A lo largo de la historia del pensamiento filosófico la escuela cínica representa una constelación aislada que se ilumina con dos nombres tanto particulares como enigmáticos: Antístenes y Diógenes. El segundo discípulo del primero y este a su vez alumno directo del filósofo por excelencia: Sócrates. Ello nos dice entonces que el cinismo posee una herencia socrática innegable, ya sea por su fundador, “el gran can” Antístenes, ya por su alumno Diógenes “el perro”. Cabe destacar que a lo largo del tiempo a la filosofía cínica se le ha tachado de mera secta (escuela en el mejor de los casos), que presenta poco interés filosófico debido a la carencia de profundidad en sus argumentos, o a la falta de un pensamiento bien estructurado repleto de rigor y por ende serio, trascendente y verdaderamente filosófico. Ello impulsa a distinguidas mentes a ver en el período helenístico un ciclo de corrientes de autoayuda, escuelas de autoestima que poco o nada aportan al engranaje que impulsa la maquinaria del pensamiento.[1] Lo que sobresale de este argumento es que prácticamente se desecha a Sócrates y sus enseñanzas, básicamente el padre de la filosofía deja tal lugar para hacer de sus discípulos directos unos optimistas y agentes, o apóstoles, de una vida feliz y plena para los hombres.
Se desdibuja el helenismo, se tergiversa el socratismo[2] y la Historia de la filosofía se vacía mientras en el cinismo se aprecia una supuesta pobreza intelectual y teórica. Este último aspecto resulta ser cierto en determinada medida, porque para Antístenes y Diógenes, particularmente para el oriundo de Sínope, la teoría casi no importa, lo que impulsa la filosofía y todo su entramado es el Hombre de carne y hueso, el que sufre, el que padece, el que es presa de placer y dolor, de hambre y sed, de vida y muerte. ¿Por qué les importa el Hombre?, y más importante todavía ¿el Hombre en su concepción cínica está alejado de la teoría? Responder estas preguntas es lo que nos ocupará en las líneas que siguen, no sin antes señalar algunos aspectos importantes que estructuran el filosofar cínico.
Primeramente hay que señalar justo eso, el pensamiento cínico posee una estructura, un esquema que fundamenta y sostiene su quehacer vital y filosófico. Esta base se constituye de tres puntos clave que, como un embudo, termina por caer y recaer en la clave de toda filosofía helenística: la felicidad. Los tres puntos necesarios para estructurar el cinismo son: la ascesis, la autarquía y la vuelta a la naturaleza.
Ascesis es un término griego que significa entrenamiento capaz de generar reglas que impliquen una rigurosa forma de vivir. La filosofía cínica rescata la palabra para conceptualizar su manera de enfrentarse al mundo, consistente en construirse a sí misma bajo una rigurosa moral que permita a la voluntad un esfuerzo constante de renuncia a todo aquello que enajene al cuerpo y la mente. Lo que aliena, pervierte y hace del hombre un ser precario y denigrante es la riqueza, la vanidad, el lujo desmedido, la ignorancia y las pasiones. Aquí vale la pena detenerse porque el cinismo nos da ya un rasgo importante sobre lo que supone es, o debe ser el hombre: un ser esforzado, voluntarioso y capaz de dominarse a sí mismo con intención de conocerse y mesurar sus pasiones. Así vemos a Diógenes pronunciar lo siguiente:
Soporte por ti, felicidad, como un gran mal, beber agua, comer berro y acostarme sobre la tierra. Y ella me respondió: Pues yo haré, por cierto, que sin ningún sufrimiento esas cosas te resulten más gratas que los bienes de la riqueza, que los hombres honran más que a mí y no advierten que crían así a su propio tirano.[3]
La ascesis es un camino para alcanzar la felicidad; en el caso de la filosofía cínica requiere dominar las propias pasiones al momento de renunciar al lujo, con ello el hombre se sitúa libre, conquistándose a sí mismo por medio de la ascesis, entrenándose no para padecer la pobreza, sino gozarla. Hablamos de que la ascesis cínica es ya una transmutación de los valores, lema diógenico por excelencia, porque la riqueza material es en realidad pobreza moral e intelectual, mientras que la pobreza monetaria es riqueza filosófica en tanto solo deja al hombre consigo mismo, dueño de sí y no poseído por sus pertenencias, sino únicamente avocado a resolver sus necesidades: dormir, defecar, comer y eyacular. Apegarse a estas necesidades es un acto difícil que solo los hombres más audaces son capaces de realizar porque y para ello se requiere concebirse a uno mismo como hombre libre, dueño de sí y con un rasgo definidor: animalidad. Nos señala Carlos García Gual al respecto:
Kynikos es un adjetivo que en griego significa “perruno”, y que fue aplicado a los miembros de este grupo filosófico para destacar su modo de comportarse a lo perro, es decir desvergonzadamente. Se ha aducido también que pudo inventarse tal apodo cuando Antístenes comenzó a predicar sus doctrinas en el gimnasio ateniense de Kiynosarges (“el del perro raudo”). Pero no sabemos que el propio Antístenes y sus primeros discípulos lo recibieran. Fue Diógenes de Sinope quien se hizo famoso con el apodo de “el perro”. Tanto él como sus amigos, a la manera de los perros, hacían en público aquellos actos que la gente por pudor puede hacer solo en privado, y ellos también, como los perros, carecían del menor respeto hacia las instituciones y los objetos más sagrados de la comunidad. El perro era, en el lenguaje coloquial, el símbolo de la desvergüenza extrema […] Diógenes elogiaba la frugal alegría del ratón con el que le tocaba convivir. De manera que lo que comenzó como un insulto acabó convertido en emblema de la secta.[4]
El bestiario cínico, el propio nombre de la escuela, nos hablan de una humanizada animalidad que, sabia por natura al más puro estilo de Esopo y sus fábulas, muestra enseñanzas, comportamientos que a los ojos de los cínicos nos profesan la virtud en la frugalidad, el autoabastecimiento y la inteligencia práctica. Peces, ratones, tortugas y perros son el ejemplo cínico de virtud porque por medio de su fortaleza se adaptan a cualquier circunstancia, poseen la inteligencia para liberarse de las necesidades corporales y los avatares de la fortuna. La animalidad cínica es sabiduría natural, pero para percatarse de ella es necesario ejercitar la mente y el cuerpo, aprender y comprender que el hombre en frugalidad puede conocerse mejor y, así, ser feliz y sabio en tanto poseedor y dueño de sí, lo que implica que no hay turbación en él; es decir, ha conseguido la ataraxia. Entendida como imperturbabilidad esta ataraxia se consigue por medio de la ascesis porque requiere ejercitarse para no verse sorprendido por la fortuna, por ninguna pasión alienante que pervierta o esclavice el cuerpo o la mente. Por ello es que Diógenes come, se masturba y realiza todo tipo de actos corporales, animales y naturales en el ágora; su finalidad es la ataraxia, la no enajenación, la total soltura y libertad que conlleven felicidad.
Podemos decir que la ascesis cínica desnuda al hombre y lo que encuentra primero es un animal poseedor de un cuerpo que siente, padece y vive. Esto resulta de suma importancia porque nos presenta a Diógenes desvergonzado, incivilizado, pero ante todo, ser libre e individual que no se deja pervertir por la civilización y sus promesas de progreso. El cuerpo, la carne, la materia cínica son un instrumento filosófico que resulta indispensable para ser y estar; más aún, el cuerpo es la antítesis de la sociedad porque esta última es una masa sin rostro, un leviatán que devora las particularidades de los hombres para exaltar sus semejanzas y así moldear y masificar a su antojo; el cuerpo cínico, la carne diogénica, muy al contrario, abre paso a la individualidad, a la singularidad, al particular y único hábitat que todo ser vivo posee: la materia carnal. Filosofía materialista a todas luces, sensualista en cierta medida, al cinismo le importa el hombre de carne y hueso, su cuerpo es el medio para realizar la ascesis porque también es receptáculo sensible y emocional que nos mueve, nos alimenta, nos hace vivir.
Tenemos ya una ascesis entendida como entrenamiento moral, mental y corporal que nos enseña a conformarnos con nuestra animalidad, nuestras necesidades y autoconocernos para conseguir la ataraxia, nos resta dilucidar la autarquía y el regreso a la naturaleza.
La autarquía es literalmente el gobierno de uno mismo sobre uno mismo, implica una total autosuficiencia que incita a desprenderse de todo aquello que es ajeno a la propia individualidad; tiene como propósito realizar la total libertad del cínico, forjando un autogobierno en el cual no se depende de nada ni de nadie, sino del propio ser. La autarquía es una soberanía, libertad solipsista que hace del hombre ser virtuoso capaz de autorealizarse en sí, por sí y para sí; la autarquía domeña la temible fortuna para enseñar el puro disfrute en la inmanencia, el autoconocimiento y la indispensable moral de la autosuficiencia que nos permite controlar todo tipo de pasiones y deseos, no para negarlos, sino para enfrentarlos al tiempo que se dominan. Diógenes y compañía se esfuerzan en permanecer autárquicos, y en ese continuo trabajo entienden que lo que es propio del hombre implica dolor y placer y estos interfieren en la felicidad o infelicidad; por eso es que evitan el displacer que implica el abstenerse de comer, eyacular, tomar el sol o manifestar la animalidad y naturaleza que nos pertenece.
La autarquía es, en ese momento que nos enseña la libertad más pura y fundamental, una pedagogía de la autocomplacencia, donde incluso el gozo y el placer se hallan en la propia subjetividad, dando a la autoexploración física y mental un sentido filosófico consistente en desarrollar en sumo grado la máxima délfica y socrática: “Conócete a ti mismo”. ¿Para qué conocerse? Justo para saber lo que nos es propio y lo que nos es ajeno y así, poder ser independientes, autosuficientes y dueños de nosotros mismos. La autarquía nos dice Peter Sloterdijk:
No se trata de una dogmática de pobreza, aunque si de un soltar falsos lastres que roban a uno la movilidad. La mortificación le parece a Diógenes, por supuesto, una tontería, pero bajo su mirada son, obviamente, más tontos aquellos que durante toda su vida corren tras algo que él sin más ya posee; el ciudadano lucha con las quimeras de la ambición y aspira a una riqueza con la que él, finalmente, ni siquiera puede emprender aquello que es una cosa natural cotidianamente retornante en los placeres elementales de filósofo quínico: Estar tumbado al sol, observar el ajetreo del mundo, cuidar su cuerpo, alegrarse y no tener que esperar nada.[5]
Riqueza frugal y moral de férrea voluntad, la autarquía del cinismo busca y quiere hombres libres que, al más puro estilo de Hércules, Menipo o el Mefistófeles de Goethe,[6] ante cualquier ínfimo gesto de esclavitud, muerden al pretendido amo y sacrifican su pitanza diaria por la libertad eterna; más todavía, el cinismo y su autarquía muerden toda correa, toda cadena que ancle la soltura e independencia de los individuos porque comprenden, entienden y saben que la libertad solo se hace posible cuando se es dueño de uno mismo, de los propios deseos y las propias pasiones. Vagar, tomar el sol, comer a destiempo socia o al sentir hambre, dormir en una tinaja, masturbarse a plena luz y a los ojos de la mayoría, aceptar el canibalismo y la comida cruda, salir por la entrada y entrar por la salida, censurar los ritos, reprender a los gobernantes, vivir de modo parco y desprenderse de toda obligación social son motivos y gestos autárquicos que el cínico realiza con beneplácito porque a través de ellos hace de su libertad acto, escena encomiable de independencia razonada cuyo efecto en el espectador es la sorpresa, la reflexión y la curiosidad, motivos que resultan en invitación al modo de vida perruno. Es entonces que la desvergüenza del cínico cobra también sentido en tanto invitación y crítica a las formas de ser convencionales que, como lo hemos señalado ya, esclavizan o enajenan al hombre irrumpiendo su tranquilidad y tergiversando su felicidad.
Como toda filosofía Helenística el cinismo descree de la esclavitud de cualquier índole y, radical como solo se le permite al cínico, construye la autarquía como fórmula caústica que desvanece los grilletes sociales, institucionales, filosóficos y morales que pervierten el sentido de libertad en retóricas gastadas o posturas ultramundanas donde el sacrificio valdrá la pena porque la felicidad se instaura en un paraíso perdido, bella lejanía que como un oasis en el desierto, traza los fines y metas pero no es sino mera apariencia. Materialista y sensualista, el cinismo hace de la felicidad una realidad fáctica que se manifiesta asequible vía el constante esfuerzo y la libre existencia que razona por sí misma y encuentra en su subjetividad un hábitat sin dueño dispuesto a ser habitado para que filosóficamente se encuentre la fortaleza de ánimo necesaria para conseguir la dicha y una vida auténticamente libre, cínicamente autárquica y conscientemente feliz.
La autarquía se presenta entonces como un recurso filosófico para lograr una vida serena y feliz, como hemos podido apreciar hace del hombre un ser soberano que domeña en su interior sus pasiones y deseos para congratular su ascesis hacia la felicidad efectiva que haga del hombre un sabio sereno, consciente y autosuficiente que, como fuera la intención presocrática y socrática, se conoce a sí mismo y se afirma como ser pensante. Por mera consecuencia, y atendiendo a lo dicho hasta ahora, el cinismo busca un hombre sabio y sereno, libre y esforzado, consciente de su animalidad, crítico, reflexivo y feliz. La manera de constituir un ser con esas características requiere de la ascesis, la autarquía y finalmente de la vuelta a la naturaleza.
Esta última se refiere al rechazo de los valores establecidos por convención, ya que estos y las instituciones que los erigen son una denigración de la animalidad que promueve el cinismo. Se quiere una vuelta a la naturaleza porque ella es una cohesión unitaria y vivificadora que dispone las causas y efectos de la existencia por medio de la inmanencia. La naturaleza es orden y necesidad que prescribe lo necesario para ser feliz: animalidad, libertad y parquedad, así como serenidad. La naturaleza es sobre todo una oposición a la cultura; según Carlos García Gual:
El sabio no obedece a las leyes particulares, sino a la ley de la naturaleza. Defiende la existencia de un Dios único y no semejante a los tradicionales, ya que “por convención existen muchos dioses, pero por naturaleza uno solo”. Rechaza las instituciones sociales: el Estado, la religión, la familia, y también la educación y la cultura, al menos en sentido retórico.[7]
La vuelta a la naturaleza se inserta en el cinismo para completar la estructura del pensamiento perruno y manifestarnos que el hombre es por naturaleza un ser dotado de razón, la cual se inclina en su recto uso y esencia hacia el bien-estar, hacia la felicidad que, lejos de toda idea de trascendencia o promesa futura que nunca se alcanza, es un hecho vivencial que puede manifestarse en la cotidianidad.
Las preguntas que nos hacíamos en un inicio se pueden responder ya: al cinismo le importa el hombre porque lo que vive es justo eso, ni las ideas ni las teorías, ni las fórmulas religiosas o políticas que prometen mucho pero no materializan nada. Solo el hombre, solo la materia que vive y muere es la preocupación central porque eso es precisamente lo que somos y el pensamiento filosófico no sirve si no trae consigo una actitud vital que trastoque nuestra existencia. Ahora bien, a la filosofía helenística le importa más el hombre que la teoría, sin embargo es un hecho que se forma un ideal de existencia que, quiérase o no, conlleva una mínima pero importante carga teórica que supone felicidad; bajo esta perspectiva, el cinismo ciertamente es una reflexión marginal que se abre paso en la historia de la filosofía como una actividad reflexiva, moral y voluntariosa que da lugar a una existencia en consecuencia. El filósofo cínico (helenístico), es tal porque su vida lo demuestra, lo que dice es coherente con lo que hace y esto con lo que piensa.
En conclusión, el cinismo es una reflexión apta para la crítica reflexiva y consciente que hoy en día nos serviría para pensar nuestra condición y, ante todo, revalorar motivos e instituciones caducas que solo buscan su afirmación a costa de pisotear al otro. Finalmente, como ya lo habíamos manifestado con antelación:
El cinismo y su autarquía, su ascesis, su cosmopolitismo, su educación práctica antes que teórica y erudita debe hablar hoy a una humanidad alienada que busca la felicidad en motivos y argumentos precarios que ante todo empujan a la miseria y la degradación. […] Hace falta, otra vez, correctores cínicos, censores intolerantes capaces de vituperar la hipocresía social, aptos para rememorar que para vivir libres es menester saber despojarse de las cadenas convencionales para mostrarse insolente ante los conformismos, ante el bovarismo alienante que la cultura ha forjado. Hoy el cínico debe provocar para salir de ese estado de irreflexión sobre el carácter relativo de nuestra moral, y, por consiguiente, debe incitar a una existencia más tolerante.[8]
Todo ello porque, hoy como siempre, la felicidad es lo que más anhela el hombre y también es lo que mínimamente puede exigir a la historia del pensamiento y a todo quehacer filosófico.
Bibliografía
- Flores Quiroz, Fidel Argenis, La imagen de Heracles como ejemplo del hombre feliz en la filosofía cínica, UAEM, Toluca, 2012.
- García Gual, Carlos, La Filosofía Helenística, Síntesis, Madrid, 2008.
- Gómez Robledo, Antonio, Sócrates y el socratismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1988.
- Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, Lecciones sobre la filosofía de la historia, Madrid, Alianza, 2004.
- Martín, García José A., Los filósofos cínicos y la literatura moral serioburlesca, vol. I, akal/clásica, Madrid, 2008.
- San Agustín, La ciudad de Dios, Tecnos, Madrid, 2013.
- Sloterdijk, Peter, Crítica de la Razón cínica, Siruela, Madrid, 2006.
Notas
[1]Este es el caso de Hegel y San Agustín. Cfr. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia y San Agustín, La ciudad de Dios.
[2] El socratismo, como lo dice su nombre, es la corriente o etapa del pensamiento que pretende seguir los pasos del filosofar socrático. Cfr. Antonio Gómez Robledo, Sócrates y el socratismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1988.
[3] José A., Martín, García, Los filósofos cínicos y la literatura moral serioburlesca, ed., cit., vol. I, p. 419
[4] Carlos, García Gual, La filosofía Helenística, ed., cit., p. 40
[5] Peter, Sloterdijk, Crítica de la razón cínica, ed., cit., pp. 252-253
[6] La influencia de Hércules en el cinismo la tratamos en el texto La imagen de Heracles como ejemplo del hombre feliz en la filosofía cínica, UAEM, Toluca, 2012. El resto de personajes (Menipo y Mefistófeles), son tratados por Sloterdijk en su Crítica de la razón cínica, Siruela, Madrid, 2006.
[7] Carlos, García Gual, La filosofía Helenística, ed., cit., p. 44
[8] Fidel Flores Quiroz, La imagen de Heracles como ejemplo del hombre feliz en la filosofía cínica, ed., cit., p. 157
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