Universidad: Institución Imaginaria

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Universidad: Institución Imaginaria

 2.

La universidad debe ser el arte y el lugar de la
“inservidumbre voluntaria y de la indocilidad reflexiva”

Cuando intentamos pensar la universidad como institución imaginaria, no nos referimos a ella como el establecimiento que ocupa o como los edificios en los que podemos ubicarla espacialmente; tampoco nos referimos a las “prácticas” de gestión académica ni a una visión superficial de las relaciones entre investigador-profesor y estudiantes o entre enseñanza-investigación y aprendizaje. Antes bien, como veremos, concebimos a la universidad, sus prácticas y relaciones en tanto significación imaginaria social, donde incluso dichos establecimientos, quehaceres, decires y articulaciones son imaginario. Por ello el propósito de este ensayo es reflexionar sobre la universidad desde las nociones de institución e imaginario social propuestas por Castoriadis. Las coordenadas de análisis son, por un lado, institución y lo conjuntista identitario y, por otro lado, lo imaginario y la significación imaginaria. Las preguntas que guían esta reflexión son ¿qué es, en el sentido más profundo, la universidad como institución imaginaria?, ¿qué instituye y qué significa la universidad? El texto está dividido en tres apartados, en el primero se presentan algunos lineamientos que nos permiten pensar la noción “institución”, ahí veremos de qué manera Castoriadis se desmarca del carácter funcional y simbólico para acercarse a las significaciones, a lo conjuntista identitario y la autonomía. El segundo apartado versa sobre “lo imaginario” donde se rescata lo que Castoriadis llama las significaciones imaginarias sociales donde la invención o novedad de “imágenes”, como formas de vida, es la condición clásica que sostiene la permanencia y realidad de las comunidades; también se revisa aquello que se ha llamado el “imaginario radical” como raíz que tiene la facultad de generar significaciones. En el tercer apartado ser atiende la noción de “universidad” a la luz de “institución” e “imaginario”, aquí se pondrán en juego algunas de las ideas fundamentales que Kant pone en la mesa a propósito de lo que él llamó “ El conflicto de las facultades”.

Institución

Desde las primeras aproximaciones que Castoriadis hace a su noción de “institución” se desmarca claramente de dos visiones: la económico-funcional y lo simbólico. La primera caracterizada como el “encadenamiento sin fallo de los medios, de los fines, o de las cusas, y los efectos en el plano general, la correspondencia estricta entre los rasgos de la institución y las necesidades ‘reales’ de la sociedad considerada, en una palabra, sobre la circulación íntegra e ininterrumpida entre un ‘real’ y un ‘racional-funcional’”.[2] Lo cual sin duda tiene su valía para pensar a la institución, el problema es pretender que las sociedades se reducen a esto y que son comprensibles y explicables a partir de este encadenamiento de medios-fines, causas-efectos, institución-necesidades reales. Si la función, como afirma Malinowsky, es siempre la satisfacción de una necesidad ¿cuáles son “las necesidades reales” de una sociedad cuyas instituciones deben atender?, ¿qué “necesidades reales” atiende la universidad, como institución? La universidad, como institución, no se reduce a la función que cumple en una sociedad, su papel no es responder “racional-funcionalmente” a las necesidades “reales” de la sociedad. La institución no es una parte de un organismo biológico la cual cumple ciertas funciones para hacerlo vivir; no es un hígado ni un corazón con funciones específicas para que el cuerpo social viva, y por tanto, tampoco atiende necesidades “reales” de una entidad biológica. Para la universidad no existen “necesidades reales” que atender, no tiene ninguna función en la sociedad.

Ahora bien, si bien es cierto que lo simbólico es una manera de ser bajo la cual se da la institución, tampoco ella se reduce a puro simbolismo.[3] Ciertamente, todo lo que se nos presenta en el mundo social está tejido en lo simbólico, incluso lo que llamamos “real” es imposible fuera de la red simbólica, sin embargo, también hay que aceptar que las instituciones no se reducen a lo simbólico, aún aceptando que no pueden existir más que en ello. Lo simbólico “consiste en ligar a símbolos (a significantes) unos significados (representaciones) y en hacerlos valer como tales”.[4] En su sentido más lato, el significante es la imagen, acústica o no, y el significado es el concepto de dicha imagen; por ejemplo una cruz esvástica (significante) puede asociarse en Occidente con el nazismo o el fascismo (significado), o el escudo de la UNAM con el águila mexicana y el cóndor andino puestos sobre los volcanes y el nopal azteca, rodeando el mapa de América Latina, puede relacionarse con la vida académica de docencia, investigación y difusión. Estas ligaduras entre significantes y significados, entre símbolos y representaciones, son el mundo simbólico del que no puede escapar la institución ni la universidad.

2.1

Coincidimos con Castoriadis respecto a que en la visión simbólica de lo social pareciera ser que la forma está siempre al servicio del fondo y el fondo es “real-racional”. Sin embargo, los símbolos no están ahí para ser llenados de significado y el fondo o la significación es real-racional en tanto es imaginario, como veremos más adelante. Un título académico es un símbolo cargado de significados que conlleva no sólo el plan de estudios cursado, el trabajo académico realizado durante la carrera universitaria, los trámites administrativos en las oficinas de servicios escolares, el tiempo invertido en ello, los espacios utilizados, los encuentros y desencuentros, los afectos y las afecciones habidos durante el lapso que el estudiante hizo sus estudios universitarios; sino también es un número más para los índices de titulación, para las estadísticas de inclusión y equidad educativa, cualquier cosa que esto signifique. En otras palabras el símbolo, “el significante supera siempre la vinculación rígida a un significado preciso y puede conducir a unos vínculos totalmente inesperados”.[5] El título y las prácticas universitarias nunca son neutros ni adecuados o precisos, como símbolos siempre están inestables y abiertos a la multiplicidad de significados o representaciones. Por ejemplo, en la página del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) en sus bases de datos PISA dice:

El Programa Internacional para la Evaluación de los Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés) es un estudio coordinado por la OCDE y está dirigido a estudiantes de 15 años, con el propósito de valorar en qué medida son capaces de utilizar sus conocimientos y habilidades adquiridos en la escuela para enfrentar los retos de la vida real. Este estudio no es una evaluación de los contenidos considerados en los planes de estudio o en los currículos escolares.[6]

Y con base en dicho programa se obtienen índices, indicadores, mediciones, que no son otra cosa que símbolos o significantes. Pero ¿qué es lo significan dichas estadísticas y para quién significan qué?, ¿qué significa “valorar la capacidad para enfrentar los retos de la vida real”?, ¿qué retos, qué vida, qué realidad? Los símbolos en las instituciones, en el lenguaje en general, no están totalmente sometidos al contenido que se supone vehiculan. Las cifras, los índices educativos, los títulos universitarios, todos estos símbolos, no significan exacta y plenamente lo que dicen significar, ellos contienen y abren una multiplicidad de significados. Estos quiebre en la cadena significación son parte de las instituciones pero ellas no quedan encerradas en lo simbólico aún con la riqueza que puedan tener sus grietas.

Sin embargo, esta cadena de significación algo teje, alguna coherencia da a la vida social, otorga cierta lógica al mundo. Digámoslo así, nos permite “entendernos” a quienes conformamos el conjunto social e incluso llega a ser algo autonomizado, es decir, con posibilidades y prácticas propias de la autonomía. Se trata, de la lógica o coherencia que da cierta autonomía a cada comunidad; autonomía que permite a la sociedad autocrarse. La universidad, como cadena de significaciones es una comunidad que humaniza el mundo, desde el quehacer y decir de las ciencias y sus científicos. Este tejido con cierta coherencia lógica es lo instituido, lo que Castoriadis llamó la “lógica conjuntista identitaria”. Las significaciones de una sociedad son instituidas, aun con sus desequilibrios y quiebres, en tanto son aceptadas, asumidas y legalizadas, dan orden al mundo, otorgan identidad tanto al conjunto social como a los individuos que lo conforman. Por ejemplo, la constitución de la llamada ciencia, el llamado objetivismo, positivismo, método científico, o en general, la naturaleza y legitimidad de todo conocimiento, saber o pensamiento posibles es un asunto propiamente conjuntista identitario. Este orden tiene lugar, dice Castoriadis, en lo que denominó legein y teukhein. “El legein (distinguir – elegir – poner – reunir – contar – decir) es la dimensión conjuntista-constituyente de conjuntos del representar/decir social, así como el teukhein (reunir – adaptar – fabricar – construir) es la dimensión conjuntista constitutiva de conjuntos del hacer social”.[7] Es decir, si bien es cierto que el símbolo no está sometido al contenido, al significado, que vehicula, y además que si la cadena de significaciones abre y contiene multiplicidad de representaciones, debemos aceptar que lo simbólico tiene y ofrece cierta lógica que da identidad a las sociedades. Podemos decir que aquella ligadura entre símbolo y representación que se hace valer para la sociedad que las vincula es lo que le posibilita ser lo que es. Legein como un decir y teukhein como un hacer, instituyen las sociedades, digamos que crean instituciones. El legein como “constituyente” posibilita, en el propio decir o nombrar al mundo, la representación del mundo; mientras que el teukhein como “constitutivo” posibilita el hacer social del mundo. En el decir y hacer propiamente humanos (legein y teukhein) el mundo se humaniza. Entonces la universidad, como institución, si bien es cierto que no tiene ninguna función en la sociedad porque no atiende “necesidades reales”, como habíamos dicho, sí debemos aceptar que esta sostenida en la inestabilidad de lo simbólico y encarna la lógica conjuntista identitaria. Por ejemplo, la relación investigador-profesor-alumno es ya una institución, ya que en ellos habita, en su decir-hacer, la cadena de significaciones sociales instituidas, aceptadas y asumidas por la sociedad. Y esto responde a que, “las ‘relaciones sociales reales’ […] son siempre instituidas, no porque lleven un revestimiento jurídico (pueden muy bien no llevarlo en ciertos casos), sino porque fueron planteadas como maneras de hacer universales, simbolizadas y sancionadas”.[8] En la relación investigador-profesor-alumno las significaciones de una sociedad son instituidas. Por ejemplo, aquí no hablamos de una relación entre el maestro George Steiner y su alumna Cécile Ladjali, con todo el respeto que nos merezca este vínculo, sino que nos referimos a la relación que ocurre a escala social que significa ipso facto una red a la vez real y simbólica que se legisla y sanciona a ella misma, digamos que se legitima[9] a sí misma. La relación investigador-profesor-alumno está instituida en tanto que relación social, incluso económica, porque el decir y el hacer (el legein y el teukein) de lo que se investiga, se enseña y se aprende, de lo que no se investiga ni se enseña ni se aprende, de cómo, con qué y para qué se investiga, se enseña y se aprende está sujeto a la lógica, a la coherencia, a cierto orden del mundo que responde al propio decir y hacer humano.

2.2

Sumado a esto “la institución es una red simbólica, socialmente sancionada […] la alienación, es la autonomización de la institución que se encarna en la materialidad de la vida social”,[10] es decir, la universidad es una red simbólica socialmente sancionada, de ahí su cualidad alienante, conjuntista identitaria y autónoma. Cabe aclarar que la autonomía es aquí entendida en el sentido más potente de lo que es “darse a sí mismo la propia ley”; en tanto asumir críticamente las propias condiciones indetitarias. La ley que se otorga a uno mismo, como sujeto e institución, “es autocreación de la sociedad que no reconoce fundamentos extrasociales”[11] ni principios fuera de la comunidad autónoma. El sentido crítico de la autonomía es la posibilidad de cuestionar las leyes como significaciones imaginarias, poner en tela de juicio a las propias instituciones. En este sentido sólo en la crítica las prácticas universitarias pueden ser la autonomización del quehacer y decir científico. Podemos decir que la alienación y la autonomización científica son una parte medular de la universidad en su carácter conjuntista identitario. Sin olvidar que aún en esta lógica conjuntista identitaria los símbolos no están totalmente sometidos a las representaciones. Po lo mismo, el significante autonomía, puede tener múltiples significados, pero al mismo tiempo estos significados requieren de otros significantes para poder simbolizar algo. En la institución investigador-profesor-alumno el significante puede escapar a su significado. Porque si bien es cierto en la lógica conjuntista identitaria las instituciones y lo simbólico mismo se autonomizan, también aceptemos que “en la medida en que se encuentra en la historia una autonomización del simbolismo, ésta no es un hecho último, y no se explica por sí sola. Hay un uso inmediato de lo simbólico, en el que el sujeto puede dejarse dominar por éste, pero hay también un uso lúcido o reflexionado de él”,[12] al tiempo que el simbolismo autonomizado de las instituciones no somete a la vida social. Cuando se reflexiona sobre lo simbólico éste puede romper con su autonomización. Por ejemplo, una cosa es decir que no se puede elegir un lenguaje (significante y significado, legein y teukein) propio de la didáctica y de la psicología del aprendizaje y que ellos se desbordan y someten en lo que hay que decir, y otra cosa es cree que se está fatalmente dominado por el lenguaje de la didáctica y la psicología del aprendizaje y que nunca puede decirse más de lo que hay que decir. “Jamás podemos salir del lenguaje, pero nuestra movilidad en el lenguaje no tiene límites y nos permite ponerlo todo en cuestión, incluso el lenguaje y nuestra relación con él. Lo mismo ocurre con el simbolismo institucional”.[13] Esto que pone en cuestión al lenguaje es lo imaginario, como veremos más adelante. En la universidad, como institución, que no tiene ninguna función en la sociedad que está sostenida en la inestabilidad de lo simbólico y encarna la lógica conjuntista identitaria, se puede navegar en la movilidad del lenguaje. La universidad misma puede, en su cualidad autónoma, cuestionar su cadena de significaciones, puede enfrentar lo constitutivo y constituyente de su ser.

Cabe decir que, la reflexión, siguiendo a Yago Franco, “es el intento de romper la clausura en la cual como sujetos estamos tomados, sea por la institución de la sociedad, sea por nuestras propias determinaciones”.[14] Toda sociedad, así como todo individuo están encaminados hacia la clausura, lo quieran o no, estén conscientes de ello o no, lo cual significa que harán lo posible por excluir todo aquello que consideren que no les es propio. La reflexión es el filo del cuestionamiento que quiebra las significaciones instituidas, la lógica conjuntista identitaria. Reflexión y autonomía, en este sentido, están ligadas ya que la reflexión se da en condiciones de autonomía y ésta conlleva un carácter reflexivo. La reflexión, la crítica como lo llama Foucault, en la universidad debe ser el arte de la “inservidumbre voluntaria y de la indocilidad reflexiva”,[15] la asunción del caos que puede representar lo imaginario, un caos que no se deja vislumbrar ni confundir por lo múltiple, lo diverso ni lo plural. La universidad en tanto institución imaginaria obliga el sinsentido y la sombra, o en todo caso, el sentido y la luz (digamos la razón, la ciencia, la verdad y el método) son imaginario. En otras palabras la universidad, sobre todo en su cualidad conjuntista identitaria, hace que haya sentido a partir del sinsentido. Lo que se pone en juego en la universidad no sólo es lo verdadero de lo falso, el sujeto del objeto, la episteme de la doxa, la razón de la sinrazón, el orden del caos, la ciencia del mito, etcétera, sino que lo que está en juego son los propios límites de dichas relaciones, no como desplazamiento de tales límites, ni siquiera de sus fisuras, sino de su condición imaginaria. La institución imaginaria llamada universidad está convocada a desligarse de las relaciones sujeto-verdad, sujeto-salvación, sujeto-éxito para volverse a ligar de otras maneras a ellas.

La universidad no tienen sentido, porque no hay un principio de síntesis que unifique su acontecer;[16] aquí la crítica, a partir del acontecimiento, está puesta en su vínculo con la trascendencia y el sentido normativo de la razón o la verdad. Es decir, si bien es cierto, la ciencia, la verdad y la razón no niegan esta cualidad de su condición, lo que está en juego es justamente esta condición de contenido trascendental y normativo de “la ciencia, la universidad, la verdad y la razón” propios de la ilustración y en general del proyecto de modernidad. En los saberes habidos en la universidad, como institución imaginaria social, en forma de razón, ciencia y verdad, hay una cierta manera de pensar, de decir, de actuar, una cierta manera de relacionarse con lo real y lo necesario, una forma de relación con los otros, con la sociedad y la cultura. Es decir, el asunto de la universidad, es un asunto que desborda sus propios límites, el tema de la universidad quiebra las fronteras de sus saberes y quehaceres más íntimos.

Pero ¿la universidad (con su razón, verdad y ciencia), como imaginario, puede romper con su sujeción transcendetal y valor normativo, sin negarlo?, ¿la universidad, puede no responder al chantaje de la Ilustración y del mercado?, ¿la universidad puede hacer fluir las formas de pensar sobre y de lo humano? La universidad como institución imaginaria no puede desprenderse de su labor de “conocer el conocimiento”, “de saber el saber”, es decir, no puede dejar de reflexionarse, de practicar su condición de crítica y autonomía.

2.3

Imaginario

Lo simbólico, como este conjunto de símbolo-significante y representación-significado, es muy cercano a lo imaginario. De acuerdo con Castoriadis “Las relaciones profundas y oscuras entre lo simbólico y lo imaginario aparecen enseguida si se reflexiona en este hecho: lo imaginario debe utilizar lo simbólico, no sólo para ‘expresarse’, lo cual es evidente, sino para ‘existir’, para pasar de lo virtual a cualquier otra cosa más”.[17] Pero no habría que confundirse, lo imaginario no es asimilable a lo simbólico, así como lo simbólico no es reducible a lo imaginario; se trata de cosas distintas, que sin duda no pueden existir una sin la otra. Por ejemplo, en el escudo de la UNAM no sólo se expresa el decir y el hacer propio de la UNAM, sino que en ello la Universidad Nacional, como institución, existe. Lo simbólico, particularmente la representación o significación, puede fungir como vehículo en el cual lo imaginario mora. Digamos que una de las fuerzas que vincula lo imaginario con lo simbólico es la representación en tanto permite la “existencia real” del mundo, de las instituciones, de los decires y quehacer humanos. Las prácticas universitarias, las formas de decir y hacer en la universidad, son las representaciones que hace que el mundo universitario exista, estos decires y haceres (leghein y teukhein) son las significaciones imaginarias que evidencian la existencia de la universidad. Decir que la universidad es imaginario o significación imaginaria es afirmar su existencia. Aquella relación investigador-profesor-alumno como cadena de significaciones sociales instituidas, es un invento, una novedad, tan real que ya no vemos su condición imaginaria. La novedad o invención aquí no tiene un sentido ramplón donde “nuevas” palabras se dan a “viejas” prácticas, como llamar ahora competencias a las viejas virtudes, destrezas o astucias. La novedad no es moda. Más bien la novedad es constitución activa o modificación esencial de la vida social, podemos decir que la novedad marca con fuego las significaciones imaginarias sociales. El hombre dice Castoriadis, “no es una cerradura que tiene su llave. El hombre no puede existir sino definiéndose cada vez como un conjunto de necesidades y de objetos correspondientes, pero supera siempre estas definiciones […] porque salen de él mismo, porque él las inventa”[18] él las hace y las dice. Haciendo y diciendo el hombre se hace y se dice. La novedad supera los límites que enmarcan lo humano. La novedad es lo más antiguo, es lo más clásico y por tanto, como hemos dicho, no atiende modas. En este sentido, la “universidad moderna” es aquella cuyo modelo europeo se ha tornado “clásico”, dice Derrida.[19] La novedad de la universidad radica en su condición clásica y esta significación imaginaria es un invento que prevalece. Basten dos ejemplos: primero, tal vez la mirada y el proceder positivista de las ciencias en su sentido más profundo y amplio, o las fronteras entre disciplinas sean novedades en la universidad. Segundo, el diálogo es otra novedad en la relación profesor-alumno. El diálogo como aquel que “surge en los márgenes de la certeza, en los territorios enrarecidos, en la asunción del desarraigo, que se propaga desde la palabra y la interrogación hasta la identidad misma del maestro y el alumno”.[20] Esta experiencia de la extrañeza del lenguaje, que es la rareza de los propios saberes, es una de las más grandes innovaciones educativas.

Las significaciones, como símbolos, son imágenes inventadas que dan sentido al mundo. Como dice Castoriadis:

El delirio más elaborado, como el fantasma más secreto y más vago, están hecho de ‘imágenes’, pero estas ‘imágenes’ están ahí como representantes de otra cosa, tienen, pues, una función simbólica. Pero también inversamente, el simbolismo presupone la capacidad imaginaria, ya que presupone la capacidad de ver en una cosa lo que no es, de verla otra de lo que es. Sin embargo, en la medida en que lo imaginario vuelve finalmente a la facultad originaria de plantear o de darse, bajo el modo de representación, una cosa y una relación que no son, hablaremos de un imaginario efectivo.[21]

La universidad es un delirio[22] hecho de imágenes. La universidad es imaginario como creación de imágenes al mismo tiempo que dichas imágenes son la guarida de lo imaginario como presencia de la ausencia. Incluso, como dice Castoriadis, las representaciones, en tanto symbolon o elemento de lo simbólico, permiten ver en una cosa lo que no es, lo que no “está presente” en ella. En la evidencia de la institución imaginaria social que es la relación investigador-profesor-estudiante “se presenta” lo que no es dicha relación, y por tanto, es posible imaginar una relación otra. En este no ser de la significación cabe siempre la posibilidad de recrear las imágenes y esta es la capacidad imaginaria. Si la imagen como significación es propia de la lógica conjuntista identitaria, es decir que da orden, legisla y sanciona al mundo, la capacidad imaginaria asume el caos y sin sentido del mundo. Aquel imaginario que vuelve a la facultad originaria de darse, bajo el modo de representación, una cosa y una relación que no es rompe la imagen del mundo, quiebra sus sentidos y deja lo humano abierto al caos. Aquellas definiciones del hombre inventadas por él mismo no sólo conllevan el hacer y decir sino también contienen el no hacer y el no decir, donde en su hacer se deshace y en su decir se desdice. Podemos decir que el legein y el teukhein tienen una cara afirmativa (lógica conjuntista identitaria) y otra negativa (imaginario efectivo).

2.4

Darse como representación alude a la radicalidad de lo imaginario. El “imaginario radical”, como lo llama Castoriadis, es esa capacidad de hacer surgir como imagen algo que no es, digamos que es la emergencia de las significaciones que dan sentido al mundo. La universidad, como imaginario radical, es la facultad de generar las significaciones del mundo universitario, posibilita la emergencia de las representaciones de aquella institución investigador-profesor-alumno. Las significaciones del mundo, lo real-racional que evidencia el orden del mundo, no sólo se alimenta de lo imaginario, sino que nace de él. Así se pregunta Castoriadis “¿cómo puede ser que, tres mil años después, suframos aún las consecuencias de lo que pudieron soñar los judíos y los griegos?”,[23] y agreguemos la posibilidad de ser lo que somos seis siglos después del sueño de los mexicas. Estos sueños, la capacidad imaginaria, la creación de imágenes, no dan nuevos nombres a viejas prácticas, como decíamos, más bien inventan los sentidos y sin sentidos del mundo. Es, con palabras de Hegel, “esa noche la que se percibe cuando se mira a un hombre a los ojos; una noche que se hace terrible; es la noche del mundo a la que entonces nos enfrentamos. El poder de sacar de esa noche las imágenes o de dejarlas que vuelvan a caer en ella (eso es) el hecho de ponerse a sí mismo, la consciencia interior, la acción, la escisión”.[24] Incluso aquel carácter “incondicional” de la universidad está condicionado a su capacidad imaginaria. Si la universidad “exige una libertad incondicional de cuestionamiento y de proposición [si] exige una investigación, un saber y un pensamiento de la verdad[25] se debe a su condición de institución imaginaria de la sociedad. Y en esta condición radica su autonomía.

Hasta aquí podemos decir que la universidad como imaginario efectivo, es esta facultad o capacidad de romper con los límites, dados en la imagen, del mundo universitario. Entonces la universidad como institución existe y es lo que es en sus decires y haceres, ella es su propia imagen; pero como institución imaginaria, como significación imaginaria social, es lo que no es en tanto puede ser otra cosa, en tanto posibilita que el mundo universitario pueda ser de otra manera. Los sujetos universitarios están atados a las certezas que les permiten preservarse y estabilizarse alrededor de un sentido, están sujetos a la universidad y sus relaciones instituidas, están atados al conjunto que les da identidad; al mismo tiempo están atados a la inestabilidad de lo simbólico, a los quiebres habidos en las cadenas de significaciones, y están expuestos a los abierto de las imágenes del mundo. Si bien es cierto lo imaginario es, en su sentido más simple, algo “inventado”, como dice Castoriadis,[26] algo que está separado de lo real (absolutamente inventado o un desplazamiento de sentido en el que los símbolos disponibles contienen otras representaciones o significaciones) lo real es mero imaginario o mejor dicho es pura significación imaginaria, por ello la significación es real-racional en tanto es imaginario. Lo real, lo verdadero, la ciencia, el profesor-investigador, están hechos del mismo material de lo irreal, lo falso, el mito y el chamán: de imaginario. La universidad como imaginario es la “evidencia de la existencia del mundo” instituido por ella. Si la universidad es real o existe, debemos aceptar que ello sólo es posible porque es imaginario. Las certezas y estabilidad alrededor de un sentido universitario son imaginarias. La universidad es un fantasma razonado o una razón fantasmal porque no puede haber sociedad, instituciones, lógica conjuntista identitaria, sin figuras creadas por la imaginación, sin la capacidad imaginaria, sin lo imaginario efectivo, y viceversa no es posible lo imaginario al margen de lo social, de las instituciones, de lógicas identitarias, etcétera. Por ello así como la institución no se limita a lo funcional ni a lo simbólico, como hemos dicho, el imaginario debe tejerse con uno y con otro. Así lo dice Castoriadis “el imaginario social debe entrecruzarse con lo simbólico, de lo contrario la sociedad no hubiese podido ‘reunirse’, y con lo económico-funcionalista, de lo contrario no hubiese podido sobrevivir”.[27] Lo simbólico “reúne” en tanto atiende la lógica legein-teukhein, mientras que lo económico-funcionalista permite la “sobrevivencia” porque atiende el encadenamiento de medios-fines, causas-efectos o institución-necesidades reales. Aunque, desde luego lo imaginario supera su función como su condición simbólica. Sin lo imaginario tanto lo simbólico como lo funcional permanecen incompletos e incomprensibles. La existencia y función de la universidad sólo es posible en y desde su constitución imaginaria.

Para Castoriadis:

lo imaginario no es a partir de la imagen en el espejo o en la mirada del otro. Más bien, el ‘espejo’ mismo y su posibilidad, y el otro como espejo, son obras de lo imaginario, que es creación ex nihilo. Los que hablan de ‘imaginario’, entendiendo por ello lo ‘especular’, el reflejo o lo “ficticio”, no hacen más que repetir, las más de las veces sin saberlo, la afirmación que les encadenó para siempre a un subsuelo cualquiera de la famosa caverna: es necesario que [este mundo] sea imagen de alguna cosa. Lo imaginario del que hablo no es imagen de. Es creación incesante y esencialmente indeterminada (social-histórica y psíquica) de figuras/formas/imágenes, a partir de las cuales solamente puede tratarse de ‘alguna cosa’. Lo que llamamos ‘realidad’ y ‘racionalidad’ son obras de ello.[28]

Y aquí lo importante es que la universidad, con sus objetos, sujetos y relaciones, son imaginario en tanto son creaciones desde nada, son creaciones ex nihilo, indeterminadas. Las significaciones que sostienen el ser y quehacer de la universidad son imposibles de explicar cómo emergen: son creación. La universidad como institución imaginaria, no es imagen de algo, no es reflejo de algo, ella es creación de imágenes, que representan o significan alguna cosa; ese “algo” esa “cosa” llamada realidad y racionalidad son formas imaginarias. La universidad, existe, es real y racional, en tanto es creación ex nihilo. Esta “creación desde nada” evidencia que no hay realidades, racionalidades, imágenes, significaciones mejores o imaginarios sociales unos por encima de otros. Cuando se dice que Yale es mejor que la UNAM no se indica que sus significaciones imaginarias sociales estén por encima de la UNAM, antes bien lo que se dice con ello es que su pretensión por definir la necesidad, la imagen o la significación de la universidad, tiene gran fuerza. Como si hubiese la necesidad o la red simbólica de la universidad. Ella, como creación ex nihilo e institución imaginaria, se considera a sí misma “la llave de la cerradura”. Dice Castoriadis:

la humanidad tuvo y tiene hambre de alimentos, pero también tuvo hambre de vestidos y, después, de vestidos distintos a los del año pasado, tuvo hambre de santidad, tuvo hambre de ascetismo y de desenfreno, tuvo hambre de mística y hambre de saber racional, tuvo hambre de calor y de fraternidad, pero también hambre de sus propios cadáveres.[29]

2.5

Las universidades inventan sus propias redes simbólicas y necesidades que les dan sentido. Producir y reproducir información (que no crear conocimiento), como un decir y hacer propio de las universidades, embona con la lógica conjuntista identitaria de cierta economía pragmatista de producción, distribución y consumo; la universidad de hoy responde al mundo capitalista, por ejemplo, que contiene significaciones a partir de las cuales se originan determinadas representaciones ligadas a lo empresarial, los cálculos económicos, lo financiero, enlazadas con afectos que las acompañan como la avidez por la posesión, la ganancia, la acumulación. Esto no es bueno ni malo, sólo es. Afirmar que Yale es mejor universidad que la UNAM es aceptar que hay la red simbólica y el encadenamiento institución-necesidades no dominante, sino único y determinado. Lo cual, y siendo consecuentes con lo que hemos venido diciendo, no es posible porque la significaciones son imaginarias, las instituciones son imaginarias, la lógica conjuntista identitaria es imaginaria; de tal manera que las universidades son lo que son porque imaginan eso que son, porque su capacidad imaginara les hace ser lo que son. Para fraseando a Castoriadis, podemos decir que una Universidad existe mientras la comunidad que la constituye sea capaz de imaginar que existe. Sin embargo, debemos aceptar que la fuerza de la lógica conjuntista identitaria, con su constitución imaginaria, “decide” qué debe ser reflexionado y qué no, qué imágenes del mundo son válidas y cuáles no. De ahí, por ejemplo, que Yale someta a su imaginario otros imaginarios o que la producción científica someta a otros saberes. Las diferencias entre Harvard y la UNAM, el conocimiento científico y los mitos o el profesor-investigador y el chamán radica en sus significaciones imaginarias sociales. Decir que un egresado de la universidad es una “tuerca de la máquina” no es una metáfora ni un desplazamiento del sentido, no es la operación del simbolismo, sino que es una creación imaginaria social. Los universitarios producen sus fantasmas privados se simbolizan, se sancionan, se atan al sentido del mundo, se institucionalizan y por tanto quedan sometidos al imaginario que es la universidad. De acuerdo con Castoriadis:

[…] este elemento que da a la funcionalidad de cada sistema institucional su orientación específica, que sobredetermina la elección y las conexiones de las redes simbólicas, creación de cada época histórica, su manera singular de vivir, de ver y de hacer su propia existencia, su mundo y sus propias relaciones; este estructurante originario, este significado-significante central, fuente de lo que se da cada vez como sentido indiscutible e indiscutido, soporte de las articulaciones y de las distinciones de lo que importa y de lo que no importa, origen del exceso de ser de los objetos de inversión práctica, afectiva e intelectual, individual y colectivos, este elemento no es otra cosa que lo imaginario de una sociedad o de la época considerada.[30]

Cada sociedad, con sus instituciones como la universidad, crea su imagen del mundo, elabora el universo en el que vive, genera sus formas de vida, germinando y nutriéndose de las nervaduras de lo dado y de lo racional, pero las dispone y subordina a lo imaginario a las creaciones imaginarias. La universidad como institución imaginaria cuestiona sus propias significaciones imaginarias por ello las preguntas que han guiado el decir y quehacer de la universidad han sido: ¿qué es lo humano y qué no lo es?, ¿qué es lo otro?, ¿quién se es, quién habla?, ¿qué queremos, que hacemos, qué decimos? La sociedad, la vida misma, y la universidad como institución imaginaria se constituyen haciendo emerger, probando, en su vida, en su actividad, respuestas a estas y otras preguntas; “es en el hacer [y no sólo en el decir] de cada colectividad donde aparece como sentido encarnado la respuestas a estas preguntas”.[31] Es en el día a día, en los quehaceres de los universitarios que se articulan las creaciones imaginarias, que se quiebra la realidad y lo racional para dar paso a otras imágenes del mundo. Al decir “somos universitarios” o “somos pumas” lo que hay es una connotación que remite a cosas, lugares, momentos y quehaceres concretos, donde tal concreción es real-racional en tanto es imaginario. Estos haceres y decires universitarios, como hemos dicho, son lo que son en tanto imaginamos que eso son. La universidad como imaginario es condición de existencia de la sociedad.

Universidad

Kant en El conflicto de las Facultades, empieza diciendo:

No tuvo una mala ocurrencia aquel que concibió por primera vez la idea y propuso que la misma se llevara a cabo públicamente, de tratar, por así decirlo, industrialmente todo el conjunto de la ciencia (lo harían las cabezas que se dedican a ella) dividiendo el trabajo; se nombrarían tantos maestros públicos o profesores como materias científicas, y convertidos en sus depositarios constituirían juntos una especie de institución erudita llamada Universidad (o Escuela Superior) autónoma (pues sólo los sabios pueden juzgar a los sabios como tales).[32]

Lo que aquí llama nuestra atención son particularmente tres asuntos, primero considerar que la universidad es una ocurrencia o, como hemos dicho siguiendo a Castoriadis, es una novedad o una invención. La universidad como ocurrencia o novedad es una modificación sustancial de la vida social, porque es un invento que prevalece, de ahí su condición clásica. La universidad ha marcado a fuego las significaciones imaginarias sociales. Por otro lado, podemos decir que la universidad como “institución erudita” asume que la erudición es institución o está instituida. De tal manera que la erudición, como institución, no tiene ninguna función en la sociedad, está sostenida en la inestabilidad de lo simbólico, encarna la lógica conjuntista identitaria, navega en la movilidad del lenguaje, cuestiona su cadena de significaciones puede, enfrentar lo constituido y constituyente de su ser institución.

2.6

Finalmente, este invento que es la universidad “trata industrialmente el conjunto de la ciencia”, y esto particularmente puede referirse a las facultades superiores (medicina, teología y derecho) al verse obligadas a servir al gobierno, dice Kant que “los motivos que el gobierno puede usar para su fin (de influir sobre el pueblo) se agruparían del siguiente modo: primero el bien eterno de cada uno [teólogo], después el bien civil [jurista], como miembro de la sociedad, finalmente el bien corporal [médico]”.[33] Kant pone a la Facultad de Filosofía, la inferior, como aquella libre “de juzgar a todos lo que se interesan por la ciencia, es decir, por la verdad, y en que la razón tenga el derecho de hablar con franqueza”.[34] Una buena parte de la universidad, con sus facultades superiores está inevitablemente atada al servicio industrial de la ciencia, “la técnica al servicio de la patria” es una labor del invento que es la universidad. No obstante una porción de este invento es aquella donde la verdad tiene derecho a hablar públicamente con franqueza; así la “crítica está al servicio de la ciencia” o al menos debiera estarlo. Es importante decir que si bien es cierto la universidad instituye tanto la erudición como la ciencia, éstas no son lo mismo. No confundamos el conocimiento erudito con el saber científico y crítico. La alta especialización, como ahora podemos llamar a la erudición, no necesariamente conlleva el saber y la crítica, éstos como decíamos desde Foucault son aquel arte de la “inservidumbre voluntaria y de la indocilidad reflexiva”.[35] La crítica es un elemento instituido, una práctica instituida, en la universidad que tiene el derecho de hablar públicamente con franqueza ante todo lo que se interese por lo que hemos llamado “verdad”. Esto es posible gracias a la condición de autonomía que tiene la universidad; “darse a sí mismo la propia ley” es asumir críticamente lo conjuntista identitario, cuestionar las leyes como significaciones imaginarias, la universidad tiene en su autonomía, ponerse a sí misma en tela de juicio. La universidad debiera instituir la crítica y la autonomía como imaginarios sociales.

Kant continúa diciendo que los científicos y docentes fueron llamados los “depositarios de las ciencias” y quienes en conjunto constituyeron una “institución erudita” llamada universidad:

la Universidad, por tanto, estaría autorizada, por medio de sus Facultades (las diversas pequeñas relaciones, según la diversidad de las principales ramas de la ciencia en que se dividen los doctos de la Universidad) a admitir por una parte a los estudiantes que vienen de escuelas inferiores para incorporarse en ella, y por otra parte a promover a los maestro libres (que no son miembros integrantes de ella), llamados doctores, después de un examen previo, a una jerarquía (a otorgarles un grado) universalmente reconocida, es decir, a crearlos.[36]

Es de llamar nuestra atención, siguiendo a Kant, que lo superior, la superioridad humana, cualquier cosa que esto signifique, es constitutiva de la universidad, alberga a alumnos y docentes, estos últimos reconocidos públicamente como doctores, quienes tienen la erudición suficiente para estar en la universidad. Los depositarios de la ciencia, como Kant llama a los docentes-doctores, son creados en y por la universidad, su grado o calidad depende del cobijo que les da la universidad. Ellos son una invención, como novedad, de la institución imaginaria de la sociedad llamada universidad. Los depositarios de las ciencias son una institución ya que en sus prácticas y formas de hablar habita la cadena de significaciones sociales, llamada ciencias, instituida por la sociedad, particularmente aquí por la universidad.

El saber como institución erudita es una significación imaginaria no porque sea un mundo irreal, sino todo lo contrario, es el sentido que se da al saber y el significado que dicho saber otorga al mundo. En la universidad, el saber se instituye. La cuestión aquí es que la universidad, al ser una institución imaginaria social, es producto y creación del imaginario radical, es decir surge de la capacidad de hacer emerger (de ahí su radicalidad) como imagen algo que no es. Esta cualidad simbólica que es la universidad no sólo es la que ha instituido los saberes y sus sujetos (eruditos, investigadores, doctores, profesores y discípulos), sino que permite ver en ella lo que no es, “verla otra” de lo que es, como decía Castoriadis. Esta calidad simbólica que es la universidad permite preguntarse aún: ¿qué es la verdad, qué es la ciencia?, ¿qué o quién es el sujeto de verdad?, ¿cuál y cómo es la relación sujeto-verdad?, ¿qué es conocer el conocimiento? La universidad es un conjunto de significaciones imaginarias a partir de las cuales se originan sentidos del mundo universitario puestos como: verdad, ciencia o saberes y depositarios de la verdad, científicos o sujetos de saber, así como la relación que se establece entre estos “sujetos” y “la verdad”. Las significaciones imaginarias tienen la facultad, en sus propios quehaceres y decires, de mutar en algo distinto de sí, tienen la posibilidad de no ser lo que son. La universidad, en tanto imaginario efectivo o institución imaginaria social, puede deshacerse de ella misma en una franca y abierta posibilidad de reflexionarse a sí misma. Los universitarios y la universidad misma pueden renunciar a la universidad para crear otra. Y es en este sentido que también caben las preguntas ¿universidad para qué? o ¿verdad-ciencia-conocer-saber para qué? ¿depositarios de la ciencia o sujetos de verdad para qué? donde estas interrogantes, no se hacen mirando sus finalidades o efectos, antes bien, su capacidad de recreación o resignificación.

2.7

Reflexiones finales

Si bien es cierto, como hemos dicho, lo que se pone en juego son los límites de la relación episteme-doxa, ciencia-mito, sujeto-verdad, lo que ahora surge de manera fehaciente, como imaginario radical es la mutación de dichas relaciones en aquellas que atiende la lógica pragmatista. Es decir, la condición recreativa y resignificativa de la universidad potencia el hacer y el decir de la relación sujeto-artefacto, sujeto-producto, verdad-utilidad, ciencia-técnica, investigación-producción. Los depositarios de las ciencias son ahora los depositarios de la tecnociencia o de la producción científica. La institución erudita es la institución de la competitividad. El imaginario efectivo que ha permitido la resignificación de la universidad la ha convertido en una fábrica del conocimiento tecnocientífico “necesario” para ser usado y consumido. ¿Hay novedad en esta condición mercantil de la universidad? Probablemente no, ya que no es lo mismo certeza que verdad, producción que creación, técnica que ciencia, empleados de un corporativo que universitarios, empresa que universidad. Sin menospreciar en lo más mínimo a los primeros no debemos confundirlos con los segundos. Ojalá no dejaran de sorprendernos las dinámicas y las relaciones que se han establecido entre verdad y mercado. Lo que ahora no queda del todo claro, al menos para nosotros, es si esta confusión conlleva la destrucción del conocer, del saber, de la verdad, de los científicos, de la universidad. Si bien es cierto la condición imaginaria de la universidad permite que sea lo que no es, posibilita quebrar sus significaciones, donde evidentemente la póiesis (creación-destrucción fértil) acontece, en dicho acontecimiento hay una modalidad de la destrucción del saber-verdad-ciencia y de los sabios-científicos-universitarios. Cabe aclarar que esta destrucción no refiere a la caducidad técnica o tecnológica, antes bien a la aniquilación de la universidad misma como institución imaginaria de la sociedad. La condición clásica y dialógica de la universidad, como novedad, ha sido o está siendo destruida por la moda, aquella que hace perecer todo lo que toca. La universidad está luchando contra ella misma, no como parte de su propia resignificación o condición imaginaria, sino contra su infertilidad o, mejor dicho, contra su destrucción infértil.

La universidad bajo la lógica pragmatista se ha convertido en un costoso centro de capacitación y adiestramiento; donde los profesores son parte del mercado de trabajo y las plazas académicas son parte de la división del trabajo. Ahora presenciamos una universidad, ni siquiera del Estado, sino del mercado. Los llamados universitarios como hombres de ciencia, al responder a exigencias fabriles, su identidad es la del hombre de empresa. Si en las reflexiones de Kant aparece la dependencia de las facultades superiores (teología, derecho y medicina) hacia el gobierno, ahora podemos decir que dicha dependencia es del mercado. Si bien es cierto, ambas ligaduras de la universidad, al gobierno o al mercado, son significaciones imaginarias que dan cierta coherencia al mundo social, no es lo mismo someterse a la comodidad de las “certezas” ofrecidas y demandas por el mercado, que estar al servicio de la incomodidad de las “verdades” o mejor dicho a la mortificación de la crítica.

Si lo conjuntista identitario en la universidad es el mercado ¿dónde empieza y dónde termina la universidad?, ¿cuáles son los límites entre ciencia y producción, entre verdad y técnica o entre saber y consumir? Ya no nos preguntamos por los linderos entre ciencia y mito, verdad y falsedad sino que las preguntas ahora están por las diferencias y colindancias entre universidad y mercado. En este sentido las interrogantes pueden dirigirse a la condición de la universidad como institución imaginaria, como parte de La institución imaginaria social que es el mercado con sus significaciones claramente puestas en la producción, distribución y consumo.

El poder del saber, el saber del poder o, como lo llama Foucault, la relación saber-poder responde a una relación mercantil, ahora es un saber y un poder del mercado. Si bien es cierto podemos pensar, junto con Derrida, que la universidad es “sin condición” y que “el profesor universitario profesa”, al tiempo que todo ello es creación de significaciones imaginarias sociales, no podemos eludir que aún esta incondicionalidad y profesión forman parte de “el imaginario que es el mercado”. Prueba de ellos son los criterios para otorgar cualquier apoyo a la ciencia, cualquier reconocimiento o estímulo a los científicos. ¿Desde dónde o cómo pensar a la universidad, como institución imaginaria que posibilita el lugar de la crítica y la investigación pública bajo la primacía del mercado y del consumo? La universidad era un espacio ajeno radicalmente a la lógica del mercado; que ahora él la haya fagocitado ha provocado la franca descomposición de la universidad como institución imaginaria. Y no se trata de desligar absolutamente a la universidad del mercado, como si eso fuera posible, sino de regresarle su arte de inservidumbre voluntaria y de indocilidad reflexiva. La provocación se hace a lo social de la creación de significaciones imaginarias como horizonte de compromiso con los otros, de responsabilidad con lo público. De esta manera la universidad, puede desmarcarse del mercado y del consumo, si tiene la fuerza para ser una institución imaginaria social. ¿En las ruinas de la universidad es posible la crítica como una forma de hacer comunidad y política? ¿Cómo sobre sus propias ruinas la universidad puede erigirse como imaginario efectivo y radical de la institución erudita y de los depositarios de la ciencia? Probablemente la naturaleza de espacio público, la condición social de las significaciones imaginarias, de la universidad, sea lo único que pueda salvarla del mercado. Quizás la crítica, las interrogantes científicas, los saberes, sean aquello que dé solidez a la universidad. ¿Cómo dejar de eludir la crítica frente a las demandas del mercado?, ¿cómo re-significar el interés científico? Y aquí recordamos esta idea de Kant que la facultad inferior (filosofía) no tiene más que fiarse del interés de la ciencia porque ella puede hacer de sus enunciados lo mejor que le parezca. La universidad como institución imaginaria social puede resignificarse y adquirir la libertad de reflexionarse a sí misma, la universidad como el lugar donde los saberes son y se hacen públicos. Aunque si aceptamos, como señala Sennett, “el declive del hombre público” ¿cuál es el lugar de la universidad que no puede ser más que en el terreno de lo público? La universidad, como institución imaginaria de la sociedad puede cuestionar su cadena de significaciones, puede enfrentar lo constitutivo y constituyente de su ser institución sometida a las demandas del mercado.

2.8

Posiblemente, sólo a través de la reflexión es posible enfrentar, como universitarios, la obediencia incondicional al mercado. La reflexión como ese intento de romper la clausura en la cual estamos tomados, como ese filo de la pregunta que quiebra las significaciones instituidas, sea el centro que cohesione e instituya otra manera de ser de la universidad de hoy. En este sentido cada palabra (legein) y cada acción (teukhein) de los universitarios (profesores-investigadores y alumnos) debiera estar ligada irrevocablemente a la crítica de las significaciones imaginarias que han instituido a la universidad en la que hoy habitamos. La labor de los investigadores y docentes universitarios debiera ser el arduo trabajo de la enseñanza de la crítica, de la pregunta y de la reflexión. Depender del interés de la ciencia, es atarse a las angustias y abismos de las preguntas científicas. La posibilidad de romper la cadena de significaciones hace que la universidad se sujete a su propio imaginario, a su creación ex nihilo, a su constitución novedosa, que eche raíces en sus palabras y acciones reflexivas como imaginario radical, para no quedar diluida en el mundo o para no quedar fuera del mundo…

 

 

Bibliografía

  1. Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) [Recuperado el 10 de julio de 2013 de http://www.inee.edu.mx/].
  2. Castoriadis, Cornelius, La institución imaginaria de la sociedad I, Tusquets, Barcelona, 1983.
  3. _______, La institución imaginaria de la sociedad II, Tusquets, Barcelona, 1989.
  4. Derrida Jacques, La universidad sin condición, Trotta, Madrid, 2002.
  5. Foucault Michel, Sobre la ilustración, Tecnos, Madrid, 2003.
  6. Franco Yago, Cornelius Castoriadis: psicoanálisis, filosofía, política, Biblos, Buenos Aires, 2003.
  7. Kant Immanuel, El conflicto de las facultades, Losada, Buenos Aires, 2004.
  8. Mier Raymundo, “Diálogo pedagógico, reconocimiento y creación de sentido” en Valle Ana Ma. (editora), Alteridad entre creación y formación. Reflexiones en torno a la cultura y la educación, UNAM, México, 2012.

Notas

[1] Este artículo fue publicado en Jiménez, Marco y Valle, Ana (editores), Sociología y Educación. Imaginar la Universidad, Juan Pablos-UNAM, México, 2014.
[2] Castoriadis, Cornelius, La institución imaginaria de la sociedad I, Tusquets, Barcelona, 1983, p. 199.
[3] Symbolon, en la antigua Grecia, es la parte complementaria de la tablilla, que en su momento fue dividida en dos, donde dos personas conservaban cada una la mitad y al volver a unirse las partes servía para reconocer a los portadores su compromiso o deuda. Por ello symbolon también puede significar contrato o tratado de comercio. Lo importante aquí es reconocer al symbolon como aquello que está presente en su ausencia, es la evidencia de lo no visible, es el vacío que llena para formar una unidad.
[4] Ibid, p. 201.
[5] Ibid, p. 209.
[6] Programa Internacional para la Evaluación de los Estudiantes (PISA) que se puede consultar en la página del Instituto nacional para la evaluación de la educación (INEE) [http://www.inee.edu.mx/].
[7] Castoriadis, Cornelius, La institución imaginaria de la sociedad II, Tusquets, Barcelona, 1989, p. 123.
[8] Cornelius, Castoriadis, op. cit., p. 215.
[9] Es importante decir que esta idea de legitimación alude a la relación saber-poder propuesta por Foucault, donde “la palabra saber, se refiere a todos los procedimientos y a todos los efectos de conocimiento que son aceptables en un momento dado y en un dominio definido […] y el término poder no hace otra cosa que recubrir toda una serie de mecanismos particulares, definibles y definidos, que parecen susceptibles de inducir comportamientos o discursos”. Foucault, Michel, Tecnos, Madrid, 2003, pp. 26-27. Y donde además “para que el saber funcione como saber, esto solo es posible en la medida en que el saber ejerce un poder” Ibid. p. 39.
[10] Castoriadis, Cornelius, op. cit., p. 228.
[11] Franco, Yago, Magma. Cornelius Castoriadis: psicoanálisis, filosofía, política, Biblos, Buenos Aires, 2003, p. 175.
[12] Castoriadis, Cornelius, op. cit., p. 217.
[13] Ibid., p. 218.
[14] Franco, Yago, op. cit., p. 174.
[15] Foucault, Michel, op. cit., p. 11.
[16] Ibidem.
[17] Castoriadis, Cornelius, op. cit., p. 219.
[18] Ibid, p. 235.
[19] Derrida, Jaques, La universidad sin condición, Trotta, Madrid, 2002, p. 9.
[20] Raymundo. Mier, “Dialogo pedagógico, reconocimiento y creación de sentido” en Ana Ma. Valle (editora), Alteridad entre creación y formación. Reflexiones en torno a la cultura y la educación, UNAM, México, 2012, p. 31.
[21] Castoriadis, Cornelius, op. cit., p. 220. El subrayado es nuestro.
[22] El delirio usa la palabra para no irse a la locura a diferencia de la alucinación que está completamente fuera del mundo. El delirante está sujeto a la palabra para no perderse del mundo.
[23] Ibid., p. 222.
[24] Citado en Ibíd., p. 220.
[25] Derrida, Jacques, op. cit., pp. 9-10.
[26] Castoriadis, Cornelius, op. cit., p. 219.
[27] Ibíd., p. 227.
[28] Ibíd., p. 10.
[29] Ibíd., p. 235.
[30] Ibíd., p. 252.
[31] Ibíd., p. 255.
[32] Immanuel Kant, El conflicto de las facultades, Losada, Buenos Aires, 2004, p. 19. El subrayado es nuestro.
[33] Ibíd., p. 26.
[34] Ibíd., p. 23.
[35] Foucault, Michel, op. cit., p. 11.
[36] Kant, Immanuel, op. cit., pp. 19 y 20

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