Luis Roberto Vera, narrativas desde el olvido

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Luis Roberto Vera, narrativas desde el olvido

Recuerdo aquí una charla que se llevó a cabo entre Jean Orcibal y Michel de Certeau respecto de la apropiación de las representaciones del pasado y de la necesidad que existe de hacer inteligibles los textos dentro de sus propias fuentes: “El pensamiento de un autor no se explica por lo que sabemos del de otro, sino por lo que él mismo conoció de él y por la manera en que lo entendió o lo falseó”. Estas palabras fueron como vectores que me hicieron pensar cuando empecé a leer estos libros que hoy presentamos, que una historia semejante se iba revelando lentamente ante mi, una narración, un discurso, un línea de vida que es la del escritor, crítico, y poeta, Luis Roberto Vera, porque es cierto, estos libros que llevan la secuencia de un periplo de su existencia van de 1970 a 2008 y son, a qué dudarlo, la historia de una vida, no sólo del quehacer puntual y certero de unas apreciaciones, opiniones, estudios, críticas que sobre el arte y el arte de diferentes artistas tiene Luis Roberto, sino que se nos aparecen como una enorme playa donde se encuentran las huellas de su rostro. ¿Cuánto de sí mismo ha aprendido Luis Roberto o cuánto de él ha creado Luis Roberto? Leer y escribir son dos actos en los que aprendemos del otro y nos aprehendemos a nosotros mismos. Pero igual, parodiando a aquél diría que ese yo, soy otro en la escritura. Luis Roberto escribe sobre el arte, sobre artistas connotados, podemos estar de acuerdo con él o no en lo que dice. Pero qué duda cabe que la historia de algo o la biografía de alguien es entrar a un territorio oscuro por donde ese alguien se nos escapa. Puedo leer que Luis Roberto cuando llegó a México se instaló en la calle de Tlacoquemécatl y estuvo en Roma y que su deambular lo llevó finalmente a El Buen Tono-Aztacalco, puedo creer que leo sus obsesiones, sus pasiones, sus secretos a través de esas mismas obsesiones por sus artistas y por sus obras, lo curioso es que ellos y ellas hablan de Luis Roberto, pero finalmente, lo escrito remite a lo no dicho, ese secreto del escritor, del artista. Cuando leo este escrito tengo la sensación de que me quedo en el dintel de una intimidad que nos muestra sus claroscuros, pequeñas sombras que se disuelven frente a la trémula luz de su escritura.

Desde luego que he leído los 8 volúmenes que conforman este conjunto de obras que tratan sobre el arte. Este trabajo, sin duda, aparte de ser, como señala el autor en el prólogo del primer volumen, la recopilación de sus “ensayos, crónicas, entrevistas y textos de diversa índole […] dedicados a las artes visuales”, fueron publicados, en su mayoría, “en suplementos, revistas literarias y catálogos de artistas entre 1975 y 2000”. Volverlos a publicar me parece un acto de justicia histórica, fundamentalmente porque estos escritos fueron producto de circunstancias tan fortuitas como lo puede ser una exposición, la visita de un artista plástico, la reunión de diversos acontecimientos que permitieron que se detonara un escrito, una suerte de reportaje, una crítica de arte, una entrevista, o una entrevista frustrada que le permitió al escritor, al crítico de arte, la teorización acerca de lo que puede ser el arte, siempre de manera tentativa, huidiza, como rodeando ese objeto tal y como lo leemos en uno de los artículos del primer volumen. Lo que me gustó de estos textos es que son siempre aproximativos, merodean, deambulan como la escritura de Calasso. Lo asombroso, me parece (y en esto recurro a la autoridad de Nietzsche, Foucault y Heidegger de que todo es interpretación), comienza en el segundo de los volúmenes. El libro me parece un acto en el que el escritor de pronto hubiera detenido la rueda del tiempo y nos ofreciera literalmente cuadros de su colección para recaer en ellos. Aquí, puedo decirlo con entera libertad, parece que el México de los ochentas apareciera en la invocación de la pintura, porque leemos un tiempo, un momento de esa evocación justo ahí, en una pléyade de artistas que forman parte incontrovertible del legado histórico de México, de su memoria plástica: Lourdes Almeida, Jorge Alzaga, Jesús Sánchez Urbina, Gerardo Suter, el gran Raúl Anguiano, Pedro Coronel, Roberto Cortázar, el mágico Ricardo Martínez, la entrevista a Manuel Álvarez Bravo y Laura Cohen.

El tercer volumen me parece como un adminículo que nos proporciona el autor para poder leer, a través de Moore, la pintura mexicana y con ello, literalmente funda en la memoria como núcleo de su interpretación de la plástica, una suerte de anámnesis que se remonta, en el imaginario retrospectivo del México, y que narra cuando se organizó una extraordinaria retrospectiva del artista. Lo que hace el autor es crear el espacio donde el pasado se juega en esas hermenéuticas del presente y cuyo punto de partida no es la memoria, la reconstrucción paciente del pasado tal cual fue, si no el olvido que, y esto es importante destacarlo, constituye, a su vez, una extraordinaria trama narrativa, un sustancioso ejercicio de interpretación. El esfuerzo que hay que hacer para olvidar es paralelo al de la invención de una historia que esté a la altura de ese esfuerzo amnésico.

Fotografía de Lourdes Almeida

 

El cuarto volumen nos regala una mirada diferente; aquí hablo del escritor, que no del crítico, recorre espacios y artistas inesperados como Barragán, sin duda uno de los mayores arquitectos mexicanos, o la paleta de Miguel Cervantes, y de pronto nos encontramos en África y en China, desdoblando las palabras para que ellas pronuncien eso que sólo se ve, se mira, se admira. Palabras que hacen relevante aquello que sólo se esboza, llama, toca. Porque el arte es como los sueños, hay que narrarlo para que sea realidad. Y eso es lo que lleva a cabo Luis Roberto Vera.

En el quinto volumen nos introduce a viejos amores y nos revela otros que quizá también son viejos, pero que estaban a la sombra, en medio de todo, presidiendo todo como en un palimpsesto. Me refiero al extraordinario ensayo sobre Octavio Paz fundamentalmente. Un ensayo que hay que festejar puesto que es inteligente e imprescindible para nuestra cultura. Asimismo, hay un festejo sobre las máscaras y los títeres, ese otro lado de lo lúdico del artista. Un catálogo escrito para la otrora famosísima Galería Juan Martín donde expusieron todos los artistas fundamentales de la llamada “Ruptura”. Artistas como Arnaldo Coen, Lilia Carrillo, Manuel Felguérez, Fernando García Ponce, Von Gunten, y tantos otros.

En el sexto volumen Luis Roberto Vera prosigue su experiencia de investigar, tal y como lo urdiera en sus ensayos sobre Charles Baudelaire y Octavio Paz, la crítica de arte llevada a cabo por los poetas. No en vano en este volumen se destaca el ensayo sobre uno de los grandes poetas mexicanos: Xavier Villaurrutia pero en esa faceta de crítico de arte. En este ensayo, Luis Roberto nos habla de los Contemporáneos, de la situación vital y existencial de Villaurrutia, de los caminos que seguía, de sus consuelos y desconsuelos en la plástica: los muralistas mexicanos, Tamayo, y Álvarez Bravo. En este tomo destaca la obra curatorial de Luis Roberto en The Congressional Hispanic Caucus Institute Latin American Collection (Washington DC). La labor minuciosa y detallista con que son tratadas las obras de los artistas latinoamericanos en esta exposición hacía de las obras un territorio a descubrir, una faena de admiración y de construcción histórica. Un documento, sin duda, que no tiene desperdicio.

El séptimo y octavo volumen responde a una vuelta de tuerca pues como si volviera de un largo camino estos textos son un recorrido por lugares transitados, espacios que se antojan conocidos, pero siempre tentativos, está por ejemplo un ensayo sobre la obra de Moreno Villa que nos lo revela en una dimensión poco cercana a nosotros pero que se descubre en su enormidad. Ahí hay una suerte de homenaje a una de las más grandes tradiciones mexicanas: un ensayo acerca de los altares de muertos. ¿Hay mayor papel identitario en el mexicano que su fiesta de muertos? En este volumen vuelve la poesía de Octavio Paz y de otro enorme poeta: Efraín Huerta, afines como dice el autor, a la obra plástica de Frida Kahlo. No pasa de largo y por ello no olvida a quien se ha destacado por ser una enorme crítica de arte: Raquel Tibol. Mujer de luz y de sombras, pero al mismo tiempo consustancial a la historia del arte de nuestro país. Pero igual pasa por Toledo, sus criaturas, y la mirada de Angélica Abeleyra y por José Moreno Villa, el malagueño de la generación del 27 que nos legó su mundo en la palabra Tequitqui que significa tributario. El último volumen lo constituye un repertorio de ensayos, entrevistas y artículos sobre artes plásticas que el autor tuvo a bien escribir, nos dice, “a lo largo de más de cuatro décadas (1970-2011)”. Una llamada de atención poética lo es la inclusión de un ensayo excepcional sobre Lourdes Almeida, y digo poética, porque pareciera un periplo que se inicia con las polaroid y termina con Lo que el mar me dejó. Al final de todo esto, ¿qué es lo que tenemos? 8 libros, 8 tomos, de una vida dedicada a las artes plásticas y hoy, por hoy, imprescindibles para nuestra cultura.

Pues, sin duda, estos volúmenes son la memoria de unos acontecimientos únicos e irrepetibles, performances que fueron labrando un perfil singular a la historia de las artes plásticas en nuestro país. Hay algo de platónico y nietzscheano en estas obras, empezamos por la Caverna Abandonada, y el camino hace un alto cuando en el tomo octavo nos encontramos en la Caverna Recuperada. No quiero decir que es como el alfa y el omega, ni que es principio ni fin. Quizá sí, esperar que ahora, desde la Caverna recuperada, que el ojo del artista sea la mirada que mira su propia mirada.

Todo este enorme trabajo no es sólo la biografía intelectual de un artista como lo es Luis Roberto Vera, sino que, como he insistido, es la memoria de parte del recorrido artístico de un México que cambia. Estos ensayos son sumamente importantes, lo fueron en su momento porque se destacaron por su lucidez, por su poca complacencia, porque abrieron una red significativa a la comprensión de un México en meditación sobre su arte y a un México en el arte en el mundo. No me cabe duda de que ellos formarán hoy un hito en la historia de la plástica, referencia obligada a todo aquel que quiera transitar por las sombras y las luces de un mundo que cambió y que nos constituyó tal y como somos.

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