“La diferencia entre el espíritu y la política contiene la diferencia entre cultura y civilización, entre alma y sociedad, entre libertad y derecho al voto, entre arte y literatura; y el carácter alemán es cultura, alma, libertad, arte, y no civilización, sociedad, derecho al voto y literatura. La diferencia entre espíritu y política es, para mejor ejemplo, la diferencia entre cosmopolita e internacional. El primer concepto procede de la esfera cultural, y es alemán; el segundo proviene de la esfera de la civilización y de la democracia y es […] algo totalmente diferente. Internacional es el bourgeois democrático, por muy nacionalistamente que se adorne, en cualquier lugar; el burgués -ya también esto constituye un motivo de este libro- es cosmopolita, pues es alemán, más alemán que los príncipes y el «pueblo»: ese hombre del «centro» geográfico social y anímico siempre fue y sigue siendo el vehículo de la espiritualidad, la humanidad y la anti política alemana.”
Thomas Mann, Consideraciones de un apolítico, pág. 46.
El 11 de noviembre de 1933, Martin Heidegger hizo un discurso en la ciudad de Leipzig. Ya se ha escrito de él; pero, ahora, vamos a dar más detalles de su traducción. El objetivo metapolítico principal era fundar el Estado de la nueva realidad alemana, alcanzada por la revolución nacionalsocialista, dictando una reflexión sobre ese nuevo fundamento político que comenzaba a darse entre las ciencias alemanas y el nacionalsocialismo, “el movimiento”. Era sábado, y esta congregación de intelectuales y jerarcas nazis en Leipzig (tal y como aparece en la foto 1), aprovechaba el tirón de la fama de las ciencias alemanas para que todo el pueblo estuviera de acuerdo con la decisión que había tomado Hitler de sacar a Alemania de la Sociedad de Naciones. Este grupo de afamados intelectuales y científicos, gloria de las ciencias alemanas, estaban ahí reunidos y abanderados por todos los símbolos nazis como prueba de la adhesión que ellos, y todo lo que representaban, tenían hacia el Führer. Y dado que los mejores estaban convencidos del “sí”, el resto del pueblo tenía que tomar buena cuenta para no pensarlo dos veces.
Ahora bien, Heidegger no era un camarada más, del montón, al uso, sino un filósofo que quiso llegar al fondo de la cuestión metapolítica: ¿quiénes guían al Guía? Tan solo por esta razón este escrito político perteneciente a la GA 16, un volumen de casi 800 páginas de las que apenas se ha traducido al castellano un 5%, posee un enorme valor filosófico-político como material del laboratorio de la filosofía política de Heidegger. Temas tan importantes como la deliberación, la libertad, el voto, la pluralidad, etc., para una reflexión sobre la democracia, o si se quiere, para una reflexión sobre la ontología de la democracia -decapitada ya desde 1927 con Ser y tiempo– que aparecían ya desdibujados seis años antes acaso como parte de una estrategia del no reconocimiento de su Dasein antidemocrático, reaparecen en los escritos políticos ya sin las máscaras de la crítica a la metafísica, de la misma forma que en los Cuadernos negros la crítica a Husserl, pero sobre todo a la metafísica por su olvido de la pregunta por el ser (véase el epígrafe con que inauguro este libro) en relación, mira por dónde, con su antisemitismo.Su discurso de adhesión al Führer comienza así:
“¡Profesores alemanes! ¡Camaradas! ¡Ciudadanos y ciudadanas! Al pueblo lo llama el Führer para votar; pero el Führer no solicita nada del pueblo, da más bien al pueblo la posibilidad más directa de la decisión libre y suprema: ¿El pueblo entero quiere su propia existencia, sí o no? El pueblo va a escoger mañana nada menos que su porvenir”.
De ahí que, para Heidegger, el voto del domingo 12 de noviembre de 1933 no tenga nada que ver con las votaciones democráticas. El ontólogo ponía un especial énfasis en diferenciar el voto democrático del voto que tampoco estaba pidiendo Hitler. Al pueblo nada le pide porque él mismo es el pueblo. Solo se trataba de refrendar bravuconamente de cara al exterior.
“La singularidad de este voto se debe a la grandeza de la decisión que se trata de tomar. Pero el carácter inexorable de lo simple y de lo definitivo no acepta que se vacile. Esta decisión [Entscheidung] definitiva va muy lejos, hasta poner a nuestro pueblo en juego, en la frontera [Grenze] misma de su existencia como pueblo.”
Heidegger tiene un a priori existencial-histórico: ¿Quiénes son los de nuestro pueblo?, ¿por qué el pueblo es de nosotros?, ¿con qué derecho se pone ante el pueblo el juego irrestricto de su propia existencia?, ¿era consciente Heidegger de las fronteras internas entre la población alemana-judía y la auténticamente alemana?, ¿en qué principios se basa Heidegger y el nacionalsocialismo para argumentar en dónde comienza y en dónde finaliza la existencia de Alemania en tanto pueblo?, ¿qué es ser un pueblo?…
Desde su punto de vista ontohistórico, ser un pueblo consiste en “la exigencia primera de todo ser [alles Seins]”, cuya tarea no es otra que el existenciario de laSorge o el “cuidado”: poner a salvo, “su propia esencia [Wessen]”. ¿Y cuál es la esencia del pueblo (Volk) alemán? Ya lo ha contestado en el Discurso de Rectorado: el cuidado, la salvación de su “mundo espiritual”. Esto es,“el suelo y la sangre”. La esencia del pueblo alemán es lo que depura este voto a favor de un porvenir identificado con el Führer y su proyecto político para Alemania y el mundo narrado en Mein Kampf, tal y como hemos puesto de manifiesto en las páginas anteriores.
“En el nombre de esta ley fundamental del honor, el pueblo salvaguarda la dignidad y la determinación de su manera de vivir.”
Hay que pensar que para noviembre de 1933 la tristemente famosa “Ley del Honor” (que, por ejemplo, obligaba a los funcionarios del Estado a tener puras raíces arias; razón por la que Husserl, ya anciano, fue apartado de la Universidad de Friburgo) hacia honores a una depuración étnica al interior de Alemania. Heidegger no era un cínico, sino un pensador muy consciente de lo que decía y del alcance de lo que estaba sosteniendo.
“La voluntad de responsabilizase, sin embargo, no es solamente la ley fundamental de la existencia [Grundgesetz] de nuestro pueblo sino que es, al mismo tiempo, el acontecimiento fundamental [Grundgeschehnis] mediante el que se hace realidad el Estado nacionalsocialista.”
Hay que reconocerle a Heidegger esa habilidad falsificadora que lo hace identificar al “pueblo” con el “movimiento”, de modo que hacia el final, en el “voto” del que habla no cabe reflexión alguna o, para decirlo con el Libro VI de la Ética a Nicómaco(que ya ha “destruido” en el Informe Natorp de 1922) no cabe ni por asomo la “deliberación”. Mucho menos la “prudencia”. El pregunta, ¿hace bien Alemania en salirse de la Sociedad de Naciones?, no es una cuestión para resolver made in Heidegger: estar resueltos como ejercicio de la verdadera libertad, tal y como escribe en su obra maestra. Pero es que a él lo que le interesa como metapolítico del régimen (de ahí nuestro título: Führer Heidegger) es fundamentar metafísicamente al “ser”. Dicho de otro modo y para jugar con sus propios términos: ¿Por qué el nacionalsocialismo y no más bien nada? La respuesta, claro, aparece ahí (y me avalo de los Cuadernos negros, I), justamente,en la idea de ser como “acontecimiento” histórico u ontohistórico. La responsabilidad a la hora de votar con Hitler y el nacionalsocialismo, carece entonces de la impronta ética aristotélica y kantiana y se convierte en“un modo de ser”. La votación (en masa a favor del “sí” del domingo) ha dejado muy atrás el horizonte de sentido ético para insertarse en el marco de la analítica existencial u ontología del pueblo en su Estado. Forma parte del recio carácter germánico, titánico, y es fácil encontrar en casi todos los escritos políticos un aire nietzscheano (El nacimiento de la tragedia), un estar jugándoselo todo a una sola carta. Aunque, de sobra conocido, este bravucón se quedara a la hora de la verdad seguro en la retaguardia de los castillos para seminarios de filosofía.
No es, pues, la voluntad de responsabilizarse lo que le da identidad al pueblo alemán, sino este acontecimiento nacionalsocialista que posibilitó la fusión entre el pueblo y el nuevo Estado nacionalsocialista. Ya con estas ideas Heidegger se entregaba en los brazos de Hitler y le lanzaba una coquetería al tirano que iba más allá de su anhelado puesto como Führer de la Academia de los futuros dirigentes de la nueva realidad alemana.
Fusión del pueblo en su Estado a través de un entendimiento anti-marxista del trabajo y que, con Ernst Jünger, podríamos denominar como el Estado alemán del trabajo, o mejor, el Estado racial del trabajo en donde el cuidado (Sorge) del mundo espiritual de la esencia del pueblo(“suelo y sangre”) habíamos dicho a propósito del Discurso de Rectorado, comienza con la revolución nazi del trabajo propiamente alemán.
“Esta voluntad de responsabilizarse conlleva que el trabajo destinado a cada categoría social, arriba o debajo en la escala, accede con una necesidad igual al lugar y al rango que es el suyo. El trabajo de las diversas categorías sociales conlleva y reafirma la estructura en la cual vive el Estado; por el trabajo el pueblo vuelve a conquistar su tierra [Bodenständigkeit zurück]; el trabajo transforma al Estado, como realidad del pueblo, en el seno del campo de acción de todos los poderes esenciales del ser de los hombres [menschlichen Seins].”
Estaba Heidegger tan enamorado de Hitler que nunca percibió ambición alguna en sus proyectos, ni siquiera pasión por la gloria; tampoco una voluntad de poder ciega por “singularizarse”. Nada de esto veía en el caudillo. Más bien, “la voluntad lúcida de ser uno mismo sin restricción responsable en la toma en cuenta y el dominio del destino de nuestro pueblo”. De manera que, hermenéutica del acontecimiento, el Führer le da u otorga al pueblo de Alemania la posibilidad de responsabilizarse al volverse uno con la decisión del Estado alemán de salir de las Sociedad de Naciones. Y, ¿qué significa esta salida, desenchufe, por parte del espíritu alemán de la política? La respuesta es clara: significa quedarse exclusivamente con la Kultur (cultura) o forma de ser auténticamente alemán. Relean ahora nuestros lectores el epígrafe anterior de Thomas Mann, con que inicio este apéndice. Es fácil advertir un paralelismo entre los motivos de la I Guerra Mundial, la guerra alemana, y la salida de la Sociedad de Naciones de 1933 como disparo de salida hacia otra guerra muy similar desde el punto de vista del espíritu y la pregunta “¿Quiénes somos nosotros mismos?” (IN, 1935). Pregunta que contestaron tanto este Thomas Mann de Consideraciones de un apolítico como el Heidegger deSer y tiempo en el mismo espíritu: la forma de ser, la forma de vida propiamente alemana, exige un Estado autoritario.
El salir de la Sociedad de Naciones tenía, para Heidegger, el mismo significado ontohistórico que su destrucción de la ontología. No era un mero escrutinio, otra mera votación democrática; no, era el “acontecimiento” que ponía en práctica política la salida de Alemania y de la filosofía de la πόλις, tal y como la habían entendido Aristóteles y los modernos. Pero, a su vez, no se trataba de una irracionalidad o de una imprudencia del nazismo, sino de una ejecución cabal de la ley ontológica (¿por qué hay ser (Dasein=Boden=Volk=Staat: ser-aquí=suelo=pueblo=Estado) y no más bien Nada?) que se reitera en la pregunta metafísica por excelencia, pregunta olvidada, según Heidegger, no solo por la Sociedad de Naciones sino por todo Occidente desde Platón. Esto no lo sabe Hitler, pero sí Heidegger.
No se trataba, pues, en buena ontología heideggeriana, de darle la espalda a la “comunidad de los pueblos”, no se trata de un anti-humanismo, ni de un acto de guerra sin razón ontohistórica, porque la acción que va a llevar a cabo Hitler y el nacionalsocialismo como pueblo en su Estado, es, teoría de la verdad, el desocultamiento (ἀλήθεια) de la ley del origen de la existencia humana que, decía, rebota o se repite a través del pueblo alemán.
Tampoco Hölderlin sabía ontológicamente qué decían sus poemas, al igual que Hitler que tampoco supo realmente que su decisión venía ya desde los griegos. Y de la misma manera que en el mito de la raza blanca se hacía hincapié en que la fundación u “origen” de la existencia humana estaba en el arquetipo ario de Prometeo, ahora Heidegger reivindicará una segunda fundación o un nuevo comienzo de Occidente. ¿Qué Occidente? El de la comunidad de los pueblos. No la patria constitucional del pacto social entre iguales y diferentes, sino la raíz misma de la existencia homologada como tal en calidad de Volk. Eso no significa darle la espalda a la comunidad de los pueblos. Significaba, en 1933, que con este acontecimiento la Alemania del III Reich, tenía la obligación mesiánico-metafísica de salvar a Occidente de su propio olvido por la pregunta por el “ser”.
“Al contrario, nuestro pueblo, gracias a este paso, se coloca bajo la autoridad de esta ley esencial para toda existencia humana [Wesensgesetz menslichen Seins], a la cual todo pueblo debe primero obediencia si quiere seguir siendo un pueblo.Es a partir de esta obediencia, idénticamente orientada hacia la exigencia absoluta de asumir sus propias responsabilidades, como únicamente surge la posibilidad de tomarse recíprocamente en serio con el fin, por eso mismo, de declararse a favor de una comunidad [Gemenischaft]. Esta voluntad de querer ser una verdadera comunidad de los pueblos [Volksgemeinschaft] es algo que se distingue tanto de una fraternización universal inconsistente, y que no compromete a nada, como de una ciega dominación tiránica. Esta voluntad [Wille] obra por encima de esta oposición; engendra la apertura y la valentía en cuyo seno pueblos y Estados pueden tenerse tanto por sí mismos como los unos respecto de los otros.”
En un momento del discurso, Heidegger hace una pregunta retórica: “¿De qué acontecer [geschieht] se trata en este querer [Wollen]? ¿Será volver a la barbarie?”. Y él mismo responde que no, pero que sí es atacar a los asuntos de soborno. “¿Será eso desencadenar la ausencia de leyes? ¡No! Es profesar lúcidamente la inviolable independencia de todo pueblo.” Es asombroso, pues cualquiera que conozca los principios del NSDAP sabe que va a ser la nueva legislación nacionalsocialista lo que haga de la justicia alemana una barbarie perfectamente reglamentada. ¿Y que significado tenía, respecto de la plural sociedad civil alemana, esa idea de la inviolable independencia de todo pueblo? Es casi inútil el análisis de argumentos porque se trata de un soliloquio. Si no se tiene claro de antemano qué significado metapolítico tienen términos como “comunidad” y “pueblo”, la cuestión, aparentemente normal, de la “independencia” (de la nación) se hace eco con carácter ontológico del racismo del ser histórico. Es decir, del pueblo que cuida su sangre y su tierra a través del Estado nacionalsocialista del trabajo.
Desde el punto de vista educativo tenemos en el Discurso un ataque frontal contra una Ilustración gracias a la que los jóvenes estudiantes se habían quedado sin suelo. Pero este nuevo comienzo que marcan las juventudes hitlerianas, abre el camino para el reencuentro consigo mismo del pueblo alemán. ¿Por qué? Porque esta juventud “en marcha” ya ha podido conocer las “raíces” de su existencia como pueblo que la Ilustración le había negado, ocultado. Su futuro crecimiento no va a depender ya de la Ilustración, sino de sus propias raíces nacionales.
“Por su voluntad de ser Estado [Wille zum Staat] la juventud va a transformar a este pueblo duro para él mismo y lleno de consideraciones respecto a toda obra de buena ley.
¿Qué ha ocurrido? El pueblo recupera la verdad de su voluntad de existir [Das Volk gewinnt die Wahrheit seines Daseinswillens zurüc], porque verdad es ésta plena revelación [Offenbarkeit] de lo que a un pueblo lo hace seguro, claro y fuerte en su acción y su saber. De una tal verdad surge la auténtica voluntad de saber [Wissenswollen]. Y esta voluntad de saber delimita [umschreibt] el derecho a saber [Wissensanspruch]. Es de ahí, finalmente, como son medidos los límites desde los que un verdadero preguntar [Fragen] y un verdadero investigar [Forschen] deben establecer sus fundamentos y hacer sus experimentos [bewährten].”
Si preguntáramos por el papel de las ciencias, su horizonte de sentido, todo preguntar acerca de los límites y el porqué de la docencia e investigación, tendría Heidegger que contestar desde su primer gran discurso como rector de Friburgo: todo, absolutamente todo, está dirigido por la “autoafirmación” de una Universidad que ha dejado su impronta universal y cosmopolita para cerrarse sobre el cuidado de sí mismo.
“Para nosotros es a partir de ahí por lo que la ciencia [Wissenschaft] tiene su origen [Ursprung]. Ella está ligada y se reconduce de nuevo a la necesidad de una existencia nacional [völkischen Daseins] responsable de sí misma. Por poco que haya pasado por esta necesidad la ciencia es, entonces, la pasión educativa de querer saber para volverse formadores [machen]. Pero ser-sabedor [Wissend-sein] significa para nosotros:ser dueños de las cosas con toda lucidez y estar resueltos [entschlossen] para actuar, rompe con lo que ha tenido curso hasta ahora, arriesga lo inhabitual y lo imprevisible. Preguntar, para nosotros, no es [nitcht] el juego gratuito de la curiosidad. No es tampoco la terquedad obstinada en la duda a cualquier precio. Preguntar significa para nosotros: exponerse a la sublimidad de las cosas y de sus leyes; significa para nosotros: no cerrarse al sobresalto de pavor frente a lo indomable, ni al desasosiego que nos embarga ante la oscuridad. Es para poder preguntar así por lo que preguntamos y no estamos al servicio de los queya terminaron por cansarse y de su necesidad apacible de respuestas confortables. Nosotros lo sabemos: el valor, con nuestras preguntas, de caminar cerca de los abismos de la existencia sin ceder jamás al vértigo, este valor ya es en sí una respuesta más elevada que cualquier información aportada por sistemas conceptuales artificialmente construidos.”
Y es con base en esta declaración que Heidegger hace la propuesta filosófico-política más audaz dentro del partido, viniendo a decir que es a “nosotros”, los representantes de la ciencia alemana en el nuevo Estado nacionalsocialista, a quienes debe ser “confiada” en el futuro el cuidado de “la voluntad de saber de nuestro pueblo”. De esta guisa, Heidegger no solo destruye la autonomía de la sociedad civil, en línea ontológico-existencial con su destrucción de la subjetividad moderna tal y como había aparecido en Ser y tiempo, sino que, en función de lo anterior, reinterpreta el espacio público intersubjetivo de la πόλις desde la propia revolución nacionalsocialista. No se trataba, como en otras votaciones republicanas (Weimar), de escoger entre diversos partidos políticos. No, el “sí” que pide Heidegger es la autoafirmación de la propia revolución nacionalsocialista que ha dado un giro de ciento ochenta grados respecto del poder del Estado: “Al contrario, esta revolución conduce al trastorno total de nuestra existencia como alemanes [die völlige Unwälzung unseres desutschen Daseins]”.
“La elección que el pueblo alemán tiene ahora que hacer nada más que como acontecimiento [allein als Geschehnis]y por completo independiente del resultado, es ya lo que atestigua más fuertemente la nueva realidad alemana [der neuen deutschen Wihrlichkeit] del Estado nacionalsocialista (…).
El Führer ha llevado esta voluntad hasta su pleno despertar en el pueblo entero y la ha fundido en una única decisión. Nadie puede abstenerse el día en que debe declararse esta voluntad.
¡Viva Hitler!” (GA 16, 190-193).
A diferencia de Thomas Mann, Heidegger jamás puso en duda la “grandeza” de Hitler ni la del nazismo así como de la “verdad interior” del movimiento que, efectivamente, llevó a la completa transformación de la existencia del pueblo alemán. Mann, como parte de su ensayo de autocrítica, se exilió en Suiza desde donde intentó echar un cubo de agua fría reflexivamente en medio del entusiasmo popular por el nazismo. Este programa de radio se denominó «¡Despierta Alemania!». ¿Qué hizo, mientras tanto, Heidegger? Él sí que estaba realmente en peligro: era el guía invisible de la oposición espiritual dentro del partido. Pero la reciente publicación de los Cuadernos negros ha acabado por destruir este último mito.
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