Ángel Xolocotzi, Una crónica de Ser y tiempo de Martin Heidegger, Editorial Ítaca, 2011
En filosofía uno nunca está completamente seguro de que la biografía de un pensador sea cosa superflua, de que no agregue nada a lo ya escrito y consagrado en cada uno de los libros que forman parte de la obra de ese pensador. Pero cuando la vida de ese pensador es tan sorprendente uno no puede menos que abundar en ella, en los motivos, los pretextos, los móviles, los subterfugios, las estrategias, lo dicho cuanto lo supuesto y no advertido que produjo eso que nosotros pensamos como una forma específica de pensar.
Nada nos impide pensar y avizorar entonces las trayectorias, los caminos, las indagaciones, las lecturas, todo aquello que forma parte del entramado de ese pensamiento, más aún, cuanto que ese pensamiento cruza todo el siglo XX y se enseñorea como uno de los más grandes en la historia. Heidegger, sin duda, o como le llamaban “el Mago de Messkirch” fue un artífice del semblante, de la expresión, del camuflaje, del disfraz. Mantuvo hierática su vida privada, un silencio se construyó en torno a ella, un espacio cerrado a descifrar. Tan es así que hoy en día seguimos pensando en los motivos que tuvo el maestro de Friburgo para decidirse a pertenecer al partido nacionalsocialista, tan es así que nunca hubo una explicación sobre los motivos que lo condujeron a afiliarse y llegar a ser el primer rector del régimen; tan es así que ni una sola palabra alrededor de este acto que le acarreó mucho tinta de los pequeños hombres sobre su pasado, un pasado no descifrado nunca aclarado, un pasado que hoy sigue siendo un enigma.
¿Es válido escribir sobre la vida de un pensador del que se han escrito infinidad de biografías? Más bien deberíamos preguntarnos si de este pensador se puede hacer una biografía que quede separada de su propio quehacer de esa producción que trastornó al mundo filosófico? No cabe duda de que somos hijos de nuestro tiempo. A pesar de que el género autobiográfico se ha cultivado desde hace mucho tiempo verdad es que “sólo a partir de 1950, con la publicación de la obra monumental de Georg Misch, Geschichte der Autobiographie, cuyos tres últimos volúmenes vieron la luz entre 1955 y 1969, la autobiografía como género literario alcanzó un lugar de privilegio en la atención de teóricos de la literatura y del lenguaje”1.
Pensar que este género “calificado de ‘proteico’ por la riqueza de sus formas y el vastísimo alcance de sus contenidos”2 nos lleve de la mano a perfilar caminos, señales, signos de otros tiempos, palabras que se escribieron cuando aún no se sabía lo que ahora se conoce y que, de una u otra manera, nos descubre a un ser cuyo rostro sólo es esa breve sombra de lo que se forja lentamente, un itinerario de múltiples sensaciones que no nos dicen más que ese momento, ese instante petrificado en palabras pero que, en cierta medida, nos descubren los resortes con los que se edificó aquello que poco tiempo después se constituyó en la obra, lo dicho, y lo no dicho, el territorio de palabras que desciframos y que nos habla de esa subjetividad que queda ahí, callada por la teoría. La biografía entonces parece ser ese rostro que se ha dibujado en la arena y que se marcan como territorio por lo que uno puede transcurrir para desmontar tiempos que se agolpan. Como ha escrito Dewey la experiencia personal constituye la principal fuente educativa y puede utilizarse en la lectura como un espejo que nos habla, nos dice, se escritura.
La biografía y más aún, la biografía de las ideas siempre tiene que abordar más cosas que sólo las ideas porque éstas siempre están encarnadas y por ello nos hablan necesariamente de sus procesos privados y públicos, secretos o manifiestos, provisionalmente o definitivamente encriptados; todo aquello que concierne a la archivación de su práctica institucional o privada. Ya se trate de la vida privada o pública de Heidegger, de sus compañeros o de sus profesores, a veces también de sus amores, de los intercambios personales o científicos, de las correspondencias, deliberaciones o decisiones político-institucionales, de las prácticas y de sus reglas (como todo ese periplo que fue de Frankfurt a Marlburgo y luego vuelta a Frankfurt para lograr, luego de varios fracasos, una plaza de profesor) así como del lugar, tiempo y formas en las que Heidegger mismo distribuía su tiempo, las percepciones que de él tuvieron sus discípulos, y la visión del propio Heidegger sobre de sí mismo. Todo esto, para utilizar las palabras de Hans Jonas: “conmueve”.
Una crónica de ser y tiempo pretende ser eso, crónica, relato, la trama del pensamiento en la que Heidegger gestó esa magna obra que ha dado asiento a gran parte del pensamiento occidental y cuyos pensamientos se dejan descubrir ahí, sin ser todo lo que ellos son pero que ya ahí advertimos esa fisonomía temblorosa de lo que posteriormente será el hito del pensar.
Llevar a cabo una ardua labor como la que aquí ha desarrollado Ángel Xoloctozi, implica horas enormes de búsqueda, de rastreo, de archivo, de ese mundo secreto que queda a merced del silencio y del secreto, de la oscuridad, el registro de los saberes, de los acontecimientos y documentos que constituyeron un campo delimitado con fronteras, un espacio con inclusiones y exclusiones. Al final, qué poner y qué dejar fuera, la traducción, esa hora amarga y gozosa a la vez de decisiones por esa palabra que nunca podrá ser exacta que parece decir lo mismo.
Este libro constituye un conjunto de saberes que finalmente están envueltos bajo archivos donde se encuentran los orígenes porque, lo sabemos: la sociedad occidental conformó su fisonomía justo porque aprende, investiga y acumula el conocimiento. Descartes se preguntaba cuáles eran las pruebas para alcanzar la verdad, es decir, qué era lo comprobable y qué no. De ahí que surgiera la prueba documental, científica, que es una nueva manera de ordenar el archivo, la biblioteca. La Enciclopedia, sin duda, es la máxima prueba de La Ilustración para ordenar el saber. No por nada hoy que estamos frente a este libro, sólo podamos encontrar una suerte de fascinación por todo aquello que fue sólo parte del entramado que hizo nacer uno de los más grandes libros de la historia: Ser y tiempo.
1 Marina González Becker, La metanarración en la autobiografía, Universidad Católica de Valparaíso, Chile, en Revista signos, v.32 n.45-46 Valparaíso,1999.
2 ídem.
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