de la colección Cuadernos Amest número 3
Coordinado por María Cristina Ríos Espinosa
En su introducción al texto que aquí reseñamos bien señala Ma. Cristina que se trata de un producto de carácter antológico, fruto del trabajo académico de varios autores dedicados al “análisis crítico de la representación social a través de la estética de las imágenes, desde la metodología plural de su especialidad disciplinaria.” Consiguientemente, si bien existen algunas problemáticas comunes a todos ellos, derivadas en gran parte de sus intereses académicos compartidos en sus vidas profesionales y particularmente, en los encuentros de la Asociación Mexicana de Estudios de Estética (AMEST), resulta más provechoso comentar cada uno de los textos de forma independiente, aunque en la medida de lo posible, iré trazando algunos hilos conductores que los atraviesan de una u otra forma. En esta oportunidad voy a comentar cuatro de ellos, los dos primeros correspondientes a la sección de la antología titulada “Estética de la imagen,” y los dos que siguen incluidos en “Mutaciones estéticas.”
Comenzaré por “Imagen artística y experiencia estética. El arte generador de conocimiento.” Su autora es Araceli Soni Soto, Licenciada en Comunicación Social y Doctora en Letras Modernas especializada en hermenéutica, semiótica, arte y literatura, quien actualmente se desempeña como profesora en el Departamento de Educación y Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana de Xochimilco. En el texto de la antología que aquí comentamos, Soni se dedica al estudio de un tema muy importante y complejo: la construcción de conocimiento a través del arte, función que la autora, considera es la principal. Para demostrarlo, Soni propone considerar el concepto de experiencia estética, no solamente en la fase correspondiente a su producción, sino también, en las de la recepción y las de la comunicación de la obra. Siguiendo al especialista alemán Hans Robert Jauss (1921-1977), Soni sostiene que “el arte, sus imágenes y sus signos constituyen un lugar de experiencias en el cual los seres humanos aprenden algo acerca de si mismos y del mundo como algo placentero.” Es precisamente este aspecto afectivo, el disfrute de la obra, el goce estético, el que va mucho más allá de su contenido expreso, y así logra incidir en el cambio de actitudes de la gente, no solo en la literatura, sino en todo tipo de expresión artística que provoca la emoción artística.
El texto de Soni nos introduce así a fascinantes problemáticas, que resulta interesante considerar, en especial cuando nos enfrentamos a nuestras expresiones artísticas contemporáneas, que desde sus propuestas generalmente conceptuales, no parecen estar preocupadas por provocar experiencias placenteras en los espectadores, o si lo hacen, entienden el placer estético de formas que requieren de otros marcos conceptuales para poder ser analizadas.
El segundo texto que voy a reseñar en esta oportunidad es “Paisaje mediático en la plástica neoexpresionista” de Lydia Elizalde, Licenciada en Artes Visuales, maestra en Comunicación visual y Doctora en Historia del Arte. La autora es especialista y docente en semiótica visual del arte contemporáneo en el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos (CIDHEM). En su texto incluido en la presente antología, Elizalde, estudia la obra del artista norteamericano-inglés, Ronald Kitaj (1932-2007) y del alemán Neo Rauch (1960), quienes de acuerdo con la autora, pese a lo diverso de sus orígenes geográficos y cronológicos, comparten, la estética de la fragmentación y el caos, el lenguaje figurativo con resonancias de imágenes mediáticas, y el tono crítico de sus mensajes.
Con el apoyo de algunos conceptos del semiólogo y crítico de arte italiano Omar Calabrese (1949-2012), Elizalde pone el acento en la utilización de referencias intertextuales y de referencias a estilos de otros períodos de la historia del arte y de los medios masivos de comunicación, a los que ambos artistas neo expresionistas recurren en sus obras. La autora demuestra así, que en el arte contemporáneo, los distintos textos teóricos propios de la posmodernidad, efectivamente resultan los instrumentos idóneos para decodificar algunos aspectos propios de la producción artística actual.
Incorporando algunos de los conceptos planteados por Soni en el texto anterior, cabría preguntarse entonces, dónde queda el placer estético que provocan las obras y cuál es el conocimiento que nos ayudan a construir, especialmente para aquellos espectadores que no nos acercamos a las obras con el conocimiento especializado de los autores posmodernos que los sustentan dándoles sentido.
En los casos específicos seleccionados por la autora, Kitaj y Rauch, en el contexto amplio de la así llamada neo-figuración, podría también resultar interesante, el rastrear el significado específico de las resonancias inter-mediales que destaca, en relación ahora, con la visión de la historia propia de cada uno de dichos destacados artistas. La pregunta por el sentido último de la condición humana está presente en ambos, y el estudio de las circunstancias históricas particulares, la posguerra en el caso de Kitaj, y la caída del muro de Berlín, en el de Rauch, podrían estar en el origen de las semejanzas, pero también de las diferencias estilísticas que los distinguen y caracterizan.
Mi tercer texto es “Lo efímero en el performance de Cai Guo-Qiang: una mirada desde Bauman” de Silvia Hamui Sutton. La autora es Licenciada en Literatura Latinoamericana, y Doctora en Letras, con especialidad en literatura comparada. Hamui es escritora e imparte clases en sus áreas de especialidad en la Universidad Iberoamericana. En su texto de la presente antología, Hamui analiza el efecto efímero de la obra del célebre artista chino Cai Guo-Qiang, El arco iris negro, una acción pirotécnica, realizada por su autor como un homenaje a las víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, que el artista realizó en Valencia en el 2005.
Resulta interesante el marco teórico utilizado por Hamui en su trabajo, en relación con el “tiempo líquido,” el concepto acuñado por el reconocido sociólogo polaco Zygmunt Bauman, de acuerdo con el cual se intenta caracterizar al tránsito de la modernidad “sólida”, estable y repetitiva, a una “líquida,” flexible, voluble, en la que los modelos y las estructuras sociales ya no perduran y en donde incluso se renuncia a la memoria como condición de un tiempo post histórico. Para Bauman esta nueva sociedad líquida ha redundado en un ser humano cada vez más individualista y despreocupado de los demás, visión con la que, sin embargo, Guo-Qiang parece no estar de acuerdo.
Efectivamente, su materia prima principal, la pólvora, nos remite a una tradición milenaria, tanto de entretenimiento colectivo como de violencia y destrucción, que el artista recupera en su obra, como una metáfora muy sugerente y expresiva, en relación no solo con la dualidad propia de la vida humana, sino y principalmente, de la capacidad creativa del ser humano. En el caso particular de Arco iris negro, la pólvora es un homenaje a la memoria de las víctimas del trágico atentado terrorista, para actuar justamente en contra de la amnesia, que en su misma temporalidad efímera, y en su gran impacto emotivo, incita a la reflexión sobre nuestra historia y sobre nuestro papel protagónico en su construcción. El comentario social propio de gran parte de la obra de Guo-Qiang, las fuentes bíblicas de su iconografía, en este caso específicamente la referencia a la alianza divina con los hombres simbolizada por el arco iris y sus siete colores, transformada aquí en un arco iris negro, es decir en su negación, incitan a la reflexión profunda sobre nuestra misma condición humana, generando un impacto emotivo muy fuerte que sin dudas dura mucho más que la efímera acción en sí.
Mi último comentario gira en torno al texto titulado De la estética al espectáculo: subjetividad y narcisismo mediático de Jesús Eduardo Oliva Abarca, quien es Doctor en Arte y Humanidades por el Centro de Investigaciones en Ciencias, Artes y Humanidades de Monterrey, con especialidad en medios audiovisuales. En su trabajo Oliva describe de forma minuciosa y profunda cómo la asimilación de los distintos dispositivos visuales de telecomunicación en la vida cotidiana ha llevado a los sujetos a producir y consumir sus propias imágenes y las de otros a través de representaciones fotográficas y audiovisuales difundidas en la Red, corroborando así la tendencia a la “espectacularización” de las vivencias más comunes, influyendo incluso en la construcción de nuestras subjetividades.
Oliva comienza por describir el concepto de la “pantalla-mundo” pues efectivamente muchas de las formas en las que los seres humanos nos relacionamos actualmente están mediadas por un monitor, tal como “la computadora personal, pasando por el teléfono celular, la tableta electrónica y las consolas portátiles de videojuegos,” que impactan no solo en el terreno de la visualidad, sino en el de la interacción y la sociabilidad humanas. Siguiendo al destacado sociólogo francés Gilles Lipovetsky (1944), el autor nos habla del “estado-pantalla” y de la “pantallocracia” como consecuencia del paso de un régimen visual a otro, es decir, de la pintura como imago mundi del siglo XIX al cine en el siglo XX, que produce un encantamiento tal, que una vez más siguiendo a Lipovetsky, los individuos comienzan a ver el mundo como si fuera cine, llegando a modificar incluso la interacción misma entre nosotros.
Más adelante, Oliva trata lo que denomina “una fábrica de subjetividades,” en la que analiza como ciertos modelos de conducta han sido hiperbolizados por la potencia de la pantalla mediática, particularmente de la televisiva, que pretende llegar a todo tipo de públicos y que efectivamente tiene una enorme presencia en la vida cotidiana.
Finalmente, en la sección correspondiente a “La espectacularización de la vida,” el autor expone cómo “la omnipresencia de la pantalla en la vida cotidiana ha transformado de forma decisiva no solamente la manera en que interactuamos con el mundo y con los otros, sino los modos por los cuales el sujeto se constituye en cuanto tal.” Así, continua exponiendo Oliva, “en una cultura pantallizada, cuyo principal régimen lo constituyen las imágenes fabricadas por el cine, la televisión y la computadora personal, el sujeto debe trocarse igualmente en imagen de sí mismo, imagen que puede prescindir de su presencia real.” La dramática conclusión es entonces, que algunos individuos no pretenden alcanzar el autoconocimiento y la autorrealización, ni los paradigmas axiológicos que sustentaban estos objetivos, sino más bien parecer celebridades a través de su exhibición en la pantalla.
¿Será posible entonces trabajar esta realidad social de la formación de subjetividades pantallizada que describe Jesús Eduardo Oliva Abarca en beneficio de la humanidad? ¿Es que tomando conciencia del placer implícito en la experiencia estética que describe Araceli Soni Soto podría encauzarse la mímica del star system en un sentido más humano y dignificador? La pregunta por el sentido último de la condición humana que plantea Lydia Elizalde en relación con la obra de Ronald Kitaj y Neo Rauch, y la planteada por Silvia Hamui Sutton en relación ahora con la obra de Cai Guo-Qiang, provocan cientos de reflexiones y entre ellas, el preguntarnos cuál es el papel social que desempeña actualmente el arte en nuestra sociedad espectacularizada.
Artículos como los que acabamos de reseñar, que analizan a fondo estas y otras temáticas de crucial importancia para la práctica artística, para la reflexión filosófica, y para la vida en general, con todos sus cruces multidireccionales, resultan esenciales para entender cómo el arte afecta nuestras emociones, y a través de ellas, la forma en la que aprendemos e incluso pensamos y nos relacionamos con los demás. Sin los abusos de las jergas propias de gran parte de la crítica moderna, sino con un lenguaje sencillo pero preciso, los autores reseñados, señalan problemáticas muy actuales de forma analítica y crítica. Si bien, como todos los buenos trabajos, los textos pueden ser ampliados en muchas direcciones, su principal valor reside en que todos ellos, de forma altamente estimulante provocan la reflexión, actividad que tanto necesitamos en nuestro mundo actual. Situar los cruces entre la teoría estética, la práctica artística, y la vida, resulta una tarea significativa no solo para el universo artístico, sino para poder comprender y así transformar a nuestra sociedad.
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