¿Qué nos cuentan los cuentos de “niños” a los adultos?

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¿Qué nos cuentan los cuentos de “niños” a los adultos?

Charles Perrault, Barba Azul, texto de Idalia Sautto e ilustraciones de Diego Álvarez, Ed. Conaculta, Dirección General de Publicaciones, Col. Alas y raíces, México, 2014.

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Abro las páginas de este libro. Pienso que me encontraré con la vieja historia de Barba Azul tantas veces contada, tan maniquea, tan pobre a fin de cuentas, con su final feliz, con su Deus ex Machina a punto para salvar a la malvada mujer que desobedece las órdenes del misógino Barba Azul; pienso que leeré que aparecen de pronto unos hermanos que no tienen ni vela en el entierro, y que matarán al malo, y vencerá el bien personificado en la malvada mujer que engañó a Barba Azul. No quiero abrir el cuento, pero de alguna manera me llama la atención las ilustraciones de Diego Álvarez. He visto su trabajo y me gusta, es un gran ilustrador. Luego veo el nombre de Idalia Sautto y recuerdo que es escritora para niños, o que su escritura se enfoca más hacia los niños y no tan niños. Recuerdo algunos títulos de ella. Me siento interpelado por el libro, con sus rojos y azules, con la barba tan azul de Barba Azul.

Me dispongo a abrirlo. Leo las guardas, se parece al viejo Barba Azul, pero hay algo que ya no se comporta de la misma manera. Hay espinos, cactus, espinas que lastiman, que hieren como las palabras. Porque las palabras hieren.

El cuento empieza con una declaratoria: “Soy Barba Azul”… Me gusta, me gusta que nos diga lo que ya sabemos, y porque lo sabemos empiezan las interrogantes, el espejo, el reflejo hierático de sí mismo, que no es otra cosa que la oscuridad que habita a Barba Azul. ¿De qué oscuridad nos habla? Leo las siguientes líneas y el espejo que nos habita hace que surja la oscuridad que compartimos con el personaje. De inmediato sé de qué lado se ha puesto mi querer. De inmediato sé que estoy del lado de la oscuridad. Ese lado ominoso, indetectable pero efectivo, siempre ahí, dispuesto a herir, a matar. Porque la oscuridad no está reñida con la risa, quizá como decía Bataille, la risa sea sólo el preámbulo de la muerte. Barba Azul ríe, porque conoce que la risa nos tumba o nos mata, es un acto con el que también matamos y revivimos. “Reímos cuando queremos desatender o infringir algo, también reímos para afirmar, celebrar y agradecer. La región donde estalla la risa siempre descubre un límite, sea su objeto mezquino o noble, la risa se expande a través de fisuras, intersticios, alteraciones de lo esperado o supuesto. La risa penetra irónicamente la esencia de las cosas en tanto reveladora de esa otra posibilidad no permitida, resguardada, absurda o ridícula”.[1]

Barba Azul cree en las instituciones y por eso se casa, porque al final de todo cree en el “filo del cuchillo” y “en la contundencia del amor”, porque también el amor corta, o ha partido de una sajadura originaria donde nos ha hecho seres inflamados de deseo, deseo de esa otra mitad perdida para siempre y sin remedio. Viajero incansable, conocedor de la psique humana, de su afán nunca satisfecho de esa insaciable curiosidad, deja a su mujer con la prohibición de tomar del árbol del bien y del mal el fruto prohibido. Ella sólo será otra pieza de su colección de imposibles porque al final, Barba Azul, que sabía de la muerte, hace entrar a su mujer en el reino de las sombras para alimentar, así, su propia oscuridad.

No hay solución feliz, no existe una moraleja, como en la vida misma, como en la tragedia sofocleana, el destino es irremisible: moriture a pesar de todos los trabajos y de todos los esfuerzos por evitar ese final. Barba Azul, en esta edición es, entonces, un cuento del siglo XXI, sin retroceso, sin cortapisas, atraviesa el espejo de su pasión y asesina a su esposa por la falta, por el quebranto a la palabra dada, al compromiso, a la promesa. No hay final feliz, por fin.

¿Leeríamos este cuento con nuestros hijos? ¿Les permitiríamos leerlo a ellos solos? ¿Tendríamos que edulcorarlo? ¿Poner el final en donde el bien redime al mal? ¿Dónde el mal queda vencido, finalmente, por el bien? ¿Dónde el bien siempre triunfa? ¿Hacer de este cuento un mensaje moralista?

Lo que me gusta de esta nueva edición de Conaculta es que al leer lo que nos narra este cuento para niños a nosotros los adultos, descubrimos ahí muchas cosas, mensajes cifrados, guiños de otro tiempo, palabras secretas que susurran las mismas cosas que susurraron cuando fueron escritos y que ahora se hacen más secretos porque hay en ellos un mar de abismos inabordables, por ejemplo, la palabra “mejorana”. Podemos con esta edición contrastar las montañas de prejuicios se han cernido no sólo sobre Barba Azul, sino sobre casi todos esos relatos que han cobijado nuestra infancia, y que fueron deformados por la moralina de los siglos, a tal grado que hoy por hoy apenas si se parecen a lo que fueron una vez escritos. Seguramente que un cuento cargado de sangre y violencia, como Barba Azul, parecería inadmisible si se sigue teniendo la concepción de que la infancia es “inocente” y la inocencia es sinónimo de estupidez. La carga de lo decible es inaudita en cuanto a los cuentos “infantiles”. Se ha prohibido hablar de la realidad, pero la realidad a la que se enfrentan todos los niños puede ser mucho más cruenta de lo que pueden leer y ver.

Cuando leemos cuentos “para niños”, sabemos los adultos que nos enfrentamos a una realidad pulida y por ello falsa, fuera de la realidad, inverosímil por suave y tersa. Deberíamos de saber que cuando llevamos a cabo la lectura de estos “cuentos para niños” nos enfrentamos a arcanos que se diluyen en nuestra mirada llena de adultez, de sueños rotos, de deseos incontestables, porque alguna vez, cuando fuimos pequeños quisimos ser los habitantes de una galeras y ser los corsarios que surcaban los mares; quisimos ser héroes, o quizá bandidos, nuestra maravilla de ser niños y abarcar todo con sólo desearlo.

Pero igual lo hicimos, y hoy esas aventuras nos parece que son de otro mundo, de otra época, aunque tienen su tinte de sucesos excepcionales de mares y espanto, de miedo y terror, esa ala negra con que el miedo nos cobijaba y que ahí, pequeños, arrinconados se nos mostraban cosas a las que todos tememos, a las que a todos nos dan miedo, pero que somos por lo mismo felices porque con su lectura muchas veces pudimos conjurar el temblor y el temor de lo incomprensible, o un amor, un sueño o una pesadilla, pudimos dejar de lado a un padre autoritario, a una madre silente, a una hermana perdida, o a un hermano que se nos fue sin que nosotros hubiéramos podido hacer nada. Cuántas cosas se juegan en un cuento.

Ninguno de ellos es inocente, eso lo sabemos muy bien. Hay libros que nos hablan de lo oculto en ellos, de sus vanos secretos que han sido descubiertos por la mirada del psicoanálisis, o de la psicología, o de la historia, o de la filosofía, saberes todos que lo pretenden todo. Acaso eso uno lo aprende sólo cuando es ya más grande y por lo mismo los cuentos “infantiles” se han quedado atrás, tan atrás que cuando acertamos a ver una nueva versión de ese cuento que fue puntal de nuestro desarrollo imaginativo, queremos verlo intocado, hierático, sin medida ni quebranto. Queremos revivir ese momento crucial que tenemos almacenado en la memoria, queremos sentir esa misma sensación que creemos que tuvimos en ese instante en el que por primera vez abrimos la primera página de un libro de “cuentos para niños”.

Sin embargo, frustración, porque nada regresa como lo habíamos pensado, porque nada está a la altura de nuestro recuerdo, un recuerdo alterado por los años y por las experiencias, por nuevas lecturas que ahora se asientan como pequeñas atalayas presentes en nuestros miedos. Tenemos entonces que aceptar que los cuentos para niños tienen que hablarnos de esta realidad, la de ellos, la nuestra, más cruel y más férrea pero por ello mejor preparados para enfrentarla. Barba Azul es un modelo de actualidad.

Digo todo esto porque el cuento Barba Azul en este libro es, por demás, asombroso. No hay, como en muchos otros libros para niños, la lección moralista y canónica de lo que debe ser “lo bueno” y “lo malo”; tampoco tiene un final feliz, como casi todos los libros de este género, y mucho menos es educativo, en el sentido que las buenas conciencias señalan. ¡¡¡Es temible!!! ¿Pero no es temible la vida misma? Los niños lo saben mejor que nosotros los adultos, porque están enfrentados a la realidad sin la muleta moral o religiosa que nos descompone el mundo.

Barba Azul, ¡¡¡todo un acontecimiento que hay que celebrar leyéndolo!!!

Notas

[1] La devoción de la risa, Variaciones acerca de F. Nietzsche, G. Bataille y Milán Kundera, en http://www.unrc.edu.ar/publicar/21/tres.html visto por última vez el 15 de noviembre 2014.

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