Fig. 1 Existe un contraste notorio entre el edificio del MUAC y la arquitectura original del centro cultural universitario. Fotografía: Leticia Sánchez Vieyra 2011
Dentro del conjunto que conforma el centro cultural universitario se encuentra el edificio destinado a albergar la colección de arte moderno que desde los años cincuenta ha formado la UNAM. El edificio denominado Museo Universitario de Arte Contemporáneo, MUAC, surge como un elemento monumental entre el paisaje habitual del conjunto universitario, entre la unidad de la piedra braza, el concreto aparente y la vegetación silvestre, aspecto tradicional al que por más de 30 años estuvimos habituados los usuarios de la zona. Enmarcada en concreto color blanco, la gran fachada translúcida de geometría espectacular, polémico proyecto del arquitecto Teodoro González de León, hace su aparición desde el 2008, literalmente “partiendo plaza” en las inmediaciones del conjunto. La obra, “primer museo concebido de forma integral”i desde el proyecto arquitectónico, con 13,947m2 de superficie explícitamente pensados para la exhibición y divulgación del arte contemporáneo. En nueve salas con flexibilidad espacial, un auditorio, tienda, centro de investigación, restaurant, características tecnológicas y ambientales especializadas para el manejo tan complejo y diverso de las obras de arte contemporáneo es en sí mismo una pieza de escultura contemporánea, pero, ¿es acaso una obra arquitectónica apta para su función?
Sin importar la época histórica y lugar, el espacio del museo tiene ante todo y como función primordial el fomentar la comunicación entre el material exhibido sea cual sea su naturaleza y el usuario que lo visita. En este caso concreto, la función del MUAC consiste, como se mencionó anteriormente, en albergar la colección de arte contemporáneo que pertenece a la UNAM, generando un espacio adecuado para su conservación y además para la exhibición de estas y otras obras contemporáneas que lleguen a él. Por lo tanto, la obra arquitectónica debiera estar enfocada ante todo al cumplimiento de esta actividad principal, ahora bien, la respuesta sobre la aptitud del MUAC como obra arquitectónica va directamente ligada a la funcionalidad del edificio, entendiendo la funcionalidad como el cumplimiento de una manera adecuada de la actividad principal que da sustancia al museo: La comunicación obra- usuario.
Al recorrer el objeto analizado, su naturaleza se empieza a vaticinar al atravesar la gran plaza exterior cuyos espejos de agua reflejan la fachada inclinada, indicio evidente de la intención arquitectónica cuya espectacularidad contrasta en el conjunto urbano. Tras internarse en el túnel pergolado, majestuoso acceso al edificio en el que el usuario pareciera un intruso apenas perceptible dentro del gran volumen de pureza casi escultórica, el muro transparente del acceso marca el límite de la transición entre el exterior donde el edificio se percibe como objeto prometedor y el interior, donde la realidad del espacio comienza a cobrar vida. El gran vestíbulo se extiende imponente, del lado oriente los servicios: tienda, taquillas, la escalinata desde donde se intuye el restaurante en la parte inferior, el auditorio y el centro de investigación. Si uno es afortunado, la luz cenital dará un espectáculo muy interesante al producir el juego de luz y sombra a través del pasaje pergolado en contraste con las cortinas de vidrio que delimitan el espacio abriendo las puertas de lo público a lo privado. Del otro lado, el poniente, las salas de exhibición, la inmensidad del espacio, también en blanco siempre bien iluminado con la luz que penetra del exterior de manera cenital, luz del norte puede suponerse, se suceden una tras otra en una especie de recorrido que en planta se percibe lógico, pero en carne propia nunca queda la certeza de que se haya recorrido todo lo que se pretendía en la visita, eso sí, los espacios de descanso y contacto con el exterior a manera de patios y terrazas aparecen siempre oportunamente repartidos en el recorrido para regresar al usuario extraviado en la monumentalidad a su correcta escala, la humana, completamente disminuida ante el espacio magnificado de las salas, ¿y las obras de arte?…… Perdidas en la inmensidad de muros y plafones, avasalladas por el espacio, al desviar la vista del espectáculo que ofrece la fachada inclinada o al entrar en un espacio donde el encanto arquitectónico disminuye, simplemente cuatro paredes y un techo, es posible distinguirlas cual ridículos adornos de la verdadera obra de arte contemporáneo: el edificio del museo.
Fig. 2 Fachada principal del edificio. La geometría del elemento inclinado continúa al interior con el juego de luz y sombra del gran vestíbulo que se impone a la escala humana. Fotografía: Leticia Sánchez Vieyra 2011
La crítica es inminente. Si en un espacio concebido desde la idea germinal como un museo, cuya obligación es existir para generar comunicación por medio de la interacción entre usuario y obra de arte, la espectacularidad de la obra arquitectónica se antepone a todo lo demás, es claro que la función no ha sido cumplida y el problema de diseño, ha quedado sin resolver. El arquitecto no ha cumplido su labor, sin embargo no todo está perdido. Es válido reconocer el valor del edificio como elemento aislado, quedando como resultado una escultura monumental transitable en medio del centro cultural universitario, en la que usuario puede recorrer el espacio y enriquecerse con las diferentes cualidades que este les brinda. Por esta ocasión, la experiencia estética debe limitarse a eso, la aproximación al arte contemporáneo deberá esperar a otro recinto.
Fig.3 Vista del acceso posterior al vestíbulo. Los elementos de vidrio y acero contrastan con el concreto blanco y el claro obscuro producido por los parteluces. Fotografía: Leticia Sánchez Vieyra 2011
Referencias
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