Sobre André da Loba, mis oídos y los viajes a ciudades invisibles

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Sobre André da Loba, mis oídos y los viajes a ciudades invisibles

Pienso en las historias que me leyó mi papá cuando era niña, en las ilustraciones de los cuentos rusos, en los cuentos de Polidoro, en mis libros de texto y en una escultura a cuadros de André da Loba. Quiero contarlo todo, pero no sé por dónde empezar. Le hago preguntas a André, algunas tienen qué ver con lo que yo misma me pregunto y otras intentan conocer sus gustos sin tener que formular interrogantes que me resultan chocantes como “¿quién es tu más grande influencia?” o peor aún, “¿quiénes son tus padres literarios/diseñadores/ilustradores?”. Él responde que viajaría en el tiempo para vivir con los futuristas o, si sólo tuviera una oportunidad, le gustaría conocer a Italo Calvino. También me dice que si se dedicara a otra cosa sería escuchador profesional, que lo que más le gusta de la vida es “tener una en y con todos los sentidos”. Por cierto que, para viajar en el tiempo, André sólo llevaría en la maleta sus oídos, mismos que el 30 de octubre, alrededor de las 15:00 hrs., utilizó para escuchar “The Great Outdoors”, de Win Mertens.

La ilustración apareció en mi vida a través de mis oídos. Mi padre lee cuentos que yo imagino; entre sueños, le pido que me enseñe las ilustraciones y entonces intercalo mis juguetes favoritos en el desarrollo de la historia. Muñecos Pinypon y Playmobil asumen papeles en las aventuras ilustradas dentro de los libros. Mi papá quería que supiera jugar ajedrez: el suelo del palacio del Emperador es un tablero a cuadros. Mitología personal aparte, soy mala en el ajedrez, pero me gustan los cuentos y las ilustraciones. Antes no lo entendía del todo, consideraba esa parte de mi historia como un bonito recuerdo, pero ahora tengo más consciencia de lo mucho que definió lo que ahora hago y busco el hecho de que mi padre me leyera un cuento cada noche, antes de dormir. Busco cuenta cuentos que alimenten mi imaginación. Encuentro a André.

André da Loba es portugués y vive en Brooklyn. A modo de carta de presentación, en la página de The Invisible Dog Art Center, en donde se encuentra su estudio, André ha dejado el “Manifesto 009”, que concluye diciendo que su trabajo tiene que ver con ser: “secretly happy”. Aquí, he decidido transcribir su “Manifesto”, en portugués, porque me gusta la lengua en que escribió Pessoa y porque me recuerda a Ruy, mi profesor de portugués al que le gustaba contarnos sus aventuras de hippie en Brasil (en un español lleno de fricativas palatales sordas y sibilantes).

O meu trabalho?
O meu trabalho será sempre sobre ti. Sobre mim.

Sobre anarquistas,
videntes e
padres ateus.
Romeus.
Blasfemos e amotinados.

É também sobre incendiários,
iluminados e outros artistas.

Ladrões,
biólogos e sexólogos.

Poetas (e) pintores,
mas não tanto como:
anões altos,
gatos pretos,
sobreviventes de um naufrágio.

Pessoas mancas,
pó da estrada.

Vagabundos profissionais e
mudos espontâneos.

É sobre leve(r)za das coisas estranhas.

É sobre ser secretamente.
Secretamente feliz.

André da Loba es de los ilustradores que se salen de la hoja, por eso quiero hablar de él. Es ilustrador, diseñador, escultor, profesor, es: un “artista y poeta reluctante”.[1] Ha trabajado para: The New York Times, Time Magazine, The New Yorker, The Washington Post, The Boston Globe, Newsweek, Time Out Magazine, NPR, The World Bank, Blommberg, Boston College of Law, Morning Star, MTA, Stir, Letras Libres, Kalandraka, Companhia das Letras, OQO, Eterogémeas, Bruáá, Porto Editora, Caminho, Lupa Design, Silva!, Calouste Gulbenkian Foundation, entre otros, y si le preguntan que si tiene estilo propio él responde:

Para mim, a palavra “estilo” devia ter sido removida do léxico dos ilustradores há muito, muito, muiiiiiiiiiiiiito tempo. É um termo redutor por reduzir (perdoem-me a redundância) a ilustração ao seu sentido mais imediato: o visual. A ilustração já não é o desenho com a intenção decorativa das iluminuras medievais, mas sim um desenho de exploração intelectual. É mais uma reflexão do que uma representação. Há mais de um século que o mundo da ilustração tem produzido imagens desafiantes, inteligentes e sofisticadas que propõem ao leitor mais dimensões do que o texto que suportam (ou pelo qual são suportadas…). Avaliar ilustração e ilustrador pelas cores e formas que usam é como julgar um livro pela capa.[2]

En sus ilustraciones es muy claro que no se trata de decorar iluminando, sino de una reflexión más sutil e inteligente que, como un pop-up, despliega en la mente otra dimensión que deriva del texto. André da Loba encuentra más interesante la idea de “voz propia”, pues describe mejor un proceso de crecimiento, una historia con sus “cicatrices irrepetibles”, con sus particularidades y sobre todo, porque es algo que surge después de

horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas… e depois ainda mais horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas e horas de trabalho.

En esas horas imagino ese “secretamente feliz”, así es el discreto afán de los que aman lo que hacen. Con su trabajo, André me lleva a volver a esas otras dimensiones que no pueden terminar de ser catalogadas. ¿Es una ilustración, un cuento, un performance? Su obra Zeitgeist (2009) es eso y más, es el despliegue de trucos de un mago, es un niño que, haciendo gala de sus tesoros, nos invita a jugar.

Como en todo lugar común, hay algo de cierto en la idea de que los niños tienen los ojos más limpios. No en un sentido moral (de lo cual no dudo), sino en el poder de generar nuevos mundos a través del juego, libres de análisis. Es decir, ese escenario en el que cabía un Playmobil, un tablero de ajedrez y el Emperador, yo lo creía cierto, tan cierto como levantarme todos los días y ponerme el uniforme e ir a la escuela. Cuando jugaba con mis muñecos, una fe ciega en lo que les sucedía me animaba a crear el escenario perfecto. Acomodaba los pequeños muebles, utilizaba agua de verdad (“¡no, mamá, tiene que ser agua, no me la quiero imaginar!”). Recuerdo estar obsesionada con la transparencia del agua, quería simular una alberca o un mar y para ello experimentaba con distintos materiales: pasta de dientes (azul con chispas, por supuesto), alcohol, aceite. Todavía alcanzo a tocar en mi memoria los sentimientos que tenían mis personajes, sus tragedias, sus risas, fragmentos de sus pequeñas vidas que a diario se transformaban en otras vidas interrumpidas siempre por el fin del juego.

En las animaciones de André, quien recientemente obtuvo la Medalla de Oro por parte de la Society of Illustrators por su trabajo Tuttodunpezzo (2013), impresiones en linóleo que se mueven con stop-motion, encuentro guiños de ese territorio de los cuentos rusos. Será porque algo de los animadores checos se ha colado en sus ojos. No le pregunté quién lo llevó al cine por primera vez. A mí me llevó mi papá: cuentos rusos, animaciones soviéticas, una hermana que lleva el nombre de una novela de Gueorgui Martinov. Sí, mi papá creía en la revolución. Todo eso germinó en el imaginario de los que ahora tenemos, más o menos, treinta años.

Como en Las ciudades invisibles, viajamos todo el tiempo y las ciudades somos nosotros y lo que hay o no hay hacia adentro (o hacia afuera). Como en Despina, todo tiene que ver con el lado del que se mira, que no está hecho de perspectiva, sino de deseo. André da Loba me lleva a esa ciudad de mi infancia y me inspira a trabajar todas esas horas arriba citadas, y más. En esta máquina de palabras y en honor a los futuristas y Coleridge, pues deben saber que André da Loba es un marinero, un día le invito unos himalayan dumplings (que tanto le gustan) a bordo de un barco que sea un cohete que pase volando por Central Park.

No crean que sólo mi padre hizo su parte, las canciones y los colores los puso mi madre, pero ese es un cuento para otra noche.