hacerlo, aunque la ley esté loca y niegue a las locas; los políticos hacen lo que hacen porque de no hacerlo, se darían cuenta que la soberanía siempre ha estado del lado del no-yo, de lo profundo de la carne, del frenesí. ¿Y no seremos todos nosotros policías? Parece que esto nada tiene que ver con el libro de Miguel, pero la pregunta que el libro me hacía pensar era: ¿en realidad estamos acabando con las normas o simplemente estamos normalizando de nuevo bajo nuevas moralidades racionalistas de izquierda? ¿Cómo dejarse caer? Entonces, la política no es más que la policía regularizada contra la poesía, entendida como poiesis, creación y diferencia. La poesía está del lado del travestismo, la escritura y los marginales. No obstante, ¿no es la Ley actualmente pro-marginados? ¿No es ahora la ley solidaria? Y esto es importante porque pareciera que lentamente la normalización se disfraza o se hace pasar por la diferencia, por otredad, fingiendo estar del lado de los pirados, cuando en realidad solo es una nueva forma de controlar y constituir así una nueva norma sobre los marginales. De ahí, de nuevo, la pregunta de si MVM es en verdad puto, si por puto entendemos un modo de ser. Empero, si es un modo de hacer variado, de vivir singularidades intensivas y no normativas bajo la ley heterosexista, probablemente MVM entonces sí que lo sea. Hay en ese sentido un pasaje importante en el libro: “se tiñen el pelo, van cuidadosamente desaliñados, con pantalones anchos ondeantes y mucho colorido en tonos pastel. Se disfrazan de pobres y lo llaman compromiso. Si estuvieran del lado de la política y no del arte tampoco tendrían un pase. Aunque bien mirado lo peor es la bazofia de teoría y crítica en revoltijo e innumerables cusas justas”.[4]

Si bajo esta idea de regularización y replicación estética y moral, aparece una identidad gay bien pensante y moralista, descubrimos entonces que muchas de nosotras hace tiempo no estamos de ese lado de la historia del ser, sino en caminos del hacer y el aparecer que juegan con la transformación y las máscaras y niegan las profundidades de lógicas claras y necesarias. Pero, y aquí la paradoja del libro de Miguel y de este texto, él como yo escribimos dentro de cierto circuito cultural donde aparecen esos seres correctos y estéticos, así como una normatividad de la lengua que nos obliga a realizar un perfomance de gays cultos. ¿Cómo escapar de lo que criticamos? ¿Cómo ejercer la escritura en un mundo donde escribir ha sido captado por las instituciones políticas y pedagógicas al punto de que ahora ser marginado y crítico es bien visto, necesario, alabado y controlado? Haciendo, pues, textos que obliguen no a la erudición, sino a la confesión y el desnudo, a una pornografía del alma más allá de la pose y el disfraz, que lancen los cuerpos, de nuevo, a una caída libre por la constitución de nuevas singularidades afectivas.

La mayoría no somos más que policías que actuamos bajo el mandato de la norma, el respeto y la ley. Una ley que se disfraza de marginal para normalizar todas aquellas formas de vida que antes no podían ser controladas, que eran exceso, caída, fuga, pero sobre todo: devenir y no ser. Muchos gays y críticos, en ese sentido, han terminado atrapados por lo que decían no replicar. Ahora es popular, importante, político (policiaco), ser marginal, diferente, otredad, etc. Y, ¿son los putos, los maricas, los jotos, los inmigrantes, los marginales, los negros realmente normales? ¿Son sus vidas simplemente disfraces replicables por las buenas consciencias? ¿Podríamos escribir tan bien bajo el efecto de la ley, la identidad y la norma? ¿En verdad somos tan marginales como decimos o se ha vuelto una especie de mandato político posicionarnos como oprimidos? Y creo que es ahí donde Vega Manrique, como Genet, se inscribe en una tradición que es otra, que le devuelve al mundo una escritura subversiva, un arte que cuestiona y es capaz de arder en preguntas, antes de simplemente responder negativas o afirmaciones del yo que lo ponen en posiciones políticas problemáticas o convenientes. Pero a su vez, es una tradición corrosiva, de ácido sulfúrico, de gato arisco que aruña a los invitados del muchacho con el que vive que termina por poner siempre al yo en su propia crítica. Así, el libro de MVM, es una línea de fuga que más que posicionar a su autor como un gran escritor maldito, nos arroja la pregunta más horrenda de todas: ¿qué significa leer la inscritura de cuerpos en fuga, desnormalizados, subversivos sino es, a su vez, cuestionar nuestra identidad y posicionamientos muchas veces utilizados estratégicamente para un egoísmo neoliberal? Un libro que nos obliga a comprender que no existe la bondad absoluta y que en este mundo nadie es, sino que todo deviene, se contamina, transmuta, y que la política identitaria moralista y la buena consciencia no es más que una impostura, un disfraz que beneficia, sí, a unos pocos, pero que no podemos seguir creyendo, por lo menos en los espacios culturales, que todos somos igual de marginales y oprimidos todo el tiempo y en todos los territorios posibles.

 

3

¿Entonces por qué empezar hablando de la droga? Simple, porque el libro de Miguel tiene el efecto de la droga, pero no en el sentido de la euforia narcisista, sino de la droga para salir de sí. Consumo para caer, dejarme ir, deshacerme; leyendo el libro de Vega me descubro como una estirpe de gente que se resbala, que cae, que se deshace y no busca simplemente protegerse, cuidarse, hacerse un yo. No me arrepiento de drogarme, de confesarme un adicto, lo cual no significa que por ello le recomiende a la gente volverse drogadicta. De lo que sí me arrepiento es de no haberme pirado hace tiempo de verdad (a veces me tiento, pero me controlo, soy estoico) en medio de un mundo que se cae a pedazos y que sigue apostando por una sobriedad ficcional, de una razón enloquecida que busca un refugio en la repetición de la norma a través de nuevas justificaciones de las mismas formas de vida. Neoheteronormas, neogéneros, neofascistas: el mundo de siempre pintado con otros colores y dicho con otras palabras con el mismo sentido.

Ya no estoy en edad de suicidarme. La muerte no es una droga a pesar de que Miguel Vega Manrique diga “desvivir: aspirar” cuando se echa un cigarro en la calle. No aspiramos la muerte. La muerte no llega con la droga ni es la muerte una línea de fuga, sino simplemente una salida sin experiencia del escape. La droga nos pira en la noche de este mundo, pero en cuanto tal, no se usa para matarse, más allá de que toda sustancia química pueda matarnos. Artaud quedó loco, no muerto y aunque hay formas de morir y hay drogadictos que mueren por la droga, no creo que sea un destino: la droga puede ser también una línea de fuga en vida y no debe ser reducida a muerte en un sentido negativo. El estigma sobre los drogadictos habla bastante de la idea de que la sobriedad, el control y la razón moralmente son superiores; de ahí que muchos no se consideran adictos en tanto que “controla” o consumen “sustancias controladas. Sí, la adicción es una forma de morir, pero también puede ser una forma de vivir, de transformarse. Pizarnik, Artaud, Lamborghini, son ejemplo de ello. Y la tradición literaria debería ser pensada bajo el concepto de adicción y una nueva conceptualización de la droga (material o inmaterial).

 

4

Entonces quiero preguntar: ¿a qué vino el escritor adictivo Osvaldo Lamborghini a Barcelona? Según vino a morir en un departamento donde se enclaustró como una emparedada medieval. Santo adicto Lamborghini con apellido de automóvil carísimo. Y de las travestis también. No obstante, ¿era puto Osvaldo Lamborghini? Difícil responder.

Ahora que me paseo por las calles de Barcelona, por esos callejones oscuros e iluminados de maneras extrañas, con ese cielo azul que se expande por la costa y esa playa alargada donde los catalanes y extranjeros se pasean bajo una tarde divina y fresca, ahora que entro a sus museos, como al Museo Moco donde hay un Keith Haring que me hace sentir que yo soy el muchacho que cae y es devorado por la ley, representada por un perro. ¿Qué destino tienen los marginales, los desposeído, los abandonados por el sistema y enjuiciados por el mismo donde todos ahora son marginales y desposeídos que escriben y hacen crítica y dicen cómo vivir y ser? Camino por Barcelona, veo a su gente viviendo su día a día. Escucho este idioma desconocido que me recuerda a una mezcla entre francés y español y me pregunto: ¿a qué se viaja sino es para abandonar todo lo que nos ata, entre ello, el idioma?

¿A qué vino Osvaldo Lamborghini o Haring a Barcelona? ¿Y yo, a qué he venido? Me pillo tratando de encontrar la magia de Jean Genet en el Raval, intentado entregarme a una pasión física que nunca consigo, que me ha sido negada desde siempre. ¿Qué significa ser un escritor, un poeta, un adicto? ¿Es el poeta un adicto? ¿Y el artista? ¿Qué es el artista sino alguien que arde, que cae, que se resbala como un muchacho devorado por perros, como en la pieza de Haring? ¿Caen los poetas o simplemente huyen de sus circunstancias? ¿Quién devora a la poesía y la vuelve política barata? Y ahora, en un mundo donde todo ha resignificado hacia un yo que se cuida, un yo de autocuidado y de responsabilidad, un yo condenado a la razón y la corrección interior (todos somos policías de nosotros mismos), ¿todavía es posible un arte que nos haga caer, que cuestione la identidad, que nos haga negarnos para transformarnos en otros?

Lamborghini dejó de ser un yo cuando comenzó a drogarse para convertirse en máquina poética. Y los que se mueren con un pasón no se mueren por la droga sino porque el cuerpo no resiste tantas intensidades. Ser drogadicto es un oficio de riesgo y hay que tener talento, del mismo modo en que hay que tener talento para ser escritor, o mesero, o limpiador.

El libro de Miguel es el testimonio de un muchacho que deviniendo-Lamborghini, trató de parecérsele, imitarle, devenir en él en un viaje inútil a Buenos Aires donde aprendió a ser un mesero de su propia adicción, un limpiador de su propia mentalidad europea, un drogadicto de la palabra. Y sin embargo, dudo que Miguel haya dejado de ser europeo, no obstante, puedo intuirlo, ahora sabe lo qué eso significa malignamente, sabe el horror que es mirarse en un espejo y reconocerse como un muchacho español que por mucho que diga que lee o escribe como un marginal, no lo es nunca del todo, pero que va desencadenando devenires. Y eso es, finalmente, devenir también Lamborghini, ese escritor que sin ser marginal, aprendió a escuchar a los marginales y a contaminarse por ellos deshaciéndose, borrándose, hasta el punto de convertirse en un argentino vulgar que viaja a Barcelona a morir como una monja emparedada.

Comprendo ahora que no basta viajar al mismo territorio para devenir. Y no basta dejarse tocar por el territorio y sus subjetividades para transformarse. Podemos vivir en Paris, pero ninguno será Artaud; hay algo que falta, que se obtiene en una experiencia única, mágica, azarosa. No todas las borracheras son importantes; no todos nuestros intentos de fuga nos harán fugar. Entonces he venido a Barcelona tratando de encontrar mis fantasmas para desencadenar un devenir, una transformación en medio de muchísimas angustias propias, pero nunca seré Lamborghini ni Genet, ni un catalán. Y entonces me siento asqueado de mí mismo y me hayo atrapado en mi propio YO intoxicado.

 

5

Un guarro el Miguel que luego lanzaba las colillas de los cigarros a las calles de Buenos Aires. Habrá que culparlo de que un pájaro se haya muerto de asfixia. Esto significa que su libro no pasa por la ecología, sino más bien por la negatividad, por la destrucción, por el desastre. ¿Y no era queer una forma de fracaso, de caída, de descuido de la identidad? El libro de Miguel nos recuerda que hay, todavía, un más allá del reconocimiento positivo. También ser marcado como marginal es una forma de reconocimiento y muy pocos lo soportan: al contrario, todos quieren hacerse con un nombre memorable, propio. La única forma de que existan los marginales es porque la mayoría cree que no lo es, que no vive al margen, sino en el centro y la importancia, que hacen algo por la historia de manera individual. Miguel es simplemente un hombre vulgar y común, y eso creo que es lo que importa en el libro: ¿cómo puede un muchacho con un único libro ser capaz de escupir ante tanta gente y tantas identidades sin ser excluido o juzgado? No dudo, en ese sentido, que pocos hablemos de su libro.

Y los realmente marginales, ¿tienen un. nombre propio, una individualidad o simplemente son llamados criminales? El nombre siempre refiere a una serie de relaciones, de intensidades, de sentidos. El sentido es una maraña de envíos y reenvíos. El nombre es siempre un cúmulo de nombres. El estigma no es otra cosa que un nombre que muestra el fondo de todos los nombres: que la individualidad solo existe siempre y cuando cumplas con la norma y no la corrompas. Ser un marginal es no tener ya un nombre, es ser cualquiera, y sin embargo, devenir-marginal es producir un nombre que mantiene el estigma como un tatuaje, un tajo, que no desea ser cubierto ni ocultado a la luz pública. Es reenviarles a los otros la culpa insoportable de un nombre propio que solo se consigue en la anulación de los otros nombres.

¿Se puede escribir una historia, un cumulo de fragmentos sobre sexualidad y escritura no regular y donde el nombre propio sea reventado, elidido, simplemente deshecho? Probablemente el libro es un intento de inscribir ya no un nombre propio en la escritura, sino la carne que habla sus agencias y devenires más allá del nombre propio y que se deshace haciéndose un cuerpo-intoxicado y ficcional que sirve como un incendio epistémico.

 

6

Escribo una parte de este texto en mi barcito de Salamanca. El mozo que me traía todos los días la cerveza hace unos días me preguntó que si yo venía solo. Pues sí, le dije, con la cara de perro mojado que pongo. Ojalá se hubiese sentado el no-trolo de ojos verde y flaco como un palito a tomarse una cerveza conmigo. Pero siguió con lo suyo.

Otra noche en un arranque del deseo imbuido por el alcohol, salí a fumar al mismo tiempo que él y le pedí, discretamente, un cigarro. Luego me fui oscurísima y triste porque claramente el no-trolo no me dio pauta para intercambiar algunas palabritas que pasaran de la cordialidad al cortejo, lo cual no impidió que en los días siguientes intercambiáramos pequeños comentarios sin profundidad en cada cerveza traída a mi mesa.

Estas cosas no le pasaron a Miguel y sin embargo también él fue constante a su escritura en el mismo bar (“La Caja Negra”, según cuenta) de Buenos Aires y también bebió y bebió cerveza con sus ahorros que eran todo lo que tenía. En ese bar él “anotaba el vaciado hasta raspar el fondo de la entraña y dejar de ver. A eso lo llamo un impublicable. Distinto a estas líneas que sin Diario de Buenos Aires serían otra cosa”.[5] En mi bar de Salamanca he escrito tres cuentos y a veces siento que pongo una cara de pirado que da miedo. El diablo en el cuerpo. Un diablo que va tejiendo su máscara a través de esas narraciones privadas que me posicionan más allá de lo acostumbrado. Un arte de la inscritura implica retar constantemente a la propia moral, ponerla entonces en nuevas perspectivas que nos obliguen a rozar la ceguera, a rompernos la cabeza.

Una diferencia: no es lo mismo un cuaderno a un diario. No es lo mismo un publicable a un impublicable. No es lo mismo Miguel quedándose ciego como Tiresias que el Miguel que escribió este librito de tapa negrita. Un muchacho sin beca, lanzado por sus deseos de escritor esquizofrénico (en el sentido de Deleuze y Guattari no citados en el libro) a sudakalandia con sus propios ahorros de españolito, a escribir sobre Osvaldo Lamborghini y llegado a Buenos Aires y recibido por… ¡una planta! Y por nadie más, decide entonces entregarse al vicio y al vacío durante unos meses. Y también entregado al archivo de OL que dícese sea de paso es un escritor que escribe tajeando la realidad haciéndole un tatuaje a la vida.

¿Por qué empezar este escrito contando mi experiencia con la droga? Este es un libro barroso y por ende borroso como cuando se te nubla la vista después de meterte todo lo que te dio el puto hermoso que te captura en su territorio y de repente le quieres decir “cántame algo que me estoy ensimismando” y no puedes porque eres un puto perro mudo poseído por el amor de un muchacho que apenas y conoces y que no deja de llenarte el vasito con líquidos venenosos. Es un libro para snifear sus líneas hasta llegar a los huesos, hasta que la mandíbula se trabe y aprendamos que las palabras no son el cuerpo y que la mudez es una forma de expresión, aunque muchas palabras hagan que el cuerpo arda como el sexo de un trolito en su primer antro. Tajo, tatuaje el de sus frases. Pienso que con este libro es posible llevar la lectura hasta el extremismo del mismo modo que los niños que mataron al niño proletario llevaron el sadismo. Dejarse ir con el libro para conocer potencias que nunca habíamos experimentado. Hacer de la lectura una pragmática, una poética, una vida. No preguntarse, frente al libro, ¿de qué trata? ¿qué debo sentir? sino potencializarse, dejarse caer, como si los libros fueran especie de guiones de la realidad, como la primera borrachera donde nos divertimos hasta vomitar.

Un libro que droga. Hay que leerlo de golpe sin parar. Así me lo leí yo. Me vine toda pirada casi al borde de la locura a Salamanca después de conocer a un polaco hermoso un ángel terrible trolo maldito, y quién sabe cómo (no voy a explicar mis brujerías) tenía el libro de Miguel en la mochila. Lo saco en el bus. Empieza. Primera frase importante “con la lectura quiero dejarme hacer” luego otra “no soy homosexual. No puedo. No puedo tiranizarme”. Y luego el muy pu… se pregunta si era puto Osvaldo Lamborghini. También leemos como Miguel se mete un coctelito de cosas en una fiesta. Y ninguna pija. “¿Era Osvaldo Lamborghini homosexual? Siguen preguntándose los lectores críticos”. ¿Es Miguel Vega Manrique homosexual? Dice él que no, pero… (“siempre hay un pero” escribe en otra página), ¿puede un no-puto escribir así de maravilloso?

Miguel nos cuenta que “ya no se droga con nadie”. Por suerte el polaco no leyó el libro de Miguel. Miguel no es el polaco, y de ahí la pregunta: que es mejor, ¿drogarse a solas o drogarse con un hermoso muchacho? En Barcelona, vuelvo a la pregunta: qué vale más: ¿puto solo o acompañado? Claramente, mejor solo que mal acompañado, no obstante, a veces los encuentros son más bien maneras de hacer virar la vida, de recordarnos que todas las fugas son siempre agencias, pasiones encontradas, cuerpos que deshacen a la individualidad produciendo singularidades. De ahí que en el amor nos sea tan difícil hablar de un yo y solamos decir nosotros. Pero ¿pueden los putos salir de sí mismos en un mundo como este donde la sexualidad se ha convertido en una identidad y una cuestión íntima, privada? Silencio absoluto de las teorías que hablan de la orgía como simples prácticas sexuales y no como rituales de la carne. Todo brillando bajo el capital de Cataluña y descubro entonces que la droga colectivizada y agenciada a otras actividades (como el arte), puede ser una línea de fuga. ¿A qué he venido a Barcelona? Me pregunto, y sonrío suavemente frente a la primera cerveza del día con sus tres cigarritos.

Pero aún hay otros modos de vivir, de sentir, de hacer que no pase meramente por la amistad o la pareja. “Salgo menos. Eludo el compromiso. Sin trabajo: quedarme en casa y gastar lo justo es el precio de una casi libertad precaria”, dice Vega en su libro. ¿Y no es leer y contemplar una fuga, una línea que dirige a su más allá? ¿Y quién llega más allá sino alguien que ha caído, que se ha deshecho, de múltiples maneras, en el arte? Por lo menos en el plano de la escritura, habría que pensar otra forma de narrar que libere los relatos en nuevas formas de historicidad que no se reduzcan a la razón, sino que acepten la sinrazón como elemento humano y constitutivo.

El libro de Miguel, en este sentido, muestra que la escritura y la lectura son drogas duras que aíslan y separan al entregado para hacer rugir un mundo soslayado y ermitaño, de efectos fuera de la norma. “¿Afectos es cuando te palpita la popa y ofreces tu rosa a los vientos al mejor postor?”, pregunta en otro momento. Ofrecer la rosa, pero no la poesía. Afecto y efecto hacen reflectes o pliegues. Culo no es poema. Poema mata culo. Tesis encierra académico. Academia mata libido. Juego terrible este de leer y escribir; todo es sacrificio. Libertad ocupada para vaciarse en la escritura y hacerse en la lectura deshaciendo los vínculos agenciándose con la letra dejando de ser puto en favor de volverse una puta sumisa del lenguaje. Y si un éxtasis como un rayo nos posee conjuntamente, pues mejor para producir el pliegue replegado del puto entregado a ser puta del lenguaje del otro que se ama. Soledad en éxtasis la mía donde confundo el nombre del polaco (Maurice) con el de Miguel.

¿Miguel recibirá visitas nocturnas? Se me acabó la cerveza y no venden ya nada en mis no-acáes. Estoy tan lejos de mis territorios; todos mis amigos están el país de los rarámuris; todo está deshecho. Estoy solo. Escribo esto bebida en una noche infinita. Estoy solitario. Saco el libro de Miguel de nuevo. Intento hacer seguir con este texto bajo el efecto de un sexo muerto. El mozo de Salamanca, en mi imaginación, en mis tiempos mezclados y rotos perfectamente, me trae otro cañón y de repente a lo lejos puedo escuchar la voz del polaco uniéndose con la de Miguel y Osvaldo diciendo: “yo soy tu proveedora de droga”.[6]

 

7

Miguel es un muchacho siniestro. Se sube putos a su depto para robarles droga y cobrarles por sexo. Bueno, siniestro no, inteligente. Michê ocasional. El negocio del deseo.[7] Un momento, no hablar de Néstor Perlongher, esa es mi milonga, no la de Miguel. El sexo que habla. Así mejor. El sexo que cobra. ¿Cobra no es una novela de Severo Sarduy? Otro que no se cita. Naiden es naiden para ser citado.

Volvamos al texto. Dice Miguel que solo recibe hombres a cambio de dinero o drogas. “Prevención o depravación”. Depravado prevenido, diría yo. Y luego el pasaje donde en medio de una mamada le pregunta al amante si ha leído a OL. Que genial es Miguel. Siempre OL como un pivote, una intensidad, un devenir. ¿Escribe poesía barroca Miguel? “La vida empieza en lágrimas y caca”, dice Francisco de Quevedo. No es un libro de autores celebres. Es un libro de grandes literaturas menores. No hay que esperar la cita importante, la célebre, la común. Todo mezclado, citado lo que queda ya no a lo marginal, sino en lo inaudible, en lo que escuchan solamente los tontos. Es como cuando en el examen nos preguntan cuál era el pensamiento importante de un autor y contamos cualquier otra cosa.

Miguel escribe que enmudece a los acostumbrados a la academia. Y no escribe tampoco para los revolucionarios hippies. Escribe para leprosos de la lengua. El libro se deshace a medida que se lee, a medida que se lo bebe, a medida en que comienza a catabolizarse con nuestra historia deshaciendo nuestro rostro. De ahí que probablemente pocos sean capaces de escribir de él. Nadie quiere ser drogado por las palabras de los otros, especialmente cuando esos otros son drogadictos de profesión. Nadie quiere escuchar a los pirados, a los alucinados, a los que cantan una canción polaca. Un momento, no hablemos del polaco, que hace frío y ahora, que ha pasado el tiempo (he escrito y reescrito este texto tantas veces) comienzo a darme cuenta que nunca lo volveré a ver. No mentiré que enamorarse brevemente de un puto de ocasión es una terrible experiencia marica. Por suerte, ¡siempre una línea de fuga!, tengo un novio encantador y es fácil olvidarse de un polaco de dorados cabellos. Sin embargo, la agencia entre él, yo y Miguel, agencia virtual y ficcional a la vez, constituye así un cuerpo amoroso que se convierte en un punto en mi viaje a España, constituyendo así una amalgama de propulsiones deseantes que me llevan a escribir este texto para inscribir, así, una de las noches más maravillosas del viaje.

Un libro de poesía, también. ¿Es poeta Miguel? No sé. Yo no sé de poesía. ¿Ya dije lo del libro rechazado? Pero Miguel sí que conoce la poesía. Y la entiende. Y la siente. Y la hace aparecer de alguna manera en este librito de intensidades. Una máquina de guerra este libro, aunque si se lo lanza a alguien no lo descalabra, por desgracia. Sería divertido. Pero Miguel en el libro no se divierte tanto. En algunos pasajes se le puede escuchar la desesperación, grito desarmonizado de un animal que aúlla. Entonces el amor. Poesía, desesperación, amor. Conoce Miguel a un Poeta que adaptó a Copi al teatro y que lo hizo querer. Y dice

“prefiero las drogas al sexo porque solo dependen de uno mismo y de la química pura de las sustancias. No sabía nada de ese hombre. No sabía que terminaría queriéndole. No sabía que era un Poeta, al lao del río, aunque con un solo libro publicado” —y luego— “no sabía que iba a regalarme algunas de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Hoy en cambio sé que es uno de los pocos poetas, sino el único, y hablo de un estar, de un paso por el mundo, que conoceré. ¿A eso se le llama amor?”[8]

Habrá que preguntarle a Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso si eso es el amor. Poesía. Amor. Droga. Agencia de las pasiones. No obstante, la importancia revelada de la soledad y la droga. Probablemente la droga, el amor y la compañía sean malas combinaciones a largo plazo. El adicto es un ser solitario que no puede depender de los otros para hundirse en su vicio, en su vacío. El vacío es una experiencia colectivamente solitaria: cada uno la vive a su manera y a su ritmo. De ahí que dos adictos a largo plazo se vuelven enemigos entre sí. Y esto también me remite a la importancia de tener con Maurice una distancia, una separación, una especie de cuerpo amoroso discontinúo, ambiguo, suspendido siempre en temporalidades quebradas en la imposibilidad de la repetición de una rutina amorosa, de una simbiosis física y simbólica diaria, como la que sí tengo con mi novio. Dos escritores adictos no pueden enamorarse sin terminar odiándose, entonces, se vuelve necesario una distancia de rescate.

¿Es la poesía una droga dura? Una línea de un poema a veces se siente como droga.

Volviendo a OL, yo no conozco a nadie que lo lea, a excepción del polaco. Pero el polaco cuando fui habló poco de OL y yo aún no había leído el libro de Miguel y no iba a hablar de OL ni de literatura. Yo quería que me cantara algo el polaco. Y quedarme así, escuchándolo, mientras me hundía en mi oído que quería guardar toda la voz del muchacho. “Osvaldo Lamborghini no se lee con los ojos ni con las tripas. Se lee con el oído” dice Miguel. Supongo yo quería escuchar así al polaco. No sentirlo en mis tripas (de ninguna manera, que a pesar de todo, el sexo no es lo mío). Quería escucharlo, del mismo modo que Miguel a OL, para producir un ritmo, un plano de intensidades, desencadenar un nuevo cuerpo en mi cuerpo agenciado a otro cuerpo, constituir así un cuerpo amoroso intoxicado de tempoterritorialidades efímeras. Leer y escribir es reconocer la teoría de Spinoza de que un cuerpo está hecho de millones de otros cuerpos y que las partes no son el todo y que el todo no es nada sin las partes. Todo escritor escribe sus lecturas y leer es siempre rescribir la vida en sus devenires menores. Por eso escuchar no solo el sentido sino con los sentidos es una experiencia poética. Zambrano creyó que el mundo era musical, más no por ello rítmico. OL. es un poeta a lo John Cage y Miguel, como yo con el polaco, se deja seducir por ciertos muchachos que lo hacen caer, perderse, alcanzar entonces un nuevo ritmo, una nueva sensación que nos hace preguntarnos: ¿quién es YO?

En México intenté hacer de mis amigos seguidores de OL. Les leí “el niño proletario” y todos se asustaron. Horror y espanto. Luego cuando fui a CABA pregunté a los allegados de mi novio si habían leído a OL. Silencio o mala cara. “Es demasiado, me pone mal”. Mi novio creo que no dijo ni pío y creo que nada de OL tenía en casa, aunque “El niño proletario” le parecía estupendo. Yo me sentí por un tiempo poseído por OL. y lo dejé porque, a diferencia de Miguel, yo no entiendo la poesía y tengo muchas migrañas. Volviendo a Miguel, este dice:

“Osvaldo Lamborghini tiende a la consumición. Consume y se consume. Parece agotarse en un momento dado pero el exceso es el imperativo que mueve y aviva su cuerpo a cuerpo hecho cuaderno. Nunca reina la armonía: es reino del resplandor. Un solo texto es la extensión ilimitada de lo que aguanta un cuerpo: ‘raya por raya / se dibuja y se escribe’ conciencia aguada del ensimismamiento”.[9]

Una línea del poema a veces se siente como droga. Un rayo el cuerpo que de repente se consume en lo negro y deja en quienes lo vieron un resplandor que ciega para dejar ver el reverso del cuerpo que es otro cuerpo poseído por una pasión amatoria. El amor es una enfermedad que solicita y exige sustancias. Consciencia aguda la que se consigue drogado en algunos momentos; la droga siempre estuvo en relación con la religión y la poesía. Escribir colocao y colocarse para escribir. Así el libro de Miguel. ¿Imitador o poseído por OL? ¿Será de esos que se prestan a la escucha como OL? Escribir es escuchar y Miguel, podemos afirmarlo con este libro, es un gran escuchador. Debe ser músico. Yo no lo conozco. Sé su nombre porque cuando fui a CABA habían publicado este librito. ¿Lo conseguí allá?

 

8

El polaco de la otra noche también escucha. Demasiado. Me preocupa hasta dónde. Yo como Osvaldo no tengo armonía y me pongo caótico. “Cuando era niño creía en el caos. Después crecí y leí a Guattari y ahora creo en la caosmosis”. Le escribí al polaco. Creo se río. En Argentina pocos se reían de mis chistes y nadie sonrío de alegría cuando pregunté si alguien leía a OL.

En CABA me entregué a la ciudad, me dejé hundir en sus cementerios, en sus museos, en sus ómnibus (quería ver si los viajes me hacían escribir un Cadáveres” a lo Perlongher. Nada, estoy frito de la poesía) y nunca pude soportar la presencia de esas mujeres pobres y esos cartoneros de los que habla Miguel que abundan en esa ciudad cada día más histérica, histriónica, miserable. Me daban ganas de llorar. Un día le di a un niño todo el dinero que tenía en la cartera. Y luego me fui a casa angustiado y triste. Al llegar bebí y bebí y bebí. Y quise llorar, pero no pude. En este libro nadie llora. Supongo que Miguel no llora. El caso es que esa ciudad-lógica, cuadricular, desquicia a cualquiera. Barcelona también es cuadricular, pero tiene una oscuridad, una especie de aura de maleantes y prostitutas, que en Buenos Aires solo aparece repentinamente en algunas zonas (como en Monserrat o La Boca). Y de Buenos Aires se fue OL a otra ciudad-lógica, del otro lado del charco, a morir. Supongo la desarmonía y esa música de OL solo se encuentra en el ritmo infernal de una ciudad pensada hasta el vómito. Solo puedo escribir este texto borracho, intoxicado, pirado, y es una forma, finalmente, de quebrar la ley esquizofrénica que cree que solo cuerdos valemos la pena.

 

9

Yo tampoco he podido lavar las únicas sábanas que tengo en Salamanca. Entiendo a Miguel cuando cuenta ese pasaje en el libro (un libro también de la historia de la cotidianidad vulgar de un no-homosexual que se estampa con homosexuales/putos/trolos en CABA). También entiendo a Miguel cuando habla de su distancia con los vínculos. Lo único es que yo, aunque también tengo asco por los conocidos (“me apestan los conocidos” dice Miguel), soy demasiado suicida para no salir a la calle y dejar de ver a mis amigos. Por eso en España me volví más viciosa, para soportar las distancias. La última noche en Salamanca creo bajé más de 10 botellas de vino. No me enorgullece tener que usar el alcohol para sobrevivir, quisiera solo usarlo para escribir.

Dice Miguel “no son amigos los putos que me levanto”. Un destronado en el libro: adieu Michel Foucault. “Hoy murió Foucault” escribe OL. Y Miguel lo termina de matar con esa frase. “Mi amor. Al fin”, continúa OL. después de anunciar la muerte de Foucault. Tergiversemos: “Hoy murió Foucault, mi amor, al fin”. Hemos sido liberados de la amistad como modo de vida. No harás tu amigo al puto que te levantas en el yire y los conocidos te producirán rechazo. Listo. Ninguna piedad, ninguna continuación todo contigo, nada contiguo, y cántame una canción…

¿Qué es este libro? “Un accidente de la escritura hecho de ideas: con un puñado de ideas se arman los libros que no son escritura de frases (fraseo del ritmo) sino artificio el estratega para el deleite amodorrado en la pereza de lecturas al alcance de la mano sin contrariedades ni…”.[10] Un puñado de ideas sobre el amor, la poesía, la droga, OL, también Milita Molina, también COPI, también Buenos Aires, también los putos, también el sexo (y muchos “no con sentidos”), el aburrimiento, el encierro, la desesperación, la música y y y  LA ESCRITURA. Sobre todo esto último. Es un libro escrito en el encierro, un libro digno de Teresa de Ávila. El dios de Miguel se llama Osvaldo Lamborghini y lo lee con una vela en la mano y nada más.

Inscribir es, por tanto, mística religiosa alimentada por sustancias que potencializa nuestros sentidos y pensamientos en un mundo sin dioses mayores y críticas sosas y repetitivas.

Todo menor. Todo roto. Todo agencia y cuerpos amorosos potencializados por sustancias y fantasmas que inscriben otros mundos posibles de agencias minoritarias entre pirados voluntarios. Para devenir-marginal hay que saber que significa perderse a sí mismo y no ser protegido por ningún dios más que el del canto y el cuerpo.

 

10

¿Dónde queda el departamento de Miguel? Creo que necesito un poco de compañía.

La noche del polaco me dejó dislocao descolocao excesivamente colocao y tengo que ponerme a escribir una tesis que se vuelve cada vez más complicada de redactar, aunque más sensible y vital. Veo el cuaderno-libro de Miguel. Su antecesor es un Diario escrito en Buenos Aires mientras se quiere escribir de OL. Mi diario al lado del de Miguel, ¿a dónde me llevará la escritura? No a lo que hizo Miguel, por desgracia. Hay bestias únicas en su especie.

¡¿Dónde queda el departamento de Miguel?! Quiero pirarme un rato con alguien que pueda entenderme y el puto polaco ángel terrible no lo voy a volver seguramente nunca y este españolito en Argentina escribiendo de OL y describiendo los archivos del escrito OL (eso también está en el libro) y de su sexo con los trolitos putitos de CABA me calentó de repente, aunque no lo conozco. Me calenté leyéndolo. Escribe de maravilla el no-homosexual de Miguel. Tal vez es travesti. Barroloca… ¿de trinchera? No. Así no iba la cita de Perlongher (Él puso barroco de trinchera, aunque era loca la loca esa). Barroloca debe ser Miguel. Sí. Este libro es un libro barroloco que seduce a deshacerse en la droga entendida ya no bajo el nombre de sustancias químicas nocivas, sino como un modo de habitar, un modo de caer haciéndose en la escritura del cuerpo, del sexo que habla, que canta (Osvaldo es musical, se lee con el oído) y baila como una travesti drogada en un departamento de Lavapiés. Una barroloca única porque yo solo conozco a otra barroloca y esa soy yo.

Hay soledades que se acompañan con amigos virtuales que nunca haremos. Y creo que, si Miguel me lo permite, quiero llamarlo en esta noche en la que acabo este texto, una de las mías.

 

11

Ah, por cierto, una última cosa: si leen el libro, hay que reírse con su crítica a los intelectuales. Tal vez por eso nadie comenta este libro (me entero por otro que hay una especie de mutismo sobre este libro). Este texto es un intento de no intelectualizar el libro y, sin embargo, de ser capaces de leerlo. Pero como dice Lamborghini: “CREEN QUE SABEN LEER Y ASÍ LES VA”. Que la lectura del libro de Miguel les haga encender una vela para escuchar a OL. Yo, por mi parte, me meto a mi cuartito a ver si el polaco me respondió mi mensaje avisándole (¡pura escusa!) que hoy hace casi 40 años se murió OL. Y también Esdras Parra, pero esa es otra historia y y y cántame una canción, polaco, porque “quiero que con tu presencia mi cuarto de sueños se convierte en un valle de vida”, como cantó Osvaldo Lamborghini.

 

 

12 (Un poema)

 

A esta hora ayer mañana decías que la casa era mía y yo aceptaba

a esta hora mañana ya no seré lo que fui ya estarás lejos

acá hace frío allá se durmió con un incendio

y el gato lo supo y me dejó el tajo en la cara

no es verdad que hablas una lengua invernal ni que tu lengua solo sea

un órgano para el discurso y un sexo caliente y erecto

no es verdad que no sabías a que subía ni porque me invitaste

las palabras no mienten ni desmientes eso lo sabía Pizarnik

pero en medio de la noche yo escuché como

el rey del mundo te cuenta que en Querétaro mataron a diez personas

que en México todo es horrendo y que el futuro es incierto para nosotras

SI SUPIERA DECIRTE QUE VIVO EN EL PAÍS DE LOS NIÑOS

QUE MATARON AL NIÑO PROLETARIO

Y AHORA EL NIÑO PROLETARIO

TIENE EL ROSTRO DE MONTONES DE MUJERES Y DE TRAVESTIS

QUE SERÁN MATADAS POR EL ESTADO Y SUS SECUASES

ayer a esta hora mañana dijiste que podía quedarme en casa

y en tus ojos Zeus hospitalario apareció como un emperador

que despertó mi muerto y empolvado sexo

y no miento al decir que tenía miedo de que preguntases

como estaba con la situación de mi país delirado

YO

HUBIESE DICHO

QUE A ESTA HORA MAÑANA DESPERTARÉ MUERTA

ABANDONADA COMO UNA TRAVESTI EN UNA CALLE

DE IZTAPALAPA

Y NADIE SE ACORDARÁ DE MI NOMBRE

Y SERÉ UNA CIFRA MÁS EN UN PAÍS IMPIADOSO

Y TENGO MIEDO POLACO DE VOLVER A CASA

Y MI CASA NO ES SALAMANCA NI BUENOS AIRES

Y HOY ERES TÚ UNO DE MIS ACÁES DONDE RESPIRO

Y Y Y

cántame algo y déjame dormir en tu cama

porque hoy es el sexo canta

esta habanera mal hecha esta plegaria

para inscribir en mi cuerpo tu lengua

de pequeña emperatriz de Lavapiés.

 

Agradecimientos

Agradezco a Yannin Huerta pro la traducción del abstract. Asimismo, a mis amigues que durante este viaje me acompañaron a la distancia y me ayudaron a existir en medio de mi destrucción. Claramente, a mi novio. Por otro lado, al Proyecto de Investigación de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM “Producción de imaginarios políticos, sociales y culturales sobre subjetividades LGBTQ+ desde las teorías queer y los feminismos interseccionales”, coordinado por el Dr. César Cañedo, por brindarme un espacio de escucha y creatividad.

 

Bibliografía

  1. Lamborghini, Osvaldo, El sexo que habla, MACBA, España, 2015. https://img.macba.cat/public/document/2020-04/lamborghini-web-.pdf
  2. Vega Manrique, Miguel, Osvaldo Lamborghini, Ediciones Chinatown, Buenos Aires, 2023.
  3. Malabou, Catherine, El porvenir de Hegel. Plasticidad, temporalidad, dialéctica, trad. Cristóbal Durán R., Chile, Palinodia, 2013.
  4. Lamborghini, Osvaldo, “Canción de la madre Hogarth”, https://www.youtube.com/watch?v=Fg4DMGOWpKg
  5. Néstor Perlongher, El negocio del deseo. La prostitución masculina en San Pablo, Moira Irigoyen. Buenos Aires, Paidós, 1999.

 

Notas

[1] Osvaldo Lamborghini, El sexo que habla, ed. cit. 17
[2] Miguel Vega Manrique, Osvaldo Lamborghini, ed. cit., s. p.
[3] Catherine Malabou, El porvenir de Hegel. Plasticidad, temporalidad, dialéctica, ed. cit., p. 315.
[4]  Miguel Vega Manrique, Osvaldo Lamborghini, ed. cit.
[5] Miguel Vega Manrique, Osvaldo Lamborghini, ed. cit. s. p.
[6] Osvaldo Lamborghini, “Canción de la madre Hogarth”, https://www.youtube.com/watch?v=Fg4DMGOWpKg
[7] Néstor Perlongher, El negocio del deseo, ed. cit.
[8] Miguel Vega Manrique, Osvaldo Lamborghini, ed. cit. s. p.
[9] Ídem.
[10] Ídem.