El poder: una permanente provocación

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Una crítica de la razón política está a la orden del día, y su necesidad es evidente.

Jacques Donzelot, la policía de las familias.

 

 

El análisis y la crítica políticas están en gran medida por inventar.

Michel Foucault, Las relaciones de poder penetran los cuerpos.

 

Escenarios y problemas

Los muros se encabalgan entre sí, custodiando rigurosamente la torre central que domina la escena con sus amplios ventanales. Al exterior y al interior, frontal y austera, una geometría punitiva acompaña los márgenes, cobijando los espacios celulares que han de custodiar unos cuerpos apenas arrebatados a los suplicios y pronto destinados a la amenaza y al sometimiento de la vigilancia generalizada del sistema penal. La ventana interior de la torre se dirige a las celdas, donde bastará con poner un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un escolar para el funcionamiento pleno del dispositivo; en el extremo, la expectativa de un final siempre idéntico: el de un sujeto prosternado ante el poder y útil a sus fines. Utopía de mal gusto o dictadura de clase, la tecnología ortopédica del espacio disciplinario tiene por objetivo realizar la ficción normalizadora. Vigilancia, control y corrección serán entonces los principios básicos del dispositivo panóptico que de manera eficiente ha trazado el diagrama de la ciega maquinaria de la visibilidad, el espacio disciplinario por excelencia: el suplemento penitenciario. Nos referimos a la prisión, ese singular complejo arquitectónico que preside el “archipiélago carcelario” de nuestras sociedades, de las que sin embargo no es seguro que sea ni el antecedente histórico ni el lugar mínimo o paradigmático de la dominación. Pero en el que, suponemos, se lleva a cabo una función civilizatoria. No obstante, debemos preguntarnos, ¿cumple esa función?

Actualmente conocemos muy bien los procedimientos y los efectos de la “forma prisión”, que ha sido el modelo privilegiado por Occidente para la impartición del castigo: enceldamiento individual, visibilidad integral, vigilancia constante, todas ellas disposiciones que acompañan la enmienda del criminal. Este último constituido como el correlato necesario de las disciplinas y del ascenso de la norma como forma sucedánea de la ley, la cual instaura de facto el control en las sociedades disciplinarias. Todas estas disposiciones forman parte de un sistema de pensamiento que, mediante el flaco consenso de la benignidad de las penas y la racionalidad del encierro, extiende la gestión de los ilegalismos como la estrategia política general de una parte de la sociedad sobre su conjunto. Política que tiene como efecto impedir y aplazar, mediante diversas imposiciones y hegemonías, la verdadera discusión democrática sobre los medios de castigo, al apelar al discurso emocional de la seguridad de los ciudadanos. Sin embargo, una lectura estratégica del nacimiento de la prisión muestra que la delincuencia, el ilegalismo sometido, es un agente diferencialmente administrado para el ilegalismo de los grupos dominantes.

Con la consecuencia de “naturalizar”, mediante lo carcelario, el poder legal de castigar, “legalizando” el poder técnico de disciplinar.

 

Tal es, de manera general, el panorama que Michel Foucault describe en Vigilar y castigar. Una investigación genealógica que se propone descubrir el sistema de racionalidad que subyace a la idea ampliamente extendida desde finales del siglo XVIII, que hace del encierro la mejor forma de castigar las infracciones que se producen en sociedad.

Este texto, publicado en 1975, forma parte de un importante movimiento de crítica al sistema penal, que eventualmente centra sus modos de acción en una denuncia puntual de las condiciones de detención de los presos, y en otras ocasiones, denuncia radicalmente su propio principio, exigiendo el cierre de las prisiones.

A partir de esta genealogía de la administración del castigo en un sistema carcelario, la crítica de la razón política no ha podido dejar de ver en la prisión un importante instrumento para la problematización del poder

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Analizar el poder

Debemos a los desarrollos de Foucault la apertura de este importante campo de estudio de las relaciones políticas, al que llamamos “analítica del poder”. Se trata de un estudio de las relaciones de fuerza inmanentes a lo social que se niega a constituirse en una teoría política, en la medida en que polemiza las objetivaciones de esta última. Las cuales hacen de las relaciones políticas una problematización jurídica y economicista, al formular el análisis político en términos de una disyuntiva como la siguiente: o bien el poder es represivo y restrictivo, por lo cual adopta la forma de la ley y del consenso (modelo legal estructurado en la pregunta ¿qué es lo que legitima el poder?), o bien es isomorfo a la economía y por consiguiente desempeña la función formal de ser un instrumento de la clase dominante (modelo institucional que gobierna la pregunta ¿qué es el Estado?). En ambos casos, argumenta el pensador francés, la especificidad y la materialidad de las relaciones de poder resultan invisibilizadas por la teoría al plantearse preguntas metafísicas para cuestiones políticas.

Por estas razones Foucault postula la necesidad de problematizar la política desde la óptica de las tecnologías y las estrategias de poder, planteándose cuestiones de procedimiento (por ejemplo ¿cómo se ejerce el poder?) en lugar de cuestionarse por su esencia misma. Por consiguiente, la “analítica del poder” toma como punto de partida las formas de resistencia contra diferentes tipos de poder en su momento inicial, para establecer críticamente las relaciones entre la racionalidad y la política; definiendo el dominio específico que forman las relaciones de poder, al determinar los instrumentos que permiten analizarlo.

Para algunos lectores críticos del pensamiento foucaultiano, Vigilar y castigar desarrollaría una primera “analítica del poder” que estudia cierto tipo de relaciones de fuerza que dan lugar a lo que Foucault llama poder disciplinario o poder de normalización, del cual forma parte el dispositivo carcelario que presentamos al comienzo de este texto bajo el nombre de “panoptismo”. Este poder, basado en las disciplinas, se vale de una tecnología política del cuerpo que rebasa ampliamente el espacio restringido de la prisión, implementando modos de circulación del poder que extienden las relaciones de fuerza en todo el cuerpo social, permeando lugares que hasta entonces habían sido inéditos en las estrategias de control. Este poder, según la “analítica” de Foucault, consiste en “un conjunto de dispositivos que descansan sobre una tecnología apoyada en una (micro)física”

del cuerpo. Dispositivos y tecnologías que se valen de la voluntad de verdad, una prodigiosa maquinaria de exclusión que se hace cargo del orden de las discursividades, para ejercer sobre otro tipo de discursos una presión o un tipo de coacción capaces de obligarlos a desviarse de sus reglas de formación iniciales. Así por ejemplo, los discursos del sistema penal buscarán, impelidos por la acción y la fuerza de esta voluntad de verdad, sus cimientos, al menos desde el siglo XIX, en la formación de un tipo de saber que, más allá de la teoría del derecho, centre sus miras en enunciados de carácter sociológico, psicológico, médico y psiquiátrico del delincuente: “como si la palabra misma de la ley no pudiese estar autorizada en nuestra sociedad más que por el discurso de la verdad”

. De un arte de las sensaciones insoportables a una economía de los derechos suspendidos, esta genealogía-analítica de los mecanismos de poder da cuenta de la manera en que los métodos punitivos forman parte de técnicas específicas y generales que colindan con otros procedimientos de poder; propiciando el surgimiento de una “matriz epistemológico-jurídica” que sitúa las tecnologías penales como condiciones de formación de las ciencias humanas.

 

El saber y las disciplinas

Así, la genealogía política de los saberes del hombre, que se desmarca de la historia en la medida en que no estudia un período sino que trata un problema, diagnostica las discontinuidades del ejercicio punitivo desde las “sociedades de soberanía” (Antiguo Régimen) hasta comienzos del siglo XIX, cuando una metamorfosis de los métodos punitivos permitirían el surgimiento de una tecnología política del cuerpo donde puede leerse el umbral común de las relaciones de poder y de las relaciones de objetivación

. Es entonces cuando las ciencias del hombre se originan en un dispositivo político que se aplica sobre el cuerpo y que toma la forma de la disciplina. Estas son precisamente una relación entre saber y poder, donde ninguna de las dos partes del binomio es instaurativa de la otra, que se ejercen sobre la materialidad del cuerpo y sus fuerzas, a través de diversas instituciones de normalización que organizan una estrategia de poder bajo la forma de una “anatomía política del cuerpo”

. Este saber-hacer, esta tecnología política del cuerpo, no es otra que la “microfísica del poder”: un saber en detalle, que se aplica al cuerpo humano mediante una instrumentación multiforme, por vía de las disciplinas para obtener cuerpos dóciles y sujetos obedientes

. Las disciplinas, pues, se ejercen sobre el cuerpo individual mediante cuatro características fundamentales: la distribución espacial, que organiza un lugar para cada cuerpo; la jerarquía y el cifrado de las actividades de los individuos; el control del tiempo de los hombres; y, finalmente, el incremento de la composición de las fuerzas. Celular, orgánica, genética y combinatoria, la disciplina utiliza cuatro técnicas para su ejercicio microscópico: construye cuadros; prescribe maniobras; impone ejercicios; y ordena tácticas para garantizar la combinación de las fuerzas

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Para Foucault es a través de las ciencias del hombre como el poder disciplinario le otorga un alma al cuerpo

. Este poder tendrá entonces un elemento importante de su genealogía en la oposición entre lo judicial y lo jurídico-policial-penitenciario, donde el hombre de las ciencias humanas encuentra su lugar institucional de formación

. El hombre de estos saberes, como señala François Ewald, está siempre enfermo; es un hombre que se juega entre lo normal y lo patológico. De tal forma que:

El desarrollo de las ciencias humanas pertenece o se origina en una historia de la medicalización alrededor de lo normal y de lo patológico. El hombre de las ciencias humanas es el hombre normal, aprehendido a partir de sus distanciamientos, de sus infracciones, de su patología.

 

 

Este saber del hombre está ligado a un poder productivo que establece una “economía política” del cuerpo; registro genealógico al que Foucault interroga no en sí mismo, sino en sus distintas captaciones: como objeto de saber, de poder y de placer. La genealogía de la prisión muestra la manera en que el cuerpo se encuentra directamente inmerso en un campo político de relaciones de poder, un sistema de sujeción, que hacen de él fuerza de producción, a condición de convertirlo en un cuerpo sometido

. Es así como Foucault muestra que la condición para que haya plusvalía, es el tejido de una trama capilar de poder microscópico que haga presa de la existencia de los individuos, instaurándolos en un aparato de producción; es decir, haciendo de los hombres sujetos y “trabajadores”. Por lo tanto, si la naturaleza del hombre no es el trabajo, según había precisado Marx, la consecuencia de la “analítica del poder” es que no hay sobrebeneficio, ni explotación, sin subpoder; sin el vínculo estrictamente político del hombre con el trabajo

. De tal forma que, si como dice Foucault, el “cuerpo sólo se convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido”

, habría que concluir que el capitalismo es imposible sin la emergencia y la eficacia de las disciplinas. En otros términos, la formación –y el ejercicio- del poder disciplinario es la condición de la reproducción de las relaciones de producción capitalistas, que no operan únicamente por la coacción o por la función ideológica de los aparatos de Estado; sino que se ejercen mediante distintos dispositivos estratégicos que producen un saber del cuerpo y de sus fuerzas, calculado y organizado técnicamente. Este poder de las disciplinas o poder de la “norma”, ni esencia metafísica ni invencible aparato de Estado, obliga a la homogeneidad y sólo puede ejercerse en un sistema de igualdad formal. Su ejercicio supone, como hemos dicho, un dispositivo que coacciona por la mirada: “un aparato en el que las técnicas que permiten ver inducen efectos de poder y donde, de rechazo, los medios de coerción hacen claramente visibles aquellos sobre quienes se aplican”

. Esto es el panoptismo: un modelo generalizable de poder que opera con una táctica de las disciplinas individualizantes para producir, mediante el examen, saberes que extienden el campo de visibilidad de los cuerpos

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Para la crítica por venir

En resumen, la “analítica del poder” muestra que las disciplinas, esos panópticos de todos los días, al ser apropiadas por el capital son corresponsables de la formación del sistema penitenciario y de las cárceles; muestra también que las prisiones son isomorfas a los proyectos reformistas (ilustrados y contemporáneos) y que están legitimadas por la ideología de la normalización y la readaptación de los criminales. Sin embargo, ¿no ha constatado la experiencia histórica que las prisiones, lejos de readaptar a los “anormales”, fabrican más delincuencia?, ¿no es la cárcel entonces un fracaso útil para el mantenimiento de la “economía del poder” imperante? En este orden de la discusión, conviene escuchar la advertencia de Alejandro Gómez Jaramillo, quien señala la necesidad de “desprenderse de la idea de que la justificación meta-jurídica, ius filosófica del poder ejercido a través del castigo penal, crea y racionaliza al poder mismo, que le da coherencia”

. Si esto es así ¿habría que plantearse seriamente la necesidad de administrar las penas de otra manera?, ¿habría que cuestionar la racionalidad del encierro como forma de castigo? Más allá de las decisiones de coyuntura, que pertenecen a las colectividades y a los debates públicos, el cuestionamiento de las representaciones legitimantes daría lugar –sin duda- a otra serie de interrogantes que deben comenzar a ocupar la imaginación política, aún cuando el vocabulario analítico de estas críticas esté por inventar. Algunas de ellas pueden ser planteadas recuperando las lecciones de Foucault; por ejemplo: si el poder disciplinario es precondición del modo de producción capitalista ¿las luchas locales contra focos específicos de poder pueden ser consideradas luchas antisistémicas contra el capitalismo en su conjunto? si ese fuera el caso ¿habría que subsumir de nuevo la pluralidad de las luchas contra distintos frentes, a la forma general de una lucha en conjunto contra la explotación?, ¿conviene políticamente mantener la pluralidad de las resistencias?, ¿se debe jerarquizar el estatuto de esas resistencias, o esto último sería contraproducente? Otra cuestión: si la crítica de las disciplinas no se dirige al modo de producción en su conjunto ¿corre el riesgo de convertirse en una ideología que legitime el poder? Todas estas preguntas quizá puedan conducirnos a la cuestión más fundamental acerca de la crítica contemporánea, su función y sus procedimientos, en nuestra actualidad política. Idearla y ponerla en marcha es una tarea de la que ya se ocupan las fuerzas progresistas al exterior y al interior de la academia.

Para concluir, hay que señalar que Foucault pretendía que al mostrar el sistema de racionalidad de las prácticas punitivas, se lograría reexaminar los principios teóricos para transformar realmente el sistema penal

; pero “¿bastará con conocer el sistema de nuestras vidas para librarnos de él?”

. Sea cual fuere nuestra respuesta, la evidencia es que a más de veinte años de la muerte de Foucault, y quizá con mayor fuerza que entonces, el poder sigue siendo una permanente provocación.

 

Bibliografía:

Boullant, François, Michel Foucault y las prisiones, Ed. Nueva Visión, Buenos Aires,  2004.

Ewald, François, Humano, demasiado humano, en Lecourt, D. P. H. Gouyoun, et. al. Las ciencias humanas ¿son ciencias del hombre?, Ed. Nueva Visión, pp.23-29.

Foucault, Michel, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Ed. Siglo XXI, México, 2003.

Foucault, Michel, “¿A qué llamamos castigar?” en Foucault, Michel, La vida de los hombres infames, Ed. Altamira, Buenos Aires, 1996.

Foucault, Michel, El orden del discurso, Ed. Tusquets, Barcelona, 2005.

Foucault, Michel, La verdad y las formas jurídicas, Ed. Paidós, España, 1999.

Gómez Jaramillo, Alejandro. Un mundo sin cárceles es posible, Ed. Coyoacán, México, 2008.

Gros, Fréderic, Michel Foucault, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 2007.