Resumen
El autor analiza desde una perspectiva psicoanalítica las razones que llevaron a la victoria de Donald Trump, tomando como eje el fenómeno de la identificación y vinculándolo con el concepto de Nacimientismo (Birthreism) como eje del problema racial subyacente.
Palabras clave: Trump, Obama, Freud, identificación, posverdad, racismo, Coates.
Abstract
Author analyses from a psychoanalytical point of view the reasons behind Trump’s victory in last elections, considering it as an “identification” mechanism and relating it to the concept of Birthreism as a subyacent axis in a racism fact.
Keywords: Trump, Obama, Freud, identification, postruth, racism, Coates.
Debo reconocer, de entrada, una dificultad. Suelo publicar regularmente en mi blog pequeños textos o videos en los que comparto algunas de mis opiniones sobre ética, política y, por supuesto, psicoanálisis, pero que están dirigidos a un público abierto a quien le pueda interesar lo que pienso sin que me respalde ningún elemento. No soy un economista ni un politólogo, tampoco sociólogo ni periodista. Mi quehacer ha girado en torno a la filosofía y al psicoanálisis. Entonces caben aquí unas preguntas: ¿Qué importancia puede tener la opinión de un psicoanalista en esta temática? ¿Desde dónde se es convocado a intervenir?
Una posible respuesta tendría que descartar esta opinión de inmediato. Usar ese saber para “psicoanalizar” a Trump me parece un psicoanálisis salvaje de la más baja estofa al que siempre me he opuesto. Edipizar a Trump, discutir la influencia de sus padres y cosas por el estilo es jugar con cartas forzadas, fantasma hueco. No hay análisis, sino en la relación analítica misma, en la transferencia. Decidí renunciar a esa posición (imposible) de analista para aproximarme por el lado de algunos puntos que la teoría psicoanalítica permite vislumbrar.
Una semana antes de las elecciones en los Estados Unidos, escribí un pequeño artículo para mi videoblog que titulé “Las dos victorias de Trump”, señalando en ese entonces lo que casi nadie preveía: la posibilidad de que Trump efectivamente ganara la presidencia. Retomo aquí –al paso de los acontecimientos– algunos de los elementos allí tratados.
Una de esas victorias era segura, la otra era posible y se materializó en las urnas ante el escepticismo de no pocos. La segura fue y es la de la irracionalidad. Pero hay que matizar este punto. Yo decía entonces que Trump había ganado al polarizar al electorado estadounidense con un discurso que poco tenía que envidiar a la propaganda goebbelsiana. Discurso machacón y repetitivo en el que el mundo real no importaba, “la posverdad” se le llama, donde lo que importa no es el dato objetivo, sino la construcción de la percepción del mismo. Trump decía lo que iba a hacer por absurdo e irracional que pudiera parecer (deportaciones masivas, muro, impedimento de ingreso a musulmanes, acabar con el Obamacare, etc.), pero no decía cómo (la idea de que México pague es ridícula, aunque podría decretar embargo de remesas y desencadenar una guerra comercial). Sin embargo, el “cómo” no está en el pensamiento de muchos electores; por eso, por absurdas e inviables que sean sus propuestas, esta inviabilidad no afecta su voto. “Make América great again!” es solo una frase demagógica, sin que se explique cómo, pero eso no parece importar.
Había en ese entonces quienes pensaban que Trump no ganaría. Se equivocaron. Hubo después quienes pensaron que, de ganar, el discurso solo sería retórica y que el Trump presidente sería mucho más moderado y racional que el Trump candidato. También se equivocaron. Señalé en ese texto que el despertar del racismo y la xenofobia pronto ganarían terreno, auge, y que veríamos en años sucesivos, quizá no en las políticas gubernamentales, pero sí en el ánimo popular, el surgimiento de ese racismo y esa xenofobia que tarde o temprano acabarían llegando al poder.
Los acontecimientos de Charlottesville son –por el momento– la mayor de esas manifestaciones, sin olvidar los ataques aislados a personas por su condición étnica. Espero no ver, pero todo es posible, la implantación de segregaciones como la ocurrida a los americano-japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, a la luz de estos acontecimientos, que sin duda irán escalando, la posición de Trump –ya presidente– ha sido, en el mejor de los casos, ambigua, al declarar que hay buenas personas tanto entre los manifestantes antirracistas como en los grupos supremacistas blancos.
Respecto a las políticas de Trump hay desgraciadamente muy poco por hacer, en la medida en que las soluciones ofrecidas por los políticos profesionales están mucho más apegadas a un análisis racional de las condiciones reales del mundo. No se puede ofrecer un crecimiento mágico del empleo en tanto que las condiciones reales de la economía no lo permiten y esto no se resuelve expulsando a trabajadores inmigrantes. No se puede volver a generar un estado de prosperidad al margen de las condiciones de globalización económica del presente; por ejemplo, mucho del desempleo en los Estados Unidos se debe no al empleo migrante, sino a la automatización de la industria. Sin embargo, el votante de Trump no piensa en esto ni entra en sus cálculos, como no lo pensaban los alemanes de los 30’s que encumbraron a Hitler al poder. Esos mismos votantes serán en su momento los más afectados por las absurdas políticas de Trump, pero eso no importa; el discurso ya creó un enemigo imaginario al que siempre se puede recurrir para explicar cualquier fracaso.
Freud, al describir el comportamiento de las masas,[1] construye un modelo en que opone a la pretendida existencia de un “instinto gregario o grupal” (cuyo fundamento se encontraría en lo biológico) la posibilidad de explicar ese comportamiento por medio de elementos inherentes al psiquismo humano: el fenómeno de la identificación. No se trata de elementos irreductibles (instintos), sino de relaciones –Lacan diría que imaginarias– construidas en los fundamentos de la realidad social. La identificación consiste en un proceso mediante el cual el sujeto asimila (no únicamente aprende) un aspecto o una propiedad de otro y se construye a partir de este modelo, ideal del Yo (Ich ideal). Los miembros de la masa tienen en común esa identificación con el líder. En eso Trump constituye para muchos votantes, como lo constituyeron en su momento otros líderes de movimientos de masas, esa figura ideal, un modelo con el cual identificarse, un querer ser cómo. Rico y poderoso, pero igualmente racista y misógino.
En un artículo reciente, “The First White President”, Ta Nehisi Coates[2] propone lo que me parece una de las reflexiones más interesantes al respecto y que podemos articular con lo señalado anteriormente. Este autor afirma que (contrario a lo que pueda suponerse) Trump no es un político sin ideología, pues tiene una muy clara: el Nacimientismo (Birtherism), en donde los verdaderos ciudadanos sólo son quienes comparten una identidad racial; por lo tanto, dentro de este modelo, los afroamericanos no son adecuados para ser ciudadanos. Lo mismo aplicaría a inmigrantes latinoamericanos y asiaticoamericanos o a los pueblos originarios, así como a miembros de religiones no protestantes, por ejemplo judíos y católicos (como acaba de señalar el despedido ideólogo Bannon).
Como apunta Coates, en este sentido, Trump es el primer presidente blanco, es decir, un hombre que articula su retórica y sus acciones desde el ser blanco como oposición al ser negro, latino, asiático, etc.
Para este tipo de ideologías, el presidente Obama constituyó un insulto a esta nacionalidad americana, de manera que su gobierno es visto como un gobierno de negros; ilegítimo respecto de su concepción del Nacimientismo. Por ello, señala Coates, la misión del gobierno de Trump consiste en destruir lo hecho por su antecesor.
En este sentido (y apelando a esa identidad), Trump se constituye en un modelo del ideal para enormes grupos de americanos blancos que se sienten traicionados por el gobierno de los negros en la medida en que se sienten despojados de una identidad que los convertía en los verdaderos americanos, “true americans”. En esa misma medida se identifican con su discurso quienes ambicionan, no necesariamente de modo consciente, ser esos verdaderos americanos. Es por eso que hubo votos y hay apoyo de afroamericanos y latinos a Trump. Se trata de sentirse “true americans” no en el sentido de la pertenencia a un estado multicultural, laico y forjado en buena medida a partir de la inmigración, sino en el mismo fantasma racial que sostiene la ideología: la identificación con los “White men”. Un racismo que, citando a Coates, persiste en el corazón de la política estadounidense.
Bibliografía
- Coates, Ta-Nehisi, “The First White President”, en The Atlantic, octubre 2017. Consultado el 26 de septiembre de 2017: https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2017/10/the-first-white-president-ta-nehisi-coates/537909/?utm_source=twb.
- Freud, Sigmund, Psicología de masas y análisis del Yo, en Obras completas volumen XIX, Amorrortu, Argentina, 1991.
Notas
[1] Sigmund Freud, Psicología de masas y análisis del Yo, ed. cit.
[2] Ta-Nehisi Coates, “The First White President” ”, en The Atlantic, octubre 2017. Consultado el 26 de septiembre de 2017: https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2017/10/the-first-white-president-ta-nehisi-coates/537909/?utm_source=twb.
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