“(…) de allí surge la búsqueda de un sistema de
fórmulas neutral, de un simbolismo liberado de la
escoria de los lenguajes históricamente dados (…)”
(Carnap, Hahn, Neurath, Wissenschaftliche Weltauffassung. Der Wiener Kreis)
Lo que calificamos de evolución en el pensamiento
es muchas veces tan sólo la sustitución transformadora,
en ciertos puntos críticos de la historia,
de una metáfora-base por otra,
en la contemplación por el hombre del universo,
de la sociedad y de sí mismo
(Nisbet, Cambio social e historia)
El lenguaje corriente está plagado de metáforas, aunque la naturalización de su uso hace perder de vista el origen de tales expresiones. También es habitual relacionar las metáforas con el registro literario o retórico del lenguaje, ámbitos en los cuales disfrutan de cierta impunidad y prestigio. Sin embargo, siempre hay algo sospechoso e incómodo en las metáforas si se las relaciona con las ciencias, siempre necesitan una coartada, algún permiso extraordinario para entrar en un terreno que les está vedado desde siempre. Y está claro por qué: según la imagen estándar, las ciencias se relacionan con el lenguaje referencialmente riguroso, formalizado, pautado y controlado, mientras que la literatura o la retórica, por su parte, se vinculan con la creatividad, la asociación libre, la falta de límites lógicos y formales, lo intuitivo y sugerente. Se trata, sin duda, de visiones estereotipadas y cuasi mitológicas más que reales, pero que han gozado de tanto alcance y difusión que propiciaron un tácito pacto de caballeros cultural y siglos de tranquilidad: la literatura (y la retórica) con un dominio hegemónico sobre un territorio que a la ciencia no le interesa; la ciencia, por su parte en la búsqueda de un lenguaje neutro, riguroso y depurado, sobreactuando el desprecio por las expresiones figuradas o desviadas.
Sin embargo, hay consideraciones de sobra para sospechar que las metáforas que utilizan los científicos (al menos una gran cantidad de ellas) dicen algo por sí, y no como meras subsidiarias de otras expresiones consideradas literales y, por tanto, tendrían funciones cognoscitivas y epistémicas legítimas e insustituibles. En este breve trabajo[1] se trata tan solo de mostrar algunas consecuencias de este cambio de perspectiva que, y esto debe quedar claro, no implica de ninguna manera una literaturalización de la ciencia, es decir no se trata de una asimilación del discurso científico al discurso literario o retórico, o una devaluación de la ciencia porque usa metáforas[2] sino, por el contrario, de una revisión de sus cualidades epistémicas. Al menos tres argumentos avalan este punto de vista.
En primer lugar la ubicuidad de la metáfora tanto en la ciencia del pasado como en la actualidad. Su presencia parece ser la regla y no la excepción, de modo que difícilmente pueda tratarse solo de un expediente mera, o solamente, heurístico o retórico. Por citar solo algunas muy conocidas: el universo es un organismo, o bien una máquina; la humanidad o una civilización se desarrolla o muere; las culturas evolucionan, los seres vivos evolucionan, la mano invisible en economía; la mente humana es una computadora o la computadora es una mente; la ontogenia humana repite la filogenia o (mucho menos frecuente) la filogenia repite la ontogenia; la información de una generación a otra de seres vivos se transmite mediante un código genético, la sociedad es un organismo,[3] etc. En segundo lugar, las expresiones metafóricas no son sustitutos o paráfrasis de otras expresiones literales y más esotéricas que los científicos usarían entre pares o entre entendidos, lo cual ameritaría asegurar su carácter metafórico sino, por el contrario, la única y habitual forma en la que expresan sus teorías y conceptos. En tercer lugar, las consecuencias teóricas y prácticas de las metáforas son parte del corpus teórico al cual pertenecen, al modo de los teoremas de un sistema axiomático. Por ejemplo, en las concepciones organicistas de la sociedad hacia fines del siglo XIX y principios del XX el conflicto social es categorizado, concebido y evaluado como “enfermedad”. Se concibe a las sociedades como armónicas y ordenadas salvo cuando reciben el ataque externo del agente patógeno. El ataque (conflicto) viene de afuera y no como resultado de injusticias propias del funcionamiento de la sociedad; en este contexto el agente atacante debe ser extirpado para preservar la armonía y la salud social.
Pero la revalorización de la función epistémica y cognoscitiva de las metáforas no es una cuestión de detalle, sino que interpela al menos cuatro campos de problemas diferentes: al concepto mismo de metáfora; a la tradición epistemológica estándar y a sus herejías posmodernas como los estudios sociales de la ciencia; a la historia de las ciencias y a las ciencias biológicas y cognitivas. Veamos.
Epistemología de las metáforas científicas
Las metáforas científicas, que llamaré “epistémicas” (ME), tienen algunos aspectos en común con el resto de las metáforas pero otras características que las diferencian claramente. En todas las metáforas[4] hay una operación semántica con las expresiones intervinientes: aparece algo nuevo en el orden de los significados porque la metáfora no sustituye a una expresión considerada literal, no es una mera paráfrasis de otra expresión, sino que introduce una novedad semántica.[5] Comprender una metáfora no sería descifrar un código o hacer una traducción, porque el acto metafórico crea la semejanza o analogía, más que dar cuenta de una semejanza o analogía preexistente. Una metáfora se produce cuando alguien hace converger y pone en intersección dos planos o universos de discurso ordinariamente separados, por ejemplo la mente y la computadora. Esta inédita convergencia produce un cambio en la percepción y organización de los hechos según una nueva lógica producto de la transferencia metafórica, pudiendo incluso, literalmente, inaugurar nuevos hechos. En segundo lugar, los elementos contextuales, la dimensión pragmática del lenguaje que va más allá del significado lingüístico determinado por las reglas de la gramática y de la semántica, y atiende al aspecto comunicacional, determinado por el contexto en que los hablantes usan la lengua según reglas que les permiten entenderse y regido según ciertos principios no demasiado rigurosos que regulan la interacción comunicativa racional, y es fundamental porque determina por qué una expresión lingüística puede ser interpretada literalmente en un contexto y metafóricamente en otro o por qué algunas metáforas (científicas o literarias) tienen éxito.[6] Este aspecto comunicacional, importante para que cualquier metáfora se instale como tal, resulta más significativo para analizar las ME, ya que hay que dar cuenta de por qué una época instala y reproduce unas metáforas y no otras.[7]
Pero, y aquí radica la gran diferencia con las metáforas literarias o de otro tipo, las ME tienen su propia historicidad, una suerte de biografía común: rápidamente mueren como metáforas y se literalizan o, más bien, deberíamos decir que se lexicalizan, es decir comienzan a formar parte del arsenal lingüístico y conceptual de una teoría. Mientras que las metáforas literarias y retóricas juegan su razón de ser en mantener la tensión metafórica viva y vigente, las ME, por el contrario funcionan olvidando su pasado. Aunque siempre se puede reconstruir la genealogía de una ME (una tarea para la historia de las ciencias), es decir un estudio diacrónico, su peso epistemológico surge de un análisis sincrónico. Esto tiene, al menos, dos consecuencias importantes que comportan otras tantas diferencias con las metáforas de otro tipo: la primera es que la lexicalización ubica a la ME en el mismo campo de cualquier otro lenguaje, enfrentando los problemas de la verdad, la referencia, el significado y otras cuestiones epistemológicas (irresueltas); la segunda cuestión es que este análisis resulta un sinsentido aplicado a las metáforas literarias, porque ellas nunca mueren[8] (perderían su sentido primordial y se transformarían, simplemente, en afirmaciones falsas o absurdas).
Finalmente, es necesario mencionar que una característica de las ME (también de los modelos científicos que considero tan solo unas metáforas más pretenciosas y sobre lo cual no me extenderé aquí) es que por un lado tienen una gran potencia explicativa, permiten una inmediata comprensión de un fenómeno, relación o área desconocida referenciándola en otras situaciones ya conocidas e incluso estructuran y configuran de nuevos modos el campo del saber. Pero, además de este núcleo duro, también poseen bordes difusos (si se me permite la metáfora) que desvían, complican o entorpecen una cabal comprensión, y que puede derivar en equívocos o errores de distinta índole al llevarlas más allá de sus posibilidades de aplicación sin una auditoría epistemológica previa.
Las metáforas científicas en la filosofía de las ciencias
Pero atribuirle una función epistémica y cognoscitiva a las metáforas implica también una revisión del tratamiento que se les ha dispensado hasta ahora. Los estudios literarios tradicionales parecían haber desarrollado cierto gozo por la limitación de las metáforas al uso estético, probablemente porque esa limitación comportaba no sólo una distinción conceptual sino que también recortaba un ámbito de incumbencias propio y excluyente. Por el lado de la epistemología estándar, la que comienza a instalarse y desarrollarse hacia fines del siglo XIX y sobre todo primeras décadas del XX,[9] pretendían haber hecho justicia: las metáforas simplemente no eran tomadas en cuenta (véase nuestro primer epígrafe). Hasta allí todos contentos: los epistemólogos expulsando las molestas expresiones figuradas o sesgadas y buscando la depuración extrema del lenguaje; el resto de los mortales -incluyendo los que defendían versiones irracionalistas de la ciencia- gozando de las sobras a las que, sin embargo y en muchos casos, pretendían considerar como las expresiones más elevadas de la humanidad. En las últimas décadas el panorama ha ido cambiando[10] pero en un sentido no del todo adecuado. Por un lado los estudios sobre la metáfora han desbordado el ámbito acotado de las reflexiones de retóricos y filósofos anteriores y se convirtieron en objeto de estudio de áreas de la psicología, la sociología, la antropología e incluso la inteligencia artificial. Pero, además, se ha ido configurando un clima propicio para que la reflexión sobre el problema de la relación entre conocimiento y metáforas se intensifique en el marco de los nuevos estudios sociales de la ciencia: la crisis de la hegemonía teórica de la tradicional filosofía de las ciencias, de raigambre positivista, fue revelando poco a poco la insuficiencia de considerar como su única tarea relevante la reconstrucción racional de las teorías y, al mismo tiempo, la necesidad de atender a la relevancia epistémica del proceso de desarrollo y progreso de la ciencia y, sobre todo al carácter dinámico y productivo del lenguaje. En los años 60 del siglo XX y a partir de la llamada nueva filosofía de las ciencias se produce, entonces, un giro en la reflexión sobre la ciencia que comienza a tener en cuenta al sujeto que la produce, reconociendo que en las prácticas de la comunidad científica, es decir en el proceso mismo (psico-socio-histórico) acontece la legitimación, validación y aceptación del conocimiento producido, lo cual lleva a debilitar las tesis fuertes de la epistemología estándar como los requisitos de objetividad, neutralidad, intersubjetividad, distinción observación/teoría, etc.-; a la clarificación de fuertes juegos de poder –político, ideológico, académico, etc.- y al carácter constructivista y pragmatista de las afirmaciones de la ciencia; y, además, al señalamiento de la habitual invasión de la ciencia por recursos retóricos, tales como las metáforas, que son tomadas erróneamente como dato inequívoco de que no hay nada demasiado especial en la ciencia.
Como quiera que sea, el resultado de los debates del siglo XX alrededor de la ciencia puede sintetizarse, algo brutalmente, en que ha habido un gigantesco esfuerzo de la epistemología estándar por desarrollar criterios para esclarecer las diferencias y especificidades de la ciencia, criterios cuyo fracaso parcial se explica, probablemente, por su misma rigidez y exacerbación, resultando así impotentes para explicar la relación de la ciencia con otras prácticas humanas. Como contraparte, las posiciones relativistas, irracionalistas, historicistas, retoricistas, o posmodernistas,[11] revelando elementos concluyentes acerca de tales insuficiencias, contribuyeron a disolver la especificidad y a mostrar en qué se parece la ciencia a otros tipos de prácticas culturales. Pero mientras aquellos fueron impotentes para dar cuenta de la relación que tienen las prácticas de los científicos con el resto de la cultura, éstos fueron impotentes para entender qué tiene de específico la ciencia con relación a esas otras prácticas. Y para todos ellos el uso de metáforas ha sido visto –sea como dato positivo, sea como dato negativo- como un demérito de la ciencia, seguramente por no poner el foco en una revalorización de las mismas desde una óptica diferente.
Metáforas en la historia de la ciencia
Ya la historia de la ciencia postkuhneana había dejado de ser tan solo un “depósito de anécdotas”,[12] una mera historia de héroes (los que usaron correctamente el método y la racionalidad científica) y villanos (los que obstaculizaron el camino de progreso, los equivocados y retardatarios), y avanzaba hacia una reconstrucción contextualizada de los debates científicos y de los conceptos y teorías del pasado, bajo el supuesto de que la legitimación del conocimiento científico no es sólo el resultado de un proceso algorítmico y/o metodológico. Sin embargo, aun así las categorías acuñadas por la epistemología (paradigmas/matriz disciplinar de Kuhn; programas de investigación de Lakatos, teorías científicas de Popper, patrones de investigación de Hanson, por poner los ejemplos más conspicuos) resultan un rígido lecho de Procusto cuando se va con ellas a la historia. Ellas no alcanzan para dar cuenta de los ricos y complejos procesos históricos y sólo funcionan cuando se las aplica a casos estratégicamente elegidos y recortados por los epistemólogos. Para superar esta dificultad fundacional e irreparable podría arriesgarse una hipótesis de trabajo según la cual buena parte de los episodios de la historia de las ciencias pueden considerarse como un tráfico de metáforas disponibles en una época sobre las cuales la comunidad científica toma decisiones epistémicas de aceptación/rechazo como respuesta a un conjunto limitado históricamente de preguntas y problemas científicos. Asimismo, problemas centrales de la agenda epistemológica, como por ejemplo la relación entre ciencia y contexto, la aparición de la novedad (no en términos psicológicos individuales, sino en términos sociológicos) adquieren otra dimensión y eficacia explicativa y, como correlato las nociones de objetividad y neutralidad pueden defenderse sin caer en cientificismos recalcitrantes ni aceptar mansamente una derrota vergonzante frente a los irracionalismos románticos.
El concepto de ME tiene la ventaja de que no refiere a una suerte de ‘módulo’ estándar y uniforme, identificable claramente en los distintos procesos de la historia de las ciencias, ni una categoría a priori y rígida en la cual encajar esos procesos, sino que adquiere variadas formas, niveles y alcances. Incluso los originales de esas metáforas científicas proceden de campos diversos.
En primer lugar, a lo largo de la historia encontramos lo que podríamos denominar “grandes metáforas”. Se trata de metáforas muy generales, verdaderos supuestos metafísicos que atraviesan las distintas disciplinas o áreas de conocimiento y de la cultura, como el arte, la literatura, la filosofía, etc., constituyendo el elemento primordial que posibilita la producción de conocimiento, que delimita el campo de lo posible y lo pensable en un momento. En la medida en que se trata de puntos de vista muy amplios y que marcan una época sean escasos y muy duraderos. Dos inequívocos ejemplos de este tipo de metáforas: el mecanicismo que signó las explicaciones desde el siglo XVII y durante doscientos años en el conjunto de los saberes; o el evolucionismo cuya versión biológica es la que nos ha quedado, pero que determinó la filosofía, la historia, la antropología, la sociología e incluso la comprensión metafísica del mundo, durante el siglo XIX y algunas décadas del XX.
En segundo lugar, las metáforas de interacción entre campos científicos, o sea la utilización de cuerpos teóricos completos, parciales o conceptos centrales, originales de un ámbito científico particular que se exportan a otros ámbitos diferentes. Se trata, probablemente, del tipo de ME más típicas porque funcionan horizontalmente y de las que existen más cantidad de ejemplos de intercambios fructíferos entre las distintas áreas de las ciencias. Analizar este tipo de metáforas puede conducir a comprender mejor y más acabadamente la dinámica de los saberes en la historia de las ciencias, sus interrelaciones y vínculos complejos. Solo algunos: los conceptos y fórmulas de la física newtoniana fueron extrapolados, con mayor o menor rigurosidad, meticulosidad y felicidad a la economía y la sociología; el átomo como un sistema solar en miniatura; las ciencias biológicas, sobre todo a partir de los inéditos desarrollos en el siglo XIX (teoría de la evolución, teoría celular y de las enfermedades infecciosas), proveyeron de metáforas a otras áreas del conocimiento como la economía, la sociología y la antropología o la antropología criminal; la teoría de la evolución se apoya en el concepto de lucha por la supervivencia tomado de la economía pero resulta el original de una metáfora que se traslada a la economía y, mucho más tardíamente a la epistemología; más cerca en el tiempo, el análisis de la mente humana como una computadora, o a la inversa de la computadora como una mente y, probablemente una de las metáforas vigentes más fuertes, la que toma conceptos de la teoría de la información (programa, código, decodificación) en la biología molecular.
En tercer lugar, las metáforas provenientes de la cultura. Se trata no ya de metáforas que se obtienen de la exportación/importación de teorías o conceptos provenientes de disciplinas consolidadas hacia otras, sino que simplemente son obtenidas del conocimiento común o del imaginario cultural. La lista podría ser casi interminable: el árbol de la vida de Linneo (y luego de Darwin), la mano invisible, el mercado en economía, etc.
Un cuarto tipo de metáforas son las utilizadas en la enseñanza y en la divulgación científica. En algunas ocasiones esas metáforas coinciden con las que generan los científicos, en otras son de uso estrictamente didáctico para enseñar a un público no iniciado; también pueden comportar equívocos ideológicos.[13] No hay mucho para decir aquí sobre ellas en general salvo dos cosas. En primer lugar señalar que, aunque diferentes en muchos respectos, el uso de esas metáforas contribuye a construir y a reforzar imágenes culturales sobre el mundo y la ciencia (por ejemplo la idea de progreso lineal, inacabado e incontenible de la ciencia, fantasías tecnocráticas, la neutralidad de la tecnología, etc.). En segundo lugar llamar la atención sobre ese tipo particular de metáforas que se usan en la formación de los científicos como parte de su entrenamiento profesional que, como bien señalara Thomas Kuhn, cumplen la doble función de formar exhaustivamente en el corpus teórico vigente y de reforzarlo y defenderlo más que ponerlo a prueba de manera neuróticamente continua.
Biología y metáforas
Sin embargo, y aunque está claro que hacemos metáforas todo el tiempo y que ellas se ubican en todo el espectro cognitivo y comunicacional, no sabemos si esa ubicuidad procede de que poseamos un mecanismo biológico fundamental que nos haga proclives a conocer a través de analogías y que sea resultado de la evolución de nuestra especie. Pero no son descabelladas preguntas como: ¿es posible considerar la generación de metáforas como uno de los mecanismos básicos de los modos humanos de obtener conocimiento sobre el mundo y aun de la producción misma del lenguaje? ¿Puede considerarse la generación de analogías o detección/construcción de semejanzas, de las cuales las metáforas epistémicas serían un subconjunto, como una regla epigenética? ¿Puede explicarse la creatividad en general y la creatividad científica en particular como un procedimiento principalmente de tipo analógico/metafórico? Quizá se trate del conjunto más inquietante de problemas y aunque no tenemos nada concluyente al respecto bien valdría la pena avanzar en esa línea o, en todo caso profundizar algunas programas de trabajo incipientes.
Como decíamos más arriba, y sobre todo a partir de los 80 del siglo pasado, los estudios sobre el lenguaje ‘figurado’, principalmente analogías y metáforas han dejado de ser prerrogativa de la retórica y comenzaron a interesar a otras disciplinas, desde la lingüística a las ciencias cognitivas y a la pedagogía, de la mano de la reivindicación de su papel en el pensamiento y en el aprendizaje y han generado también varios modelos teóricos y computacionales.[14] Se destacan también los trabajos de Lakoff y Johnson,[15] pioneros en muchos sentidos, y que provocaron una importante cadena de estudios sobre el papel de las metáforas en la constitución misma del lenguaje y el pensamiento. Lakoff y Johnson lejos de la consideración clásica de la metáfora como parte de una función extraordinaria o periférica del lenguaje, la conciben como un mecanismo rector de “nuestro funcionamiento cotidiano, hasta los detalles más mundanos”. La tesis más fuerte de Lakoff y Johnson es que la metáfora no es tan solo una propiedad de ciertos enunciados, sino que se trata de un mecanismo cognitivo subyacente de nuestra especie. La mayor parte de nuestro sistema conceptual sería, para ellos, de naturaleza metafórica. Indudablemente esto va mucho más allá de la esfera de la lingüística y ubica a la metáfora no solo como determinantes de nuestra visión del mundo, sino como condición de posibilidad del conocimiento. Los humanos, para Lakoff y Johnson categorizan el mundo a través de metáforas y aunque las palabras que se utilizan reflejan distinciones conceptuales hechas por una cultura particular, nuestro mundo conceptual no está limitado a las categorías provistas por nuestra cultura, pues nuestras habilidades cognitivas nos permiten extender los significados “literales” de las categorías y usarlos en nuevos sentidos transferidos.
Prospectiva
Como ya se ha dicho al principio, de ninguna manera se trata de literaturalizar la ciencia como si ello fuera un demérito que le niega sus pretensiones de objetividad y su capacidad de describir y controlar el mundo. En todo caso hay que repensar el estatus y las funciones de las metáforas epistémicas pues ellas no son ni casuales, ni inocentes, ni banales, y claramente ocupan un lugar central en el discurso científico. Si lo señalado en las páginas precedentes resulta plausible, al menos parcialmente, habrá que repensar mucho de lo que se ha dicho hasta aquí sobre ciencia y metáforas. Buena parte del trabajo ya ha sido iniciado por muchos autores, otra parte está por hacerse. Como he señalado en otro lado, exagerando un poco (y perdón por la autorreferencia): “Quizá, incluso, haya que invertir los términos de la discusión: reconocer que la literatura también ha generado buenas metáforas a lo largo de los siglos, pero que, en algún sentido, se las ha apropiado y monopolizado ilegítimamente. Después de todo, las metáforas de la ciencia no son menos bellas, y probablemente, incluso, sean más ricas y potentes”.[16]
Bibliografía
- Aristóteles, (1990), Poética, Monte Ávila, Caracas.
- Aristóteles, (2000), Retórica, Alianza, Madrid.
- Ayer, Alfred (comp.) (1959), Logical Positivism, The Free Press, Glencoe. En castellano: El positivismo lógico, FCE, México (1965).
- Bal, Mieke (2002), Travelling concepts in the Humanities, University of Toronto Press, Toronto.
- Black, Max (1962), Models and metaphors, Cornell University Press, Ithaca. En castellano: Modelos y metáforas, Tecnos, Madrid, 1966.
- Bloor, David (1971), Knowledge and Social Imaginary, David Bloor. En castellano: Conocimiento e imaginario social, Gedisa, Barcelona, 1998.
- Carnap, Rudolf (1928), Der logische Aufbau der Welt, Weltkreis, Berlín.
- Coorebyter, Vincent de. (ed) (1994), Rhetoriques de la Science, PUF, París.
- Davidson, Donald (1984), Inquiries into Truth and Interpretation, Clarendon, Oxford. En castellano: De la verdad y de la interpretación, Gedisa, Barcelona, 1995.
- Davis, Steven, (1991), Pragmatics, Oxford University Press, New York.
- Feyerabend, Paul (1970), Against Method: Outline of an Anarchistic Theory of Knowledge, Minnesota Studies in the Philosophy of Science, vol. En castellano: Contra el método, Planeta Agostini, Barcelona, 1993.
- Gentner, Dedre (1983), “Structure-mapping: A theoretical framework for analogy”, Cognitive Science, 7, 155-170
- Gentner, Dedre (1989), “The mechanisms of analogical learning”. En S. Vosniadu, & A. Ortony (Eds.) Similarity and analogical reasoning, Cambridge University Press, New York.
- Goodman, Nelson (1968), The Languages of Art, Indianapolis, Bobbs-Merrill. En castellano: Los lenguajes del arte, Seix Barral, Barcelona, 1976.
- Gross, Alan G., (1990), The Rhetoric of Science, Harvard University Press, Cambridge.
- Hanson, Norwood R., (1958), Patterns of Discovery, Cambridge University Press, Cambridge.
- Kolakowski, Leszek (1966), Die Philosophie des Positivismus, Warszawa, PanstwoweWydawnictwo Naukowe. En castellano: La filosofía positivista, Cátedra, Madrid, 1988.
- Kuhn, Thomas (1962), The Structure of Scientific Revolutions, Chicago, University of Chicago Press. En castellano: La estructura de las revoluciones científicas, FCE, México, 1992.
- Kuhn, Thomas (1979), “Mepahor in Science”, en Ortony, 1979.
- Lakatos, Imre y Musgrave, Alan (edit.) (1970), Criticism and the Growth of Knowledge, Cambridge, Cambridge University Press. En castellano: La crítica y el desarrollo del conocimiento, Grijalbo, Barcelona, 1975.
- Lakoff, George. y Johnson, Mark (1980), Metaphors we Live by, Chicago, University of Chicago Press. En castellano: Metáforas de la vida cotidiana, Cátedra, Madrid, 1998.
- Lakoff, George y Johnson, Mark, (1999) Philosophy in the Flesh. The embodied mind and its challenge to western thought, Basic Books, New York.
- Latour, Bruno (1987), Science in Action, Harvard University Press, Cambridge. En castellano: Ciencia en acción, Labor, Barcelona, 1992.
- Locke, David (1992), Science as Writing, Yale University. En castellano: La ciencia como escritura, Fronesis, Madrid, 1997.
- Martinich, Aloysius, (1991), “A theory for metaphor”, en Davis, 1991.
- Nagel, Ernst (1961), The Structure of Science, Harcourt, New York.
- Ortony, Andrew (1979), Metaphor and Thought, Cambridge University Press, Cambridge.
- Palma, Héctor (2012), Infidelidad genética y hormigas corruptas. Una crítica al periodismo científico, Editorial Teseo, Buenos Aires, (también en línea: https://www.academia.edu/8529752/Infidelidad_gen%C3%A9tica_y_hormigas_corruptas._Una_cr%C3%ADtica_al_periodismo_cient%C3%ADfico )
- Palma, Héctor (2016), Ciencia y metáforas. Crítica de una razón incestuosa, Editorial Prometeo, Buenos Aires.
- Pera, M., (1994), The Discourses of Science, University of Chicago Press, Chicago.
- Popper, Karl (1935-1958), The Logic of Scientific Discovery, Hutchinson (revisada de 1958 del original alemán de 1935), Londres,. En castellano: La lógica de la investigación científica, Tecnos, Madrid, 1999.
- Popper, Karl (1963), Conjectures and Refutations, Routledge and Kegan Paul, Londres. En castellano: Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico, Paidós, Buenos Aires, 1989.
- Popper, Karl (1970), Objective Knowledge, Clarendon, Oxford. En castellano: Conocimiento objetivo. Un enfoque evolucionista, Tecnos, Madrid, 1988.
- Ricoeur, Paul (1975), La métaphore vive, Editions du Seuil, París. En castellano: La metáfora viva. Cristiandad, Madrid, 1980.
- Richards, I.A., (1936), The Philosophy of Rethoric, Oxford University Press, Oxford.
- Searle, John (1991), “Metaphor”, en Davis, 1991.
- Thagard, Paul (1986), Mind: Introduction to Cognitive Science, MIT Press, Cambridge.
- Toulmin, Stephen (1961), Foresight and understanding, Harper Torchbooks, New York.
- Toulmin, Stephen (1970), Human Understanding, Princeton University Press, Princeton. En castellano: La comprensión humana, Alianza, Madrid, 1977.
- Turbayne, Collin, (1962), The Myth of Metaphor. En castellano: El mito de la metáfora, FCE, México, 1974.
- Woolgar, Steve (1988), Science: the Very Idea, Tavistock, Londres. En castellano: Ciencia: abriendo la caja negra, Anthropos, Barcelona, 1993.
Notas
[1] He desarrollado con detalle este tema en: Héctor Palma, Ciencia y metáforas. Crítica de una razón incestuosa
[2] Al modo de Nietzsche por ejemplo o algunos irracionalismos posmodernos o las retóricas de la ciencia
[3] Ni siquiera tomo en consideración algunas metáforas (como por ejemplo la “Eva mitocondrial”, “la máquina de Dios” o incluso “agujeros negros”) de gran impacto mediático o didáctico pero sin valor epistémico o cognoscitivo.
[4] Autores que mantienen un enfoque semántico acerca de la metáfora, entre otros:
Aristóteles, Poética –1457b
Aristóteles, Retórica -1404b y sig.
Black, Models and metaphors
Paul Ricoeur, La metáfora viva
Ivor A. Richards, The Philosophy of Rethoric
Nelson Goodman, The Languages of Art
[5] Véase Black, op. cit.
[6] Autores que ponen el acento en los aspectos pragmáticos en la configuración de las metáforas, entre otros:
Donald Davidson, Inquiries into Truth and Interpretation
Aloysius Martinich, “A theory for metaphor”
Steven Davis, Pragmatics
John Searle, “Metaphor”.
[7] Véase el polémico pero lúcido trabajo de Collin Turbayne, The Myth of Metaphor
[8] Collin Turbayne (op. cit.), explica este proceso como el pasaje de una metáfora viva a una muerta. Véase también George Lakoff y Mark Jonson, Metaphors we Live by.
[9] Véase, entre otros:
Rudolf Carnap, Der logische Aufbau der Welt
Leszek Kolakowski, Die Philosophie des Positivismus
Ernst Nagel, The Structure of Science
Alfred Ayer, Logical Positivism
Karl Popper, The Logic of Scientific Discovery
Karl Popper, Conjectures and Refutations
Karl Popper, Objective Knowledge
[10] Los cambios se inician con los llamados “nuevos filósofos de la ciencia” a partir de los años 60. Véase, entre otros:
Paul Feyerabend, Against Method: Outline of an Anarchistic Theory of Knowledge
Norwood Hanson, Patterns of Discovery
Thomas Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions
Imre Lakatos y Alan Musgrave, Criticism and the Growth of Knowledge
Stephen Toulmin, Foresight and understanding
Stephen Toulmin, Human Understanding
[11] Sobre las sociologías del conocimiento científico, las retóricas de la ciencia y los estudios etnometodológicos de la ciencia, véase entre otros:
Mieke Bal, Travelling concepts in the Humanities
David Bloor, Knowledge and Social Imaginary
Vincent de Coorebyter, Rhetoriques de la Science
Alan G. Gross, The Rhetoric of Science
Bruno Latour, Science in Action
David Locke, Science as Writing
Marcello Pera, The Discourses of Science
Steve Woolgar, Science: the Very Idea
[12] Thomas Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas
[13] Véase: Héctor Palma, Infidelidad genética y hormigas corruptas
[14] Entre otros, véase:
Dedre Gentner, “Structure-mapping: A theoretical framework for analogy”
Dedre Gentner, “The mechanisms of analogical learning”
Paul Thagard, Mind: Introduction to Cognitive Science
[15] Véase: George Lakoff y Mark Johnson, op. cit. y George Lakoff y Mark Johnson, Philosophy in the Flesh. The embodied mind and its challenge to western thought
[16] Héctor Palma, Ciencia y metáforas. Crítica de una razón incestuosa, p. 257
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.