JOHANN MORITZ, “NAVIO NEGREIRO” (1835)
Resumen
En este trabajo se realiza un análisis del personaje femenino Analia Tu-Bari en la novela La ceiba de la memoria. De este modo, a partir de las reflexiones y posturas de San Agustín, del teólogo J. B. Metz y del filósofo Paul Ricoeur, se plantea la acción del concepto de memoria en el personaje Analia Tu-Bari. El análisis propuesto sigue las pautas de la memoria en relación con los conceptos de rememoración y evocación, del dolor y la libertad, de la individualidad y colectividad, y finalmente del horizonte ético de la memoria.
Palabras clave: dolor, esclavitud, ética, historia, libertad, memoria.
Abstract
The aim of this paper is to make an analysis of the female character Analia Tu-Bari in the novel La ceiba de la memoria. From the reflections and postures of Saint Augustine, the theologist J. B. Metz and the philosopher Paul Ricoeur, arises the action of the concept of memory in the character of Analia Tu-Bari. The proposed analysis follows the patterns of the memory with its relationship with concepts such as rememoration and evocation, pain and freedom, individuality and community, and finally the ethic’s horizon of the memory.
Keywords: pain, slavery, ethics, history, freedom, memory.
Contexto: la esclavitud en Cartagena de Indias
La novela La ceiba de la memoria, del escritor colombiano Roberto Burgos Cantor, está centrada en un acontecimiento histórico que es fundacional en lo que interesa a la historia moderna de Latinoamérica: la venta de esclavos negros en Cartagena de Indias. Burgos Cantor narra las diferentes perspectivas de este acontecimiento histórico utilizando personajes históricos y personajes ficcionales, con el propósito de comprender y reflexionar acerca de la violencia histórica que subyace en la consolidación de las sociedades modernas; es decir, la intencionalidad del escritor colombiano es mostrar, a través de la literatura, la infamia y el dolor en la historia.
Los recursos literarios que Burgos Cantor utiliza en La ceiba de la memoria están delimitados por el trabajo de exponer el concepto de memoria como forma de resguardar el pasado, la ausencia, y de este modo cuestionar el sentido ético de la historia humana. Por medio de instancias narrativas como la focalización y las diversas voces narrativas que aparecen en la novela, se propone una memoria narrativa imbricada en la historia, que en tanto en cuanto testigo del mundo, es una memoria del sufrimiento, de la libertad y del anhelo de justicia. De este modo, al recurrir a un acontecimiento traumático de la historia, el objetivo no es una restitución o compensación del pasado, sino más bien atender a las víctimas de la historia que por el hecho de estar constituidos ontológicamente por la memoria, pueden increpar —por medio de la memoria de archivo y de la escritura— a los seres humanos del presente, esto es, la memoria es dialógica y ética. Así, existe una demanda de felicidad de las víctimas y de respuesta al sufrimiento que corresponde repensar a los individuos del presente en la conformación de una memoria moral.
La ceiba de la memoria expone el sufrimiento de la esclavitud que padecieron los negros que fueron arrebatados —y por lo tanto desarraigados— de sus tierras de origen para servir a las demandas de explotación y riqueza de los colonos europeos. Las voces y gritos de los personajes negros de la novela, como son Analia Tu-Bari y Benkos Biohó, representan la dimensión ontológica de la memoria como pesar y pensar, es decir, constituyen lo que el teólogo Johann Baptist Metz denomina una cultura de la memoria;[1] cultura que pone atención tanto en el padecer, en las dimensiones del dolor provocadas por un trauma histórico y personal, como en el pensamiento, a saber, la reflexión acerca de la propia condición humana y el ansia de libertad y justicia. Así, la focalización en estos personajes ficticios es el modo en que el narrador dice cómo fue la esclavitud en Cartagena de Indias en el siglo XVII.
La memoria como evocación y rememoración en Analia Tu-Bari
En el libro X de las Confesiones San Agustín habla acerca de los enigmas y de la infinitud de la memoria y de cómo la memoria es la vía de la felicidad en la vida íntima. Alma y memoria, vida personal y memoria, están unidas tan estrechamente que la persona se define como un ser de memoria; en la memoria está contenida la vida pasada, las percepciones sentidas, las pasiones vividas, en última instancia, la memoria conforma al ser humano y lo dota de cierta majestuosidad:
Grande es el poder de la memoria. Algo que me horroriza, Dios mío, en su profunda e infinita complejidad. Y esto es el alma. Y esto soy yo mismo. ¿Qué soy, pues, Dios mío? ¿Cuál es mi naturaleza? Una vida siempre cambiante, multiforme e inabarcable. Aquí están los campos de mi memoria y sus innumerables antros y cavernas, llenos de toda clase de cosas imposibles de contar. Aquí las cosas materiales por medio de sus imágenes, o por sí mismas, como las artes, o por no sé qué nociones o notas específicas, como las pasiones del alma, pues la memoria las retiene cuando el alma no las padezca.[2]
La concepción de la memoria en las Confesiones de San Agustín es de interés en La ceiba de la memoria, no sólo porque la novela empieza con un epígrafe del Santo, sino porque la memoria en tanto en cuanto vida íntima inabarcable, cambiante, es nota fundamental de los personajes negros: Analia y Bénkos. Así, la memoria es la conservación del pasado, a saber, de las pasiones experimentadas, de las percepciones del mundo, y de la tierra perdida. Asimismo, en las reflexiones de San Agustín, la memoria es un camino a la felicidad, puesto que desde el pasado Dios ha puesto allí su impronta, es decir, la felicidad está en el pasado; así, el pasado de Analia Tu-Bari, en su aldea con los seres amados, en su tierra con sus cantos, en los paisajes, están estructurados como la felicidad y añoranza de lo perdido: “Él quiere llevarnos al reino del cielo. Yo le digo que el cielo es de las nubes y de los pájaros. Yo no tengo alas. Si tuviera volaría y encontraría mi tierra, de la que me trajeron”.[3]
Ahora bien, en Analia Tu-Bari hay una constante evocación y rememoración del pasado, es decir, el recuerdo o los recuerdos surgen en la memoria ya sea como un pathos involuntario, un padecer, o como esfuerzo intelectual y por ende de rememoración. Respecto a la distinción entre evocación y rememoración, Paul Ricoeur apunta lo siguiente:
Entendemos por evocación el advenimiento actual de un recuerdo. A ella reservaba Aristóteles el término mneme, mientras que con el de anamnesis designaba lo que nosotros llamamos más tarde búsqueda o rememoración. Caracterizaba la mneme como pathos, como afección: puede suceder que nos acordemos, de esto o de aquello, en tal o cual ocasión; percibimos entonces un recuerdo. Por tanto, la evocación es una afección por oposición a la búsqueda.[4]
En el personaje femenino Anali Tu-Bari, el recuerdo del pasado surge como forma de evocación constante, como phatos y afección del espíritu; precisamente, este sentido de evocación está impregnada de dolor: “Y la pérdida de la tierra en la que nací, de donde me arrancaron, es también dolor. Sufrimiento de despojo: uno nada. Dolor de ausencia. Sin cuerpo. Sin lengua. Sin tierra. Sin uno. Sin tribu. Duelo lo que no está”.[5] De este modo, la evocación es continua a lo largo de la novela, no solamente en Analia Tu-Bari, también en los demás personajes. Sin embargo, diferenciar entre evocación y rememoración simplemente por el pathos, es dejar de lado la afección que conlleva todo esfuerzo de rememoración, como una lucha contra el olvido, puesto que el olvido implica el desarraigo espiritual, moral y de identidad. Así, en la rememoración subyace un pathos al igual que en la evocación:
Y agregó algo que Analia Tu-Bari conservó al lado de aquellos recuerdos a los que acudía con la disciplinada periodicidad de un inventario para que el olvido no se los gastara: la aldea a la cual nunca pudo volver y cuya ausencia aún le dolía; su nombre que repetía y repetía para evitar que quedara sepultado por la costumbre de los nombres con que acá la llamaban, Magdalena, Polonia, Agustina, Potenciana, Gracia, Milagro; el cazador que le cantaba en las noches las historias de los cazadores de la aldea y le llevaba pieles y garras para los collares; los rostros de sus padres, amor y autoridad, imposibles de rescatar, borrados por el vendaval de estos días sin fin, de desgracia creciente. Repetía: Analia Tu-Bari, para no olvidarme y mi árbol me reciba más allá de la muerte en la voz y el recuerdo de los míos.[6]
La síntesis entre evocación y rememoración en lo que respecta a la memoria en Analia Tu-Bari, está delimitada por el acontecimiento traumático que implica dolor, es decir, la memoria es un pathos constante, ya sea como evocación involuntaria o ya como rememoración y esfuerzo intelectual, que enfatiza la lucha contra el olvido y la búsqueda inefable de la felicidad. De esta manera, la dinámica entre evocación y rememoración constituye la inagotable vida íntima en que consiste la memoria, esto si no se considera la dimensión de la muerte y la finitud, que anula la memoria individual, pero deja una huella en lo que se denomina la memoria histórica y la memoria moral.
Memoria, dolor y libertad
En los personajes de La ceiba de la memoria es patente la relación entre pesar y pensar, es decir, entre el dolor del recuerdo, de la ausencia, y del pensar, la reflexión que busca la libertad y la justicia. Aunque el sentido de la libertad y justicia está presente en los diversos personajes de la novela de Burgos Cantor, es más absoluto en el Grito de Bénkos que exige restitución de las injusticias hacia él y sus hermanos en la esclavitud. En el personaje femenino Analia Tu-Bari, las ideas de libertad y justicia no están estructuradas de forma explícita en el discurso, como exigencia desde la voz del personaje, en cambio están presentes en la forma del dolor, del sufrimiento y de la narración. En este sentido, a saber, la memoria y su relación con las exigencias de libertad y justicia, resultan esclarecedores los análisis del teólogo Johannes Baptist Metz, que propone una razón anamnética frente a la razón instrumental: en última instancia el teólogo J. B. Metz plantea una cultura de la memoria moral cuyo horizonte trascendente es la memoria divina.
- B. Metz establece el concepto de memoria en tanto en cuanto libertad a partir de tres características:[7] i) la estructura narrativa de la memoria; ii) la crítica histórica; iii) el primado cognitivo de la memoria. De esta manera, el personaje Analia Tu-Bari es una memoria narrativa, puesto que la aprehensión de la libertad está delineada por un pasado de libertad, un presente de esclavitud y un futuro, o espera, de libertad. Analia Tu-Bari pertenece a una historia que inaugura una tradición de la libertad, es decir, el anhelo de los esclavos negros en Cartagena de Indias de regresar a sus tierras y ser libres. La memoria como espera de la libertad es memoria de sufrimiento: “En su intención práctica, esta memoria de libertad es primariamente memoria de sufrimiento (memoria passionis). Como tal proporciona una forma de praxis de libertad que se niega a ser interpretada, de manera abierta u oculta, con la praxis como progresivo «dominio de la naturaleza»”.[8] En lo que respecta a la crítica histórica, Metz habla de historias peligrosas, es decir, de acontecimientos que suponen un sujeto narrativo y un interés por la libertad. En este sentido, Analia Tu-Bari, así como Bénkos y los esclavos transportados en barcos, pertenecen a una historia del peligro y de la violencia, historia que no es posible restituir por medio de una razón crítica sino reflexionar en su dimensión ética y de aspiración de felicidad de las vidas pasadas. Por último, el primado cognitivo de la memoria implica una postura epistemológica en la cual se relacionan tres ejes: la filosofía, la literatura y la antihistoria del sufrimiento narrado en la literatura. Así, la memoria se inserta en una historia de dolor, de muerte, que persigue un anhelo de libertad en el pasado, en el recuerdo:
Apenas se oían los gemidos acabados de los que íbamos encerrados, abajo, en la bodega y los pasos navegantes, encima, y un grito solitario, a veces un murmurio. Todos íbamos enfermos, doloridos, cubiertos del vómito propio y del vómito de los otros, los pies metidos entre un agua espesa que no alcanzaba a secarse con sus afluentes de orines y los haceres del cuerpo que salían directos y fétidos en el lugar donde estábamos encadenados y las supuraciones de las heridas, y los brotes nuevos del óxido en las cadenas y los brazaletes que se nos incrustaban en el cuello, en los brazos y en los tobillos, y el sufrimiento que endurecía las lágrimas y el espanto insoportable de la ausencia del mañana. […] En medio del dolor que no podíamos sacudir por la inmovilidad y reclamaba con las palpitaciones profundas de un volcán escondido, yo recordé: mi abuelo me enseñó a llamar a los vientos, a aplacarlos, a gritar y a cantar para que cambien de dirección, a silbar para que vengan, del Este, a jugar con sus remolinos de tierra suelta, seca y hojas caídas.[9]
Analia Tu-Bari al final será liberada de la servidumbre; pero esta libertad está en función de la explotación económica, pues la vejez, la ceguera y las marcas del cuerpo hacen de Analia un ser inservible. El refugio frente al sufrimiento y el dolor está en el recuerdo, en las huellas que permanecen en lo más recóndito de la memoria, en el rostro de los seres amados, en el paisaje de la tierra perdida, en el canto pleno de melancolía, en el sueño de la libertad alimentada por la imagen de la esclavitud, en el amor. El destino de Analia Tu-Bari será de soledad:
Analia Tu-Bari vio.
Qué vio Analia Tu-Bari en su vejez ciega.
Qué vio Analia Tu-Bari en el desamparo de libertad con su destino agotado.
Qué vio.
Dejó de ver ese horizonte de brumas y temporales en el tiempo del invierno. Dejó de ver la luz plateada.
Qué vio.[10]
Memoria personal y memoria colectiva
La tradición de la memoria personal, individual, surge a partir de las Confesiones de San Agustín; sin embargo, ya en las mismas Confesiones, en específico el libro X, se trata del lazo fraterno entre el yo y los otros, entre la propia persona y el prójimo o hermano. Así, la memoria personal en Analia Tu-Bari no significa soledad, no comunicación o imposibilidad de apertura, puesto que el destino de Analia es compartido con los otros esclavos negros. Lo que une a Analia con los otros esclavos, es el recuerdo, la memoria del pasado, la memoria del lugar y de la tierra de las que fueron arrebatados; de este modo, desde la infancia, Analia es parte de sus allegados, de una familia que la ama y que, sin duda, llora su muerte o distancia. Respecto a la memoria personal, resultan esclarecedoras las siguientes palabras que evocan una metáfora:
Mi memoria es un río manso que sé llamar. Me sumerjo en su corriente incontenible. Floto. Me voy a las orillas. Aguas de mi memoria que se pusieron turbias con los sedimentos que trastornan su curso tranquilo, lo desorientan y lo represan. Me es difícil ahora remontarlo. Quedó atrapada en un cenagal y de allí no puedo salir. Parece que la vida, interrumpida por este robo y este sometimiento sin razón, hubiera sido sepultada por los destrozos de los que somos.[11]
La metáfora de la memoria como un río, hace referencia a la profundidad de la memoria, es decir, a la grandiosidad y poder de la memoria que exalta San Agustín. Pero la memoria ya no es solamente personal, pues hay un destino común, compartido, que lingüísticamente hablando se expresa en la primera persona del plural: somos. Así, el dolor de la vida implica ya una comunidad, es decir, un marco social, que en el caso de la novela es la de los esclavos negros. Ahora bien, la imbricación entre memoria personal y memoria colectiva se origina a partir de ciertas huellas de la memoria como son los rostros, los lugares, las vivencias comunes: “Está presente el dolor. Mi memoria es dolor. Mis ojos son la memoria acostumbrada de calles, voces, rostros, casas, ruidos y lo perdido. Lo que perdí. ¿Qué perdí? Lo que me quitaron”.[12] La aproximación entre memoria personal y memoria colectiva se propicia a partir de un destino en común y de la experiencia social de los allegados:
¿No existe, entre los dos polos de la memoria individual y de la memoria colectiva, un plano intermedio de referencia en el que se realizan concretamente los intercambios entre la memoria viva de las personas individuales y la memoria pública de las comunidades a las que pertenecemos? Este plano es el de la relación con los allegados, a quienes tenemos derecho a atribuirles una memoria de clase distinta. Los allegados, esa gente que cuenta para nosotros y para quien contamos nosotros, están situados en una gama de variación de las distancias en la relación entre el sí y los otros.[13]
Analia Tu-Bari recuerda a sus allegados, esa relación entre autoridad y amor: los padres. Así, la familia es el primer vínculo de Analia al mundo, incluso el nombre mismo de “Analia” implica ya pertenecer a una comunidad, por esta razón el aferrarse al nombre, de igual modo que Bénkos se aferra al suyo. De esta manera, la memoria posee un sentido filial, fraternal, que une estrechamente el yo con los otros, a tal grado que es difícil discernir qué memoria deriva de la otra, o si más bien el hecho social, en cuanto philía, es ya parte de la constitución ontológica del ser humano. Asimismo, el pathos de la memoria individual, es decir, el sufrimiento y el padecer, también se puede predicar de la memoria colectiva, pues los otros esclavos negros sufren el mismo destino desde una memoria personal.
Consideraciones finales. Memoria y ética
La ceiba de la memoria es una novela que reflexiona arduamente acerca de la esclavitud, del dolor y de la memoria. A través de instancias narrativas, del lenguaje literario y del ensayo, Burgos Cantor expresa qué es dolor, qué es el sufrimiento, qué es la infamia en la historia y cuáles son las interrogantes que nos debemos plantear los seres humanos del presente. En definitiva, hay una preocupación hondamente humana y ética en esta majestuosa obra del escritor colombiano. Los personajes de La ceiba de la memoria, como Analia Tu-Bari, Bénkos Biohó, Alonso de Sandoval, Pedro Claver, Dominica de Orellana, y el propio Burgos Cantor, dirigen un cuestionamiento a los lectores, que está en relación con la condición humana y la ética.
Las dimensiones de la memoria que es posible hallar en los personajes de La ceiba de la memoria, a saber, la evocación, la rememoración, el anhelo de libertad y justicia, la vida personal y la colectividad, conforman una ontología de la memoria, la cual está presente en la novela como memoria narrativa. Sin embargo, la ontología y la narración conllevan un sentido ético, a saber, la idea de una memoria moral que reflexiona sobre el pasado, el dolor de las víctimas de la historia, y que es dialógica y compasiva. De esta manera, la esclavitud en Cartagena de Indias forma parte tanto de la memoria histórica como de la memoria ética, lo que implica una responsabilidad moral del presente hacia el pasado, por la exigencia de reconocer el derecho a la felicidad de los seres humanos que fueron víctimas de lo que María Zambrano denomina la “historia sacrificial”.
En conclusión, el personaje femenino Analia Tu-Bari, a pesar de ser un personaje ficcional, posibilita pensar el concepto de memoria desde la ontología, la literatura y la ética. Así, la memoria personal de Analia Tu-Bari es al mismo tiempo una memoria colectiva que, en lo que atañe a la dimensión ética, cuestiona al lector actual acerca del sentido de la historia del dolor.
Bibliografía
- Burgos Cantor, Roberto, La ceiba de la memoria, Planeta, Bogotá, 2007.
- Metz, Johannes Baptist, Por una cultura de la memoria, Anthropos, Barcelona, 1999.
- Ricoeur, Paul. La memoria. La historia. El olvido, Trotta, Madrid, 2010.
- San Agustín. Confesiones, Alianza, Madrid, 1990.
Notas
[1] En lo que atañe a la memoria como pesar y pensar, en relación a la idea de cultura de la memoria o del recuerdo, se puede consultar el artículo de Reyes Mate “La incidencia filosófica de la teología política de J. B. Metz”, compilado en: Johannes Baptist Metz, Por una cultura de la memoria. (ver bibliografía final).
[2] San Agustín, Confesiones, Alianza, Madrid, 1990, p. 260.
[3] Burgos Cantor, Roberto, La ceiba de la memoria, Planeta, Bogotá, 2007, p. 74
[4] Ricoeur, Paul, La memoria. La historia. El olvido, Trotta, Madrid, 2010, p. 47
[5] Burgos Cantor, Roberto, La ceiba de la memoria, Planeta, Bogotá, 2007, p. 247
[6] Burgos Cantor, Roberto, La ceiba de la memoria, ed., cit., p. 167.
[7] cfr. “Memoria” en: Johannes Baptist Metz, Por una cultura de la memoria. Este libro está conformado por un conjunto de artículos publicados y presentados en diferentes ocasiones; los artículos exponen el pensamiento asistemático de Metz en lo que se puede denominar una política de la memoria, o de igual modo, una teología política. La propuesta de Metz es la razón anamnética, es decir, dialógica, compasiva y ética, frente a la razón instrumental propia de la modernidad y del pensamiento técnico. La intención de Metz es conformar una cultura de la memoria moral, que recuerde la historia y la vida de las víctimas, cuyo fundamento último es la memoria de Dios. Metz reflexiona arduamente acerca de la muerte y silencio de Dios, y considera que el punto de quiebre ético e histórico de la humanidad es Auschwitz; precisamente las reflexiones de Metz están muy cercanas a las reflexiones en estilo ensayístico que Roberto Burgos Cantor hace en La ceiba de la memoria.
[8] Metz, Johannes Baptist, Por una cultura de la memoria, Anthropos, Barcelona, 1999, p. 12
[9] Burgos Cantor, Roberto, La ceiba de la memoria, Planeta, Bogotá, 2007, p. 72
[10] Ibíd., p. 167
[11] Ibíd., p. 73
[12] Ibíd., p. 253
[13] Ricoeur, Paul, La memoria. La historia. El olvido, Trotta, Madrid, 2010, p. 172