El turista como crítico de arte: su dimensión antropológica, mística y estética

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El turista como crítico de arte: su dimensión antropológica, mística y estética
Primer mapamundi por Juan de la Cosa

Primer mapamundi por Juan de la Cosa

El sentido dialéctico

El ser humano es viajero desde hace tiempo, siempre que haya un sentido para hacerlo. En el turismo encuentra la forma –no bélica- de desprenderse de sí y de encontrarse en los otros, de vivir la experiencia ajena como propia. La historia no posee un sentido determinado sino que va hacia algún lugar, hacia un sentido que descubrimos mientras recorremos el río histórico. Según Marc Boyer hay un hilo de Ariadna de los acontecimientos turísticos que parecen ser

[…] historias de turistas y que se organizan dialécticamente que parece querer decirnos a quien seguimos en su lógica turística que existe un movimiento dialéctico, a saber: las invenciones de distinción (de lugares y prácticas) son seguidas de la consagración por grupos socioculturales hegemónicos, para ser posteriormente imitadas por las capas sociales próximas, finalizando con la apropiación.[1]

El viaje turístico ha devenido en indiscutible práctica dentro del actual flujo global. Estamos en presencia de la “turistización general de la existencia”. Viajar por negocios, trabajo o por motivos personales implica, además, destinar un tiempo para recorrer, hacer una lectura del paso por esos sitios, cuya extrañeza gratifica. Sin embargo el turismo no siempre ha existido.

El fenómeno viajero

El viaje fue hace tiempo una particularidad. Algunas instituciones elitistas como los parlamentos o las universidades tenían largas interrupciones a las que se les llamaba vacances -vacíos- y que permitían a sus beneficiarios madurar sus rentas territoriales, supervisando precisamente la entrada de sus cosechas en sus casas de campo. El fenómeno turístico tiene germen en la modernidad del siglo XVI, con la anticipación de los diarios de viaje, como es el reconocido caso de Montaigne. Durante la época de las guerras de religión, Montaigne, de 1580 a 1581, viajó por Francia, Alemania, Austria, Suiza e Italia, llevando un diario detallado donde describe episodios variados y las diferencias entre las regiones que atravesaba. Este escrito sólo llegó a ser publicado en 1774, con el título Diario de viaje. En la segunda mitad del siglo XIX, la pintura impresionista prioritariamente dedicada al paisaje, así como la aparición de la fotografía y su inmediata vinculación a las primeras prácticas viajeras, difunden extraordinariamente los valores estéticos atribuidos al territorio.[2] La aspiración de viajar a lugares remotos se ha generalizado en las sociedades con rentas medias elevadas e incluso en las capas sociales que, aun disponiendo de recursos económicos menos abundantes, disminuyen o sacrifican la satisfacción de otras necesidades para acceder a esta práctica. Todo ello, refleja un impresionante ejercicio de libertad individual, impensable hace solamente unas décadas.

El “Tour”, que comenzó en Inglaterra hacia el siglo XVIII, es el ancestro del viaje turístico. Distinguirse por su exotismo era el móvil del Tour, más que el valor pedagógico atribuido a los viajes. Algunos espíritus originales, guardianes culturales, (gate-keepers), propusieron ya en el siglo XVIII prácticas de ociosidad, migraciones codificadas y lugares de excepción. Estos descubrimientos hechos por los británicos constituyen lo que Boyer propone llamar la «Revolución turística».[3] La palabra y la noción de «turista» será entonces un registro de la época romántica. En primer lugar es un adjetivo. Califica al viajero inglés rico y curioso que con su guía visita lo que debe ser visto (videnda o sight-seeing). No se trata de descubrir, sino de reconocer los lugares señalados, de encontrarlos, o de descubrirse a sí mismo en la otredad del paisaje desconocido. Sus desplazamientos son menos una búsqueda del otro y más “una huida de sí mismo”, menos una curiosidad de la otra parte y más una respuesta al «spleen» interior, como alude Charles Baudelaire quien escribe desde su “entraña” poética su denominado Spleen de Paris:[4]

Estos perfumes, estas flores milagrosas son tú. Son tú también estos grandes ríos, estos canales tranquilos. Los enormes navíos que arrastran, cargados todos de riquezas, de los que salen los cantos monótonos de la maniobra, son mis pensamientos, que duermen o ruedan sobre tu seno.[5]

Salirse de sí, examinar el otro de sí, huir de lo que nos rodea y angustia, transformarse en un extranjero asombrado parecía ser el motivo de Baudelaire. En los viajes elitistas el exceso de éxito del lugar perjudica a la distinción y exclusividad del lugar o de la práctica de encuentro con la inspiración del otro interior, produciéndose entonces nuevas invenciones.

Lo que se debe ver

La gran innovación del siglo XVI en materia turística –aunque no su nacimiento- la podemos situar en 1492 según Marc Boyer, con todo lo que de valor simbólico tiene. Al mismo tiempo que Cristóbal Colón partía hacia el oeste para llegar a la India, Carlos VIII iba en expedición a Italia. Ir a Italia era partir hacia el redescubrimiento de la Antigüedad Clásica. La curiosidad de Carlos VIII por “lo que debe ser visto” se manifestó con la ascensión del legendario Monte Aiguille[6] al sur oeste de Francia, reconocido como Monte Inaccesible, de insuperable belleza.

3.1

Monte Aiguille

La primera ascensión fue realizada por un caballero integrante de su ejército, Antoine de Ville y siete compañeros, el 26 de junio de 1492, por orden de Carlos VIII de Francia. Esta “hazaña” es considerada como el nacimiento del montañismo. La narración cuenta la llegada al monte como un maravilloso momento de plenitud espiritual inigualable.[7]

Lo que se debe ver (el sight-seeing) nació allí, en el siglo XVI. Entre lo que debe ser visto el siglo XVI situó a Italia en el primer lugar, debido, sobre todo, a sus Monumentos, como si hicieran consistente la posibilidad de remisión al origen de la cultura clásica.[8] Esta primacía de Italia perdurará durante más de tres siglos. La pintura cooperó con lo suyo si consideramos especialmente el caso de Claudio Lorena sobre campañas romanas. Lorena, de hecho, pasa por ser el intérprete visionario del paisaje virgiliano. Su influencia en el siglo XVIII en los grandes propietarios ingleses fue considerable. Se puede hablar desde la critica de arte de una «visión claudiana» del paisaje, visto y admirado por los viajeros no tal como era, sino transfigurado por lo que mostraban los pintores. «Nada será visto «in situ» que previamente no haya sido admirado en pintura».[9] Consecuencia de ello fue para los británicos la manía italiana, the Italian mania, la cual trae como consecuencia la búsqueda de esos paisajes, o la asimilación de todo encuentro a la previa experiencia “claudiana”, que preludia lo que debe ser visto.

Marina con Ezequiel llorando sobre las ruinas de Tiro. Colección del Duque de Southerland. Mertoun

Marina con Ezequiel llorando sobre las ruinas de Tiro. Colección del Duque de Southerland. Mertoun

Lo sublime y la templanza política

Tal como plasma a su discípulo Alcibíades, cuando éste le manifiesta su interés por ser un gobernante exitoso, Sócrates recomienda que primero es preciso gobernarse a sí mismo, generarse como sujeto del cuidado de sí. Cuidar de sí es constituirse como sujeto de acción, dar una forma definida a la acción que uno emprende, al cometido que uno acepta, al rol social que uno cree desempeñar.[10]

Estamos hablando de un modelo de búsqueda antropológica de experiencias fundamentales de la existencia para moderar el temperamento político. En este sentido, entendemos el turismo actual como aquella vivencia que pueda realizarse de un modo integral y no meramente divertido o enciclopédico. Se trata de trazar visitas por aquello que debe considerarse clásico, distintivo, desafiante, con posibilidad de contemplación de acontecimientos sublimes que exigen y moldean el temperamento. Lorena ha sido «uno de los modelos inspiradores del viaje para la búsqueda de sí mismo, como primer maestro del paisaje romántico».[11] El Tour llega a ser un elemento fundamental y místico de una educación abierta que formaba al «gentleman», al que debe saber gobernarse ante lo sublime, lo diferente, lo gigantesco, para poder gobernar a su poblado.

La Naturaleza se ve de manera distinta en el siglo XVIll, como algo religiosamente interior. Los lugares adquirieron reputación porque hacían derramar lágrimas. Los viajeros paseaban con la guía en la mano, declamaban versos y disfrutaban de las sensaciones esperadas después de tantas lecturas y dibujos vistos. Usaban epítetos: “pintoresco”, “romántico”, “sublime”.[12] Se trata de la experiencia de lo sublime como lo que no puede describirse porque traspasa la esfera de explicación humana.

Edmund Burke se destaca por haber recuperado en la estética el concepto de lo   sublime en el siglo XVIII, en su libro Indagación Filosófico Sobre El Origen De Nuestras Ideas Acerca De Lo Sublime y Lo Bello. Lo sublime es diferente de lo bello, más bien un “pánico controlado” capaz de llevar al espectador a un “deleite” más allá de la racionalidad. En algunos aspectos el concepto de sublime se acercaría a la interpretación terapéutica de la catarsis aristotélica. En ambos casos serían un momento teleológico del arte. Tanto la catarsis como lo sublime serían efectos provocados por el arte en los espectadores. Otras calidades que Burke asocia a lo sublime son la inmensidad, el infinito, el vacío, la soledad y el silencio:

Todo lo que es a propósito de cualquier modo para excitar las ideas de pena y de peligro, es decir, todo lo que de algún modo es terrible, todo lo que versa cerca de los objetos terribles, u obra de un modo análogo al terror, es un principio de sublimidad: esto es, produce la más fuerte moción que el ánimo es capaz de sentir.[13]

Burke deja claro que la búsqueda de lo sublime promueve un “deleite”. Se trata de un “asombro sin peligro real”. Es decir, hay un cierto grado de identificación pero también de alejamiento, en cuanto a «la percepción por parte del espectador de que el terror es una ficción».[14] Cuesta determinar hasta dónde la catarsis y lo sublime se acercan. En Aristóteles el sentido de la catarsis es político, comunitario, en cuanto implica compasión por los personajes trágicos mientras que en Burke lo que versa acerca de experiencias de un modo análogo al terror, es un principio de sublimidad, produciendo «la más fuerte emoción que el ánimo es capaz de sentir».[15] Lo sublime nos enfrenta al mal como modo de desafío para mantener las emociones en control y ejercer un cuidado social, pero no para purificar el alma. Sublimar lleva a elaborar dispositivos sociales de acción razonable, conteniendo los impulsos atroces de nuestro interior.

La invención

La Revolución turística del siglo XVIII es contemporánea de la Revolución industrial. No es su consecuencia, pues no estamos detrás de una revolución post industrial dedicada a los ociosos ex trabajadores. Los descubrimientos turísticos de esa centuria no derivan de los progresos técnicos de esa época. No fueron hechos por clases ascendentes que entonces se enriquecieron en los negocios y en la política. Al contrario, las invenciones del turismo fueron hechas por privilegiados de nacimiento y muy especialmente de la cultura.[16] Un grupo de grandes ociosos tomó la costumbre, en primavera y en otoño, en su ida al Mediterráneo o en su retorno, de detenerse en el camino, surgiendo así nuevas estaciones, situadas en las orillas de los lagos montañosos, siendo las de mayor notoriedad las de los lagos italianos.

Los deportes de invierno se distinguieron y afirmaron una especificidad lúdica y elitista que los años han revalidado. La intrepidez como cosa de caballeros se hizo una versión nueva de la valentía e interés por lo sublime, en sentido burkeano, de ciertas elites. Aviadores como Saint de Supery, cultos y templados, marcan la época del uso de las tecnologías para acciones heroicas. Todo instrumento debe permitir mostrar cómo la vida está en juego valientemente, implica reconocer un destino heroico. El hombre distinguido no puede disfrutar algo que no parezca un duelo o un desafío con la naturaleza. La aviación y el automovilismo son ejemplo cabal. En ciertos casos el viaje, la fruición asociada al riesgo hace que el caballero se ponga en apuros no en el mero deporte, sino en el rescate, como es el caso de los pilotos de avión que “donaron” sus vidas a una causa justa.

En la Patagonia, debido al clima inhóspito han sucedido casos de viajes de riesgo que pasaron a la literatura. La escritora Flora Rodríguez Lofredo rescata lo sucedido en una crónica sublime, pero desconsolada, situada, al escribir, entre el periodismo y la leyenda. Héctor Ciselli es un acaudalado e intrépido joven, de veintiocho años, oriundo San Julián, estudiante de abogacía, amante de la aviación, experto en búsqueda de gente aislada por la nieve o por otras calamidades en la estepa sur patagónica. Un mensaje desde Río Gallegos enviado por radio avisa un siniestro al que no se podía llegar por vía terrestre. El invierno azotaba como nunca en la región. A pesar de las recomendaciones se eleva hacia el cielo en un diminuto avión del aeroclub de San Julián, en la Patagonia Austral Argentina. Sin más, tras la noticia, trepa a su aeroplano, que manejaba como pocos, junto a un copiloto igualmente animoso, a pesar de las recomendaciones familiares de no hacerlo, con el placer de realizar su tarea de caballero a la cual estaba destinado.

La tragedia, sin embargo, está agazapada entre las nubes espesas, amenazantes. La condensación de hielo y nieve sobre las alas hace el resto. El pequeño avión portador de la esperanza cae abatido sobre el duro suelo. Mueren todos los ocupantes.[17]

Deben rescatar a un matrimonio y su hija con una fractura expuesta en Bajo Caracoles, una pequeña localidad casi hundida en la nieve patagónica. Son rescatados y, aunque el cielo prodigaba más temporal, la misión prosiguió, todos arriba, con exceso de peso, de un liviano avión. El avión se desplomó y no hubo sobrevivientes. No obstante la familia del aviador quedó honrada por la acción del joven aviador.

El turismo incita a asumir riesgos gloriosos. Poner en riesgo la vida es un convite ético, personal, no solamente una empresa comercial turística. La ostentación consistió en la invención de destinos más desafiantes, tales como Estoril, Madeira, Málaga, el sur de Italia y Sicilia, Corfú o Egipto. En la novela Suave es la Noche escrita por Scott Fitzgerald se menciona el nuevo placer de broncearse. Los veranos mediterráneos fueron una invención elitista. Paul Cezanne pinta sus “Bañistas” en 1906, mostrando cuerpos al sol, intentando sentirlo y llevarlo. La muestra de la escena desnuda en movimiento implica una dimensión del tiempo que no puede eludirse. No se trata de detener y posar sino de pasar por el encuentro directo con la luz del sol, voluntariamente, como si se adorase a un Dios. Dunoyer de Segonzac, prolífico hasta el final de su vida como pintor y como grabador, conserva estrecho contacto con la naturaleza y muchos de sus obras invocan el ejemplo de Cézanne, por el análisis del paisaje, por su luminosidad estable y por su clasicismo instintivo. Segonzac es una expresión de este retorno a una forma de tradicionalismo vivo. En los alrededores de París o de Saint-Tropez, encuentra la ocasión para expansionar una serenidad a un tiempo grave y ligero que lo convierte en un pintor indiferente a las teorías.

ANDRÉ DUNOYER DE SEGONZAC, LES DORMEUSES, 1922-24, HUILE SUR TOILE. 50X100, TROYES, MUSÈE D’ART MODERNE

El mapa, el territorio y el ermitaño

El siglo XX ha multiplicado las invenciones de distinción y ha apresurado su difusión entre capas sociales cada vez más amplias. Las clases cultas de Europa han descubierto el valor de su patrimonio, de suerte que las visitas a iglesias, castillos o museos constituyen una de las grandes actividades turísticas, pudiéndose añadir igualmente los festivales y la artesanía lúdica.[18]

Michel Houellebecq escribe un texto paradigmático del viaje virtual, llamado El mapa y el territorio -donde hace referencia a una exposición temprana correspondiente a “intervenciones fotográficas” de Jed Martin con el tema: «El mapa es más interesante que el territorio».[19] Una muestra de gran formato, amplificadas a 8000 x 6000 pixeles, de los mapas de las Guías Michelin del territorio de Francia, alcanza el rango de “arte” y se cotiza en miles de euros. Es presunción de Houellebecq, que los extranjeros son los únicos que todavía admiran a Francia, a la que consideran embrutecida y vulgar. Entre territorio y mapa se instala una competencia como entre fotografía y escena real. El lugar, la visita, en muchos aspectos es de menor importancia que el territorio, por cuanto hay dibujos y fotos que indican mejor el sentido del lugar, de la visita y del goce. Generar un lugar es descubrirlo antes que lo marque el mapa o la guía turística. Ambientarlo, darle una puesta en valor resulta el atractivo de los que exploran el mundo audazmente.

El siglo XVIII había operado una primera inversión de valores, arrebatando a la ciudad el monopolio de la civilización en beneficio de un campo más o menos mítico, lejano y revelador, como el caso de América para viajeros del porte de Charles Darwin, William Henry Hudson. El siglo XX, por su parte, ha exaltado el bosque, los lagos, los montes, las dunas, como si fueran una naturaleza prestada que sólo el hombre puede recrear.

En el espacio burgués aparece una especial forma de hacer turismo exótico. Además de ser económica, lo cual forma parte de cierto ascetismo reflexivo. Decir que se trata de una vuelta a la peregrinación o a la labor del ermitaño no resulta excesivo, sino asertivo. Duermen en lugares compartidos con extraños del resto del mundo (hostels), no tienen un objetivo demasiado concreto, sino contemplar y colaborar con misiones solidarias locales, o actitudes solitarias de asombro. Es el caso de las ruinas mayas de Tulum en México, a pocos kilómetros de la formidable hotelería All Inclusive de Cancún.

Playa a la orilla de Ruinas de Tulum

Playa a la orilla de Ruinas de Tulum

Algunos prefieren recorrer los restos de las construcciones de los Pueblos Originarios, honrando las increíbles construcciones y reposar al final del recorrido en las pequeñas playas al borde de barrancas de las pirámides y ruinas, donde alguna vez los Mayas regresaban de su actividad comercial continua en el mar Caribe, homenajeando aquella civilización anterior a la llegada Europea, descansando en sus propias playas.

Es posible reconocer pinturas que anticipan ese retiro espiritual del viajero o de la noche del solitario de la “Habitación de Hotel”, que Edward Hopper intentará retratar. La fragilidad se nota en tanto se trata de una mujer con maletines, leyendo alguna guía, bíblica o turística, incluso raptada por cierta literatura y ciertos mapas que expliquen el lugar. En algún tiempo la soledad meditativa concluiría por ser la naturaleza social del hombre, como en los tiempos elitistas, sin animar contradicciones. Aunque se es social ontológicamente, anteriormente al contrato o acuerdo político, el turismo es una construcción social de respuesta a la sociedad de control.

Aunque ese sea el interés de Hopper, muy concerniente a mostrar la gran crisis, no solo económica sino humana, ahora el turismo en las ciudades, a diferencia del turismo en lugares naturales, capta paisajes interiores, como el de una mujer leyendo un Libro dentro de una habitación de hotel en una ciudad que no parece turística, por el mismo hotel. Llamativamente, Hopper le ha cortado los pies, generando con ese recorte una situación de ahogo que no notaríamos, a pesar de los muebles y las maletas encimadas sobre la cama donde está sentada leyendo, acaso una Biblia, o un libro de viaje, o literatura turística

Habitación de Hotel, Edward Hopper, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid

Habitación de Hotel, Edward Hopper, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid

Acercamiento y mística final

Si hablamos de una lógica turística, por qué no pensar en una gran lógica turística de lo real. Hablamos del turismo como Koiné, o síntoma común, metáfora de uso en los lenguajes y disciplinas en determinado momento. En el cuento de Borges “El inmortal”, Marco Flaminio Rufo viaja en la búsqueda de la ciudad de los inmortales y del río que concede la vida eterna. La explicación de su búsqueda la hallamos cuando el personaje repite en numerosas ocasiones una cita que atribuye a Santo Tomás de Aquino y con la que parece concordar de forma plena: «Intellectus naturaliter desiderat esse semper (La mente espontáneamente desea ser eterna, ser para siempre)».[20] La “turistización general de la existencia”, el valor placentero y místico de lo Otro paisajístico y social, hace que aparezca un sentido que el turista considera valioso. Una parte de viaje, una parte de asombro, otra de educación. No importa cuán dificultoso sea el viaje si es en virtud la búsqueda profunda de sí, abriendo el camino del encuentro de lo distinto en lo obvio, para que masivamente lleguen a espacios de espiritualidad.[21]

La tecnología también ha hecho su “turistización”, con instantáneas digitalizaciones, no solo inteligentes como suele adicionar la promoción, sino además, con capacidad para resolver la belleza y el placer del planeta en breves inventarios y de difundir en tiempo real las sensaciones mediante redes sociales. Tal vez sea injusto concluir que un profesor de arte, luego de 40 años de estudios, capte y edite con atino lo mismo que un comerciante o joven turista. No obstante, otra iniquidad se quiebra con esta mencionada y meramente supuesta incongruencia. El acceso a lo culto, a lo poético, a lo otro de sí mismo, a lo religioso, no es privativo de algunos pocos.

Bibliografía

  1. Andrade Neto, Gustavo, La catarsis en la estética en Aristóteles y Burke, Apuntes de Estética – Segundo semestre, Universitat de Barcelona, Barcelona, 2011.
  2. Baudelaire, Charles, El Spleen de Paris, Lom, Santiago, 2009.
  3. Bilbao Terreros, Gorka, “La persistencia de la conciencia: Borges y la inmortalidad”, en Espéculo. Revista de estudios literarios, http://www.ucm.es/info/especulo/numero48/perconc.html, 13/06/2015.
  4. Borges, Jorge Luis, Obras Completas I-IV, María Kodama y Emecé Editores, Barcelona, 1996.
  5. Barthes, Roland, Mythologie, Le Seuil, Paris, 1957.
  6. Boyer, Marc, “El turismo en Europa, de la edad moderna al siglo XX”, en Historia Contemporánea, 25, San Sebastián, 2002, pp. 13-31.
  7. Burke, Edmund, Indagación filosófico sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Murcia, Murcia, 1985.
  8. Clark, Kenneth, El Arte Del Paisaje, Seix Barral, Barcelona, 1971.
  9. Corbin, Alain, Le territoire du vide. L’occident et le decir du rivage, Aubier, Paris, 1988.
  10. El Malpensante, 85, Bogotá, 2008.
  11. Fargue, Léon-Paul, Cotes roties: Dunoyer de Ségonzac, Textes prétextes, Paris, 1949. Foucault, Michel, Obras esenciales, Paidós, Buenos Aires, 1999.
  12. Gualdoni, Flaminio, Art. Todos los movimientos del Siglo XX desde el postimpresionismo hasta los new media, Skira, Losanna, 2008.
  13. Houellebecq, Michel, La carte et le territoire, Flammarion, Paris, 2010.
  14. Letonnelier, Gaston, “Nouvelles recherches sur Antoine de Ville et la première ascension du Mont Aiguille”, en Annuaire de la Société des Touristes Dauphinois, 1928/38, Grenoble, 1940, pp. 121-151.
  15. Maccanell, Dean, The tourist, Books, New York, 1976.
  16. Rodríguez Lofredo, Flora, Dolorosa Misión. Semblanza Del Reverendo Padre Eugenio Rosso, Río Gallegos, 1999.
  17. Röthlisberger, Marcel – Cecchi, Doretta, La obra pictórica completa de Claudio de Lorena, Noguer, Barcelona, 1982.
  18. Rauch, André, Vacances en Franee de 1830 à nos jours, Haehette, París, 1996.
  19. Sahlins, Marshall,  “Breve historia cultural de la Cultura”, en Patrimonio Cultural y Turismo, CONACULTA, México, 2003.
  20. Siegfried, André, Aspects du Xxe sièecle, Haehette, Paris, 1995.
  21. Vázquez Rocca, Adolfo, “Edward Hopper y el ocaso del sueño americano“, en Heterogénesis, 50-51, http://www.heterogenesis.se/Ensayos/Vasquez/Vasquez2.htm, 13/06/2015.
  22. Vattimo, Gianni, El final de la Modernidad, Gedias, Barcelona, 1987.
  23. VV. AA., Foucault y la filosofía antigua, Nueva Visión, Buenos Aires 2004.

Notas

[1] Marc Boyer, “El turismo en Europa, de la edad moderna al siglo XX”, p. 13.
[2] Cfr. Kenneth Clark, El Arte Del Paisaje.
[3] Cfr. Marc Boyer, “El turismo en Europa, de la edad moderna al siglo XX”, p. 14.
[4] El Spleen de París, es una colección de 50 pequeños poemas escritos en prosa poética por Charles Baudelaire. El libro fue publicado póstumamente en 1869 como parte del IV tomo de las obras completas de Baudelaire. Es considerado por esta publicación uno de los mayores precursores de la poesía en prosa. El título Pequeños poemas en prosa a menudo va seguido del subtítulo Spleen de París (que se asemeja al título de dos de las partes de Las flores del mal: “Spleen e Ideal” y “Cuadros parisinos”). En efecto, en vida, Baudelaire mencionó esta expresión para designar su recopilación de prosas que completaba a medida que se inspiraba.
[5] Charles Baudelaire, El Spleen de Paris.
[6] Cfr. Marc Boyer, “El turismo en Europa, de la edad moderna al siglo XX”, p. 16.
[7] Cfr. Gaston Letonnelier, “Nouvelles recherches sur Antoine de Ville et la première ascension du Mont Aiguille”.
[8] Cfr. Marc Boyer, “El turismo en Europa, de la edad moderna al siglo XX”, p. 17.
[9] Marc Boyer, “El turismo en Europa, de la edad moderna al siglo XX”, p. 13.
[10] Cfr. VV. AA., Foucault y la filosofía antigua, p. 8.
[11] Marcel Röthlisberger – Doretta Cecchi, La obra pictórica completa de Claudio de Lorena, p. 11.
[12] Cfr. Marc Boyer, “El turismo en Europa, de la edad moderna al siglo XX”, p. 20.
[13] Edmund Burke, Indagación filosófico sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello, p. 92.
[14] Gustavo Andrade Neto, La catarsis en la estética en Aristóteles y Burke, p. 6.
[15] Edmund Burke, Indagación filosófico sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello, p. 98.
[16] Cfr. Marc Boyer, “El turismo en Europa, de la edad moderna al siglo XX”, p. 21.
[17] Flora Rodríguez Lofredo, Dolorosa Misión. Semblanza Del Reverendo Padre Eugenio Rosso.
[18] Léon-Paul Fargue, Cotes roties: Dunoyer de Ségonzac.
[19] Michel Houellebecq, La carte et le territoire.
[20] Jorge Luis Borges, Obras Completas I-IV.
[21] Cfr. Marshall Sahlins, “Breve historia cultural de la Cultura”, p. 103-114.

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