Platón y la melancolía, es un título que, a primera vista, parece un oxímoron, casi una utopía. ¿Cómo conciliar al filósofo de la razón y la claridad con un estado afectivo que solemos asociar a la tristeza o a la depresión clínica? El tema confronta dos ideas que parecen incompatibles: por un lado, Platón como símbolo de la racionalidad, de la búsqueda de la verdad a través del logos y por otro, la melancolía, frecuentemente ligada a lo afectivo, lo sombrío y lo inestable. Precisamente ahí radica la fuerza del libro de Saraí Santos, en mostrar que la melancolía, en la Antigüedad, no era sólo desequilibrio, sino también la chispa del genio y la pasión filosófica.
El texto, en su profundidad de tesis académica, explora la relación entre la filosofía y la melancolía en el pensamiento platónico, deteniéndose en la figura de la bilis negra como un humor corporal que, en la Antigüedad, no solo se vinculaba al exceso, al desequilibrio o al padecimiento, sino también a la excepcionalidad, al genio, al deseo y a la pasión. La bilis negra, nos descubre la autora, también habita la chispa de la creatividad, que es fundamental en el quehacer filosófico.
En el recorrido textual, Saraí construye una fenomenología de la melancolía como energía vital que, bien dosificada, puede abrir espacios para el conocimiento. A través del análisis de mitos, literatura antigua y textos filosóficos, muestra cómo lo melancólico, no era simplemente una categoría médica, pues, el amante, el genio, el pensador exaltado comparten rasgos melancólicos que se convierten en desafíos y posibilidades para la filosofía.
Este es, pues, un libro que invita a explorar cómo el dolor, la nostalgia, la pasión y el desasosiego han formado parte esencial del acto de pensar. La melancolía aparece entonces como una fuerza ambivalente: fuente de excepcionalidad y genialidad, pero también de inestabilidad, un territorio donde conviven la claridad y la perturbación.
En este horizonte, Platón vincula a Eros con el deseo de saber. Se trata de un impulso hacia una verdad que intuye pero que siempre es esquiva. Eros es deseo porque carece, pero al mismo tiempo posee los recursos para buscar lo que le falta. Esa tensión constante, que se alimenta de la falta, encuentra un paralelo con la experiencia melancólica. Ambos comparten la misma estructura, pues ambos están atravesados por la inestabilidad y la intensidad afectiva, y lejos de ser ello un obstáculo, puede convertirse en motor del pensamiento filosófico.
La filosofía entonces, parece moverse en un terreno fronterizo, entre la lucidez dolorosa, y el estado afectivo complejo y a menudo sombrío de la melancolía. Entre la claridad y la confusión. Ambas comparten una naturaleza ambivalente porque pueden elevar al genio y abrirle los ojos a la verdad, pero también pueden sumirlo en la angustia o hacerle parecer loco.
La idea de éxtasis como un desplazamiento, como un salirse del estado habitual está presente en cada paso de la lectura. Salir de uno mismo hacia algo superior. La filosofía parece requerir o lindar peligrosamente con los estados alterados, con estas salidas de sí. El discurso filosófico mismo, nos advierte Saraí, puede funcionar como phármakon, remedio y veneno, capaz de curar la ignorancia, pero también, su potencia puede perturbar profundamente, desestabilizar.
Bajo este panorama, la figura de Sócrates adquiere un nuevo matiz: finge ser el ignorante que busca, cuando en realidad es el sabio autosuficiente, se muestra como carente, siendo en realidad deseado. Esa ironía desconcierta a sus interlocutores. Es una manera de extralimitarse, de no jugar según las reglas esperadas. Abre un espacio de exceso y desafío a las convenciones.
Con todo este análisis, Saraí nos conduce a preguntar:
¿Qué ganaríamos si aceptáramos esta dimensión más melancólica, más apasionada, más ambivalente, a veces más oscura e inquietante de la filosofía?
¿Nos daría una comprensión más rica y completa de lo que realmente implica buscar la sabiduría más allá de un mero ejercicio intelectual o de pura argumentación lógica?
Quizás reconocer esa tensión interna, esa mezcla que parece indisociable, de luz y sombra, de razón y pasión desbordada, de lucidez y posible locura, de tragedia y comedia existencial, quizás reconocer eso sea esencial para captar la verdadera naturaleza del filosofar, tanto en tiempos de Platón como ahora.
