Redes Sociales, Caos y Tecnopolítica: Una Interpretación Crítica

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La ciencia es como la tierra; sólo

se puede poseer un poco de ella.

Voltaire

Puedo pasar, en la vida y en la pintura también,

sin Dios. Pero no puedo, enfermo, pasar

sin algo que es mayor que yo, que

es mi vida: la fuerza de crear.

Vincent Van Gogh

 

 

Prólogo:

Del rigor en la ciencia.

Jorge Luis Borges

En aquel imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y de los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.

Primera parte: El trocamiento de nuestra realidad material a la virtual opera con significaciones similares a la de la primera.

Cuando en la década de los cuarenta el matemático Alan Turing trabajaba en su pasión por ‘construir un cerebro’, el que sería considerado la primera computadora del siglo XX (ya antes Pascal y Leibniz habían ideado una máquina para hacer cálculos sencillos), no imaginaría que en menos de cien años los ordenadores como organismos biotecnológicos lograrían superar esa primera etapa que, en palabras de Stephen Hawking, ‘había ideado el arte de programar una computadora automática digital con un programa interno de almacenamiento’. Sucede que ese primer logro se convirtió en la base operativa para todo un crisol de posibilidades comunicativas que trenzaban de manera inteligente un acontecimiento con otro, un flujo informativo con sus consecuentes agrupamientos y desdobles. Un arco que cruzaba, inocentemente, las parcelas que del tiempo y el espacio cibernéticos se manifestaban como la genial disolución de una malla oscura (la de la desinformación) que oprimía al sujeto. Con la web se hizo la luz. Pero deshicimos un fenómeno de aislamiento para entronizar otro nuevo de simulación igual de peligroso y violento que el primero.

Cuando Baudrillard afirma que en ese estado ‘solo podemos reestrenar todos los libretos porque ya han sido representados real o virtualmente’, estado donde a las Utopías solo resta ‘hiperrealizarlas en una simulación indefinida de ideales, de fantasías, de imágenes, de sueños…’, el filósofo no se equivocaba al menos en un aspecto: el de avizorar el frenesí por querer transferir el conocimiento de una esfera a otra sin pensar las consecuencias en el cuerpo virtual de los usuarios. Pero vayamos por pasos. En 1925 el economista ruso Nikolai Kondratiev proponía un margen teórico de gran utilidad: una explicación socio-histórica para los ciclos económicos que implicaba mucho más que la acomodaticia genealogía y desarrollo de los flujos financieros, sino una sólida y consistente muestra de cómo la tecnología afectaba  de forma directamente proporcional a las épocas históricas. Aproximadamente cada cincuenta años (con la locomotora, la ingeniería eléctrica, los procesos petroquímicos y finalmente la era de la información) se aprecian crestas sinoidales de prosperidad, recesión, depresión e innovación en un patrón reconocible que nos sirve no tanto como una herramienta de pronóstico infalible por cuanto primera aproximación a los flujos caóticos del Internet, a la postre plataforma tecnológica que se inscribe con facilidad en estos superciclos.

A estas alturas de la historia de los sistemas computacionales es innegable la existencia de filamentos caóticos que desbordan, incluso de manera determinista y predecible, a los ríos del Internet; nuestra red se nutre de ellos, crece hacia la periferia y adquiere conciencia en el interior, aprende de nuestras preferencias, acumula datos de nuestros sitios favoritos, los distribuye en esquemas hermenéuticos y, finalmente, como diría Zygmunt Bauman, hace que las estructuras de lo posible ‘puedan moverse con la velocidad de la señal electrónica’. ¿Hacia dónde se dirigen? A nuestra mente, a la esfera de las ideas subconscientes, ese ‘segundo cuerpo’ cibernético que vestimos cuando nos conectamos con todos los demás en las redes sociales y que a su vez es encausado y dirigido instrumentalmente casi siempre para fines comerciales. Aquí encontramos codificaciones políticas que resultan sustanciosas para la reflexión crítica junto con una idea insoslayable: su carácter de inevitabilidad. En una bella fábula, Jean-François Lyotard nos cuenta:

«El lenguaje permitió que los humanos superaran las formas rígidas de un principio (casi instintivas) según las cuales vivían juntos en las primeras comunidades. Nacieron formas menos probables de organización, distintas unas de otras. Entraron en competición. Como en todo sistema vivo, el éxito dependía de las aptitudes para descubrir, captar y salvaguardar las fuentes de energía que necesitaban. A este respecto dos grandes acontecimientos marcaron la historia de las comunidades humanas, la revolución neolítica y la revolución industrial. Ambos descubrieron nuevas fuentes de energía o nuevos medios de explotación, afectando de esta manera incluso a la estructura de los sistemas sociales.»

»Durante mucho tiempo (si contamos el tiempo humano), surgieron al alzar técnicas e instituciones colectivas. La supervivencia de los sistemas improbables y frágiles como los grupos humanos escapaban así a su control. Sucedió por ello que técnicas más sofisticadas se consideraran curiosidades y se descuidaran hasta el punto de olvidarlas.  Sucedió también que comunidades más diferenciadas que otras en materia política o económica las deshicieron creando  sistemas más sencillos pero más vigorosos (como ya se había dado entre las especies vivas).

»Igual que las propiedades del lenguaje simbólico permitieron que las técnicas materiales conservaran, corrigieran y optimizaran su eficacia, sucedió lo mismo con los modos de organización social. Instancias de autoridad, cargadas de ese control, aparecieron en el campo social, económico, político, cognitivo, cultural.

Segunda parte: Del caos emana silenciosamente una tecnopolítica instrumental pensada desde nosotros hacia nosotros mismos.

Así, es posible hablar de territorios virtuales con sus comunidades donde de hecho existen instancias de autoridad y control que, desde aquellos filamentos caóticos casi inasibles, instauran las condiciones donde esa segunda piel o segundo cuerpo que utilizamos en la web aparece vulnerable a prácticas violentas. En palabras de Peter Sloterdijk ‘la homeotecnología, la aceleración de la inteligencia por excelencia, también es alcanzada por el problema del mal. Este último, sin embargo, ya no se presenta tanto bajo la forma de una voluntad de esclavizar a entes y seres humanos, sino como el deseo de sacar ventajas sobre los otros en la competencia cognitiva.’

Instalarse en esa forma vivencial es, creo yo, aceptar que existen agrupamientos de individuos que en su lasitud, funcionan dentro de una dinámica que se ha dado a llamar pospanóptica donde el sujeto ya no está vigilado y aparcelado desde una autoridad central, sino que ahora, las formas tecnopolíticas conviven y desaparecen entre su objeto nutricio a conveniencia. Estamos ante formas paradójicas que desarrollan su fuerza de manera extraterritorial pero inmanente. Y lo que es peor, siendo sensatos, nos daremos cuenta de que los teóricos y demás filósofos avezados en el tema del poder ejercido subconscientemente, se equivocan al señalar en una relación amigo-enemigo al que se supone es ese soberano contorneado claramente y que ejerce su poder a través de instituciones digamos, jerárquicas. Nada más alejado de la realidad. Nuestra crítica no está dirigida hacia Ese Otro, sino que El Gran Tirano hemos sido nosotros mismos al permitir que la simulación se efectúe a través de lo efímero, lo ligero o lo líquido. Recordemos que la Gran Red, a través de lo que los ingenieros computacionales llaman ‘algoritmos de filtrado colaborativo’, de discos duros como nubes que almacenan nuestros datos y nuestros gustos con ellos, ha sido un reflejo fiel de nuestra condición.

Más que congratularnos por la prensa coyuntural que nos mantiene informados, por la construcción de bibliotecas y de archivos de Babel que jamás leeremos, habría que preguntarse por el estatuto que reinstaura una naturaleza motriz y creativa en el individuo. Es, como diría Slavoj Zizek, tomar conciencia de que  ‘la institución [cibernética] no es una entidad viviente real con voluntad propia, sino una ficción simbólica.’ El entender que ‘encontramos la ambigüedad radical de los suplementos del ciberespacio: pueden aliviar nuestras vidas, librarnos de cargas innecesarias, pero el precio que pagamos por ello es nuestro descentramiento radical, es decir, los agentes también nos mediatizan. Puesto que mi agente en el ciberespacio es un programa externo que actúa en mi nombre, decide cuáles informaciones veré o leeré, etc., etc., es fácil imaginar la posibilidad paranoica de otro programa de computadora controlando y dirigiendo a mi agente sin mi conocimiento -si esto sucede, soy, en cierta forma, dominado desde dentro, mi propio ego ya no me pertenece.’ O cuando polemiza con la siguiente idea:

‘La perspectiva de lograr la digitalización de toda la información (todos los libros, las películas, los datos… computarizados e instantáneamente disponibles) promete la casi perfecta materialización del gran Otro: ahí fuera, en la máquina, ‘todo estará escrito’, tendrá lugar un redoblamiento simbólico completo de la realidad. Esta probabilidad de un informa simbólico perfecto augura también un nuevo tipo de catástrofe en la cual un leve disturbio de la red digital (digamos un virus extremadamente eficaz) borra al ‘gran Otro’ computarizado dejando intacta a la ‘realidad real’ externa.’

Esta naciente codependencia hacia nuestra alteridad en las redes sociales y en Internet expresa un hecho ineludible, lo que Gilles Deleuze y Félix Guattari denominan sobrecodificación, que no es otra cosa sino el sometimiento al poder, en este caso impalpable, en los territorios y parcelas diversas de la red. Lo que estos filósofos en realidad hacen, es dar cuenta de un enunciado performativo implícito (Yo te hago, o Yo te dirijo) como proceso de ajuste, digamos natural, en las sociedades virtuales. El lenguaje se sobrecodifica a partir de un aparato de captura donde un cierto tipo de oscuridad y confusion se ciñe a nuestra voluntad déjándonos en un corredor sin aparente fin donde el horizonte representa un camino repetitivo que, desentendiéndonos de la envolutura peyorativa del término, esclaviza y coacciona al sujeto.

Tercera parte: Para liberarse de las coacciones es imperativo el uso de las facultades estéticas y creadoras.

¿Qué es posible hacer ante esta cortapisa? El filósofo Brian Holmes nos aproxima un poco a la respuesta que, sorprendentemente, desembocará en una exigencia creacional:

«How does the virtual become actual? From a therapeutic perspective, what matters most is the passage from the “black hole” of a fantasmatic territory to the world of material and energetic flows… This is the social world of projects and gestures, of lifestyles, couplings, organizations and constructions, built on territories that are eminently concrete but always shifting, flowing, drawn out of themselves and open to new combinations. They offer objects and relationships that can be imbued with a singular expressive content, but at the same time can detach themselves from the subject, changing their circulation patterns and establishing connections with others. In the best of cases, the aesthetic pulse of territorialized experience provides the impetus for this self-release into the world of more-or-less chaotic flows.»

La respuesta está en la acción concreta, mas no la que refiere hálitos revolucionarios ni expresiones masivas de emancipación que más que prácticas despuntan en la retórica y discursos de marras sino más bien como apunta Holmes, a las construcciones y arquitecturas provenientes de flujos creativos (energéticos) que, aunque puedan lejanamente aspirar a la experiencia democrática del logos, en primer lugar se piensan a sí mismas existentes dentro del Yo individual, del Yo consciente que antes de lanzarse al movimiento reaccionario trata de reconocer su interioridad manifestándola hacia la creación, hacia el flujo donde lo imaginario y lo artístico, utilizando la imagen alegórica de Asklepios (el dios griego de la medicina), funciona como terapia ante la patología de las afecciones. Es reinterpretar lo que Albert Camus alguna vez llamó ‘El hombre rebelde’, pero no el rebelde en ciernes que invocado por la prisa y el optimismo desmesurado se confronta a la otredad, sino el que descubre “la exigencia metafísica de la unidad, la imposibilidad de hacerse con ella y la fabricación de un universo de sustitución. La rebeldía, desde este punto de vista, es fabricante de universos. Esto define también al arte. La exigencia de la rebeldía, a decir verdad, es en parte una exigencia estética.”

Antes de leer el epílogo, quisiera finalizar el cuerpo de esta ponencia invocando las ideas de un filósofo que, matemáticamente, nos indica cómo poder salir de esta equivocidad de los signos informáticos y flujos caóticos instrumentales para aspirar a una poco probable pero posible univocidad: me refiero a Spinoza y a sus tres niveles del conocimiento. Es por todos conocido el hecho de que su sistema es complejo y que este no es el lugar propicio para explicarlo. Baste decir por ahora que vivimos en un mundo equívoco de interpretaciones, indicativos e imperativos. Que para poder salir de ese mundo oscuro es necesario saber elegir las afecciones positivas de los dos signos vectoriales que son la alegría y la tristeza. El mismo Deluze nos habla de ello:

         «Finalmente la tristeza es de seguro inevitable. Pero  no es de eso que la humanidad muere. La humanidad muere por aquello que se sobrecarga a partir de las tristezas inevitables. Es una especie de fábrica de tristeza, de fantástica fábrica de tristeza. Y hay instituciones para engendrar la tristeza. Y aparatos. La tele, todo eso…

Es inevitable que haya aparatos de tristeza porque todo poder tiene necesidad de la tristeza. No hay poder alegre.»

La idea principal, como muchos ya habrán adivinado, es hacer una composición de relaciones entre los diferentes cuerpos, ya sean maquínicos, virtuales o reales. El entender que a través de la razón (que no del raciocinio) en la idea de Spinoza es preciso componernos armónicamente como la espuma con la ola o como el río con el mar. Sólo así podremos superar el escamoteo que las redes sociales han llegado a presentarnos. Solemos anhelar la perfección, instalarnos cómodamente en el simulacro cibernético y hacer de nuestra máscara virtual el verdadero rostro cognitivo. Ante ello, no hace falta decir que al experimentar el caos y los desarreglos violentos del poder en nuestra mente y nuestro cuerpo funciona como acicate para la creatividad y la imaginación.

Epílogo:

El sueño de Spinoza.

Después de una muy ardua labor de pulimiento de lentes, Baruch se recostó y quedó profundamente dormido soñando la siguiente historia.

Cierta vez, cuando sólo existían las aguas de los mares, un poeta y filósofo de nombre Abenhazán, caminaba desahuciado entre la hojarasca que de un camino matizado de parduzcos y amarillos se formaba con el silbo de sus pasos solitarios. Su cabizbajo andar como el vacío llamó la atención de una estrella que, escondida entre la fronda de un árbol se acercó al caminante rozándolo con el silencio de su voz. Sorprendido, el hombre cerró los ojos para observarle y aguzando sus sentidos, alcanzó a comprender el bello murmullo de la luz. “Abenhazán, ¿qué sucede? ¿por qué ocultas en la sombra a tu mirada?” El poeta respondió: “¡Oh, luz, que con fulgor dentro de mí habitas con tu voz! El relámpago de Tabriz ha secuestrado a mi querida y ahogándola de sí, convirtiéndola en agua pura, la ha escondido en el fondo del mar allá donde las olas temerosas prefieren ocultar su canto, allá donde la espuma y las arenas mueren en perpetua calma.” La estrella, sabia como la lechuza de Minerva, comprendió al filósofo y colmándolo de su sabiduría le otorgó un presente incomparable: la palabra a su lengua, la finura a sus manos, el ritmo a sus piernas, la creatividad a su mente, el ardor a su corazón, el universo a su mirada. “Esta investidura invisible de tu cuerpo y de tu alma, Abenhazán, será la virtud con la que crearás los ríos como urdimbre que unirán al movimiento del deseo con la quietud del espíritu que vive en el fondo del mar.” Dicho esto, la estrella desapareció. Encomendado por el astro, Abenhazán creó de su puro pensamiento al cauce y tomando un fragmento de nube lo colmó de agua. Inspirado por la belleza del recién creado, continuó tan gratificante labor. Logró, con el cariz de una paz insospechada, unir a la montaña con la llanura, a la llanura con las aguas del mar. Así, la Tierra se llenó de ríos majestuosos, todos ellos rebosantes, frescos y exquisitos. Pese a tal belleza, el Creador se seguía sintiendo solo. Tras reflexionarlo, decidió dejar de ser precisamente para seguir siendo y, en un acto de coraje y valentía, se pensó a sí mismo como río deshaciéndose al fin de su cuerpo. Logró lo que quería: ser agua. Cuál sería su sorpresa al encontrarse siendo no un torrente de proporciones agraciadas sino un minúsculo riachuelo del cual apenas y los ciervos bebían. Ni siquiera llegaba al mar. No pudiendo arrepentirse de su decision, estoicamente permitió que las pequeñas plantas que lo rodeaban se alimentaran de sus minerales. Pasaron muchos años y aquellos ríos señoriales desaparecieron y secáronse pues la naturaleza así lo dicta. ¿Qué fue del pequeño riachuelo? Hoy en día se divisa a lo lejos, bautizado con el nombre de Guadalquivir, ese espejo de luz centelleante, uno de los ríos más hermosos del mundo que, tras larga espera, al fin se une con el mar. En la noche, una estrella titilante, Al Hawar, vigila con cariño el curso de esas aguas.

Despertándose exaltado, Spinoza descubrió en su sueño una idea maravillosa, sería la misma que le permitiría formular en su Ética la composición de las intensidades que se funden con el Universo en beatitud y amor eterno.

Bibliografía:

Stephen Hawking, Dios creó los números: los descubrimientos matemáticos que cambiaron la historia. Editorial Crítica, Barcelona 2008.

Jean Baudrillard, La transparencia del mal: ensayo sobre los fenómenos extremos. Editorial Anagrama, Barcelona 2001.

Sobre Nikolai Kondratiev y los superciclos sociohistóricos: http://bit.ly/f1sycR

Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2009.

Jean François Lyotard, Moralidades posmodernas, Editorial Tecnos. Madrid 1998.

Peter Sloterdijk, El hombre operable. Notas sobre el estado ético de la tecnología génica: http://bit.ly/hMfHk9

Slavoj Žižek, El acoso de las fantasías, Siglo XXI editores, México D.F. 2009.

Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia, Editorial Pre-Textos, Valencia, 2008.

Brian Holmes, Guattari´s Schizoanalytic Cartographies or, The Pathic Core at the Heart of Cybernetics: http://bit.ly/GPlJ0

Albert Camus, El hombre rebelde, Alianza Editorial. Madrid 2010.

Gilles Deleuze, En medio de Spinoza, Editorial Cactus. Buenos Aires 2008.

Baruch de Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico. Ediciones Orbis, Madrid 1980.