Conocimiento lúdico, locura divina

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Conocimiento lúdico, locura divina

Resumen
Para la filosofía, los intoxicantes, las llamadas drogas, no son algo serio; afortunadamente. Sin embargo, si pensamos en el caso griego, aquel supuestamente tan paradigmático, lo que la filosofía contemporánea podría aprender de los intoxicantes, y con ellos puede ser no solo sorpresivo sino extraordinario. Griegos miembros de una matriz cultural más amplia, que se extiende a lo largo del mediterráneo hasta el oriente medio y más allá, la cual comparte una representación, expresada de múltiples modos, que vincula a los intoxicantes con la divinidad. Sin embargo, hay que aclarar que la religiosidad mediterránea, donde el empleo de intoxicantes era una realidad omnipresente, se hallaba más cerca de lo lúdico que de lo que nosotros llamaríamos religioso; más cercano a lo que nosotros llamaríamos arte. Los griegos conciben esa esfera como locura, a la cual se transita en el éxtasis y la manía: el insondable ser de la divinidad y su incomprensible sabiduría, raíz del limitado y oscuro conocimiento de los seres humanos.

La psicología transpersonal, el ocultismo y el arte contemporáneo, libres de la mojigatería de la academia, en sus exploraciones entusiastas han vuelto ha recorrer caminos conocidos y andados por la filosofía antigua, la cual sabía mucho de las drogas. La investigación sobre los estados no-ordinarios de conciencia, en su cruce con el estudio comparado de las religiones y la historia de la filosofía antigua, parece apuntar a una importante oportunidad para pensar creativamente en la importancia capital que los intoxicantes han tenido y tienen aún para el desarrollo y mantenimiento de la cultura.

 

Palabras clave: intoxicantes, uso lúdico, arte, locura, psicología transpersonal, ocultismo, filosofía antigua, estados no-ordinarios de conciencia, religiosidad mediterránea

 

In philosophy, intoxicating substances, so-called drugs, aren’t anything serious; luckily. Nevertheless, if we thing in the Greek case, that one supposedly paradigmatic, contemporary philosophy could learn about these substances, and with them, it may be not only surprising but extraordinaire. Greeks, members of a wider cultural matrix, that extends from the Mediterranean to Middle East and beyond, share a representation, expressed in many ways, that connects intoxicating substances with the divinity. But we need to make clear that Mediterranean religiosity, where the use of substances is an omnipresent reality, was closer to a ludic use than what we would call religion; closer to what we would call art. Greeks conceive this sphere as insanity, which transits through ecstasy and fixation; the unfathomable being of divinity and its incomprehensible wisdom, root of the limited and obscure knowledge of we humans.

Transpersonal psychology, occultism, and contemporary art, free of prudish academics, in its enthusiast explorations have walked paths already known and traversed by antique philosophy, which knew lots about drugs. Research about non-ordinary states of consciousness, crossing with compared religion studies and ancient philosophy history, seems to point an important opportunity of thinking creatively in the capital part intoxicating substances had, and still has, for culture development and maintenance.

Key words: Intoxicants, playful use, art, madness, transpersonal psychology, occultism, ancient philosophy, non-ordinary states of consciousness, Mediterranean religiosity

 

“The animal kingdom does not know God; it has no conception of the religious idea. The animal kingdom cannot imagine horizons beyond the horizon it has actually seen, a past earlier than it has experienced, a future beyond the immediate future, planes of existence other than this one in which we find ourselves. Their most have come a time when man, emerging from his bestial past, first grasped these possibilities, vaguely. Hesitantly; when he first knew the awe that goes with the idea of god. Perhaps these ideas came to him unaided, by the light of his dawning intelligence. I suggest to you that, as our most primitive ancestors foraged for their food, they must have come upon our psychotropic mushrooms, or perhaps other plants possessing the same property, and eaten them, and known the miracle of awe in the presence of God.” (Wasson, 1959).

 

Mi intención es compartir cuatro breves observaciones informales acerca de la correspondencia entre el conocimiento y los intoxicantes. El motivo de este escrito es presentar, cuestionar, en primer lugar, 1) la distinción entre lo lúdico y lo religioso. Surgió esta duda: realmente, y en qué medida, podemos distinguir por completo el aspecto lúdico y el aspecto religioso asociado con el empleo de “intoxicantes” (término que prefiero emplear en vez de drogas). Sobre todo si pensamos en ese caso paradigmático para la llamada cultura occidental, el caso griego, el cual, en realidad pertenece a un caso mayor –podemos hablar de la religiosidad mediterránea en la antigüedad–, donde el empleo de intoxicantes era una realidad omnipresente. Me parece que se hallaba más cerca de lo lúdico, que de lo que nosotros llamaríamos propiamente religioso; más cercano a lo que nosotros llamaríamos arte: lo lúdico como forma originaria de la experiencia de la divinidad: tanto el gozo y la despreocupación de los dioses, así como la sacralidad del gozo de los seres humanos, quienes participan en una especie de gran juego cósmico, en una asombrosa representación en el teatro divino, si pensamos en algunas de las metáforas fundamentales del pensamiento griego.

LA DANZA DE LAS MÉNADES

 

Los griegos conciben esa esfera de participación de lo divino como locura –locura divina, diferente de la locura humana–, a la cual se transita en el éxtasis y en la manía: el insondable ser de la divinidad y su incomprensible sabiduría -raíz del tan limitado y oscuro conocimiento de los seres humanos. Así, se utiliza esta metáfora, la locura, para referirse a aquel ámbito que está más allá de la comprensión de los seres humanos, un ámbito concebido como “meta-racional”; podríamos decir que como más allá del conocimiento, pero en un sentido superior, no inferior ni irracional. Nos dice Platón: “pero los bienes más grandes nos llegan por medio de la locura”; esto es en el Fedro (244a) en donde también se habla de la ambrosía: ese alimento filosófico, esa especie de néctar cognitivo, alimento de los dioses; término a su vez asociado con los intoxicantes y el éxtasis.

CORPUS HERMETICUM. EL PYMANDER, CRACOVIA, 1584

En la antigüedad se utilizaba el término de phármakon athanasías, filtro de la inmortalidad, que aparece en la tradición griega, en el Corpus hermeticum, e incluso entre las primeras comunidades cristianas, como entre los llamados gnósticos. Estas son referencias directas a lo que de manera documentada se sabe que de hecho era el empleo de diversos tipos de intoxicantes, psicotrópicos, en las actividades rituales de todos estos grupos. El interés por los estados no ordinarios de conciencia -vamos a llamarlos así-, por parte de la filosofía antigua, pertenece a una crítica a los límites del razonamiento discursivo y del lenguaje. Por ello, se habla de la manía, un término emparentado con la idea de mente, incluso en el español: un estado de intensificación mental; el frenesí, en donde el phren, el pensamiento, la experiencia, es intensificada; el entusiasmo o entheos: de ahí que hablemos al día de hoy de enteógenos, donde la alusión es a esa incorporación de la divinidad; como ocurre también con el concepto de éxtasis. Todos estos términos han sido asociados a estados no-ordinarios de conciencia, a su vez, concebidos como fuentes de sabiduría.

De acuerdo con estas concepciones, podemos decir que la inspiración, el pensamiento creativo, surge directamente del alma, del inconsciente, del cuerpo; del alma como inteligencia del cuerpo, no del ejercicio discursivo consciente. Podemos también pensar en el empleo de los intoxicantes por parte de los filósofos, al respecto de la conceptualización expresada por la distinción hecha por platónicos como Sinesio, entre instrucción natural e instrucción por convención: instrucción y conocimiento natural es el que se puede derivar, por ejemplo, de los sueños; como es el caso mismo de la inspiración. El conocimiento por convención siendo el derivado de una clase o de los libros, por ejemplo.

EDWARD ALEXANDER CROWLEY   (Aleister Crowley)

2) La segunda observación es acerca de la investigación de los estados no-ordinarios de conciencia. Más allá de que el hongo intoxicante sea el original árbol del paraíso, de cuya experiencia, va a sugerir Wasson, se deriva la concepción acerca de lo divino. Wasson siendo uno de los primeros investigadores modernos que se interesa por el empleo de los psicotrópicos en las tradiciones y religiones antiguas (particularmente el caso griego de Eleusis). También más allá de que este fruto de la inmortalidad, como conjetura MacKenna, haya catalizado el surgimiento propiamente de la conciencia humana; es decir, los primeros homínidos encontraron hongos los cuales detonaron el desdoblamiento de la conciencia reflexiva. Más allá de ello, me voy a limitar a la idea de la investigación de los estados no-ordinarios de conciencia, sobre todo como se realiza al día de hoy en la llamada psicología transpersonal, la cual, por otra parte, tiene sus antecedentes en gente como Aleister Crowley, por ejemplo. Uno de los primeros occidentales que viaja a oriente y quien practica diversas técnicas de transformación de la conciencia, realizando numerosos rituales, ejercicios de respiración y de meditación, asimismo una experimentación amplísima con los más variados intoxicantes en diferentes países del mundo. Desde finales del siglo diecinueve, Crowley es uno de los primeros autores que señalan un vínculo práctico entre la experiencia mística y el empleo de intoxicantes. Cabe señalar que Aleister Crowley, mago y profeta, poeta, alpinista y viajero, es como el abuelito de los beatniks y de los hippies; héroe e inspiración de la llamada contracultura.

STANISLAV GROF

Ahora, la psicología transpersonal se ha originado alrededor de un psicoanalista vienés, Stanislav Grof, quien fue de los primeros médicos psicoanalistas, de carrera, en recibir muestras de LSD cuando recién se había sintetizado por Hoffman, a partir de sus investigaciones sobre el empleo de psicotrópicos en México. Porque tanto Robert Graves, quien también se interesará en el vínculo entre los misterios griegos y los intoxicantes, como Wasson y Hoffman, todas sus investigaciones parten de sus experiencias directas en México. Crowley también –por cierto–, cultiva sus experiencias en el México mágico. Groff, pues, empieza a utilizar el LSD consigo mismo y con sus pacientes, a hacer investigaciones en condiciones de laboratorio, y se da cuenta que el modelo de la psique con el que trabajaba, de acuerdo con el psicoanálisis, se queda tremendamente corto frente al modelo de la psique que suponen las experiencias que él y sus pacientes tienen. Él habla de estados holotrópicos de conciencia, los cuales concibe como estados de conocimiento, así como estados sanadores naturales. Sin embargo, poco después, el gobierno de los Estados Unidos prohíbe el empleo y la investigación acerca del LSD, por lo cual Grof tiene que recurrir a desarrollar técnicas de hiperventilación para poder conseguir esos estados no-ordinarios de conciencia, que son la meta de su práctica psicológica y terapéutica. Aquí, lo que cabe anotar, es lo siguiente: para la investigación de los estados no ordinarios de conciencia se requiere una experiencia directa necesaria por parte del investigador, para pretender saber. De ahí la analogía planteada con la investigación respecto al empleo de los intoxicantes.

3) Sucede algo similar en el estudio contemporáneo sobre la mística, el tercer punto que deseo tocar, en relación al llamado giro participatorio. Se trata de una alternativa a la oposición entre el insider y el outsider en términos de investigación, la cual pretende una objetividad externa; un modelo más complejo en donde el investigador es simultáneamente tanto un insider como un outsider: puede estar adentro, tiene un conocimiento de la experiencia, lo cual es necesario y deseable –en términos de que realmente sepa de qué está hablando– pero al mismo tiempo puede realizar una evaluación simultánea o posteriormente, desde una postura más objetiva; pero hay una relación más dinámica, dialéctica, entre este adentro y afuera, y esa es, digamos, la analogía principal que quiero plantear entre el estudio de los intoxicantes, el estudio sobre estados no-ordinarios de conciencia, y el estudio de la mística. Hoy en día se plantean este tipo de modelos en donde el investigador pueda tener una experiencia directa, de este modo participando en algo que, por otro lado, si no es así, pretende nada más textualmente investigar y comprender, aun cuando los textos mismos son muy claros en que la experiencia a la que refieren no es comprensible por medio de los textos, sino que se requiere de la experiencia directa. Pues de otro modo tenemos un resultado paradójico si no es que absurdo: en las universidades surgen especialistas en gnosticismo o budismo, por ejemplo, ¿Qué quiere decir eso? Especialistas en textos acerca del gnosticismo/budismo, los cuales dicen que solo se puede comprender el gnosticismo/budismo practicando el gnosticismo/budismo y no solamente leyendo textos sobre ello. Entonces, ¿en qué es especialista el especialista en gnosticismo/budismo? Desde luego que no en gnosticismo/budismo, sino en textos acerca de ello, y lo mismo sucedería –ojo, estoy simplificando y generalizando muchísimo, desde luego–, sería algo análogo o similar, en el estudio sobre las tradiciones místicas, así como con los estudios sobre los estados no ordinarios de conciencia, incluyendo el empleo de intoxicantes. Analogía, además, en donde parece que se traslapan e identifican dialécticamente ambas experiencias. Tras estos cruces multidisciplinarios críticos, se reconoce, entonces, la participación del investigador, su responsabilidad participatoria siendo la que está en juego, éticamente hablando. Grof, por ejemplo, tuvo que voltear hacia la historia de las religiones, hacia la investigación sobre la mística, para poder construir un modelo inclusivo y más amplio, basado en parte en los modelos de la psicología analítica de Carl Jung.

KARL GUSTAV JUNG

A partir de aquí, me dirijo brevemente a la cuarta observación, para concluir: 4) podemos nuevamente mirar hacia la filosofía antigua, en donde los métodos formales de conocimiento y los estados no-ordinarios de conciencia son comprendidos como complementarios, no como alternativos; es decir, no se trata de una mística facilona, sino de una educación de la psique, de la imaginación y la emocionalidad, junto con un cuerpo sano -van a insistir los filósofos. Generar el estado de actitud y de preparación necesaria para recibir la inspiración, estado y preparación tanto técnica como ética. ¿Quién sería el usuario ideal de los intoxicantes? El usuario ideal sería en este caso es el filósofo; es decir, un empleo con conocimiento: Sócrates en el banquete, por ejemplo.

Estamos hablando de filosofía antigua, es decir, un ejercicio de la filosofía muy diferente en cierto sentido al ejercicio contemporáneo, profesional y técnico, de la filosofía. Se trata de la formación del ser humano, de un proyecto educativo que pretende el desarrollo de todas las facultades del ser humano, de acuerdo con un paradigma de comprensión integral de la relación entre este y su medio ambiente. Así, para hablar de un uso filosófico de los intoxicantes, tendría que haber una práctica ética, la cual supone, principalmente, auto-conocimiento y experiencia de vida; madurez y estabilidad emocional. Como decía Crowley: “samadi es soma, soma no es samadi”. Samadi es esta referencia a la iluminación o estos estados de conocimiento superior presentes en las tradiciones de la India y soma es el nombre que se emplea justamente para los intoxicantes; es decir, no es que simplemente por tomar soma se llega a samadi –está diciendo Crowley–; tiene que haber una preparación que en algún momento puede ir acompañada del empleo de intoxicantes. Entonces, es necesaria una educación, una preparación mental, madurez y estabilidad emocional que pueda, precisamente, dar el soporte para esa experiencia extraordinaria de conocimiento. Estamos hablando de una idea y práctica de filosofía que valora y reconoce los estados no-ordinarios de conciencia como estados de conocimiento superiores al conocimiento derivado de las demostraciones formales. Prácticamente hasta el período del renacimiento hay una tradición muy consistente, de muchos siglos, en donde son parte del ejercicio de desarrollo del filósofo, entendido como la vocación de ser humano, no el desarrollo de un profesional en un sentido técnico cuya actividad se reduce a una actividad discursiva.

Filosofía con intoxicantes, sí; intoxicantes sin filosofía, no; para ponerlo en una formula básica, muy sencilla, pero de acuerdo a esta concepción mucho más amplia y compleja de filosofía. La psicología transpersonal, el ocultismo y el arte contemporáneo, libres de la mojigatería de la academia, en sus exploraciones entusiastas han vuelto a recorrer caminos conocidos y andados por la filosofía antigua, la cual sabía mucho de las drogas, sin cargar, además, con tantos de los prejuicios con los que al día de hoy aún cargamos como cultura a este respecto. La investigación sobre los estados no-ordinarios de conciencia, en su cruce con el estudio comparado de las religiones y la historia de la filosofía antigua, parece apuntar a una oportunidad significativa para pensar creativamente en la importancia capital que los intoxicantes han tenido y tienen aún para el desarrollo y mantenimiento de la cultura. Para los griegos, de alguna manera, esa esfera de locura es el origen de la cultura humana, y si pensamos en el empleo contemporáneo de los intoxicantes, en ese sentido tan amplio, habría que preguntarse si no sigue siendo el caso de la cultura, las artes y la política. Pues, por ejemplo, el empleo de intoxicantes por parte de políticos, es una realidad, hay un empleo muy sofisticado. Sin embargo, los altos políticos no tienen que ir a la calle a conseguirse un papel, tienen un médico que les puede preparar pastillas con concentrados de cocaína de hospital, perfectamente diseñadas, personalizadas. ¿Y quién regula eso? Pues nadie.

A final de cuentas, podemos decir que la fundación misma de la modernidad se basa en la intoxicación, una borrachera de racionalidad, si pensamos en ese mito fundacional, de la bacanal que se da en Notre Dame, cuando los revolucionarios franceses, después de haber tomado la Bastilla, hacen este festejo delirante, donde todo mundo se pone completamente borracho, y hay actividades sexo colectivas dentro de la misma catedral. Una prostituta, ebria hasta las manitas, es entronizada como la diosa razón, algo muy ilustrativo de esa borrachera que fue la ilustración (esa intoxicación de confianza en el método científico, el entusiasmo del que habla Kant…) y la cruda correspondiente, lo que llamamos la posmodernidad. Todos sabemos que el mejor método de liberarse de la cruda, pues es volver a intoxicarse… rogar a los dioses entusiasmo e inspiración.

 

Bibliografía

  1. Merkur, Dan, The Ecstatic Imagination: Psychedelic experiences and the psychoanalysis of selfactualization, State University of New York Press, USA, 1998.
  2. Platón. Diálogos, T.III, Introducciones. traducciones y notas por C. García Gual, M. Martínez Hernández, E. Lledó Íñigo, Ed., Gredos, Madrid, 1992.
  3. Grof, Stanislav. La mente holotrópica. Los niveles de la conciencia humana, Ed., Kairós, Barcelona, 1994.
  4. ———– The adventure of self-discovery. Dimensions in consciousness and new perspectives in psycotherapy and inner exploration, State University of New York Press, Albany, 1988.

 

 

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