Jean-Luc Nancy /Trad. Maria Konta
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Es bastante notable la manera en la que el mundo entero hoy en día distingue entre la derecha y la izquierda, lo que sucedió a través de este accidente mínimo de la historia que hizo que los grupos o las familias políticas formaran parte de la derecha o la izquierda de la tribuna presidencial.[1] Es notable en su contingencia que parece haberse extendido a las regiones de la vida colectiva, lo que es solo una propiedad asimétrica del cuerpo humano cuyas manos no se superponen y cuyo corazón, por regla general, está a la izquierda y el hígado a la derecha… Sin duda, hay filiaciones entre la anatomía simbólica y la disparidad del espacio en cuánto se coloca un sujeto allí. Mejor aún, en cuanto se le considera como un sujeto. Esta es una pregunta conocida y muy documentada. Probablemente, no haya terminado de sugerir posibilidades a los cosmofísicos de nuestro tiempo.
Lo que precede no pretende ser una delicadeza de entremés. Así como la parte delantera y trasera, lo vertical y lo horizontal, lo cercano y lo distante son nociones llenas de implicaciones, valores y desarrollos considerables, de manera similar, la “izquierda-derecha” aparentemente más modesta contiene quizás más de lo que 220 años de uso político nos ha acostumbrado a creer.
Así, Parménides cree saber que en la matriz los niños están a la izquierda, las niñas a la derecha, por lo que la palabra latina sinister le dio la palabra “siniestro” tal como la conocemos. Los videntes etruscos observaban si las aves cruzaban su templum de derecha a izquierda o viceversa. En el tarot, uno solo debe extraer una carta de la mano izquierda. Todas las formas de observancia, de culto o cultural, todas las nociones, fantasías y obsesiones que transmite la pareja de “derecha-izquierda” son de una grande riqueza.
Puede que no sea indiferente que esta amplia genealogía no sea extranjera al origen contingente de su acepción política. Cuando los miembros de la Asamblea Constituyente, el 11 de septiembre de 1789, tuvieron que decidir sobre el punto decisivo de otorgar al rey un derecho de veto, un derecho del cual es fácil entender el sentido y la intención, los partidarios del veto llegaron a agruparse en el lado derecho de la plataforma presidencial, los otros se reunieron en la izquierda. Salvo por algunas raras excepciones, la nobleza y el clero se agruparon a la derecha y el Tercer Estado a la izquierda. (Es probable que el uso de agrupaciones en la Cámara de los Comunes británica pueda desempeñar un papel en esta lateralidad).
La continuación de la revolución ratificó la topología, así inaugurada y le abrió una carrera mundial.
No obstante, estar a la derecha de una persona de importancia desde hace mucho tiempo tiene un valor simbólico. Desde la Biblia hasta los protocolos de las cenas rezadas, ese rasgo se puede detectar. Otras culturas tal vez lo invirtieron, pero me sorprendería-bajo el beneficio del inventario-que hubiera culturas que no conservan ninguna línea simbólica de la pareja “derecha/izquierda”.
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Pero no es el estudio de esta simbolicidad, ni su validez en los cuerpos de muchos animales, así como en otros fenómenos, lo que está en juego. Existe una considerable literatura científica, así como especulativa, sobre el tema. Se trata de preguntarse cómo ocurrió este destino tan notable que ha superado infinitamente el destino de otras metáforas o metonimias (como el bistro en ruso, ¡rápido! transformado en nuestro bistró o como la palabra esquimal anorak que solo se ha metamorfoseado, sin mencionar todos los anglicismos). Ya no es una cuestión de considerar los valores, políticos también, de los términos de color como rojo, blanco, marrón o verde. Porque incluso si “un rojo” podía significar en la década de 1920 “un comunista,” estaba vinculado a una lógica completamente diferente y muy antigua, la de las insignias, los escudos, etc. Así como todos los valores y roles que los colores siempre han jugado en las sociedades.
De lo que se trata es simplemente de considerar que la pareja que significa la lateralidad-la derecha/izquierda-ha logrado constituir como completamente sola una conceptualidad perfectamente independiente de sus otros valores. Es cierto que recordé el privilegio que durante mucho tiempo parece haber, si me atrevo a decir, enaltecido a la “derecha”, y que ha podido jugar su papel.
Una cosa sigue siendo segura: todo pasa por un plano. No hay tercera dimensión, salvo aquella del trono del rey y de la oficina de la presidencia. Y precisamente la pregunta que se hace es saber si seguirá siendo una verdadera preeminencia para el rey. La repartición entre la derecha y la izquierda ocurre primero en el suelo. Uno se puede ver el emblema de lo que está en juego: el suelo, este suelo en el que todos están de pie, sin marcos, sin posición de dominación ni de forma opuesta al escondite donde se hace olvidar, en el suelo que por primera vez se convierte en eso que todos pisan. Y en un suelo donde uno no se desplaza ni por el trabajo ni por el placer, sino para reagruparse, para afirmarse del hecho de estar del mismo lado.
Entonces, ¿qué es un lado? Es una cara, un aspecto de un objeto que tiene más de uno (dejemos a los topólogos y a los físicos los objetos unidimensionales). De hecho, dichos objetos tienen dos, el derecho y el izquierdo. Dado que los objetos bidimensionales son bastante raros en la naturaleza, ¿cómo se constituyen? Es debido a la supresión de una tercera dimensión, la elevación, y con ella, se puede decir, de estas otras caras o aspectos que pueden formar, que por lo general forman, la parte delantera y la trasera.
El objeto derecho/izquierdo en el estado puro no se puede completar, enriquecer, fertilizar por ninguna otra especie de propiedad. Una secuoya, una lombriz, un homo sapiens pueden ser grandes, pequeños, voluminosos, mal formados, eso no afecta a su derecha/izquierda. Lo que lo afecta, como lo hemos dicho, es la presencia de un sujeto tal que determina una derecha y una izquierda; por ejemplo, la dirección del curso de un río determina su orilla derecha y su orilla izquierda.
Un barco tiene una derecha y una izquierda, esto se entiende bien, ya que está arreglado para avanzar por su roa. Pero los hombres de la tripulación no están cada uno en algún momento dado volteados en la misma dirección y para evitar errores se inventó que la palabra BATERÍA ampliamente escrita en la parte trasera del puente daría las únicas indicaciones admisibles desde el punto de vista de los lados: “babor” (bâbord) y “estribor” (tribord). (Para los ingleses, “babor” (port) y “estribor” (starboard) tienen la misma función; para los alemanes, “babor” (Backbord) y “estribor” (Steuerbord), etc.)
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La conquista marítima del mundo a partir de Europa ha sido un proceso de navegación establecido por direcciones, tanto conocidas como intuidas: otro pasaje hacia Asia, la posibilidad de nuevas tierras, etc. Y así continuó desde las conquistas imperiales en el Lejano Oriente, alrededor de la cuenca del Mediterráneo, hasta las conquistas del imperio romano, que a su vez fue también conquistado y desmembrado.
Todo esto era una cuestión de territorios: que un imperio nunca vea que el sol se oculta en sus tierras o que una baronía tenga la extensión de cuatro cantones, lo importante es que hay territorio, circunscripción y de hecho obediencia a la autoridad que reina sobre este territorio. La importancia del territorio se debe a su extensión, por supuesto, pero esta extensión en sí misma, y los esfuerzos para aumentarlo, vale, sobre todo, de manera eminente (reanudando un término de ley antigua) a su correlación en todos los aspectos a una autoridad dada, sea cual sea el origen (mito, conquista, lealtad, la mayoría de las veces al mismo tiempo).
Pero aquí está que en 1789 se manifiesta un nuevo esquema: no el territorio (que, por supuesto, no desaparecerá, sino que se volverá fuertemente complejo y de igual manera inmaterial), no el suelo con su fertilidad, sus ventajas estratégicas y todas sus culturas ancestrales. No es el suelo del “país” que es el lugar de pertenencia y desarrollo, sino más bien el “país” que se considera antes que nada como una población: en un momento dado, lo que las formas feudales determinaban como pertenencia y lealtad a un príncipe dado comenzó a transformarse de tal manera que ha prevalecido la idea de una “nación,” de un “pueblo nacional” que solo tiene una profunda pertenencia y lealtad a sí mismo.
Con esta nación se crea un espacio puro dentro del cual que no se encuentran lugares, matrices, técnicas, sino solo posiciones sobre esta pertenencia y lealtad a uno mismo. Uno es de derecha o uno es de izquierda respecto a lo mismo: digamos, el “bien” de la nación. En el régimen de feudalidad, solo se puede diferir u oponerse con respeto a eso a lo que se es el fiel.
Sin embargo, al simplificar mucho, como a veces se tiene que hacer, uno puede decir que en la derecha se encontraron aquellos que se adhirieron por completo al modelo de territorio dotado de su autoridad. La “derecha” hasta ahora ha seguido fiel a lo que la calificó como el “lado honorífico.” Cualesquiera que hayan sido las razones, ciertamente muy interesantes de saber, prácticas, mágicas, simbólicas de esta o aquella ventaja reconocida por la derecha, lo que importa aquí es la filiación, fortuita o no, de la posición más honorable a la posición, esta vez en el sentido del “fallo,” según el cual existe de hecho, o de gracia, por naturaleza o por supernaturaleza del más y del menos honorable.
La derecha, sin importar del tipo que sea, no se sujeta principalmente ni al poder ni tampoco al orden. Lo hace porque su mismo pensamiento está estructurado por un orden imponente (natural, religioso, lo que sea) que se impone a él-mismo. La derecha es solo la que quiere el orden, la seguridad y el respeto tanto de las leyes como de las costumbres. Ella quiere esto porque solo responde a la verdad fundamental, cosmológica, ontológica o teológica según la cual ese territorio está allí, estas personas están allí, estos animales, estas plantas y así como todo un conocimiento inmemorial completo del origen o de la necesidad de eso.
Se podría decir: la derecha implica una metafísica- o como se quisiera, una mitología, una ideología- de algo dado, absoluta y primordialmente dado y lo que, por lo esencial, nada o muy poco se puede cambiar. La izquierda implica lo contrario: lo que puede y debe cambiarse.
(Paréntesis: me deslizo aquí sobre la democracia griega, que ciertamente ya contiene elementos, e importantes, del desplazamiento que trato de indicar; de manera similar en Roma, República e Imperio. Debido al punto de vista que nos ocupa, uno no puede encontrar nada parecido en la partición derecha/izquierda, ni siquiera en las revueltas de esclavos- que muchos imperios han conocido- ni en los conflictos o secesiones en Roma entre la plebe y el patricio.)
Hasta 1789, para decirlo de manera resumida, existieron todos los enfrentamientos posibles y los más terribles entre grupos, pueblos, entre pueblos o en su seno, entre las legitimidades recibidas y las dominaciones legitimadas. Pero nunca había sido cuestión de afirmar que habría habido alguna legitimidad que no debiera proceder del “pueblo”, es decir, de personas reunidas tan lejos por una pertenencia y una lealtad que precisamente ahora tienen que responder ante su legitimidad.
(Otra vez paréntesis: Atenas y Roma incluso tenían en su ser político una “religión civil”, es decir, la observancia de una especie de archi-legitimidad que no podía ser cuestionada. En cuanto al cristianismo, si, por una parte, el sistema feudal, venido de otro lado, había podido establecerse con la obediencia cristiana, fue por otro lado descompuesto por la construcción del Estado moderno, es decir precisamente aquel que no admite nada por encima de él.)
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Por lo tanto, en 1789 había- para mantener esta fecha simbólica- una escisión absolutamente nueva: ahí donde la legitimidad y, por lo tanto, la autoridad siempre se refería a un más allá, se hacía exigible que ellas fueran fundadas aquí. La “derecha” se convirtió en el nombre genérico de todas las maneras de reservar un “más allá” (si es necesario “naturaleza,”) la izquierda se convirtió en el nombre genérico de todas las formas en las que se buscaba fundar un “aquí mismo.” Pero en esta denominación la una como la otra no tienen otro referente que el “lado.” Por supuesto, cada lado propone de él mismo una justificación completamente diferente a la lateralidad, pero lo que no puede no llamar la atención es que solo el léxico derecha/izquierda mantiene para él tal distribución.
¿No es una escisión después de todo sorprendente cuando uno piensa que solo llegó después de tres millones de existencias humanas? Durante todo este tiempo, ciertamente se ha discutido sobre las formas de definir, configurar y gobernar la colectividad, pero nunca se ha previsto, ni que una colectividad dada se forme de ella misma sin ningún principio superior, ni que la colectividad pueda ser prevista como la de todos los hombres. Ahora bien, que una colectividad se forme y se norme de sí misma, por un lado, y que, por otro lado, se ordene tendencialmente a toda la humanidad, he ahí quizás el contenido mínimo de lo que se llama izquierda.
Aquí debemos rectificar nuestra óptica ordinaria: vemos el 1789 como el logro de una liberación, cuando en realidad debemos aprender a verlo como la aparición, después de la maduración, de una condición antropológica completamente nueva. En el fondo, esta condición es la que Marx ha formulado: el hombre es el productor de su propia existencia social. Lo que también significa: la sociedad es la condición de la existencia humana y también es su fin. Donde había unidades discretas, individuos, si queremos, ordenadas de inmediato en una línea, un territorio, una autoridad, una santidad, allí, en cierto modo, este individuo (este “alguien”) se transforma en un átomo de la molécula social de la cual es producto y productor, agente y paciente, parte y todo.
Lo que parece de esta forma no es extraño, no hace falta decirlo, el hecho de que este mismo hombre y esta misma sociedad sean aquellos que, al mismo tiempo, entre los siglos XV y XVIII, habían inventado precisamente la autoproducción como un régimen general de la civilización : por un lado, toda la ciencia moderna como autoproducción de modelos calculables (por ejemplo, ya no recibo el brillo de la luz, construyo la constitución y la velocidad), por otro lado, la riqueza que, sostiene su principio, no en acumulación, sino en la inversión por la cual produce más riqueza. Con estas dos herramientas para aliviar la técnica correctamente: inventamos cómo producir una energía que no sea dada (agua, viento, cuerpo humano y animal), por ejemplo, la del vapor para que se obtengan máquinas que no solo son más poderosas, por lo tanto, más productoras, pero que a su vez se ponen en marcha otras formas de energía, por lo tanto, de producción.
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No prestamos atención al hecho de que la revolución política y la revolución industrial y económica son lo mismo: producir en lugar de reproducir lo dado. Producir, por lo tanto, lo no dado, el nuevo absoluto.
Lo que separa profundamente la derecha de la izquierda es que la primera, frente al nacimiento de la Producción absoluta, se acelera para transferir los caracteres de lo “dado” a ella (excepto en el caso de algunos retrasados de la aristocracia.) Esta vez, los donantes ya no necesitan ser dioses, pero es la naturaleza trabajada por el ingenio del hombre: se dan los medios de Producción. En resumen, es el auto-productor por excelencia, incluso la Producción misma. Himno a la Ciencia, a la industria y a la moneda fiduciaria.
Estas indicaciones resumidas podrían ser desplegadas y precisadas en un contexto más contemporáneo (basta con pensar en la cuestión de las energías renovables o no, en la del control de las operaciones financieras, en resumen, en nuestra vida diaria). Lo importante aquí es más bien hacer la siguiente constatación: si bien el derecho ha llevado inmediatamente la producción a datos naturales, y a menudo bajo una fianza sobrenatural (Dios bendice la productividad del hombre, incluso si no lo confunde con el secreto de su alma), la izquierda, por el contrario, creía en la buena fe, y a menudo mucho mejor, que se había liberado de Dios, que la humanidad se daba a sí misma. Ella dibujaba los medios para producir una nueva existencia.
Es por eso por lo que hasta ahora un criterio absoluto separa al menos la derecha de la izquierda: el de la justicia. Porque la derecha piensa que esta última es de alguna manera dada-no perfecta, sin duda, pero disponible y perfecta. Se da en las condiciones que la naturaleza y la sociedad hacen posible. Por esta razón, de una manera perfectamente lógica, una gran parte de las luchas de la justicia económica y social durante dos siglos ha consistido y aún consiste en exigir que se determine lo necesario (en ingresos, vivienda, educación, etc.) de acuerdo con el posible ofrecido por la producción: si es posible albergar, tratar, instruir, de tal manera, entonces se debe hacer. En esta dirección van todas las actitudes “progresivas,” “sociales,” “humanistas” (e izquierda o derecha, a veces, no se disciernen muy bien).
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Pero hay otra posibilidad en la mutación antropológica de la que estamos hablando. Y aún más, quizás, que una posibilidad: un requisito. Hay que tener en cuenta que la justicia consiste en permitir que todos y cada uno (todos para cada uno y viceversa) se conviertan en el productor de su propia existencia. Al preguntarse sobre el valor del trabajo y la parte de este valor (el “valor agregado”), Marx no tenía nada más que esto: el productor produce más que el producto, se produce él mismo como hombre. Y, por el contrario, ser un hombre es producirse como tal. En este sentido, Marx designó perfectamente el punto de mutación: el hombre no depende de ninguna cosa determinada (como tampoco la totalidad del universo.)
El hombre, sin embargo, no es un producto, y mucho menos si él es el productor. Se puede insistir bastante en esta contradicción, o de lo contrario uno puede preguntarse si este no es precisamente el modelo del productor y del autoproductor (dinero, técnica-técnicas de dinero y financiamiento de técnicas) que ha puesto a la izquierda en dificultad. Porque se intentó hacer, con la URSS, una sociedad que fuera la de la autoproducción y, por lo tanto, de la autoproducción de un hombre que tuviera que ser realmente de un lado a otro esto: productor en su lugar correcto. Pero, por un lado, esta sociedad reconstruía furtivamente enormes desigualdades, por otro lado- fenómeno vinculado al anterior- en realidad separaba a la sociedad de otra realidad que era el consorcio militar, policiaco y político cuyo único propósito era ser un poder mundial. Sin duda, no es falso que Mao Dze Dong haya querido evitar este riesgo forzando, bajo el nombre de “revolución cultural,” un mestizaje de todo lo que debería haber (auto) producido una sociedad realmente diferente, solo porque todos habrían subspeccionado allí en un “pueblo” nuevo.
Pero, de nuevo, y por no decir nada sobre las violencias que desencadenó este proceso, se trataba de producir, de producir al Productor, y finalmente la producción por sí misma como la verdad de la humanidad.
El fascismo y el nazismo han dado una versión un poco diferente, en la que la producción es reemplazada por la regeneración. En lugar de representar un tipo de emergencia pura del poder productor, uno se remonta hacia una fuerza generadora. El gesto de la derecha siempre se trata de una donación anterior, un origen, una pre-disposición. El gesto de la izquierda cuestiona el futuro y, sobre todo, no se da por sentado.
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No hay garantizado en la izquierda, por el contrario, en la derecha, se encuentra la garantía esencial, la fundación, el principio. Sin embargo, la izquierda permaneció de una manera doble, dependiente también de una garantía: por un lado, el orden antiguo tuvo que ser suprimido, por el otro, la producción o la invención del hombre (o incluso del mundo mismo) involucraba al menos un boceto, un esquema de lo que iba a aparecer.
En cuanto a la supresión del orden antiguo, fue y sigue siendo considerada como la supresión de todas las dependencias. Es por eso por lo que las grandes palabras de la izquierda han sido la libertad, la emancipación, la salida de la alienación. La igualdad se atribuye inmediatamente a ella, sin la cual la idea misma de la humanidad y de la colectividad no tendría sentido. Pero el camino hacia la igualdad pasa por la emancipación (retengamos esta palabra, cada vez más retomada, incluso hoy, en discursos de la izquierda). La idea de la emancipación tiene la ventaja de enfatizar el hecho de que se trata de salir de un estado de tutela, de dependencia (fue en Roma un acto legal por el cual un maestro podía sacar al esclavo de su servidumbre y hacerlo libre). Podemos medir fácilmente la importancia de esta idea cuando pensamos en todos los que atravesaron los movimientos de las “nacionalidades” en el siglo XIX, y además toda la independencia de las excolonias, así como recordamos todas las emancipaciones del arte, modales, pensamientos que marcó el siglo XX.
Sin lugar a duda, se llega también por allá, en el siglo XXI, a lo que se podría nombrar una dominación ideológica de la emancipación en la que, de manera bastante paradójica, la emancipación también puede jugar contra las opresiones políticas y económicas que en favor del individualismo de los consumidores ya no necesita ser explicada con lujo de detalles. Una vez destituidos, los tiranos o los maestros, ya que fueron claramente identificados en 1789, de otros dominios y de otras tiranías, no menos poderosas, han tomado su lugar.
La izquierda descubre que ha terminado con las emancipaciones más clarificadoras, las que procedieron de realidades dadas como la iglesia y como la explotación abierta del trabajo. Pero ella los ve regresar precisamente donde pone su esperanza: en muchos otros “opios de la gente,” de los cuales es incluso parte de la recuperación incesante del himno a la emancipación (“democracia,” los “derechos del ‘hombre”) – y en los recursos inagotables que el capitalismo y la técnica encuentran juntos para aumentar el rendimiento de los recursos, algunos de los cuales se dice que son “humanos.” Pensemos en un niño dedicado, en la India, a un trabajo agotador y apenas remunerado, o en un marco promedio en Francia que se rompe bajo la presión de una gestión cada vez más tensa: en uno o en otro caso, esto puede llegar hasta el suicidio, y en cada uno de los casos eso define la existencia como pura desesperación).
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La “desesperación,” el “desconcierto” son las palabras que dicen hoy la tonalidad principal de la izquierda que aún querría ser, pero que ya no es, por las razones que ya he dicho.
Pero de estas razones vuelve a salir un argumento muy fuerte- no para volver a lanzar o renovar la izquierda, como lo hemos estado haciendo durante dos siglos, sino para hacer la siguiente pregunta: si no se trata solo de “emancipar” a un “hombre” cuya forma pensamos que estamos discerniendo, y si no es solo una cuestión de identificar a este “hombre” con el producto de la autoproducción, ¿de qué se puede tratar?
Quizás de pensar no solamente según el “hombre.” “El humanismo no piensa lo suficientemente alto la humanitas del hombre.” Escribe Heidegger, y Levinas pide un “humanismo del otro hombre.” Deleuze habló de “convertirse en mujer, animal, imperceptible.” Derrida afirma: “El hombre siempre ha sido su propio fin, es decir, el final propio.” Aquí es donde se inicia el camino que en este momento se trata de abrir realmente.
Lo que falta, a pesar de todas las precisiones que contienen, los pensamientos del hombre- los “humanismos como decimos (lo decimos con mayor frecuencia en lo singular, seguros de que sabemos lo que es el “hombre”)- es entender que la moderna mutación antropológica y metafísica es la mutación que trae al hombre completamente a sí mismo y que además le da la totalidad del mundo o de los mundos.
No es que el hombre sea un poder dado al que se somete o se confía: ha demostrado su capacidad para destruir, humillar, morir de hambre, aplastar cualquier existencia, humana o no, que no responde a una gestión cada vez más tensa de esta producción que solo reclama con vergüenza y mala conciencia ser la producción de algo como una “felicidad humana” o como un “hombre total.”
Pero así es precisamente como el hombre se restablece a sí mismo: finalmente se le parece, de una manera no puede ser más clara, que ni una “salvación” en el más allá, ni la producción de una totalidad final el no representar el sentido de una existencia que precisamente hace sentido en tanto que ella existe, y que las existencias, todas ellas de todos los existentes del mundo, coexisten: solo en su coexistencia se encuentra el sentido del mundo. No hay de otra.
El hombre es este existente por el cual ahora, todas las demás posibilidades de sentido siendo abolidas o condenadas a gesticulaciones arcaicas (ya sean “espiritualidades” o de “ascetismos” o de “heroísmo,”) su sentido se transforma integralmente en su existencia y el sentido de todo el mundo se transforma en su existencia- animal, vegetal, mineral, sideral.
Pascal lo sabía gracias a la muy fuerte sensibilidad que tenía para la mutación ya en proceso. Él dice: “El hombre pasa infinitamente al hombre.” Esto significa: el hombre no es la criatura de Dios ni su propia creación (si puedo glosar Pascal de esta manera). Él es lo infinito en acción o si preferimos él es la expresión o el testigo de este infinito en acción que llamamos “el mundo,” incluso “mundos,” es decir de este hecho elemental y vertiginoso de que existe lo que hay y que estamos allí.
Se podría decir: la derecha se refiere a los órdenes, a los datos y a las limitaciones bajo las cuales podemos jugar uno u otro juego de producción-es decir, en verdad, la reproducción de las limitaciones hasta el agotamiento del juego, la autoproducción de la riqueza y de la técnica hasta que se revele que el infinito, en este caso, es reemplazado por lo indefinido, lo suficientemente terminado, la necesidad de haber articulado cuidadosamente las necesidades con el mantenimiento cínico de la pobreza que falta tanto que ella siempre está por debajo de la necesidad, en el desasosiego necesitado.
La izquierda es realmente lo que es cuando ella comprende que la derecha se niega a considerar que estamos allí, que el mundo está allí, para afirmar, por el contrario, que hay restricciones naturales o sobrenaturales y que, al usarlas en el mejor de los casos, podemos jugar el juego de una emancipación que no es de los hombres sino de los mecanismos de la producción indefinida.
La izquierda es realmente lo que es cuando dice: estamos aquí, el mundo está ahí, no hay nada más dado que esta espacialidad del “somos.” “A la izquierda” significa entonces, ya que quería decirlo desde el principio sin saberlo: estamos allí, el mundo está allí, no se da nada más. En cierto sentido, no hay emancipación para buscar porque no hay una dominación dada-lo que no significa que no exista todo lo que sabemos de la tiranía, de la arbitrariedad, de la explotación, pero que nada de esto se basa en alguna necesidad cualquiera. Porque necesidad, no hay: el hecho de que el mundo existe y el hombre en él no es una necesidad. Es una oportunidad, un riesgo, el juego de dados lanzado por un niño, como dijeron los griegos. Incluso, y quizás especialmente para las teologías, la existencia (creación) del mundo no es, no puede ser una necesidad, bajo la pena de negarse como teología.
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Por lo tanto, es solo con la condición de no reconocer a ningún dado ni necesidad, y al mismo tiempo con la condición de renunciar a una Producción del Hombre y del Mundo, que la izquierda puede asumir su origen: el lado de los cuales no da ni seguridad ni tampoco fundamento. El lado del mundo que viene a descubrirse simplemente como su propio sentido, ni apropiable ni apropiado, sino “pasando infinitamente” todo lo que nos representamos como “sentido.”
Encontraremos, por supuesto, que estamos muy lejos de la pregunta “derecha/izquierda” y que todo se ha evaporado en nieblas metafísicas. Pero aquí es donde está el punto: la partición derecha/izquierda no ha sido simplemente el punto de partida para una nueva política, ni una nueva sociedad, moral, etc. Ha expresado una realidad mucho más profunda, no un progreso o una disminución en la historia, sino la apertura de otra historia, una que no procede de ninguna semilla dada y que no tiene el fruto necesario, sino que vuelve a poner al mundo: cosmos, naturaleza, fuerzas y formas- bajo la responsabilidad del hombre en tanto que ser indeterminado, indefinido, capaz de transformar todo en producto y en “valor agregado” y superarse infinitamente a él mismo, más allá de cualquier producto y de todo valor, en un deslumbramiento de sentido.
Tan poco práctico y realista que eso parezca, es la verdad: o bien la “izquierda” comenzará preocupándose por el “sentido,” o no habrá ninguna izquierda ni derecha, sino variaciones sobre el tema de la producción que terminará siendo la producción de nada. Porque nunca se produce sentido: tiene lugar, pasa, sucede. Y no sucede entre la derecha y la izquierda, indiferentemente; No: abre la diferencia de dos lados, a partir de los cuales hay que orientarse y, por lo tanto, elegir.
Posdata
El texto anterior fue escrito en 2011 para la revista italiana MicroMega. Si cinco años más tarde me pareció apropiado entregárselo a Lignes, fue porque lo creía en parte de actualidad, como se dice, o al menos lo había sido durante mucho tiempo, y cuyo futuro sigue siendo oscuro, pero, al menos hasta ahora, abierto, posible, incluso exigible. Sin embargo, el movimiento de estos trece años consistió justamente en intensificar la oscuridad de la que acabo de hablar. El eslogan “ni izquierda ni derecha”, un viejo eslogan fascista que es a menudo “apolítico” (como si este término tuviera algo más que un significado de derecha), se ha convertido en, o al menos se supone que es, un lema político respetable. Esta respetabilidad es, sin embargo, tan frágil que incluso es criticada en la derecha, donde ciertos individuos afirman, contra este dudoso y miserable “ni… ni”, la superación o la sublimación de las discrepancias en nombre de una supuesta unidad nacional.
Después de leer mi texto, y refiriéndose al tema de este número, Mathilde Girard sugirió que el binomio “izquierda-derecha” podría entenderse en términos de la oposición entre “imposible” y “posible”. Estoy completamente de acuerdo con ella: esta es una manera de nombrar lo que intentaba decir cuando oponía las limitaciones dadas, y aceptadas a expensas del sentido, a la exigencia de justicia, que incluso cuando es regulativa sigue siendo imperativa.
La justicia –que Derrida describe como “indeconstructible”– es una exigencia imposible o una exigencia de lo imposible en el sentido muy preciso de que no es una cuestión de lo posible. Hacerle justicia a alguien (a una “persona”, a una “singularidad”) o a un grupo (un “pueblo” o una “clase”) no presupone que podamos presentar claramente lo que se le regresa. Esto se hace evidente en cuanto se piensa en la cuestión o en los criterios de este “regresar a”: ¿para qué? ¿Por mérito, trabajo, existencia? ¿Y a quién? ¿Al ciudadano, al ser humano, a la existencia? ¿Cómo vamos a determinar siquiera el sentido de estos términos?
Es completamente ilusorio creer que podemos conformarnos con significados aceptables, comunes o bien producidos como resultado de un debate público. Hoy, desde Habermas hasta Sandel, asistimos a un llamamiento cada vez más renovado de esta idea de “debate público”. Este llamamiento desconoce por completo el hecho de que la opinión está sujeta de antemano a los significados más banales y confusos. Esta es la razón por la que –para usar una palabra cuyo significado sigue siendo incierto– cualquier pensamiento político, y por tanto cualquier acción política, debe ser inicialmente filosófico. Y como la filosofía no es ella misma más que cuando se expone al “más allá del ser” platónico, este pensamiento tiene lugar más allá de cualquier sentido dado, reconocible o apropiable. De esta manera, la filosofía no crea nada, sino que intenta dar voz a lo que se abre paso silenciosa y oscuramente a través de los movimientos profundos de la historia.
La izquierda no es nada menos que el gesto que mantiene abierto, no a un ideal utópico, sino a la justicia como exigencia irreprimible de mantener el sentido del sentido: ni felicidad ni armonía, sino un valor incalculable que es a la vez improducible e improductivo. ¿Se puede decir que esto ha sido traicionado? La respuesta debe ser afirmativa en cuanto se piensa que los derechos humanos siempre han sido los de los propietarios, luego los de los ciudadanos o de cualquier categoría de personas que estuviera legitimada por el poder, pero nunca los de los seres humanos (considerados, -Además, en términos de sus conexiones con todas las demás formas de existencia). No hay duda de que en cada caso ha habido un cierto grado de maniobra y desvío de un movimiento o de una energía, pero al mismo tiempo, lo que ha hecho posible la traición es el mantenimiento de la oscuridad o de la incertidumbre en torno a la naturaleza de la demanda de justicia, de cómo no se trata ni de lo dado ni de lo posible (que siempre precede de lo dado). Esto en sí mismo pertenece no solo a la lógica de la acumulación, la apropiación y la dominación, sino también a la de la producción y la autoproducción de la humanidad.
Hoy tal vez estemos empezando a darnos cuenta de que lo que hemos producido y en lo que nos hemos auto-producido es nuestra dependencia exponencial de la producción misma. No se trata únicamente de la propiedad de los medios de producción, sino de la creación de sus fines que no pueden no tener un afecto retroactivo en sus medios. Ahora bien, los únicos fines posibles son los indefinidos, no esa “finalidad sin fin” que, sin embargo, no es solamente “propia” de la humanidad, si no del mundo entero.
Sobre todo –sí, más que nada– la izquierda debe saber que el pensamiento de lo posible va en contra de su verdad más profunda, y que el pensamiento de lo imposible no es ni utópico ni un vaticinio irresponsable, sino que es más bien su piedra de toque y su fuerza impulsora. Cuando Rousseau dijo que la democracia solo era posible para un pueblo de dioses, nos confió lo imposible. Quizás depositó más fe en el ser humano de lo que parece.
Notas
[1] Nota de la traductora: El texto original en francés titulado “Gauche/droite” fue publicado como Nancy, Jean-Luc. “Gauche/droite.” Lignes no. 52 (2017/1): 147-164. https://www.cairn.info/revue-lignes-2017-1-page-147.htm. Su traducción en inglés fue publicada como Nancy, Jean-Luc. “Left/Right.” Traducido por Matthew Ellison. Parrhesia no. 33 (2020): 1-16. http://www.parrhesiajournal.org/parrhesia33/parrhesia33_nancy.pdf. Agradezco a Jean-Luc Nancy por haberme enviado la versión del 2011 del texto original en francés por correo electrónico (el 21 de abril del 2021) así como otorgarme el permiso de publicar la traducción del texto de Lignes (2017) aquí. La posdata fue escrita para la publicación francesa del ensayo en Lignes (2017).