Las ideas de verdad y felicidad en la época helenística, Universidad Autónoma del Estado de México, 2017. Juvenal Vargas (Ed.)
El periodo helenístico, históricamente hablando, se caracteriza por la decadencia de la polis griega, lo que consecuentemente trajo cambios de orden político y social, el más notorio fue la descentralización de la cultura, por lo que no es extraño encontrar un quiebre con la forma de hacer filosofía respecto de la Grecia clásica, en donde se pueden distinguir diferentes escuelas como la Academia de Platón o el Liceo de Aristóteles. Derivado de los cambios que aquejaban a las sociedades de aquella época, aparece en los hombres una preocupación latente por el sentido de su propia existencia como individuos, frente al sueño roto de comunal —lo político. La figura del filósofo ya no se limita a ser la figura de un hombre que forma parte de una comunidad académica, sino que se considera ahora como un agente activo en la determinación de su existencia.
El libro al que me referiré en las siguientes líneas tiene como título Las ideas de verdad y felicidad en la época helenística, un título sugerente que recopila una serie de reflexiones en torno a dos términos a los que se ha dedicado gran cantidad de páginas a lo largo de la historia de la filosofía. Un par de conceptos que desde el helenismo adquieren una diversidad de matices a través de las escuelas post-aristotélicas: los cínico-estoicos, epicúreos, escépticos y cirenaicos.
En el primer capítulo, Juvenal Vargas con el título contundente de su texto “La filosofía estoica o la tremenda dificultad de vivir como se piensa” ofrece una reflexión en torno a la posibilidad de la filosofía como medicina ante la enfermedad de los tiempos de crisis. Partiendo de un análisis del contexto histórico en que aparece la filosofía helenista, el autor señala una diferencia radical entre el modo de practicar la filosofía en la Grecia clásica y el propio del helenismo. Para los griegos, el ejercicio de la filosofía estaba marcado por una disposición al ocio, es decir, el tiempo libre era dedicado para la reflexión y propio auto-perfeccionamiento. Con la práctica filosófica de grandes pensadores como Platón y Aristóteles, la filosofía muestra su condición ética y deja en claro su dimensión práctica, misma que será retomada enfáticamente por el helenismo.
La tesis que sostiene Vargas Muñoz es la posibilidad de repensar el helenismo como una filosofía para los tiempos de crisis, tal como lo fue para lo que conocemos como filosofía helenística, pensamiento marcado por la exigencia de congruencia entre el modo de pensar y el modo de estar en el mundo:
[…] crisis significa cambio y crítico revisor, a su vez todo cambio pareciera […] esta crisis, este cambio acontecido desde finales del siglo IV a.C. es lo que hoy pretendemos como relectura, en particular la corriente estoica y su propuesta filosófica ante ese vértigo desatado al término de la pentecontesia, y la adaptación de la vida humana, vida social, a las nuevas circunstancias. Momento en el que tal vez el mayor reclamo de los estoicos a los habitantes de Atenas sea la congruencia entre la vida y el pensar. El estoicismo encarna un pensamiento desencantado y por momentos cansino de las grandes explicaciones teóricas, que busca comprender y distinguir “lo necesario” de todo aquello considerado por ellos “vano”.[1]
Con la tarea planteada, y mediante un recorrido por el pensamiento de filósofos como Sócrates y Platón, el autor contrasta el pensamiento griego con la filosofía helenística de autores como Epicuro y Diogenes de Sinope para poder sacar a la luz la concepción que se tenía de la vida y de la muerte, del place y el dolor; todo esto para abrir camino a la filosofía helenística como una farmacopea para la sociedad actual.
En el segundo capítulo Fidel Argenis propone una revisión del concepto de verdad desde dos escuelas filosóficas, a saber, la escuela cirenaica y el cinismo. Es interesante la manera en que el autor rescata la figura de Aristipo, ya que, como él mismo menciona, la escuela cirenaica muchas veces es reconocida únicamente como la agrupación de nombres, obras y fragmentos dispares entre sí, ha generado un prejuicio al momento de acercarse al estudio de estos pensadores, lo que ha sido la causa de su olvido a través de la historia de la filosofía. Para realizar este acercamiento al pensamiento cirenaico, se menciona que el cirenaísmo se opone al platonismo, por lo que en sus postulados ataca de manera recurrente a la teoría de las ideas. Para Aristipo lo que el hombre puede captar son sus pasiones, conocemos lo que nos afecta, nunca el objeto o la cosa en sí. Bajo la premisa de Conócete a ti mismo, la verdad cirenaica parece encontrarse en cada ser humano, que, al ser capaz de reconocer sus pasiones es, a la par, capaz de proveerse de aquello que le genera placer; de lo anterior deducimos que el cirenaísmo apuesta por una filosofía del buen vivir:
En general, la postura singularista de Aristipo y el cirenaismo es una constante tábano que nos recuerda que la verdad es un instante presente, donde se agudiza la sensibilidad y se percibe corporalmente una realidad materias, capaz de metamorfosear la existencia del hombre para esculpir una vida de goce, del puro y simple placer de existir, donde aparece también una constante degustación del presente momento. Es decir, la verdad es reducida a lo corpóreo y, claramente, lo corpóreo debe ser cuidado y cultivado para que, al tiempo que concibe la verdad sensible y sensitiva, sea capaz de experimentar la felicidad.[2]
Por otro lado, tenemos las reflexiones en torno al mismo concepto de verdad pero ahora desde la postura del cinismo. El cinismo, una filosofía siempre polémica de la cual se conocen múltiples anécdotas, y cuyo representante más icónico, Diógenes de Sinope es conocido también como un Sócrates furioso, nos permite acercarnos a una filosofía de la corporeidad. Del cinismo es importante destacar un rasgo: La autarquía, entendida como autonomía, libertad y abastecimiento de sí mismo; desde estos principios el cinismo se manifiesta como un constante esfuerzo en retornar a la naturaleza por medio de un goce materialista, afirmando al hombre como un ser corpóreo y no ideal —encontrando aquí de nuevo la crítica al platonismo— nos dice el autor del texto: “[…] es así que la verdad cínica constituye una postura materialista que, apegada a la naturaleza, rechaza todo idealismo, toda verdad trascendente y fuera de lo real-material-corpóreo.”[3]
Finalmente, en la tercera parte del libro, Marcela Venebra en su texto “El llanto de Laocoonte: carne y autarquía en el pensamiento helenístico” partiendo de una comparación entre la escultura del sacerdote Laocoonte realizada por Agesandro, Polidoro y Atenodoro de Rodas y la descripción del mismo personaje hecha por Virgilio en la Eneida, es que se propone la tarea de repensar filosóficamente el papel del cuerpo en las diferentes escuelas helenísticas, en palabras de la propia autora:
La tesis que quisiera desarrollar […] es que la autarquía como eje central de la ética helenística es un concepto que, interpretado a la luz de cierta disposición fenomenológica, conforma una región de confluencia entre las dimensiones viva y vivida del cuerpo propio a través de un proceso que podemos explorar como de subjetivación de la carne o encarnación de la voluntad, el proceso mismo visibiliza las dos dimensiones que constituyen el cuerpo propio, como parte de una trama causal y, al mismo tiempo, campo de motivaciones espirituales.[4]
Para el cumplimiento de esta tarea se hace referencia a la fenomenología trascendental, pues son los desarrollos hechos por Husserl en Ideas II los que se entretejen a lo largo del texto en este análisis de la corporalidad y la espiritualidad entendida como autarquía, como autodeterminación y autosuficiencia. Primeramente, para entender la importancia de la corporalidad en el pensamiento helenístico, Venebra hace una revisión de los postulados del epicureísmo, lo que le permite establecer la importancia epistemológica del cuerpo para posteriormente dar paso a la explicación de la doble función que tenía el cuerpo para los filósofos de las diferentes escuelas helenísticas, por una parte, como órgano de meditación y por otra como un instrumento político —esta segunda característica propia del cinismo y estoicismo— no para apelar a la instauración de un nuevo orden político, más bien, haciendo un llamado a un retorno a la ley de la naturaleza: “El camino a la sabiduría es un dejarse ser en la physis, estado que se alcanza por una disciplina corporal.”[5] Disciplina que ha de ser la imperturbabilidad misma: ejemplo de la encarnación de este esfuerzo por alcanzar la imperturbabilidad es el mismo Pirrón, como ejercicio manifiesta las dificultades en las que se relacionan conceptos como la ataraxia y la pleonexia, en ese esfuerzo por alcanzar una experiencia autárquica que ha de revelar una subjetividad auténtica.
Sirvan estas líneas para incentivar al lector a acercarse a este libro que a través de sus páginas ofrece una revisión de algunos aspectos particulares de la filosofía helenística y en donde cada uno de sus autores muestra el conocimiento que tiene sobre el tema, no limitándose a una exposición erudita, por el contrario, aportando una reflexión novedosa y siempre crítica que invita a repensar a los filósofos del helenismo desde otros horizontes e invitando a la praxis que caracteriza a esta época del pensamiento filosófico.
Bibliografía
Las ideas de verdad y felicidad en la época helenística. Juvenal Vargas Muñoz (ed.), UAEMéx, México, 2017.
Notas
[1] Juvenal Vargas Muñoz, “La filosofía estoica o la tremenda dificultad de vivir como se piensa” en Las ideas de verdad y felicidad en la época helenística, Juvenal Vargas Muñoz (ed.), México, UAEMéx 2017, p. 29.
[2] Fidel Argenis Flores Quiroz, “La verdad cirenaica” en Las ideas de verdad y felicidad en la época helenística, p. 75.
[3] Ibídem., p. 85.
[4] Marcela Venebra Muñoz, “El llanto de Laocoonte: carne y autarkéia en el pensamiento helenístico” en Las ideas de verdad y felicidad en la época helenística, p. 110.
[5] Ibídem., p.118.
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