Ciertamente, Sócrates, [habla Calicles] la filosofía tiene su encanto si se toma moderadamente en la juventud; pero si se insiste en ella más de lo conveniente es la perdición de los hombres.
Platón, Gorgias 484 c.
En recientes fechas, se ha vuelto muy popular una actividad que vincula la filosofía con la infancia. Dicha actividad, formalmente establecida hacia finales del siglo xx y denominada Filosofía para Niños, se ha convertido en todo un movimiento que pretende desarrollar en los párvulos el ejercicio de ciertas habilidades que competen a la filosofía, tales como la reflexión crítica y el pensamiento ordenado. Se trata, en general, de lograr que desde la tierna infancia se estimule el ejercicio de la razón, en aras de lograr adultos más críticos o, al modo heraclíteo, más despiertos. Tales pretensiones despiertan sospechas, principalmente, entre los filósofos. ¿Es realmente posible lograr que los niños filosofen? Sea afirmativa o negativa la respuesta a esta pregunta, ella exigirá una idea de lo que la filosofía sea para poder justificar por qué sí o por qué no es posible vincular a la filosofía con los niños. La tarea de brindar una definición de la filosofía ha sido constantemente llevada a cabo sin haber logrado hasta ahora una respuesta absolutamente indubitable. Por ello, sería vano en tan pocas líneas ofrecer una definición de la filosofía, además de que esto no es el asunto que se tratará en el presente texto. En cambio, lo que se intentará abordar en lo que sigue, es un análisis crítico en torno a lo que se ha denominado Filosofía para Niños (FpN) para resaltar los lazos que, en efecto, puedan existir entre la ciencia primera y la infancia.
La FpN fue dada a conocer formalmente con dicho nombre, por el filósofo y educador Matthew Lipman en la década de los años sesenta del siglo pasado. Uno de los objetivos de Lipman, fue lograr que la filosofía tomara un papel más práctico en la formación de los hombres y, por lo mismo, que tuviera una injerencia más profunda y significativa al interior de la educación. Era menester, por lo tanto, hacer que la filosofía saliera del academicismo para que los niños y los adolescentes desarrollaran las habilidades que, según el filósofo norteamericano, se emplean en el ejercicio de la filosofía. Una de las motivaciones de Lipman, siguiendo a John Dewey, es la de enseñar a los niños y adolescentes a pensar[1] y no, como aparentemente lo sigue haciendo la educación en los años escolares que abarcan a la infancia y adolescencia, simplemente transmitir contenidos temáticos que fomentan más la memorización que la comprensión. Desde luego, la finalidad de que la educación sea más significativa para los individuos, no se agota en el hecho de salgan mejor preparados para el ejercicio de una profesión. La educación tiene una finalidad ético-política, pues sólo a partir de ella, es posible configurar una sociedad que permita una convivencia más justa, equitativa y plural. Así pues, la propuesta de Lipman entraña un interés ético para lograr una formación individual, que derive en una sociedad de hombres más sensatos y aptos para ejercer el pensamiento.
Sin lugar a dudas, acaso la mayor influencia de Lipman sea el pensamiento de Dewey. En efecto, la idea que comparten ambos pensadores es la de que la filosofía dota de ciertas habilidades a los hombres y que, además, es deseable que éstas sean fomentadas en todos los individuos, aún cuando ellos decidan dedicarse a otro tipo de actividades. Ambos filósofos ―no por nada considerados pragmatistas― pretenden fomentar una suerte de transversalidad[2] de la filosofía que se halle presente en la educación de los individuos, con la finalidad de que, sea cual fuere la profesión o especialización que eligiesen, siempre contaran con las herramientas filosóficas para llevar una vida más prudente y racional. Como podrá advertirse, resulta francamente difícil oponerse a la idea de que, fomentando un tipo de habilidades (presuntamente filosóficas) mediante ciertas actividades, los individuos pueden volverse sujetos más críticos y reflexivos, capaces de orientarse mediante sus propios pensamientos expresados en argumentos sólidos y con razones fundadas. Sin lugar a dudas, la promesa de una sociedad con un tipo de personas así, es siempre alentadora y esperanzadora, y pocos son quienes quisieran oponerse a ello. En el fondo, pues, la apuesta de Lipman (que a su vez es la apuesta de Dewey) consiste en lograr individuos formados racionalmente para habitar en una sociedad que respete las razones y sepa ponderar argumentos sólidos, expuestos mediante el diálogo. Evidentemente, la forma de gobierno que, tanto Dewey como Lipman, tienen en mente es la democracia, entendida como la forma de gobierno en la cual los individuos poseen una participación crítica y autónoma.[3]
La propuesta de FpN es esencialmente teleológica, pues persigue un fin muy concreto: lograr que los individuos cuenten con una educación más elevada, que consista en el desarrollo de la autonomía, de las capacidades de autorreflexión y comprensión del propio mundo y que, además, permita consolidar una sociedad más ecuánime, racional y, en una palabra, democrática.[4] Adicionalmente, la propuesta de Lipman establece un método con base en el cual es posible alcanzar dicho fin. En efecto, el filósofo norteamericano propone, mediante una serie de novelas creadas para cada grado escolar considerado en el rango de edades que van desde los 5 ó 6 años hasta los 17, una serie de historias cotidianas que permitan a los niños y adolescentes reflexionar sobre algunas temáticas de la filosofía. Evidentemente, dichas historias se encuentran adaptadas a un lenguaje asequible para los infantes. Además, cada una de las novelas empleadas (las cuales en total son siete), poseen un manual para el educador que permite implementar dinámicas y/ o actividades para el óptimo aprovechamiento de las lecturas con los niños. La importancia de los ejercicios en el aula se cifra en el hecho de que los niños practiquen el diálogo y que, con ello, desarrollen la costumbre de escuchar al otro y de exponer sus propias ideas mediante argumentos paulatinamente más sólidos. Por supuesto, esto tiene como finalidad lograr que los niños y jóvenes puedan reproducir dichas habilidades fuera de la escuela y durante el resto de su vida. Así, este ejercicio fomentado desde la educación elemental es la semilla que permitirá cosechar individuos más dispuestos a escuchar a sus congéneres y a exponer sus puntos de vista con razones fundadas. Es, pues, el germen de una sociedad más ecuánime, plural, racional y autónoma. Como podrá notarse, es innegable que Lipman pretendió hacer algo para lograr resarcir una sociedad que a todas luces ha perdido la sensatez y que se halla obnubilada por el consumismo. Y, como buen pragmatista, decidió implementar acciones concretas a través de un método que se halla motivado por una esperanza y una convicción. Esto último, por sí mismo, es muy respetable. Sin embargo, subyace la duda y aun la sospecha en torno al fin que Lipman persigue y el medio por el cual pretende alcanzarlo.
Como ya se mencionó, la FpN de Lipman es un medio para alcanzar un fin determinado. Y aunque el propio pensador norteamericano afirme inspirarse en el carácter práctico de la filosofía antigua ―particularmente en la socrática[5]―, es menester señalar que ésta no se reducía, como la FpN, al desarrollo del razonamiento, la claridad conceptual y la capacidad de cuestionar por cuenta propia, en aras de la conformación democrática. Sin duda, dichas capacidades eran (y siguen siendo) una parte esencial del quehacer filosófico; pero la filosofía de estirpe socrática también implicaba un compromiso incorruptible con la verdad y una orientación en pos de una buena vida, sustentadas en el fomento cotidiano de reflexionar sobre uno mismo y en mantenerse atento acerca de las expresiones del logos de lo real. En suma, la filosofía socrática no se limitaba al desarrollo de las formas del pensamiento, sino que encaminaba la vida hacia la correspondencia cabal con el orden intrínseco de la realidad. La motivación en pos de una eudaimonia, es decir, un buen destino, era algo mucho más amplio que el simple reconocimiento de lo lógicamente correcto y aún más que el camino hacia una vida democrática.[6] En cambio, la propuesta de Lipman asume que lo más deseable es una sociedad plenamente demócrata debido a que, en la actualidad, es imposible pensar en un orden de realidad como el que tenían en mente los griegos y que, siendo realistas, es preferible un estado democrático al mundo del Cosmos y la Physis arcaicos. Sin embargo, la cuestión radica en que la filosofía no tendría por qué responder a un modelo democrático o a alguna otra forma de gobierno contemporánea. Lo rescatable de la filosofía como una forma de vida es que, precisamente, permite formar al hombre a pesar de los regímenes políticos existentes, pues hace posible pensar con profundidad el propio ser y el mundo en el cual se está inmerso y, con ello, se puede lograr un posicionamiento frente a ese mundo, con el reconocimiento del otro y sin recurrir necesariamente a fundamentos trascendentes. Justo el no-sometimiento de la filosofía a la democracia, ni a ninguna otra forma de gobierno, es lo que dota de una formación más honda a los hombres, tras la cual, pudiesen discernir cuál es el modo más conveniente de vincularse en comunidad. De esto se dieron cuenta lo griegos para quienes la política, si bien fue la motivación fundamental para el desarrollo de su pensamiento, no se reducía sólo a las formas de gobierno, sino al modo en el cual se articulan todas las relaciones en la polis. Por ello, el cuidado de la comunidad dependía del cuidado de uno mismo y era necesario procurarlo si se pretendía mantener la vida política. La filosofía procuraba el cuidado de sí mediante el conocimiento del orden de lo real que debía ser siempre el modelo de perfección a seguir en el alma y, naturalmente, en la polis. Así pues, ciertamente la filosofía griega tiene una motivación política, pero ninguna forma de gobierno es la finalidad que pretende encauzar y orientar el quehacer filosófico. Antes bien, la filosofía es la que, tras la formación del hombre, permite ver cuál sería la forma de gobierno más deseable para mantener la unidad de la comunidad.[7]
Ahora bien, es importante señalar que la propuesta Lipman no sólo es cuestionable por el fin que persigue, sino también por el método empleado. En efecto, las novelas con las cuales pretende despertar el ejercicio reflexivo en los infantes presuponen que todos los niños generarán interés en dichas narrativas, sin tomar en cuenta el contexto histórico-social del infante. Se podrá objetar que, frente a este problema, es menester que los educadores que implementen el método de FpN adecuen lo mejor posible las lecturas al contexto en el cual se aplican. Sin embargo, también es importante señalar que las diversas circunstancias pueden llegar al extremo de hacer imposible una aplicación cabal del método ideado para la aplicación de FpN. Además, subrepticiamente, Lipman y sus discípulos caen fácilmente en el prejuicio de que los niños, sean de donde sean, tienen una inclinación natural a cuestionar todo y, por lo mismo, son considerados el campo más fértil para encauzar su natural disposición a indagar. Resulta, sin embargo, que hay que tomar con mayor precaución este supuesto porque no necesariamente todos los infantes desean saberlo todo. La curiosidad de los niños depende, en gran medida, del modo en el que son educados en sus hogares. Hay niños que, por el carácter de sus padres y la educación derivada de ellos, no desean preguntar nada. Otros, también por las mismas razones, desarrollan la actitud contraria, es decir, están más dispuestos a cuestionar o a indagar. De tal suerte que, aunque los textos de Lipman puedan estar enfocados hacia niños y jóvenes de ciertas edades, y que en los manuales puedan encontrarse ciertas dinámicas que contribuyan al estímulo de la reflexión, ello no garantiza que se desarrollen las habilidades que el pensador norteamericano sugiere.
A pesar de lo anterior, la filosofía y la infancia no están del todo disociadas. Si bien la propuesta de Lipman no está exenta de problemas tampoco puede afirmarse que se trate de un disparate o de una mera ocurrencia. Es verdad que pueden desarrollarse habilidades como la reflexión y la argumentación en la eduación elemental pero, como se señaló líneas atrás, la filosofía no puede reducirse exclusivamente a aspectos formales como los mencionados. Ciertamente, estos son elementos fundamentales del ejercicio filosófico pero no es lo que define a la filosofía misma. Para filosofar no basta sólo argumentar, analizar o sintetizar, también es necesario aquello sobre lo cual se filosofa y, además, también es importante considerar el modo y el contenido que otros filósofos han expuesto sobre ciertos temas y problemas. Es decir, para la filosofía es importante también enterarse de la tradición que la conforma. Todo esto, que de ninguna manera pretende ser una definición de lo que la filosofía es, son apenas trazos generales ―y quizá no los únicos― del quehacer filosófico, y ellos suponen, a su vez, una tremenda complejidad. Ciertamente, sería una audacia asumir que los niños son aptos para la dificultad que trae consigo el ejercicio de la filosofía. Así pues, los infantes pueden desarrollar la reflexión en torno a lo que alguien diga sobre algún tema y sobre lo que ocurre en su contexto inmediato.
Es innegable que los niños logran tomar consciencia del mundo en el que viven, incluso sin necesidad de cuestionarlo. Ahora bien, esta toma de consciencia puede ser acompañada por lo más elemental en la filosofía: el diálogo. En efecto, mediante la deliberación a través del diálogo es factible que los infantes den con algunas explicaciones, acaso no definitivas, pero que les hagan saber que en la reflexión está la clave para aprender a ubicarse en el mundo, por caótico que éste sea. Desde luego, ello no quiere decir que por fomentar el diálogo ya se esté implementando o aplicando la filosofía en los niños. Se comparte la idea de que un filósofo es capaz de dialogar con los infantes. Pero esto no implica que al niño se le deba considerar, por el hecho de que piense y exprese razones a través del diálogo, un filósofo.
Ahora bien, en la posibilidad de que los filósofos se acerquen a los niños no debe dejarse de lado la cuestión de la vocación. Si hay filósofos que, además del llamado hacia la ciencia primera, también responden al de acercarse y formar a los pequeños, no habrá mayor guía que dicha vocación para aproximar el diálogo filosófico a los párvulos. Con esto quiere decirse que el modo en el cual el filósofo es llamado a dialogar con los pequeños no tiene por qué limitarse a emplear un método establecido y legitimado por una comunidad académica. Sin duda, cualquier filósofo debe aprender cómo preguntarle a su interlocutor y esto no se limita sólo a los infantes: el otro que dialoga con el filósofo no requiere cierta edad ni tampoco tiene por qué reaccionar a un método previamente establecido. El diálogo depende del modo de ser de los interlocutores para ser. De tal suerte que la espontaneidad y la creatividad, son elementos esenciales para dialogar con adultos o con niños. Por ello, conviene más dejar de lado métodos prefabricados a la hora de acercarse a los infantes (y también a los adultos) y sortear el vértigo de la espontaneidad que causa el diálogo vivo con ellos. Así pues, el vínculo que puede haber entre los filósofos y los niños no depende del quehacer filosófico mismo, sino de una vocación que impulse al diálogo con los párvulos. A su vez, dicho diálogo no necesariamente debe adecuarse a un método prefabricado, sino que la creatividad y la espontaneidad de quien posea la vocación de acercarse a los infantes, le brindará los medios que posibiliten dicho encuentro. Por último, tampoco es necesario que el diálogo filosófico, implementado en la formación de los niños, deba tener por finalidad la creación de un estado democrático.
Antes de concluir, también es importante señalar que, en la posibilidad del acercamiento entre filósofos y niños, también es fundamental tomar en cuenta una aproximación con los adultos que con-forman la cotidianidad de los infantes. En efecto, si se pretende que el diálogo filosófico sea parte de la formación de los niños, también es importante considerar la formación de los padres y maestros que se vinculan con ellos. La razón de esto es que el diálogo filosófíco enseña a generar preguntas y, a su vez, por lo general los adultos asumen que en la escuela no se aprende a generar preguntas, sino respuestas. Para los adultos, el hecho de que los niños sean cuestionadores no resulta siempre un logro grato, sobre todo cuando los cuestionados en primer lugar pueden ser ellos mismos. Es conocido por todos que a los preguntones no suele irles bien, por ello también es importante acercar el diálogo filosófico a los adultos, para hacerles ver que el fomento de éste, no es una amenaza y que, en última instancia, les permite adquirir conocimientos mejor pensados por ellos mismos. Así pues, no puede pedírsele a un niño que confronte el repudio de quienes prefieren acallar al que pregunta, como lo puede hacer un filósofo (y, en ocasiones, ni el filósofo logra apaciguar a los inconformes). Finalmente, los adultos son figuras de autoridad frente a los infantes y, por lo tanto, estos no se encuentran en condición de igualdad respecto de aquéllos. Por esto, también es menester dialogar con los adultos, si es que se pretende aproximar el diálogo filosófico a los niños.
En síntesis, la propuesta de FpN de Lipman, aunque no exenta de críticas, no es del todo desdeñable. Ciertamente, la opción de que algunos filósofos profesionales puedan incursionar en una aproximación de la ciencia primera con los niños, principalmente llevando a cabo el ejercicio del diálogo, constituye también un campo fértil donde la filosofía puede proliferar. Sin embargo, la fertilidad de dicho campo se refiere a que los filósofos pueden generar reflexiones críticas, así como problemáticas sugerentes en torno a lo que la infancia significa y el modo en el cual pueden ser educados los hombres en el presente. De este modo, la filosofía que se acerca a los niños no puede pretender que estos sean o se vuelvan filósofos, sino que la filosofía puede estimular, cuando menos, el ejercicio dialéctico con los pequeños, sin que por ello se piense que se les está dando una formación filosófica profesional. Además de esto, vale la pena resaltar el hecho de que no todos los filósofos tienen que acercarse a la infancia, cual si fuera una obligación. La aproximación hacia los niños, debe ser siempre motivada por una vocación. El filósofo que tenga vocación para aventurarse a navegar en el pensamiento infantil, sin lugar a dudas encontrará el modo en el cual pueda fomentar el ejercicio dialógico con los niños. Con ello, se dará un primer paso decisivo para lograr un interés por el saber, lo cual es elemental y fundamental para la filosofía. Asimismo, aquel que responda al llamado de acercarse a los niños, sin lugar a dudas encontrará los medios óptimos para fomentar el diálogo y la reflexión y, muy probablemente, con resultados significativos.
Así pues, ha de tomarse en cuenta que la filosofía no necesariamente tiene una edad privilegiada para ser practicada. Y aunque haya filósofos que consideren que el sendero del pensar se inicia en ciertas etapas de la vida, lo cierto es que puede ser estimulado, incluso desde tempranas edades. Así pues, que guarden sus sospechas quienes piensen que no es posible ir dando pequeños pasos en pos de la filosofía desde la infancia y mejor recuérdese que con la filosofía, el asombro y la maravilla que se experimenta con el mundo, mantiene al alma ágil y juguetona, como los niños.
Bibliografía
Carmona Granero, María. “Educación, filosofía y diálogo: El programa de filosofía para niños de Mattew Lipman” en Apuntes Filosóficos. Vol.15, no.28. Caracas: Jan. 2006. Disponible en línea: http://www2.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316-75532006000100001&lng=en&nrm=is.
Hurtado, Guillermo. México sin sentido. México: unam/siglo xxi, 2011.
Landa, Josu. Éticas de crisis: Cinismo, Epicureísmo, Estoicismo. Caracas: Fondo editorial del Caribe, 2011.
Lipman, Mattew et al. La filosofía en el aula. 2ª Ed. Trad. de Eugeni Echeverría,
Magdalena García González, Félix García Moriyón y Teresa De la Garza. Madrid: Ediciones de la Torre, 1998.
Tébar Belmonte, Lorenzo. “Filosofía para niños de Mattew Lipman. Un análisis crítico y aportaciones metodológicas, a partir del Programa de Enriquecimiento Instrumental del profesor Reuver Feuerstein” en Indivisa. Boletín de estudios e investigación. Número 006. Centro Superior de Estudios Universitarios La Salle, Madrid, España pp. 103-116. Disponible en línea en: http://redalyc.uaemex.mx/pdf/771/77100607.pdf
[1] Cf. Mattew Lipman. La filosofía en el aula. p. 23.
[2] Vid. Lorenzo Tébar Belmonte. “Filosofía para niños de Mattew Lipman. Un análisis crítico y aportaciones metodológicas, a partir del Programa de Enriquecimiento Instrumental del profesor Reuver Feuerstein”. p. 106.
[3] La idea de que la filosofía puede tener una injerencia en la educación para poder lograr una democracia efectiva, ha sido pensada también para el contexto mexicano por Guillermo Hurtado. El filósofo mexicano afirma, en el mismo tenor que Dewey y Lipman, que “La escuela es el taller de la democracia y es allí donde el impacto social de la filosofía puede sentirse con mayor fuerza”. Guillermo Hurtado. México sin sentido. p. 57. Sin embargo, la propuesta de la pertinencia de la filosofía en la educación que propone Hurtado, prefiere establecer que el lugar adecuado de la ciencia primera es el bachillerato, no el carácter transversal que Lipman sugiere mediante su propuesta de FpN.
[4] Vid. María Carmona Granero. “Educación, filosofía y diálogo: El programa de filosofía para niños de Mattew Lipman”. Disponible en línea en: http://www2.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316-75532006000100001&lng=en&nrm=is. Consultado en línea el 12 de diciembre de 2012.
[5] Cf. Lipman. Op. Cit. pp. 29-37.
[6] En este tenor, es pertinente enfatizar lo que podría considerarse como la meta a alcanzar de la filosofía socrática y sus derivadas, tal y como lo señala Josu Landa: “A fin de cuentas, el sentido último del proyecto ético-teórico de Sócrates se cifra en un esfuerzo sistemático por hacer coincidir el poder de bien de cada persona con el bien inherente a la realidad absoluta, o sea, la fisis; pues, desde su perspectiva, todo ser humano se mueve por lo que considera es un bien y la práctica del bien es inevitable para quien llega a conocer en qué consiste ese bien.” Josu Landa. Éticas de crisis. Cinismo, Estoicismo y Epicureísmo. p. 26.
[7] En el caso de Platón y Aristóteles, consideraron modelos de estado político, derivados de una profunda reflexión, mientras que otros como los Cínicos, Estoicos y Epicúreos, creían más en un cosmopolitismo, esto es, en un habitar el mundo con apego estricto al orden del Cosmos antes que a cualquier forma de gobierno inventada por los hombres.