Apuntes sobre la persona moral en Husserl

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Apuntes sobre la persona moral en Husserl

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En el presente trabajo queremos mostrar algunos aspectos importantes acerca de la persona moral en la fenomenología trascendental, ya que se trata de un tema fundamental de la filosofía contemporánea en el que confluyen muchas de las reflexiones prácticas de Husserl, por ejemplo las relacionadas con el mundo de la vida o el mundo circundante o primordial, los temas relacionados con la persona como sujeto de habitualidades y disposiciones sin dejar de lado las reflexiones sobre las virtudes, entre muchos otros ejes. Como quiera que sea, no se trata aquí más que de una introducción que podría ampliarse con otras lecturas, pero las cuales no ignoran lo importante que fueron para Husserl las meditaciones sobre la dimensión práctica de la vida humana. Estas reflexiones están fundadas en las indicaciones que Husserl realiza principalmente en Ideas II y en los ensayos de Kaizo sobre Renovación del hombre y de la cultura, pero los cuales se encuentran expuestos también en otros textos importantes del filósofo de Moravia.

Así pues, en la primera parte vamos a distinguir entre dos tipos de actitudes: una natural o naturalista y otra personalista. Esta distinción es importante a la hora de acercarse al concepto de persona y su lugar dentro del mundo circundante, lo cual veremos en el segundo apartado. En la última parte abordaremos algunas notas esenciales de la persona moral desde su relación con el mundo circundante.

  1. Actitud naturalista y actitud personalista

En la tercera sección de Ideas II, cuyo título es “La constitución del mundo espiritual”, Husserl desarrolla algunas ideas sobre la persona. Esto lo hace desde la actitud fenomenológica y cuando llegamos a ello ya ha pasado revista a la constitución del mundo material y de la naturaleza animal. Para nuestro propósito no es necesario recordar las problemáticas que allí se plantean. Pero podemos partir, resumidamente, de la diferencia que hay entre la actitud natural o naturalista y la actitud que Husserl llama “personalista”. Esta distinción es importante, porque muchas veces se piensa que Husserl critica la actitud natural y se cree, ingenuamente, que se refiere con ello al modo natural de vivir de las personas en el mundo, pero esto es falso. Vamos a ver por qué.

Tumba de Edmund Husserl

Tumba de Edmund Husserl

Primero, ¿qué entiende Husserl por actitud natural? La actitud natural que Husserl presenta en Ideas II es aquella que está dirigida al mundo reducido a meras cosas materiales, a meras objetividades, entre ellas la misma naturaleza. Se trata de una “actitud teórica” y, por consiguiente, de sujetos puramente teóricos. En el § 11 de Ideas II Husserl define la naturaleza como “una esfera de “meras cosas” y llega a decir que “En esta actitud “pura” o depurada, ya no experimentamos, pues, casas, mesas, calles, obras de arte; experimentamos cosas meramente materiales”. Las cosas que están cargadas de valor se encuentran en otro plano. Pertenecen a lo que Husserl llama “actitud personalista”. En ella entran los predicados de valor y los predicados prácticos. Por ejemplo, aquello que trata de lo “valioso, bello, encantador, atractivo, perfecto, bueno, útil, acción, obra, etc., pero igualmente conceptos como Estado, Iglesia, derecho, religión y demás conceptos u objetividades a cuya constitución han contribuido esencialmente actos valorativos y prácticos…”.[1] Es el mundo circundante al que ya se refería en el §27 de Ideas I de 1913 y el cual se presenta ante nosotros como mundo de cosas, pero también como mundo de valores, de bienes y, en general, como mundo práctico.

Esta esfera de cosas meramente materiales a la que se refiere Husserl en Ideas II como “actitud natural” implica o presupone una especie de desconexión o ἐποχή de todos los predicados de valor y utilidad bajo los cuales los objetos se presentan ante nosotros. Así, la esfera de cosas que es experimentable a partir de ella determina “la esfera científico natural”. Se trata de la constitución de los objetos a partir solamente de una “conciencia dóxica objetivante.[2] Hasta aquí podemos ver que esta “actitud natural” tiene muy poco que ver con el modo en el que nos desenvolvemos de manera natural en la vida cotidiana. Más bien parece referirse al modo como constituyen el mundo, más bien la naturaleza, las así llamadas “ciencias de la naturaleza”.[3] Al menos en Ideas II queda claro que la actitud natural o naturalista es aquella que es propia de las ciencias naturales y, por tanto, de los científicos e incluso, yendo más allá, de todos aquellos que ven el mundo o la naturaleza desde esta perspectiva –aunque no necesariamente sean científicos.[4] Claro está que en ello Husserl ha intuido un gran peligro.

Frente a esta actitud –que como puede apreciarse ya se trata de una toma de posición “artificial” o “anti-natural”– se encuentra la actitud personalista. Esta es la actitud que podríamos llamar con propiedad natural, porque en ella se desarrolla de manera originaria el trato con las cosas y con los demás hombres y animales, en general, con nuestro mundo circundante o mundo de la vida cotidiano que, cabe decir, es el mundo de la cultura, el mundo que podríamos llamar “espiritual”. Vivimos en actitud personalista todo el tiempo,

[…] cuando vivimos uno con otro, le hablamos a otro, le damos la mano a otro al saludarlo, nos relacionamos uno con otro en el amor y la aversión, en la intención y el hecho, en el decir y el contradecir; en la que estamos, igualmente, cuando vemos las cosas de nuestro entorno precisamente como nuestro entorno y no como naturaleza “objetiva”, como en la ciencia de la naturaleza.[5]

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Pero justamente aquí mismo Husserl confirma que la auténtica actitud natural es la actitud personalista, que es la actitud de la vida cotidiana en el mundo circundante (Umwelt) según el planteamiento de Ideas II o mundo de la vida (Lebenswelt), expresión que empleará en su última obra La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Así, la actitud personalista no es una “actitud artificial que tuviera que ser conquistada y descubierta mediante recursos extraordinarios.”[6] Y aquí el recurso extraordinario al que Husserl se refiere es a esta ἐποχή o desconexión que hace el científico del horizonte cultural en el que entran los predicados de valor, los usos prácticos y demás cualidades que entran dentro de la constitución del sentido de las cosas que nos rodean.

No obstante, aunque podemos ciertamente cambiar de actitud y ver el mundo de otra manera o desde otra perspectiva bajo los efectos de la ἐποχή (como de hecho le ocurre también al filósofo), tenemos que volver siempre a este modo de vivir natural personalista que es el suelo y la base de cualquier actitud “artificial” o sobrepuesta. Husserl llega a decir que incluso el científico naturalista, quien como investigador solo ve “naturaleza”, sigue como persona viviendo como “sujeto de su mundo circundante”. Y allí mismo afirma que “Vivir como persona es ponerse a sí mismo como persona, hallarse en relaciones de conciencia y entrar en relaciones con un mundo circundante.”

No se trata, por consiguiente, de dos actitudes –la naturalista y la personalista– con igualdad de derechos, ni siquiera se encuentran en el mismo orden. Para Husserl es claro que “la actitud naturalista se subordina a la personalista”.[7] Pero, ¿cómo llega la actitud naturalista a ser tan importante para la vida e incluso para una determinada cosmovisión? A través de esta actitud naturalizada se da una abstracción del mundo que reduce el mundo espiritual a un mundo material que adquiere cierta independencia y absolutiza el mundo en el sentido de naturaleza material. Pero esto sólo se logra, dice Husserl, “mediante una especie de olvido de sí mismo del yo personal”.[8]

  1. Persona y mundo circundante

Pues bien, Husserl distingue entre el yo personal y el yo puro, ya que, como indica en el anexo X de Ideas II, el yo puro no es una realidad, es decir, no es una persona y por tanto no tiene propiedades reales. “En cambio el yo personal es una realidad…”.[9] Esto no quiere decir otra cosa más que la persona es un sujeto-yo al que es correlativo su correspondiente mundo vivido, un mundo que se le presenta como mundo con sentido, un mundo en el que las cosas significan. El mundo “en sí” no puede ser nuestro mundo circundante, ya que este mundo es el mundo de la vida de la persona, de este sujeto-yo que es consciente del mundo que experimenta a través de “vivencias intencionales con un respectivo contenido de sentido.”[10] Mundo circundante es, al mismo tiempo, el mundo de la persona. En primer lugar es el mundo “para mí”, pero, al mismo tiempo, es un mundo en “común”, es mundo compartido con las demás personas.

Husserl utiliza la libre motivación y los hábitos como recurso para pasar del yo puro a la persona. La razón de esto es que la persona se comporta como el sujeto sobre el que recaen los actos que él mismo ejecuta,[11] pero no sólo ello, sino que los ejecuta precisamente porque en ellos intenta dar cumplimiento a una serie de posibilidades (o potencialidades) que él mismo descubre en sí mismo. No es un error afirmar, como lo harían en su momento Max Scheler y Edith Stein, pasando por Ortega, que la persona se constituye en sus actos.

Este modo de vivir personal no es un simple vivir en el mundo, es un vivir que es un con-vivir, un estar en trato con las cosas y con los demás hombres, entenderse con ellos, hablar, juzgar, querer, actuar, etcétera. Es vivir en comunidad. Este trato con el mundo y con los demás es un rasgo constitutivo de la persona, porque depende directamente de este trato. Yo como persona, sostiene Husserl, “Me encuentro en un entorno cósico. En él las cosas son dependientes unas de otras y yo de ellas.” No obstante, llega a decir el §34 de Ideas II que en este trato con las cosas, las cuales por cierto llaman mi atención de una u otra manera, la persona “se preserva a sí mismo y con ello sostiene su individualidad”. Más aún: se preserva a sí mismo “frente a las fuerzas espirituales objetivas, que, como instituciones jurídicas, costumbres, prescripciones religiosas le hacen frente precisamente como objetividades.[12] ¿Cómo puede la persona preservarse a sí misma si, como hemos dicho, está en un mundo circundante del cual depende, si las cosas y las demás personas lo obligan a tomar postura frente a ellas y a actuar?

En este horizonte de sentido Husserl llega a afirmar que la persona humana se preserva a sí mismo, en primer lugar porque tiene su propia individualidad personal, la cual involucra entre otras cosas ciertas “habilidades”, “destrezas intelectuales y prácticas”, su propio “carácter” y su “mentalidad”.[13] El hombre no se comporta de manera causal o incluso casual y en esa medida es posible prever su conducta. En vista de este conocimiento que tenemos de una persona podemos anticipar sus acciones. Pero esto se debe justamente a que “su realidad como persona consiste precisamente en tener propiedades reales (como propiedades personales) que poseen referencias reguladas a este mundo circundante.”[14] En esta línea, Urbano Ferrer afirma que, para Husserl, “la persona es unidad de determinaciones cualitativas o de propiedades (Eigenschaften).”[15]

Esta identidad personal es precisamente la que se trata de preservar en el despliegue temporal de la existencia. Julia V. Iribarne ha apuntado que la preservación de sí mismo “concierne exclusivamente al ser humano, como ser humano histórico y, dentro de ciertos límites, a cargo de su vida.”[16] Por ello, entre otras cosas, la persona, que por supuesto se mueve en función de aquello que lo motiva y no solamente bajo los esquemas de la causalidad, busca las formas normativas, podemos decir racionales en el sentido de una teleología, que le permitan vivir una vida auténtica en la que es fiel a sí mismo, una vida verdadera y, por las mismas razones, una vida feliz. La motivación, así, se opone a la causalidad, ya que “mientras la relación causal conecta las cosas naturales en cuanto existentes en sí mismas… la relación de motivación sólo llega a hacerse efectiva por la intermediación de la conciencia”.[17]

Sin embargo, en la preservación de sí mismo la persona se autorregula y en esta búsqueda comprometida con el cumplimiento de una determinada finalidad o τέλος, la vida personal se convierte en una preocupación y, así, dice Husserl, vivir es “existir en permanente preocupación por el futuro.”[18] La vida personal, y por ello mismo la persona, está orientada a ciertos fines y se esfuerza constantemente por dar cumplimiento a esa meta y lo hace, además, de manera consciente y libre y, por supuesto, desde la absoluta responsabilidad que va conquistado tras cada nueva toma de postura y de acción frente al mundo.

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  1. El sentido moral de la persona

El hombre, entendido como persona, tiene ante sí la tarea auténtica de formarse a sí mismo, es, dice Husserl, “sujeto y a la par objeto de su aspiración, de su empeño; es la obra que se realiza en lo infinito y cuyo artífice es él mismo”.[19]

A través de sus actos la persona humana se autoconfigura, es, como sujeto racional, causa sui.[20] En esta línea Sánchez-Migallón señala que “configurarse a sí mismo exige e implica educar la vida a lo dictado por la razón, a la verdad. Pertenece como ‘telos’ a la vida humana auténtica y verdadera, por ser vida racional, la verdad racional. Este es el sentido genuino y aceptable del llamado racionalismo: y este, por tanto, el imperativo ético absoluto”.[21] Esta racionalidad es, por lo tanto, lo que constituye para el ser humano la “exigencia moral” bajo la cual debe conducir su vida. Autoeducarse forma parte esencial de la vida ética personal que es, para Husserl, la vida verdaderamente humana, una vida “que nunca acaba de autoeducarse”, una “vida con método”. Sin embargo: “Por alto que sea el grado relativo de perfección de la vida ética, se trata siempre de una vida autodisciplinada; en cultivo de sí, en gobierno de sí bajo constante vigilancia de sí”.[22]

Husserl mismo apuntó que la persona puede “aspirar a llegar a una unidad y a una unanimidad en la multiplicidad de sus convicciones, de modo que el yo quiera llegar a ser tal que se mantenga fiel a sí mismo, respectivamente, que pueda mantenerse fiel a sí mismo, en la medida en que no sienta más inclinación a abandonar sus convicciones.”[23] Pero, además, la persona tiene esta capacidad de apegarse a las leyes de la motivación, las leyes del espíritu, que la mueven en determinada dirección; al mismo tiempo puede apropiarse de convicciones nuevas y a partir de allí puede modificar sus posturas anteriores. Porque esta vida que tiene que configurar no es más que la corriente unificada de actos a través de la cual la razón se desenvuelve.

No obstante, lo que no parece razonable es pensar que la persona pueda no tener una postura, un fin o una meta en la que despliegue su proyecto de vida. En este sentido, por supuesto, el estar motivado y el formarse determinados hábitos resultan ser características que hacen del yo un sujeto personal.[24] Las tomas de posición adoptadas por el yo es lo que lo constituyen a sí mismo como persona humana concreta, con sus hábitos y costumbres, con su historia de vida individual. De esta manera, apunta Iribarne, “El término “preservación de sí mismo” alude al centro unitario que se mantiene a pesar de las modificaciones, abarca tanto la capacidad de modificarse como las modificaciones fácticas.”[25]

4.4

Sin embargo, como afirma Urbano Ferrer, esta mismidad de la persona está oculta para sí misma, pero justo por ello “precede a los actos de conciencia.”[26] En este “centro unitario” hay que ver las posibilidades propias y las intenciones que ha de cumplir la persona humana en su desenvolvimiento. El yo concreto es un yo en desarrollo. Como yo humano personal “es un yo que consiste en un centro de propiedades permanentes, pero esas propiedades son disposiciones habituales para la acción, son modos de configuración de actos”.[27]

Por todo ello, hay que decir que la vida de la persona es una vida apegada a la razón, una vida que persigue un fin racional. Por tratarse de la autorregulación y de la preservación de sí mismo de la persona, se trata de un sentido de responsabilidad personal que no podría menos que estar en la línea de la razón práctica, esto es, de la ética. Y esta es la línea que Husserl desarrolla en los artículos de Renovación así como en un manuscrito de 1923 sobre el valor de la vida. Aquí es donde podemos recuperar algunas de las relaciones que hay entre la persona y la ética. Porque solo la persona humana puede tomar la decisión de renovarse, de hacerse un hombre nuevo en el mundo circundante. En esta posibilidad de renovación del hombre hay que ver una de las mayores aportaciones de la ética fenomenológica al quehacer filosófico actual de cara a la crisis de los valores y del humanismo.

Bibliografía citada

  1. Ferrer, Urbano, ¿Qué significa ser persona?, Ediciones Palabra, Madrid, 2002.
  2. García-Baró, Miguel, Vida y mundo. La práctica de la fenomenología, Trotta, Madrid, 1999.
  3. Husserl, Edmund, Renovación del hombre y de la cultura. Cinco Ensayos, Introducción de Guillermo Hoyos, traducción de Agustín Serrano de Haro, Anthropos/UAM, Barcelona/México, 2002.
  4. Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. Libro segundo: Investigaciones fenomenológicas sobre la constitución, traducción de Antonio Zirión, UNAM, México, 2005.
  5. Meditaciones cartesianas, traducción de José Gaos y Miguel García-Baró, FCE, 2005.
  6. Iribarne, Julia V., “Preservación de sí mismo. La paradoja del centramiento descentrado” en Acta Fenomenológica Latinoamericana, Vol. III, 2009, pp. 55-66.
  7. Sánchez-Migallón, Sergio, “La constitución de la persona moral en Edmund Husserl”, en Diálogo filosófico 80, 2011, pp. 257-270.
  8. -“El alcance de la exigencia moral de racionalidad en Husserl”, en Racionalidad práctica 212, 2009, pp. 41-47.

Notas

[1] Edmund Husserl, Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. Libro segundo: Investigaciones fenomenológicas sobre la constitución, traducción de Antonio Zirión, UNAM, México, 2005, pp. 54 y ss. (En adelante Ideas II).
[2] Ideas II, p. 56.
[3] Ibídem.
[4] Sobre este problema véase Miguel García-Baró, Vida y mundo. La práctica de la fenomenología, Trotta, Madrid, 1999, p. 98-101.
[5] Ideas II, p. 228.
[6] Ideas II, pp. 228 y ss.
[7] Ideas II, p. 229.
[8] Ibídem.
[9] Ideas II, Anexo X, p. 377.
[10] Ideas II, p. 232.
[11] Cf. Urbano Ferrer, ¿Qué significa ser persona?, Ediciones Palabra, Madrid, 2002, p. 34.
[12] Ideas II, p. 180.
[13] En las Meditaciones cartesianas Husserl habla del yo como sustrato de habitualidades en el §32. Allí observa que el yo, en un sentido centrípeto, “…no es un vacío polo de identidad… sino que, en virtud de una ley de la “génesis trascendental”, gana una nueva propiedad duradera con cada acto de un nuevo sentido objetivado irradiado por él” (traducción de José Gaos y Miguel García-Baró, FCE, 2005, México, 2005, p. 111.
[14] Ibídem.
[15] Urbano Ferrer, ¿Qué significa ser persona?, p. 34.
[16] Julia V. Iribarne, “Preservación de sí mismo. La paradoja del centramiento descentrado” en Acta Fenomenológica Latinoamericana, Vol. III, 2009, p. 58.
[17] Urbano Ferrer, ¿Qué significa ser persona?, p. 36.
[18] Ms. E III 4, 3). Citado por Julia V. Iribarne, “Preservación de sí mismo…”, p. 60.
[19] Edmund Husserl, Renovación del hombre y de la cultura. Cinco Ensayos, Introducción de Guillermo Hoyos, traducción de Agustín Serrano de Haro, Anthropos/UAM, Barcelona/México, 2002, p. 39. (En adelante Renovación).
[20] Renovación, p. 38.
[21] Sergio Sánchez-Migallón, “El alcance de la exigencia moral de racionalidad en Husserl”, en Racionalidad práctica no. 212, 2009, p. 42.
[22] Renovación, p. 41.
[23] Hua IX, p. 214. Citado por Julia V. Iribarne, “Preservación de sí mismo…”, p. 60.
[24] Cf. Urbano Ferrer, ¿Qué significa ser persona?, p. 47.
[25] Julia V. Iribarne, “Preservación de sí mismo…”, p. 59.
[26] Urbano Ferrer, ¿Qué significa ser persona?, p. 34.
[27] Sergio Sánchez-Migallón, “La constitución de la persona moral en Edmund Husserl”, en Diálogo filosófico 80, 2011, p. 266.

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