Proceso, síncopa y singularidad. Anotaciones a partir de las primeras obras de Jean-Luc Nancy

František Kupka, Acompañamiento Sincopado (Staccato), Colección Carmen Thyssen

Resumen

La figura de la síncopa está presente en prácticamente toda la obra de Nancy. Ya su primer libro en solitario tenía por nombre “Le discours de la syncope I: Logodaedalus” y, aunque en sus últimos textos, el término haya prácticamente desaparecido, el tropo de la suspensión o del corte que ese término señala nunca será abandonado. Las siguientes anotaciones estudian la importancia de esta síncopa o puntuación presente ya desde las primeras obras de Nancy, esbozando a partir de ellas cierta organización de las problemáticas que será constante en la posterior obra del autor francés.

Palabras clave: Jean-Luc Nancy, Verdad, Sentido, Síncopa, Proceso, Singularidad.

 

Abstract

The figure of syncopation is present in practically all of Nancy’s work. His first solo book was already called “Le discours de la syncope I: Logodaedalus” and, although in his latest texts, the term has practically disappeared, the trope of suspension or interruption that this term indicates will never be abandoned. The following annotations study the importance of this syncopation or punctuation present since Nancy’s first works, outlining from them a certain organization of the problems that will be constant in the later work of the French author.

Keywords: Jean-Luc Nancy, Truth, Sense, Syncopation, Process, Singularity.

 

La figura de la síncopa está presente en prácticamente toda la obra de Nancy. Ya su primer libro en solitario tenía por nombre “Le discours de la syncope I: Logodaedalus” y, aunque en sus últimos textos, el término haya prácticamente desaparecido, el tropo de la suspensión o del corte que ese término señala nunca será abandonado. La presente ponencia nace ante cierta inquietud generada por el uso de las nociones de “puntuación” y de “verdad” en los textos que circundan El sentido del mundo, sobre todo teniendo en cuenta que, por norma general, estos, y sobre todo el segundo, son obviados o apenas mencionados por sus comentadores. Dos frases muy breves, pero iluminadoras, al respecto, pueden encontrarse en dicho libro: “La verdad puntúa, el sentido encadena”,[1] y, además, “La finitud es la verdad cuyo infinito es el sentido”.[2]

 

A modo de aclaración, cabe decir, sin embargo, que ciertamente es un lugar común en los estudios de su pensamiento la remisión al singular y a su necesaria relación con una pluralidad: “Singular se dice siempre en plural”, se repite de manera constante. Sin embargo, parecería que se pasa por alto que si bien es cierto que singular se dice en plural (nos referimos al singuli latino), éste se dice de algo que se diferencia de esa pluralidad, que escapa o interrumpe la remisión a la pluralidad. Vemos con ello que el propio término “singular” incluye de hecho en su propia significación la síncopa o el corte al que parece señalar la suspensión del sentido o la cadena en la que la verdad se puntúa. Y, en cualquier caso, el hecho de que se diga en plural, por el momento, no prueba nada por sí mismo.

 

Retomando, entonces las citas de El sentido del mundo que antes mencionábamos, y en especial, la que afirma que “la verdad puntúa, el sentido encadena”, decíamos que se nos hacía imperativo tratar de entender en qué modo, en el pensamiento de Nancy, ni la verdad se reduce al sentido, ni el sentido se limita a la verdad. Especialmente si tenemos en cuenta la prioridad que, comúnmente, se da a la cuestión del sentido al comentar su obra. Es por ello por lo que en la presente exposición trataremos de buscar el lugar desde el cual podría pensarse esta noción de “verdad” como puntuación.

 

Antes de empezar, cabe decir, sin embargo, que la prioridad dada al sentido no carece de justificación y, al querer remarcar el lado opuesto de la relación, nuestra propuesta no pretende, en ningún momento, desautorizar o rebatir esa lectura. De hecho, el propio Nancy trata mucho más la noción de sentido que la de verdad, a pesar de que una siempre actúa de un modo u otro en la otra. Pero, siendo mi intención tratar de entender este suspenso actual (“aquí y ahora”, reiterará Nancy hasta la saciedad en todos sus escritos) del sentido que evita al pensamiento de Nancy lanzarse a un fin infinitamente desplazado, juzgo pertinente tratar de focalizarnos por un momento en la cuestión de la verdad.  De hecho, la no reducción del momento de la verdad al suceso del sentido es esencial, en sus planteamientos, para poder mantener una transitividad que evite la posibilidad de un sujeto último de la relación (bien sea este sujeto el proceso de encadenamiento que, no requiriendo de las puntuaciones a encadenar o sobreponiéndose a todas ellas las vuelve indiferentes; bien sea éste la verdad puntuada que, plegada sobre sí, ignora el vínculo y las relaciones en las que tiene lugar, como si encerrara un sentido en sí misma).

 

En nuestra intervención, entonces, trataremos de indicar algunas de las posibles vías que permiten atender a esta cuestión. Para ello atenderemos, principalmente, a dos textos de Nancy: En primer lugar, El olvido de la filosofía[3] nos ayudará a explicitar la problemática que subyace a los primeros escritos de Nancy, y, acto seguido, pasaremos a ver cómo esta es caracterizada en el prólogo de su segundo libro en solitario: Le discourse de la syncope: Logodaedalus.[4]

 

Nancy nunca fue un pensador de modas. Tampoco fue un pensador que las despreciara. En sus primeros textos encontramos constantes referencias a la crítica del discurso del sujeto en tanto que substancia que en aquellos años se estaba efectuando en Francia. En estas referencias advierte, constantemente, del peligro que conllevaría el pasar por alto esta crítica. Pero, a su vez, trata de distanciarse de la misma.

 

Así, en el Olvido de la filosofía indicará que este discurso del sujeto estará caracterizado por la exigencia de un sentido designable y traducible a expresión, perfectamente claro y distinto y, por lo tanto, presentable, conformando el vínculo exacto y sin restos entre el significante y el significado; capaz, por lo tanto, de corresponder a su verdad. Esta exigencia, al parecer, es aquella que la modernidad se dirigía a sí misma al tratar de pensarse. Con ella se reduce el sentido a un objeto de deseo, a una verdad a alcanzar que este sentido mismo debe poder decir. Así, el pensamiento se reduce al deseo que trata de alcanzar este sentido perfectamente acorde con la verdad. De este objeto, por lo tanto, se tiene carencia, pero, a su vez, es posible describirlo, presuponiéndolo como aquello deseado.

 

Si algo constata esta exigencia es que aquel pensamiento que se concibe en busca del sentido carece él mismo de ese sentido, por lo menos mientras lo busca. De este modo, es esta falta de este sentido que él mismo se describe la que lo sitúa en posición de buscarlo y de describirlo, haciendo de esta búsqueda y descripción su sentido. El sentido del pensamiento, aquello que da cuenta de su obra y su necesidad, es, entonces, buscar su sentido, cumplir con esa exigencia. Con ello el sentido está, en tanto que exigido, presupuesto, y a la vez, en tanto que deseado, se muestra siempre inalcanzable o a distancia. La misma presuposición que fundamenta o articula el movimiento del pensar, debe, así, ser proyectada a un proceso inalcanzable o, incluso, ser confundida con la infinitud del proceso mismo.

 

Así, el sujeto del deseo, su fundamento o posibilidad, no es otra cosa que el deseo del sujeto; el sentido que se exige no es otro que el sentido de tal exigencia. Con ello ésta queda cerrada en un círculo infinito en el que el sujeto se pliega y se despliega sobre sí mismo en la afirmación de su propia carencia. La crítica de este discurso, entonces, es la que, ya desde sus primeros escritos, Nancy nos advierte que es necesario no pasar por alto.

 

Señalará, para ello, dos modos principales de incurrir en esta falta de atención, los cuales formarán los ejes centrales de lo que llamará el “olvido de la filosofía”. Sin embargo, estos ejes ya se pueden localizar en escritos efectuados, por lo menos, diez años atrás.

 

Así, por ejemplo, ya en el prólogo de Le discours de la syncope: Logodedalus, su segundo libro en solitario describirá el riesgo que comporta el adherirse a la moda de una crítica de la cuestión mediante el uso de los prefijos de-, in-, dis- o dys- que en aquella época detecta en el discurso filosófico. Más allá de los argumentos que sustentan o no tal uso, la seguridad con que esta postura se desprende de la problemática amenaza, según nos dirá, con constituir ese rechazo en un nuevo fundamento o sujeto del pensamiento y, así, realizar lo opuesto de lo que pretendía: Hay el peligro de que lo indecidible (aquello que al enunciarse se borra o que se determina en una necesaria indeterminación) acaezca un saber más seguro y decidido que el de la determinación misma del sentido.

 

Cabe indicar, que, con dicho señalamiento, Nancy, no pretende en ningún momento desautorizar estos discursos como simples efectos de una «mera» moda «pasajera». Al contrario, nos dirá[5], así como la moda de verano no tiene sentido en Groenlandia, toda moda responde a la circunstancia en la que se desarrolla; aunque no siempre lo haga de forma explícita ni dirigida directamente al factor que la justifica.

 

Estas tendencias, entonces, nos ponen de manifiesto, aunque sea indirectamente, una cuestión que debe ser atendida y que no podemos omitir ni con los elementos que la moda pone en circulación (esos prefijos que pretenden borrar en el mismo gesto aquello que afirman, asentándose en la indecidibilidad o indecisión entre la afirmación y la negación en ellos implícita), ni con el simple rechazo de lo circunstancial o pasajero de la moda.

 

Con ello, entonces, se nos muestra el otro modo de ignorar la complejidad de la cuestión. Este consistirá en señalar esa postura como una moda que no afecta en lo sustancial a la cuestión que critica. Dicha cuestión, entonces, deberá regresar en su integridad una vez transcurrida la tendencia que la desautoriza. Así, la moda se caracterizaría como una crisis superficial a cuyo término nada se habría perdido verdaderamente. Una vez superada aquello que es presupuesto se mostraría sin alteración. Es como si por debajo de ella se hubiera mantenido, inalterado, aquel sujeto o aquel sentido que en ella se ponía en cuestión.

 

Mediante esta apelación se remitiría a cierta inalteración del fundamento. Esta imperturbabilidad permitiría, así, deshacerse de la problemática e ignorarla, bien sea no atendiéndola, bien sea afirmando un retorno del sujeto tras el paso de la moda. Este sujeto o fundamento sería, pues, imperturbable e incluso su retorno le sería indiferente, estando, en virtud de su inalteración, ya cumplido desde un inicio, o por lo menos predestinado inevitablemente a su cumplimiento.

 

De tal modo que tanto la moda como el retorno se volverían indiferentes y caerían en cierta equivalencia del discurso: En ambas la cuestión del “sujeto” como tal sería dada por “supuesta” -bien fuera en su afirmación, bien en su suspensión- hasta el punto de no exigir una tematización más pertinente.

 

Este otro modo de obviar la cuestión, entonces, parecería olvidar que, como decíamos, toda moda corresponde a la circunstancia en la que se desarrolla. Con ello parecería no atender al hecho de que su rechazo a la moda por su carácter superficial se vuelve en su contra. Si el fundamento es inamovible, su propio discurso es igualmente superficial y equivalente al de la moda.

 

Ante ambas posturas, la propuesta de Nancy consistirá en atender al desequilibrio que se abre entre ellas: Pensar en la inestabilidad de no tener segura siquiera la falta de fundamento o la indecidibilidad inicial y, por lo tanto, atender a la urgencia de deshacer toda certidumbre de la incertidumbre misma.

 

Para pensar este desequilibrio procederá, principalmente, en afirmar y buscar el momento de plena presencia, el lugar de fundamento del discurso o el sujeto, pero tratando de atender en él y en el modo en que se instituye el desequilibrio o la falta de presencia que inevitablemente lo constituyen, es decir: su no fundamentación. Es en este punto, entonces, que cabrá atender a la verdad en su suspender o separarse del sentido, pero también en su insuficiencia. Así, no habrá una negación del aquí y ahora de la presencia en favor de un proceso indefinido o de una constante diferencia (o différance); pero tampoco habrá el retorno del fundamento o sujeto pleno sobre el que se asientan las críticas de la supuesta “moda”.

 

Dicho de otro modo, mientras la crisis denunciada se sostenga sobre una negación o una desacreditación de lo puesto en crisis, éste siempre podrá señalarla como una exterioridad no es necesario atender, o, a lo máximo, como la certera atención a un fallo en el planteamiento que, no obstante, no afecta al fondo de la propuesta que denuncia. Además, este fallo justificará su necesario desarrollo con el fin de recuperar la correcta postura inicial, llevando con ello a una reafirmación y una reconstrucción más fortificada de aquello que se pretendía criticar. Es para evitar esto que hay que pensar en el corazón mismo del discurso que se trata de poner en crisis.

 

Esta exigencia se muestra tanto más necesaria si atendemos al hecho de que todo discurso, al ser enunciado, tiende o bien a ceder a la evidencia de su haberse enunciado, o bien a dar cuenta, en su propia afirmación, de su inconsistencia. Sin embargo, esta inconsistencia no tendrá lugar sino en su misma afirmación; de tal modo que deberá exigir su propia reafirmación sólo para poder denegarse de nuevo. Tanto en un caso como en el otro, entonces, el discurso termina por buscar el modo de hacerse valer (hacer valer su afirmación o su denegación) y, así, ceder a su evidencia y a la decisión de su propia enunciación.

 

Pero hay un riesgo mucho más grave que amenaza, por otra parte, a ambos discursos. Con él se abre otro eje sobre el cual distribuir los discursos. A saber: El de la legitimación o justificación del mal como inevitable o insignificante. Así, por un lado, éste parecería no ser mucho más que otro accidente que, como en el caso de la moda, sería incapaz de alterar o afectar, en el fondo, el desarrollo o el fundamento de la razón. Pero, por el otro, parecería reducirse a algo que acaece por azar, espontánea o aleatoriamente sin que ni el sujeto ni cosa alguna pueda intervenir en ello de ningún modo. Según esto, sólo cabría dar cuenta de que ha sucedido o acontecido.

 

En una palabra: Si el mal es algo ya dado o inevitable (que sucede bien por una necesidad indomeñable, bien por un azar imprevisible), la prescripción del bien es absurda; pero si es una simple alteración o equivocación accidental sobre la posibilidad del bien, supone entonces al bien como algo ya siempre dado para lo cual, la maldad circunstancial, sería indiferente. Sea como sea, en ambos casos, se ignora el “aquí y ahora” del mal mismo, el dolor o sufrimiento de este, en nombre de un curso a atender o de una inevitabilidad e imprevisibilidad del acontecimiento. La suspensión o la verdad, entonces, es ignorada en nombre del continuo o el encadenamiento del sentido.

 

Tenemos dos distribuciones distintas, pues:

 

  • En primer lugar, encontramos, por un lado, el peligro de pensar la crisis como un mero accidente que dejara inalterado el sentido del discurso presupuesto del sujeto, y, por el otro, encontramos el peligro de atender a la supuesta crisis como verdad en sí misma, ya resuelta.
  • En segundo lugar, tenemos o la indiferencia por el mal en nombre de un bien inalterable, o su justificación como un paso necesario para el cumplimiento del bien o como un acontecimiento inevitable e imprevisible.

 

Sobre el primer eje, tenemos entonces, que, por un lado, podemos atender a la propia crítica de la verdad como una verdad inalterable, de tal modo que la constituiríamos como la verdad última del sentido en tanto que nulidad de tal sentido, y, por el otro, suponemos la crítica como algo fortuito incapaz de afectar a la verdad subyacente e inamovible. Ambas posturas llevarían, así, bien por una vía positiva, bien por una vía negativa, a una indiferencia por el sentido de la crisis actual.

 

Es decir, nos encontramos, por un lado, que el sentido ya está dado o ya está determinado a darse. De tal modo que está cerrado sobre sí mismo. Aquí los sucesos son concebidos bien como su cumplimiento bien como accidentes que, una vez pasados, retornarán al sentido correcto sin afectarlo. Así, todo aquello que le acaezca será o condición necesaria o totalmente irrelevante para el sentido mismo y para su cumplimiento inevitable.

 

Por el otro, en cambio, tenemos la denuncia de un origen al que retornar o que pueda él mismo retornar, bien sea mediante la apelación a un constante desplazamiento que lo vuelve inaccesible, bien sea a través de su indecidibilidad.

 

Vemos pues, tanto en un caso como en el otro, el rechazo a pensar la actualidad y su sentido bien sea en favor a un sentido presupuesto —sea este descrito como un pasado o como un proyecto que deba retornar o acaecer—, bien con respecto a un sentido que, en cualquier caso, siempre estará condenado a un porvenir que no puede llegar, o bien, directamente, por el rechazo de la cuestión misma del sentido.

 

En cuanto al segundo eje, tenemos, por un lado, la indiferencia por el mal. En este caso éste es caracterizado como algo irrelevante o accidental. De tal modo que o bien sólo puede ser atendido una vez sucedido, o bien no altera en lo fundamental el proyecto propuesto, siendo sólo necesaria una ligera rectificación para retomar dicho proyecto sin modificación. Por el otro, vemos su justificación en tanto que necesario para el cumplimiento del sentido presupuesto, el cual en ningún caso se ve alterado por este mal y que, en su forma más extrema, lo exige para su realización.

 

Así, el cierre del sentido puede producirse mediante la negación del mal como algo fútil o insustancial que no altera el presupuesto deseado y que, en cualquier caso, siempre puede ser subsanado sin resto. Pero también puede darse mediante su aceptación en tanto que paso necesario para el cumplimiento de su proyecto. La denuncia de este sentido cerrado, por su parte, puede caer a menudo en cierto carácter inevitable del mal fruto de una mezcla de las dos posturas anteriores: En su inevitabilidad sucede necesaria o irremediablemente, pero, al no estar atado al cumplimiento de un sentido presupuesto, su acaecer no es sino accidental.

 

Contra ambas posturas, Nancy tratará de pensar el mal en su carácter plenamente positivo, no dependiente del bien más que en la medida en que no representa otra cosa que la imposibilidad y el desmoronamiento de todo bien posible, y no su falta, carencia o desvío.

 

Sea como fuera, respecto al primer eje lo importante es atender al modo en que, en cualquiera de los casos y combinaciones posibles, nunca se cuestionará aquello que la crisis actual quiera decir; bien sea porque se asume sin cuestionarla, bien sea porque se la desecha como una accidentalidad insubstancial. Es así que la propuesta de Nancy en estos primeros textos tratará de pensar qué sea esta actualidad, pero no para defenderla como un momento de sentido o de presencia plena, sino para tratar de comprender qué la impele a ser pensada siempre dentro de esta estructura desplazada entre un sentido presupuesto y una descripción exacta del mundo, pero siempre por alcanzar.

 

Es en este lugar, entonces, que cabe situar la cuestión de la “puntuación” de la verdad. Con ella se tratará, entonces, de pensar en la verdad la suspensión del sentido que es esta actualidad, este aquí y ahora cada vez separado del proceso en el cual el sentido lo introduce y de ver cómo en esa suspensión se define el espacio (y la función) de la política. Sin embargo, esto no nos debe conducir a rechazar el sentido en nombre de esta suspensión; eso no sería otra cosa que repetir la presuposición de un sujeto que es él mismo una plenitud de sentido.

 

Para concluir, podríamos decir que la exigencia que nos dirigen los primeros textos de Nancy consiste en no pensar, por un lado, un substrato, sujeto o fundamento inamovible, presupuesto a todo sentido como su origen o su punto de llegada; ni, por el otro, postular un proceso que se desarrolla con indiferencia a las singularidades que lo habitan y lo suspenden cada vez de nuevo posibilitando, así, la regeneración y el replanteamiento del sentido. Dichas singularidades, como nodos entre los cuales se articula y re-articula cada vez el sentido, corresponderían con la síncopa que permite la puntuación de la verdad.

 

Bibliografía

  1. Nancy, Jean-Luc, Le discours de la syncope 1: Logodaedalus. Aubier-Flammarion. 1976. París.
  2. _____________, El olvido de la filosofía. Arena Libros. 2003a. Madrid.
  3. _____________, El sentido del mundo. La Marca. Buenos Aires.

 

Notas
[1] Nancy, Jean Luc, El sentido del mundo, ed. cit., p. 33.
[2] Ibidem, p. 55.
[3] Nancy, Jean Luc, El olvido de la filosofia, ed., cit.
[4] Nancy, Jean Luc, Le discours de la syncope 1: Logodaedalus, Aubier-Flamiron, ed. cit.
[5] Cfr. Nancy, Jean Luc, Le discours de la syncope 1: Logodaedalus, Aubier-Flamiron, ed. cit., p. 6.

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