La fotografía desmantelada

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La fotografía desmantelada

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“A nadie puede escapársele ya la evidencia de que asistimos a la vertiginosa agonía de todos los principios y certezas que tiene el hombre.” Esto dijo Álvaro Mutis cuando recibió el premio Príncipe de Asturias, en 1997. Y es cierto, al ser humano se le han adormecido los nervios y nublado la razón, y se ha desprendido de la naturaleza para construir un mundo McDonalds, con espectaculares en medio del bosque a lo largo de las carreteras, Internet, televisiones por donde quiera promoviendo vidas estilo Teletón, y guerras criminales con justificaciones vacías que pertenecen realmente a lo diabólico y lo sicótico. La nuestra, como dice Mutis, es una “crisis civilizatoria”.

Álvaro Mutis

Una de las fuerzas más homogenizadoras en este proceso de globalización y pérdida de identidad han sido las tecnologías virtuales y los nuevos medios de comunicación electrónicos en los que nos apoyamos. No se está tomando en cuenta el daño que estas tecnologías ocasionan en nuestra “ecología mental”, como diría Gregory Bateson, y de cómo el Internet, como denominador y molde común, esta homogenizando la diversidad cultural y la forma de pensar alrededor del mundo. Hoy, todo es “flechita-Enter” en millones de pantallas, desde comprar un boleto de cine hasta si quieres la foto en color o si la prefieres en blanco y negro.

Se ha generado un peligroso consenso entre nosotros a partir del cual se asume que la tecnología virtual y las computadoras son herramientas neutras, y que todo depende del uso que les demos. Esta perspectiva da por hecho que la tecnología es, en sí, una “herramienta neutra” que debe ser aprovechada por todos y puesta a buen uso, siempre y cuando se hagan las adaptaciones necesarias (por ejemplo: traducir los programas de computación a la lengua local, en el caso de la gente indígena) y se cuide el marco legal que las gobierna para asegurarnos de que las tecnologías, y la información, sean siempre “democráticas” y queden en manos de todos.

Pero una computadora, Internet, y todo lo que se desprende de estas tecnologías de la comunicación no son neutros. Marshall MacLuhan ya decía que el mensaje depende del medio que se usa, y que no es lo mismo leer el periódico que ver las noticias en la televisión. Las tecnologías virtuales, cómo Internet, son productos con un esquema predeterminado de “procesar” la información que nada tiene que ver con la forma en que el conocimiento se elabora en la mente del ser humano. El problema más grande de las tecnologías virtuales es que se saltan la experiencia y el proceso por el cual deducimos el conocimiento. Es decir, nos entrega la información ya digerida, todo procesado, sin que nosotros llevemos a cabo ningún cálculo, ningún proceso de deducción de cómo elaborar lo que buscamos. Simplemente damos instrucciones al software y leemos la información en la pantalla, como lo hace hoy día el pescador que sigue la flechita de su GPS hasta llegar a la coordenada registrada sin necesidad de saber más nada.

O como pasó con el marinero también, que ya no necesita saber de matemáticas, geografía y astronomía. Ya ni sale al puente a oler el mar para medir las estrellas. Ahora simplemente apretamos botones y leemos los datos en la pantalla. Se da un salto de la hipótesis al resultado sin pasar por el proceso de deducción y elaboración. Es decir, información sin conocimiento.

Y así también está pasando en la fotografía desde que todo es digital. Como dice John Berger, “estamos desmantelando el mundo”. Bajo el nuevo rubro ya no se necesita saber cómo manipular la materia para lograr lo que uno busca. Nada se sabe sobre los efectos de la temperatura y los químicos al revelar una película. Ni que cierta factura se consigue usando una cámara estenopéica en lugar de un lente. O que la fotografía, como todo en este mundo, tiene límites y se vuelve más difícil imprimir conforme aumenta el tamaño del papel (algo que deberían tomar en cuenta los concursos y las bienales, donde todo tiene que ser tamaño jumbo e imposible para quienes no hacemos fotografía digital). Hoy, esto sale sobrando, y se reduce a saber manejar programas y equipo para conseguir los resultados, siempre de forma fragmentaria a través de pantallas, menús y botones. Igual da si uno es fotógrafo, arquitecto, físico, o diseñador. Un muchacho de quince años puede manipular su computadora e imprimir en formatos gigantes. Sin embargo, habrá pocas personas en el país que tengan el oficio y el equipo para imprimir en plata sobre gelatina en formatos de un metro (el papel más grande que se consigue importándolo como “pedido especial” desde Inglaterra).  Por algo decía Alfonso Reyes que “no debemos perpetuarnos más allá de la naturaleza”. Que al perder las proporciones se pierde también la mesura y el sentido común.

Fotografía de Irving Penn, Truman Capote

Pero a final de cuentas siempre “el ser es lo que aparece, nunca lo que suena”, escribe Tomás Segovia. Y la fotografía, por naturaleza, es física y química. Éstas son las dos fuerzas naturales que la rigen, le dan forma, y la hacen realidad. Y se puede hacer desde fotorreportaje hasta técnicas de paladio y daguerrotipo. Pero siempre la materia como el medio que responde cuando se expone a la luz. Lo otro es computación, y hay que saber mucho de ello y estar siempre al corriente en un consumismo vertiginoso y devastador.

Henri-Cartier-Bresson

 

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