Filosofía, diálogo y participación infantil

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Filosofía, diálogo y participación infantil

La historia también es un juego y a todos los que participamos en ella nos corresponde imaginar futuros posibles.

María Zambrano (1996)

 

A continuación explicaré cada uno de estos conceptos fundamentales.

 

  1. Democracia y ciudadanía

¿A qué nos referimos cuando en una conversación utilizamos la palabra democracia? Lo más común es que relacionemos a la democracia con ideas como el gobierno del pueblo, las elecciones, la credencial para votar y los partidos políticos. Efectivamente, todos esos son elementos relacionados con la democracia. Sin embargo, podemos tener la sensación de que nada de eso que hemos pensado tiene que ver con nosotros en forma directa, es decir que esas imágenes no están ligadas a nuestra vida cotidiana. Parecería que aquello del gobierno del pueblo fuera algo que se quedara siempre como un discurso sin concretar y que los partidos políticos sólo se sirvieran a sí mismos.

Para lograr trascender la constante contradicción entre la elección de representantes y la lejanía que de ellos sentimos los representados, necesitamos pensar en la democracia desde otro ángulo. Si ampliamos el concepto, podemos pensar en la democracia no sólo como un sistema de gobierno, sino como un orden social, es decir como una manera en la que una sociedad se organiza a sí misma.

La idea de la democracia fue una gran aportación de la cultura griega, cuyos pensadores modificaron la concepción que se tenía de que la organización social de las personas dependía de los dioses. La visión de la Grecia antigua se basa en la premisa de que el orden de los seres humanos no depende de los dioses, sino de los seres humanos. Esto quiere decir que somos las personas las que decidimos cómo queremos que sea la sociedad en la que vivimos y que no hay un destino predeterminado por alguna fuerza natural o superior. La manera en que se organiza nuestra sociedad no nos es dada desde un poder externo, sino que es el resultado de las decisiones que las personas y los grupos han ido tomando a lo largo de la historia. En pocas palabras, de nosotros depende cómo es nuestra sociedad. La filosofía, y el horizonte dialógico y crítico que implica, en este sentido, es el horizonte en el que ha de surgir la vida democrática.

La interpretación que se ha hecho de esta idea central en las diferentes culturas y los elementos que se han ido agregando a lo largo de la historia han dado pie a múltiples formas y matices en cuanto a lo que se refiere a la concepción de democracia. En este sentido, podemos decir que no hay una sola democracia, sino que cada cultura ha construido la suya propia. Por ello es factible hablar de democracias, en plural, más que de la democracia como un modelo único y uniforme.

Sin embargo, dentro de esta diversidad existen características comunes que nos permiten definir a las sociedades como democráticas. Una de ellas es que las personas que viven en este orden social son las mismas que deciden cómo quieren que sea. Éste es el principio de autofundación y significa que las leyes y las normas son elaboradas y transformadas por las mismas personas que las van a cumplir, a vivir y a proteger. No es un rey, un dictador o un jerarca el que dice lo que está permitido hacer y lo que no, sino la sociedad en su conjunto. Y como ese orden social se construye desde los mismos individuos que lo integran, entonces esos individuos están posibilitados para cambiarlo. Es gracias a la acción de los ciudadanos que la sociedad es susceptible de ser modificada. La vida filosófica, esto es, democrática, es de este modo simpre fuente de libertad.

Siguiendo esta línea de pensamiento, el hacernos responsables de la construcción de nuestra sociedad nos abre un panorama maravilloso para incidir en ella, pero también nos exige una postura activa respecto a los problemas sociales que sufrimos o percibimos. Pero ¿cómo incidir, cómo es eso de que yo como ciudadano puedo cambiar las cosas? La forma más difundida de participación ciudadana es ejercer nuestro derecho a elegir a nuestros representantes. Pero esta no es la única forma, e incluso podríamos pensar que no es la más efectiva. El cambio social se puede generar en varios niveles, desde los que están relacionados con las leyes y maneras de hacer del gobierno y las instituciones, hasta los concernientes a la vida cotidiana de los pequeños grupos como la familia, la escuela, el vecindario, etc.

La sociedad se construye en lo cotidiano, todos los días, en la forma de relacionarnos con los demás, la manera de tomar decisiones, de dialogar con los otros, de expresar nuestras opiniones, de organizarnos en nuestros círculos cercanos. Por lo tanto, la democracia no es una meta lejana a la que llegaremos algún día, es más bien una manera de caminar, una forma de estar en el mundo, es una forma de vida. Como dice José Bernardo Toro Arango (1998), lo que nos hace ciudadanos no es el ir a votar en las elecciones, sino el ser capaces de modificar nuestro entorno, en cooperación con otros y en la búsqueda del bien común.

Bajo este concepto adquiere pleno significado el uso de los lenguajes artísticos para dar forma a otras realidades que surgen desde el deseo, la esperanza, las preocupaciones o la necesidad profunda. El arte es una de las manifestaciones de nuestra capacidad de transformar nuestro entorno y es también una vía para expresar nuestros imaginarios individuales y colectivos de los mundos posibles que podríamos construir.

 

El Colectivo Mexicano de Apoyo a la Niñez (COMEXANI) organizó en 1999 en Tepoztlán, Morelos, un festival al que llamó SueñaTepoztlán. Durante dos días se convocó a niños y niñas de la localidad a asistir a diversos talleres en los que, a través de diferentes lenguajes artísticos, expresarían sus ideas sobre cómo imaginaban que podría ser su pueblo. La pregunta guía en todos los talleres fue: ¿cómo quisieras que fuera tu pueblo? Las y los participantes crearon obras de títeres, murales, opiniones orales a través de la radio, cuentos y pinturas con propuestas concretas sobre sus imaginarios. Posteriormente las obras plásticas de expusieron en el Museo del Exconvento de Tepoztlán.

 

 

  1. El derecho a participar

El entender el orden social democrático como una organización que se crea a partir de las decisiones de las y los ciudadanos, nos lleva a preguntarnos cómo es que niños y niñas forman o no parte de esta construcción colectiva. ¿Los niños y niñas deben esperar a ser mayores de edad para participar?

Si consideramos que la participación ciudadana sólo se ejerce a través del voto, entonces la respuesta es sí, deben esperar. Sin embargo, la ciudadanía consiste en el derecho que tienen los individuos a gozar de una vida digna y en la capacidad que tienen de transformar el entorno en la búsqueda del bien común.

El 20 de noviembre de 1989 los países miembros de la ONU aprobaron y firmaron la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN). Esta es la primera vez en la historia en la que mundialmente se reconoce a niños y niñas su derecho a participar en la sociedad. Aspectos diversos de este derecho se definen en los artículos 12, 13, 14, 15, 17, 30 y 31 de la Convención, y se refieren al derecho a formarse un juicio propio, expresar su opinión, ser escuchados, a buscar, recibir y difundir información e ideas, a la libertad de pensamiento y conciencia, a la libertad de asociación y de celebrar reuniones, así como participar en la vida cultural, artística, recreativa y de esparcimiento.

El artículo 12 de la CDN plantea que los niños tienen derecho a expresar su opinión en todos los asuntos que les conciernen, según su grado de madurez. Pero ¿cuáles son los asuntos que conciernen a niños y niñas? Para responder a esta pregunta no basta la opinión de los adultos, también es necesario que los niños nos digan qué es lo que a ellos les interesa y les afecta. Por ello, en principio, los asuntos que les conciernen serían todos los asuntos. Por un lado, porque sus intereses pueden ser tan amplios como los nuestros, pero también porque cualquier decisión que se tome en el ámbito político, económico, social y cultural tendrá un efecto sobre sus vidas presentes y futuras.

El derecho a participar marca un cambio fundamental en la forma en la que la sociedad concibe a la infancia, porque deja de considerar a los niños como individuos inmaduros y carentes de capacidades, sino que los reconoce como personas, como sujetos en formación y con derechos, que es como en realidad somos todos los seres humanos de todas las edades. Es decir, se reconoce que niñas, niños y adolescentes tienen ideas propias, que son capaces de tener un papel activo frente a la realidad y que pueden contribuir en su desarrollo individual y el de los grupos a los que pertenecen. Este reconocimiento constituye una nueva visión muy importante ya que se obliga a los Estados y a la sociedad a tomar en cuenta y respetar la expresión de los niños, niñas y adolescentes. Por primera vez se reconoce que la voz de la niñez y juventud debe ser tomada en cuenta por los adultos en la toma de decisiones.

Para que niñas, niños y adolescentes ejerzan su derecho a participar es fundamental que conozcan no sólo éste sino el resto de sus derechos. En México se ha avanzando de manera importante en la difusión de los derechos, informando a la infancia y adolescencia en escuelas y a través de diversas instituciones públicas y organizaciones civiles.

Sin embargo, paralelamente a este trabajo de difusión se ha creado una preocupación de los adultos, sobre todo de maestros y padres de familia, respecto al uso que niños y niñas hacen de su conocimiento de los derechos y a la manera en que apelan a ellos para “salirse con la suya”, es decir para hacer lo que ellos quieran. Como el discurso de los derechos limita a los adultos en sus posibilidades para utilizar métodos de control que implican maltrato, se ha causado una angustia generalizada relacionada con el miedo a la indisciplina infantil y adolescente.

En un intento por recuperar el control, instituciones y adultos han insertado el concepto de obligaciones, subrayando que niños, niñas y adolescentes no sólo tienen derechos sino también obligaciones. En este discurso hay una tendencia a hablar a los niños de sus derechos como si estuvieran supeditados a las obligaciones. Sin embargo, este enfoque contraviene principios básicos de los Derechos Humanos ya que éstos no son negociables, es decir que pertenecen de manera absoluta a cada ser humano y por ello ninguna autoridad puede negociarlos; asimismo, son indivisibles, interdependientes, complementarios y no jerarquizables, en otras palabras, están relacionados entre sí y no podemos separarlos o decidir que unos son más importantes que otros. Esto quiere decir que, por ejemplo, una niña no adquiere el derecho de jugar por haber hecho la tarea, o el derecho de expresarse sólo cuando ha sacado buenas calificaciones. Tiene esos derechos por el simple hecho de ser persona, y esos derechos son tan importantes como todos los demás.

La postura adecuada ante este problema es basar el aprendizaje de los derechos en el respeto de los derechos de los demás, entender que los derechos son de todos, de niños, niñas, adolescentes y adultos. La única obligación que tenemos todos es respetar los derechos de las otras personas. Así como un adulto no puede violar los derechos de un niño, los niños tampoco pueden violar los de los adultos. Si en algún lugar de la Convención de los Derechos del Niño aparece la idea de obligación es solamente para referirse a la que los adultos y los Estados tenemos para garantizar a niños y niñas el pleno ejercicio de sus derechos. En resumen, la obligación no es de quien ejerce su derecho, sino del resto de la sociedad para que existan las condiciones que garanticen su ejercicio.

Para que como sociedad entendamos esta interrelación, es necesario pasar del aprendizaje discursivo de los derechos al de su práctica concreta y diaria, pasar de la palabra a la acción. No basta con sabernos de memoria nuestros derechos, es preciso que construyamos condiciones propicias para practicarlos y, por lo tanto, que los adultos estemos capacitados para asegurar que niñas y niñas ejerzan su ciudadanía en sus entornos cotidianos. Esto implica que conozcan y experimenten nuevos modelos de relación basados en el diálogo, la escucha y la crítica, tanto a la diversidad de opiniones como a las formas de conocer, explorar e interpretar el mundo: la reflexión filosófica, de este modo, se constituye como condición del desarrollo efectivo de los derechos de los niños. Que las personas adultas, más allá de hablarles sobre sus obligaciones, compartan con niñas y niños los espacios de socialización, que juntas vivan su ciudadanía a través del ejercicio de la responsabilidad social, implicará en la práctica el respeto y reconocimiento de los derechos de los demás. De esta manera, la búsqueda y construcción de mundos posibles no solo es responsabilidad de niñas y niños, sino una acción conjunta entre niñas, niños, adolescentes, adultos, educadores, instituciones, gobiernos, etc. La filosofía como diálogo es, en este sentido, condición fundamental del la construcción de una democracia viva.

 

En un barrio de escasos recursos del este de Londres, en 1993 la Unidad de Desarrollo del Cuidado de la Comunidad de Stepney (Stepney Community Nursing Development Unit) realizó una consulta a niños y niñas de 4 y 5 años de edad. Los investigadores pidieron a los niños que elaboraran un mural sobre cómo era el entorno en el que vivían y que incluyeran ideas de cómo les gustaría que fuera. Algo que llamó la atención de los adultos fue que los niños rechazaban el que se crearan áreas de juegos con pasto. Los niños explicaron que el pasto era peligroso para ellos porque no les permitía ver los vidrios rotos de las botellas que dejaban quienes toman alcohol en las noches, ni las agujas de quienes se inyectan drogas, ni los excrementos de los perros. Para ellos el cemento era mejor porque les permitiría localizar todos esos peligros para poder evitarlos.

 

 

  1. La voz y visión de la infancia: mundos posibles

Aún cuando estemos de acuerdo en que la participación ciudadana es fundamental para construir la sociedad que queremos, es posible que los conceptos y visiones anteriores provoquen dudas acerca de la conveniencia de que los niños y niñas expresen sus opiniones sobre cuestiones públicas, se involucren en la toma de decisiones y participen en acciones que incidan en el orden social. ¿Por qué como sociedad querríamos promover la participación de niños y niñas? ¿Con ello no les estaremos robando su inocencia infantil? ¿Significa esto que los adultos dejemos del lado nuestra responsabilidad de protección y orientación hacia los niños? ¿Qué papel juegan los niños-filósofos en el conjunto de la sociedad?

 

Formar ciudadanos

La convivencia democrática sólo es posible si los individuos desarrollan ciertas habilidades. Las personas no nacemos sabiendo vivir en democracia, necesitamos aprender a hacerlo. Este aprendizaje se realiza con la práctica, es decir que a participar se aprende participando. La filosofía como forma de vida comunitaria, como diálogo vivo sobre una realidad vivida, es a su vez un horizonte formativo del que se nutre la democracia misma. Los hombres nos educamos como ciudadanos, a construir dialógicamente una vida democráctica.

Por ello la formación de ciudadanos no debe esperar a que las personas cumplan una determinada edad en la que la sociedad las considera con la madurez suficiente. Es posible y necesario que niños y niñas practiquen actitudes y habilidades como el diálogo, la toma de decisiones, el respeto a las diferencias, la autocrítica, la creatividad, y aprendan conceptos como los derechos humanos, la democracia, la legalidad, entre otros. Niños filósofos hacen posible una democracia efectiva, ante un mundo de adultos que dice ser democrático, pero que es incapaz de encarar sus propios problemas y que es incapaz de hacer del diálogo una forma de vida.

Según este enfoque, la participación infantil y juvenil, como toda participación ciudadana, es mucho más que expresar una opinión en un evento de tipo electoral o consultivo. Es un proceso de vida, en el que las situaciones cotidianas se vuelven oportunidades de aprendizaje, en el que es necesario que los adultos estemos dispuestos a abrir posibilidades para que niños y niñas tengan esta práctica. La vida democrática es una vida filosófica, en la que niños y adultos dialoguen, sentando las condiciones de trasnformación de su mundo.

 

En 2010, un grupo de niños y niñas que participan en las actividades de La Jugarreta en el Barrio de San José de Tepoztlán, Morelos, decidieron que estaban interesados en saber a qué jugaban las personas en su infancia. Con apoyo de los promotores se organizaron para llevar a cabo una investigación haciendo entrevistas a los adultos del barrio. Por medio de las conversaciones lograron reunir información sobre los juegos que practicaban adultos de diversas edades. Hicieron una carpeta con dibujos e instrucciones de los juegos que más les llamaron la atención y los añadieron a su acervo para practicarlos durante sus sesiones semanales. Actualmente las nuevas generaciones del barrio tienen una gama más amplia de posibilidades de juego y los adultos están dispuestos a compartir sus saberes al respecto.

 

Ejercer el derecho a participar

Los Estados que firmaron y ratificaron la CND tienen el compromiso de adaptar sus leyes internas para garantizar que la población infantil y juvenil pueda ejercer su derecho a participar. Por lo tanto, como sociedad es nuestra tarea trabajar en ello.

Es fundamental entender que el que los niños tengan derecho a expresar su opinión conlleva a la obligación paralela de los adultos a escucharlos. Pero no sólo se trata de oírlos, sino de estar dispuestos a comprender su forma de ver el mundo y a tomar en cuenta un punto de vista distinto al nuestro. Esto incluye estar atentos a su expresión verbal, pero también a todas las otras manifestaciones de sus necesidades, deseos, intereses y preocupaciones.

Escuchar la voz de niños, niñas y adolescentes y tomarlos en cuenta para la toma de decisiones supone plantear nuevas formas de relación entre niños y adultos, en las que seamos capaces de reducir las desigualdades en cuanto al ejercicio del poder social, que hasta ahora ha sido exclusivo de los adultos. Se trata de establecer relaciones democráticas en las que todos los sujetos –niñas, niños, adolescentes y adultos- tengan garantizado su derecho a participar en las decisiones que afectan sus vidas y las de sus comunidades. La práctica filosófico-dialógica interpela a la sociedad adulta, emplazándola a dialogar con la propia palabra de los niños.

Esto no significa que la opinión de los niños sea ahora más valiosa que la de los adultos, ni que los adultos dejarán de hacerse cargo del bienestar de niños y niñas. Significa que es necesario trabajar en educarnos en la escucha y el respeto de las voces infantiles, promover procesos de consulta, tomar en cuenta de manera seria sus iniciativas. La democracia como diálogo filosófico, se constituye como marco formativo en el que niños y adultos se educan juntos, al asumir la palabra del `otro’ como punto de partida de la construcción de la democracia.

Pero también es muy importante considerar que el ejercicio del derecho a participar está íntimamente ligado al acceso a la información. Esto es, que el proceso de formarse una opinión, expresarla y lograr que se tome en cuenta implica que niños y niñas tengan la posibilidad de obtener la información que necesiten o les interese, de conocer la opinión de otros, de explorar diversas formas de expresión y de saber cuáles son los canales de comunicación que podrían utilizar. Las actividades artísticas y culturales tienen mucho que aportar en este sentido, ya que abren múltiples caminos de investigación, conocimiento y formas de expresión. Por ello el trabajo de promotores y talleristas está también relacionado con garantizar que niños, niñas y adolescentes tengan estas oportunidades de participación. Así, el derecho a participar implica la disposición social no sólo a escuchar las expresiones infantiles y juveniles, sino a proporcionar y propiciar la búsqueda de información, herramientas y canales necesarios para que generen sus propias opiniones y argumentos, y que éstos sean tomados en cuenta.

 

En los años de 2006 y 2007, la Secretaría de Desarrollo Social del estado de Michoacán llevó a cabo un programa llamado Espacios de Participación Infantil (EPIS). Los promotores que trabajaban con los niños y niñas de Mata de Plátano, una de las comunidades atendidas por el programa, invitaron a dos estudiantes de cine a realizar un proyecto con ellos. En pocas sesiones las niñas y niños aprendieron a utilizar las cámaras de video, los micrófonos y los elementos de iluminación. Se formaron equipos y cada uno decidió qué era lo que deseaba grabar sobre su comunidad, pensando en qué aspectos de la localidad les gustaría que otras personas conocieran. Algunos entrevistaron personas que hablaron sobre su trabajo, la historia del lugar o de sus gustos personales. Otros mostraron sitios concretos como la escuela, el campo y las casas que les llamaban la atención.

Los estudiantes de cine editaron el material y lo mostraron al grupo. Las niñas y niños opinaron sobre el resultado y dieron sugerencias de escenas a agregar, eliminar o modificar. El producto final es un documental en el que se muestra un collage de escenas de la comunidad vista a través de los ojos de los niños.

 

Incluir la visión de la infancia

La manera en que niños y niñas ven el mundo es diferente a la de los adultos. No es mejor ni peor, sólo diferente. Incorporar esta visión a las decisiones y la forma en que la sociedad se organiza es abrir las posibilidades de encontrar caminos inexplorados que mejoren las condiciones de vida de todos.

 

En 2011, Conaculta niños-Alas y Raíces llevó a cabo, en la Biblioteca Vasconcelos, el Taller de filosofía para niños que estuvo a cargo de Oscar Brenifier. En él puso en práctica el método de la “práctica filosófica”[1] que consiste en que niñas y niños vivan un espacio para sus cuestionamientos, respondiendo directamente a sus preguntas entre ellos mismos, como ejercicio de pensamiento crítico, donde se muestra la capacidad de los niños de cuestionar, explorar, escuchar al otro, responder y desarrollar así su autonomía sin la tendencia del adulto de creer que es él y nadie más quien cuenta con la autoridad para dar respuestas.

La capacidad de juego, de imaginación y de creación que tienen niños, niñas y adolescentes son aportaciones a nuestra visión adulta del mundo que pueden ayudarnos a ver la realidad desde otro ángulo.  La relación entre niños y adultos es complementaria, porque ellos y ellas ven lo que nosotros no vemos y son capaces de lanzar hipótesis que no obedecen a nuestra lógica, lo que es muy conveniente en términos de buscar alternativas creativas para la construcción de las sociedades que queremos. La filosofía es diálogo abierto y constructivo, que encuentra en los niños un resorte que hace de ella misma, de la filosofía vivida por la infancia, motor de la construcción de una democracia participativa.

Como lo dijimos en un texto anterior, “si aceptamos que una de las tareas prioritarias en el momento actual, como partícipes del juego de la historia es el imaginar futuros posibles, podemos afirmar que la niñez puede ser una excelente guía para conducirnos a un horizonte donde la posibilidad de soñar y pensar, actuar y gozar sean indisociables.” (Corona y Morfín, 2001:35). Hasta ahora hemos sido los adultos quienes decidimos cómo queremos que sean las sociedades en las que vivimos y lo que hay que hacer para abordar los desafíos de la humanidad. Pero recordemos que hubo una época en la que las decisiones que incidían en el orden de las sociedades estaban reservadas para los hombres, por lo que en el mundo estaba ausente la aportación e inteligencia de las mujeres, que constituyen la mitad de la población. El 35% de la población mexicana es menor de 18 años[2], por lo que si continuamos pensando que sólo nosotros los adultos tenemos esa capacidad de decisión, nos seguiremos perdiendo de las inimaginables posibilidades que nos ofrece la tercera parte de las personas que habitan nuestro país. Una tercera parte, además, con una visión distinta de la realidad, que nos abre múltiples opciones con su forma de percibir el entorno. El diálogo y la participación infantil, en este sentido, es condición del enriquecimiento de la democracia. Filosfía para todos, es igual a una democracia sana.

 

El programa Espacios de Participación Infantil que llevó a cabo el gobierno del estado de Michoacán durante 2006 y 2007 promovió la formación de grupos de niños, niñas y adolescentes en diversas localidades para que desarrollaran sus propios proyectos comunitarios. El grupo de la comunidad El Paso de Hidalgo eligió como tema el cuidado del medio ambiente por lo que los participantes iniciaron una investigación documental y de campo. En el proceso aprendieron que las pilas usadas que no se desechan de manera adecuada contaminan el agua y la tierra. Como la idea les preocupó mucho decidieron hacer algo al respecto. El proyecto consistió en elaborar cajitas con materiales de reuso y colocarlas en diversos lugares como papelerías, la escuela y oficinas públicas, de manera que las personas pudieran depositar ahí sus pilas usadas.

Si bien consiguieron reunir algunas pilas, los logros aumentaron significativamente cuando se les ocurrieron dos originales ideas. La primera fue pedir permiso al párroco de la iglesia para poner una cajita junto al santo dentro del recinto. San Antonio custodiaba la caja y cuando los niños iban a vaciar su contenido no sólo encontraban pilas sino también monedas. La segunda idea fue gestionar con los organizadores del concurso de la reina de la primavera para que las candidatas no vendieran boletos para ganar el concurso, como era la costumbre, sino que recolectaran pilas usadas y se decidiera el resultado según la cantidad que cada una había logrado reunir. El apoyo de la Secretaría de Desarrollo Social del estado consistió en financiar la elaboración de contenedores más grandes y enviar transportar las grandes cantidades de pilas a centros de acopio especializados.

 

En breve

En resumen, la filosofía para niños como resorte de la participación infantil no se trata de que los adultos renunciemos a nuestra responsabilidad de proteger a los niños y de proveerles de lo necesario para su desarrollo, sino de que nos convirtamos en aliados para buscar esas nuevas opciones.

Estamos entonces en un camino de dos vías. Por un lado se trata de ejercer el derecho a participar y por el otro desarrollar las capacidades personales y colectivas. Es decir, ejercer y ejercitar. Aprender a ser ciudadano siéndolo. Todo ello para juntos construir esos mundos posibles que aseguren la dignidad de todos. La filosofía como proyecto de vida, como diálogoc crítico y constructivo, es la senda que nos posibilita transformarnos en ciudadanos.

El asegurar que niños, niñas y jóvenes ejerzan su derecho a la participación y fortalezcan sus capacidades ciudadanas, fomentar la palabra dialógica y filosófica de la infancia, es una tarea que nos involucra a todos: ciudadanos grandes y pequeños, instituciones públicas, privadas y civiles, sectores educativos, empresariales, de desarrollo social, de seguridad y justicia, etc. Cada uno aportando lo que está a su alcance para constituir lo que debiera ser, no únicamente un programa de gobierno, no una asignatura escolar, sino un movimiento social generalizado: una sociedad que busca su libertad, al hacer de la filosofía misma una forma de vida.

 


[1] Los libros La felicidad según Ana y El amor según Ana de Oscar Brenifier, coeditado por Alas y Raíces y Santillana, son material de apoyo en el tema.

[2] INEGI, Censo de Población y Vivienda 2010.