Los imaginarios de la resistencia de Pablo Lazo Briones
Reflexionar hoy sobre política, resistencia y transformación, cuando el debate pareciera hegemonizado por un centro conservador post-político[1] y que consiente —consensualmente— con las leyes del mercado,[2] implicando procesos violentos de “acumulación por despojo”, parece ser una tarea difícil pero impostergable.
En medio de procesos soberanos y de generación de exclusión,[3] situar a la dimensión imaginaria como campo de lucha, podría ser una buena estrategia, sobre todo, una vez que se da cuenta que las posibles alternativas efectivas terminan abrevando del mismo imaginario que ha sido hegemonizado por una serie de prácticas que habría que desarticular: colonialismo, machismo, racismo y mercantilización de todo cuanto existe. Imaginario que, conceptualmente hablando, es condición de posibilidad de dichas prácticas. De esta manera, en ese entramado, se recoloca la potencia subversiva de la filosofía. Aunque, no de cualquier filosofía, sino de aquella que se ha podido ir desembarazando de su afán de dominio, control, o bien, de su complacencia, advertida o no, con la reproducción de relaciones de dominación y explotación.
En este sentido, Pablo Lazo[4] nos recuerda la lucha que se despliega en los entramados discursivos entre procesos de dominación y de resistencia-transformación. Así, reconociendo este soporte discursivo de una serie de prácticas reproductoras del mundo de la vida, el autor realiza, estratégicamente, una crítica a la violencia de la cultura política en sus rasgos racistas, excluyentes y coloniales.
De esta manera, pasando desde los imaginarios de Coetzee, articulando la densidad de determinadas y provocadores imágenes de la novela del sudafricano, con profundas reflexiones filosóficas y críticas de influencia continental, Lazo explicita un discurso nuevo, provocador, o bien, en palabras de Lazo: “disparador de la acción social”. Pablo Lazo, con Coetzee, con Deleuze, con Derrida, con Honneth, pero también más allá de ellos, propone un nuevo espacio discursivo que convoca a la reflexión. Además de tratarse de una novedosa propuesta, Lazo, con ejemplar maestría, no solo invita a la lectura de Coetzee, sino también a la de la propia filosofía contemporánea.
Así, puedo decir que la pretensión del libro aquí reflexionado es devenir una “máquina” de guerra crítica, subversiva y con pretensiones emancipadoras, que se mueve tanto en el espacio imaginario, como en la dimensión íntima, afectiva y corporal. Esto quiere decir que la propuesta ética de Lazo, como la de Coetzee, se mueve al nivel de una ética de la superficie (como en Deleuze): inmanente, íntima, cruda o cruel; que desplegándose a ese nivel corporal, y a través de la sugerencia de conversión —tanto de los personajes como de nosotros los lectores—, se va decantando en una acción que escapa a las posturas fáciles, como las binarias del discurso de la Gran Política, para presentarse mejor en el matiz del esta vez sí, a veces no, o sí y no (en un sentido quizá, y no en otro), o de aquella posición micro-política intersticial (Critchley)[5] que derrama o atraviesa a la Gran Política Institucional que reproduce lo “mismo”. Es decir, se trata de una micro-política que se posiciona y reproduce las grietas o intersticios de los rasgos más perversos de los discursos dominantes. Postura que, por cierto, responde más a una razón virtuosa que a una simplificadora, arrogante y, justo por ello, fácilmente domesticada como la del todo o nada.
Para ello, Lazo utiliza el arrastre conmovedor de las imágenes literarias. Como cuando a la señora Curren, personaje de la novela La edad de hierro, le dan la noticia de que tiene cáncer y, de pronto, atravesada por fuertes emociones, acepta a un hombre en situación de calle, que ha encontrado en su jardín, para que viva con ella. Esto Lazo lo utiliza para invitarnos a reflexionar, ahora con Derrida, sobre la hospitalidad absoluta. Otro ejemplo aparece cuando Magda, personaje de la novela En medio de ninguna parte, mata, de manera imaginaria, tres veces a su padre. Aquí se trata de matar a su padre que tanto la maltrató, ignoró y menospreció (Honneth), para al final de la novela terminar, paradójicamente, cuidándolo.
Cabe resaltar, como se deja entrever, que Pablo Lazo en J.M. Coetzee: Los imaginarios de la resistencia, es solo un pequeño recorte de múltiples voces o flujos de deseo revolucionarios que se encuentran anunciando nuevas y potentes reflexiones. Esto nos recuerda a la reflexión crítica de Foucault, sobre la muerte del autor. Además, se trata de un recorte que posibilita nuevas reflexiones al interconectarse con cada uno de los lectores mostrándonos así, y a través de Coetzee, la importancia de los otros, es decir, de aquellos otros, que —me permitiré decir con Deleuze— son condición de posibilidad de mundos alternativos. Justo aquí, gracias a esta reflexión deleuziana, se dimensiona la gravedad de lo que implica el problema político cuando el Soberano nulifica al otro o cuando la actitud del perverso o soberano con minúscula (o sea, cualquiera de nosotros), hace de cualquier otro un útil a la mano, desechable, o bien, eliminable. Aquí Lazo introduce a Axel Honneth, para hablarnos del reconocimiento (afectivo, jurídico, social) y de la importancia de luchar por él, para evitar el menosprecio y sus humillantes, dolorosas y delirantes, consecuencias. Sin embargo, Lazo no solo hace comparecer a Honneth en estas reflexiones, sino también a Derrida de la Bestia y el Soberano,[6] así como a la nuda vida tematizada por Agamben.
A través de estas estrategias de articulación intertextual, se nos enseña que la escritura, o la misma lectura, son también campos de lucha en donde es posible actualizar estrategias de desmontaje, o de deconstrucción, que se juegan en el fino e inadvertido, pero no por ello menos importante, nivel discursivo. Esta intertextualidad, que libera e inaugura un espacio discursivo, se convierte en una especie de umbral generador —o transgresor— de nuevas ideas. En síntesis, se trata de reflexiones provocadoras, disruptivas, transgresoras, resistentes y transformadoras; y que, por ello, invitan a su reflexión crítica.
La reflexión de Pablo Lazo implica una propuesta que se construye en el no lugar o zona indiscernible, entre filosofía y literatura, y más potentemente, a través de una literatura que como la de Coetzee se mueve en los intersticios, en las zonas grises o en los lugares aporéticos de la vida, es decir: entre el deseo, su satisfacción y su imposibilidad; o, dicho en otras palabras, entre la sugerencia ética, la transgresión o la posibilidad de burlar la Ley desplegando la justicia, que por definición es desbordante (Derrida); o, también, entre el reconocimiento, su imposibilidad y lo que se provoca, que es la locura del sistemáticamente menospreciado. También es interesante que en esta zona aporética se encuentran tanto el doloroso lugar del menosprecio, como también el dis-locado o a-locado, lugar de la resistencia trasformadora.
Por lo dicho anteriormente, vale la pena detenerse en el libro de Pablo Lazo. Sobre todo por la serie de reflexiones que motiva, dispara o detona. El libro se divide en cinco capítulos con un prefacio del propio J.M. Coetzee, en el que habla sobre la “censura” y el control estatal. Así, en un primer momento, esto anuncia una perspectiva lúcida acerca de los entramados saber-poder, así como de los lugares de enunciación. Se trata de una censura que hoy está más viva que nunca y que pervive de diferentes modos, al acechar de manera continua al pensamiento crítico y disidente, como el de Coetzee.
En el prólogo, Lazo nos anuncia varias de las preguntas más importantes de su investigación: ¿cómo del imaginario de Coetzee se pasa a la resistencia?, ¿cómo la narrativa crítica y dislocadora disuelve la sedimentación de los clichés de la cultura, así como de las narrativas estatizadas, mercantiles o soberanas, que se apoderan del sentido común?, ¿cómo encontrar y reproducir fisuras a ese nivel imaginario, como condición de posibilidad de nuevas percepciones y también de prácticas críticas y transformadoras?
Lazo nos aclara que lo que presenta con estas intenciones de crítica ética y política, no se presentan como un fácil panfleto de imperativos categóricos y a la postre domesticables,[7] sino que se trata de desplegar provocaciones que se mueven en el intersticio, en la fisura, es decir, en ese lugar de contacto entre el Estado en sentido restringido y el cuerpo-carne como relación. Es decir, del cuerpo que se fuga (como línea de fuga) de la máquina Soberana. Tal es el caso de la novela Vida y época Michael K, en donde Michael, que es una especie de hombre de la calle, que bien podría tratarse de un inmigrante contemporáneo, o de un homo sacer —para decirlo con Agamben—, siempre parece fugarse de las instituciones soberanas. Esto último no sólo lo hace físicamente, pues también se niega a cooperar con ellas al no querer ser alimentado por esas instituciones soberanas. Aquí también siguiendo a Agamben, Lazo nos habla de la importancia en determinados contextos de insistir en la inoperancia, entendida como un no cooperar con el mercado o las lógicas soberanas.
Sin duda alguna, en el libro de Lazo hay una preocupación foucaultiana que pasa por la generación de nuevas singularidades ajenas a la normatividad. Y ya que lo que presenta Lazo con Coetzee, y más allá de él, no es preceptiva moral, o prescriptiva, sino mera sugerencia, la solución o la realización de una postura crítica es dejada a cada lector.
Por otra parte, en el capítulo uno titulado “La literatura terrestre de Coetzee”, Lazo nos explica cómo en Coetzee las imágenes de su narrativa se mueven al nivel de acciones y pasiones crudas, de allí lo terrestre de su literatura. Se trata de una posición terrestre, inmanente, carnal, o bien, al nivel de la superficie, tal y como es la filosofía adecuada según Deleuze en sus Tres imágenes de filósofos expuestas en la Lógica del Sentido.[8] Recordando ese texto, para Deleuze no se trata de hacer una filosofía de las alturas o en el trasmundo para decirlo con Nietzsche, pero tampoco de las cavernas ocultas, sino desde y a través de la superficie, justo como la garrapata que se encuentra extrayendo sangre del animal.
De allí, como ya lo decía en mi introducción, que las sugerencias de postura ético-crítica desprendidas de las reflexiones de Pablo Lazo y de Coetzee, implican un “involucramiento afectivo”.[9]
Este involucramiento implica un trabajo a nivel del afecto, pues allí se juega la posibilidad de un devenir otro, más allá o más acá de la identidad estatalizada o normalizada y capitalista, introduciendo a la “multiplicidad” y la “diferencia” contra la homologación capitalista que domestica o contiene a la subjetividad en las figuras del consumidor o del buen ciudadano.
Lazo nos muestra que los personajes de la literatura de Coetzee, como en Vida y época de Michael K, o como John C en Diario de un mal año, son fronterizos porque se encuentran en los bordes, o bien, están desbordándose. Y recordemos que es justo allí, en el lugar indecidible, gris y fronterizo, en donde crecen las posibilidades de la disrupción; o, dicho en otras palabras, es allí, a veces veladamente, pero no por ello menos potente, en donde es posible encontrar huellas que delatan o ponen en cuestión determinada configuración sociopolítica[10] revelando su vacío e imperfección.[11] Esto supone, en palabras de Lazo, una “astucia queer” de resistencia.[12]
En el capítulo II titulado “El reconocimiento y su negación”, Pablo Lazo, recuperando a Honneth, nos habla de las dinámicas de reconocimiento y menosprecio: de la lucha por una y de las consecuencias de la última, a través de la narrativa de Coetzee. Incluso nos llega a decir que en un afán “detectivesco”, o sea, con una mirada sutil, es posible encontrar “trazas de discurso crítico […]”[13] aun en las novelas que parecen desplegarse a través de pura locura y menosprecio sin emancipación, pues lo que allí habría que rescatar es una suerte de crítica negativa a través de contrajemplos o de los anti-héroes de Coetzee.
Tal es el caso de Eugene Dawn, personaje principal de la novela Informe Vietnam. Eugene Dawn, es un personaje al que se le encarga realizar un informe para el ejército norteamericano en la guerra contra Vietnam. Su estrategia, o informe, resulta ser una encarnación explícita de la política cínica, nulificadora, humilladora e imperial hacia los vietnamitas. Según Lazo, siguiendo a Derrida y a Honneth, en Informe Vietnam encontramos un “despliegue megalomaníaco” o bien, una “verdadera apologética del poder hegemónico” por parte de Dawn. De aquel que al encarnar una racionalidad instrumental cosifica a lo(s) otro(s), a través de una “ilusión de omnipotencia”,[14] en donde la solución “final” que le queda al delirante egócrata (Lefort) es la muerte, tanto de los otros, como de sí mismo.[15]
Esta potencia de humillación y perversidad que Dawn dirige hacia los otros, y que se hace patente en su propia vida sexual, se lee en la siguiente cita que Lazo extrae de la novela comentada:
“No hay ningún secreto, le diría yo, todo está en la superficie y resulta visible para quienes tienen ojos en la cara. Cuando descubras que ya no puedes besarme, le diría, habla con señales, y dime que soy carroña y que te da asco tocarme con la boca. Por mi parte, cuando yo provoco convulsiones en tu cuerpo con mi picana eléctrica, únicamente estoy encontrando una forma más franca de tocar mis centros de poder que la insatisfactoria conexión genital. (Ella llora cuando lo hago, pero yo sé que le encanta. La gente toda es igual). No tengo secretos para ti, le digo, ni tú tampoco para mí”.[16]
Otro pasaje que Lazo analiza de las novelas de Coetzee, es la vida de Magda, una de los personajes centrales de la novela En medio de ninguna parte. Se trata del caso de una mujer que es sistemáticamente menospreciada por su padre que es un terrateniente blanco. Este proceso sistemático de menosprecio que “genera una patología social extrema”[17] hace que Magda, en una condición neurótica-obsesiva, sea acosada por constantes fantasías asesinas en donde ella viola y desgaja a los otros.[18] De hecho, imaginariamente, asesina a su padre en tres ocasiones: primero lo apuñala; luego lo mata a hachazos; y por último, lo asesina con una escopeta. Sin embargo, “ninguna de las tres muertes fue definitiva”.[19]
Lazo articula aquí una crítica a la razón colonial y a la razón prepotente autocentrada,[20] en este caso, la del terrateniente blanco que menosprecia a su hija Magda provocándole una locura que “delata la imposición” de un poder de dominación.[21] Para Lazo en consonancia con Derrida, el padre de Magda es un Soberano, que al estar fuera de la ley tiene la “capacidad de nulificar”, o de “administrar la nada”.[22]
Posteriormente, Pablo Lazo reflexiona a partir de la novela La edad de Hierro, para tratar el espinoso y pertinente asunto de la hospitalidad a través de las reflexiones de Derrida. Así Derrida, haciendo una crítica de una hospitalidad condicionada propia de Estados que subsumen al otro diferente en un discurso de tolerancia liberal y humanista, nos convoca, por el contrario, a pasar hacia una hospitalidad absoluta que requiere del cuestionamiento de mi yo egoísta. De nuevo se trata de una crítica a la soberanía, pero en este caso a la supuesta soberanía del yo sobre el yo mismo.
De este modo, esta hospitalidad absoluta, que requiere de “todo mi yo en cuestión”,[23] es ejemplificada en el personaje de la señora Curren. Se trata de una señora a quien le es detectado un cáncer terminal y que, además, vive el drama de ser menospreciada y olvidada por su propia hija, que no vive con ella. De pronto, la señora Curren, que además vive en medio de una guerra, se encuentra con un hombre de la calle en su propio jardín. Ella decide acogerlo y en sus fracasados intentos por asimilarlo (hospitalidad con condiciones), ella es la que termina siendo atravesada y desposeída de su supuesta soberanía sobre ella misma (hospitalidad absoluta). Esta hospitalidad sin condiciones se ejemplifica cuando el hombre de la calle tiene que repetir su nombre en tres ocasiones, para poder ser entendido. Este personaje —radicalmente otro—, que lleva el nombre de Sr. Vercueil, es el claro ejemplo del extranjero o de la figura del inmigrante.
En estos mismos términos, Lazo cita a la estudiosa de Coetzee, Samantha Vice, quien relaciona esta experiencia de quiebre, dada en el encuentro con el otro, con la experiencia del amor de la siguiente manera: “Existe un amor que no es conocimiento del individuo sino aceptación de lo incognoscible, y es aquí donde la simpatía y la confianza parecen inmerecidas o gratuitas, y donde el conocimiento parece imposible, ya que la tarea de reunir el amor y la verdad es lo más difícil y demandante”.[24]
La guerra en la que se encuentra la Sra. Curren, en Ciudad del Cabo, está provocando la muerte de un sinnúmero de niños, situación ante la cual se llena de ira. Aquí Lazo interviene para relacionar el elemento de la “ira” con la política o acción de resistencia, para hablar con Sloterdijk, de una “política thimótica”;[25] o bien, de una politización de la ira. Claro está que no de cualquier ira, sino de una ira contenida o redirigida.
De manera que la politización despliega su potencia constituyente a nivel terrestre, es decir, al nivel de la intimidad, de las pasiones o del duelo, como en el caso del personaje Dostoievsky de la novela El maestro de Petersburgo, quien se lamenta por no haber estado en la muerte de su hijastro.
El capítulo tercero, titulado “Disparadores de la acción social”, también pasa por el análisis y la reflexión de otras novelas de Coetzee. Tal es el caso de la novela Desgracia, en donde el profesor de literatura David Laurie, que se relacionaba de manera erótica y constante con sus alumnas, decide renunciar a su universidad por una acusación de acoso. Posteriormente será sorprendido porque tres hombres de color violan a su hija. Su hija, blanca como él mismo, decide no denunciarlos y tener al hijo de uno de los violadores. Lazo nos habla ahora de la desestructuración del ethos masculino de David Laurie y de cómo los asuntos de raza pueden intervenir en la percepción de un delito.
Páginas después tocará el turno a la novela Esperando a los bárbaros,[26] que, a decir del mismo Lazo, “[…] está narrada más transparentemente la relación entre la descripción cruda de imágenes literarias y una reflexión crítico-política que dispara la acción de resistencia”.[27] Lo que Lazo reflexiona a partir de esta novela es el mecanismo identitario, imperial y violento, que busca a toda costa protegerse –inmunitariamente– en sus propias fronteras, o muros, proyectando un otro que en realidad no existe como tal, pero gracias al cual se fortalece el imperio autocentrado.
En la novela, esos bárbaros a los que se espera nunca llegan, como en el poema citado por Lazo de Konstantino Kavafis.[28] En realidad, esos terribles y amenazantes otros son simples fantasmas, que, como los buenos fantasmas, operan reterritorializándose o creando espacios a través del establecimiento de fronteras y despliegue de violentas políticas de absorción o contención. Desde este punto de vista imperial y violento, Pablo Lazo nos habla, con Nietzsche, de: “La necesidad de una tensión agónica perpetua (no de una dialéctica que pudiera prever la solución de la oposición) entre el que humilla y es humillado, entre aquél que se exhibe en la violencia y aquél que es sometido, como parte estructural de la consolidación de un pueblo, de su naturaleza más o menos fuerte […]”[29]
Posteriormente Pablo Lazo, siguiendo a Deleuze y a Grant Hamilton,[30] nos habla de dos lugares: del Imperio y su política, y de los bárbaros. A partir de esos lugares, es posible hablar de dos geografías que se encuentran en “choque” y en una “intersección problemática”.[31] Se trata del mapa o del plano vertical de la política imperial y del horizontal que es propio de los bárbaros o nómadas. Desde Deleuze, como nos recuerda Lazo, estas dos geografías corresponden a dos epistemes contradictorias y coexistentes. A partir de aquí es válido preguntarse si se puede cuestionar, y de qué manera, a esta geografía vertical por una desterritorialización horizontal. Esto es importante, porque en cada mapa se condiciona una episteme y toda una serie de consideraciones ontológicas.
Ahora bien, desde Deleuze la “geografía” o episteme imperial sería arborescente, mientras que la nómada implicaría un devenir rizomático que “se desplaza asociando intensidades”.[32] Sin embargo, en esa problemática de coexistencia espacial surge un tercer espacio, que es el del personaje Hamilton. Hamilton es un magistrado (que está en una espacialidad vertical o arborescente) que adopta una perspectiva nómada al enamorarse de “una muchacha nómada”.[33] Aquí de nuevo se escenifica el asunto de la “conversión íntima”, a través de una “relación erótica con la muchacha nómada”.
A partir de aquí, podemos hablar de una reterritorialización y una desterritorialización,[34] ya no solo en términos físicos-espaciales o políticos, o bien discursivos-imaginarios, sino a nivel corporal. Por medio de la relación erótica entre los cuerpos pasa la desterritorialización y la reterritorilización. Es Hamilton, quien, en esta zona gris “resiste” intersticialmente con el objetivo de transformar las lógicas soberanas, o de lograr espacios liberados y de liberación. Esta potencia de desterritorialización, a decir de Pablo Lazo, es justo la que se encuentra en las imágenes literarias de Coetzee.[35]
Siguiendo con la idea de las descodificaciones, o de las desterritorializaciones o pliegues del espacio, Lazo analiza el ejemplo de una escritora llamada E. Costello, que es el personaje principal de la novela Elizabeth Costello. E. Costello, es una extraña escritora famosa que siempre hace lo posible por no cumplir con el rol que se espera de ella. Se trata de una especie de inoperancia —Agamben— que siempre decepciona a los espectadores que asisten a escucharla. Inoperancia que consiste en su constante descodificación, ya sea mediante extrañas ideas que articula, o bien, mediante su extraño comportamiento que le coloca en un “intersticio entre lugares”.[36]
A propósito de esta idea intersticial o de sustracción respecto de la cartografía arborescente o imperial que recuerda al devenir minoritario de Deleuze, Lazo analiza la novela Diario de un mal año. Esta novela narra la vida de un escritor viejo y solitario, que contrata a una hermosa y joven mujer como ayudante, mientras él participa en la publicación de una serie de reflexiones sobre política. La joven mujer siempre lo menosprecia eróticamente. En la novela surge un tercer personaje: se trata de Alan, el novio de Anya, la joven ayudante del escritor. Alan, por su parte, será el representante del emprendedor tecnificado, que en cada uno de sus comentarios deja traslucir el funcionamiento de una razón instrumental inoculada.
La novela es interesante ya que está compuesta por tres textos en una misma página: el diario de la joven; las reflexiones políticas del escritor (el Sr. John C.); y su propia narración de los hechos. Se trata de tres espacios o terrenos que posibilitan en cada lector una suerte de “estrabismo de la mirada”,[37] que dejan entrever un estrabismo escritural por parte del mismo Coetzee. Otra vez, lo que Lazo despliega, de manera magistral, es una crítica a la idea de la identidad en sentido fuerte y violento (por lo que deja fuera), así como un cuestionamiento de los límites o de las fronteras del discurso identitario y auto-centrado.
Si lo que se critica es lo disciplinar, nos encontramos, por el contrario, con una escritura y lectura indisciplinada. A esto último Lazo le denomina: “[…] desbaraturías para hablar de un lenguaje que escapa a toda dimensión categorial”.[38]
El cuarto capítulo, se titula “Resistencia y literatura”. En este se explicita la crítica que Pablo Lazo realiza, junto con las imágenes literarias de Coetzee, al poder colonial pasando por el cuestionamiento hacia la autoridad, en especial, en el abordaje del tema del autor y su autoridad. De ahí que pueda afirmar que en este capítulo se hace presente un talante antiautoritario por parte de Lazo.
La primera novela analizada es la de Foe, en donde Coetzee muestra la destrucción de la narrativa tradicional en el trastocamiento de Robinson Crusoe.[39] En esta novela, el personaje Viernes no es un simple y fiel esclavo, sino un extraño personaje no “catalogable”.[40] Además, en la narrativa de esta novela, aparecerá un tercer personaje: Susan Barton, que rompe con la rutina de Cruso (no Crusoe) y de las extrañas relaciones con Viernes.
Es esta desestructuración de la narrativa tradicional (como en Robinson Crusoe) Lazo señala un gesto anti-colonial. Es decir, ya no es el solitario hombre conquistador, que se hace de la isla con su esclavo Viernes, sino que, por el contrario, se trata de un Cruso perturbado y cuestionado por Susan Barton.[41]
En estos tensos escenarios entre un Yo y sus perturbadores y no asimilables Otros, hay un cuestionamiento a lo identitario —puro— y una recolocación del fenómeno comunitario en su sentido poroso, abierto y conflictivo.
Se trata una vez más, pero con mayor contundencia, del tema de la otredad. Sin embargo, no de cualquier otredad, sino de la Otredad trascendental, es decir, según Deleuze, se trata de un otro que es condición de posibilidad de mi mundo o de la configuración de mi mundo. Así, cuando lo que hay es una oclusión o desaparición de los otros, se trastorna mi percepción del mundo, de manera que los otros ya no pueden comparecer como otros, sino como cosas u objetos manejables; de esta manera los otros se reifican. Al respecto, Pablo Lazo, nos recuerda al propio Deleuze cuando este escribe que:
“[…] el otro no es ni objeto en el campo de mi percepción, ni un sujeto que me percibe; es, en primer lugar, una estructura del campo perceptivo sin el cual este campo, en su conjunto, no funcionaría como lo hace… Así, El Otro a priori, como estructura absoluta, funda la relatividad de los otros como términos que efectúan la estructura de cada campo. Pero, ¿cuál es esta estructura? Es la de lo posible”.[42]
Gracias al Otro tengo mundo en donde los demás son fines y no medios, y también el Otro configura un mundo de posibilidades. Entonces, el otrocidio configura el mundo del perverso o del psicótico en donde ya no hay Otro ni otros, sino lo que hay es una “imposibilidad de asignar la función de otro a otro”,[43] así ya no hay posibilidad o mundos alternativos, sino pura necesidad o fatalidad.[44]
Para Pablo Lazo, todavía existe otra manera de resistir a este asfixiante mundo de la necesidad, que supone la oclusión del Otro. Ya no es la ira, lo que detonará esta política intersticial, sino la risa. Sin embargo, no cualquier risa, sino una que libera al ego (Critchley).
Pablo Lazo retoma esta reflexión para analizar su potencia de conversión, a partir de las novelas de Coetzee, La infancia de Jesús y los Días de Escuela de Jesús.[45]A partir de estas novelas, Pablo Lazo, haciendo una crítica del mundo de la “nivelación social totalizada” y a la “fantasía de vivir en el mejor de los mundos”,[46] retoma el elemento de la risa como un gesto, gracias al cual es posible liberarnos pues nos permite reconocer “nuestra propia inautenticidad en una suerte de autonegación cómica”.[47]
Se trata de una risa que no sólo promueve cierta conversión, sino también cierta politización. Promueve la conversión y la politización, porque, por una parte, se trata de una postura cómica que nos libera de la concepció “[…] trágico heroica de una supuesta autenticidad del yo”;[48] y, por otra parte, nos posibilita negar al yo para ceder a la demanda de los otros. En palabras de Critchley: “[…] el humor nos devuelve a la modestia y a la limitación de la condición humana […]”[49]
De esta manera, Pablo Lazo extrae como ejemplo tres escenas que ejemplifican a la risa como “disparador de la acción”. En una escena, el personaje de nombre Simón, al estar hablando de Dimitri, que es un ser indeseable, no se queja de la poca fortuna por haberlo conocido, sino que de manera cómica dice que tal experiencia fue digna de ponerse en el curriculum.
En otra escena, Lazo, con ayuda de Coetzee, realiza una crítica al afán positivista por medirlo todo. Afán que, creyendo de manera ingenua que así se tiene un nexo privilegiado con la realidad, termina tecnificando todo cuanto existe en una medición sin medida (es decir, desmesuradamente). Esto sucede cuando un personaje, el profesor Moreno, imparte una conferencia sobre un especialista llamado Dr. Metros. El Dr. Metros, es justo el representante de ese afán de medir sin medida, es decir, de un medir desmesurado, que pretende aprehender toda la realidad a través de la medición. Existe también otra escena en donde el personaje Simón decide inscribirse en la Academia de danza y, para ello, se compra unos extraños zapatos que apenas y le quedan, por lo que tiene que hacerles una abertura dejando los dedos de sus pies por fuera.
Finalmente, Pablo Lazo aclara la necesidad de criticar un proceder filosófico metafísico, endogámico, autocreído o exageradamente abstracto, para retomar por otra vía, el tema de la filosofía inmanente, terrestre o de las superficies; que, además, se encuentra en una “zona enigmática”, conflictiva, pero muy productiva entre ella misma y la literatura, como con otros saberes y problemas.
Se trata entonces, de una potente filosofía transfronteriza o en los bordes, que para desplegar su potencia crítica asume tanto su lugar de enunciación, como su posición en las múltiples relaciones de fuerza que constituyen la realidad. Como se lee en una escena de la novela de Coetzee La Infancia de Jesús, que Pablo Lazo cita:
–Lo siento, esa filosofía no me interesa.
–¿Qué tipo de filosofía te gustaría? –pregunta Eugenio.
–La que conmueve. La que te camba la vida.[50]
Aquí una vez más, nos encontramos con una politización de la filosofía. Esto último con el propósito de pensar en una filosofía que no sea cómplice de los procesos de dominación y explotación, sino que invite a la conversión, no sólo personal sino colectiva.
Como conclusión afirmaría que estamos ante reflexiones que se mueven a nivel de superficie (Deleuze).[51] Esta situación hace que el pensamiento sea potente, al situarse en ciertos lugares, con ciertas perspectivas y posicionado en ciertas relaciones. De esta manera, afirmo, gracias a las reflexiones a las que nos invita Lazo y Coetzee, la importancia de desplegar un pensamiento potente, ético y crítico, que reclama una “conversión íntima”, es decir, una transformación a nivel afectivo y corporal.
Desde ese terreno se juegan las dinámicas conflictivas entre reconocimiento y menosprecio (Honneth). O sea, desde las nefastas consecuencias del menosprecio, como desde la posibilidad de luchar por el reconocimiento, a veces sin tantas posibilidades de éxito, pues como el gramsciano “pesimismo de la inteligencia, pero optimismo de la voluntad”, los imaginarios de Coetzee, como nos lo dice Pablo Lazo, “[…] son desoladores en su esperanza, esperanzadores en su desolación”.[52]
Dado que se trata de una desterritorialización, o de un proceso de transformación que se juega a nivel terrestre, Pablo Lazo nos recuerda que es importante pensar en términos de la ira, del duelo, del erotismo o de la risa. Se trata, en efecto, de pensar, como nos lo dice Pablo Lazo, en una “política thimótica”. Sin embargo, no se trata de cualquier política, como la clásica de las grandes instituciones, sino de una mucho más potente que se juega a nivel molecular o micro-político.
No cabe duda que las reflexiones de Lazo nos ayudan a complejizar el campo de batalla, y nos ayudan a detectar las posibilidades de fuga, de emancipación y de transformación. En ese sentido, se nos enseña la necesidad de ser lúcido respecto del carácter sociopolítico del deseo y de aprender a devenir otros y con otros.
Así, reflexiones como las de Pablo Lazo, nos demuestran la importancia de recrear en la propia reflexión una comunidad potente compuesta de múltiples voces que se alzan desde el sometimiento de manera crítica. Se trata de una comunidad, en donde el otro ya no es percibido como objeto de dominio, sino como un a priori trascendental, para lo cual, habría que activar paralelamente la crítica de aquellos imaginarios que sostienen prácticas tanatopolíticas: desde desapariciones inexplicables y forzadas, hasta el racismo, machismo, corrupción cínica, acumulación por despojo (Harvey), daños ambientales y demás. Estas prácticas que nulifican al Otro como fuente de múltiples posibilidades, nos sumen en una necesidad niveladora, homogénea y en donde parece que pensar en otro mundo no es posible. Esa es una de las principales tragedias, la de asumir lo que hay como fatalidad.
Finalmente, con Freud, me pregunto si la literatura de Coetzee, no trata más bien sobre un lugar siniestro, esto por la crudeza —familiar— de su narrativa. Una siniestra literatura, que justo por ello, mueve a la crítica y posibilita la transformación liberadora.
Quedaría la tarea de pensar, para todo lector, cómo asumir la micro-política afectiva y no franca que se sugiere en estas reflexiones, en determinados contextos. Y cómo, en dado caso, tendría que articularse en la colectividad o, a veces, con la institucionalidad; o bien, cómo tendría que desplegarse desde el espacio imaginario de la literatura hacia otros espacios diferentes.
De cualquier manera, esta mirada crítica, matizada, sutil y compleja que sugieren las reflexiones “terrestres” y “disparadoras” nos enseñan que, si bien no hay nada más doloroso que los espacios de la exclusión, es justo allí, en la intersección entre el Soberano y el homo sacer, en donde hay que situarse. Pues, por una parte, está la posibilidad siempre abierta del quiebre y del fracaso; pero, por otra, está la posibilidad de la fuga y de la transformación.
Bibliografía
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- Deleuze, Gilles, Lógica del sentido, Paidós, Barcelona, 2005.
- _____, Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia, Pre-Textos, España, 2010.
- Derrida, Jacques, Seminario: La Bestia y el Soberano. Volumen I, Manantial, Buenos Aires, 2010.
- Lazo Briones, Pablo, M. Coetzee: Los imaginarios de la resistencia, Akal, México, 2017.
- _____, La Frágil Frontera de las palabras. Ensayo sobre los (débiles) márgenes entre filosofía y literatura, UIA- Siglo XXI, México, 2006.
- Osorio, Jaime y Victoriano, Felipe (eds.), Reflexiones críticas sobre subalternidad, hegemonía y biopolítica, UAM-Cuajimalpa, México, 2012.
- Scott, James, Los dominados y el arte de la resistencia, Era, México, 2011.
- Žižek, Slavoj, En defensa de la intolerancia, Sequitur, Madrid, 2009.
Notas
[1] Slavoj Žižek, En defensa de la intolerancia, ed. cit., p. 31.
[2] Ibid., pp. 31-34.
[3] Cfr. Cabezas, Exclusión en América Latina. Re (-) presentación, soberanía y residuos teológico-políticos.
[4] Cfr. Briones, J.M. Coetzee: Los imaginarios de la resistencia.
[5] Cfr. Critchley, Infinitely Demanding. Ethcis of Commitment, Politics of Resistance.
[6] Cfr. Jacques Derrida, Seminario: La Bestia y el Soberano. Volumen I.
[7] Briones, op. cit., p. 32.
[8] Cfr. Deleuze, Lógica del sentido.
[9] Briones, op. cit., p. 27.
[10] Ibid., p. 49.
[11] Ibid., p. 44.
[12] Ibid., p. 47.
[13] Ibid., p. 52.
[14] Ibid., p. 56.
[15] Ibid., p. 60.
[16] Ibid., pp. 56-57.
[17] Ibid., p. 62.
[18] Ibid., p. 64.
[19] Ibid., p. 65.
[20] Ibid., pp. 68-69.
[21] Ibid., p. 72.
[22] Ibid., p. 74.
[23] Ibid., p. 77.
[24] Ibid., p. 83.
[25] Ibid., p. 90.
[26] Ibid., p. 134.
[27] Idem.
[28] Idem,
[29] Ibid., p. 136.
[30] Ibid., pp. 137-139.
[31] Ibid., p. 138.
[32] Idem.
[33] Ibid., p. 139.
[34] Frente a la territorialización de las lógicas soberanas y del capital.
[35] Ibid., p. 145.
[36] Ibid., p. 161.
[37] Ibid., p. 168.
[38] Ibid., p. 169.
[39] Ibid., p. 193.
[40] Ibid., p. 194.
[41] Ibid., p. 206.
[42] Ibid., p. 210.
[43] Ibid., p. 211.
[44] Ibid., p. 212.
[45] Ibid., p. 213.
[46] Ibid., p. 215.
[47] Ibid., p. 253.
[48] Idem.
[49] Idem.
[50] Ibid., p. 221.
[51] Cfr. Deleuze, Lógica del sentido.
[52] Briones, op. cit., p. 269.
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