INTRODUCCIÓN
Pensar la utopía no es un derecho inalienable de nuestra cultura occidental, ya sea en su configuración central o periférica, subsumida a la lógica eurocéntrica o de prácticas emancipatorias que reflejen la potencialidad de la liberación. Podremos decir que es, en palabras de Maffesoli (1996, 2012) una constante antropológica, es decir, un aspecto propiamente esencial a todo antropho¸ a todo grupo humano. Como lo es la violencia, como lo es la música, el arte en sí mismo, la utopía como no lugar, como juego donde danzan las necesidades del presente con las determinaciones del pasado en las ansias de un futuro por venir, es también una constante, se encuentra presente en el pensamiento de todas las sociedades. Partiendo de esta afirmación, es en la línea delgada entre Mythos y Logos, donde se abre la posibilidad de comprender la constante antropológica de la utopía, reconociendo que el tratamiento que se le da a esta separación esconde una perspectiva ideológica y netamente unida a un proceso moderno de concepción de lo que es “realmente” el mundo y las interpretaciones culturales del mismo. Es separación, dualidad, es el ADN de nuestra cultura occidental, separando, distanciando, contradiciendo, pero en el fondo, subsumiendo una de las partes a la otra. En Platón el mundo de las ideas y el mundo de las apariencias no son solo una separación esquemática, sino el rechazo del segundo mundo en detrimento del primero. La verdad no puede estar en este mundo terrenal, cambiante, en movimiento, corruptible, sino en el más allá, en el mundo de las ideas. La utopía será en esta vertiente nadar en ese mundo de conceptos y esencias, concibiendo a las formas terrenales como sombras que deben acoplarse a los originales. Hay toda una construcción estratégica de la dominación en la vertiente metafísica, un rechazo a rechazar lo existente, y por ende, una pasividad que se refleja en la contemplación.
Modernidad, cuerpo y utopía
¿Cómo podremos interpretar una utopía ajena a toda concepción occidental de dualidad? ¿Podremos rebasar el occidentalismo? ¿El sujeto de conocimiento puede negar su contexto y situación en el acto de conocer? ¿Objetividad, subjetividad, de qué se trata? Nietzsche lo deja muy en claro en su crítica filosófica a la concepción cristiana de comprender esta separación metafísica del mundo de acá y del mundo del más allá. Ante ello manifiesta lo siguiente: “cuando el centro de gravedad no se sitúa en la vida, sino en el más allá –en la nada-, se despoja a la vida en general de todo posible centro de gravedad” (Nietzsche, 2012, pág. 72). El Lebenswelt occidental, y del cual América Latina es parte, por imposición, violencia epistémica y voluntad de poder del ego-conquistador, tiene la particularidad de subsumirse al más allá, y no solo ese no lugar cristiano, sino al mundo de las ideas, de las metafísicas, las cuales cumplen un papel dominante por el hecho de impedir una reflexión desde la cotidianeidad de nuestras prácticas, lugar donde se funda ese Lebenswelt. América Latina, tal como lo refiere las conferencias de Dussel (1994) sobre el encubrimiento de América, se van constituyendo en el plano epistemológico y ontológico, pero que en el fondo no son ni más ni menos que prácticas sociales y discursos que generan poder, y por ende, formas de comprensión (epistemológico) y de interpretación (hermenéutica) del otro, que en el contexto de la conquista se caracterizó por la dominación de los cuerpos del indígena y del negro. No sólo se descubre, y por ende se proporciona los fundamentos para una colonialidad del ser, sino también se dominan los cuerpos, y por ende queda el campo abierto para la constitución de un nuevo imaginario donde se despliega la concepción metafísica occidental. No fuimos ni creados, ni descubiertos, ni inventados, fuimos víctimas, y todavía lo somos, de la constitución de la Modernidad capitalista y occidental. Somos parte de occidente por ser víctimas de sus dioses, progreso y capital, asumiendo las formas de pensamientos y formas de producir materialmente nuestra vida.
Asumir la emancipación de occidente es asumir nuestro suicidio. Si destruimos lo occidental de nuestro mundo de la vida, ¿qué lo suplantará? Los vacios, tanto en política, como en otras áreas humanas no pueden existir. Castro Gómez (2008) redefine el concepto de Hybris del punto cero, para demostrar que los conquistadores y dominadores de la América colonial establecieron una estrategia de tabula rasa, es decir, borrar los conocimientos previos, y por tanto, formas de vida alternas a la lógica imaginaria impuesta por la Modernidad. Desde la opresión, desde la resistencia, es imposible definir una contra-estrategia que tenga el mismo carácter de hacer tabula rasa de la cosmovisión del mundo de la vida impuesta por la conquista de América. La resistencia re-significa las prácticas dominantes y abre espacios donde la utopía no es esperar un mundo por venir, sino que va desplegando toda su potencialidad en un nuevo hacer, en re-direccionar el sentido de la dominación en espacios de fuga, de nomadismo político. No se trata de superar el occidentalismo de nuestro pensar, sino situarnos y contextualizar nuestras resistencias desde el occidente periférico, desde el otro occidente en palabras de Infranca (2000),
para desde allí desplegar las prácticas emancipatorias que expresan el resistir al poder, tal como lo manifestó Foucault (1992) ¿Cómo rebasar el occidentalismo si nuestras prácticas de resistencias, partidos políticos de izquierda, movimientos sociales, organizaciones comunales, fabricas tomadas, sindicatos desde las bases, comités de fábrica, centros de estudiantes, etc., forman parte de ese mundo de la vida que es la Modernidad? Querer instaurar el orden pasado es una práctica netamente reaccionaria que hace lo contrario de la utopía moderna, es decir, suplantar el mundo por venir por el mundo que ya pasó. Reafirmamos a Nietzsche cuando manifiesta que “pero de ningún modo queremos nosotros entrar en el reino de los cielos: hemos llegado a hacernos hombres…, por esto queremos el reino de la tierra” (Nietzsche, 1998, pág. 319).
Querer el reino de la tierra es asumir ese reino con todos los elementos y constantes antropológicas del mismo. El siglo XX y principios del siglo XXI viene acompañado de una reflexión crítica de la Modernidad en cuanto propuesta utópica de una sociedad futura donde ciertas constantes antropológicas serán eliminadas en vistas de una felicidad social incuestionable, asumiendo la misma estructura de pensamiento de la lógica de la historia cristiana, es decir, del tiempo de los revolucionarios (Maffesoli, 2012). Ante ello exaltamos la necesidad de un tiempo de los poetas, de un tiempo de la pluralidad de los dioses, del paganismo, enemigo irreconciliable de la tradición judeo-cristiana. El paganismo político que exaltamos asume el reino de la tierra, lo desea, siente placer, goza viviendo en su mundo, ríe, llora, reconoce lo trágico, golpea el fatum histórico con las voluntades libres. No deseamos el tiempo lineal, donde el socialismo como utopía represente la eliminación de la violencia social y cualquier tipo de Mytho que re-signifique nuestro mundo de la vida. Queremos fundir nuestros cuerpos en prácticas orgiásticas que constituyan nuevas socialidades, donde nuestros cuerpos se emancipen al calor del otro cuerpo, constituyendo un cuerpo colectivo, multiplicando las perspectivas y miradas sobre la realidad, enfrentando a puñal las cosmovisiones totalitarias y homogéneas de los liberalismos y socialismos eurocéntricos. Las particularidades de la Europa moderna no son universales, tienen justificación en su contexto y espacio vital. De forma análoga a lo que Nietzsche expresaba sobre el Dios de los judíos, las concepciones utópicas tienen significado para una comunidad de cuerpos, y no se puede hacer gala de universalismo. Dejando por sentado la argumentación de Nietzsche: “Yahvé, el Dios de la justicia, dejó de ser una unidad con Israel, una expresión del sentimiento que un pueblo tiene de sí mismo: tan sólo un Dios bajo ciertas condiciones…” (Nietzsche, 2012, pág. 44)
El capitalismo como sistema que produce la materialidad de la vida social es un sistema constituido por la voluntad de poder de las clases dominantes en un sistema-mundo. Frente a las concepciones posmodernas de la imposibilidad de los metarrelatos (Lyotard, 1993), asumimos su contrario, es decir, la necesidad de establecer una teoría radical macro, o sea, un metarrelato insurgente, orgiástico, dionisíaco, enemigo de lo apolíneo, que construya el mundo por venir en el presente. El problema surge cuando queremos reconocer qué sujeto es el que debería llevar a cabo tal empresa revolucionaria. ¿Será el proletariado como expresión de la negatividad del capital en su concepción fenomenológica? ¿Será una multiplicidad de sujetos que compartan la marginalidad? Creemos que hay que suplantar el concepto de sujeto, el cual trae consigo una concepción metafísica del mismo, es decir, se le otorga una cualidad a-histórica y des-contextualizada. Por ello, suplantamos el concepto de sujeto por el de cuerpo, ya que es el cuerpo el elemento que permite definir la ocupación de espacios en la vida social. Son los cuerpos los que bailan, los que se mueven, los que mueren, los que nacen, los que corren, los que nadan, los que sufren, los que se someten a las barbaridades de la vida en la sociedad capitalista, los que fueron sometidos y traídos en barcos desde otro continente para suplantar a los indios que no resistían la barbarie colonizadora de la voluntad de poder que exterminaba en aras de alimentar el monstruo del capitalismo naciente, manchado de rojo sangre por el accionar de los conquistadores que justificaban las matanzas en la creencia de un Dios todopoderoso, pero blanco y europeo, como europeo lo fue Adán y Eva.
Izquierda Pagana
Creemos que desde la izquierda es de donde debemos situarnos para establecer una contra-estrategia al dominio del capital de nuestros cuerpos oprimidos. Pero no queremos refundar la izquierda eurocéntrica, en sus diferentes variantes, socialdemócrata, nacionalista, revolucionaria, sino una izquierda libertaria que enfrente la triada de los dioses anti-paganos. El Dios-capital, el Dios-Estado y el Dios-progreso. La caída y crisis del neoliberalismo en América Latina se caracterizó por la ruptura apolínea de la política que representó los cuerpos hambrientos, despojados, proletarios, que descendieron de cerros, que afloraron de los sectores marginales de nuestras ciudades, de los campos, de las comunidades indígenas, para reclamar la rebeldía robada por las dictaduras sangrientas y la gobernanza “democrática” que entrego nuestras riquezas y nuestros cuerpos a la centralidad capitalista, a sus nuevas embarcaciones vestidas de trasnacionales y marcas que codifican nuestros deseos, que territorializan nuestros cuerpos. Los gobiernos pos-neoliberales, populistas de todas las variantes, no son expresión del malestar popular frente al neoliberalismo, sino una clara respuesta del capital para poder transitar en aguas turbias, re-estructurando al Estado, re-legitimándolo, pero otorgando algunas reivindicaciones populares con la finalidad de sostener un cierto pacto, aunque el mismo sea fundado en la boca de un volcán pronto a estallar por los problemas estructurales que no se modifican por la descentralización del Estado burgués o una leve reforma en la repartición de las riquezas.
El accionar de la izquierda libertaria pagana debe comprender que la principal contradicción de la sociedad capitalista es la relación capital-trabajo. Superar la diatriba capital-trabajo, relación antagónica por esencia, es el reto para dividir las fronteras entre una izquierda democratizante que lucha por espacios dentro del Estado o exigirle a las clases dominantes medidas que vayan contra su propia lógica de existencia. La radicalidad de una izquierda libertaria descansa en la ruptura de las formas tradicionales del ejercicio político, de la superación de lo apolíneo, y la suplantación por lo dionisíaco, es decir, por la embriaguez y el desorden. Ahí es donde se fundamenta este nuevo accionar pagano de una izquierda libertaria que no se duerme en el bosque de los posmodernos que prestan poca importancia al antagonismo entre capital-trabajo. Se trata de asumir una postura radical, en la superación de la dominación de clase, en partir de una concepción de independencia de clase, comprendiendo que la clase es un cuerpo colectivo y no un concepto metafísico. Por ello, debe desplegarse la radicalidad de esta izquierda libertaria contra el Dios-capital, y principalmente contra el Dios-Estado, abriendo un nuevo espacio desde donde pensar y hacer un ejercicio político que no se contente con ser la pata izquierda de los gobiernos populistas, sino representar un espacio de ruptura con el modo tradicional de hacer política, generando nuevas socialidades en rituales dionisíacos que insten a los cuerpos a ser cuerpos nómades, que construyan un cuerpo colectivo que suplante la noción de sujeto metafísico. Es una izquierda mítica y pagana en cuanto establezca el no lugar, es decir la utopía, desde rituales que adoren y exalten la pluralidad de dioses como metáfora de apertura de nuevas socialidades. Allí reside lo orgiástico que asume este ejercicio político libertario, superando las prácticas individualistas que ha constituido el neoliberalismo, proyectando en el presente, y en el tiempo de los poetas, el despliegue de la potencialidad de respuestas anti-estatales y anti-capitalistas.
Las resistencias de los obreros de Lear, Zanón, Donelley, y demás empresas capitalistas donde los trabajadores asumen con radicalidad su proceso de emancipación, donde el ejercicio político se hace contingente, manifiesta el germen de cultivo para una praxis política llevada adelante por cuerpos dionisíacos que destruyen las formas apolíneas burguesas de hacer la producción y su distribución, agolpándose los cuerpos en las vías tradicionales impidiendo el tránsito vehicular, que en el fondo es el tránsito libre de mercancías, y enfrentando a los cuerpos represivos del Estado burgués. Las marchas y cortes de rutas, piquetes, y demás expresiones de las clases subalternas son ejemplos de rituales orgiásticos que expresan la resistencia frente al mundo de la vida organizado jerárquicamente por la principal contradicción, la relación capital-trabajo. Las marchas masivas de cuerpos rebeldes en México que luchan por la aparición con vida de los cuerpos de los 43 estudiantes, denunciando la masacre realizada desde el Estado y el Para-Estado mexicano, las luchas de los estudiantes chilenos, de la clase obrera boliviana y brasileña, son ejemplos de que la izquierda libertaria, esa izquierda dionisíaca, exige como principal respuesta la radicalidad en su nomadismo, en exaltar y fortalecer las prácticas orgiásticas que generan nuevas socialidades, construyendo la utopía en el presente, y por ende, rompiendo con el Dios-progreso.
Conclusión
América Latina está cruzada por estas posibilidades y emergencia de una izquierda libertaria que no confundimos con organizaciones existentes, sino con un espíritu de época, es decir con la conformación de un nuevo Lebenswelt que se construye desde abajo, desde prácticas anti-autoritarias en los partidos tradicionales de la izquierda, en los movimientos sociales que iluminan y empoderan a nuevos cuerpos oprimidos que son dominados por las lógicas homogenizadoras. Por ello afirmamos un occidentalismo periférico, occidentalismo en el sentido que partimos la resistencia desde lo existente, desde las organizaciones tal como existen en el presente, las viejas y nuevas, pero re-significándolas desde la periferia, desde el margen. Este espíritu dionisíaco de la izquierda libertaria cruza transversalmente a todas las organizaciones y formas organizativas anti-capitalistas y anti-estatalistas, rechazando de antemano cualquier práctica autoritaria y burocrática. Nuestra utopía es una utopía que se construye en el presente, que constituye una racionalidad mítica frente a los dogmatismos científicos que al desnudar la realidad de los ropajes ritualísticos y paganos, dejan a los cuerpos fríos y con la imposibilidad de moverse frente al congelamiento de una realidad que desencanta. La izquierda liberaría es una estética de la existencia, un ethos opuesto al orden moral del mundo, es decir “una voluntad divina que determina lo que el hombre debe hacer o dejar de hacer; que el valor de un pueblo o de un individuo se mide por el grado de mayor o menor obediencia a Dios; que en los destinos de un pueblo o de un individuo, la voluntad divina demuestra, en virtud del grado de obediencia, ser dominante, esto es, con capacidad de castigo o de premio” (Nietzsche, 2012, pág. 45) Por ello, la izquierda libertaria dionisíaca es una posibilidad y a la vez una emergencia para la emancipación de los cuerpos oprimidos en América Latina.
Bibliografía
- Nietzsche, F. El Antricritso. Argentina, Ed. Biblioteca Nueva. 2012
- Nietzsche, F. Así hablaba Zaratustra. Madrid, Ed. EDAF. 1998
- Maffesoli, M. De la orgía. Una aproximación sociológica. Barcelona, Ed. Ariel. 1996
- Maffesoli, M. Ensayos sobre la violencia banal y fundadora. Buenos Aires, Ed. Dedalus. 2012
- Dussel, E. 1492, El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del “mito de la Modernidad”. La Paz, Ed. Plural. 1994
- Castro Gómez, S. La hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816). Caracas, Ed. El Perro y la Rana. 2008
- Infranca, A. El Otro Occidente. Siete Ensayos sobre la realidad de la Filosofía de la Liberación. Buenos Aires, Ed. Antídoto. 2000
- Foucault, M. Microfísica del poder. Madrid, Ed. La Piqueta. 1992
- Lyotard, J. La condición posmoderna. Buenos Aires Ed. Planeta Agostini- 1993
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