Nuestra época es, de modo especial la de la crítica. Todo ha de somoterse a ella.
Immanuel Kant
Lo que a continuación se presenta no es, como en el caso más regular, una ponencia en el sentido en que se suele entender dicha palabra en el contexto de un simposio, del particular “Michel Foucault: biopolítica y gubenamentalidad”, el tercero ya en celebrarse. Lo que se presenta sí será en todo caso una ponencia en el sentido positivo del término, bajo el particular modo del comentario: la contraponencia, el contraponer un punto de vista, algún aspecto que esté de modo manifiesto (y por lo tanto positivo) en las ponencias y de modo contrapuesto en esta exposición que contrapone en su lectura a las ponencias en las que radica su origen como resultado de una crítica. Haciendo, de tal modo, justicia y honor a la práctica discursiva que celebraría el propio Foucault de la filosofía de Immanuel Kant como diagnóstico de nuestra época: la era de la crítica.
Dada esta breve explicación sólo queda aclarar su relación con el título: precisamente la crítica en Immanuel Kant es aquélla que traza los límites a los excesos de una razón dogmática ¿no será también el caso de que esto se presente como síntoma de nuestra época? De ahí el imperativo de ejercer la crítica como el modo propiamente contemporáneo de pensar; he ahí el porqué del título y del epígrafe.
Lo que resta decir es que a lo largo de esta exposición crítica lo único que se ha propuesto, quien estas líneas escribe, es la coherencia con ese modo de pensar que convocó, al mencionado evento, a gente cuyo valioso trabajo no desmerece importancia en el ejercicio de la crítica. Valga pues lo expresado para exponer las siguientes observaciones.
a) El malentendido con el psicoanális: Comentario a la ponencia de la Dra. Herrera.
La Dra. Rosario Herrera nos indica en su ponencia que Foucault mantiene a lo largo de su obra una constante interlocución con el psicoanálisis; éste es uno de sus interlocutores privilegiados, la cual “lo conduce a encuentros creativos y críticas tan pertinentes como excesivas, por cierto desconocimiento del discurso psicoanalítico y de la experiencia psicoanalítica”
. Tal interés responde a los destinos de la subjetividad moderna occidental. En su crítica al psicoanálisis, lo que Foucault pondrá en juego es el estatuto del Edipo y la ley simbólica, que retorna como poder soberano, premoderno; la invectiva de Foucault también incluirá una diatriba a las Teorías de la represión del cuerpo sexuado como fuente de la biotecnología. Aunado a esto último, Foucault crítica los supuestos del psicoanálisis no sólo porque ponen en escena las relaciones entre Ley y Deseo, sino que además éste recurre al dispositivo religioso de la confesión como fundamento de la experiencia psicoanalítica; tal lectura es ubicada particularmente en el primer volumen de la Historia de la sexualidad: La voluntad de saber.
En la apreciación de la ponente se trata de una crítica “desafortunada”, ya que al ser “ajeno a la ética del psicoanálisis”, Foucault no entiende que éste “no pretende la cura como restablecimiento de una salud que nunca existió pues sabe que con las estructuras subjetivas (neurosis, perversión y psicosis) está ante una problemática que atañe al discurso y que no podemos curarnos del lenguaje.” Dicha incomprensión, para rematar, no considera que Lacan -estima que la ley y el deseo no se encuentran separados, por el contrario, éste acuña la Ley del deseo: ordena desear y organiza el deseo. Pero qué es esta Ley que ordena y organiza sino el acto fundacional, la emergencia del imperativo a desear, la verdad del deseo como enunciación: práctica discursiva que manda, somete, subyuga, sujeta y por lo tanto subjetiva, o como gusta decirse estructura sujetos, súbditos del deseo, subyugados de la ley. Y la mentada organización competerá a dicha estructura de sometimiento que a partir de la enunciación de la ley regula, prescribe, normaliza a partir de categorías los modos de subjetivación: histérica, perverso, psicópata etc. Es precisamente la incurable no enfermedad del lenguaje el principio estructurador de la cadena de significantes-categorías que se actualiza en el poder decir las palabras para sujetar sus “cosas” bajo el imperativo del deseo, de la falta, de la carencia; el sujeto supuesto saber nombra, enuncia, prescribe, sabe lo que no sabe.
El presupuesto necesario por el que se erige dicha facultad del poder decir es el principio de castración; a partir de éste el sujeto deviene tal al elidir al objeto de su deseo: lo que implica a su vez la estructura edípica como presupuesto del principio de castración. Entre el complejo de Edipo y el complejo de castración, el psicoanalista confunde la estructura trágica por la trascendental. Particularmente en el complejo de Edipo es posible apreciar la reducción a una estructura recortada de una serie de relaciones en devenir, tal como señalan Foucault
y Deleuze;
me detendré sólo en el primero.
En su obra citada arriba, previamente a desarrollar su crítica al dispositivo de la confesión, Foucault se detiene en el análisis de un dispositivo anterior en el cual se entrecruzan una serie de discursos políticos (población, producción, Estado), la Familia: ésta constituye una red de placeres-poderes articulados de manera múltiple y transformable: configura ésta en dichas relaciones una red compleja de sexualidades múltiples y fragmentarias. La célula familiar monogámica aún reducida a sus elementos mínimos se configura como un dispositivo incitador de sexualidades.
Éstas resultarán efectivamente excesivas a partir de una estructura reducida entre actantes definidos por relaciones fijas; la estructura edípica se tambalea ante la múltiple y cambiante red de provocaciones entre poder y placer al interior de dicho dispositivo, de las cuales no le es posible dar cuenta; ni qué decir del contingente devenir del dispositivo-familia en su acontecer. Lo que sugiere una crítica al interior del rejuego diacronía-sincronía como fundamento de la experiencia psicoanalítica como correlato de su saber.
b) La locura del discurso: Comentario a la ponencia de Zekie Smeckie
La presente ponencia tiene como objetivo subrayar la crítica que Derrida hiciera a Foucault con respecto a la relación entre locura y pensamiento; e intenta consolidar un vínculo de afinidad con el psicoanálisis dada la coincidencia en la localización puntal de la locura en el pensamiento por parte de Lacan y Derrida. Coincidencia desafortunada para el saber analítico, vinculación atemorizante con quien indaga y escruta el andamiaje semántico y sus articulaciones para mostrar sus fisuras, minar sus fundamentos y desarmar sus engarces: la coincidencia entre Lacan y Derrida sólo sirve para extender la crítica hecha a Foucault al psicoanálisis haciéndolo parte del resto de la tradición metafísica, la cual se constituye para este autor bajo el supuesto de un sentido trascendental. El blanco es el núcleo de significado que concentra la verdad y relega al margen, sometiendo y ocultando, otras posibilidades de lectura, de ahí que nombre a la tradición a destruir Logofalocentríca.
Se plantea aquí la necesidad de revisar la segunda crítica hecha a Foucault por Derrida sin regresar a la primera, pero se revisa ésta con motivo de ahondar en la equivocada apreciación de Foucault con respecto a la locura y a su fiador lingüístico: el psicoanalisis. Contraponer la razón a la sin-razón y demostrar que a partir del Cogito se expulsa a la locura ha sido el yerro relatado en Historia de la locura; pues la posibilidad misma del pensar faculta la posibilidad de la locura, el genio maligno es esta posibilidad que dada la metódica duda no puede negar al pensamiento como lugar donde acontece. Observación pertinente que además de romper con una amistad marca el inicio de una crítica sin concesiones que se extenderá a todo proyecto de sentido que pretenda enclaustrar al pensamiento mismo y borrar toda alteridad posible.
Para remarcar en la crítica hecha a Foucault la ponente se pregunta qué consecuencias tiene la sustitución de Descartes por Freud; por lo cual “Derrida va a cuestionar el texto de Foucault aplicando categorías psicoanalíticas freudiano-lacanianas y; elementos desconstructivos”. Dada la relevancia de Freud como parte aguas en el discurrir de la locura, éste representa al genio maligno en tanto introduce la presencia de lo demoniaco o diabólico, de lo ominoso, lo inconsciente, aquello a lo que no se ha abismado el pensamiento médico; pináculo de la especulación psicoanalítica Freud levanta la supresión cartesiana y se restablece el diálogo con la sinrazón. Si Derrida muestra una ácida crítica en el empleo de la ironía ha sido menester emularlo para dar cuenta de una incomprensión cabal de su objeción al psicoanálisis y de la deferencia hecha a Foucault en dicha crítica a pesar de sus pasadas diferencias. Éste no emplea categorías psicoanalíticas con elementos desconstructivos; hasta ahora sería difícil precisar tales elementos.
Por el contrario, las categorías psicoanalíticas son desconstruidas al punto de dislocar sus junturas y liberar aquello que fue apresado por el lenguaje: lo que por consecuencia me lleva a realizar aquí otra observación, para Derrida el pensamiento no es lenguaje como se afirma, la identidad entre pensamiento y lenguaje no es una relación fracturada cuyo origen recaiga en la copula, toda revolución del pensamiento se lleva a cabo efectivamente en logos pero éste constriñe y restringe en sus estructuras por lo que la estratagema crítica popularizada como deconstrucción se da en el lenguaje y a pesar del lenguaje por medio de la subversión del sentido. Un ejemplo claro es aquélla extensa cita con la Zmeckie cierra su ponencia de la cual sólo extraeré la última frase:
un cierto enloquecimiento no es necesariamente lo peor que puede sucederle a un discurso sobre la locura, puesto que se precipita a encerrar o excluir su objeto, es decir a objetivarla, en el sentido que Foucault de este palabra
De esta manera la locura queda objetivada en su discurso, el saber psicoanalítico que es el discurso de la locura deviene en locura del discurso. El encierro de la locura en las estructuras de sentido, que a la vez que muestran a la locura, la aprisionan, la inscriben en esa jaula de la presencia que presume la existencia de un significado trascendental, objetivando como señala Foucault a la locura. La inscripción de la locura al orden del discurso es sometida de esa manera a aquella voluntad de verdad que es el supuesto sentido de toda pretensión de saber.
c) Trasgredir el lenguaje: Comentario a la ponencia de Rocío Pliego.
En esta ponencia la conferenciante retrata los rasgos que le sugiere la obra de Foucault como la tarea de hacer extraña la percepción habitual de los objetos a partir de determinados dispositivos (discursos y/o prácticas) revelando los limites de los mismos, en una operación que llama crítica vehemente cuyo objetivo práctico es la trasgresión. Lo que se transgrede es la Norma, ésta integra todo lo que pudiera excederle e incluso incorpora toda supuesta anomalía en un proceso de normalización; por lo cual, se hace necesario establecer las condiciones que posibilitan el surgimiento de estas relaciones de poder que instituyen saberes y verdades de modo tal que sea posible derrumbarlos, ésta sería pues la finalidad práctica y estratégica de la trasgresión: la resistencia al poder. No se trata aquí de permanecer en el carácter destructivo o reaccionario sino de asumir las formas estructurales del mismo de manera que sea posible captar en sus fisuras e intersticios la posibilidad de una crítica inmanente y la constitución de nuevas posibilidades o modos de subjetividad. Se trata a la transgresión como el salto arriesgado que abre a la existencia un nuevo ser limitado como afirmación de la diferencia cuyo sentido refiere al límite que transgrede; es en el lenguaje en donde radica la posibilidad de apertura en tanto acción, en su carácter preformativo éste encuentra “la posibilidad de violar códigos y juegos de verdad vigentes implicados con juegos de poder”. En esto deriva el carácter trasgresor pero también productivo en tanto “lo verdadero cobra ser en el discurso”, pues lo que está en la mira es la creación continua de ficciones en su sucederse lúdico
Lo que no deja de causar ruido sobre esta lectura que la trasgresión se tome como un principio liberador que sea consecuencia del propio dispositivo de poder; éste en tanto práctica y discurso determina sus verdades y subjetiva individuos. Por un lado el lenguaje se encuentra articulado a modo de dispositivo: trasgresión/libertad son efectos de la estructura/relación de poder, el efecto/reacción se traduce en resistencia/fisura (y hasta ahí el tópico es severamente compartido); la trasgresión como apertura de espacio de libertad permanece como anomalía preestablecida por la normalización del dispositivo: no puede haber trasgresión en el lenguaje si éste remite a la producción de sentido sea este efímero en su determinación. Por otro, la trasgresión es como “una oleada de débil memoria, retrocediendo así de nuevo hasta el horizonte de lo infranqueable”
Si bien para Foucault el límite y la trasgresión se deben mutuamente;
ésta refiere al exceso de la experiencia que liga la sexualidad a la muerte de Dios. El límite encuentra en la trasgresión no la trascendencia sino a sí mismo en su censura, en su contingencia como un trazo dibujado a partir de otro: no encuentra al otro sino a sí mismo como otro.
Foucault escribe su prefacio a la trasgresión a partir de la obra de Bataille, y ocurre que como bien explica el primero “el lenguaje erótico” es el tronco ya calcinado de un lenguaje sin discurso, de una sexualidad excesiva a la que no es posible imputarle un sentido analítico, trascendental o dialéctico. Es la mística en su regreso a sí misma como superficialidad, como corporalidad bruta, la muerte de Dios es la ausencia de sentido y por eso no trasciende esta poyesis, no es creación ni producción de sentido sino su quiebre, su destrucción. Se trata de “la inexistencia de un límite que podría ser jamás franqueado; vanidad en respuesta de una transgresión que no atravesaría sino un límite de ilusión o de sombra”. Se trata de matar a Dios que no existe, borrar pues la existencia de lo ilimitado como límite de esa existencia: la ilusión que la risa quiebra, risa que se pierde en el ruido ensordecedor de lo que Hegel llamó “la noche del mundo” y que Bataille considera como la experiencia límite de un no-saber: “Matar a Dios para perder el lenguaje en una noche ensordecedora, y porque esa herida debe hacerle sangrar hasta que desprenda un <
En la trasgresión no hay trascendencia ni liberación; en palabras de Foucault :
La transgresión no opone nada a nada, no deja nada escurrirse en el juego de la <
d) La Psiquiatría como acontecimiento: Comentario a la ponencia de Juan Carlos Flores Bernal.
Juan Carlos refiere en su ponencia que la relación médico-paciente se establece a partir del interrogatorio que se hace al enfermo desde la antigüedad clásica; sin embargo, en este periodo dicha relación se inscribe aún en la práctica del cuidado de sí como una especie de reciprocidad, donde el paciente enuncia su verdad. Esta relación se verá completamente trastocada en la psiquiatría: existe en ésta una brecha entre paciente y médico, la verdad de aquél es inaccesible en tanto se antepone un saber como un muro de contención. La relación paciente-médico se inscribe ahora en un determinado dominio en donde el primero acepte su condición de insania, asuma como identidad la categoría médica bajo la cual se señala como objeto de un saber y una cura. De esta manera el loco deviene sujeto de una tecnología o dispositivo al mismo tiempo que deviene objeto de un saber: sujeto en cuanto asume como propia la categoría impuesta en su enunciación, objeto en cuanto a lo que auto refiere está inscrito en el propio cuerpo y cercado por la observación médica.
Si bien el dispositivo construye un discurso como saber del médico que determina los caracteres que hacen posible subsumir al individuo en una categoría legitimando su intervención en la cura, el lugar visible de dicho dispositivo es precisamente el ejercicio del poder que desplaza, expulsa al individuo del entorno y lo aísla para su examen y vigilancia, constituyéndolo así de forma concreta en objeto de la mirada clínica y obligándolo a partir de dicha extracción quirúrgica del cuerpo social a la aceptación de una condición categorial como la verdad de su propio condición. El encierro así se desplaza desde un régimen de pura exclusión a la cura provista por un saber que configura la autoridad propia del médico. Estamos ya muy lejos de Hipócrates.
En la configuración del saber psiquiatríco, Bernal, atento a la lectura de Foucault establece como el tratamiento del loco responde más a una estrategia de disciplinamiento que al propio saber que aún no se configura; por el contrario, son las tecnologías de la verdad aquellas que establecen mediante una serie de imposiciones espacio-temporales sobre el cuerpo del loco, el auto reconocimiento de dicha constitución, desplazando de ese modo toda verdad dada en el discurso del pensamiento y configurando un saber cuya verdad sólo se puede otorgar a sí mismo bajo la modificación de sus relaciones internas. Por lo cual, define a dicha tecnología como la violencia impuesta a un individuo desde prácticas de poder encausadas desde una institución y proclamadas como verdades; ésta reafirma la identidad de quien la ejerce y subyuga a quien la padece, subjetivándose ambos elementos en la función que les corresponde por un marco que legitima dicha relación, a saber el poder psiquiátrico en el que se descansa la verdad de su ejecución.
De esta manera la auto referida -pero inducida y obligada- aceptación del paciente a su estado de locura tiene su correlato en la identidad de la verdad prescrita por el dispositivo, el cual se atribuye en su saber una verdad igualmente auto referida en su condición de dominio. De tal modo que como indica Bernal en su lectura de Foucault: “La experiencia de la locura fue reducida en su verdad acontecimiento y clasificada de acuerdo a la verdad demostrativa” .
Lo que constituyó la condición de posibilidad de la vecindad entre psiquiatría y derecho penal en tanto todo loco sea un posible criminal. De lo anterior, sólo me gustaría insistir en un punto específico que me parece de alta relevancia filosófica en la lectura hecha; ésta es la cuestión concerniente a la verdad.
Dado que la verdad del discurso del loco sólo es posible mediante la instrumentación de la técnicas de coerción que lo obligan a confesarse como loco, la verdad del dispositivo que es autorreferente en tanto su saber no considera la exterioridad de su objeto sino sólo lo que ha puesto en su boca, éste se legitima en la confesión de aquél, demostrando así la verdad de su saber. De aquí que la experiencia de la locura, sólo sea experiencia de la locura en tanto locura bajo la prescripción médica que obliga a un sujeto a auto referirse como loco; la verdad que acontece en el discurso del loco es la demostración fehaciente de la cientificidad legítima del dispositivo llamado psiquiatría. La verdad como acontecimiento y la verdad demostrativa se complementan, se provocan mutuamente; se relacionan en tanto verdad: condición apirética de difícil resolución ya que plantea un contrasentido a la supuesta intención de nuestro ponente.
Pero aún queda más: Si el saber psiquiátrico se erige como una correlación de dispositivos y técnicas de verdad como el encierro, la disciplina y el control sobre el cuerpo como útil por un lado, y la configuración de un saber anatómico con un saber nosográfico aún en ciernes por otro lado, la conjunción de estos elementos y su desplazamiento y acomodo en un saber configurado como psiquiatría no deja de establecerse como acontecimiento en tanto semejante conjunción opera no por planeación sino por acaso; de ahí que sea posible establecer la verdad del poder psiquiátrico como la ocultación de dispositivos de sometimientos y docilización de agentes nocivos al cuerpo social y saber como un discurso de subjetivación y establecimiento de relaciones de dominio que crea una espesa separación discursiva entre el médico y el paciente. Separación que no contempla ningún miramiento hacia la verdad del sujeto dominado, salvo la aceptación de los prescrito por el sujeto dominante: de ahí que la verdad que acontece en el poder psiquiátrica sea el control disciplinario ejercido desde el dominio más allá de una voluntad de verdad y se desplace el dispositivo de la confesión a un artilugio de mera especulación: especulación en tanto speculum, dado que el saber psiquiátrico utiliza a su objeto para autoafirmar su poder de dominio y escuchar en boca de otro su propia verdad: y en tanto miremos a la cuestión de la verdad todo acontecimiento enmarcado en dicho dispositivo más que afirma que se trata de algo así como la locura del poder en tanto voluntad de saber tendríamos a sospechar esta relación de dominio como el efecto de una locura autista del saber en tanto voluntad de poder que inaugura época.
i Ponemos entre comillas lo extraído de las ponencias que competen en cada inciso; en el caso de tratarse de una cita de fuente diferente se cita a pie de página.
ii Cf. Foucault, Michel. Historia de la sexualidad. I, Voluntad de saber. Gandhi. México. 2009
iii Cf. Deleuze, Gilles. Derrames. Entre esquizofrenia y capitalismo. Cactus. Argentina. 2008
iv Cf. Foucault, Michel. Ob. Cit. Pp. 60-61
v Derrida, Jaques. “Ser justo con Freud” en Resistencias del Psicoanális. Paidós. Barcelona. 1997 P. 162
vi Foucault, Michel. Prefacio a la trasgresión. Ediciones Trivial. Argentina. 1993. P. 45
vii Cf. Ibid.
viii Ibid. P. 42
ix Ibíd.. P. 48