Editorial 26

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¿Hay algo más subversivo que el suicidio? Un hecho a todas luces lapidario, inaudito, sin medida para nuestras sociedades que, paradójicamente, dan la vida, la regulan y la controlan. Dentro de este sistema de normalización la vida misma adquiere sentido, orden, regularidad, satisfacción, todo encuentra una razón de ser. Albert Camus, sin embargo,  sorprendido decía que “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. Catón hablaba del Memento mori que era el punto de anclaje para evitar la soberbia y con ello aprendíamos lo que estaba en la piel: que moriríamos, que éramos mortales, capaces de muerte como muerte. En otro sentido, Benjamin convencido, escribió que la actitud por excelencia de la modernidad debería estar señalada por el suicidio: “Lo moderno tiene que estar bajo el signo del suicidio, sello de una voluntad heroica que no concede nada a la actitud que le es hostil. Ese suicidio no es renuncia sino pasión heroica”. Y no les faltaba razón. Toda el universo de la filosofía lo que ha hecho es organizar el mundo de tal forma que nos parece natural lo que sucede, que el sistema del mundo es racional y causal, ordenado y que las cosas acontecen porque existe siempre una razón, el engranaje social está tan estrechamente entramado que no da espacio al furor de decir “no” a esa modernidad que muestra Benjamin. El sentido lo que ha creado son las posibilidades de encontrar el quid del llamado “arte de vivir”, extremando la sensación de que pese al deterioro pertinaz y grosero que nos muestra que las cosas no son como nos lo han dicho, nos pasa inadvertido la conculcación del poder sobre nosotros mismos. La muerte propia sólo es posible por la Fähigkeit des Todes. Luego, el silencio, meras especulaciones en torno a quien ha tomado esa decisión de romper con todo, de tomar su vida en sus manos. Séneca, Hegel, Camus, Bataille, Deleuze, Foucault, no vieron con malos ojos este acto que irrumpe de manera inaudita en la causalidad del mundo, herida abierta en la ciega racionalidad que todo lo justifica. ¿Qué es pues el suicidio? ¿Un crimen? ¿Un asesinato? ¿Un derecho? ¿Una soberanía? ¿Cobardía? No hay una respuesta definitiva, sólo nos acompañan las palabras de Foucault: “[…] ser digno de lo que nos sucede, quererlo, y desprender de ahí el acontecimiento, hacerse hijo de sus propios acontecimientos y a partir de ello renacer, volverse a dar un nacimiento […]”. Frente al suicidio estamos como ante el “musulmán” de Agamben: un seco silencio, un ruptura en la coherencia del mundo, una falta que no cierra, un agujero negro, una sombra en donde por siempre faltará la palabra. En este dossier hemos querido narrar ciertos suicidios, sólo con el ánimo de pensar este fenómeno que nos habla de la aptitud para el ejercicio de un poder soberano sobre nosotros mismos.

Reflexiones Marginales

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