La fascinación de la Odisea

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La fascinación de la Odisea

Por eso también la poesía es más filosófica y
elevada que la historia;
pues, la poesía dice más bien lo general,
y la historia, lo particular”
Aristóteles, Poética, IX, 1451b, 5.

Homero

Homero

La Odisea tiene un encanto particular, encanto multifacético en virtud de la diversidad que encierra, diversidad tan patente como la unidad en torno al gran tema dominante, el hilo conductor: el regreso de Ulises desde Ilión. La narración de este regreso ha cautivado a sus lectores sin distinción entre tiempos y lugares. ¿Cómo ha podido hacerlo? Es seguro que esta pregunta admite múltiples respuestas; generoso, el mito permite múltiples lecturas. En este texto se ofrece una respuesta a la pregunta por la razón del encanto de la Odisea, apoyada en algunas producciones de ciertos poetas inspirados por la musa homérica, quienes, víctimas de la fascinación odiséica, la continúan en su obra.

El reconocido estudioso de la Grecia antigua, G.S. Kirk, asegura, en su análisis sobre los Poemas homéricos, que “el conjunto de la Odisea no logra producir el efecto monumental de la Ilíada. Esto se debe en gran parte a que el tema principal es menos universal y menos trágico”.1 Los criterios que utiliza, la universalidad y lo trágico, son aquí lo que interesa como punto de partida; no se trata de decidir entre ambos poemas para coronar a uno en detrimento del otro, invirtiendo con simpleza la preferencia de Kirk. Pero sí hay que hacer ver que hay quizá buenos motivos para no suscribir la opinión del mencionado especialista.

En relación con la universalidad, es cierto que el tema de la guerra la goza y en qué medida. En la guerra se pone en juego la vida, que muchas veces cede ante la muerte; la relevancia filosófica de este encuentro es inestimable. La guerra puede postularse como el fondo último de la realidad, y así se ha hecho desde antiguo.2 Pero, para el lector promedio, y el lector también hace al poema, haría falta una preparación metafísica básica para descubrir que, detrás del relato de la guerra de Ilión, subyace un asunto que, omnipresente, le atraviesa. En cualquier caso, no se trata de minimizar la universalidad iliádica. En cuanto a la Odisea, su tema es, como ya se señaló, el regreso; esto es unánimemente aceptado por sus estudiosos: de hecho, el de Ulises es un regreso entre otros nóstoi.3 La representación de la Odisea como regreso es tan incuestionable que una especialista lo nombra El poema del Regreso: “Para aquellos que estudian la Odisea por un largo período, este poema se convierte en su libro. Cada uno de nosotros lo vive a su modo; estudiar el poema del Regreso significa llevar a cabo el propio regreso”.4 No toda la gente asiste a la guerra, al menos en su sentido más concreto; en cambio, el regreso nos es un asunto más próximo, más familiar. De alguna manera, siempre estamos regresando: a la casa, al pasatiempo, a los amores, al trabajo. El tema del regreso es universal ahí donde los haya. Planteada desde el tema del viaje con destino definido (y es que siempre nos movemos hacia algún sitio), de manera que vale tanto como para regresar como para arribar a una meta imaginada, Constantinos Cavafis captura, entusiasta, la universalidad de Ítaca:

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca,
ruega que tu camino sea largo,
y rico en aventuras y experiencias.
Ni a Lestrigones, ni a Cíclopes,
ni a la cólera de Poseidón temas.
No verás tales seres en tu camino,
si tus pensamientos son altos,
si tu cuerpo y tu alma
no se dejan invadir por turbias emociones.
Ni encontrarás a Lestrigones
ni al Poseidón colérico
si no los llevas en ti mismo,
si no es tu espíritu quien los presenta.

Ruega que tu camino sea largo,
que innumerables sean las mañanas de verano
que (¡con cuánta delicia!)
llegues a puertos vistos por vez primera.
Haz escala en los emporios fenicios,
y adquiere bellas mercancías:
coral y nácar, ámbar y ébano,
y mil obsedentes perfumes.
Adquiere cuantos puedas de esos lujosos perfumes.
Visita numerosas ciudades egipcias,
e instrúyete ávidamente con sus sabios.
Ten siempre a Ítaca presente en el espíritu.
Tu meta es llegar a ella,
pero no acortes tu viaje:
más vale que dure largos años
y que abordes al fin tu isla
en los días de tu vejez,
rico de cuanto ganaste en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te ha dado un deslumbrante viaje:
sin ella, el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.

Aunque pobre la encuentres,
no hubo engaño.
Sabio como te has vuelto
con tantas experiencias,
comprenderás al fin
qué significan las Ítacas.5

Abordamos ahora la cuestión sobre el nivel trágico de Odisea. En su Poética, Aristóteles no confronta a los dos poemas homéricos, que le parecen magistrales; sin embargo, es de señalar que utiliza más ejemplos de Odisea que de Ilíada cuando explica cómo ha de producirse el efecto propiamente trágico. Lo único semejante a una comparación que dice de los poemas es que, en la medida en la que algo tienen de tragedias sin llegar a serlo a cabalidad, una –la Ilíada–, es “simple y patética”, mientras que la otra es “compleja, (pues hay agniciones por toda ella) y de carácter”.6 Kirk encuentra que lo trágico de la Ilíada está dado por la pérdida del más preciado compañero sufrida por el pélida Aquiles, como consecuencia de su cólera, y por las muertes heroicas, como la de Héctor. Realmente el nivel trágico de la Ilíada parece incontestable: el protagonista es un varón divino, perseguido por la fatalidad y cuyos sellos son la grandeza y la muerte prematura. En cuanto a la Odisea, es cierto que en ella no mueren grandes hombres, no mueren los mejores; la tripulación de Ulises, de la que poco sabemos, muere sin producir el mismo efecto, por ejemplo, que la del troyano Héctor. Ni qué decir de los pretendientes por el laertíada exterminados: en tanto que hombres abyectos, su exterminio no conmueve en absoluto. Sin embargo, como enseña Aristóteles, hay otros elementos trágicos claramente apreciables: el reconocimiento de un héroe que se quiebra al escuchar la historia, cantada por un aedo feacio, de la caída de Ilión, en la que tuvo – ¡y qué medular!– parte; el reconocimiento también de la esclava Euriclea, quien, tras palpar la cicatriz de su antiguo señor, se pasma; o bien el de Penélope, quien se rehúsa a creer en la llegada del esposo añorado. Esta reticencia es sugerente: ¿en verdad llega el esposo añorado? ¿No es, más bien, otro el que llega? Para el lector puede quedar el barrunto de que algo de la entera y descomunal figura del héroe aventurero se tuvo que quedar en otra parte, parte que, sin retorno, se queda; que el Ulises ausente, el esposo añorado, no es el mismo que el que ha regresado. Así, Jorge Luis Borges escribe “Odisea”, libro vigésimo tercero:

Ya la espada de hierro ha ejecutado
la debida labor de la venganza;
ya los ásperos dados y la lanza
la sangre del perverso han prodigado.
A despecho de un dios y de sus mares
a su reino y su reina ha vuelto Ulises,
a despecho de un dios y de los grises
vientos y del estrépito de Ares.
Ya en el amor del compartido lecho
duerme la clara reina sobre el pecho
de su rey pero ¿dónde está aquel hombre
que en los días y noches del destierro
erraba por el mundo como un perro
y decía que Nadie era su nombre?7

Ulises, el que ha vuelto, no es ni el mismo que se fue, ni el mismo del periplo; tan es así que, para entrar en casa, ha tenido que hacerse pasar por un mendigo: Ulises vuelve necesariamente otro. Y es que es otro también el lugar al que ha llegado; otra es su esposa, luego, lo desconoce. Nadie puede ingresar dos veces en el mismo río y nadie puede entrar dos veces a la Ítaca de anchos caminos. Odisea nos fascina porque se nos revela como una tarea imposible: ¿cómo se puede regresar a un lugar desconocido?, ¿cómo puede volver quien no estuvo perdido, puesto que ya no es quien estuvo perdido?

Se puede admitir la precisión, que surge aquí con plena justicia, de que, pese a la duda inicial de su esposa, el héroe termina por ser reconocido; de que, a su debido tiempo, se marcha el mendigo y reaparece, ahora sí, Ulises, él mismo; de que, al final, el protagonista consuma la recuperación de sus fueros, del reino que siempre fue su reino. Este matiz del regreso odiséico es el que parece estar en la base de la lectura que le da Gilles Deleuze, cuando denomina al platonismo Odisea filosófica. El método del filósofo, la dialéctica, consiste en determinar qué géneros se corresponden con qué géneros y cuáles no se tocan en absoluto; labor de fino estilista, pues las diferencias entre copia y modelo llegan a ser irreconocibles.

La finalidad de la división no es, pues, en modo alguno, dividir un género en especies, sino, más profundamente, seleccionar linajes: distinguir pretendientes, distinguir lo puro y lo impuro, lo auténtico y lo inauténtico. De ahí la metáfora constante que coteja la división con la prueba del oro. El platonismo es la Odisea filosófica; la dialéctica platónica no es una dialéctica de la contradicción ni de la contrariedad, sino una dialéctica de la rivalidad (amphisbetesis), una dialéctica de los rivales o de los pretendientes.8

Lo mismo, la permanencia, la copia adecuada con la Idea, Ulises amigo de lo que es. Lo diferente, el devenir, el simulacro, la inadecuación con la Idea, los pretendientes amigos de lo que no es. Los simulacros son malas copias, copias degradadas; Ulises es, a despecho del voraz paso del tiempo y de su periplo, rey de su patria. De ahí que Penélope urda y desurda la trama y le espere y le llore; de ahí la fidelidad de Eumeo, el porquerizo; de ahí el aliento esperanzado de Argos, el perro; de ahí la añoranza de Telémaco, su hijo.

Prestar atención a la cuestión de Telémaco puede ayudar a reforzar la idea de la permanencia de lo auténtico, de lo puro. Es reconocida la centralidad de la figura de Atenea en la Odisea. Finley, por ejemplo, ha observado que el poema comienza y termina con la presencia de la diosa.9 Míguez Braciela, en la misma línea, señala:

[…] pues lo cierto es que Atena no cumple simplemente el papel de divinidad amiga o mentora que consigue desactivar (mediante Zeus) la hostilidad del antagonista del héroe al que ella misma protege, sino que Atena es, por así decir, la directora y la actriz protagonista de la obra que ahora empieza.10

En el primer canto, ella intercede por Ulises ante Zeus y los demás dioses. Se determina la vuelta del héroe en el consejo divino y, al instante, presto acude Hermes al islote de Ogigia para informar a la diosa Calipso el designio: el héroe vuelve a casa. Palas, la encargada de planear y ejecutar el regreso, en cambio, en vez de ir por Ulises –quien, se supone, ha de regresar–, vuela hacia Ítaca para infundirle valor a Telémaco, deshonrado por causa de los galanes que cortejan a su madre: el hijo ha de preparar del padre, ya la vuelta, ya la tumba. La diosa no se dirige a Ogigia, sino a la Ítaca misma. Esto puede interpretarse así: el regreso de Ulises se relaciona en primer lugar con el despertar de Telémaco, en cuyo seno subsiste, adormecida, la gloria del padre, pues, aquí, ambas no son sino la misma. En el fondo, la prerrogativa del rey nunca abandonó la Isla: siendo lo que es, permanece a pesar de los pretendientes y su prisa. Y es solo en virtud de esta permanencia que puede darse algo así como un regreso. Agamenón, por ejemplo, no completa, como tal, la vuelta a la patria: su mujer y su tierra le son ya extrañas, el mundo al que arriba tras la guerra es otro, y le asesina. En cambio, Ítaca sigue siendo el reino de Ulises; nada en el fondo ha cambiado y es gracias a eso que puede completar la faena, imponerse sobre los galanes, recuperar el reino. Ulises sigue teniendo lugar en ese mundo porque es el mismo mundo, su mundo. Solo así puede regresar quien, además, nunca dejó de llevar en el alma, la isla: “Ten siempre a Ítaca presente en el espíritu”, exhorta Cavafis. Ulises nunca sale de Ítaca, Ítaca nunca sale de Ulises. Se nos abre entonces otra pregunta: ¿cómo puede reconciliarse lo que no estuvo separado? Precisamente en diálogo con Cavafis, Javier Rodríguez Gómez, escribe Destino:

Temo llegar a Ítaca
y descubrir que no hubo viaje,
sólo un transcurrir de incidencias
y Poseidón azul tranquilo en su convulso mar.
No hay un inspector de ruta
que te oriente,
toda estación es inventada,
te aligera y perfuma y seduce con suaves mimos,
después cobra el egoísmo de tu alma.
Son muchas las visiones de
un despertar imaginado sin esfuerzo
y muchas también son las ambiciones que
hacen llover los dioses del infierno.
Temo llegar a Ítaca
y comprender que nunca salí de allí.11

Por un lado, el regreso a un lugar nunca antes habitado, el regreso del que ya no es el mismo; aporía de corte heraclíteo que sacude, por ejemplo, la cabeza de Borges. En cambio, por el otro, el regreso a un lugar que depende de nunca haber salido, mundo permanente que, siendo, impera sobre el devenir mera apariencia; el linaje de esta otra aporía es, antes que platónico, parmenídeo. ¿Pero es realmente otra aporía? ¿No se indica, en ambos casos, lo mismo? En el fondo, el encanto de la Odisea se relaciona con la problemática del regreso, regreso que es, en última instancia, un imposible. El movimiento auténtico, radical, puro, es decir, verdadero, es también definitivo: irse es nunca regresar.

 

Bibliografía

  1. Aristóteles, Poética, trad. Valentín García Yebra, Gredos, Madrid, 1974.
  2. Borges, Jorge Luis, Poesía completa, Lumen, México, 2011.
  3. Cavafis, Constantinos, Poemas completos, trad. Juan Carvajal, Juan Pablos, México, 2010.
  4. Colli, Giorgio, La sabiduría griega III, trad. Dioniso Mínguez, Trotta, Madrid, 2010.
  5. Delleuze, Gilles, Lógica del sentido, trad. Miguel Morey, Paidós, Barcelona, 1994.
  6. Finley, M. I., El mundo de Odiseo, trad. Mateo Hernández Barroso, FCE, México, 1984.
  7. Homero, Odisea, trad. J.M. Pabón, Gredos, Madrid, 2006.
  8. Kirk, G.S., Los poemas homéricos, trad. Eduardo J. Prieto, Paidós, Barcelona, 1985.
  9. Míguez Braciela, Aida, La visión de la odisea, La Oficina, Madrid, 2014.
  10. Rodriguez Gomez, Javier, et. al., “Con un reloj de sombra, Casa de la cultura “Jesús Reyes Heroles”, México, 2012.
  11. Strauss Clay, Jenny, The wrath of Athena, Rowman & Littlefield Publishers Inc., Maryland, 1997.

 

Notas

  1. G.S. Kirk, Los poemas homéricos, trad. Eduardo J. Prieto, Paidós, Barcelona, 1985, p. 328.
  2. Basta con recordar el fragmento A19 de Heráclito: “Pólemos es el padre de todas las cosas, el rey universal, que presenta a unos como dioses y a otros como hombres, a unos como esclavos y a otros como libres”. Cfr., Giorgio Colli, La sabiduría griega III, trad. Dioniso Mínguez, Trotta, Madrid, 2010, p. 33.
  3. Plural de nóstos, palabra griega traducible por “regreso”. Nóstoi designa también el género de narraciones sobre los retornos, desde la amurallada Ilión, de los héroes aqueos a sus patrias tras los diez años de guerra.
  4. J. Strauss Clay, The wrath of Athena, Rowman & Littlefield Publishers Inc., Maryland, 1997, p. 3. Traducción del autor.
  5. C. Cavafis, “Ítaca”, en Poemas completos, trad. Juan Carvajal, Juan Pablos, México, 2010, pp. 44 y 45.
  6. Aristóteles, Poética, trad. Valentín García Yebra, Gredos, Madrid, 1974, 1459b, 13, p. 219. García Yebra traduce anagnórisis por agnición. Otros autores traducen “reconocimiento”, el cual forma parte de la trama trágica, junto con el lance patético (sufrimiento) y el cambio de fortuna en sentido contrario (peripecia).
  7. J.L. Borges, “Odisea, libro vigésimo tercero” en Poesía completa, Lumen, México, 2011, p. 206.
  8. G. Delleuze, “Simulacro y filosofía antigua” en Apéndices de Lógica del sentido, trad. Miguel Morey (apéndices traducidos por Víctor Molina), Paidós, Barcelona, 1994, p. 256.
  9. Cfr. M.I. Finley, El mundo de Odiseo, trad. Mateo Hernández Barroso, FCE, México, 1984, p. 13.
  10. A. Míguez Braciela, La visión de la odisea, La Oficina, Madrid, 2014,  p. 25.
  11. J. Rodriguez Gomez, “Destino” en Con un reloj de sombra, Casa de la cultura Jesús Reyes Heroles, México, 2012, p. 57.

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