Wittgenstein y la gramática de la simulación

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Wittgenstein y la gramática de la simulación

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En el que es quizá el lugar más importante de la obra póstuma de Wittgenstein, las Investigaciones Filosóficas, es posible ubicar el concepto de forma de vida como la fuente de nuestros acuerdos y concordancias sociales. La conjunción de la comunidad en torno a prácticas y hábitos, lingüísticos y extralingüísticos, revela la inclinación de los miembros a una acción regular y significativa. La inclinación para esta acción regular es fruto de la formación de cualquier sujeto dentro de un contexto de significados compartidos. Decimos, pues, que cualquier sujeto que se forma en el marco de coincidencias, desarrollará una habilidad para producir respuestas comprensibles y previsibles para el resto de individuos que comparten esa misma forma de vida. Podemos decir que la forma de vida produce sus individuos.

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Algunos de los rasgos compartidos por individuos desarrollados al interior de una forma de vida común serían, entre otros, la capacidad de formular juicios, discrepantes o coincidentes, pero inteligibles para el resto de sujetos. De igual modo, la habilidad para poder predecir respuestas y comportamientos pertinentes frente problemas comunes o conocidos. Otra sería la habilidad de cualquier individuo para, sobre la base de su reflexión, actuar de forma inteligible sin una coerción o conducción evidente. Los actos que resultan inteligibles son aquellos capaces de comunicar a quién los escucha o atestigua un significado explicito, por lo que esa tercera persona es capaz igualmente de interpretar o juzgar ese acto.

La breve descripción anterior parece sugerir que cualquier individuo que se forma dentro de un marco de prácticas y significados comunes, debería ser apto, en principio, para comprender cualquier acción, así como el sentido de la acción, de cualquier otro sujeto, al interior de esa misma forma de vida compartida. En otras palabras, ningún sujeto seria ciego a las razones y a los significados. La pregunta que cabe hacernos, no obstante, es la siguiente: ¿compartir una forma de vida en común es una garantía de que nuestras acciones expliciten siempre su significado? O es posible sostener que compartir una forma de vida en común, de hecho, posibilita también la simulación de nuestros actos.

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A partir de la pregunta anterior, y en el contexto de la lectura de la segunda parte de las Investigaciones Filosóficas de Wittgenstein, concretamente el parágrafo XI, sondearé un problema que sostiene algunos lazos con la discusión acerca de las cualidades de la persona. En vista de que el concepto de persona, filosóficamente hablando, puede referir, más allá de un conjunto de rasgos biológicamente definidos, a una condición adquirida en la formación dentro de un contexto vital común con otras personas. El problema en cuestión puede glosarse en las dos siguientes preguntas:

¿Es posible suponer que la simulación es una habilidad que pueden asumir de forma exclusiva las personas? Otra forma de presentar la cuestión es la siguiente: ¿las personas son los únicos entes capaces de ser conscientemente inconsecuentes con sus experiencias y circunstancias públicas pasadas?

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Uno de los rasgos que pueden definir las cualidades de una persona es la posibilidad de fingir, convertirse en una persona distinta, simular una experiencia o estado.[1] Fingir acerca de elementos relevantes de su historia personal, y por ello sostener fragmentos de una historia personal no vivida. El término simular refiere el acto de presentar como cierto o real lo que es falso o imaginado, plantear una cosa haciendo que parezca real. La simulación en su connotación sociológica alude a la capacidad de cualquier persona para engañar en sus actos. De alguna manera, la simulación persigue siempre un propósito simple: generar en el otro una creencia distinta o adicional a sus intenciones implícitas. El caso que pretendo problematizar es cómo se puede llegar a fingir la realidad, cuáles son las condiciones, lingüísticas y extralingüísticas que propician ese comportamiento, y si acaso un observador puede usar recursos para revelar el fingimiento, y si esto es así, como de hecho los hay, si es posible objetivar esos recursos.

Crear una ficción social es el acto y consecuencia de fingir la realidad. Una realidad fingida es algo más que una estratagema para ocultar nuestras intenciones, es una manera de transformar la realidad para crear significados alternos y/o emergentes. ¿La realidad construida en la simulación es una realidad resignificada? Es posible sostener que dentro de una forma de vida común, la persona es un ente creador de significado, dado que es el único ente de una realidad dada que ocupa dos ámbitos decisivos de manera no inocua: el natural y el moral. El compromiso ahora es afirmar que la persona es también capaz de fingir sobre sus propios significados compartidos.[2]

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Lo que he denominado como significados alternos y emergentes son el tipo de contenidos construidos con base en fingir una realidad, en la creación de realidades ficticias. Su carácter emergente resulta de convertirse en rasgos que aparecen como inéditos o nuevos. Los significados alternos son elementos que se originan paralelamente a una realidad, y pueden constituirse en una realidad sustituta.[3] Una realidad ficticia puede ser desde experiencias fingidas, el caso de una creación narrativa, hasta la transformación de aspectos de la vida, y la vida misma, de cualquier persona a través de fingir y simular aspectos relevantes de su realidad que no son consecuentes con su circunstancia actual o pasada. Hablamos comúnmente de que las personas son capaces de convertirse en alguien más o en alguien distinto de sí mismas, la persona es capaz de asumir sus cambios. La afirmación que ahora hago es respecto a que las personas pueden no solo trastocar o ver trastocada su realidad, como cuando decimos, por ejemplo, que “X ha cambiado, cambió desde que juró dejar la vida disipada, o X es otro desde que un evento dramático le ocurrió”. El caso ahora es que las personas también pueden solo fingir sobres sí mismas o la realidad.

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No parece demasiado polémico sostener a la habilidad de fingir como una aptitud fundamental para las personas, en la medida en que les permite lograr objetivos y desenvolverse en contextos complejos o potencialmente conflictivos. Es menester cuestionarnos, en primer lugar, si a la par de poder ejercerla, es posible también identificarla en otras personas. Junto con ello, tratar de darle sentido a la pregunta acerca de cuál o cuáles son las fuentes de nuestra habilidad para fingir.

Para dar cauce a las preguntas arriba mencionadas, digamos, en términos generales, qué tipo de cualidad especial o diferente representa la capacidad de fingir o simular. En primer lugar, sostendremos que ofrece ventajas a las personas respecto a la adaptación social. Para fundamentar lo anterior, diré, por ejemplo, que: la honestidad como un rasgo del comportamiento social puede constituirse en una fuente de riesgo, al imaginar contextos en donde este comportamiento resulta ser poco o nada pertinente para nuestros propósitos o metas trazadas. En sinnúmero de ocasiones debemos trastocar nuestra forma de manifestarnos frente a los otros. Los motivos para ello pueden ser o no triviales, entre los que no lo son, menciono a la comunicación, el bienestar social y emocional, y la integridad material y física.[4]

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Sobra decir que estoy haciendo una descripción de nuestros comportamientos como seres que comparten una forma de vida en común, y que interactúan y desarrollan aptitudes que los convierten en entes más complejos y sofisticados en sus metas, y los actos que ponen en marcha para llevarlas a cabo. Es importante decir también que la mayor complejidad de los objetivos y comportamientos de las personas es una forma de demostración de las ventajas que la capacidad de fingir les provee. No estoy haciendo un ejercicio de evaluación moral de los comportamientos personales, ni abriendo una discusión sobre el carácter moralmente bueno o malo de los comportamientos simulados, sólo afirmo que la simulación es una habilidad relevante para desempeñarse socialmente.[5]

¿Es posible identificar la simulación en las personas?

La respuesta exige algo más que una simple respuesta afirmativa. Algo más que un escueto pero aparentemente válido condicional: si podemos articular respuestas fingidas, podemos en principio reconocerlas. La identificación de comportamientos simulados requiere de los mismos elementos que la capacidad de simular, esto es, formarse dentro de significados, prácticas, y acciones compartidas, porque la conducta simulada no es distinta de la conducta sincera. Seria trivial decir que el reconocimiento de comportamiento fingido implica el desarrollo de habilidades intuitivas y conceptuales. No resulta trivial, sin embargo, sostener que resulta complejo enunciar, casi como una reconstrucción, algún tipo de criterio o mecanismo para identificar la simulación.[6] ¿Deberíamos quedarnos conformes con decir que podemos intuir o sospechar que alguien finge, pero ser incapaces de ofrecer una explicación que se pretenda suficientemente fundada por nuestra intuición? Cómo explicar en ese contexto afirmaciones como: ¡creo que finge, pero no puedo explicar cómo lo sé! o afirmaciones más enigmáticas y aventuradas, como: ¡intuyo que su conducta es fingida!, ¡estoy seguro que finge, sé reconocer cuando alguien no es honesto, mi intuición nunca me engaña!

“¡No entiendes nada!”- así decimos cuando alguien pone en duda lo que nosotros reconocemos claramente como auténtico- pero no podemos demostrar nada.[7]

Ante exclamaciones como las anteriores, da la impresión de que podemos tener una certeza de nuestra identificación del fingimiento en los otros. Sólo que tal certeza estará necesariamente vinculada a nuestra convicción subjetiva, a lo que creemos nosotros mismos, a partir de por qué lo creemos. Se vuelve imperioso buscar una instancia distinta de nuestro propio parecer, que fundamente nuestra creencia, y dé sentido a nuestra intuición.

No preguntes: “¿Qué ocurre dentro de nosotros cuando estamos seguros de qué…?”, sino: ¿Cómo se manifiesta ´la certeza de que es así´ en el actuar de la gente?[8]

Frente a la posibilidad de ofrecer una base para identificar conducta fingida, podemos adelantar que el reconocimiento de la simulación no es diametralmente diferente al reconocimiento de lo que otros piensan al momento de expresar estados o experiencias. La conducta y el comportamiento son la base para el reconocimiento de lo que se expresa, pero el fingimiento desafía algo más, desafía nuestra seguridad no sólo de lo que se habla, sino del comportamiento honesto de nuestro interlocutor. Ante este nuevo desafío ¿escéptico?, se vuelve menester determinar qué tipo de mecanismo se desarrolla en nuestra cualidad de personas que nos hace, a veces, estar seguros de que reconocemos la simulación, no obstante, carecer de elementos objetivos para fundamentar esa seguridad.

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“Aunque puedas tener una absoluta seguridad sobre el estado anímico del otro, ella sólo es siempre una seguridad subjetiva, no objetiva.” Estas dos palabras señalan una diferencia entre juegos del lenguaje.[9]

¿Con base en qué reconocemos la simulación de las personas?

La discusión en torno a sobre qué basamos nuestra identificación de conductas fingidas, no puede reparar en la búsqueda de criterios generales que, en su aplicación u observación, nos permita volvernos expertos discriminadores de comportamientos típicos auténticos o fingidos. El creer en la posibilidad de encontrar tales criterios, representa la creencia en la capacidad de formalizar mecanismos que son consustanciales a la naturaleza humana y su subjetividad, por ejemplo, el saber intuitivo. La intuición es un conocimiento perceptivo que tiene la característica de ser holístico e inmediato, es decir, no está mediado por un proceso reflexivo. Generalmente, la intuición se define como un tipo de percepción que a partir de elementos singulares y concretos puede generar la idea de un todo. Es decir, el conocimiento que llamamos perceptivo, resulta ser el logrado a través del trabajo de agrupar inconscientemente elementos de nuestra experiencia real y simbólica, y las asociaciones que hacemos con ellos, obteniendo como resultado un conocimiento que asumimos como un hecho.[10]

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No, si buscamos medios para determinar la simulación, éstos no son desde luego tecnológicos, son recursos desarrollados a partir de nuestra naturaleza humana, y potenciados por nuestra experiencia y desarrollo personal. Los medios para saber o identificar quién simula o finge están basados en la observación del comportamiento de los demás, pero no sólo. Comúnmente, no estaríamos demasiado renuentes en aceptar que quién finge o simula, trata de hacerlo de un modo “natural”, para ser convincente ¿Pero qué significa aquí “natural”? Propongo dos respuestas: que el comportamiento resulte común e inocuo, de forma tal que no delate la simulación. En segundo lugar, que quién finge demuestre una corrección y austeridad expresiva.

La primera respuesta apela al tipo de acciones coincidentes puestas en marcha frente a problemas o contextos similares, esto es, que el tipo de acción emprendida resulte ser coherente o congruente conforme al problema enfrentado. Así decimos que la persona actuó de una manera natural frente a cualquier caso. Era natural actuar de esa manera frente a tal problema. La segunda respuesta interesa sobremanera. La misma exige que quién simula sea capaz de actuar sin dejar ver elementos que permitan distinguir entre un comportamiento fingido y uno auténtico. Es decir, que no se delate ningún detalle de nuestro fingimiento en la acción extralingüística que llevamos a cabo en paralelo con nuestra dinámica verbal. La segunda respuesta busca evitar cualquier sobrerreacción en la dinámica corporal o expresiva de nuestro comportamiento.[11] Sin embargo, deberíamos decir que, para las personas, la segunda respuesta representa un desafío. Lo representa por el hecho de que para quien se forma dentro de un contexto de significados compartidos, una actitud fingida, que busca ocultar el sentido real de su comportamiento, siempre es susceptible de volverse transparente para quién la atestigua. Deberíamos cuestionarnos ahora cómo se identifican los comportamientos simulados. Dijimos atrás que las personas son capaces de fingir, pero también de identificar la simulación.[12]

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¿Hay juicios ´expertos´ sobre la autenticidad de una expresión de sentimientos?- También es este caso hay personas con capacidad de juicio ´mejor´ o ´peor´. Del juicio hecho por un mejor conocedor de los hombres saldrán, por lo general, prognosis más correctas.[13]

¿Qué hace hábiles a algunas personas para distinguir entre comportamientos reales y auténticos y comportamientos fingidos? Una respuesta sencilla, aunque cierta, sería: la práctica de conocer a las personas. En la misma sección segunda de las Investigaciones, Wittgenstein afirma, ante la pregunta acerca de si puede aprenderse a conocer a los hombres, responderá: “Sí, algunos pueden aprenderlo. Pero no tomando lecciones, sino a través de la ´experiencia´.[14]

A partir de lo anterior, podríamos preguntarnos: ¿cómo se forman las personas en el reconocimiento de la simulación, cómo se hacen expertos en ello? Diremos, en primer lugar, que la detección de la simulación se realiza observando la misma base que una identificación o adscripción de cualquier episodio en una tercera persona: lo que hace o dice, la conducta. En segundo lugar, podríamos decir, se realiza sobre cómo se comporta, cuáles son las reacciones, énfasis o tono, al decir o expresar que tal y tal es el caso. El punto crucial es que la identificación descansa sobre elementos subjetivos que son capaces de identificar las personas y que no son susceptibles de ser formalizados. Si fuera el caso de que pudieran ser formalizados en un conjunto exhaustivo que constituyeran un método, este podría ser aplicado por cualquiera, sería posible prescindir del desarrollo de expertos.[15]

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Casi al final del parágrafo XI, Wittgenstein admite la posibilidad de emplear pruebas, que nosotros llamamos mecanismos, para convencernos de que alguien expresa o emite alguna una experiencia auténtica, y no se trata de un comportamiento simulado.[16] Sin embargo, el interés principal es introducir lo que él denomina como pruebas “imponderables”.[17] Sobra decir que las pruebas imponderables intentan sustentar una correcta identificación de comportamientos fingidos y no fingidos, nos permiten diferenciarlos.

Entre las pruebas imponderables se cuentan las sutilezas de la mirada, del gesto, del tono de la voz.[18]

Es hasta cierto punto recurrente expresar que con base en elementos de tal subjetividad resulta posible identificar una simulación. Se dice que con base en esas pruebas imponderables es posible diferenciar actos auténticos de aquellos que no lo son. Pero, resulta imperativo preguntarnos: ¿cómo se desarrolla ese ´buen juicio´, ese ´buen ojo´, según Wittgenstein? Creo que no hay demasiadas respuestas posibles. Tendremos que decir que el desarrollo de cualidades y habilidades, tan sutiles y generales, ocurre en la misma formación del individuo como una persona. No ocurren dos procesos de formación de un individuo que corran en paralelo, uno para ser honesto y otro para ser un simulador.[19] Desde la perspectiva de una persona que es “experta” en reconocer ambos comportamientos, no obstante que puede hacerlo, resulta complejo afirmar que pueda establecer puntualmente, a la manera de una reconstrucción, las diferencias entre ambos comportamientos. En todo caso, la constatación parece sólo recaer en su convicción o convencimiento al identificar la simulación. En vista de medios y pruebas tan objetivamente endebles, por qué, sin embargo, nos sentimos tan inclinados a afirmar o señalar una actitud fingida, o adjetivar a alguien como hipócrita, incluso de manera consensuada. La convicción general puede ser una manifestación también de que el comportamiento señalado es inconsistente con las acciones pasadas de la persona. ¿Qué ocurre cuando no se tiene un conocimiento amplio o exhaustivo del pasado del presunto simulador? No se trata de formarnos una figura general del fingimiento, las cosas que dice o hace generalmente un simulador, porque la distancia entre un comportamiento sincero y otro que no lo es sería muy poco clara. Además, porque no creo que exista esa figura general.[20]

Con el análisis de las condiciones de posibilidad del simular, se trata quizá sólo de establecer que éste es parte importante del desarrollo de las personas. El fingir nos ofrece ventajas para nuestra adaptación social, y nos permite construir espacios alternos, como subterfugios ante realidades hostiles, adversas o poco convenientes. La simulación ocurre también de acuerdo a las necesidades de un auditorio o de un interlocutor. De esta forma, fingir también es una respuesta frente al medio, así fingir no puede ser necesariamente una responsabilidad personal, igualmente puede ser una salida social única. Lo que no varía es que para decir, por ejemplo: “Eres la persona más receptiva e inteligente que conozco”, o en un casi nunca frívolo: “Te amo”, haya que reparar en la estructura de la oración o en el significado de cada uno de los términos empleados en las expresiones, para determinar en cuál hay un uso fingido.

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Puedo reconocer la mirada auténtica del amor, distinguirla de la falsa (y naturalmente puede haber aquí una confirmación ´ponderable´ de mi juicio). Pero puedo ser completamente incapaz de describir la diferencia. Y esto no es por la razón de que las lenguas que conozco carecen de las palabras para ello. ¿Por qué no introduzco simplemente nuevas palabras?- Si yo fuera un pintor de extraordinario talento, sería imaginable que pudiera representar en figuras la mirada autentica y la hipócrita.[21]

De este modo, la gramática empleada para simular es justo la misma que para ser sincero. Las condiciones para ser honesto son las mismas que concurren en nuestra capacidad de fingir, solo que para mostrarse de una u otra forma, dependemos de las necesidades absolutamente circunstanciales que nos exigen respuestas en un sentido u otro. Así como la lebensform crea individuos que honran a la sinceridad, forma también a sus detractores. Aunque dicho rol nunca es asumido absoluta ni excluyentemente.

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Notas:

[1] No pretendo obviar el hecho de que niños o animales sean capaces de realizar algún truco o acto de simulación, afirmo solo que ese tipo de acto en niños y animales es circunstancial y de corto plazo, y es una actitud aprendida de mayores. El corto plazo de esas actitudes es relativo a contextos coyunturales; a saber, fingir un dolor para obtener atención, simular enfermedad para salvar una responsabilidad, o realizar un truco para obtener un premio. El común de esas actitudes es que resulta fácilmente evidenciada la naturaleza de su acto fingido, porque son inconsecuentes en un plazo mayor, y en contextos diferentes, con su simulación, o son altamente vulnerables a criterios que comprueben la veracidad de su simulación.

[2] Lo anterior no significa que la persona empiece a actuar incongruente o incoherentemente, sólo pretendo sostener que la persona es capaz de crearse una realidad personal alterna diferente, pero sobre la base de su auténtica realidad.

[3] El caso es menos enigmático de lo que parece. Una realidad sustituta sucede cuando una persona debe ser consecuente con la ficción construida, debe transformarse en otra persona, y renunciar a una realidad anterior, a una personalidad anterior. Los significados emergentes representan casos en donde se presentan comportamientos súbitos fingidos, como experiencias de dolor, estados psicológicos o anímicos.

[4] En este caso, la conducta que exhibimos para tener comunicación exitosa, está basada en una forma de fingir para lograr una meta que requerimos aunque no coincidamos, o haya empatía, con nuestros interlocutores. El bienestar emocional y social se explica, el segundo, como una forma de transformar nuestro comportamiento para mantener una reputación o crédito social, emocionalmente, cuando logramos modificar nuestras debilidades por medio de logros sociales. El último caso, en un entorno de disciplina laboral o un contexto violento, cuando nuestra simulación persigue objetivos que nos previenen sobre la desgracia.

[5] Existen ejemplos en el reino animal que podrían interpretarse en términos de simulación. Tales comportamientos serian ejemplificados como acciones que se ponen en marcha para lograr objetivos inmediatos y básicos. En este caso ejemplificado, la meta del individuo que finge es sobrevivir, aunque dichas reacciones, debemos decir, son tropismos, son instintivas. En el caso crucial de las personas, la simulación es una habilidad marcada por nuestro desarrollo en una forma de vida en común, condicionada por nuestras relaciones culturales y sociales.

[6] Por supuesto, no desatiendo el uso de tecnología para determinar quién miente o quién es honesto. Estoy interesado en poner el énfasis en los mecanismos que, a partir de nuestra condición humana y nuestro posterior desarrollo como personas, disponemos para fingir y reconocer el fingimiento.

[7] Ludwig Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 2ª parte, parágrafo XI, p. 519.

[8] Ibídem, p. 515.

[9] Ibídem.

[10] Existen múltiples definiciones de lo que es la intuición. Opto por no trabajar con una en particular, quizá por una necesidad de ceñirme a una descripción de los procesos subjetivos que nos conducen a resultados que no son susceptibles de ser formalizados. En ello, la intuición se coloca como una forma paradigmática de un proceso construido subjetivamente que, no obstante, nos arroja resultados que nos dan la apariencia, frecuentemente, de poseer una inexplicable fuerza o validez.

[11] Son comunes las formas de detección de la mentira llevadas a cabo con la ayuda de detectores o parámetros que pueden indagar en el comportamiento del pulso, ritmo cardiaco, etcétera, para identificar quién miente o es honesto. El caso que me interesa es menos paradigmático pero bastante frecuente: cómo identificar un comportamiento simulado o fingido, sin la recurrencia de dispositivos, ni instrumentos de medición.

[12] Sobra decir que la capacidad para detectar o identificar la simulación no es uniforme ni idéntica en todas las personas. El grado de habilidad, y el desarrollo de la misma, variará en dependencia de la educación y experiencia.

[13] Ibídem, p. 519.

[14] Ibídem, p. 519.

[15] Cfr. Ibídem, p. 519 En este caso, Wittgenstein agrega la idea del juicio del experto. El experto es quién es capaz de realizar juicios correctos sobre la autenticidad de los comportamientos y las expresiones.

[16] Ibídem, p. 521.

[17] “(Las pruebas imponderables pueden convencer a alguien de que esta figura es auténtica…pero esto también puede ser correcto por medio de pruebas documentales.)” Ibídem, p. 521.

[18] Ibídem, p. 521.

[19] Aquí es necesario un comentario. Si bien no es posible sostener que ocurran dos procesos en los cuales el individuo, su comportamiento, sea educado, si es quizá afortunado afirmar que la simulación, la capacidad para ser hipócrita, sólo se potencia en la medida que el individuo se involucra en mayores y más complejas relaciones sociales. En este caso, se podría también decir que la simulación se constituye en una forma factible de acceder a nuestras metas.

[20] Lo que denomino como una figura general del fingimiento no es otra cosa que una forma exhaustiva que aclare cuáles son las condiciones generales de todo fingir. Esto es, que características contextuales, idiosincráticas; además de recursos verbales y no verbales se emplean, etcétera. Como se ve, la empresa sería tan amplia que naufragaría.

[21] Ibídem, p. 521.

 

 

Bibliografía

Wittgenstein, Ludwig; Investigaciones Filosóficas, trad. Adolfo García Suárez y Ulises Moulines, IIF/Crítica, México 1988.

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