Esta mezcla bastante estable de familiaridad, hostilidad e ignorancia es propia de las dos partes de este encuentro cultural, complejo y desigual.
Said, Cultura e imperialismo.
Los discursos de poder forman parte de nuestra vida diaria. Nos enfrentamos a ellos cada vez que se nos trata de persuadir a hacer, pensar o decir algo. Los encontramos en el periódico, en el trabajo, en la televisión, en los actos públicos y, aún, en muchas formas de entretenimiento. El poder nos rodea, se siente. Define no sólo los distintos tipos de relaciones humanas en las que nos involucramos sino la misma identidad de los individuos. Se encuentra en todo lo que decimos o escribimos y en todo tipo de discurso con el que entramos en contacto.
A través de la historia una de las grandes formas de transmisión de estos discursos de poder ha sido la literatura. Mediante ella se crean, se transmiten y perpetúan creencias, ideas y prejuicios. Pero si la literatura ayuda a construir y a reafirmar una ideología, también forma parte de su destrucción y deconstrucción. Una de las formas más importantes en la que esto sucede dentro de la literatura, es la parodia. Es de llamar la atención que en casi toda cultura sojuzgada, ya sea política, social, económica o culturalmente, podamos encontrar narraciones donde se parodia algún tipo de retórica del poder. Desde New York hasta Nueva Guinea, a través del continente africano y recorriendo el americano en su totalidad, estas parodias aparecen en un intento por recobrar la propia identidad o desenmascarar los discursos del poder. Amores de segunda mano, del escritor mexicano Enrique Serna, es un compendio de narraciones breves que parodian los discursos de poder y que presentan situaciones donde los personajes se ven enfrentados constantemente ante la imposibilidad del ser tal y como lo concebimos. Los relatos presentan un mundo cultural donde el espectáculo, el arte y el lenguaje determinan nuestro ser, donde no podemos existir sin la mirada del otro, mismo cuya otredad nos parece insoportable a la vez que imprescindible. La necesidad de esa mirada ajena, de esa presencia externa, va desde el exhibicionismo hasta el amor a la propia imagen distorsionada por el Otro y se ve reflejada no sólo en el mundo del espectáculo sino en la vida diaria y rutinaria de cualquier individuo o familia mexicana. A pesar de que todos los cuentos de este libro tratan temas relacionados con el poder y la identidad, “El desvalido Roger” nos habla específicamente de dos estereotipos: “el gringo” y el mexicano (o biner, wet back, etcétera.)
Los estereotipos en general, surgen en el proceso de absorber y discriminar información del medio ambiente, mientras que el contenido específico de un estereotipo, nace de la relación entre grupos dominantes y minoritarios y es comúnmente una forma importante mediante la que el grupo dominante trata de justificar o racionalizar esa relación de poder. “El desvalido Roger” nos muestra cómo se establece la relación entre México y Estados Unidos a través de estereotipos y cómo los medios masivos de comunicación pueden ser un aliado sumamente efectivo en la reproducción de éstas y otras figuras prejuiciosas. Las formas más comunes y severas en las que encontramos los estereotipos, son las raciales. La identidad racial implica unidad. Cuando esta identidad se internaliza implica una identificación, un sentido de pertenencia.
Sólo entonces la diferenciación racial comienza a definir a la otredad y la discriminación contra otros se convierte en la exclusión de lo diferente. La elaboración de la diferencia de razas y de identidades ha determinado desde el siglo XVII parámetros de exclusión e inclusión. Uno de los cambios históricos más grandes en el discurso racista se ha dado del racismo del pasado que alimentaba y definía los objetivos del expansionismo colonial, al racismo contemporáneo que se expresa en términos de nacionalismo. Lo que se busca lograr ya no es tan sólo la superioridad de la raza blanca como si todos sus integrantes fueran una sola unidad. Ahora, lo que en general se exalta y conforma la unidad es la idea de nación. Esto no implica que la distinción de razas ha desaparecido, de hecho, en la actualidad, la distinción de razas permite a los racistas el aplaudir la destitución de ciertas jerarquías sociales y da unidad al discurso moderno racista. Sin embargo, esta condición no es estática ni universal. El discurso racista es ciertamente cambiante, mucho menos discreto de lo que creemos y mucho más presente en nuestra forma de ser de lo que tradicionalmente se acepta. A pesar de esto, podemos decir que cada día somos más conscientes de la presencia y estructura tanto del discurso racista como de otro tipo de discursos. Esta creciente conciencia ha sido alimentada por la preocupación contemporánea con el lenguaje y su papel en todos los ámbitos y en todos los actos.
La cobertura de los medios de comunicación revela que los conflictos más graves de nuestros días son los raciales y los étnicos. Casi todas las guerras actuales tienen un tinte racista, ya sea como motivo o como justificación. Esta ola xenofóbica se debe en parte a “la modificación en la composición étnica” del mundo occidental (Van Dijk 1994, 1). Estas modificaciones, como todos los cambios, producen temor en las personas y las lleva a aferrarse y tratar de reafirmar su propia identidad. El reafirmar la identidad propia, étnica o nacional, puede ir desde un sano autoconocimiento de sí mismo hasta a extremos terribles de racismo e intolerancia. Los medios de comunicación juegan un papel sumamente importante en cómo se viven los reajustes étnicos. Van Dijk (1994, 32-34) opina que las noticias de occidente sobre los países subdesarrollados son tendenciosas y suelen dar preferencia las noticias que contienen estereotipos hechos a la medida de las expectativas de los lectores occidentales. Los principales temas noticiosos sobre el Sur suelen ser la guerra entre países tercermundistas, las guerras civiles, los golpes de estado, los regímenes opresivos, las dictaduras y la violencia en general. Lo mismo ocurre con la pobreza, hambre, subdesarrollo, miseria y, últimamente, las catástrofes ecológicas. Cuando se llegan a proporcionar antecedentes y explicaciones de dichos temas, se tiende a atribuir la responsabilidad de los mismos a las políticas y comportamientos torpes de las naciones, organismos y dirigentes políticos del Tercer Mundo.
El cuento, “El Desvalido Roger”, nos habla de estereotipos, por medio de estereotipos. La trama parte de la noticia sobre el terremoto en Ciudad de México en 1985, presentada por un noticiero americano, para un público americano. La protagonista, Eleanor Wharton de origen estadounidense y digna representante de su cultura, sucumba ante la estereotípica imagen de un niño abandonado en medio de los escombros del terremoto, que aparece en las noticias, y decide ir a rescatarle.A través de su odisea se irán presentando todos los estereotipos posibles, que llevarán a un desenlace casi inevitable. Tanto la decisión de Eleanor como el camino que emprende, son acordes a la conocida combinación estratégica de autopresentación positiva y presentación negativa de los otros de la que suelen hacer gala los noticieros estadounidenses, donde la ayuda y las contribuciones de los países desarrollados son presentadas como benéficas y pocas veces como problemáticas. El poder persuasivo de tal retórica está basado en su aparente lógica y superioridad moral. “La libertad, la democracia y los derechos humanos están entre los términos claves a partir de los cuales se estructuran las legitimaciones políticas y de los medios masivos de comunicación de las élites con respecto a los “otros” (Van Dijk 1994, 34). Eleanor, dotada de esa misma superioridad, se lanza a adoptar y a rescatar a un niño del que no sabe si es huérfano, si necesita ser rescatado o no. Comienza por cambiarle el nombre al niño, en la presuposición de que cualquier cosa que ella haga, en el afán de darle un impulso a su vida, de “recuperar la emoción pura”, será para el desvalido la mejor opción.
De aquí en adelante, la narración parodia los estereotipos de la clase media mexicana y estadounidense, confirmando así la naturaleza de las relaciones entre estas dos naciones. Los medios masivos de comunicación pueden ser un aliado sumamente efectivo en la reproducción de estos y otros estereotipos, de hecho, podríamos decir que la visión mutua que existe entre estos dos países se debe en gran parte a las noticias que todos los días se transmiten sobre la frontera, los ilegales y temas afines:
Los análisis de la cobertura informativa de los asuntos étnicos han mostrado que la prensa se alinea de manera muy marcada al poder dominante de las élites, así como al rechazo de la población blanca a las minorías étnicas. Los medios noticiosos exhiben de manera sobresaliente las protestas contra el incremento de la inmigración o contra las políticas a favor de la igualdad de derechos y, por ende, contribuyen a exacerbarlas.”(Van Dijk 1994, 18)
Serna nos narra de manera magistral los resultados de este discurso. A tal grado se parecen las reacciones y el discurso de Eleanor al discurso cotidiano de ciertas personas que, por desgracia, el caso podría ser real. Muestra a los americanos como una nación ignorante y racista, imbuida de un alto complejo de superioridad (que parece ser en origen un sentimiento colonialista), cuyos integrantes presentan una absoluta falta de interés hacia el Otro y llevan una vida vacía y sin sentido. A México le muestra como una cultura machista, donde la suciedad y la corrupción imperan. A fin de lograr esta doble visión, la de las dos culturas como otredades simultáneas, el narrador entra y sale del personaje, convirtiéndose así en personaje y luego en otredad, con lo que permite que se miren el uno al Otro. De esta manera, nos va mostrando uno por uno los diferentes estereotipos que conforman esta relación. Alude a una sociedad regida por una serie de marcas y conceptos (Poli-Dent for free odor dentures, meditación trascendental, psicoanálisis, Panasonic, Robinson & Fullbright), donde la fuente principal de información y de creencias que atañen a tipos específicos de eventos sociales y políticos, incluidos aquellos que tratan de relaciones étnicas, son los medios noticiosos. Una sociedad que más adelante enfrenta a un mundo caótico donde el agua no se puede beber, las personas gustan de las aglomeraciones, todo huele a fritanga y, en general, parece derrumbarse más allá de los daños producidos por el temblor.
Los estereotipos en general surgen en el proceso de absorber y discriminar información del medio ambiente, mientras que el contenido específico de un estereotipo, nace de la relación entre grupos dominantes y minoritarios y es comúnmente una forma importante mediante la que el grupo dominante trata de justificar o racionalizar esa relación de poder. A partir del discurso colonialista se crean estereotipos cuyo objetivo es justificar el dominio –ya sea cultural, político o económico– de una nación sobre otra. Ante esto es obvio el porqué de la gran cantidad de estereotipos que marcan las relaciones méxico-americanas. Gracias al evidente contraste entre México y los Estados Unidos en cuanto a renta per cápita, nivel y modo de vida, la línea divisoria entre estos dos países es el símbolo de frontera por excelencia entre el mundo industrializado y el llamado “Tercer Mundo”. A través de los siglos México ha sentido la huella del coloso vecino: perdió la mitad de su territorio ante los Estados Unidos en 1848 y volvió a ser invadido durante el siglo XX (Veracruz 1914). Además de estas relaciones histórico-políticas, ambos países mantienen relaciones económicas de cierta envergadura. A través de estas relaciones, la más de las veces poco cordiales, han ido surgiendo ciertos estereotipos de las diversas actitudes de los integrantes de ambos países.
De acuerdo con Healey (2003, 88), los estereotipos ayudan a mantener las políticas de control, discriminación y exclusión del grupo dominante. En la actualidad, una buena parte de estos estereotipos se propaga por medio de las diversas modalidades de discurso público controladas por las élites. Pero esta táctica sólo surte efecto cuando surge el racismo popular espontáneo –como del que hace gala Eleanor–, lo cual se consigue extendiendo, a través los medios de comunicación, ciertos prejuicios a toda la población.
A través de Eleanor, quien es por derecho propio un estereotipo, vemos desplegarse un inigualable compendio de prejuicios y estereotipos cuya diferenciación y categorización de grupo no se basan solamente en la apariencia física, sino que parecen extenderse a atribuciones de tipo cultural como el idioma, la religión, las costumbres, los hábitos, las normas, los valores e incluso los rasgos de carácter y sus prácticas sociales asociadas. En este caso el efecto se logra por acumulación:
- los japoneses hacían bien las cosas,
- latin lover,
- ojos rasgados… parecía un japonesito,
- vio tantos perros callejeros que se preguntó si no serían sagrados como las vacas en la India.
- taxi… cara de asesino,
- No le gustaba nada tener que hablar con un judío… tal y como lo había imaginado: narigón, antipático, de pelo crespo y especialmente hostil con la gente que le quitaba el tiempo… ganas de hacerlo jabón.
- El problema de los mexicanos no era económico sino racial.
- Se veía muy blanco para ser mexicano.
- Gringa…apestosa…loca
Este grupo de epítetos pertenecen a lo que Appiah (en Balibar 1990, xvi) denomina racismo extrínseco, el cual conlleva la idea de que las características físicas incluyen ciertas características o tendencias morales, así, por el sólo hecho de ser asiático se tiende a ser inteligente o por tener una nariz grande se es bueno para hacer negocios… El racismo intrínseco es aquel que presupone que por el solo hecho de ser de una raza se tiene un status moral diferente, es decir se es inferior o superior. Uno de los grandes aliados del estereotipo es la ignorancia. Mientras menos sepamos del otro es más fácil clasificarle:
- Dónde quedaba México exactamente? ¿Junto a Perú?
- Era el país de los mariachis que cantaban tango,
- México limitaba al norte con Estados Unidos….. costaba trabajo creer que Sudamérica estuviera tan cerca…
Mientras que el racismo extrínseco puede ser superado ante la evidencia de que las cosas no son así, de que sucede en todas las razas el que existan gentes con diversas características, el intrínseco es casi imposible de superarse, ya que en general la creencia tiene detrás ciertos beneficios en el orden social. Así, al blanco no le conviene que el negro sea su igual porque perdería poder. El racismo intrínseco casi siempre presupone al extrínseco.
Cuando un grupo es oprimido por motivos de raza estamos hablando de racismo. Si es oprimido por su religión es opresión religiosa, o si lo es por su sexualidad es opresión sexual; con lo cual la opresión se convierte en un fenómeno bastante inclusivo. Un individuo puede pertenecer a los oprimidos de un grupo (por ejemplo en cuanto a raza) y pertenecer a otro grupo de opresores (hombre/mujer). Elenaor es parte del blanco opresor del imperialista yanqui pero a la vez es y se siente oprimida por los hombres en general y por su jefe en particular:
- mundo de machos… los hombres querían sexo,
- ¿ Menopausia… divorciada, sin hijos…dentadura postiza… evitaba el trato con los hombres…crisis existencial
Las muchas formas de opresión, incluyendo racismo y sexismo se sustentan por un antiguo concepto moral: el dualismo del bien y el mal. Usando está noción los opresores son capaces de justificar su comportamiento en la supuesta unión del bien contra el mal -salvemos las almas de los indígenas, somos responsables del bienestar de estos salvajes, somos los guardianes de la democracia-. El dualismo entre el bien y el mal permite asumir a aquellos que así lo desean que poseen una altura moral mayor a la de aquellos a los que oprimen, con lo cual consiguen que la opresión aparezca como algo racional y lógico. En las sociedades occidentales, la justificación dualística toma una forma particular como consecuencia de identificar el bien –lo bueno– con la razón, la ley y lo racional, y lo malo con las emociones, lo espontáneo, el azar, el caos y lo natural: mientras más cerca se esté de la naturaleza más malo se es. Este dualismo determina lo que Occidente considera como civilizado y el valor que se da al control racional se expresa en los estereotipos populares y en los imaginarios culturales. Es por esto que Eleanor considera que el mexicano es salvaje al grado de no tener ni siquiera agua limpia:
- puestos de fritangas
- El agua de México era veneno puro
- prejuicio (de los mexicanos) contra los afectos unipersonales y exclusivos…. sólo eran felices en grupo… partículas de un pestilente ser colectivo… colmena sin individuos
- puesto de verduras… lavaba sus mercancías con agua negra… A la izquierda un vagabundo agonizante acostado en la puerta de una cantina.
- Aquí el desastre ocurría siempre, con o sin terremoto.
- …punks del subdesarrollo
Y los epítetos, estereotipos y mitos, siguen y siguen:
- guía de turistas… pelo envaselinado, bigote canoso y modales de un galán otoñal.
- …le parecía muy justo recibir sobornos.
- Desempleo.
- plomo suspendido en el aire…
Por supuesto un discurso no está vacío de deseo y motivaciones. La intención general, el deseo u objetivo del discurso racista se puede expresar como exclusión racial. Pero el objetivo específico o las razones de un individuo pueden estar relacionadas con el poder, el deseo de mejores oportunidades para sí mismo o simplemente miedo. El miedo se puede inducir por la fuerza o psicológicamente, los noticieros parecen ser un poderoso inductor de esa emoción: miedo a no pertenecer al grupo, miedo a la otredad. El miedo a la otredad es, en el fondo, miedo a uno mismo: “Las personas que no son capaces de manejar el enojo interno, miedo o deseo sexual, pueden negar estas emociones en sí mismos y atribuírselas a otros grupos.” (Healey 2003, 91). Al parecer, Eleanor necesita del miedo y del prejuicio para funcionar efectivamente. Su identidad está construida no sólo por su supuesta superioridad, sino por la inferioridad del otro. En este caso, el prejuicio juega una función emocional: la proyección. A través de sus prejuicios esta mujer ve en otros características o sentimientos que no puede admitir en ella misma. Lo que sale del alma de Eleanor es borroso e imperfecto como la imagen de Roger, “producto imperfecto y deforme del coito visual entre su Polaroid y la pantalla televisiva”, misma imagen de la que ella se ha prendado. Y es que en realidad el amor que Eleanor siente es por ella misma o más bien por la idea de una heroica Eleanor. Ella no desea salvar a Roger, busca su propia salvación, la justificación de su propia vida. De alguna forma Eleanor representa al imperio estadounidense que, con la excusa perfecta de la “responsabilidad mundial”, ha realizado en los últimos 30 años, al menos una intervención militar anual, a alguna nación subdesarrollada (Said 2001, 440). Y de la misma manera que estas intervenciones militares, las acciones de Eleanor tienen “todos los elementos de un poderoso credo imperial…: un sentido de misión, de necesidad histórica y fervor evangélico” (Said 2001,441).
El proceso que Eleanor sigue en este camino de salvación es similar al descrito por Michael Moore en su película Bowling for Columbine, donde nos presenta el proceso de una sociedad que a través de la historia, en su afán de poderío ha ido creando enemigos reales e imaginarios y que ahora, alimentada por los noticieros, vive en un constante temor, acabando por matar al primero que se le acerca. Así sucede con Eleanor: sus buenas y misericordiosas intenciones comienzan a desvirtuarse al no lograr sus fines. A medida que se enfrenta a la frustración, va creando una imagen temible del mexicano y de su precioso Roger. De este miedo en general surge una disposición a la violencia. La violencia es inherente al racismo. Los sujetos se definen generalmente por el discurso de las diferencias , así el sujeto sólo se reconoce a sí mismo por contraste con otros. La identidad a través de los otros se convierte en una identidad alienada. Para poder definir la identidad sin esa otredad se requiere que esa otra otredad sea negada, cancelada, incluso asesinada o, simplemente atropellada.
Enfrentada por esta realidad, llega el momento en que debe aceptar su propia realidad o crear una nueva justificación para su capricho –como ella misma le llama-. Obviamente, elige el camino de la justificación y es que “Una vez que un estereotipo es aprendido, puede dar forma a la percepción al punto de que el individuo presta atención sólo a la información que confirma ese estereotipo” (Healey 2003, 86). La gente altamente prejuiciosa mantendrá sus puntos de vista estereotipados aún ante hechos irrefutables que le comprueben que está en el error. Eleanor prefiere no encontrarse a sí misma; prefiere seguir perdida en una sociedad a la que no le interesa el individuo como tal. Cabe entonces preguntarse ¿dónde queda aquí la identidad? ¿no está acaso tan perdida o más que la de los conquistados? Al menos el oprimido tiene conciencia de su situación; pero los individuos de la cultura dominante, de acuerdo a esta narración, ni la tienen ni la quieren.
De esta manera, Eleanor elige –al igual que el autor en el epígrafe[1], entre cinco significados para la palabra misericordia, aquel que le relaciona con una daga y termina por atropellar a un niño en la esperanza de que sea su queridísimo Roger. Lo bueno para los demás depende del concepto del bien que el poderoso tenga, no importa si ese concepto involucra “una muerte misericordiosa”. Este paralelismo entre poder y legitimidad es característico de “la hegemonía imperial clásica” (Said 2001, 449). Pero en el caso específico de Roger, esta falacia se desnuda y muestra, a través de la parodia, la muerte tal cual es: un asesinato.
Pero Serna no sólo nos presenta los prejuicios que los estadounidenses tienen de los mexicanos, nos muestra también los prejuicios que el mexicano suele enarbolar contra sus vecinos:
- veía a las amigas una vez al año..Thanksgiving
- t.v. dinners (dietéticos por supuesto)
- Himno a la Alegría en versión de Ray Coniff
- buscar al niño científicamente
- Selecciones (del Reader Digest).
A cierto nivel, aún el estereotipo más simplista, derogatorio y exagerado puede reflejar algo de las realidades de las relaciones de grupo de la minoría dominante. Este relato en especial, estructurado como un espejo que refleja otro espejo, constituye un conjunto de espejismos que se reflejan unos a otros y que nos muestran parte de la verdadera naturaleza de las relaciones entre México y Estados Unidos: ninguno de los involucrados posee una identidad que no esté constituida con base en lo que los demás piensen de él o de lo que él mismo piense al respecto de los demás. Ambas partes se constituyen de una serie de estereotipos que se alimentan del prejuicio. El hecho de que la parodia no sólo sea del otro, “del gringo”, sino que se extienda a nosotros, nos permite reconocernos como ajenos a nuestra propia identidad y reconocer no sólo nuestra otredad sino la de los otros y, en esa otredad, encontrarnos como iguales. Y tal vez, sólo tal vez, nos permita entender que la identidad no puede estar por encima del conocimiento de los demás.
Es decir que la parodia de los discursos de poder, como la presentada por este relato, permite una nueva forma de lectura que cuestiona desde nuestra forma de acercarnos a los textos hasta los conceptos mismos de realidad y verdad. Decidir quiénes somos y qué pensamos, elegir y construir nuestra propia identidad, es el punto de partida para cualquier tipo de libertad que deseemos. Pero el problema de la identidad es un problema cultural e ideológico que se crea y se sustenta mediante el lenguaje y que se transmite en gran parte a través de la literatura. Ésta, como un medio privilegiado de comunicación del lenguaje, ayuda a crear y mantener identidades, ideologías e imaginarios culturales; pero también, por esto mismo, se convierte en un medio ideal para cuestionar y deconstruir una identidad, una cultura o una ideología determinada. El que este tipo de parodias aparezca en lugares que pueden parecer tan disímiles como Estados Unidos y México, demuestra que las relaciones desiguales de poder se dan en todos lados, pero también, que en todos lados existe el deseo de cambiar esta situación.
Bibliografía
Bill Ashcroft, Gareth Griffiths and Helen Tiffin, The Empire Writes Back, Theory and
Practice in Post-Colonial Literatures, New Accents, Routledge, London and New York: 1986.
Edward W. Said, Cultura e Imperialismo. Trad. Nora Catelli. 2ª ed. Colección Argumentos, Anagrama, Barcelona, 2001.
Enrique Serna, Amores de Segunda Mano. 4ª ed. Cal y Arena, México, 1999.
Joseph F. Healey, Race, Ethnicity, Gender and Class, The Sociology of Group Conflict
and Change, 3rd ed., Pine Forge Press, California, 2003.
Teun A. Van Dijk, Prensa, Racismo y Poder, Cuadernos del Posgrado en Comunicación 3, Universidad Iberoamericana, México, 1994.
[1] Misericordia: puñal con que solían ir armados los caballeros de la Edad Media para dar el golpe de gracia al enemigo (Serna 1999, 19).
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